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Pentecostés
Los apóstoles, antes de recibir al Espíritu Santo, se encontraban reunidos en un aposento, cerradas las puertas por miedo a los judíos; de repente sopló un viento impetuoso que llenó toda la casa y aparecieron como unas lenguas de fuego que fueron a posarse sobre cada uno de los presentes, estaban allí los once discípulos y la Santísima Virgen María, de inmediato ellos comenzaron a sentir los efectos del Espíritu Santo; a hablar en distintos idiomas y cuando predicaban; todos los escuchaban en su propio idioma.
Este fue uno de los efectos de esa presencia del Espíritu Santo, ese Espíritu de Dios es absolutamente necesario para que nosotros realicemos a Dios en nuestras vidas.
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Ellos recibieron al Espíritu Santo y comprendieron todo lo que el Señor les había dicho, hasta aquel momento tenían un velo, desconocían por completo los misterios que el Señor les anunciaba, acerca de su propia persona, de su pasión y resurrección. Para ellos era algo que no podía comprender. Solamente cuando fueron iluminados con la luz del Espíritu Santo, cuando su alma fue transformada internamente bajo la acción del
Espíritu de Dios, comenzaron a comprender las cosas de Dios y con ese profundo convencimiento de almas nuevas, de almas renovadas, de almas nacidas del Espíritu, comenzaron su predicación, anteriormente estaban derrotados, encerrados en un lugar apartado de la ciudad con las puertas cerradas, temerosos y acobardados. Cuando recibieron el Espíritu Santo, salieron a predicar el Evangelio por todas partes, salieron a cumplir la misión que el Señor les había encomendado.
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No creamos que estamos lejos de la acción del Espíritu Santo, esta es una grave equivocación si tuviéramos este pensamiento o si viviéramos con esta condición. Ese mismo Espíritu que iluminó las almas de nuestros apóstoles continúa su acción en la Iglesia, y la Iglesia somos cada uno de nosotros.
La acción del Espíritu Santo continúa en nosotros, esa acción la recibimos como recibieron los apóstoles: Primero en el Bautismo, cuando el sacerdote nos echó el agua pronunciando las palabras sagradas, ese mismo Espíritu recibimos nuevamente en la Confirmación, cuando el obispo o su representante nos impuso las manos, invocando al Espíritu Santo, porque el Sacramento de la Confirmación es el sacramento de la comunicación del Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu es el que recibe en su Ordenación el sacerdote; el Espíritu es el que transforma su alma imperfecta, pobre y débil, en un alma nueva, en un espíritu nuevo. Ese mismo Espíritu es el que comunica al sacerdote, ese poder de consagrar el cuerpo y la sangre del Señor; ese Espíritu es el que lo comunica a ese espíritu sacerdotal el poder de realizar aquello que el Señor mandó que realizaran sus apóstoles, perdonar o retener los pecados...
El Espíritu continúa su acción en medio de nosotros, de eso debemos estar completamente seguros. En el día en el que estamos celebrando la venida del Espíritu Santo, acordémonos que también lo recibimos en el Santo Bautismo y en la Confirmación, y pidamos a ese Espíritu Divino que siga iluminando nuestros pasos por el camino que lleva a Dios y que esa iluminación sea total y completa hasta el día en que nosotros nos encontremos cara a cara en la presencia de Dios, mediante la acción de ese Espíritu Divino y se abran los ojos de nuestra alma, para vivir eternamente la felicidad del Señor.