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Jorge Yamamoto

Por más de 15 años ha estudiado qué hace felices a los peruanos. Es filósofo, psicólogo y antropólogo. Es un destacado profesor e investigador en la PUCP que se dedica a comprender el bienestar para promoverlo en el ámbito de las personas y organizaciones. Sin embargo, se define también como agricultor y productor de pisco artesanal. Además, es fotógrafo. Como parte de la decoración de su oficina ubicada en el departamento de Psicología de la PUCP, tiene la foto del cifón de Guagapo, una cueva con 1500 metros de entrada con un río subterráneo. Yamamoto, con cada una de sus acciones, experimenta felicidades distintas, y las continúa investigando.

¿Qué rama disfruta más: Antropología o Psicología?

El bienestar humano y su relación con el comportamiento cívico en una nación. No es que evada la pregunta, sino que nos estamos centrando en procesos más que en especialidades. Por ejemplo, estudié por mi cuenta neurociencias, temas de modelamiento matemático del comportamiento, temas de etnografía y estudios cualitativos sobre distintas culturas. Pero esa es un poco la tendencia: tener un proceso y verlo desde diferentes disciplinas. Pero si insiste en la pregunta, me identificaría como psicólogo.

¿Por qué?

Diría que es una respuesta más automática. Ahora la pregunta es, ¿por qué tengo una respuesta así? Porque la mayoría de mis análisis me llevan a analizar los procesos a través de los que la gente percibe la información que le rodea: la procesa, toma decisiones de comportamiento, y eso, como un efecto mariposa, genera cambios en uno mismo y en los demás. Eso es más psicológico que otra cosa.

¿Por qué estudiar la felicidad era algo tan relevante para usted?

Actualmente estoy estudiando mucho el conflicto, la violencia, la polarización, la conducta contra ciudadana y la delincuencia. Pareciera que estoy muy alejado de la felicidad, pero no es así porque esas son barreras estructurales que asesinan la felicidad de los peruanos. Si queremos promover la felicidad no solamente tenemos que buscar la carita feliz, sino trabajar los procesos que acabo de señalar. En mi libro “La gran estafa de la felicidad” planteo que la gran estafa es hacernos creer que estar con la carita feliz, no tener emociones negativas y tener emociones positivas, es la gran meta de la vida. Eso no es sostenible, no es universal y, si lo logras, termines deprimiéndote. Por ejemplo, en la pandemia, ¿qué sentido hubiera tenido decirle a la gente: sí, sonrían todo el día?

Actualmente estoy estudiando mucho el conflicto, la violencia, la polarización, la conducta contra ciudadana y la delincuencia. Pareciera que estoy muy alejado de la felicidad, pero no es así porque esas son barreras estructurales que asesinan la felicidad de los peruanos. ” .

¿En síntesis, qué es la felicidad?

Aceptar amablemente lo que te toca, sea una pandemia, un momento positivo, el inicio o fin de una bonita relación, o que se cayó el Perú a pedazos por un gran terremoto. Es aceptar eso, porque a veces nos aferramos a lo que era el pasado, o a lo que queríamos en el futuro. Aceptar amablemente el presente te permite bajar toda esa neuroquímica de aferrarse a cosas que no existen o aún no lo hacen. Y, te permite a su vez, enfocarte en cómo crecer y adaptarse mejor a lo que te toca para ser mejor persona para ti, para tu familia, y para la sociedad.

¿Qué haría de Lima una ciudad feliz?

El lugar donde vives influye, pero no determina tu felicidad. Lima, como tal, no haría a los limeños felices, sino que ayudaría a que seamos menos infelices. La primera capa es que existan valores, que haya respeto, comenzando por las normas de tránsito o saludar a la gente.

¿Cuáles serían los valores?

Con mis propios recursos hice un estudio urbano rural a nivel nacional con una muestra representativa y le pregunté a la gente ¿cuáles serían los tres valores que les dejaríamos a nuestros hijos para que tengan un mejor país? La respuesta fue respeto, honestidad y responsabilidad.

El lugar no determina cuán feliz eres, ¿en qué lugares ha vivido?

Estoy viviendo entre Lima y Aspitia, está a una hora y media de Lima cuando no hay tráfico, en Cañete. En la pandemia podría quedarme en Aspitia, en una chacarita escuchando los pajaritos y dedicándome a regar mis uvas. Cuando tenía tiempo libre salía a subir el cerro. Estar rodeado de naturaleza, de aire puro. Pero como obligatoriamente estamos en la presencialidad, los días de semana me quedo en Lima y los fines de semana me voy a mi chacra. La felicidad es estar rodeado de gente que respeta y ama la naturaleza, gente con valores tradicionales al margen de si tienen o no dinero.

¿Es usted feliz?

Depende. Si me concentro en la coyuntura de este país, que teniendo todo para ser potencia mundial en felicidad y desarrollo, pero que sin embargo nos estamos matando, polarizando y enfrentando, si cada vez la gente es más fal- tosa y por un celular te matan, soy profundamente miserable. Pero, por otro lado, hay que aceptar lo que toca, con mucha conciencia plena, pero hacer algo. Entonces, a través de mis investigaciones, de la cooperación con entidades gubernamentales y privadas, enseñándoles a los alumnos a saludar o llegar a tiempo a clases, a sustentar la importancia de los valores y la conducta cívica, doy mi pasito adelante y son mis instantes de felicidad.

¿Qué autores lo han llevado a pensar así?

En Europa la gente se adscribe a autores. Por ejemplo, en un equipo de investigación internacional sobre el bienestar me preguntaron ¿y tú discípulo de quién eres? Yo respondí que mis maestros son los campesinos; los pescadores; también los delincuentes, no los políticos; y, la naturaleza.

¿Por qué los delincuentes?

Porque es parte inherente de la escena. Es como en la religión andina: tienes que conocer el mundo de abajo como el de arriba para encontrar el equilibrio. Y no conocer la delincuencia, la corrupción, te lleva a una visión disneylandiesca de la sociedad.

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