Un débil abrazo........................................... . ........... . ....... 04 De un posible Bob Marley a los 70 años......................................................... 12 Reseñas......................................................................... 20
8
Fish Bowl/ Música – cine – literatura
Tal vez se trate del sino de nuestros tiempos, con esa tan acrítica fascinación por la memoria. Tenemos un gobierno que por un lado gasta portentosas sumas en proyectos de memoria (algunos imprescindibles, otros completamente vacuos), pero al mismo tiempo estimula todas las “locomotoras” que arrasan sin contemplación los lugares de memoria indígena, a lo largo y lo
Es una película sobre el Amazonas, pero no una película amazónica.
E
n ambos filmes, Herzog se tomó toda suerte de libertades con las historias de Lope de Aguirre y de Carlos Fermín Fitzcarrald; porque además Herzog es un genuino mitopoieta. Ojalá los personajes de Theo y de Evan se conviertan en sí mismos en arquetipos de la Amazonía, como el Aguirre y el Fitzcarraldo encarnados por Klaus Kinski, y no viene al caso juzgar bajo esa lente las libertades que también se toma El abrazo, porque bien pudieran ampararse en el mismo principio del director muniqués. Empero, esa no es la versión indígena de la historia y esta, al contrario, poco se respeta. Guerra insiste en que para las sociedades amazónicas “el tiempo no es como lo entendemos en Occidente, una continuidad lineal, sino una serie de cosas pasando simultáneamente en diferentes universos paralelos”. Pero no solo la narración está bastante sujeta el tiempo occidental, sino que ignora la importancia del río, de sus cachiveras, pongos y demás hitos como genuinos lugares de memoria. Al contrario, en esta película los sitios son completamente vagos y ambiguos; La Chorrera aparece en el Vaupés, por ejemplo, a unos cuatrocientos kilómetros de distancia del sitio original. Con la selva y la topografía de por medio, eso esverdaderamente lejos. Y cosa harto importante e imperdonable, bien sabemos cuánto se ha luchado en La Chorrera para volverla un centro del recuerdo del genocidio cauchero. Esa historia indígena también es de lugares específicos.
ancho de este país. No digo que Ciro Guerra sea cómplice de tan perversa estrategia; estoy positivamente seguro de que no, y no es ese mi punto. Pero a la postre, el resultado es análogo: en su obra, los lugares se colapsan en un solo delirio, que es el suyo y no el de los indios. Tanto que uno no se explica qué es lo que Karamakate va “recordando” a lo largo del río, si todo está mezclado y difuso. Y hete aquí que esa memoria es importante dejarla clara para indios y para blancos, para el Estado blanco que casi siempre niega la memoria india. Porque, además, desde hace rato los indios en Colombia están haciendo cine: aparte del colectivo Zhigoneshi en la Sierra Nevada (que mancomuna realizadores koguis, ikas, wiwas y kankuamos), grupos de nasa y misak del suroccidente ya han hecho incluso cortometrajes dramatizados. La última muestra de cine indígena, en 2013, contó con muestras de 37 pueblos y 17 grupos de trabajo nacionales, todas hechas por ellos, ahí sí con sus versiones. Y ya que he dicho “delirio”, creo que no soy el único en advertir una clara similitud (tanto más impresionante si no es deliberada) con Apocalypse Now. Ambientada en la Guerra de Vietnam, esta otra película es un viaje en el que cada parada cumple la doble función de ilustración ejemplarizante y de pesadilla, y en el que el río se transmuta en el hilo metafísico del que dependen la vida y la cordura de los personajes. La búsqueda mítica es en pos de un boina verde megalómano y desequilibrado, que es algo así como el doble del héroe que le persigue. Si en algo pecó Coppola fue en la sobredosis de referencias culturales: a La tierra baldía, a La rama dorada, a El héroe de las mil caras, en fin, pero así mismo supo hacer una muy inteligente adaptación de El corazón de las tinieblas de Conrad y un confeso homenaje al Aguirre de Herzog.
9
Y
las pocas veces que lo pasan por la radio, siempre son las canciones suaves, no las furiosas, las que la gente escucha –y que han sido compiladas en álbumes como Legend–. Cuando mi clase estudió Exodus y su secuenciación, con las canciones de confrontación a un lado y las alegres al otro, los estudiantes se dieron cuenta de que, mientras que muchos conocían la música optimista y animada, ninguno había escuchado las canciones de protesta, y eso podía aplicarse a todo el catálogo de Bob. Aún recuerdo su sonrisa irónica y su tono de protesta mientras decía: “¿Cuánto tiempo más debo cantar la misma canción?”, cuando lo criticaron por hacer después de Exodus el suave y dulce álbum Kaya. “¡Si tuviera más gente detrás de mí, solo sería más militante!”, insistía. Y sin embargo, Bob no quería ser visto apenas como un soldado porque “a veces tienes que pensar en una mujer y cantar algo como ‘Turn Your Lights Down Low’ ”. Bob nunca podría haber anticipado que un día el luchador se convertiría, en el imaginario popular, en un símbolo de fiesta y de sentirse bien. Pero como decía Bob sobre su música: “Lo que me gusta de ella es la forma en que progresa”.
A menudo me preguntan si Bob Marley de verdad quería decir todo lo que hablaba sobre la justicia. Sí lo hacía. No era infalible, pero trataba de estar a la altura de sus ideales y era sincero. Una vez me dijo: “La verdad es la verdad, ¿sabes? A veces tienes que sacrificarte. Quiero decir que no siempre vas a poder esconderte, tienes que decir la verdad. Si alguien quiere lastimarte por la verdad, entonces al menos la habrás dicho”. Algunas de estas conversaciones con Bob ocurrieron en 1976, en un momento crucial de su vida. El año anterior yo había sido su relacionista pública en Island Records por siete meses y había sido parte del equipo que logró que entrara en el Reino Unido con “No Woman, No Cry”. Después de eso empecé a escribir sobre él con frecuencia, tanto en las giras como en casa. En una ocasión, Bob me invitó a quedarme en su amplia mansión colonial en Hope Road, Kingston, que era toda una comuna con un reparto siempre cambiante. Las conversaciones que tuvimos durante esos días, algunas de las cuales fueron grabadas, estaban cargadas de subtexto, eran inmediatas en una manera que apenas habría podido comprender. Una vez dijo: “Jamaica es un lugar curioso, mon. La gente te quiere tanto que te quiere matar”. Yo lo tomé como una exageración. En el estudio se veía ansioso mientras grababa una de sus canciones más alegres, “Sonríe Jamaica”. Me dijo: “Los jamaiquinos tienen que sonreír. La gente está muy molesta”. Tarde en la noche tocaba una guitarra en el jardín de Hope Road y componía la letra que aparecería en “Guiltiness”; cantaba sobre peces grandes que siempre trataban de comerse a los pequeños. Depredadores despiadados y egoístas que, predijo Bob, “harían lo que fuera para materializar todos sus deseos”.
“¿Cuánto tiempo más debo cantar la misma canción?”
Fish Bowl/ Música – cine – literatura
This Sonics Is the
E
The Sonics/ Revox
l Here Are the Sonics de los Sonics, álbum mezclado por Chuck Berry y Little Richard que presentaba a esta banda de extranjeros blancos, era el punk antes del punk, el garage rock antes de que todo el mundo lo abanderara. La banda no hace concesiones luego de medio siglo. Rob Lind todavía hace quejar a su saxo como si golpeara una bolsa de arena; los aullidos de Jerry Roslie todavía harían que el creador de la terapia primal, Arthur Janov, se desmayara, y el protudctor Jim Diamond hace que la guitarra asesina de Larry Parypa sea más profunda que nunca. Las nuevas canciones suenan añejas; así mismo suenan sus cóvers: su aproximación aThe Hard Way de The Kinks está a la altura de la original y le hace eco al tema más rústico de los británicos, You Really Got Me. Todavía pueden enseñar un par de cosas a los retoños actuales del garage.
Los pioneros del rock regresan 50 años después de su debut y todavía son capaces de acribillar
Por Will Hermes
We're just two lost souls Swimming in a fish bowl
Fish Bowl/ Música – cine – literatura