LIBRO OLVIDOS Y RECUERDOS

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Olvidos y recuerdos

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Olvidos y recuerdos de Lucena

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Olvidos y recuerdos Olvidos y recuerdos de Lucena Edita: Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer y Otras Demencias “Nuestros Ángeles”. 2012.

Autoría: Mª Ángeles Morales Jiménez, Mª Araceli Muñoz Campos, Gemma López Torres, Araceli Servián Sánchez y José Morales Jiménez.

Agradecemos la desinteresada colaboración de las personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer y de sus familiares y amigos sin cuyos testimonios y aportaciones de material fotográfico no hubiera sido posible este libro.

Fotografía: Aportación de las familias y particulares. Gestoría Aras. Para ver las fotos: http://www.aras.es/index.php?option=com_morfeoshow&Itemid=85 Foto de portada: “Cuarteto del abuelo” de Rafael Jurado. Fotoestudio Abras.

Está permitida la reproducción total o parcial de esta obra siempre que se cite su procedencia.

Patrocinan: Junta de Andalucía. Delegación Provincial de Córdoba de la Consejería para la Igualdad y Bienestar Social. Diputación de Córdoba. Área de Igualdad y Políticas Sociales. Colabora: Ortopedia Aeropuerto.

Impresión: Servicio de impresión de la Excelentísima Diputación de Córdoba. Diseño y Maquetación: Taller del Sur Comunicación - www.tallerdelsur.net

Depósito Legal: GR-3365/2011

C/ Ancha, 16 - 14900 Lucena (Córdoba) - Tel.: 957 590 546 afalucena@alzheimerlucena.org :: www.alzheimerlucena.org Entidad declarada de Utilidad Pública por el Ministerio del Interior mediante Resolución de 30 de septiembre de 2008

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Olvidos y recuerdos de Lucena

Me destierro a la memoria, voy a vivir del recuerdo. Buscadme, si me os pierdo, en el yermo de la historia... ...Aquテュ os dejo mi alma-libro, hombre-mundo verdadero. Cuando vibres todo entero, soy yo, lector, que en ti vibro. Miguel de Unamuno

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L a generación

de nuestros abuelos

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uestros abuelos nacieron antes de que existiera la televisión, los productos congelados, las fotocopiadoras o las lentes de contacto. Entonces no había tarjetas de crédito, ni teléfonos móviles, y ni hablar de ordenadores. No se había inventado aún el aire acondicionado ni el lavavajillas. El hombre todavía no había pisado la luna y para que llegara el tren de alta velocidad (AVE), faltaban muchos años. No contaban con asistencia médica gratuita y a los relojes había que darles cuerda todos los días. El mundo ha cambiado. Se han producido avances tecnológicos, médicos y sociales que ellos han empujado. Han pertenecido a una generación que tuvo que convivir entre periodos de guerra y, por ello, su vida se orientó a encontrar la estabilidad. Quizás una característica importante en esta generación haya sido la tolerancia para aceptar las condiciones en las que crecieron, sin dormirse en los laureles; de otra forma, los cambios no hubieran tenido lugar.

Con los años, nuestros abuelos han ido perdiendo habilidades, tanto motrices como mentales, pero son personas importantes, fuentes de sabiduría por toda la experiencia que han adquirido en su vida. Todos ellos saben de crisis, de falta de trabajo, de pasar hambre, de vivir una guerra y, con todo, salir adelante. Son propietarios de muchos episodios que les tuvieron al frente de trabajos duros en el campo, en el extranjero, con la mirada puesta en sacar adelante su casa, su familia, sus hijos. Sus años mozos fueron época de mucha escasez de medios y dureza en los trabajos. Sólo su tesón, coraje, fuerza y sacrificio han conseguido construir nuestra realidad, la de quienes ahora somos nietos, padres e hijos y que mañana también seremos abuelos. Protagonistas de las páginas más importantes de la historia de ayer, hoy nos la cuentan a su manera.

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Índice Presentación ........................................................9

Saluda ................................................................11

Introducción ......................................................13

Cultura popular ..................................................15

Entrevistas .........................................................25

Recuerdos ..........................................................31

Historias de aquí ................................................61

El trabajo ...........................................................69

Así se hacía ........................................................81

La cocina de nuestras abuelas ...........................89

Remedios caseros ............................................101

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Presentación

Nuestros abuelos nacieron antes de que existiera la televisión, los productos congelados, las fotocopiadoras o las lentes de contacto. Entonces no había tarjetas de crédito, ni teléfonos móviles y ni hablar de ordenadores. No se había inventado aún el aire acondicionado, ni el lavavajillas. El hombre todavía no había pisado la luna y para que llegara el tren de alta velocidad (AVE), faltaban muchos años. No se había aprobado la Declaración de Derechos Humanos, ni contaban con asistencia médica gratuita. A los relojes había que darles cuerda todos los días. El mundo ha cambiado. Se han producido avances tecnológicos, médicos y sociales. Ellos han empujado esos avances. Han pertenecido a una generación que tuvo que convivir entre periodos de guerra, donde la seguridad era lo más importante, así, su vida se orientó a encontrar la estabilidad. Quizás una característica importante en esta generación haya sido la tolerancia para aceptar las condiciones en las que crecieron, pero sin dormirse en los laureles, si no, el cambio del que hemos hablado no hubiera tenido lugar. Con los años, nuestros abuelos han ido perdiendo habilidades, tanto motrices como mentales, pero son personas importantes, fuentes de sabiduría por toda la experiencia que han adquirido en su vida. Todos ellos saben de crisis, de falta de trabajo, de pasar hambre, de vivir una guerra y, con todo, salieron adelante. Son propietarios de muchos episodios que les tuvieron al frente de los trabajos duros en el campo, en el extranjero, con la mirada puesta en sacar adelante su casa, su familia, sus hijos. Protagonistas de las páginas más importantes de la historia de ayer, hoy nos la cuentan a su forma. Sus años mozos fueron época de mucha escasez de medios y dureza en los trabajos. Sólo su tesón, coraje, fuerza y sacrificio han conseguido construir nuestra realidad, la de los que ahora somos nietos, padres e hijos y que mañana también seremos abuelos.

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a eternidad de los recuerdos

Los recuerdos son también perfumes del alma, son ambientes en tonos ocre que evocan nostalgia y gratitud, son, en definitiva, un acercamiento a nuestra realidad, a nuestra experiencia vital, a la peculiar forma de cada cual para sentir y percibir con sus sentidos el entorno inmediato..., son un estímulo a nuestra propia existencia. En mi memoria permanece inquebrantable la figura de esas personas anónimas que tanto bien han hecho a los demás, que con tanta dedicación y entrega se ofrecen generosamente por su bienestar, en el sentido más amplio del término. Estas líneas son, por tanto, un reconocimiento a los cuidadores, pacientes y abnegados, a los familiares y a quienes padecen esta enfermedad. No dejo de anhelar con nostalgia la sonrisa serena y agradecida de mi suegro, una persona humilde, sencilla y noble, que sentía necesidad de acogimiento, de un cariño especial y protector que le satisfacía, que le daba seguridad entre quienes le rodeaban y le querían. Es un recuerdo que perdura y permanece como parte integrante e indisoluble en ese espacio que se integra en lo meramente subjetivo, que estimula toda actitud ante los retos que se asumen a diario, que fue y sigue siendo modelo de conducta, de ahí que su imagen, su mensaje, perdure en el tiempo. Ese ejemplo personal ha de ser el mejor homenaje a tantas personas que viven de cerca, de una u otra forma, el Alzheimer, una muestra de agradecimiento por los mensajes de bondad y generosidad con los que a menudo nos han obsequiado o siguen haciéndolo. Quiero, asimismo, expresar mi mayor admiración a la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer “Nuestros Ángeles” por su trabajo en el proceso de estimulación y atención a los enfermos y a sus familias, mejorando su calidad de vida, por su apoyo y asesoramiento para hacer frente a la adversidad que supone padecer la enfermedad, por haber dado un paso decidido y firme que devuelva la ilusión y la esperanza a multitud de personas que atraviesan por esos momentos difíciles, convencido de que finalmente sellarán una gran carga de emotividad y de hermosos recuerdos. Vuestra presencia y vuestro trabajo es absolutamente necesario para seguir dando testimonio de una labor altruista, hermosa y esencial para alcanzar un mejor estado de bienestar comunitario. Os animo, pues, a que perseveréis en vuestra actitud y capacidad de respuesta ante el Alzheimer, a que sigáis trabajando por mejorar día a día, por implementar nuevas propuestas y métodos de trabajo, a no desfallecer ante la adversidad..., a seguir proclamando que la generosidad de las personas y su entrega a los demás es la mejor forma de hacer sociedad. Juan Pérez Guerrero ALCALDE DE LUCENA

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a enfermedad de Alzheimer constituye un largo proceso patológico durante el cual el paciente, el cuidador y el equipo sanitario que lo atiende se enfrentan a múltiples retos. El primero y quizás más importante es mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus familiares, potenciar y conservar las funciones el mayor tiempo posible y crear estrategias que ayuden al paciente a adaptar sus múltiples cambios a un medio ya de por sí cambiante para conseguir la máxima independencia del paciente el mayor tiempo posible. En la última década varios fármacos han demostrado su eficacia en el control temporal de los síntomas cognitivos, conductuales y funcionales de la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, ante la ausencia de un tratamiento curativo, se hace necesario un abordaje terapéutico interdisciplinar dirigido a reforzar las funciones cognitivas preservadas y así retrasar el deterioro cognitivo y funcional del paciente. Una intervención sistemática y estructurada que contemple la importancia del contexto socio- familiar del paciente como el caldo de cultivo en el que se forjarán sus necesidades diarias. La mayoría de los programas de estimulación cognitiva se basan en la creencia de que estimular las áreas cerebrales preservadas mediante el desarrollo de las actividades en las que estén implicadas puede frenar el declive cognitivo y funcional responsable de esa pérdida en la calidad de vida del paciente y de su cuidador. Esta creencia nace de recientes estudios que han encontrado una relación directa entre el “sedentarismo cognitivo” y el riesgo de desarrollar un cuadro demencial. Actualmente, en las consultas de deterioro cognitivo no es posible realizar programas de estimulación cognitiva individualizados. Una alternativa a la situación actual es realizar ejercicios de estimulación cognitiva dirigidos a potenciar las funciones cognitivas preservadas con ayuda de los familiares en el entorno habitual del paciente. Mejorar la habilidad del paciente en actividades específicas supone dotarlo de múltiples y necesarias herramientas, pero es el día a día, los problemas cotidianos con los que se enfrenta, son sus familiares y amigos el cemento que permite construir con esas herramientas una estructura sólida. Lo importante de estos programas no es que el paciente consiga recordar una lista de 20 palabras tras el entrenamiento, ni que sea capaz de atravesar un laberinto lápiz en mano. Lo que se persigue, lo que el enfermo de Alzheimer necesita, es disminuir su grado de dependencia, y sus familiares necesitan saber que esto es necesario y positivo, saber cómo ayudarlo a descubrir y superar nuevos retos cada día. SERVCICIO

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Ana Mª Jover y Cristina Conde NEUROLOGÍA. UNIDAD DE DEMENCIAS HOSPITAL UNIVERSITARIO REINA SOFÍA

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Introducción

Nuestros abuelos nacieron antes de que existiera la televisión, los productos congelados, las fotocopiadoras o las lentes de contacto. Entonces no había tarjetas de crédito, ni teléfonos móviles y ni hablar de ordenadores. No se había inventado aún el aire acondicionado, ni el lavavajillas. El hombre todavía no había pisado la luna y para que llegara el tren de alta velocidad (AVE), faltaban muchos años. No se había aprobado la Declaración de Derechos Humanos, ni contaban con asistencia médica gratuita. A los relojes había que darles cuerda todos los días. El mundo ha cambiado. Se han producido avances tecnológicos, médicos y sociales. Ellos han empujado esos avances. Han pertenecido a una generación que tuvo que convivir entre periodos de guerra, donde la seguridad era lo más importante, así, su vida se orientó a encontrar la estabilidad. Quizás una característica importante en esta generación haya sido la tolerancia para aceptar las condiciones en las que crecieron, pero sin dormirse en los laureles, si no, el cambio del que hemos hablado no hubiera tenido lugar. Con los años, nuestros abuelos han ido perdiendo habilidades, tanto motrices como mentales, pero son personas importantes, fuentes de sabiduría por toda la experiencia que han adquirido en su vida. Todos ellos saben de crisis, de falta de trabajo, de pasar hambre, de vivir una guerra y, con todo, salieron adelante. Son propietarios de muchos episodios que les tuvieron al frente de los trabajos duros en el campo, en el extranjero, con la mirada puesta en sacar adelante su casa, su familia, sus hijos. Protagonistas de las páginas más importantes de la historia de ayer, hoy nos la cuentan a su forma. Sus años mozos fueron época de mucha escasez de medios y dureza en los trabajos. Sólo su tesón, coraje, fuerza y sacrificio han conseguido construir nuestra realidad, la de los que ahora somos nietos, padres e hijos y que mañana también seremos abuelos.

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Cultura popular

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Josefa Borrego - 96 años Poema a la virgen de araceli

Foto: cedida por la familia

A la Virgen de Araceli gracias le tengo que dar que a mi me ha puesto buena de una grave enfermedad. Cuando yo la vi en la calle a la Virgen de Araceli con ese manto tan lindo, el trono tan ideal, el entusiasmo por ella no se puede terminar. A la Virgen de Araceli, ese precioso niño, hijo de sus entrañas, Hijo de Dios. Josefa Borrego, si yo pudiera escribir poesías a la Virgen de Araceli, con mucho gusto se las diría.

Lecturas Durante la posguerra, la lectura que consumía la población, analfabeta o semianalfabeta en su mayoría, era la conocida como literatura de cordel, que se exponía a la vista colgada en cuerdas como si de ropa tendida para secar se tratase, de ahí su nombre. Tebeos, novelas del oeste, de amor, de aventuras, fotonovelas y algunas publicaciones “picantes” y prohibidas eran las preferidas de un público que podía optar por comprarlas, cambiarlas o alquilarlas. En varios kioskos ambulantes de Lucena -“Botines” (El Coso), o “Regina” (calle El Peso)- y en otros fijos -“Juanillo” (calle Ballesteros) o Paco “el Cojo” (plaza Aguilar)- se podía encontrar este tipo de literatura junto a chucherías y pequeños juguetes para niños y tabaco suelto o en paquetes, cerillas, recargas para mecheros, etc. para jóvenes y adultos. También funcionaba el trueque de novelas y tebeos entre particulares aficionados a la lectura.

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Ascensión Padillo Guijarro - 82 años Poema a su padre Yo tenía tres añitos cuando a mi padre perdí, una muerte repentina vino por él y se tuvo que ir. ¡Ay qué pena y qué dolor! saber que no tienes papá, ni besitos, ni caricias como tienen los demás. Y más triste todavía cuando miro a la pared y lo veo allí colgado y no puedo ni besar, ni acariciar, y no saber cómo es. Cuando eres un niño, todo te queda grabado, lo guardas en tu corazón, como en un papel doblado, allí escribes tus penas, tus alegrías y afanes y no le dices a nadie el secreto que guardas, para que nadie se enfade. Cuando eres mayor y cambia tu vivir te adaptas a la vida y finges que eres feliz. Pero la pena que llevas guardada en tu corazón de ver que pasan los años y el que se fue

no volvió. Yo le pregunté al Señor ¿cuándo viene mi papá? Y el Señor me respondió Esa fue mi voluntad. Él te espera allí en el cielo lleno de felicidad. Ellos están todos juntos, todos contentos y alegres y no se acuerdan de mi, que saben que quiero verles. El cariño de mi madre nunca nos faltó. A los tres ella nos dio todo el amor que tenía en su pobre corazón, marchitado por la pena y también por el dolor, que tuvo que criar tres hijos con su propio sudor y la ayuda del Señor. Los hijos que tengan padres, que los quieran y respeten, que es el mejor regalo que Dios ha podido hacerles. Los padres dan sus vidas por nuestra felicidad, para que tengamos una vida buena y alegre, con salud, amor y mucha paz.

Foto: Gestoría Aras

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Foto: Gestoría Aras

Tradiciones populares Un zahorí afirma que puede detectar, a través del movimiento espontáneo de dispositivos simples sostenidos por sus manos -normalmente una varilla de madera o metal en forma de "Y" ó "L" o un péndulo-, la existencia de corrientes de agua o lagos subterráneos a cualquier profundidad.

Las cabañuelas (forma de pronóstico meteorológico) consisten en relacionar días concretos del mes de agosto con cada mes del año. El uno de agosto es una fecha clave conocida como la “llave del año”. Las variaciones meteorológicas a lo largo de este día darán cuenta de cómo será el año en su conjunto.

De procedencia árabe, el trovo se ha conservado en varios lugares de Andalucía. La fiesta del trovo era espontánea entre un grupo de personas reunidas durante la noche en un cortijo con motivo de algún trabajo colectivo. Los trovos son un simulacro de discusión en verso entre dos personas que se incitan mutuamente de manera improvisada, con

A los curanderos y curanderas se les atribuye el don de la curación. Hacen la labor de médicos del cuerpo y del alma, al igual que los chamanes siberianos y americanos. Utilizan métodos como oraciones, imposición de manos o hierbas medicinales y dicen curar casi todo. Suelen ser charlatanes y, revestidos de una aureola mística y teatral, no curan y a veces cobran.

rima y musicalidad. Los temas sobre los que conversan los troveros también son improvisados y pueden abarcar cualquier contenido. El trovo puede ser “cantao” o “hablao”. Algo parecido son las llamadas “saetas de santería” o “borrachunas” que se cantan en las juntas de santeros de Lucena.

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Ana Casado - 85 años - Romance de los hermanos Eran dos hermanos huérfanos, criados en Barcelona. El niño se llama Enrique, la niña se llama Lola. El niño, ya mayorcito, se marchó al extranjero. Pasando barcos y mares se ha hecho un gran caballero. Lola lleva llorando noche y día por su hermano. A la Virgen del Pilar reza para encontrarlo. Pasó un caballero un día y de Lola se enamoró. “Lola, ¿aceptas el casamiento para no estar en el mundo sola?”. Estando un día en la mesa, le dice Lola a su marido: “Nos vamos para La Habana, que tengo un hermano perdido”. “Lola, tu gusto es el mío”. Para La Habana marcharon. Alquilan una habitación. En la Plaza del Mercado buscan por calles y plazas. Era imposible encontrarlo. Pasó un caballero un día y a Lola le preguntó: “Dime si te llamas Lola”. “Lola me llamo, señor”. “Toma este puñal abierto, mátame sin compasión. Que soy tu hermano e iba a ser un criminal. Toma este puñal abierto y me das tres puñalás”. Allí fueron los abrazos. Allí fueron los suspiros. Allí fueron encontrados los dos hermanos perdidos. Foto: cedida por la familia

Foto: cedida por la familia

Foto: Gestoría Aras

Foto: Gestoría Aras

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Rosario Chicano - 82 años Refranes de los meses

Foto: cedida por la familia

Enero: Seco y helaero. Febrero: Busca la sombra el perro y el buey el aguacero. Marzo: La veleta, ni dos horas está quieta. Abril: Si bueno al principio, malo al fin. Mayo: Hortelano, mucha paja y poco grano. Junio: La hoz en puño. Julio: La carreta y el ubio. Agosto: Frío en rostro. Septiembre: Quien tenga trigo que siembre. Octubre: El campo de hoja se cubre. Noviembre: Corre en el campo la liebre. Diciembre: La tierra duerme.

El “corte”

La ropa era un gasto importante y muchas familias no disponían de dinero suficiente para renovar el vestuario. Tampoco había tantas tiendas de moda como hoy y los precios eran muchas veces inaccesibles. La ropa se arreglaba cuando se deterioraba o se adaptaba para ser reutilizada por otras personas de la familia. Las jóvenes acudían a casas particulares o a tiendas de máquinas de coser donde una costurera experta les enseñaba a manejar los instrumentos de costura y a confeccionar ropa. Entre figurines, papel de seda, jaboncillo azul para marcar,

maniquíes, alfileres, agujas, tijeras e hilo aprendían una profesión que la mayoría de las veces se ejercía en el ámbito familiar y del vecindario. Eran tiempos de “Ama Rosa”, “Matilde, Perico y Periquín” o los “Discos dedicados y solicitados” de Radio Atalaya que solían acompañar a las aprendizas de modista durante las horas de aprendizaje en las improvisadas academias. Otras actividades relacionadas con los ajuares y la ropa de hogar eran el bordado, el punto y el croché que se practicaban en casi todos los hogares.

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Josefina Espinar Calzado - Adivinanzas Vengo de padres cantores y yo soy cantor. Tengo mi vestido blanco Y amarillo el corazón. (el huevo)

En el campo me crié, solita y avergonzada, me alzaron los harapos, a ver si estaba preñada. (la lechuga)

Tan pequeño como un ratón y guarda la casa como un león. (la llave)

Oro parece y plata no es. Quien no lo acierte, tonto es. (el plátano) Y lo es, y lo es, y lo es, y no lo aciertas en un mes. (el hilo)

En el campo me crié Foto: cedida por la familia atada con verdes lazos. Fui al campo y corté un bastón. Aquél que llora por mí Cortarlo pude y rajarlo, no. me está partiendo a pedazos. (el pelo) (la cebolla)

Teresa Bujalance Cien bolondrillos un bolondrón un saca y mete y un quita y pon. (la tinaja)

Escucha (al) a el enamorado si es secreto y entendido ahí lleva el nombre de la dama y el color de un vestido. (Elena, morado)

Foto: AFA Nuestros Ángeles

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Vi sentada en un balcón una tierna y dulce dama. Lee el primer renglón y sabrás como se llama. (Vicenta)


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Josefa Espinar Calzado

Josefa Espinar Calzado

Trabalenguas

Piropo

Pedro Pérez Pinto pintó preciosos paisajes para personas prudentes por bajo precio.

Del mar me gusta la arena. Del cielo su color azul. De las naciones me gusta España. De España me gustas tú.

Ascensión Padillo Guijarro - 82 años Dichos populares La salud y la libertad son prendas de gran valía, que nadie reconoce hasta que las tiene perdidas. Los ojitos de tu cara me tienen trastornado y mira si te quiero bien que te llevo en mi corazón guardado. Échate a dormir y luego serás feliz y haz bien y no mires a quién y del mal guárdate. Si te piden “una limosna, por Dios”, no digas “perdona, no tengo nada que darte”, porque tienes corazón y a la persona que pide por necesidad, una mirada de cariño, unas palabras con amor, todo eso le das. Como vi quien eras, quise que tuvieras, y te he dejado venir con un cabito de cera. Él contestó: como vi que no eras, pensé que no tuvieras y te he dejado venir con una espuerta terrera.

Fotos: Gestoría Aras

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Juegos de aceituneros Fernando Luna - 72 años

Pingané

Zumillo Cogemos un palo y lo hundimos en la tierra hasta que casi no se vea. Los participantes en el juego intentan sacarlo con los dientes, ganando quien consiga hacerlo.

Se colocan dos piedras en el suelo y, sobre ellas, un palo cruzado. Los participantes en el juego van pasando de uno en uno y, con una vara, golpean con fuerza el palo hasta conseguir que suba. Gana quien logra subir el palo a más altura.

Juegos La regaña se practicaba con una piedra plana sobre una cuadrícula pintada con tiza o cal en el suelo. Se echaba la piedra en el primer cuadrado y se iba desplazando con el pie de cuadro en cuadro hasta el último, manteniendo el otro pie sin pisar el suelo. La piedra debía caer en cada cuadrado sin salirse del mismo y sin pisar las rayas.

Foto: Todocoleccion

Para el juego de la soga, se trazaba una línea divisoria en el suelo y en la mitad de la soga se ataba un pañuelo. En los extremos se ponían dos equipos con igual número de jugadores tensando la soga y colocando el pañuelo justo sobre la línea divisoria. A una señal, los jugadores tiraban de la cuerda hacia su lado y ganaba el equipo que arrastraba al otro equipo a su lado de la línea.

Foto: Todocoleccion

En el baile de la escoba, las parejas se van pasando una escoba de unas a otras. Una persona que no ve el baile (puede llevar los ojos vendados) corta la canción en un momento determinado y queda eliminada la pareja que tenía la escoba. Se sigue repitiendo hasta que sólo queda una pareja bailando. Foto: Gestoría Aras

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Josefa Borrego - 96 Años Oración para la 1ª comunión

Foto: cedida por la familia

En la casa de Dios entro para ir a comulgar. Voy en busca de mi Dios. No lo puedo encontrar. Voy a la puerta del Templo y lo veo en el altar. Le digo “Divino Cordero, Divino Galán.

Dame sangre de tu cuerpo para ir a comulgar. Que quede mi alma pura y salva como el día en que nací.”

Carmen Gámez Felicitaciones entre amigos Con la mano te lo escribo, recíbelo con el alma, guárdalo en tu corazón para que nunca me olvides.

Eres lo que yo más quiero. Eres lo más hermoso de la tierra. Contéstame si me quieres, te lo ruego, si no quieres que me muera.

Canciones para juegos El juego de la comba, cuando se jugaba en grupo, iba acompañado de canciones que marcaban el ritmo de quienes manejaban la cuerda y de quienes saltaban. Colección Una, dos, pimiento morrón, que pica, que rabia, que toca la guitarra, y empieza la colección: colección 1, colección 2, colección 3, colección 4, colección 5, colección 6, El cocherito leré, colección 7, me dijo anoche leré, colección 8, que si quería leré, montar en coche leré. colección 9, colección 10, Y yo le dije leré, colección 11, con gran salero leré, no quiero el coche leré, colección 12, pisotón y empieza la colección. que me mareo leré. Al pasar la barca, me dijo el barquero: las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita, ni lo quiero ser, que si eres bonita te echas a perder.

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Tengo una muñeca vestida de azul con su camisita y su canesú. La saqué a paseo se me constipó la tengo en la cama con mucho dolor. Esta mañanita me dijo el doctor, que le dé jarabe con un tenedor. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis, y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos, amiguita mía te saludo yo.


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Entrevistas 27


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Ángeles Ballesteros - 74 años Ángeles, conocida por todos como Angelita, nació en Granada, pero las “cosas del amor”, la trajeron a Lucena (y ella siente que ya es una “lucentina más”). Siendo muy pequeña perdió a sus padres y fue adoptada por unos tíos que le proporcionaron amor y cariño y “una esmerada educación”, según nos cuenta. Es Diplomada en Magisterio y estudió piano, instrumento que domina perfectamente. P.- Angelita, ¿cómo conociste a tu marido? R.- Se llamaba Cristóbal. Lo conocí cuando yo tenía 18 años, en el hotel que regentaban mis padres adoptivos, allí en Granada. P.- Antes, los noviazgos eran largos. Nos pica un poco la curiosidad y nos gustaría saber cómo fue el tuyo. R.- Cristóbal era farmacéutico. Iba a Granada con frecuencia para asistir a congresos y prácticas. Era mayor que yo 15 años. Se enamoró de mí y nos hicimos novios. A mis padres no les hacía gracia la relación por la diferencia de edad. Mi noviazgo duró tres años. P.- No es mucho tiempo, para lo que se estilaba (risas). Finalmente tus padres

aceptaron la relación, ¿verdad? R.- Pues sí. Después de tres años de novios, nos casamos en la Iglesia de la Virgen de las Angustias de Granada. Lo celebramos en el hotel que regentaban mis padres, todo adornado y con música, precioso. Asistió toda la familia de Lucena y de Granada. P.- Imagino que tu vida dio un giro de 360 grados. R.- Claro que sí. Nos vinimos a vivir aquí, a Lucena. Mi marido estaba delicado de salud. Fuimos padres de tres hijos estupendos: Pilar, José Alejandro y Miguel Ángel. Pero, ¡ay!, quedé viuda tras 15 años de matrimonio, con 36 años; me quedé sola y con los tres niños. Pero no me arrepiento de nada. Esos 15 años han sido los más felices de mi vida (fueron muy felices) por el gran amor que nos teníamos. Tengo seis nietos que son maravillosos. P.- Gracias Angelita por abrir un poquito tu corazón contándonos parte de tu vida. R.- Gracias a vosotras, que sois todas maravillosas. Angelita rehizo su vida, hace años, con José. Ambos viven en Lucena.

Fotos: cedidas por la familia

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José Santiago López - 85 años

José ha sido fotógrafo y creció en Granada, pero reside en Lucena. P.- ¿Cómo fueron sus comienzos en el mundo de la fotografía? R.- Mi hermano mayor se dedicaba a la fotografía y él fue mi maestro. Con 17 años empecé a trabajar con él. Hacíamos fotografías escolares, hablábamos con el director del centro y se acordaba que del beneficio de las fotografías, una parte era para el colegio, a beneficio de la educación de los niños. P.- Imagino que los colegios no eran del mismo municipio donde residía, ¿cómo se desplazaban entonces?. R.- Al principio íbamos en bicicleta. Luego compramos un biscúter, eran los años 50. Así hasta que pudimos comprar un coche de segunda mano y eso lo hicimos aquí en Lucena, a “Serranito”. Empezamos trabajando en pueblos cercanos que ya conocíamos. Entonces vivíamos en Granada, aunque yo nací en Jaén. Trabajábamos desde Madrid hasta Andalucía, pasando por Extremadura. P.- Por lo que nos cuenta, ha recorrido muchos pueblos y ciudades y seguro que conoció a muchas personas. R.- Muchísimos lugares y personas se han cruzado en mi trabajo. P.- ¿Qué cámaras utilizaba y cómo ha evolucionado el material fotográfico?. R.- Mi primera cámara fotográfica fue una “Leica”, con enfoque manual. Las fotografías las revelábamos en casa,

en una habitación oscura con luz roja, donde teníamos las cubetas con los líquidos para el revelado. Las fotografías eran en blanco y negro. En Chirivel, de la provincia de Almería, comenzamos con las fotografías en color. Al principio entregábamos 3 copias de tamaño 6x9 y más tarde de 13x18. Ya en los últimos años entregábamos unos lotes que se componían de 8 fotos tamaño carné, 2 fotografías de tamaño 13x18 y una de 20x25. P.- En toda su trayectoria profesional, ¿ha tenido estudio propio? R.- Pues la verdad es que no, revelábamos en casa por la tarde y noche, si regresábamos de trabajo ese mismo día. P.- ¿Alguna vez usted y su hermano han tenido ayudantes? R.- Empezamos solos y terminamos con cinco equipos completos compuestos por dos personas cada uno. Eran auténticos equipos ambulantes, con furgonetas, focos y todo lo necesario. P.- ¿Cuántos años ha dedicado a su trabajo? R.- Me retiré a la edad de 82 años, viajando por los pueblos de Sevilla junto a mi mujer, Angelita, que me ha ayudado en los últimos años. Hacíamos alrededor de 200 fotos diarias. En total hemos realizado casi 1.000.000 de copias. He dejado a mi sobrino la herencia de la fotografía, es el único de toda la familia al que le ha gustado. P.- ¿Qué le parecen los fotógrafos actuales? R.- Hoy, más que por vocación, puede ser fotógrafo cualquiera que se lo proponga, ayudándose de las nuevas tecnologías, pero reconozco que hoy se hacen auténticas maravillas con el manejo de las máquinas. Ya se ha perdido el trabajo manual que era lo verdaderamente artesano. Yo estoy muy satisfecho con el trabajo que he realizado.

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Carmen Navarro - 91 años Carmen, conocida como “Carmen la pescaera”, ha sido una mujer muy trabajadora. Simpática y alegre, siempre con buen humor, carácter que le ha ayudado a superar las adversidades de la vida. Quien responde a nuestras preguntas es su hija Antoñita. Con las vivencias que nos cuenta, formamos el perfil de Carmen. P.- Antoñita, tu madre ha tenido un puesto de pescado en la Plaza de Abastos, ¿cómo empezó a vender pescado? R.- Ella empezó trabajando en las tareas del campo y también cosía para la calle. Conoció a mi padre, Eduardo Jiménez, que era de familia de pescaderos, y se hicieron novios. Cuando se casaron, ella empezó a trabajar en un puesto de pescado de la plaza, sin previa experiencia, pero todo se aprende. P.- ¿Cómo se abastecía el puesto para la venta? R.- El pescado llegaba a Lucena en

tren. Mi padre se levantaba muy temprano e iba a la estación que entonces había. Allí, se exponían todas las cajas de tablas con el pescado que llegaba. Las cajas se señalaban con un símbolo a tiza. Esa marca identificaba a cada comprador, era como los códigos de barras de hoy. P.- Podemos decir que la “lonja” era la antigua estación, ¿verdad? R.- Pues sí. De allí salía mi padre con el pescado que había seleccionado para el puesto. Mi madre iba preparándolo todo para colocarlo bien presentado. Además, preparaba los periódicos para hacer los cartuchos donde se ponía el pescado de los clientes. En Lucena había dos fábricas de hielo, una en la calle Mesoncillo y otra en la calle El Peso que era de la familia Barea. Se vendía en barras grandes. Mi padre llevaba el hielo al puesto y lo partía con un mazo grande de madera, para que se hicieran trozos pequeños.

Foto: cedida por la familia

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P.- ¿El pescado se vendía envuelto en papel de periódico? R.- Claro, era lo que había antes, además, con el agravante de que no era tan fácil encontrar papel de periódico. Algunas veces, mi madre iba al Casino para recoger el Luceria o ABC, que eran las publicaciones más habituales por aquí. P.- El pescado ¿llegaba a Lucena todos los días? R.- No, que va, no era como ahora. P.- ¿Qué hacía Carmen con el pescado que no vendía? R.- Antes no había cámaras frigoríficas para poder conservarlo, así que con el hielo que compraba mi padre, mi madre cubría muy bien el pescado que quedaba sin vender, con un poquito de sal, con el fin de que se conservara en las mejores condiciones posibles para el día siguiente. P.- ¿Cómo era Carmen despachando? R.- Mi madre no sabe leer ni escribir, pero se las apañó muy bien para hacer las cuentas de las ventas, no se equivocaba en una peseta. Era muy cam-

pechana con la gente y muy graciosa. Ella pregonaba lo que tenía para que la gente se acercara al puesto a comprar. Una cosa que pregonaba mucho era: “Llevarse sardinas que ahorran aceite y apagan la carbonada”. Ha sido y es una mujer muy dinámica y muy valiente. Se quedó viuda joven y fue capaz de llevar el negocio adelante, hasta que se jubiló. P.- Antoñi, gracias por habernos dado la oportunidad de conocer a Carmen. R.- Gracias a vosotras.

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Foto: Cedida por la familia


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José Mª Gómez Rueda - 82 años

Conocido en lucena como Pepe “el de la Malagueña”, es un hombre simpático y de carácter abierto, de trato fácil y cercano. P.- Pepe ¿cuál ha sido tu profesión? R.- Toda la vida en el comercio. He sido comerciante de tejidos y confecciones. P.- ¿A qué colegio fuiste? R.- Estudié en Los Maristas, hace muchos años (risas). Era muy buen estudiante, muy aplicado. P.- ¿Cuándo empezaste a trabajar, Pepe? R.- Mi padre Antonio Gómez, tenía la tienda “Tejidos la Malagueña”. Cuando murió, mis hermanos, Paco y Antonio y yo, nos hicimos cargo del negocio. Yo tenía 21 años. P.- ¿Qué telas eran las más vendidas en ese tiempo? R.- Para hacer sábanas se vendía muchísimo. Vendíamos también pantalones de trabajo y monos, telas de algodón que eran bastante recias. Para el

trabajo se vendía tela “chester”. Eso se lavaba y se ponía más bonita todavía. Se vendía a 3 pesetas y a 3´50 pesetas el metro, fíjate. P.- Vaya, Pepe, eso ya no se encuentra (risas). Imagino que con el paso del tiempo, ampliaríais el género en el comercio, ¿no? R.- Pues sí, empezamos a traer sábanas hechas, juegos de toallas, tela de percal para vestidos, y tejidos para hacerse trajes de gitana. Mi padre iba por el género a Barcelona y traía tejidos muy buenos como la muselina o el algodón, también comenzamos a vender ropa interior. Poco a poco nos fuimos adaptando a las modas. P.- ¿Muchos años en la tienda? R.- Uf, he estado en la tienda casi 50 años. P.- Pepe, sabemos que estás casado con Carmen, ¿cómo os conocisteis? R.- (Risas). Fue en una feria, la de Los Llanos. Fui con unos amigos. Nos conocimos y me enamoré (risas). Después de ese día fui muchos más, hasta que nos casamos. Tenemos dos hijas. Yo la quiero mucho. P.- Gracias, Pepe, por habernos dedicado este ratito. R.- De nada. Ya sabéis donde estoy para lo que os haga falta.

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Recuerdos La primera mitad del siglo XX, en la que nacieron nuestros abuelos, estuvo salpicada de protestas sociales y cambios políticos (la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la II República). Constantes protestas de la ciudadanía pidiendo mejoras sociales. Todos esos acontecimientos desembocaron en una Guerra Civil que terminó con el comienzo de una dictadura, que duró casi 40 años y que marcó profundamente a varias generaciones. En ese largo periodo, se paralizaron los tenues intentos de mejoras sociales y modernización del país que se habían llevado a cabo durante la República. A la guerra siguieron años de hambre y penuria, que la

sociedad española superó con coraje, fuerza y sacrificio. Muchos de nuestros abuelos apenas tuvieron infancia, teniendo que trabajar en tareas duras desde niños. Buscando seguridad y cierto bienestar, muchos emigraron desde los comienzos de los años 50 hasta bien entrados los 70, unos al extranjero y otros dentro de nuestro país a otras provincias más industrializadas. Eso suponía cierto desarraigo de la familia y costumbres. La mayoría ha retornado a sus raíces, encontrando un pueblo, ciudad y país mejor. También vivieron momentos agradables y, a su manera, nos los cuentan. Aquí os mostramos parte de sus vidas, tal como las recuerdan.

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Paquita Delgado Sánchez - 62 años le llegaba casi a la cintura, con sus ojos azules y con la inocencia de una niña de catorce años, yo apenas tenía dieciséis. La había visto muchas veces en la academia donde estudiábamos, siempre con su hermana y con su amiga, pero nunca me había fijado en ella, formaban un trío que siempre estaban riendo y al que llamábamos “Las tres gracias” No se me olvidan las noches que dormí oliendo su pañuelo que colocaba bajo la almohada. El pañuelo que me dejó, y nuca le devolví, para secarme el sudor cuando santeaba, aquel Jueves Santo, a Nuestro Padre Jesús de la Humildad de Rute. Cierro los ojos y sigo oliéndolo. Añoro aquellos días en que íbamos al cine, ella entraba primero pues lo hacía gratis, después entraba yo, éramos estudiantes y de familia humilde. Cuando apagaban la luz, nos cogíamos de la mano, los primeros besos. Me piden que escriba algunas anécdotas de mi esposa Paquita. Me pongo a pensar y no encuentro nada especial, nada en su vida, que sobresalga especialmente. Paquita ha sido y es una mujer nada fuera de lo normal, siempre preocupada por su familia, por su trabajo, por las tareas de la casa… Una mujer dulce, tranquila, amable, generosa, que transmite paz y serenidad a cuantos le rodean. Así es que, después de repasar nuestra vida en común, me decido por escribir algunos retazos de nuestra vida, algunos momentos que, a mi entender, puedan dar una idea de cómo es Paquita, al mismo tiempo que intentar expresar cuanto amor y ternura siento por ella. Recuerdo aquella mañana de abril en que, a través de los cristales de una ventana del colegio, la miré por primera vez, estaba allí junto al quiosco, delgada, alta y con su pelo rubio y largo que

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Aún tengo presente aquellos bailes de la tarde-noche de los sábados en el Club Juvenil, agarrados y mejilla con mejilla escuchábamos y le cantaba al oído las letras de aquellas lentas y maravillosas canciones: Ansiedad de Nat King Cole “Ansiedad de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor…”, Aline de Adamo ” Ayer dibujé sobre la arena tu imagen bella y la contemplé…”, Ma vie de Alain Barriere “ Mi vida, he vivido hermosos días y vuelvo siempre. Mi vida, creo demasiado en el amor…” Que apuros aquella noche en que se presentaron sus padres para ver que ambiente había allí y qué hacía su niña. Nunca más volvieron, allí había muy buen ambiente, se bailaba con la luz encendida, eran otros tiempos. Vuelvo a revivir el día de nuestra boda, estaba guapísima y la felicidad irradiaba de su cara. No se me borra de la memoria cuando me dejaron entrar en la habitación del hospital después de haber dado a luz a nuestro primer hijo. Lo mantenía en brazos y a pesar de estar recién parida, cuanta alegría, felicidad y ternura la embargaban. La veo en el Colegio rodeada de sus alumnos a los que tanto quería y trataba con cariño, en el patio vigilando el recreo, en la sala de profesores charlando con los compañeros, en la casa rodeada de cuadernos y libros, para corregir y

preparar las clases. Están presentes los días de vacaciones en los camping con la tienda de campaña cuando no teníamos hijos, cuando llegaron, el convert y la roulot. Las tardes de invierno que Paquita dedicaba al croché y a hacer punto, aún conservamos las colchas, los pañitos… y algunos jerseys en el arca. Los fines de semana en la cocina preparando la comida para sus hijos que estudiaban en la universidad de Córdoba, los ratos de copitas con los amigos, las comidas con la familia y amigos de Rute... Recientemente con sus nietos en los brazos y con su dulce sonrisa decirles lo bonitos que son y cuanto los quiere. Ahora mientras escribo, sentada en su sillón, junto a mí en el salón de la casa, escuchando flamenco que tanto le gusta y haciendo palmas cuando suenan bulerías , alegrías, colombianas o unas alegres sevillanas. Yo mientras tanto aquí, en esta oscura y vieja estación de tren, viendo como se aleja lentamente la negra y humeante máquina arrastrando el vagón en el que ella viaja. De pie, diciéndole adiós, contemplo como el vapor de su chimenea y la distancia hacen que se difumine cada vez más su imagen asomada a la ventanilla y que ya apenas es reconocible. ¡Pero yo sigo aquí, firme, de pie y con la mano en alto diciéndole adiós!

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Carmen Baena Amador - Geranios y claveles Carmen Baena Amador nació el 20 de mayo de 1920. Vivía Carmen entre geranios y claveles, con aromas de jardín. Entre lutos y falta de sonrisa. Pariendo siete hijos. Agradecida y amable siempre. De ojos negros y piel canela, entre la luz de la casa se movía lenta, pero segura. Los acreedores se deslizaban por allí, tanto como la falta de garbanzos. Enamorada de su amor ante todo y del jamón de hueso. En su patio una palmera rodeada de macetas, como en muchas casas de Lucena. Y con miles de flores a su alrededor. Parecía que los árabes acababan de marcharse. Pero sin dátiles Era la costumbre de la zona. Le gustaba coser y hacer punto, sin olvidar su plancha de carbón.

La soledad se apoderó de ella. Sin surcos en las ojeras abrazando el silencio, esperando la paz. La quiero en todas sus etapas. Siempre le regalaba besos, pero su timidez no la deja estar segura ante el arrebato del cariño. Gustadora de la copla y el flamenco, aunque nunca la vi cantar, hasta que cantamos juntos. Siempre fue poco callejera, guardando su mundo interior. Hasta que un día me confesó que a ella también le gustaban las noches de amor; a pesar de que el miedo no la dejaba repleta. Dios quiso muchas cosas que quizá alguna vez ella no quiso. Pero esperaba en silencio. Nunca fue mujer de dinero, pero si de un solo hombre. La amaron los hombres, también en su vejez. Foto: Fragmento de “Cuarterto del abuelo”, Rafael Aguilera.

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Foto: Fragmento de “Cuarterto del abuelo”, Rafael Aguilera.

Yo la animaba, se reía y se ponía roja. Aunque los tiempos cambian, ella adora siempre a sus hijos. Debe saber que los tiene ¿o no? Ya no sabe contarlos. Ni si estamos en Lucena o no. La tarde va cerrando su luz como se cerró el manantial de la maternidad. Nunca pidió un beso, aunque se le regalan como racimos de uvas. Con su carita lavada y sus polvos de maderas de Oriente, los labios pintados de rosa, su color preferido. Sus ojos, ¡Ay sus ojos, de azul y negro! Como buena andaluza y sin que nos diéramos cuenta, su abéñula negra para las cejas que iban blanqueando. Coqueta discretísima. Jamás salía a la calle sin arreglarse. Pareciéndose siempre a Carmelita Baena, como su padre la llamaba. Y así la llamo yo. Cuando llego me abre su mirada y

sonríe permaneciendo en silencio otra vez más. Para ella siempre seré Rafalito Baena, de Casatejada. Sigue la tarde, sonriendo. Aunque queda un lucero, contemplando cómo la mariposa va apoyándose en el dolor de vivir. Ella es mi madre…

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Lucena 27 de diciembre de 2011 Rafael Aguilera Baena

Foto: Gestoría Aras


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Isabelita García “Pita” - ¡Qué dulce es mi madre!

Foto: cedida por la familia

Mi madre es muy dulce, tan dulce es, que con sus dulces nos ha endulzado la vida. Ha hecho siempre dulces, para cada época del año. Empezaba el otoño, en septiembre con las primeras uvas las endulzaba con aguardiente y hacía guindas, para cuando nos dolía la barriga. Llegaban los membrillos y las batatas. Hacía una rica carne de membrillo, de una manera artesanal, cociendo los membrillos, pasándolos y la misma cantidad de azúcar, al fuego y mezclar y mezclar, y ya está la rica carne de membrillo. Las batatas endulzadas, en agua, azúcar y canela, fresquitas que ricas que están. Y las compotas de membrillo. Para los santos hacía las gachas: de café y coscorrones. Las de café con su café de pucherillo, su harina y clavos de comer. Cuando están hechas se adornan con nueces. Las de coscorrones con harina y trocitos de pan frito. A comer que buenas que están. Justo después ya empezaba a oler a Navidad: se hacen las tortillas de pascua con harina y manteca de cerdo y las ricas roscas de aguardiente con su carete

blanco, que buenas… Durante el invierno, naranjas hay que comer, cortadas a rodajas con azúcar y canela por encima, que muchas vitaminas dan. Y para merendar pan tostado con aceite y zumito de naranja y azúcar. Empieza la cuaresma, se acerca Semana Santa, magdalenas, pestiños y roscos fritos. Empezamos a hacer moldes con papel de barba. Magdalenas caseras al peso, unas con azúcar por encima y otras endulzadas. Los pestiños unos grandes y otros de bocadito, azucarados y endulzados con su punto de agua, azúcar y canela y las ricas rosquitas fritas, ya podemos empezar a comer. En primavera, buñuelos con chocolate y algunas veces hasta churritos nos hacía. Y para desayunar sopaipas con chocolate. Y al llegar el verano con el calorcito, nos hacía ricos postres fresquitos: arroz con leche, natillas con sus bizcochos y ricos flanes con su caramelo tostado. En todas las estaciones nos tenía endulzadas y ahora nos endulza con su sonrisa y dulzura.

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Isabel García Ruiz - 81 años - Peña amigos de los magos Araceli, hija de “Pita”, como todos conocen a Isabel, cuenta el nacimiento de la Peña, rindiendo así un homenaje a las esposas de los creadores de la Peña que, en la sombra, apoyaron a sus maridos, ayudaron y colaboraron para que hoy día podamos disfrutar de una gran Cabalgata de Reyes. En la década de los 60 del siglo pasado, un grupo de amigos se reunió ante la Virgen de Araceli, en su santuario, con la decisión de crear la “Peña Amigos de los Magos”. Isabelita colaboró ayudando a su marido, Juanito Martín, para que el proyecto que se estaba forjando saliera adelante. Ella esperaba a que su marido llegase de buscar bandas de música, vender lotería, buscar incluso camellos para la cabalgata, o pasar más de un susto como cuando se cayó de un camello. Lo esperaba con la cena caliente, le tenía preparadas sus zapatillas y le daba ánimos para continuar con esta labor maravillosa. Algunas veces hacía de anfitriona y guía de las esposas y familiares de los señores que hacían de Reyes Magos: los recibía en casa, los agasajaba con algún refrigerio, les enseñaba Lucena y luego los llevaba a ver la cabalgata. Cuando terminaba la cabalgata, comenzaba el trabajo para ella en casa con la llegada de las ropas de los Reyes y los pajes. En los comienzos de la cabalgata, los trajes se utilizaban de un año para otro, únicamente se hacían los arreglos pertinentes. Pita se encargaba de limpiar las capas, primero las aireaba durante varios días, luego las limpiaba con gasolina y disolvente y finalmente las planchaba. Lavaba los trajes de los Reyes y los pajes, los planchaba y los dejaba preparados para el año siguiente, organizaba las pelucas y los complementos: coro-

nas, collares… Cuando todo estaba listo, lo guardaba en unos baúles donde permanecían hasta el año siguiente. Pita siempre ha vivido el día de Reyes con la misma ilusión de un niño y le encantaba asomarse al balcón y ver pasar la cabalgata, llamar a los Reyes y pedirles caramelos. Esta historia es un homenaje a Isabelita y a todas las mujeres de su generación que, desde la sombra, en sus hogares, han realizado una gran labor en distintas facetas. Gracias Pita por haber ayudado a que hoy tengamos esta gran Cabalgata de Reyes Magos.

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Fotos: cedidas por la familia


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Juan Parejo Pineda - El tiempo se quedo sin memoria

Poco más de un año tendría el niño que orgullosamente presentan en sus brazos, la joven pareja que formaban Rafael de 26 años y Mª Sampedro de 25, en un día grande para ellos al final de la década de los años cuarenta. Década difícil, triste y tremenda de hambre y carencias de todo tipo. Él, Rafael, obrero agrícola, trabajador de sol a sol y buscavidas en trabajos múltiples para llevar el jomal de cada día a su hogar. Profesionalmente ejerció en las manceras del arado donde era un consumado especialista. Ella María Sampedro de oficio sus labores, ayudaba en las tareas de recolección además, de llevar su casa en un hogar donde además de su familia íntima, contaba con tres cuñados y el abuelo, a los que había que atender desde el lavado, planchado y costura hasta, la preparación del menú de cada día, cosa

bastante difícil en aquellos tiempos escasos, donde no existía ni el frigorífico ni la lavadora, ni las cocinas eléctricas, y se fregaba de rodillas sobre el empedrado pavimento. Allí estaban en el estudio de Velasco, el más glamunoso de aquellos tiempos, después de ser padrinos de tío Cristóbal y tía María que se habían casado con el esplendor acostumbrado. Ella con un vestido negro y clásica mantilla española donde lucían sus espléndidos ojos, de esmeralda, de verde noche. Él igualmente de negro, traje y chaleco, camisa blanca y corbata oscura, en la mano porta el cigarrillo (como se ve, en aquellos tiempos no había prohibiciones). El niño tiene el cuerpo inclinado hacia su madre que obedeciendo a la señal del fotógrafo termina mirando al objetivo. Toda una escena costumbrista congelada en el tiempo de un pasado inolvidable. El tiempo pasó y aquel matrimonio que tuvo otro hijo vivió feliz en el trabajo y hay que decir que Mª Sampedro vivió las bodas de sus tres cuñados y finalmente la boda del abuelo que también se casó cuando logró que todos sus hijos formaran un hogar y después de treinta años de viudez. En el trabajo duro del hogar, y en la ilusión para salir adelante, se puede decir que “Sampedrito” como cariñosamente la llamaban, llego a ser la madre de todos. Fueron transcurriendo las décadas y los años y aquel grupo familiar, aquella casa grande compuesta por ocho elementos, sólo se quedó en dos, Rafael y Mª Sampedro que vivían felices su jubilación con el encanto de sus nietos que correteaban por aquel patio de macetas de pelistras de geranios y albahaca, tan entrañable bajo la sombra del limonero lunero que anunciaba cada año el sabor de la primavera.

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Poco duró sin embargo el tiempo del sosiego, pues una enfermedad terrible y misteriosa, sin terapia y traicionera entró en la vida de Sampedrito. Detuvo el reloj de su tiempo y se llevó su memoria. Sus inmensos ojos verdes se tornaron tristes y ausentes. Su sonrisa de bohemia perdió su brillo cristalino y su voz dejo de sonar para transmitir al menos su amargura. Para Rafael fue una tragedia imposible, nunca comprendió las secuelas y mucho menos la ausencia de medicinas que curaran aquel mal que sufría su compañera del alma. Once años duró la incidencia de la enfermedad en los que la vida se fue apagando tras simplificar el tiempo, la mecánica vital de la enferma. Él, Rafael a su lado, no la dejó ni un

momento siempre acompañando los silencios de ella. El Padre Etemo se la llevó la cielo de los elegidos. Allí ante la imagen de santos y especialmente de su preferido San Antonio. Rafael se quedó solo, con sus hijos y sus nietos pero con la nostalgia de su compañera. Dos meses después lleno de melancolía se murió de pena. Allí quedó su mesa y las dos sillas que los dos habían ocupado durante las largas horas de espera sin conversación que durante once años los había tiranizado la terrible enfermedad de Alzheimer. Con ese sabor de madre y esa forma de querer mi madre para mí fue tan buena y tan respetable que nunca la olvidaré.

Pesos y medidas En el comercio, los instrumentos para pesar y medir son fundamentales y han ido evolucionando paralelamente a la sociedad. Nuestros abue-

los utilizaron los diferentes modelos que iban saliendo al mercado en función de sus necesidades y de las posibilidades para adquirirlos.

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Carmen Hurtado - 86 años - Mi primera comunión Carmen nos cuenta cómo fue su Primera Comunión: “Mis padres se llamaban Antonia y Francisco. Trabajaban en el campo para poder sacar adelante a mis tres hermanos y a mí. Después de la guerra, la situación no era muy buena, se pasaba mucho. Cuando llegó el momento de hacer la Comunión, mis padres no podían comprarme la tela para el vestido. Pero, encontramos la solución. Mi madre me lavó muy bien el mejor vestido que yo tenía, lo planchó y quedó estupendo. Me peinó y me puso bien guapa. Lo poco que estudié fue en el colegio que había en La Calzada. Con mis compañeras del colegio hice la Primera

Comunión en la Iglesia de San Juan de Dios. Después me fui a casa con mis padres y hermanos. Eso era lo que había antes, que vamos a hacer. Pero lo pasé bien dentro de lo que cabe.”

Foto: cedida por la familia

Francisca Toro - 80 años - Siempre me han gustado los caballos

Me gustan mucho los caballos. A lo mejor es porque me crié en un cortijo que pertenecía al término municipal de Rute. Allí mi padre tenía vacas, toros, gallinas, conejos, cerdos y caballos. Soy la penúltima de ocho hermanos. No me daban ningún miedo los toros ni los caballos y siempre que podía, los llamaba por su nombre y, cuando se acercaban, me subía en ellos, les daba

con una vara y trotaban y daban saltos conmigo encima. Los hombres que trabajaban con mi padre, cuando me veían, le avisaban diciendo: “A esa niña te la matan los caballos”. Me gustaba trotar con los caballos y los mulos. Trabajaba con mi padre y hermanos en el campo: en invierno cogíamos la aceituna de nuestros olivos, en primavera escardábamos y en verano segábamos y trillábamos en la era con los mulos. También me gusta cantar. Mi padre también cantaba y de escucharlo aprendí. Me gusta cantar fandangos como este por ejemplo:

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El fandanguillo de Huelva Nadie lo sabe cantar Lo cantan los marineros Cuando van por alta mar.


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Carmen Buendía García - 84 años - Así conocí a mi marido

Empecé a coser con 11 años. Un día, mientras iba a la casa donde cosía, vi a un muchacho con un carro, parado en la calle Montenegro, que venía del campo a traer grano y, mira por donde, nos fijamos el uno en el otro. Era verano. Años después, él se vino a vivir a Lucena, a la calle Rute, la misma en la que

yo vivía, mira qué casualidad. Yo tenía por aquel entonces 15 años y él tenía la misma edad. Me enteré de que se llamaba José María porque se hizo amigo de mi hermano. Nos veíamos a escondidas hasta que empezó a entrar en mi casa, entonces ya fue oficial la cosa y desde ese momento nos hablamos siete años, hasta que nos casamos con veinticuatro. Mi vestido no fue blanco porque no tenía dinero para comprarme la tela y hacérmelo, con lo bien que yo cosía. Me preparé un traje azul marino con un sombrerillo. Estaba muy guapetona. El padrino fue un primo hermano de José María que costeó el gasto de la celebración. Además también fue el padrino de mis hijos. Al día siguiente de la boda, me puse un vestido de gasa verde, muy bonito. José María y yo llevamos muchos años casados. Me quiere mucho.

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José Mª López Cortés y Antonia Peláez - 81 Años - Emigración Tras la guerra, la situación en España era complicada para todos. Se trabajaba en el campo o en la obra cuando se podía, pero los sueldos no eran suficientes para mantenerse. Cuando José María regresó de hacer la mili, a principios de los años 50, pedían personas para trabajar en el extranjero y se apuntó. “Me dieron un contrato de trabajo con el nombre del patrón y el teléfono”, nos cuenta, “nos hicieron una revisión médica en los locales del sindicato antes de irnos”. Era el año 1952. Por esos años, partieron muchas expediciones de españoles al extranjero: Francia, Alemania o Suiza eran sus destinos. Al llegar a la frontera “te volvían a hacer un reconocimiento médico y como encontraran, aunque fuera una picadura en una muela, te mandaban de vuelta a tu casa”. Después de varios días de viaje, llegaban los grupos de emigrantes a sus

destinos donde compartían una casa con cocina común, aseos y dormitorios. José María estuvo en Francia. El trabajo era a destajo, nevara, lloviera, hiciera frío o calor, en la cosecha de la remolacha, la uva o la fresa. “Era un trabajo muy duro, pero se ganaba más que aquí en España”, nos comenta. “Íbamos al supermercado, cogíamos lo que necesitábamos y pasábamos por la caja, pero no conocíamos el idioma, aprendíamos rápido, otra cosa no había”. Mientras tanto, aún solteros, Antonia trabajaba en una casa, realizando las tareas propias de un hogar: limpieza, plancha, costura… Los propietarios de la casa donde trabajaba Antonia tenían una tienda y “allí me compré todo el ajuar para casarme”, nos dice. “Hemos estado 36 años viviendo en Francia, pero volvimos, teníamos ganas de volver”.

Emigración La emigración de la población española durante los años de la posguerra tuvo como destinos exteriores fundamentales Europa (sobre todo Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra o Suiza) y América (Venezuela, México, Cuba, Chile, Argentina y otros países de habla hispana). En cuanto a la emigración dentro de España, las regiones que acogieron a quienes buscaban una mejora de sus vidas fueron fundamentalmente Cataluña y el País Vasco. La emigración se detuvo como consecuencia de la crisis de 1973. A partir de esta fecha se produjo un retorno importante de inmigrantes (sobre

todo desde Europa), aunque hoy siguen existiendo numerosas colonias de españoles en distintos países europeos y americanos. También existía (y sigue existiendo hoy día, aunque en menor número) una emigración de ida y vuelta cuyo destino eran las explotaciones agrícolas de Francia, sobre todo en la época de la vendimia. El envío de remesas monetarias por parte de los trabajadores en el extranjero, junto al turismo internacional, aportaron divisas durante los años sesenta y setenta del siglo XX para estabilizar la balanza de pagos.

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Rafaela Rodríguez - 82 Años - Así fue mi confirmación Mi niñez fue dura. Yo era la mayor de seis hermanos. Mi madre se iba a trabajar al campo y me dejaba al cuidado de ellos. No hice la 1ª Comunión. Vivíamos en el campo y comenzó la Guerra Civil. Sí recuerdo cómo fue mi Confirmación. Con 13 ó 14 años empecé a trabajar en casa de unos señores que necesitaban internas. Sirviendo en el cortijo de una señora muy rica y muy beata, me encontraba un día arrodillada fregando el suelo y me dijo la señora: “Límpiate las rodillas que te vas a confirmar”. Me llevaron a la iglesia con un grupo de personas y nos confirmaron a todas. De vuelta a la casa, la señora me ordenó que siguiera fregando por donde lo había dejado.Mientras yo me afanaba en la limpieza, el resto del grupo de “confirmantes” comían y celebraban con la señora el acontecimiento. Así fui confirmada.

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Fotos: cedidas por la familia


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Concepción Moscoso y Antonio Marín - Trabajar, trabajar y trabajar… Concepción y Antonio tenían un almacén de carbón, una carbonería. Ellos mismos traían el carbón, cisco y el carbón menuillo de la Sierra de Cabra. La gente iba por los pedidos en carros y luego los vendían por la calle. Tuvieron este negocio durante unos siete años, ya que cuando llegó el petróleo, se perdió la venta, y emigraron a Barcelona durante un año y medio. Con el dinero que les quedó a la vuelta pusieron un pequeño negocio, un Bar “Antonio Marín El Carbonero” en C/ La Feria nº 6. Este bar, aunque con otros dueños, sigue existiendo en Lucena. El matrimonio estuvo regentando el bar hasta su jubilación, han tenido 4 hijos, 15 nietos y 17 biznietos.

Fotos: cedidas por la familia

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Julián Ranchal Ranchal - Admiro a mi padre Juan Mi padre, Juan, tiene 86 años. Empezó a trabajar con 10 años en el Taller de Carpintería Ángel Luque que se encontraba en la calle Montenegro, adquiriendo las primeras nociones del trabajo con la madera. De ahí pasó a la empresa José Mª García que se dedicaba a la fabricación de muebles y estaba en la calle Antonio Eulate. Tenía 11 años. Allí aprendió el oficio, pintaba muebles. Lo hacía con una muñequilla de algodón envuelta en tela e iba mojándola en barniz para aplicarlo a la madera, también se ayudaba de pequeños pinceles. Todo se hacía de forma artesanal. Puntual y cumplidor en el trabajo, le gustaba y disfrutaba con ello. Los últimos años que trabajó en esta empresa lo hizo como representante sindical, realizando, por este motivo, frecuentes viajes a Córdoba. La empresa empezó a ir mal, por lo que tuvo que despedir a muchos trabajadores despidiendo también a Juan. Tenía 53 años, había estado 43 años en la empresa. No se amilanó, al contrario, cambió de oficio y se hizo vendedor en mercadillos, sobre todo se dedicó a la venta de metal. Se jubiló con 60 años, dedicándose entonces a restaurar muebles al modo tradicional, como hobby. Juan, mi padre, lleva casado con Araceli, mi madre, casi 50 años, tras 10 años de noviazgo. Celebraron la boda en el bar de mi abuelo, en la calle Barahona de Soto. Recién casado, vivió en la calle La Aurora, en una torre. Se mudaron poco tiempo después a la calle Palacios para vivir con mis abuelos, Gabriel y Antonia. Ha sido un padre estricto y correcto, pero al mismo tiempo muy cariñoso. He sido un niño muy mimado. Me hizo un trono de madera para participar en las procesiones infantiles, también me fabricó un tablero de ajedrez y un dominó

con su caja para guardar las fichas. Me enorgullecía decir a mis amigos que mi padre me había hecho el trono. Mi padre asistía con frecuencia a la OJE donde había una sala de juegos. Era muy amigo del conserje y se hizo gran jugador de ajedrez y damas. Gran aficionado y jugador de billar clásico, en los Billares Güito, junto con el dueño, mantenía partidas de billar. En la década de los 60 se compró una moto, una Bultaco. Le costó 30.000 pesetas de la época. La cuidó muchísimo durante los 16 años que la tuvo y la vendió por el mismo precio que la compró. Casi era una pieza de colección y no quiso ganarse nada. Doy gracias a Juan, mi padre, por todos los cuidados que me ha dado, de igual modo también se lo compenso del mejor modo que puedo. Sé que hasta el último día tendrá algo que darme.

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Foto: cedida por la familia


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Carmen Martos - 89 Años - Niñera con 8 años “Fui niñera a los 8 años, cuidando a niños de hasta 6. Recuerdo que el niño mayor me pegaba y yo le daba también, entre riñas y juegos pasábamos el rato. Con 12 años empecé a trabajar en la fábrica de capachos, donde niñas y niños realizábamos en un armazón de alambre la parte redonda central. Después, con 14 años, me fui a la fábrica de jabón de Bilore, cortaba jabón con una máquina. Allí conocí al que sería mi marido. Cuando se comprometió conmigo, un compañero le dijo “te me has adelantado”. Estuve hasta que me casé, porque mi marido no quiso que trabajara fuera de casa. Tuve 3 hijos a los que di teta muy poco tiempo y, cuando empecé a darles leche de vaca, iba por ella cerca de casa, a una mujer que tenía vacas. Siempre me la llevaba recién ordeñada, 2 litros y el chorreón por la espuma. Le decía

a la mujer que la quería de la misma vaca, para mis niños no quería mezcla de otras”.

Foto: cedida por la familia

Josefina Espinar - 81 Años - Os cuento mi vida “Nací en Lucena, el 19 de marzo de 1930. Mis padres se llamaban Francisco y Araceli. Tuve un hermano que falleció cuando tenía 18 años. Cuando era jovencita conocí al que iba a ser mi marido, Nicolás. Fuimos novios unos años, hasta que nos casamos. Yo tenía 20 años y él 25. Me quedé embarazada muy pronto y tuvimos siete hijos que criamos felices. He trabajado mucho, en la casa con los niños y en un puesto de fruta y verdura que tenía en la plaza, pero no me pesa. Algunos de mis hijos se fueron casando. Tengo 9 nietos y 6 biznietos, una alegría. Nicolás, mi marido, padeció Alzheimer. Todos mis hijos han estado pendientes de su padre, dándole cuidado

y cariño hasta que falleció. También he perdido a mi hijo Antonio, que padecía síndrome de Down. Todos lo echamos muchísimo de menos. He pasado malos momentos en la vida, pero satisfecha y contenta de estar con mis otros seis hijos y nietos que me demuestran cariño y apoyo constante.”

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Foto: cedida por la familia


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Antonio López Martos - 79 Años - Fui emigrante en mi país

Siendo niño, Antonio comenzó a trabajar con un zapatero aprendiendo el oficio. “Empezó la guerra y la cosa se puso fea. Cuando terminó, no teníamos ni para comer, el negocio de los zapatos se vino abajo. La posguerra fue muy dura”, comenta. Encontró trabajo en la construcción. Algunos años después se casó y vinieron los hijos, pero las cosas no mejoraban. “Yo tenía un hermano en Barcelona. Hablé con él de la situación y me animó para que me fuera allí, me dijo que había trabajo para mí, me abrió las puer-

tas”. Antonio y Josefa, su mujer, lo prepararon todo para marcharse, dejando a los dos hijos, de 3 y 4 años en Lucena con unos familiares. Tardaron dos días en llegar a Barcelona. Al llegar, su hermano no apareció para recogerlos, “yo llevaba 800 pesetas en el bolsillo y la dirección de un primo”. Fueron a Cubelles donde residía el primo de Antonio. Se alojaron en un local que se componía de un salón y un altillo, no tenía luz ni agua. Empezó a trabajar como peón de albañil. Uno de sus vecinos trabajaba en una fábrica de productos químicos, “se enteró que quedó un puesto libre y enseguida me metí yo. Allí estuve 30 años. El trabajo era duro, 12 horas diarias.” Fueron arreglando la casa poco a poco. “Los vecinos que teníamos eran buena gente, todos emigrantes y nos ayudábamos unos a otros”. Mientras, Josefa cosía para un gitano que hacía ropa para venderla en los mercadillos y las tiendas e iba por el género a Barcelona. “Fuimos ahorrando poco a poco, hasta que mi mujer pudo ir por los niños. Vino ella sola y volvieron los tres con los muebles en un camión. En aquel tiempo pagamos 4.000 pesetas por el porte”. Después de 10 años, Antonio y Josefa compraron un solar e hicieron una casa “con más comodidades”. Hace algunos años que decidieron regresar a Lucena.

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Ana Cabeza y Miguel Sánchez - 82 y 84 años La historia de Ana y Miguel

Foto: cedida por la familia

Ana y Miguel se conocen desde niños, “vivíamos en cortijos cercanos”. Cuando Miguel tenía 17 años, le echó valor y fue a hablar con el padre de Ana. Ella tenía 15 años. La intención de Miguel era pedir a su padre permiso para salir con ella y hacerse novios. El padre de Ana no dio su consentimiento. “Empezamos a vernos a escondidas”, cuenta Ana. Miguel iba a verla los jueves cuando terminaba de trabajar y también los domingos. Con 22 años, Miguel tuvo que hacer la mili, “nunca había salido fuera de Lucena ni del campo y me tocó el primer reemplazo que mandaron al norte de España, a Figueras, cerca de la Frontera con Francia”. El viaje lo realizó en tren, “tardé tres días en llegar”. Miguel es un hombre simpático, con facilidad para entablar una conversación, por eso no le resultó difícil hacer amistad con sus superiores y eso le facilitó “que me dieran permiso para venir a Lucena”. El servicio militar duró año y medio. Mientras, Ana trabajaba en el campo.

Cuando regresó, Miguel empezó a trabajar en las labores del campo, haciendo las faenas propias según la estación. Pasado algún tiempo, fue contratado por la Compañía Telefónica para colocar postes, ese trabajo duró sólo dos meses. Después, Miguel se dedicó al comercio de productos que no había en los cortijos de la zona. Iba con un burro cargado de pescado y fruta y lo vendía a sus habitantes. A su vez, compraba pavos, gallinas, chivos… y los vendía en la plaza de abastos. Ha sido un hombre muy trabajador. También ha participado en la campaña de la uva en Montilla varias temporadas. Trabajaba en todo lo que le salía. “Nos casamos cuando tenía 27 años”. Estuvieron muchos años viviendo en el campo. “Yo seguí trabajando en la aceituna mucho tiempo”, nos dice Ana. “Tenemos dos hijas”, cuenta Miguel. A sus 84 y 82 años, siguen felices juntos, “nos queremos mucho”, dice Ana.

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Fernando Luna - 72 Años - 1.000 Pesetas en el bolsillo Hacía ya algunos años que estaba casado y con tres hijos, corría el año 1971 y “lo que ganaba en el trabajo no era suficiente, me daban 1.400 pesetas a la semana”. Junto a sus dos hermanos, buscando una vida mejor, fue a Córdoba donde “nos hicieron un reconocimiento médico y un contrato de trabajo para Alemania. Si tenías alguna enfermedad no te admitían”. Desconociendo el idioma, pero con muchas ganas de trabajar “y 1.000 pesetas en el bolsillo”, marchó para Alemania y allí estuvo durante siete años. “Mi mujer y mis niños se quedaron en Lucena. Yo venía dos o tres veces al año, en Semana Santa, Navidad y vacaciones, cuando las daban”. Fernando trabajó manejando una máquina con la que cargaba y transportaba palets durante cuatro años. Luego pasó a la empresa Opel donde permaneció tres años. A finales de los años 70 y principios de los 80, mejoró la situación laboral en nuestro país.

Fernando decidió regresar. Trabajó en la obra como peón albañil y también en el campo por temporadas, “así hasta que me jubilé”.

Foto: Gestoría Aras

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Fotos: cedidas por la familia


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Araceli Sánchez Barrionuevo - 83 Años Historia de mi niñez y juventud Cuando era pequeña, vivía con mis padres y mi hermano en una casa de vecinos de la calle Maquedano. Yo tenía 8 años y mi hermano 4. Recuerdo que éramos felices. Mi madre trabajaba lavando ropa en el convento de La Purísima donde una de sus hermanas era monja. Por entonces, mi madre estaba embarazada de mi hermana pequeña. En La Purísima yo era una alumna aplicada, disfrutaba aprendiendo y las monjas estaban contentas conmigo. Un hermano de mi madre contrajo matrimonio con una señora adinerada que no era de Lucena y tenían una gran casa en El Coso. Les propusieron a mis padres ir a vivir con ellos: mi padre trabajaría las tierras de labor y mi madre les ayudaría en el servicio de la casa. La casa tenía tres plantas. La parte que nos asignaron para vivir, estaba en la planta baja, muy húmeda y sombría. Tenía un portalón que tiempo atrás lindaba con lo que había sido una carpintería, con salida a un callejón contiguo, por donde salían los borricos y mulos para el campo. Tuve que dejar el colegio porque debía ayudar en casa de mis tíos; así, trabajamos para ellos mi madre, mi padre, mi hermana y yo. Llegó la hora de casarme y estaba preparándome el ajuar. Mis tíos querían que llevara menos cosas de las que había llevado su hija, pero yo tenía ilusión con llevar sábanas de color, así que, para comprar lo que quería, me coloqué para trabajar varios veranos en una heladería. Me casé en la Iglesia de San Mateo, el 8 de diciembre de 1956, por la mañana temprano. Mis tíos no me ofrecieron ninguno de sus salones para celebrar el acon-

tecimiento. Lo celebramos en el comedorcito de la casa de mi suegra, con un desayuno para los invitados. De recuerdo de ese día tengo la foto con el vestido de novia en la escalera de mármol de la casa de mis tíos.

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Fotos: cedidas por la familia


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Antonia García y Tomás Sabán 85 Años - De feria en feria

“Mi padre fue arriero toda la vida y yo, de pequeña, le ayudaba a cargar piedras en el borrico”, recuerda Antonia. Su padre también vendía carbón y llevaba aceitunas con los burros. Tomás empezó a trabajar en el campo siendo niño. Cuando se casaron, Tomás se empleó con su suegro, transportando las piedras de las canteras en los burros. Al nacer su segundo hijo, la situación no mejoraba y decidieron ir de feria en feria vendiendo turrón. “Hacíamos el camino subidos en un carro cargado con los colchones de paja que llevábamos para dormir y las demás cosas, o bien andando, y también llevábamos la caseta. Para apañar de comer o lavar la ropilla, en algunos pueblos la gente era amable y se prestaban a echarme una mano, entrando en sus casas”. Como los niños eran muy pequeños, los dejaban con la madre de Antonia y sus seis hermanas. “Cuando la época de las ferias acababa, nos quedábamos en Écija en la cosecha del algodón”, cuenta Tomás. Durante el invierno trabajaban cogien-

do aceituna, vareando los olivos y talando “hasta que empezaban otra vez las ferias”. Poco a poco el carro que usaban para trasladarse fue cambiado por el tren y “se alquilaba un camión entre varios para llevar la caseta y la mercancía”. Antonia y Tomás conocen las ferias de muchos pueblos de Andalucía. El trabajo era duro, pero con su esfuerzo han criado a 5 hijos y por ello se sienten satisfechos.

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Foto: Gestoría Aras


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Joaquina Vázquez - 76 Años - Un poco de mi vida

“Mi madre murió cuando yo tenía 3 años. Éramos cinco hermanos. Quedamos a cargo de mi padre que era un hombre mujeriego y no de buen carácter”. La madre de Joaquina murió de una enfermedad contagiosa. Ella recuerda que comía muy poquito “para que nosotros tuviéramos más comida; ella se privaba por nosotros”. Con 8 años comenzó a trabajar en casa de un médico de Lucena. Este señor pertenecía a la Cofradía de la Virgen de Araceli. “Cuando no hacía bien las

cosas, me regañaban mucho y me castigaban”. El castigo, según nos cuenta, consistía en subir andando hasta la ermita de la Virgen y limpiar la Iglesia o el camarín. “He visto como cambiaban de sayas a la Virgen muchas veces y no me gustaba nada porque se decía que cuando a la Virgen se le quita el manto, se le quita el encanto”. Tuvo un novio “que me quería muchísimo, se llamaba Domingo”. La familia de este chico no estaba muy de acuerdo con la relación porque Joaquina no tenía madre y todos sus hermanos, desde pequeños, habían estado trabajando y en la calle, así que la relación no llegó a buen término. Tampoco contaban con el apoyo de su abuela y tías. “Una de mis tías no era muy buena y no quería a mi madre. Estando enferma, en su lecho de muerte, le dijo que aunque sabía que iba a morir no la iba a perdonar”. Joaquina ha trabajado mucho toda la vida. Ya casada y con hijos pequeños, iba con ellos a la campaña de la aceituna y a talar olivos. También ha trabajado en el obrador de pastelería Cañadas y como limpiadora.

Venta a plazos: la caña Una modalidad de compra que permitía el pago a plazos era la caña: se cortaba una caña entre dos nudos y la parte que resultaba se rajaba verticalmente en dos mitades, una para el comprador y otra para el vendedor. Cada vez que se realizaba un pago, el vendedor unía las dos mitades y hacía una muesca con la navaja que ocupaba parte de las dos mitades. Al separarlas, cada parte tenía un trozo de la muesca y, cuando se volvían a unir, las dos partes debían coincidir exactamente todas las muescas.

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Teresa Lara - 88 Años - Con 12 años empecé a cocinar

La historia de Teresa nos la cuenta su hija Rafi. La madre de Teresa se quedó ciega cuando ella tenía 6 ó 7 años. Su padre

las abandonó estando la madre embarazada de su hermano pequeño, así que ella y sus dos hermanas tuvieron que empezar a trabajar en tareas que podían realizar. Con 12 años, una familia pudiente de Aguilar de la Frontera se la llevó para enseñarla a cocinar. Así fue cómo empezó la que llegó a ser su profesión: cocinera. Llegó a cocinar para más de 30 personas, siempre con gusto y paciencia. Contaba Teresa que en Aguilar de la Frontera le tocó vivir los años de la guerra. Decía que una bomba cayó en el mercado, en el momento en que ella se encontraba comprando. La buscaron con angustia porque creían que le había pasado algo, hasta que la encontraron. En Aguilar estuvo hasta que se casó. Su marido era panadero y Teresa tuvo que ayudarle muchísimo, además de criar a sus hijos. Ha sido una mujer muy sacrificada. Hacía unas tortillas en salsa riquísimas.

Venta a plazos: el sello Otra modalidad de compra a plazos era el sello. El comprador y el vendedor acordaban una cantidad para cada pago. El vendedor rellenaba dos octavillas con 31 cuadrículas con los datos del comprador: una para cada uno. Las hojas se agrupaban entre sí con una placa metálica superior y otra inferior unidas con dos tornillos pasadores y palometas. La placa superior llevaba una caja con una almohadilla tintada donde se mojaba un número de caucho (del 1 al 31), pegado a un palillo de madera, que se estampaba en las cuadrículas de las dos octavillas para llevar el control de los pagos. Las ventas a plazos por la caña o por el sello se basaban en el conocimiento y la confianza mutua.

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Carmen Gámez Ramírez - 70 Años - Cosía con una máquina Alfa Recién casada marchó con su marido a Barcelona, donde trabajó algún tiempo como empleada de hogar. Carmen tiene dos hijas a las que cosió los vestidos que lucieron de pequeñas. Compraba las telas en “La Malagueña”, donde trabajaba su cuñado y se las llevaba a una costurera que tomaba las medidas a las niñas y cortaba los vestidos. Ella, en casa, con su máquina ALFA que tenía en el salón, montaba los vestidos con sus manguitas de farol, el delantero con punto panal y el cuello tipo bebé. Además compraba lazos para el pelo de las niñas, a juego con los vestidos. Es aficionada a las macetas. Tiene muchas en su patio y a diario las repasa para quitarles las hojas estropeadas y mirar si necesitan agua. Es una mujer activa.

Conchi Villegas Ramos - 73 Años - Siempre he sido coqueta “Me gusta ir bien arreglada. Prefiero la ropa de colores alegres, no me gusta vestir con colores oscuros. Cuando era joven llevaba tacón alto, vestidos de colores vivos y escotes generosos, además tenía varias pelucas que me combinaba según la ropa que me pusiera. Siempre he sido coqueta. Era la moda y yo iba con los tiempos. Me hacía la ropa, también a mis hijos cuando eran pequeños. Con mi colcha de novia cosí un vestido de dama para una de mis hijas, quedó perfecto. Me quedaba cosiendo casi toda la noche y por la mañana me levantaba de buen humor. Quizás fuese porque me gustaba lo que hacía y ya se sabe que sarna con gusto no pica. Además de la costura, otra de mis pasiones son los animales. Me encan-

tan. Muchas veces he alimentado a animales callejeros. También he hecho manualidades. Soy habilidosa. Con cristalitos de colores decoraba unas lámparas que quedaban preciosas. He pintado algunos cuadros, y no se me daba del todo mal”.

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Consuelo Rendón Hoyo - 71 Años - Anécdotas graciosas

Os cuento algunas anécdotas para mí graciosas y bonitas. Nací en Priego. Cuando mi mamá me mandaba a comprar vinagre, me gustaba tanto que muchas veces tenía que volver dos veces a la tienda porque por el camino me había bebido la botellita. Siendo chiquita, mi abuelo nos llevaba en el serón del borrico y, para que mi padre no nos viera, nos tapaba con una manta, recuerdo las risas de mi hermano Antonio escondido en el otro serón. Una mañana vinieron mis hermanos pequeños con un barullo de niños detrás. Venían acompañados de Joselito, cantante y actor de aquella época. Se hicieron amigos en el rodaje de la película “El pequeño ruiseñor”, salían en una escena en la que se tiraban piedras unos a otros. Mi hermano Ramón, algo mayor, sale en una escena santeando a Nuestro Padre Jesús Nazareno, el mejor recuerdo que tengo de él. Ya casada y viviendo en Barcelona, mi hermano Antonio enfermó. En esa época andábamos mal de dinero. Un sábado, al salir a vender al mercadillo, cogí una estampita de mi Jesús y le pedí con fuerza que vendiera bastantes pantalones para poder ir a ver a mi hermano a Madrid. Ese día me tocó la lotería; pudo ser cosa del azar, pero para mí fue un milagro y fuimos a verle. Fuimos en Semana Santa e hice una ruta con mis

hijos por Andalucía. La primera parada fue Priego: imaginaros la alegría después de tantos años y, sobre todo, poder compartirlo con mis hijos. También estuvimos en Lucena, donde volvimos 4 años después y ya para siempre. Mi hija mayor se quedó en Barcelona regentando el negocio de su padre, una churrería. Conmigo vino mi madre, con la que compartí tantos momentos. Sus últimos años convivimos con el Alzheimer. Dentro de lo que cabe, fue llevadero gracias al cariño de sus nietos y biznietos. Su yaya había dedicado su vida a criarlos con mimos y cuidados y ellos se los devolvieron. Recuerdo cómo mis niñas, entre ellas mi nuera Amparo, la cogían de las manos para que caminara por el pasillo, hasta llegar al comedor, le iban cantando las canciones con las que ella, años atrás, les había acunado: “María de la O”, “Mira que eres linda”, “Tápame”, “Con ese lunar que tienes”… Nunca olvidaré su sonrisa cuando por las tardes le llegaba el olorcito a café y nos veía entrar en la habitación con el vaso y moviendo la cucharilla, cómo mecía a su biznieto Christian, creyendo que era uno de sus hijos y lo llamaba Felipito. Vivía el día a día entre recuerdos de su pasado, entre chorizos y morcillas de las matanzas de su casa. Por último os contaré una sorpresa que me dieron mis nietos: me llevaron engañada al programa de Juan y Medio. Coincidía con el Día de la Madre. Yo estaba sentada entre el público, como una persona más, dispuesta a disfrutar del programa que veía por las tardes desde casa, pero en esta ocasión, allí mismo en el plató donde se hacía. Qué sorpresa me llevé cuando aparecieron mis nietos junto a Juan con un ramo de flores para mí y cantándome. Me hicieron muy feliz.

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Josefa Luna Budia - 82 Años - El vestido de novia me lo hizo “la Alonsa”

Josefa es la más pequeña de tres hermanos. Vivía en el Cortijo “El Mico” en el término municipal de Cabra. Quedó huérfana muy pequeña y su padre se unió a una señora que los crió como si fueran hijos propios, dándoles amor y cariño. Trabajaba en el campo con su padre y hermanos. “San José”, un cortijo vecino, era su paso habitual para el trabajo y allí conoció al que sería su marido, Agustín. Josefa tenía 17 años. Agustín no esperó mucho para hablar con su futuro suegro, contándole sus intenciones respecto a Josefa. Se hicieron novios. Agustín iba a ver a Josefa los jueves y domingos. La hermana de Josefa en ese tiempo también estaba de noviazgo, así que cuando los novios iban a verlas, un día a Josefa le tocaba ver a Agustín a través de la reja de la ventana y otro día le toca-

ba a su hermana. Así eran los noviazgos entonces. Decidieron casarse y lo hicieron un 22 de mayo. “El vestido de novia me lo hizo “la Alonsa”, cuenta Josefa. Celebraron un convite en el que recogieron 500 pesetas de la época y realizaron el viaje de novios a Córdoba y Sevilla: “fuimos unos privilegiados entonces”. Se instalaron en las Huertas Bajas de Cabra, en una casa que Agustín recibió en herencia. Poco después se mudaron con su suegra y su cuñada que vivían en Cabra. El padre de Josefa compró una casa en la calle Juan Blázquez a la que se mudaron y en la que continúan viviendo. Tienen 2 hijos. Ella y Agustín se hicieron cargo de una tienda de ultramarinos que traspasaban en la calle Mesón y en la que trabajaron hasta su jubilación. Actualmente en ella sigue trabajando su hijo.

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Foto: Gestoría Aras


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Araceli Pino Díaz - 72 Años - Aún me río cuando lo recuerdo

“Recién casada, vivíamos en el campo. Cuando veníamos a Lucena lo hacíamos unas veces en bicicleta y otras andando. Un día que mi marido y yo cogimos la bicicleta, estábamos a mitad de camino cuando el correo venía en nuestra dirección. Me dijo mi marido “Araceli, bájate no vaya a ser que nos tire el correo”. Me bajé y él siguió adelante sin darse cuenta de que yo no iba montada. Cuando pasó el autobús, yo seguí andando para dar alcance a mi marido. A todo el que me cruzaba, arrieros y vecinos de los cortijos, le preguntaba si lo

habían visto y me decían por donde lo habían visto. Cuando él llegó a Lucena y vio que no estaba, corriendo volvió camino atrás a buscarme. Me encontró y me dijo que en el camino iba pensando que las cuestas se le hacían menos pesadas, señal de que estaba más fuerte. Nos reímos mucho y nos abrazamos. Otra cosa que recuerdo es cuando íbamos a cortijos a trabajar de temporada y teníamos que hacer el trayecto en tren. Eso casi era una fiesta, pues se hacía de año en año y cambiaba la rutina. Lo del viaje en tren tiene su rato de risa. La primera vez que subí en tren, como el resto de jóvenes que me acompañaban, íbamos asomados a las ventanillas diciendo adiós y saludando a todos los que nos veían pasar, iba cambiando el paisaje y escuchábamos el silbido del tren de cuando en cuando. Llegamos a un túnel, nos metimos dentro, pero dejamos las ventanillas abiertas, así que todo el humo de la chimenea del tren se metió en el vagón, poniéndonos a todos la cara, las manos y la ropa como si fuésemos piconeros profesionales. Al salir del túnel, se hizo de día otra vez y fue cuando vimos cómo estábamos. Nos dábamos con las manos en la cara, pero con el sudor, se hizo un amasijo de tizne que no nos conocía nadie. Nos reíamos unos de otros, así hasta llegar al destino. Aún me río cuando lo recuerdo”.

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Lucía Pérez Pérez - 76 Años - Terminé de aprender a leer enseñando a mi hijo

Lucía nació en Alcalá la Real, provincia de Jaén. Al poco tiempo de empezar la Guerra Civil, toda la familia tuvo que huir del municipio. Lo hicieron una noche, campo a través, con los pocos enseres que tenían cargados en las alforjas de un mulo. Ella iba protegida en brazos de su madre, embarazada de su hermana pequeña. Hicieron el trayecto sorteando las balas y bombas que caían. Su abuelo salió a su encuentro y les ayudó a cruzar la última parte del camino para llegar a Lucena. Aquí se hospedaron en la “Posá El Chipe”, situada entre la Ronda de San Francisco y el comienzo de la Carretera de Rute. Allí estuvieron hasta que su padre comenzó a trabajar en el cortijo “Las Casillas del Monte” que estaba en la zona de El Contadero, donde se fueron a vivir. Toda la familia trabajaba en las faenas del campo. A los pocos meses de llegar a Lucena, su padre regresó a Alcalá la Real para ver cómo había quedado su casa y la encontró destrozada, todo revuelto, sacos de grano rotos, la máquina de coser de su madre la habían tirado por las escaleras. No pudo recuperarse gran cosa. Se adaptaron bien a la vida en el cor-

tijo. Las señoritas de los cortijos de la zona, cuando contaban con un grupo de niños y adolescentes, los preparaban para hacer la Primera Comunión dándoles catequesis. Lucía la hizo con 15 años en la “Capilla Cortés”. Era una joven muy alegre, le gustaba cantar, sabía muchos chistes que contaba con mucha gracia. Cuando acababa el trabajo diario en el campo, ya por la tarde, se entretenían escuchando la novela “Ama Rosa” en la radio. Esto sucedía a comienzos de la década de los 60. Un vecino que sabía leer, se acercaba algunas tardes al cortijo y les leía novelas. Ella no sabía leer ni escribir. Aprendió las primeras letras de escuchar las enseñanzas que su hermana pequeña recibía de un maestro, “y terminé de aprender enseñando a leer a mi hijo mayor en las primeras cartillas”. Lucía conoció al que sería su marido. Se casó y continuó trabajando mucho, incluso en Lucerna (Suiza), donde estuvo tres temporadas junto a su marido, su hijo mayor y una de sus hijas, dejando a la más pequeña al cuidado de la mayor aquí en Lucena. Su vida no ha sido fácil, como la de muchos de nuestros abuelos, pero ha sabido superar las adversidades y salir adelante.

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Mercedes Osuna Serrano - 83 Años - Mi patio, está lleno de macetas los podo en enero, pero no suelo plantar lo podado en otra maceta porque ya tengo muchos. Una vez al año, cuando empieza el invierno, les pongo a las macetas alcaparrosa para que estén bonitas. Antiguamente, algunas veces le ponía estiércol de burro o mulo como abono. Se cogía del campo cuando estaba seco y se mezclaba con un poco de agua y tierra antes de ponerlo en las macetas. Había que prepararlo así porque era muy fuerte y si se echaba solo mataba la planta. Tengo otro patio en mi casa en el que hay un ciruelo, un níspero, un naranjo y una parra que está creciendo en un emparrado que preparó mi marido con varas cruzadas para que se apoye la parra. A finales de agosto empezamos a tener unas uvas buenísimas”.

“Tengo un patio lleno de macetas: suegra y nuera, cintas, geranios de varios colores, rosales, ficus, pilistras. Me gustan mucho las plantas. Salgo al patio todos los días para repasarles las hojas, les quito las que están sequillas y miro si les hace falta agua para regarlas, porque no las riego todos los días. Si no les hace falta, es mejor no hacerlo porque puede pudrirse la raíz. Hay un toldo que las protege cuando hace demasiada calor. A los ficus les ha preparado mi marido unas varas que les colocamos para que no se doblaran. Los tengo atados con un cordelito a la vara y así crecen derechos. Algunas veces a las cintas les quito los hijos y los pincho en otra maceta para que sigan creciendo. Los rosales

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Antonio Pacheco Moreno “Gonzalo” - 76 Años - La escopeta hacía más bulto que yo

Ha trabajado toda la vida en el campo, preparando sus olivos. También trabajaba talando los olivos de otras fincas. Con el dueño de una de las fincas tenía un acuerdo: él le talaba los olivos y este señor, que tenía un tractor, le araba sus tierras. A Antonio siempre le ha gustado salir de cacería. De pequeño tenía una escopeta y su madre le decía “la escopeta hace más bulto que tú”. Actualmente la caza de zorzales está prohibida, pero no así antes. Antonio preparaba unas perchas. Eran trampas que se hacían con las crines de las colas de caballo y se colocaban en las ramas de los olivos. Cuando el zorzal se posaba en la rama, caía en la trampa. Algunas veces, junto a otros compañeros, preparaban en el campo una

trampa que consistía en la realización de un agujero alargado en el suelo que llenaban de agua para formar una charca pequeñita. A ambos lados colocaban unas redes. Se escondían entre los matorrales y esperaban a que los pajarillos bebieran en la charca, entonces tiraban de los cordeles de las redes y quedaban atrapados. Pilar, su mujer, cuando regresaba Antonio de la cacería con los zorzales o conejos, estaba un día entero preparándolos. Los freía y los guardaba en orzas de aceite frito para que se conservaran bien, ya que antes no había frigoríficos. Practicaba una técnica de caza que se conoce como “La caza del pájaro” y consiste en colgar una jaula con un perdigón en las ramas de árboles. Cuando el perdigón canta, acuden otros perdigones. Antonio, que se encontraba escondido, les disparaba. Era otra forma de cazarlos. Esta técnica se sigue usando actualmente. Las artes de la cacería han cambiado, también la legislación que la regula. Todo está más vigilado y controlado. Antonio llegó a ser socio de un coto de caza y ha participado en monterías en la provincia de Jaén y Córdoba.

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Concepción Pérez Moreno - 82 Años - Una mujer luchadora y adelantada a su época De familia bien de Lucena, estudio en las Hermanas Escolapias de Cabra, donde la prepararon para ser una señorita: cultura general, piano, francés, adornos, bordados… En 1948, año de la Coronación de la Virgen de Araceli, fue dama en las Fiestas Aracelitanas. Ese mismo año, el Cardenal Segura prohibió que se celebrara el baile. En estos actos conoció al que siete años después sería su marido. Se casó en la Parroquia de Santiago, oficiando la ceremonia el Arzobispo de Granada. En 1965, harta de las continuas infidelidades y desavenencias matrimoniales, no dudó en salir de los esquemas que marcaba la sociedad de entonces y acudió a un abogado que redactó un acta ante notario con las condiciones

de la separación, quedando depositada durante un mes en casa de sus padres, hasta que el marido abandonó la vivienda. Él demoraba y no cumplía con lo pactado, y en vista de que ella quería dar a sus hijos una buena educación, optó por trabajar. Fue representante de artículos de alimentación, limpieza, joyería… en varias empresas, Hnos. Santamaría, Mansilla, Calzado, Roldán, Bilore. Se compró una tricotosa, y por encargo hacía jerseys, ropa de niño y mudas de Primera Comunión. Se jubiló como visitadora médica de los Laboratorios Medical de Córdoba. En Lucena y Puente Genil visitaba farmacias, ambulatorios y a médicos en sus casas.

Foto: cedida por la familia

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Francisco Aroca Cano - 98 Años - Nací un 13 de octubre de 1913 “El día 13 de octubre de 1913, a los 13 dolores que le dieron a mi madre, nací yo, Francisco Aroca Cano, en la calle Alhama. De allí, a los pocos meses, me trasladaron a la calle Pajarillas”, así comenzaba Francisco el relato de su vida que quiso compartir con nosotros. En esa calle continuó viviendo hasta los 98 años. Asistió a la escuela, pero a los 11 años, su padre que “estaba de aperaor en el Cortijo La Alcantarilla me llevó a trabajar con él, claro, me dio la mejor yunta, que casi araba sola”. Después Francisco continuó de aperaor y tuvo la oportunidad de facilitar trabajo a muchos de sus familiares. Llegó la hora de hacer el Servicio Militar que era obligatorio, “lo hice con normalidad, pero al terminar fui reclamado por el Ejército Nacional para combatir en la Guerra Civil”, lo que prolongó otros tres años más su etapa militar. Pensaba que en esos años fue tocado con una varita mágica “pues cayó una bomba a mi

lado y no explotó”, cuenta. Se casó con Herminia Lizana Cano y tuvo 5 hijos, que le dieron 13 nietos que a su vez le premiaron con 4 biznietos. “Compartí con mi mujer, aunque con estrecheces económicas, unos años inolvidables” recordaba Francisco. Nunca estuvo solo, sus hijos siempre le acompañaron y cuidaron. Él decía con frecuencia “con suerte podría cumplir los 100 años el 13 de octubre del 2013”.

Fotos: cedidas por la familia

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Rafaela Barba Ruiz - 88 Años - Una mujer de su casa Fotos: cedidas por la familia

Rafaela es madre de 6 hijos, con todo lo que eso supone de cuidados y dedicación. Aún así, ella sacaba tiempo para todo. Su marido era tornero y le preparó un huevo de madera para remendar los calcetines, tan perfectos quedaban que le decían que hacía “zurcidos de monja”. De cualquier trozo de tela, ideaba unas talegas para guardar el pan y delantales para las tareas de casa, todo hecho a mano porque no tenía máquina de coser. Las puntadas eran primorosas. Ponía piezas en pantalones y calzoncillos; las piezas eran de muselina de color crudo y las blanqueaba, antes de colocarlas, con jabón y polvos de la ropa. Las tendía al sol y las regaba para que no se formara un cerco oscuro. Elaboraba cortinillas para colocarlas en la puerta del patio, les colocaba un gusanillo con cabecillas en los extremos para sujetarlas. Hacía pedazos de sábanas viejas y los usaba para limpiar cristales “que quedaban como los chorros del oro”, nos comenta su hija Antoñi. Rafaela tenía muy buena mano con las macetas. Las abonaba con estiércol de caballo y burro y tenía el patio “precioso y muy alegre”, dice Antoñi. Los suelos de la casa eran de piedras

pequeñas. Para limpiarlos después de encalar las paredes, se quitaban las gotas de cal que hubieran caído y después se les daba con alcaparrosa mezclada con polvos “coloraos” que se aplicaba con un escobín. “Aún recuerdo lo que brillaba el suelo, que parecía que estaba encerado”, dice Antoñi.

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Olvidos y recuerdos

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AFA Nuestros テ]geles

Historias de aquテュ

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José Servián del Pino - 82 Años - Los niños de la caridad. Agrupación de Caridad Nuestra Señora de Araceli. Después de la Guerra Civil, el país quedó destrozado en todos los aspectos: falta de trabajo, hambre, poca higiene. Ocho amigos, viendo las necesidades que había por aquellos días, sobre todo entre los niños que pasaban hambre, tenían piojos o dormían en pesebres con los animales, decidimos fundar la Agrupación de Caridad Nuestra Señora de Araceli. Era el año 1947. Entre los ocho, aportábamos 5 pesetas todas las semanas, con lo que comprábamos pan, leche en polvo y aceite, repartiéndolo entre los niños. Con el tiempo, pudimos contar con unos salones en el Hospitalico, la antigua Cáritas aquí en Lucena. Vestíamos y dábamos de comer a 30 niños cuando llegaba el día de su 1ª Comunión y el Día de la Virgen.

Como asociación de caridad que éramos, recibíamos algunos donativos de personas pudientes de Lucena y de señoras que se adherían a la causa.

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Fotos: cedidas por la familia


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Inicio de la construcción del pantano de iznájar.

Durante la dictadura, se construyeron varios pantanos y uno de ellos, lo tenemos cerca, el Pantano de Iznájar. Cuando se iban a comenzar las obras, para la colocación de la primera piedra, vino Franco.

Tenía que pasar por Lucena para llegar a Iznájar. Aquello fue una fiesta, todo el pueblo se congregó en la Ronda, a lo largo de la carretera que va dirección Málaga, por encima del parque. El coche donde iba Franco y los escoltas pasaron muy rápido. Todo el mundo aplaudiendo y el coche no se paró. Sí lo hizo su mujer, doña Carmen, que entró al centro. Se corrió la voz y todos fueron corriendo para verla. Se bajó en una tienda de bronces, Angulo, donde le regalaron un velón de Lucena de mil corazones. Yo trabajaba enfrente y no lo pude ver bien; pero, eso sí, ella se fue con un regalito.

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Jaime Ruiz Cantero - 68 Años - I Congreso Provincial de Economía La profesión de Jaime, durante muchos años ha sido la de Economista, actividad que desarrolló en banca y, posteriormente, en su propia asesoría fiscal y contable aquí, en Lucena. Perteneciente al Colegio de Economistas de Córdoba, propuso la celebración de congresos en diferentes municipios de la provincia, con el fin de reunir a los economistas para tratar temas de interés para el impulso y desarrollo económico de la provincia. La idea fue bien acogida por el Colegio Profesional. Jaime se puso en marcha para organizar el primero de ellos, que tuvo lugar en Lucena. Contactó con el entonces alcalde, Miguel Sánchez, para informarle de la idea de celebrar el congreso y el impulso que supondría a la economía floreciente del municipio. El Ayuntamiento cedió el Salón de Plenos para que allí se celebraran las diferentes conferencias.

Se puso en conversaciones con las Bodegas Aragón y Cía. y con la empresa Primitivo Picó para la celebración de un almuerzo con los asistentes al congreso. También habló con una empresa dedicada al trabajo de forja en bronce para que elaboraran réplicas del velón lucentino con el que se obsequiaría a los ponentes. Impulsor junto a Jaime de la celebración de estos congresos fue el por entonces profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Córdoba, José María Calzado. La esposa de Jaime, Araceli Moreno, también participó activamente en la buena marcha del Congreso, organizando una visita guiada por Lucena para los/as cónyuges de los asistentes. El Congreso se celebró a comienzos de los años 90 y fue un éxito. Hoy, Araceli está centrada en la organización de los cuidados de Jaime.

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Joaquina Vázquez - 76 Años - El niño que se perdió Joaquina ha trabajado muchos años en el campo, como aceitunera. Nos cuenta un hecho acontecido en aquel tiempo. “Trabajábamos cogiendo aceituna en el Monte Rincón un grupo de aceituneros. Algunos vivían cerca, en cortijos de la zona y se llevaban a la faena a los hijos más pequeños porque no tenían con quien dejarlos. Un niño que tendría tres años más o menos, estaba jugando cerca nuestra, entre los sacos y las espuertas. Nos despistamos un momento y, cuando quisimos darnos cuenta, el niño ya no estaba. Qué mal rato para su madre. Empezamos a buscarlo por todas partes, pero no lo encontrábamos. Cuando cayó la tarde empezó una tormenta grandísima y tuvimos que dejar de buscarlo. La madre estaba desesperada. A la mañana siguiente seguimos

buscando y encontraron al niño en una de las cuevas que hay por la sierra, dormidito y tapado con sacos. La madre decía “qué pena de mi niño que ha pasado la noche solito”. El niño empezó a contar que una mujer había estado con él. La gente le preguntaba qué mujer había sido. Cuando todo el mundo salió de la cueva, el niño, señalando la ermita de la Virgen, dijo que la mujer era igual que la que había en la sierra. Eso tuvo que ser un milagro”.

Foto: Gestoría Aras

Cines de Lucena Lucena contó con numerosos cines: Palacio Erisana (Plaza Nueva), Ideal Cinema (calle Veracruz), Lucena Cinema (El Coso), Salón Alhambra (calle Juan Valera), Tívoli (antiguo molino de Longo), Coliseo Lucena (calle Pedro Angulo), Cine España (calle Las Torres), Teatro Principal (calle Cervantes), Cine Moderno (calle Quintana) y Cine de la Rosa (calle Ballesteros). A la entrada de los cines o en su fachada exterior se solían colocar las carteleras con la programación y algunos fotogramas. También se repartían programas de mano, como recoge Antonio Roldán en su página web www.antonioroldan.es

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Ana Casado Marín - 85 Años - Día del Señor en El Higueral (Iznájar) El Día del Señor se celebraba con una misa por la mañana a la que todo el mundo asistía. A su término se salía en procesión. Las calles se adornaban con hierbas, flores y gayombas. Se ponían altares en portales en los que se paraba la procesión y se cantaba y rezaba. Se hacía todo con mucho respeto. Ese día no se trabajaba. Todos nos arreglábamos muy bien, con los mejores vestidos y trajes que se tenían. También se preparaban postres muy ricos para la ocasión como las gachas de leche, rosquillas o arroz con leche.

Foto: cedida por la familia

La Virgen portátil Una caja con un asa arriba, dos puertas que se abren, una cornucopia plegable, una virgen en su interior y una ranura para echar la limosna, viajaba y sigue viajando de casa en casa para que las familias le recen. Está un día en cada

casa, en el lugar donde se reune la familia, y cada familia se encarga de pasarla a la siguiente casa. Lleva una hoja de papel donde se proponen las oraciones a rezar y otra con el listado de las familias a las que hay que llevarla.

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Agustina y Joaquín García Criado - 81 Y 71 años Cofradía de la Virgen de Fátima La Cofradía se creó tras la restauración de una imagen antigua de la Virgen que había en la Iglesia de Santiago. Una de las oraciones que se rezan es el Rosario de la Paz. La Hermandad se reúne el día 13 de cada mes, rezando el Rosario cantado y celebrándose una Misa. Además se prepara catequesis para jóvenes y adultos. Esta es una de las oraciones que se dedican a la advocación de la Virgen de Fátima:

Dios mío, yo creo, yo os adoro, yo espero y os amo. Yo os pido perdón por los que no creen, ni os adoran, ni esperan ni os aman. Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo presente en todos los Sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Es por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.

Fotos: cedidas por la familia

La vida de la parroquia El vecindario colaboraba en mayor o menor medida con la iglesia del barrio. Eran los niños quienes hacían de monaguillos y tocaban las campanas, los padres quienes realizaban pequeñas chapuzas en las iglesias y las madres quienes planchaban la ropa litúrgica del cura y de los monaguillos. A veces, también colaboraban en labores de limpieza.

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Foto: Gestoría Aras


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Josefina Espinar Calzado - 81 Años - Mercado de melones y pavos Hasta comienzos de la década de los 80, en Lucena se realizaba durante los meses de junio a septiembre, un mercadillo de melones que se ubicaba alrededor de la Plaza de El Coso. De las localidades de Benamejí, Encinas Reales y Montalbán, venían vendedores de melones y preparaban los puestos para todo el verano. Araceli, la de los plátanos, era la primera en preparar el puesto, además, el suyo era el más grande. Se colocaban fardos en el suelo y sobre ellos se ponían los melones. Los vendedores hacían la vida en el puesto, comían y dormían allí, con colchones en el suelo. Era lo que había. Una cosa muy característica del mercadillo era el olor que había, un olor dulzón de melón que se percibía desde antes de llegar al Coso. La zona se alumbraba con farolillos que se hacían vaciando los melones y colocando velas en el hueco que quedaba. Para la Navidad, en lo que hoy es la

Plaza de San Miguel y la Plaza de Archidona, se ponía un mercado de pavos vivos. Era un espectáculo ver todo el suelo lleno de pavos con las patas atadas para que no salieran corriendo. El pavero iba provisto de su romana para pesarlos. Luego se veía a mucha gente por la calle camino de su casa con su pavo comprado para celebrar la Navidad, cómo han cambiado las cosas. Yo tenía un puesto en la Plaza de San Miguel, a la espalda de la Iglesia de San Mateo. Vendía fruta y verdura que traía de la huerta que tenía en el Camino de Torremolinos, tomates, pimientos, cardo blanco, espinacas… de todo. Lo transportaba en un carro tirado por un mulo, luego ya me lo traían en una furgoneta. Recuerdo que antes, la víspera del día del Corpus, por la tarde-noche, se adornaba la plaza y se vendía sólo fruta y carne. Se ponía todo iluminado y alegre y mucha gente compraba los productos que había para vender.

Negocios de temporada En invierno se instalaba en el Coso un puesto de castañas asadas y crudas para asarlas en casa. En casa se asaban metiendo las castañas rajadas en una lata con el fondo agujereado que se ponía sobre las ascuas del brasero. Para navidad, era frecuente ver por las calles al recovero paseando pavos. El resto del año, los vendían en la Plaza. En verano, el heladero recorría las calles con su carro. A la hora de mayor afluencia de gente, se instalaba en la Plaza Nueva o en el Paseo de Rojas. En un lateral del Coso se instalaba un mercado de melones al que acudían meloneros de toda la comarca.

Se vendían a domicilio jazmines de las monjas de San Agustín empaquetados en papel de periódico por docenas. Se ensartaban en un alfiler para que se abrieran y expandieran su olor.

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Foto: Gestoría Aras


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El trabajo

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Rafael Lozano - 68 Años - Electricista Con 10 años comencé a trabajar en el campo con mi padre, en las labores propias de cada estación del año. Cuando cumplí 15 años, cambié del campo al mundo de la electricidad. Me contrataron en una empresa, “El chorro”, como ayudante de montador de líneas y postes. Aprendí mucho. También estuve en Sevillana por esa época. Con 19 años me fui a hacer la mili. La hice en Córdoba, en El Muriano. Estuve un año y dos meses.

Cuando volví, ya había conocido al jefe de una pequeña empresa de electricidad de aquí, de Lucena. Me contrató y estuve durante 30 años como oficial de 1ª. Entonces tuve un accidente, me caí de un poste de 10 metros de altura. Desde ese momento no me encontré bien y hace tres años me jubilé por enfermedad. Siempre he trabajado en alta tensión, montando líneas y postes. Me gustaba lo que hacía.

Fotos: cedidas por la familia

Telefónica Eran pocos los hogares que contaban con teléfono, principalmente familias acomodadas y alguna empresa; tampoco existían las cabinas telefónicas. Para hablar por teléfono había que acudir a un local situado en la Cuesta del reloj, junto al Ayuntamiento.

Allí atendía una operadora que realizaba la conexión manualmente para que se pudiera hablar desde unas cabinas de madera. Especialmente complicadas eran las conferencias, ya que había que acordar un día y una hora para poder hablar por teléfono.

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Foto: Ana González


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Sebastián Rodríguez Campos - 83 Años - Tractorista y agricultor Sebastián empezó arrendando un cortijo por la zona de Iznájar. Para poder llevar a cabo las labores del campo “tuve que comprar un tractor y empezar a utilizarlo. Antes los tractores no tenían cabina, ni aire acondicionado, eran bastante más lentos que los de hoy día”. Actualmente los tractores van provistos de cabina y otras comodidades que hacen más llevadero el trabajo. Ha trabajado sus tierras con el tractor y también “he trabajado como cosario trabajando por horas las tierras de otras personas con mi tractor”. Lo han llamado de muchas fincas para preparar las tierras. El trabajo en el campo varía según la estación del año. “Desde el año 65 estuve trabajando sin parar hasta que me jubilé. Siempre he realizado el trabajo yo solo, no he tenido socios ni compañeros de faena”.

Gestoríapor Arasla familia Foto: cedidas

Foto: Gestoría Aras

El campo chos niños de la escuela, ya que la familia al completo solía trasladarse a los cortijos donde estaba el tajo y ayudaban en el campo o en tareas domésticas. El trabajo agrícola impulsaba además industrias de transformación y distribución como las numerosas bodegas y cooperativas olivareras que, aún hoy, siguen abiertas y funcionando.

El trabajo en el campo era una de las salidas profesionales más habituales. En la comarca se trabajaba en la aceituna o en la vendimia por temporadas. Los jornales apenas llegaban para cubrir las necesidades básicas y esto hacía que adultos, jóvenes, niños, hombres y mujeres, participaran en las campañas. La necesidad de trabajar retiraba a mu-

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Foto: todocoleccion


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Joaquina Cabello Breviati - 81 Años - Dependienta de despacho de pan Joaquina ha trabajado durante muchos años despachando pan. Comenzó vendiendo el pan que hacía su suegro y para ello adaptó una habitación de la casa como despacho de pan. Cuando murió su suegro, le llevaban el pan del horno de Mercedes. Joaquina ha sido muy servicial para todos sus clientes. Apartaba el pan de las vecinas, recordando todo los pedidos sin necesidad de tenerlos apuntados.

Foto: cedida por la familia

Antonia Burgos Alcalá - 66 años - Aceitunera Siendo joven, Antonia comenzó a trabajar en el campo, en la cosecha de la aceituna, como aceitunera. Nos cuenta la indumentaria que se ponían para la faena: ropa de abrigo, pantalón y sobre él una falda, botas y en la cabeza se colocaba un pañuelo. Todos los años, un manijero la llamaba para trabajar junto a una cuadrilla de mujeres y hombres. El manijero los recogía y los llevaba montados en el remolque de un tractor hasta el lugar de la faena. La aceituna se cogía a mano y del suelo, de una en una. Las faldas que llevaban sobre el pantalón se convertían en “bolsas” para coger la aceituna y llevarla a la espuerta donde se depositaba. La comida en el tajo era pan, chorizo, salchichón y con suerte un trozo de queso. Si la recogida de aceituna estaba lejos se quedaban a dormir en el cortijo del “señorito” durante los días que durase

el trabajo. Cuando eso pasaba se decía que “iban de dormía”. Una cosa curiosa que nos dice Antonia es que “hasta que echaban el Cristo no acababa la faena”. Algunos años más tarde emigró a Suiza, a la ciudad de Lucerna, cuyo nombre le recordaba a su pueblo.

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Foto: cedida por la familia


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Joaquín García Criado - 72 Años - He sido sastre La familia de Joaquín ha tenido gran tradición en la sastrería, realizando trajes para hombres y capas. Su bisabuelo era sastre. La sastrería familiar estaba en la calle Mesón, pasando a la Plaza Nueva y después a la calle Las Tiendas. Joaquín trabajó con su tío y después en la Sastrería López donde estuvo durante 22 años. Tomaba medidas para el traje y cortaba las piezas directamente sobre la tela. Las máquinas que se utilizaban para coser eran de la marca Singer. Para planchar los trajes se utilizaban planchas de carbón. Los aprendices tenían por función prepararlas por las mañanas poniéndoles el carbón, para que estuvieran listas durante el día. Para planchar las mangas y que quedaran perfectas, se utilizaba una lengüeta en la que se metían facilitando el planchado. Las mujeres que trabajaban en la sastrería se dedicaban a coser, mientras que los hombres medían, cortaban y a veces también planchaban. La mejor época era Semana Santa, se vendían muchos trajes, abrigos y capas.

La sastrería perdió fuerza con la llegada de la fabricación de trajes en cadena. La labor artesana resultaba muy cara y la gente prefería comprar el traje ya hecho que resultaba más económico.

Fotos: cedidas por la familia

Agustina García Criado - 82 Años - Cajera de supermercado Agustina comenzó a trabajar en la Papelería Ocaña donde recuerda que hacían unos sobres para una farmacia. Ella era muy joven. Compaginaba el trabajo con la ayuda en casa, “ayudaba a mi madre en las faenas de la casa”, nos dice. Comenzó a trabajar como cajera en el Supermercado Quintero cuando tenía 45 años, “ya no era una chiquilla”, comenta. Las cajas eran muy diferentes a las de ahora, más rudimentarias, pero tenían sus teclas que había que apretar con fuerza y sumaban y todo, uno se acostumbraba a ellas.

“Estuve muy contenta en ese trabajo, se conocía a mucha gente. Allí me jubilé”.

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Juan Cantizani Jiménez - 65 Años - Mecánico electricista A comienzos de los años 60, en casa me dieron dos opciones: continuar estudiando o aprender un oficio. No había mucho donde elegir, si se flaqueaba en los libros…. a trabajar. Realmente no sé si era lo que quería hacer, pero decidí aprender un oficio. Mi padre era camionero y yo, su único hijo varón. Mis padres querían algo mejor para mi, pero a mi estudiar… no. Los novios de mis hermanas eran mecánicos, así que en ese momento me pareció más acertado aprender ese oficio. En 1961 comencé a trabajar, sin previa formación, en un taller de electricidad del automóvil y bobinado de motores, propiedad de Rafael Serrano Pino. Se ubicaba en la esquina de la calle Pajarillas con Catalina Marín. El trabajo me gustaba y aprendí pronto. El taller se trasladó a la Avenida del Parque, en la esquina frente a Sevillana. Allí estuve algunos años hasta que me ofrecieron un puesto en Comercial Auto Accesorios, en la Avenida Miguel Cuenca Valdivia, hoy es la Peugeot. Me encargaba de las reparaciones eléctricas y de los arreglos de varios talleres que no contaban con mecánico electricista. En verano iba un día a Cuevas de San Marcos para preparar el trono de la Virgen del Carmen. Me trasladaba hasta allí con una moto Guzzi en la que había puesto un cajón en el que llevaba todo lo necesario para la preparación del trono. Pasaba un buen día, comía con los encargados del paso y por la tarde regresaba a Lucena. Todo era por cuenta del taller. En 1972 me lancé a montar mi propio taller. Lo hice en un local de la calle San Francisco esquina con la calle Viana. Me di de alta como autónomo y tuve 2 trabajadores. Allí estuve hasta el año 2006, cuando me prejubilé. Mis trabajadores, Antonio Cuadra y Antonio Ortiz, han sido estupendos. Mi clientela ha sido muy buena y el trabajo

era muy bien valorado. Arreglaba las baterías, dinamos, escobillas, bujías… Montábamos equipos de aire acondicionado, porque antes no lo traían los coches. Para ello, había que desmontar el coche completo: frontal del salpicadero, volante, paneles de puertas y techo… un auténtico rompecabezas. Antes se reparaba más de lo que se desechaba. Altruistamente instalaba y prestaba baterías para la iluminación del paso de El Caído del Jueves Santo, a Santa Teresa cuando se fundó la cofradía y a alguno más, pero sobre todo a nuestra patrona, en su día, durante 27 años. Cada año hacía un planning del tiempo que iba a estar en la calle, del manto que iba a llevar y los candelabros para calcular el peso de la batería, el correcto enfoque de los reflectores… Durante el recorrido, me metía varias veces debajo del trono para comprobar que todo iba bien. Cuando el paso se encerraba, respiraba pensando misión cumplida. Era una satisfacción para mi. El año 2005 fue el último que lo hice. La Cofradía me agasajó con un escrito y una insignia en agradecimiento a todos los años dedicados a la Virgen. Para mi ha sido un honor.

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Foto: cedida por la familia


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Teresa Ramírez García - 84 Años - He trabajado en un obrador de panadería Teresa, con 10 años, comenzó a trabajar en la Panadería Hemanos Ramírez, que estaba en la calle Mesoncillo, conocida actualmente como Panadería Campoaras. Su tío era el dueño. Durante la mañana ayudaba en las faenas de la casa, descansaba por la tarde y durante la noche echaba una mano en el obrador de pan. El amasado era manual, mezclando la cantidad de harina, sal, agua y levadura correspondiente. La levadura madre debía recentarse primero para sacar la que luego se utilizaría en las masas. Una vez preparadas las cantidades, se colocaban en un barreño metálico y con unas palas de madera se terminaba de amasar. La masa se cortaba con su peso co-

rrespondiente, se prensaba en una máquina con rodillo (había que tener cuidado para no cogerse las manos) y se aplastaban. A continuación se colocaban los panes en unas tablas para meterlos en el horno que era de leña. Con el paso del tiempo hubo que modernizarse y adaptarse a los tiempos: se cambió al horno eléctrico y con ello también cambió el sabor del pan. Teresa también elaboraba bollos que se hacían a mano, liándolos entre el puño y la muñeca, vienas cuya masa se preparaba con manteca, roscas y palillos de pan que se envasaban en bolsas cerradas con un nudo. Se hacían también unas tortas de aceite riquísimas. Los bollos se vendían a 5 pesetas y las tortas a 10 pesetas.

Fotos: cedidas por la familia

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Pedro Jiménez Morante - 76 Años - Vaquero

Pedro empezó trabajando con sus hermanos, José María y Francisco, en la vaquería que tenían en la calle Cesteros. Vendían parte de la leche a una cooperativa y el resto, a particulares. Frente a la vaquería se instaló una carpintería, en la que entró a formar parte como socio capitalista. Guarda recuerdo de aquello con una fotografía del primer dormitorio que sacaron al mercado. En 1979 se independizó, montando su propia vaquería en una parcela arrendada en la Ctra. de Rute. Algunos años después compró un terreno en Las Fontanillas donde se estableció definitivamente. Contaba con 28 vacas. El ordeño era manual, una vez por la mañana temprano y otra vez a última hora de la tarde. Él mismo sembraba y segaba la alfalfa con la que alimentaba a las vacas. El grano lo compraba para completar su alimentación. Todos los días había que limpiar el establo de las vacas, era importante mantenerlo en buen estado. Cada cierto tiempo se fumigaba y encalaba. Las vacas salían al campo a pastar todos los días. Pedro tenía dos perros con los que pastoreaba. Preparó un trozo de terreno como huerto en el que sembraba patatas, pimientos, tomates, habas, judías verdes, melones… Lo cosechado era para la

casa y en ocasiones, también repartía las hortalizas entre los vecinos. La leche la vendía a particulares, envasada en botellas de 1l, que preparaba e higienizaba diariamente María, su mujer, con ayuda de su hija Araceli. Utilizaban sosa cáustica y unos detergentes especiales, enjuagándolas con agua abundante. El interior de las botellas se lavaba con unas escobillas que llegaban hasta el fondo y los tapones de rosca se frotaban con estropajo. El envasado en las botellas se hacía manualmente. La leche recién ordeñada en cubos de zinc se pasaba a unos cántaros, a los que se colocaba en la boca una tela de lienzo fino para colar la leche, luego se vertía en las botellas y tapaban rápidamente. Ya estaban listas para la venta. En la vaquería tenía Pedro una habitación donde María hacía quesos frescos por encargo. Estaba alicatada toda de blanco, limpísima. María ponía la cantidad de leche y cuajo necesario en un recipiente. Cuando ya estaba listo, lo envolvía en una estera y luego lo prensaba para que soltara el líquido. El proceso de maduración de estos quesos no era más de 3 ó 4 días. Con la nata de la leche, María preparaba unos bizcochos y helados riquísimos. Todos los productos de la vaquería se aprovechaban.

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Rafael Lucena - 69 Años - Guarda de coto

“De pequeño, empecé trabajando en el campo”. En su juventud emigró a Suiza, como muchos otros españoles. La que sería su esposa algún tiempo después, también marchó a Suiza. Rafael y Rafaela, su mujer, regresaron a Lucena para casarse, “y después de la boda, volvimos a Suiza donde estuvimos siete años más”.

A su retorno a España, a Rafael lo contrataron como guarda de un coto privado de caza en una finca cercana a Badajoz. “Como guarda tenía que vigilar todo el terreno para que nadie cazara perdices, liebres o venados sin permiso del dueño del coto”. A Rafael los propietarios de la finca le proporcionaron un teléfono que conectaba directamente con el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (SEPRONA). Tenía que revisar el coto todos los días para dar aviso en caso de que sucediera algo. “Una noche, mientras estaba haciendo la ronda, me encontré a unos gitanos. Rápidamente llamé al SEPRONA y los gitanos bien deprisa que corrían”, cuenta sonriendo. “He trabajado 30 años en el coto, me lo conocía de memoria. Estuve allí hasta los 63 años”.

Oficios ambulantes El calero pasaba en primavera y verano con un burro que portaba dos serones cargados de cal viva que se vendía al peso. Utilizaba una romana para pesar la cal que cada cliente le solicitaba.

El afilador aparecía en las calles precedido por el sonido de una especie de flauta de pan. El equipo de trabajo era una muela de afilar montada en una bicicleta que giraba accionando los pedales.

La basura era recogida por basureros que pasaban por las calles con un carro tirado por un caballo donde vaciaban los cubos de basura que el vecindario dejaba en la puerta de las casas.

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Foto: Gestoría Aras


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Manuel Nieva “El Zapatero”

Foto: cedida por la familia

Ser zapatero es una tradición en una familia en que padres y abuelos lo fueron. Manuel empezó a trabajar como aprendiz en el taller familiar de Arjona, en la Calle Mesón, que tenía una fábrica de calzado. Este taller estaba especializado en calzado de hombre. Manuel aprendió el oficio especializado en calzado de hombre: botas enterizas, de media caña o botas de santero. El padre de Manuel murió cuando él tenía 13 años (Arjona pagó el entierro y también el de su tío), convirtiéndose en el único sustento de su familia. A los 20 años se independizó y puso su propio taller con dos compañeros, Antonio y Rafael, en la Calle Juan Palma nº 3, en un local de 12 metros cuadrados, fabricando calzado nuevo para hombre. Las medidas de los zapatos se hacían dibujando el pie y se tomaban desde los dedos hastsa el empeine, muchas veces a ojo.

A las fábricas de curtido, que eran secaderos de piel ubicados en Barcelona, Antequera y País Vasco, les compraban el cuero, el boxcat (piel con la que se fabricaba la bota) cabritilla, tafilete y anca de potro (solo asequible para unos pocos, ya que era muy cara al tratarse de una piel fina y delicada que muy pocos sabían trabajar). Los pedidos de material tardaban mucho tiempo en ser servidos debido al transporte.

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apoyaba en las rodillas y se posicionaba de una u otra forma según el trabajo a realizar. El gremio de los zapateros tenía una semana dedicada a los Patrones y ellos tenían este dicho: “El lunes San Crispín, El martes San Cipriano, el miércoles su primo hermano, el jueves pa preparar y ya, pa dos días que quedan de semana, no vamos a hacer na”. Muchos zapateros del gremio eran aficionados a la música y pertenecían a la banda de música de Lucena, lo que les proporcionaba un ingreso extra para la casa. Él llego a ser botones de la banda y estudió solfeo. La zapatería, siempre muy concurrida, era un punto de encuentro de santeros y amigos. Manuel se casó con Carmen y tienen 7 hijos. Tras 25 años cambió de local y compró el local donde siguió trabajando y donde actualmente uno de sus hijos sigue con la profesión de su padre. El corte de la piel de la bota lo preparaban aparadoras (mujeres que luego en máquinas de coser la montaban). Estas mujeres también les ponían el forro preparado por las cortadoras. En los sesenta, con la llegada de la fabricación industrial del calzado, sus compañeros de taller emigraron a Barcelona y él dejó prácticamente de fabricar calzado nuevo, adaptándose rápidamente a la nueva situación y pasando a los arreglos. Entonces había censados en Lucena unos 300 zapateros. Lo más frecuente era echar punteras, medias suelas o suelas enteras; también se ponían muchas tapas, palas, remiendos… Los utensilios que más se usaban eran el cerote (cera de abeja o de pez rubia), que se usaba para preparar el cáñamo con el que se cosía el calzado, la lezna, la pinza chata, la marquilla (para marcar puntas), la chaveta (para cortar), la precisa (aparato de hierro en la que se introduce el zapato y se trabajaba sobre él). La precisa tenia tres formas, se

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Francisco Pineda Tenor - 88 Años - Funcionario de obras públicas Francisco, durante su infancia y juventud, trabajó junto a su padre en la faenas del campo. Cuando se casó con su mujer, Dolores, se marcharon a Córdoba para trabajar como encargado de las obras de la Universidad Laboral. Francisco sufrió un accidente que le hizo perder dos dedos de la mano derecha. Algún tiempo después de este accidente, un ingeniero de obras públicas de su pueblo natal, Badolatosa, le propuso prepararse unas oposiciones para funcionario de obras públicas en man-

tenimiento de carreteras. Se animó y se presentó a las pruebas, las aprobó y lo destinaron a Lucena, donde lleva viviendo 53 años. Gracias a hombres como Francisco, que trabajaron duro, con el pico y la pala en las manos, hoy tenemos carreteras, autopistas y autovías que comunican el país de norte a sur y de este a oeste. Ellos comenzaron a tejer la infraestructura de comunicaciones por carretera de la que disponemos actualmente para el transporte rodado.

Foto: cedida por la familia

Foto: Gestoría Aras

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Asテュ se hacテュa

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Antonia Ortiz Contreras - 88 Años - Encajes para ajuar Charo, la hija de Antonia, ha escuchado muchas veces a su madre contar cómo se preparaba el ajuar. Ahora ella nos lo cuenta. “Mi madre trabajaba en los tajos de siega durante el verano. Cuando se hacían los descansos, de 5 a 7 ó 7:30 de la mañana, los hombres se fumaban un cigarro y las muchachas que se estaban haciendo el ajuar, se enjuagaban las manos con un poco de agua y se ponían a hacer encaje de ganchillo para su ropa interior, que se hacían a mano y se componía de sostén, calzones, chapona y camisa. La labor la llevaban en un delantal hecho a mano, con un bolsillo grande en el centro, separado en dos por una costura. En un lado se guardaba la labor que se estaba haciendo y en el otro el ovillo de hilo, para no mezclarlo y que estuviera lo más limpio posible. Cuando terminaba la siega, ya habían adelantado una prenda interior”.

Foto: cedida por la familia

Antonio López Martos - 79 Años - Insecticida flit El flit era un insecticida líquido que, rebajado con aceite, se utilizaba para matar moscas, mosquitos, chinches y piojos. Era necesario tener un aparato que se compraba en la latería que había en la calle Ballesteros y en él se ponía el líquido que se compraba en la drogue-

ría de la Fuente Nueva. Se vendía a 1 ó 2 reales. El dispensador estaba formado por un tambor de lata unido a un tubo también de lata, en cuyo extremo había un mango. El mecanismo para expulsar el insecticida era parecido al de una bomba de bicicleta.

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Francisca Pérez Ruiz - 71 Años - Matanzas

En casa de mis padres había una cochina con cerdos y también criábamos cabras. De las cabras, se mataban los chivos recién nacidos que se preparaban fritos con tomillo. Cuando empezaba a hacer bastante frío, en noviembre y diciembre, se hacían las matanzas del cerdo. Un matancero mataba al cerdo, lo pelaba y lo abría en canal. La sangre se ponía en un perol grande y se movía para que no se cuajara y se preparaba para hacer morcilla con cebolla picada, tocino con veta picado y los aliños. También se hacía morcilla de sesos. El chorizo se preparaba con el magro del cerdo, la panceta, la falda, recortes del jamón y piquillos del lomo, todo

picado, azafrán, pimentón, pimiento y aliños varios. Las tripas del cerdo se lavaban muy bien, hasta que quedaban blancas, y entonces era cuando se introducían dentro los preparados del chorizo y la morcilla. Se ataban y se colgaban para que se secaran bien. La lengua, el corazón, los riñones, las patas y el cuajar se guardaban para preparar el relleno de carnaval, que se preparaba con eso y además con jamón fresco y añejo, aliños, azafrán, ajo y perejil. Los jamones se salaban después de tres días de haber matado al cerdo. Los lomos se guardaban en manteca y preparados en adobo. El salchichón se preparaba con trozos de jamón, de lomo y tocino, todo picado, sal y pimienta. Para meter el preparado, se utilizaban las tripas más gordas del cerdo. También se hacían chicharrones con las cortezas, la grasa del cerdo y sal. Del cerdo se aprovechaba todo y había comida preparada cuando se regresaba de trabajar en el campo.

Foto: cedida por la familia

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Josefa López López - Lavado de la ropa Antes no había lavadoras y el lavado de la ropa era una tarea bastante laboriosa. Se empezaba por dejar la ropa en remojo durante la noche en las pilas o medias tinajas. La ropa blanca se ponía con el agua clarilla, que era el agua que quedaba cuando se asentaba la ceniza. Se lavaba con jabón verde o con el casero que se hacía con aceite y cáustica. Todo el lavado se hacía a mano, en una restregadera o lavadera de madera y las manos se picaban muchísimo. Para quitar las manchas de sangre, se ponía la ropa al sol y se restregaba

con jabón. Se enjuagaba bien, con varios aclarados. Luego, se hacía una muñequilla de azulillo o azulete (polvos azules o pastillas) en un trapo de hilo, se frotaba y eso le daba el color blanco azulado. Cuando se dejaba la ropa al sereno, salía un blanco reluciente.

Carmen Hurtado Navarro - 86 Años - Pañales para niños Para hacer los pañales de los niños pequeños se aprovechaban trozos de sábanas viejas. Se cortaban en tiras y se les hacía un dobladillo por los bordes. Cuando había en una casa niños pequeños, todos los pañales eran pocos. A los niños se les ponían dos pañales y un pico que

también se hacía a mano y que era el que recogía los pañales para que no se movieran. Las personas que podían, compraban tela de gasa de algodón, como la de las vendas, y con ella hacían los pañales.

La Miga Los niños pequeños no escolarizados eran enviados por sus familias, si disponían del dinero necesario, a la miga, que era una especie de guardería instalada en la propia casa de la persona que la atendía, sirviendo el patio de zona de esparcimiento y contando con unos recursos mínimos para que los niños pudiesen sentarse, beber agua o hacer sus necesidades.

La maestra era normalmente una mujer mayor con o sin instrucción que, a cambio de una pequeña cantidad de dinero, se hacía cargo del niño o la niña durante un periodo de tiempo a lo largo del día. El nombre puede provenir de la contracción de “la amiga” o del hecho de que en ella se ofreciese a los niños un trozo de pan con aceite a modo de merienda.

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Carmen Hurtado Navarro - 86 Años - Luto Carmen cuenta que, cuando era joven, guardar luto no tenía nada que ver con lo que se hace hoy: “Cuando se moría un familiar y no se disponía de ropa negra, se iba a la droguería y se compraba un sobre de polvos negros para tintar la ropa. Se ponía agua a hervir y se disolvían los polvos. En ese agua se echaba la ropa que se quería tintar y se dejaba hasta que se enfriaba. Después, se sacaba la ropa y se enjuagaba en agua mezclada con vinagre y se tendía a la sombra. El luto completo (toda la ropa negra) se guardaba durante 3 años o más si el difunto era un familiar muy allegado: padres, cónyuges, hermanos. Si se moría un hijo, había personas que guardaban luto toda la vida. Si la persona que moría no era familiar directo se utilizaba el medio luto que consistía en camisa o falda con colores discretos. A los hombres se les ponía una franja de tela negra en la manga de la chaqueta cuando era invierno y en la manga de la camisa si era verano”.

Foto: cedida por la familia

El luto La muerte de alguna persona constituía un acontecimiento familiar y social. Cuando fallecía alguna persona, era de obligado cumplimiento exteriorizar el dolor y el respeto de múltiples maneras, siendo la más habitual la ropa negra que vestían los allegados con mayor o menor rigor en función del grado de parentesco o del respeto hacia el fallecido. Las mujeres vestían de negro riguroso y los hombres llevaban un brazalete negro cosido en una manga de la chaqueta o la camisa, aunque se podía cambiar por un

gran botón forrado de tela negra que se cosía a la solapa de la chaqueta o de la prenda exterior que se vistiera. El luto conllevaba también una fuerte restricción de las salidas de casa a actos festivos por parte de la familia e, incluso, el apagado de la radio o la televisión en el interior de la casa durante un tiempo. Los rituales sociales principales eran el velatorio (que se hacía en la propia casa), el funeral y unas misas recordatorias al mes, a los seis meses o cada aniversario de la muerte.

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Carmen Buendía García - 84 Años - Brasero Para el frío del invierno, en las casas había una mesa camilla cubierta con unas enagüillas y debajo se ponía un brasero que daba calorcito. En el brasero se colocaba carbón de olivo y encima picón, que se hacía con las ramas de talar las viñas. Para encenderlo se utilizaba ceniza y papel, que prendía rápido y con eso empezaba a arder el picón y el olivo. Cuando uno ya se iba a acostar y todavía estaba encendido el brasero, se apartaban las ascuas con cuidado y se

dejaban para aprovecharlas al día siguiente.

Los braseros Los braseros, elementos primordiales durante los inviernos, eran unos recipientes de metal con forma de plato y dos asas abatibles para su manejo. La paleta, también de metal, servía para mover las ascuas y distribuir el contenido. Por último, la alambrera era el complemento que evitaba que cayesen trapos dentro o que se metiera algún zapato por descuido en su interior. El carbón era el componente principal para producir las ascuas y obtener un ca-

lor más duradero. Para ayudar a su combustión, se utilizaba el cisco (procedente de los trozos más pequeños del carbón, es más difícil de encender, pero da un calor más intenso y duradero) y el picón (procedente de la quema de ramas delgadas, se enciende más rápido, pero da menos calor y dura menos encendido). Todas las variedades se adquirían en las carbonerías. Para disipar el olor a humo, se le solía echar alhucema picada.

Ana Casado Marín - 85 Años - Limpieza de metales Antiguamente, no había algodón mágico para limpiar los objetos de metal, tan típicos en Lucena, así que, cuando el almirez o el velón estaban ya negrillos, se preparaba una mezcla de sal y vinagre y, con un trapito que se iba mojando en ella, se frotaban muy bien los cacha-

rros. Luego, con otro trapo seco, se les daba fuerte para secarlos y por último se ponían un rato al sol para que se terminaran de secar bien y no les quedara humedad. El dorado brillaba muchísimo.

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María Molina Alba 62 Años - Así se preparaba la cal Cuando llegaba el buen tiempo, la gente se preparaba para hacer limpieza y encalar las casas con cal viva que se compraba en la Calzada, donde había un calero que pesaba en una romana los trozos metidos en un saco. Se llevaba a la casa cargado en un carro o en un burro. Se preparaba una tinaja al aire libre con la cal y se le añadía agua. La mezcla parecía hervir por los borbotones y el humo que salía de la tinaja. Cuando se apagaba y se derretía la cal, se movía con un palo de madera para que quedara bien mezclada. Se echaba en un cubo y se encalaba con un escobín. Antes de encalar, se quitaba el polvo y las partes huecas de las paredes y los techos. A veces, había que dar varias manos de cal y había que esperar un día entre mano y mano.

Practicantes El practicante iba a la casa del enfermo. Llevaba la jeringa y las agujas en una lata metálica ovalada que servía de improvisado esterilizador: la llenaba de alcohol que prendía con un mechero y sumergía en él la aguja y la jeringa durante unos minutos.

Foto: cedida por la familia

Joaquina Cabello Breviati 81 Años - Arreglo de los patios En primavera, la gente se revolucionaba para realizar una limpieza a fondo de las casas y los patios. Se compraba la cal. Los patios se encalaban para que quedaran blancos y una vez que se terminaba, se les echaba una cenefa en el suelo y también en parte de la pared. Se preparaba con una mezcla de cemento y temple, quedándose de un color verde para que durara más cuando lloviera. A los patios de cemento se les daba con alcaparrosa (óxido granulado), con polvos “coloraos” y, a fuerza de fregarlos, les quedaba un brillo precioso. La alcaparrosa también se le ponía a las pilistras y a los helechos y les daba un color verde brillante.

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Teresa Burguillos Cuenca - 84 Años - Así se hacía el queso de cabra

Para elaborar el queso se necesita leche de cabra y cuajo. El cuajo se obtiene del estómago de un chivo de 20 días. Tenía que mamar de la cabra antes de matarlo para que el estómago estuviera lleno de leche que se extraía atándolo por la parte de arriba y dejándolo colgado aproximadamente 30 días; así se formaba el cuajo. La cantidad de cuajo necesaria de-

pende de los litros de leche que se vayan a utilizar. Para una olla grande (unos 10 litros), se pone como cantidad de cuajo medio dedo de la pasta, disuelta previamente en un cazo con leche templada. La leche para hacer el queso se pone en frío mezclada con el cuajo disuelto. Se mueve bien con una cuchara de madera y se divide en cuatro partes. En la parte superior queda un líquido espeso que se retira para elaborar el requesón. En una tabla de madera se colocan moldes de esparto sin base. Se llenan con la masa formada con la leche y el cuajo, prensándolo bien, colocando un peso encima para que expulse el líquido. El proceso de prensado de este tipo de queso es de un día y medio. Después, se deja orear fuera de los moldes. El queso se hacía a diario para aprovechar el cuajo que se había obtenido. En la actualidad el cuajo se puede adquirir en las farmacias.

Concepción Pérez Moreno - Almidonar ropa de hogar Sisi, la hija de Conchi, explica cómo su madre almidonaba los tapetes, pañitos y posavasos que había en su casa para que quedaran perfectos. Se compraba el almidón en las monjas de San Agustín, podía ser en polvo o en pastillas. Se echaba en agua tibia y se removía para que se disolviera. Entonces, lo que se quería almidonar se introducía en la disolución y se dejaba unas horas; se sacaba y se dejaba secar; se planchaba muy bien y se le iba dando forma. Quedaban los pañitos perfectos.

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La cocina

de nuestras abuelas En la España de la posguerra transcurrió la infancia y adolescencia de nuestros abuelos y es sorprendente el ingenio que se derrochaba para preparar la comida con los pocos ingredientes de los que se podía disponer. Era una cocina muy económica y de subsistencia, nada que ver con lo que hoy tenemos. Una comida típica de entonces, elaborada con sobras de pan, dientes de ajo, agua, aceite y sal, hoy, en cualquier restaurante, nos la

presentan como un exquisito plato para gourmets: la sopa de ajo, claro está que nos la decoran con exquisiteces. O las gachas de harina tostada o café, convirtiéndolas en un delicioso postre. Cómo han cambiado las cosas. Seguro que alguna vez nos hemos preguntado ¿por qué mi abuela me llena el plato hasta el borde?. La explicación es fácil, han sido personas que han sufrido la época de la guerra civil y el racionamiento, pasaron muchas necesidades y ahora

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animan a los hijos y los nietos a comer, no quieren que sufran lo mismo que ellos. En esa cocina, con más imaginación que ingredientes, se han inspirado los grandes cocineros de nuestro país, exportándola fuera de nuestras fronteras. Quién lo hubiera dicho entonces. Nuestras abuelas nos han contado recetas que han elaborado toda la vida, aquí las tenéis. Animaos a prepararlas, seguro que están riquísimas.


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Francisca Ruiz Toledano - 82 años Batatas y frutas endulzadas INGREDIENTES: - 2 kg. de fruta variada ó 2 kg. de batatas. - 2 kg. de azúcar - El agua de lavar la fruta. PREPARACIÓN: Lavamos la fruta y, sin secar, le quitamos la piel. La colocamos en un recipiente a fuego lento y la cubrimos con azúcar. Cuando ésta comienza a caramelizarse, la retiramos del fuego y dejamos reposar durante un día. Transcurrido ese tiempo, volvemos a colocar el recipiente con la fruta en el fuego y, cuando el azúcar comience a caramelizar, apagamos el fuego y lo dejamos reposar otro día.

Esta operación la realizaremos durante 3 ó 4 días. El último día, dejamos que caramelice el azúcar por completo, sumergiendo bien la fruta en ella. A continuación sacamos la fruta, colocándola sobre una rejilla para que seque bien y la troceamos. Ya está lista para comer.

Ana Casado - 85 años Arroz con leche

fuente grande, también con canela molida, para que cada uno se sirva lo que guste.

INGREDIENTES: - 1 litro de leche. - 1 palo de canela. - Cáscara de limón. - Azúcar a gusto. - ¼ kg. de arroz. PREPARACIÓN: En un cazo ponemos a hervir la leche con la canela, la cáscara de limón y el azúcar que queramos. Cuando esté un poco caliente, añadimos el arroz y removemos. Reducimos el fuego y lo dejamos hacerse lentamente, removiendo con frecuencia. Cuando esté en su punto, apagamos el fuego y le quitamos la canela y la cáscara de limón para que no amargue. Lo colocamos en platitos de postre y lo decoramos con canela molida o lo podemos poner todo en una

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Teresa Bujalance - 79 años Magdalenas caseras INGREDIENTES: - 1 vaso de huevos. - 1 vaso de aceite. - 1 vaso de azúcar o un poquito menos, a gusto. - La harina (más o menos 2 vasos y medio). - 1 cucharadita de canela en polvo. - 1 sobre de levadura. - Ralladura de un limón y un poquito de su zumo. - Azúcar para decorar.

Pestiños INGREDIENTES: - 1 kg. de harina. - 1 vaso de aceite. - 1 vaso y un poco más de vino de buena calidad. - 1 pellizco de sal. - 1 cucharadita de ajonjolí y otra de matalahúva. - 1 pizca de canela y azúcar para pasar los pestiños. PREPARACIÓN: Calentamos el aceite con el ajonjolí y la matalahúva. En un bol ponemos la harina, le añadimos una pizca de sal, el aceite con sus ingredientes y el vino. Amasamos todo bien. La masa no debe quedar ni dura ni muy blanda. A continuación, estiramos la masa con un rodillo. Vamos cortando rectángulos no muy grandes y unimos dos esquinas dando forma a los pestiños. También los podemos hacer de “pellizquito”, haciéndolo con los dedos. Los freímos en aceite bastante caliente. Cuando los sacamos de la sartén los pasamos por una mezcla de azúcar y canela. Están muy ricos con el café.

PREPARACIÓN: Precalentamos el horno a 180º C. Tamizamos la harina con la levadura y la reservamos. Batimos en un bol los huevos con el azúcar hasta que quede una masa espumosa. Añadimos, sin dejar de batir, el aceite, la ralladura y el zumo de limón y la canela. Seguimos batiendo. Agregamos la harina y mezclamos bien. Dejamos reposar la masa tapada con un paño unos minutos. Preparamos los moldes para magdalenas. Los llenamos con la masa hasta la mitad y ponemos un pellizquito de azúcar en el centro. Colocamos los moldes en la bandeja de horno a media altura, durante 20 minutos o hasta que veamos que las magdalenas están hechas. Podemos disfrutarlas en el desayuno o la merienda.

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Foto: cedida por la familia

Araceli Sánchez Barrionuevo - 83 años Roscos de huevo INGREDIENTES: - Por cada huevo: - 1 cascarón de aceite. - 3 cucharadas de azúcar. - 1 chorrito de zumo de limón. - Canela molida. - Harina para repostería. PREPARACIÓN: Batimos el huevo y le agregamos el aceite, el azúcar y el zumo de limón sin dejar de remover. Le añadimos la harina que admita. La masa no debe quedar dura. Para que nos resulte más fácil formar los roscos, nos ponemos un poco de aceite en las manos. Los freímos en aceite caliente y los pasamos por una mezcla de azúcar y canela. Están muy ricos.

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Tortas de aceite apestiñadas INGREDIENTES: - 1 kg. de masa de pan corriente. - 1 litro de aceite frito con matalahúva. - ½ kg. de harina. - ¼ kg. de azúcar. PREPARACIÓN: A la masa de pan se le añade el aceite frito con la matalahúva, poco a poco, y no dejando de amasar. El aceite debe quedar totalmente entremetido en la masa de pan. Seguidamente, agregamos la harina restante y el azúcar. Amasamos para que queden bien mezclados todos los ingredientes.

Pavo en pepitoria INGREDIENTES: - 1 pavo. - Tocino o manteca de cerdo. - Ajo, perejil y sal. - Pimienta molida. - Caldo de puchero. - Clavo de especia. - Un puñadito de avellanas o almendras. - 2 yemas de huevo. PREPARACIÓN: Se limpia bien el pavo y se seca con un paño. Se corta en trozos y se rehoga

Carne encebollada Esta es una receta que preparaba la madre de Araceli con las medidas utilizadas en ese tiempo.

Formamos bolas de masa y las aplastamos sobre un plato llano en el que pondremos azúcar y ajonjolí. El horno lo tendremos precalentado y la bandeja con las tortas la colocaremos a media altura. El horno debe estar fuerte.

con tocino picado o con manteca, ajo, perejil, sal y un poquito de pimienta. Añadimos un cazo de caldo de puchero y se hace una salsa con clavillo, especias variadas, ajo tostado, perejil y unas avellanas o almendras, machacando todos estos ingredientes en el mortero. Cuando está cociendo se disuelven unas yemas de huevo en el caldo. Se deja cocer hasta que esté tierno.

y doradita, se le añade agua para que cueza hasta que quede tierna. Se le pueden añadir unas patatas a trozos.

A una libra de carne se le añade: dos jícaras de aceite, dos de vinagre, ajos enteros, cebolla, sal y pimienta molida. Cuando la carne esté bien mareada

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Josefina Espinar

PREPARACIÓN: Lavamos los tomates y los pimientos. Los troceamos menuditos. Pelamos la cebolla y los ajos y los cortamos pequeñitos. En una sartén ponemos un poquito de aceite de oliva y sofreímos la verdura con unas hojitas de laurel. Limpiamos los boquerones quitándoles la espina, los pasamos por harina y los freímos en aceite caliente. Preparamos una mezcla de harina, agua, vinagre y sal y lo añadimos al sofrito. Agregamos también los boquerones y lo dejamos cocer todo junto unos minutos. Listo para comer. El mismo sofrito pero sin la mezcla de harina lo podemos preparar con pescado gordo. Si utilizamos bacalao, al sofrito le añadiremos pimiento morrón.

Salsa de boquerones

INGREDIENTES: - Tomates. - Pimientos. - Cebolla. - Ajos. - Unas hojas de laurel. - Boquerones. - Aceite. - Sal.

Ascensión Padillo Guijarro - 82 años Gachas de miel negra Necesitamos un vaso lleno de miel negra, agua, la harina que admita, canela y clavo de especia. Calentamos el agua hasta que se integre con la miel. Agregamos la harina, la canela y el clavo. El fuego siempre tiene que estar suave, no hacerlas a fuego fuerte. Se van removiendo poco a poco, haciéndose bien. Cuando se empiecen a despegar de las paredes de la sartén, ya están listas para colocarlas en un plato, con un poquito de canela por encima. Qué aproveche.

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Isabel García Ruiz - 80 años Mojete Isabel, Pita como la llama cariñosamente su familia, nos dice cómo se elabora esta receta de boquerones: INGREDIENTES: - ½ kg. de boquerones. - 4 ó 5 tomates rojos. - 3 pimientos verdes. - 2 dientes de ajo. - Aceite, harina, sal y azafrán. - Pimienta negra molida. - Pan rallado.

Los reservamos. En el mismo aceite, retirando un poco en caso de que fuera mucho, sofreímos el pimiento, el tomate y el ajo picados. Ponemos a punto de sal y pimienta y agregamos azafrán y un poquito de agua. Cuando empiece a hervir, añadimos los boquerones y dos cucharadas de pan rallado. Cocinamos todo junto durante 10 minutos. Lo apartamos del fuego y ya está listo para servir.

PREPARACIÓN: Limpiamos los boquerones quitándoles la espina. Les ponemos un poquito de sal, los enharinamos y freímos.

Elena Caballero - 80 años

PREPARACIÓN: Se limpia el pollo, procurando deshuesarlo sin romper la piel. Sacamos la pechuga con cuidado, la picamos con el jamón y el pimiento, sazonándola con sal y pimienta a gusto. Con el picado, rellenamos con cuidado el pollo. Lo atamos con hilo de bridar para que no se salga el relleno. Colocamos el pollo ya preparado en una fuente con un poco de aceite. Lo metemos en el horno hasta que quede hecho y la piel esté dorada. También se puede comer frío, cortándolo en lonchitas como un fiambre.

Pollo relleno INGREDIENTES: - 1 pollo mediano. - ¼ kg de jamón serrano. - Pimiento rojo y verde. - Sal, aceite y pimienta negra molida.

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Concepción Pérez Moreno - RECETAS DE REPOSTERÍA Besos de monja: INGREDIENTES: - 3 huevos. - 1 cascarón de aceite frito. - Ajonjolí, matalahúva y canela molida. - Harina que admita. - Azúcar a gusto. - Aceite para freír.

mos bien. Tendremos preparado un almíbar por el que pasaremos la fritura, después la pasamos también por el azúcar.

PREPARACIÓN: Mezclamos todos los ingredientes para formar una masa que no se pegue a las manos y que no quede dura. Le damos forma de barrita y cortamos en pequeños trozos. Freímos en aceite caliente. Escurri-

Pastas de almendra: INGREDIENTES: - ½ kg. de almendras peladas y picadas. - 6 cucharadas de azúcar. - 4 huevos. - Harina que admita. - Ralladura de limón. PREPARACIÓN: Batimos los huevos con el azúcar y la ralladura de limón. Añadimos las almendras peladas y picadas menuditas. Agregamos harina poco a poco, hasta que quede una masa manejable y blandita. Formamos bolitas del tamaño de una nuez, las aplastamos un poco y las vamos colocando en una bandeja de horno preparada con papel vegetal para evitar que se peguen las pastas. El horno lo tendremos previamente precalentado. Horneamos las pastas hasta que queden doraditas.

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Garrapiñada:

tonces, apagamos el fuego y sobre una bandeja o fuente plana, extendemos la almendra y dejamos que se enfríe. Troceamos y lista para comer.

INGREDIENTES: - 1 kg. de almendras. - 1 kg. de azúcar. - Agua. PREPARACIÓN: Ponemos a calentar un perol de metal con un poquito de agua y el azúcar. Añadimos las almendras peladas. Mezclamos bien. Cuando comience a hervir y a hacer espuma, retiramos del fuego el perol y no dejamos de remover hasta que se enfríe la almendra y el azúcar. Colocamos de nuevo en el fuego hasta que el azúcar quede bien pegado a la almendra y se despegue del perol. En-

Lucía Pérez Pérez - 76 años Judías verdes redondas empanadas INGREDIENTES: - Judías verdes redondas. - Harina. - Huevo. - Agua. - Sal. - Aceite de oliva para freír.

Los “mandaos”

PREPARACIÓN: Quitamos las hebras a la judías, las lavamos y las ponemos a cocer en agua con sal. Cuando estén blanditas, las retiramos del fuego y las escurrimos bien. Preparamos una masa clarita con harina, huevo y sal. Rebozamos las judías en la masa y formamos panetitos de 4 ó 5 judías, como si fuesen boquerones. Freímos en aceite bien caliente. Es otra forma de comer verdura que gusta mucho a los niños.

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La ausencia o el reducido tamaño de las neveras y la economía obligaban a realizar la compra a diario y, para productos que se vendían lejos del mercado, se recurría al “mandao”, realizado por algún miembro de la familia. La leche en el domicilio del dueño de las cabras o las vacas, el vino en bodegas o bares, el carbón o el cisco en la carbonería, los alimentos para animales, en el ajolín, etc.

Foto: Gestoría Aras


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Rosario Chicano Delgado - 82 años Bolos con tomate INGREDIENTES: - ½ kg. de carne de pollo o de cerdo picada. - 3 huevos. - 1 clara de huevo. - Pimienta negra molida. - Perejil picado. - 1 ó 2 dientes de ajo picados. - Pan rallado. - Cebolla. - ½ kg. de tomate triturado. PREPARACIÓN: Separamos la clara de la yema de uno de los huevos. En un bol ponemos la carne picada, el ajo, perejil, sal, pimienta y los huevos que habremos batido previamente. Lo mezclamos todo bien. Vamos cogiendo porciones de masa y le damos forma parecida a la croqueta, las pasamos por la clara de huevo batida y por

Riñones al jerez INGREDIENTES: - 4 riñones de ternera. - 2 copitas de jerez. - 1 limón. - 6 rebanadas de pan del día anterior. - Sal. - Pimienta. - Harina.

pan rallado. Freímos los bolos en aceite caliente hasta que queden doraditos. Escurrimos bien y reservamos. Cortamos la cebolla menudita y la ponemos a pochar en una sartén con poquito aceite, agregamos el tomate triturado y dejamos que se fría hasta que espese un poco la salsa. Añadimos un poquito de azúcar y rectificamos de sal. Una vez lista la salsa, le añadimos los bolos que habíamos reservado, dejándolo cocer todo junto, a fuego medio, unos diez minutos y listo para comer.

Foto: cedida por la familia

gamos el jerez, dejándolos hervir para que terminen de hacerse. Cuando los vayamos a servir, los rociamos ligeramente con el zumo de limón y los presentamos con las rebanadas de pan que habremos frito anteriormente.

PREPARACIÓN: Limpiamos muy bien los riñones y los cortamos en trocitos pequeños. Los salteamos con un poquito de aceite a fuego vivo, sin que lleguen a hacerse demasiado, y los salpimentamos. Espolvoreamos un poco de harina sobre los riñones y seguimos friéndolos. Cuando tengan un color dorado, agre-

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Tortas

Cogemos porciones no muy grandes de la masa, formamos una bolita que aplastaremos dándole forma de torta. Colocamos las tortas en una bandeja de horno preparada con papel vegetal. Colocamos la bandeja a media altura y horneamos las tortas a 180º. Cuando estén doradas, es el momento de retirarlas del horno. Dejarlas enfriar y listas para la merienda o el desayuno.

INGREDIENTES: - 6 huevos. - 1 ½ vaso de leche. - 1 ½ vaso de leche. - 1 ½ vaso de azúcar. - 1 cuchara sopera de bicarbonato. - La harina que admita. PREPARACIÓN: Batimos los huevos con el azúcar, añadiéndoles el aceite y la leche. Mezclamos la harina con el bicarbonato, agregándola a los huevos. Iremos añadiendo la harina necesaria para formar una masa que no se pegue a los dedos y no quede dura. Precalentamos el horno.

Carmen Rosa González - 81 años Migas a lo pobre INGREDIENTES: - 1 pan del día anterior. - 2 cabezas de ajo. - Aceite. - Sal. - Agua. PREPARACIÓN: Troceamos el pan, pellizcándolo con los dedos, en trozos pequeños. Lo colocamos en una fuente y lo rociamos con agua hasta empapar el pan, pero no debe quedar con exceso de agua. Ponemos un poquito de sal y lo dejamos reposar 3 ó 4 horas. Separamos las cabezas de ajo, sin pelar los ajos. Ponemos un poco de aceite en un perol y doramos los ajos, añadimos el pan y comenzamos a mover hasta que quede dorado y las migas sueltas. Estas son las “migas a lo pobre” que podemos “enriquecer” añadiendo chorizo, torreznos, uvas o melón.

Fotos: cedidas por la familia

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Carmen Carrera Pino - 87 años Manitas de cerdo

PREPARACIÓN: Se limpian bien las manitas y se colocan en la olla exprés cubiertas de agua. Agregamos la sal, pimienta en grano, el laurel, la ñora, la cabeza de ajos, la cebolla cortada a cascos grandes y el clavo de especia. Tapamos la olla y la dejamos hervir durante una hora y cuarto. Mientras, preparamos un sofrito con pimiento, cebolla, ajo, tomate y una cucharada de pimentón dulce, todo triturado. Reservamos. Cuando las manitas estén en su punto, y sin retirarles el caldo de cocción, le añadimos el sofrito junto con un par de guindillas y nuez moscada. Lo ponemos al fuego para que hierva durante 5 minutos, rectificándolo de sal si fuera necesario. Ya están listas para comer.

INGREDIENTES: - 2 kg. de manitas de cerdo. - Pimienta negra en grano. - 2 hojas de laurel. - 1 ñora. - 1 cabeza de ajos. - 1 cebolla grande. - 2 clavos de especia. - 2 guindillas. - Nuez moscada. - Sal PARA EL SOFRITO: - 1 pimiento verde. - 2 dientes de ajo. - 1 tomate. - 1 cucharada de pimentón dulce.

Carmen Arroyo Marín - 80 años Gajorros

Se calienta una sartén con aceite y se fríen los gajorros. Una vez fritos, se escurren y se pasan por azúcar y canela.

INGREDIENTES: - 3 huevos. - 1 vaso de aceite. - 1 vaso de leche. - 2 vasos de azúcar. - Ralladura de limón. - 1 sobre de levadura. - Harina (sobre 1 kg.). - Azúcar y canela molida PREPARACIÓN: Se separan las yemas de las claras y se montan éstas a punto de nieve. Se calienta el aceite con una cáscara de limón. Se baten las yemas con el azúcar, se le agrega el aceite, la leche, la ralladura de limón y el sobre de levadura. Se añade poco a poco la harina hasta obtener una masa que no se pegue a las manos y no quede dura. Con porciones de masa se forman bastoncitos trenzados.

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Foto: cedida por la familia


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Remedios caseros Para el hombre, la salud es uno de los aspectos más importantes de la vida. Cuando algo no funciona en nuestro cuerpo, buscamos rápidamente la solución en la medicación. Nuestros abuelos, los abuelos de nuestros abuelos y podemos seguir retrocediendo hasta el mundo griego y romano o incluso más atrás, utilizaban la medicina natural, porque el sistema de salud que conocemos hoy, no existía. Se recurría a infusiones o compuestos de plantas para las malas digestiones o los dolores de espalda. Durante muchos años, los remedios caseros o naturales han sido “las medicinas para curarse”. Somos conocedores de que la naturaleza guarda muchos secretos para mejorar nuestro bienestar, pero no nos preocupa-

mos por desvelarlos. Los abuelos si han sabido descubrir muchos de esos secretos. Hoy, hablamos de fitoterapia cuando utilizamos plantas con fines terapéuticos, y eso no es más que los remedios que se llevan utilizando desde muchos años atrás. ¿Quién no se ha tomado alguna vez una infusión de tomillo con miel y limón para aliviar el resfriado?. Seguro que ha sentido alguna mejoría. Hay remedios para casi todo, no sólo para la salud, también hay para limpieza o jardinería, la sabiduría de nuestros mayores es mucha. Hemos rescatado del baúl de los recuerdos algunos remedios caseros de nuestras abuelas. Aquí os los mostramos. Podéis ponerlos en práctica.

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Olvidos y recuerdos

Ascensión Padillo Guijarro - 82 Años

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PARA LA SALUD: • Cuando nos pique un insecto (mosquito, avispa, abeja…) aplicamos aceite de oliva crudo en la picadura y sentiremos alivio rápidamente. • Cuando un niño esté empachado, se hierve apio y el agua de la cocción se

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le da en ayunas durante 3 días. Su intestino funcionará bien y se quedará nuevo. Otro remedio para los empachos infantiles es tomar una infusión de manzanilla. Para el dolor de piernas, dar masajes con alcohol de romero. El masaje debe hacerse desde arriba hacia abajo, el alivio es rápido. Las infusiones de tomillo con miel y limón son muy buenas para el resfriado. Se toma una por la mañana y otra por la noche y se notará la mejoría. Para los gases o cólicos estomacales es muy bueno tomar una infusión de poleo varias veces al día. Cuando no se pueda dormir, se toma una infusión de tila con un poquito de azúcar por lo menos una hora antes de acostarse. Cuando no se pueda orinar bien por un poco de infección en la vejiga, es muy bueno tomar una infusión de cola de caballo y también para las personas que tengan reuma. Para el dolor de garganta, se hierve agua con bicarbonato y, cuando esté templada, se hacen gárgaras. Consejo: se deben hacer cenas ligeritas y no llenar la panza mucho.

La partera Antes de que se construyera el hospital de Cabra, los partos eran atendidos por la partera o comadrona y se practicaban en el domicilio, la mayoría de las veces en unas condiciones precarias. También acudía a las cortijadas alejadas del pueblo para el seguimiento de embarazos. Los bautizos eran celebraciones familiares y solían celebrarse en la casa de los padres o de algún familiar consistiendo

en una merienda sencilla que daba pie a una jornada festiva. Como tradición, al salir de la iglesia, el padrino lanzaba al aire monedas de perra gorda, de dos reales y de peseta que la chiquillería recogía del suelo formando gran alboroto. Una de las parteras más conocidas era Doña Paquita, que conducía un Mini pintado de color morado que facilitaba su localización.

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Ascensión Padillo Guijarro - 82 Años PARA LAS PLANTAS: • Cuando una planta tenga gusanos, es muy bueno que en la tierra le pongamos los posos del café. • Cuando podemos los geranios de nuestro patio, cogemos los esquejes, les machacamos un poquito la punta y los sembramos en otra maceta, así le saldrán flores antes. • Abonos muy buenos para las macetas que tengamos son la ceniza que queda cuando se quema leña, los posos de café y también el agua de hervir las verduras. • Para que las hojas de las plantas estén brillantes, mezclamos leche con un poco de cerveza y con un trapito mojado en la mezcla le damos a todas las hojas.

Autobuses El transporte de personas y mercancías se realizaba por medio de varias empresas de autobuses. En el Coso había dos: la Alsina (a la entrada de la calle Condesa Carmen Pizarro) y otra situada junto a la fuente. En el Llanete San Francisco había otra y dos más en el Paseo de Rojas. Los viajes se realizaban en antiguos autobuses que permitían la apertura de las ventanillas por parte de los viajeros. Los paquetes se colocaban en el maletero inferior junto a los equipajes, en la baca que llevaban sobre el techo o en una repisa sobre los asientos cuando era equipaje de mano o ropa de abrigo. Junto al conductor, iba el revisor, encargado de picar los billetes, dar charla a los viajeros o facilitarles una bolsa de plástico en caso de mareo. Si la bolsa no llegaba a tiempo, se encargaban de

limpiar por encima el desastre. Los conductores y los revisores cumplían también una inestimable función como recaderos. El tiempo muerto en la capital entre el viaje de ida y el de vuelta lo aprovechaban para traer impresos oficiales o entregar documentación en organismos por encargo de particulares que les pagaban el servicio.

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Foto: Gestoría Aras


Olvidos y recuerdos

Ascensión Padillo Guijarro - 82 Años PARA LA CASA: • Cuando un guiso se nos pegue en la olla y con el estropajo no le salga lo pegado, ponemos a hervir agua en la cacerola con un chorro de vinagre. Lo que se ha quedado pegado saldrá fácilmente. • Cuando nos hayamos comprado unos zapatos y nos aprieten, cogemos papel de periódico mojado con alcohol y lo metemos en los zapatos. Cuando el papel se va secando, se hincha y ensancha el zapato. Así nos resultará más cómodo. • Cuando nos hayamos manchado la ropa con cera, lo primero que hay que hacer es rascarla con un cuchillo, después ponemos papel de periódico encima y debajo de la mancha de la ropa y le ponemos la plancha caliente. El papel de periódico absorbe la cera.

Posadas Las posadas eran lugares de tránsito para viajeros y comerciantes. En ellas, se pernoctaba en función de la duración de la estancia de cada viajero. En la posada de San José (calle Ancha) paraban dos personajes que se dedicaban a la venta de queso manchego en los comercios, aunque también vendían a cualquiera que se lo solicitase. Ataviados con un mandil manchego de tela negra, pantalones de pana, boína, un saco con el queso y una romana para pesarlo, recorrían el pueblo durante todo el año. Las posadas también servían para dar cobijo a quienes te-

nían burros o caballos y no disponían de sitio en sus domicilios para dejarlos cuando no eran necesarios para el trabajo.

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Carmen Carrera Pino - 87 Años Cura de ombligo Para hacerlo es necesaria una moneda de perra gorda, un buche de aguardiente y una copa. La persona se tumba boca arriba y deja la zona del abdomen descubierta. Sobre el ombligo se coloca la moneda, se toma el aguardiente y se espurrea con la boca sobre el abdomen. Se coloca la copa sobre el ombligo, se hace un vacío y se retira la copa. Este proceso se utiliza para curar los miedos.

Ana Casado Marín - 85 Años - Resfriados de los niños Ana tiene 4 hijos y ha puesto en práctica muchas veces este remedio. Cuando un niño pequeño se resfría y tiene dolor de garganta y en el pecho, calentamos un poco de grasa de cerdo. En una gasita bien limpia ponemos la

grasa calentita y la colocamos en la garganta y el pecho del niño durante toda la noche. Por la mañana, con agua templadita, lo lavamos bien. Se siente mucho alivio.

Oficios y servicios Los hornos de las panaderías o panificadoras prestaban a la clientela un servicio diferente al propio de la fabricación y venta del pan. Era frecuente que los particulares acudieran para hornear magdalenas hechas en casa, pimientos morrones y otros alimentos que se consumían en determinadas fechas o en días señalados.

Las herrerías, ubicadas en los bajos de algunas casas, se dedicaban a la fabricación de elementos que tenían como base el hierro, pero también se acudía al herrero para reparar piezas o herramientas que se habían roto. Allí se obtenían los “mocos de herrero” (escorias de hierro) para decorar y construir los belenes navideños.

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Olvidos y recuerdos

Antonia Ortiz Contreras 88 años • Para las grietas de las manos producidas por las labores del campo un remedio eficaz es echar cal en agua y ponerla a hervir. Un poco del agua clara que queda con una capa de escamas, se pone en un recipiente pequeño con unas cucharadas de aceite.

Se bate y se forma un ungüento que se pone sobre las grietas. Se curan. • Jarabe de rábanos para la tos que queda después de un resfriado o bronquitis. En una taza ponemos 1 ó 2 rábanos de los largos, que no sean rabanillas, cortados a rodajas y cubiertos con azúcar. Se dejan macerar y cuando empiecen a soltar un líquido o agüilla, se cuela y se bebe o se toma como un jarabe.

Fotos: cedidas por la familia

Las ferias Se celebraban en los barrios, distribuyendo las atracciones, los puestos y las casetas por calles y plazas. El vecindario usaba portales y cocheras como improvisadas barras para familiares y amigos. La feria del Valle era la gran feria en todos los sentidos y se instalaba en el Paseo de Rojas. Durante las fiestas patronales se celebraba la feria de la Virgen en el Coso y la Plaza Alta y Baja. La feria de San Francisco se montaba en el Llanete y la Calle de San Francisco. La feria

de Santiago se ponía entre el Llanete y la calle de Santiago.

Foto: Teresa Ramírez García

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Familias

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Olvidos y recuerdos

Foto: Ana Cabeza y Miguel Sรกnchez

Foto: Carmen Rosa Foto: Carmen Carrera Pino

Foto: Antono Lรณpez Martos y Josefa Lรณpez Lรณpez

Foto: Ascensiรณn Padillo Guijarro

Foto: Carmen Rosa

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AFA Nuestros Ángeles

Foto: José Servián del Pino

Foto: José Servián del Pino

Foto: Antonio Pacheco Moreno

Foto: Antonio Pacheco Moreno

Foto: Conchi Villegas Ramos

Foto: José Servián del Pino

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Olvidos y recuerdos

Foto: Lucía Pérez Pérez

Foto: Carmen Arroyo Marín

Foto: Lucía Pérez Pérez

Foto: Consuelo Rendón Hoyo

Foto: Lucía Pérez Pérez

Foto: Carmen Arroyo Marín

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Foto: Consuelo Rendテウn Hoyo Foto: Francisca Pテゥrez Ruiz

Foto: Elena Caballero

Foto: Francisca Pテゥrez Ruiz

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Olvidos y recuerdos

Foto: Joaquina Cabello Breviati

Foto: Joaquina Vรกzquez

Foto: Josefa Borrego

Foto: Joaquina Vรกzquez

Foto: Antonia Burgos Alcalรก

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AFA Nuestros Ángeles

Foto: Rosario Chicano Delgado

Foto: Rosario Chicano Delgado

Foto: Araceli Gálvez

Foto: José Redondo

Foto: Araceli Gálvez

Foto: Araceli Gálvez

Foto: Teresa Ramírez García

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Olvidos y recuerdos

Foto: Trini Molinero

Foto: Mercedes Osuna Serrano

Foto: Teresa Ramírez García

Foto: José Redondo

Foto: Mercedes Osuna Serrano

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AFA Nuestros Ángeles

Foto: Paquita Delgado Sánchez

Foto: Paquita Delgado Sánchez Foto: Concepción Moscoso y Antonio Marían

Foto: Concepción Moscoso y Antonio Marían

Foto: Teresa Ramírez García

Foto: Paquita Delgado Sánchez

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Olvidos y recuerdos

Foto: Rafael Lozano

Foto: Rafael Lozano

Foto: Antonia Ortiz Contreras

Foto: Josefa Luna Budia

Foto: Teresa Lara

Foto: Araceli Pino DĂ­az

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AFA Nuestros テ]geles

Foto: Rafael Lucena

Foto: Rafaela Rodrテュguez

Foto: Rafael Lucena

Foto: Rafaela Rodrテュguez

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Olvidos y recuerdos

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Trabajos

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Olvidos y recuerdos

Mujeres trabajadoras El trabajo habitual de la mujer era el hogar u otras profesiones “propias” de mujeres. En esta página podemos ver algunas de nuestras paisanas realizando trabajos asignados tradicionalmente a los hombres. Despachar combustible en una gasolinera a una clientela compuesta mayoritariamente por hombres o controlar el tráfico de trenes en la estación se consideraban trabajos masculinos.

Fotos: Ana González

Foto: Ana González

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Plaza de abastos El mercado siempre estuvo situado en el entorno del castillo. Con el tiempo fueron variando los puestos y su emplazamiento. Hasta hace poco, los almacenes de mayoristas tambiテゥn estaban situados en la Plaza Alta y baja y alrededores.

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Fiestas

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Cabalgata de Reyes

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Romerテュa

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Semana Santa

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Olvidos y recuerdos

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