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Domingo de Ramos - 24 de marzo
Mis queridos hermanos, en este día iniciamos lo que la Iglesia a través de los siglos denomina la SEMANA SANTA…
El día de hoy estamos celebrando el triunfo de nuestro Bendito Señor, triunfo que Él quiere también manifestarlo desde el punto de vista humano.
Los judíos mis queridos hermanos, se habían acostumbrado a ver a Jesús rodeado de sus discípulos y visitar de pueblo en pueblo, de aldea en aldea a las gentes. Ellos le habían visto también muchas veces, obrar milagros que nadie, ningún profeta que ellos conocieron había realizado. Ellos todavía más, pensaron que Aquel que hacía esos prodigios vendría para restituir el Reino mesiánico, pero entendiendo ese Reino como un Reino meramente temporal; y al ver que esta idea no era la prevista por Dios sino que era una redención, pero redención del pecado, redención del camino de la maldad por la que atravesaba ese mismo pueblo sintiéndose frustrado, entonces ya decretaron la muerte.
Pero el Señor hasta el Domingo de Ramos, si bien se había manifestado alguna vez en Su Gloria delante de sus discípulos como pasó en el Tabor, sin embargo, no manifestaba lo que en verdad era. Y quiso manifestarlo el Domingo de Ramos. ¿Cómo? Entrando en la Capital no solamente civil sino en la Capital religiosa del pueblo judío: Jerusalén. Y entra en esa ciudad como un rey, entra triunfante; entra en medio de los clamores, de los vivas de la multitud que emocionada cortaba palmas de ramos y otras ramas de arbustos que producían esos lugares; y también, nos dice la narraciòn de los santos evangelios: que su emoción llegaba hasta poner en la tierra sus mantos para que pasara el borrico en el cual cabalgaba nuestro Bendito Señor.
El día Domingo de Ramos estaba destinado para celebrar el triunfo que Él inauguraría el otro domingo: el Domingo de Pascua, pero otra clase de triunfo, el triunfo sobre la muerte; y el Domingo de Ramos celebra en cambio el triunfo sobre todos sus enemigos, y ve que todo el pueblo estaba con Él y le vitoreaban como el Mesías prometido.
Hermanos, en los designios de Dios estaba previsto esto como algo necesario, ¿por qué? Porque debían también los pueblos conocer que Aquel no era un hombre ordinario, no era una figura como la de los antiguos profetas sino más que esto, era realmente un rey: el rey de Israel, pero de un Israel que buscaba no una cosa meramente temporal sino de un pueblo de Israel que debía entender de otra manera lo que significaba ese reino mesiánico: Rey de Paz, Rey de reyes que venía triunfante pero también que iba a ofrecer Su vida por los hombres.
Nosotros en este día, también debemos unirnos a esas multitudes que llenas de emoción gritaban y cantaban himnos de alabanza a ese Bendito Dios. ¿Y por qué? Porque es realmente Dios. Debemos tener presente que ese mismo Dios aclamado como rey, aclamado como el Mesías es el que ofrece Su vida el día de Viernes Santo.
Padre César A. Dávila G.