Reseña de "Vida y muerte de la imagen: Historia de la mirada en Occidente" de Règis Debray

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Bogotá, 11 de Septiembre del 2009 Universidad nacional de Colombia Alejando Salgado Cendales Cod 323637 Historia del Arte y la Cultura Antigua

Reseña del libro “Vida y Muerte de la Imagen: Historia de la Mirada en Occidente” De Régis Debray El autor en este libro nos muestra un recorrido histórico de la imagen, más bien de la mirada, demostrándonos que conceptos como el de unicidad conceptual del arte e historia lineal de este son totalmente falsos. Para entender mejor este proceso Débray divide la “Historia de la Imagen” en tres edades: la del ídolo, la del Arte y la de lo visual. Cada una corresponde a una estructuración cualitativa del mundo. Dicho en palabras del propio autor “dime lo que ves y te diré que piensas”. En la primera edad que se desarrolla en la cultura del ídolo aparece el concepto de logosfosfera, pues la imagen es entendida bajo ideas determinada por una misma cultura, por ello no existe la innovación sino la conservación (uso del canon). En esta edad que se desarrolla en dos periodos (del 700 al 200 a.C. y del 200 a.C. al 1400 d.C.) vemos como se le considera viva, pues en ella reside el espíritu divino o imperial, ya que el arte proviene de los ritos funerarios de la antigüedad, donde las estatuillas de los muertos no eran representaciones de estos sino depositarias del alma misma (Eidólon: fantasma de los muertos espectro. Imago: mascarilla de cera, reproducción del rostro de los difuntos, que el magistrado llevaba en el funeral y que colocaba junto a él en los nichos del atrio, a cubierto, sobre el plúteo). Durante su primera etapa vemos como en Grecia Antigua el concepto de arte no existía: existe el de techné (acción del hombre sobre las cosas) contrario al de praxis (acción del hombre sobre el hombre). El hombre de arte no es un creador pues ensalza una fuerza, una inspiración divina, más cercano a la figura del mago que la de artista. El autor de la obra no es él sino el mismo dios. El ídolo se considera entonces un ser vivo, la imagen es vidente y sobrenatural. Su horizonte temporal es la eternidad, por ello el material de soporte de la obra es la piedra y la madera. En su segunda etapa de la primera edad, la cultura Antigua es absorbida por el creciente cristianismo occidental. La imagen es utilizada en el imperio Bizantino no como un ícono sino como un símbolo de la cosa. Aunque conserva características símiles al ídolo, como su poder de protección, su dirección teológico-política, el uso del canon gracias a la escritura y su modo de


acumulación público también difiere en algunos puntos. Vemos un claro proceso de cambio donde se pasa del ámbito mágico al religioso y de un modo de atribución colectivo al anonimato, el hombre de arte no es más un mago sino un artesano. La ubicación geográfica también cambia pues ya no hablamos de Asia sino de Bizancio. La segunda edad de la imagen, que también se divide en dos periodos (Monárquico-Académico 1550-1750 y Burgués 1750-1968), se desarrolla en la grafosfera, pues es una sociedad supremamente visual donde la imagen es liberada de todo objetivo de comunicación gracias a la invención de la imprenta, cambiando su función de protección por una nueva de deleite y prestigio. La obra de arte complace a través de la belleza. En este régimen del Arte durante su primer periodo la imagen es una cosa ilusoria pues trabaja la representación de la Naturaleza, iluminada por la luz solar y no espiritual. El artista es un creador que utiliza como modelo la antigüedad, logrando escalar en la jerarquía social. Nace así la Academia. Ya no es un simple artesano que se ocupa de labores manuales sino un genio que trabaja en el campo de la praxis, del intelecto, gracias a la alianza entre pintura y matemática ejemplificada con el uso de la perspectiva. Por eso no se habla más de intolerancia religiosa sino de rivalidad entre creadores. Esta nueva posición social del artista, en especial del pintor, los traslada de los monasterios a los palacios señoriales y posteriormente a los de la monarquía. El mecenas no es más un ente religioso sino laico, más asociado al ámbito del poder y la política. Por ello se da la privatización del Arte, pues ya no es una posesión pública sino privada creando así el concepto de colección. Con el arribo de la modernidad la belleza es relegada a un segundo plano y el nuevo valor burgués es el del cambio, la innovación, lo nuevo. La pintura es liberada de la representación por las nuevas máquinas visuales, obligando a los pintores a mejorarla pues es liberada de toda funcionalidad y su existencia es justificada por sí misma. Se pasa del ícono al símbolo. Nacen las Escuelas reemplazando a las Academias, y se inauguran los primeros salones y galerías donde se desarrolla la presencia de los intermediarios del arte: el crítico y el marchante. Ambos, aunque no parezca, desarrollan actividades semejantes pues aunque uno se dedica únicamente a analizar y pensar la obra desde la estética, el otro al buscar artistas y presentarlos determina los nuevos valores del Arte. Pero la entrada del siglo XX con la “Tradición de romper la Tradición” fue destruyendo todo residuo que quedaba de la estética introduciendo el “Vale todo” al que nos acostumbramos a ver en el Arte Moderno, pues la única valorización de la obra en la sociedad del capitalismo desaforado es la novedad. Por ello, junto a la creación de los museos nace la figura del museólogo que reemplaza al del filósofo esteta. Es él quien decide lo que es arte y lo que no lo es, lo que se vende y lo que no. De ahí el humor crítico de la obra de Marcel Duchamp al colgar un orinal en las paredes del museo, pues si el valor artístico de un objeto se debe a su colocación en el escaparate o al precio que le asigna la exposición, los responsables de las salas de exposición y de las acreditaciones quedan promovidos automáticamente a la condición de creadores.


La tercera y última edad es la de lo visual que se desarrolla en la videosfera (pues los nuevos medios de telecomunicación han reducido las distancias uniendo al planeta gracias al video, la pantalla y la transferencia en directo). En este régimen visual no existe ya la representación sino la simulación, pues la imagen ya no es representación, sino es el mismo mundo el que es ahora representación de la imagen. Se habla así del fin del mundo en términos filosóficos. La imagen es una realidad en sí misma y precede a lo material. Esta es una información que traducida por un ordenador produce una imagen de luz eléctrica en la pantalla, que nosotros entendemos por percepción. En palabras sencillas la imagen va antes que la cosa. Al ser virtual la sociedad corre el riesgo de padecer locura pues cada vez que los medios y los software se desarrollan más, crean imágenes cada vez más reales, y estas, al tener la particularidad de servir como testimonio, con el tiempo pueden llegar a reemplazar el mundo material. Un ejemplo cotidiano nos lo da la televisión pues para la opinión pública algo no ha pasado si no ha sido presentado por la pantalla en los noticieros. De esta manera está más muertos uno anunciado en la tele que uno que no. No hay más entonces un genio creador sino un espectacular, una marca, un logo, una firma empresarial. La imagen se produce para informar y divertir en un mundo donde reina el mercado y la publicidad. El dinero en primer lugar. La publicidad es el arte oficial pues logra el efecto de espejismo transformando productos de consumo en objetos de arte. El arte es reemplazado por la industria visual. Hemos llegado al fin del espectáculo de la imagen pues ya no hay separación entre el sujeto y el objeto, no hay escenario, no hay teatro. La tele nos habla en directo, de tu a tu, el presentador está en la sala de nuestras casas. El observador nos esta ante la imagen sino en la imagen. Con el control y la imagen en movimiento se reemplaza el nomadismo del cine por el sedentarismo de la televisión pues para poder estar en cualquier lugar del mundo basta con oprimir un botón en el control. La televisión encarna el Juicio de la Sociedad, es un hecho social donde se maneja el sistema del look y de las estrellas, héroes de nuestro tiempo. Es en esta edad de lo visual donde presenciamos la muerte de la Imagen, de la mirada. La televisión nos da el permiso de la distracción, de la interrupción, del olvido del pasado, la despreocupación del futuro y el deseo desesperado de todo al instante, en el momento. Narcisismo y voyeurismo: los más atrevidos filman su agonía; no se toma posición sino pose. Arribistas y cínicos incapaces de sacrificio y fascinados por el éxito individual no creen en nada más que no sea dinero. Egoístas de buen corazón. Una imagen viva presenta un curioso parentesco con la individualidad, nos sorprende. La imagen inmaterial y virtual, la de lo inerte y de los algoritmos tiene una esencia repetible, como todo lo que carece de ser. Y donde no hay cuerpo no hay alma, o sea no hay mirada. Finalizo con palabras del propio Régis Debray: “Pensar es decir no. Quiérase o no, la televisión dice sí al mundo tal como va; el cine dice, “sí, pero”; la pintura le decía sí, hasta Manet. Después, y es todavía su propia fuerza, la pintura le dice más bien no.”



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