volumen_66 by Archivo General de la Nación

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JOSÉ LUIS SÁEZ, S.J.

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Libro de bautismos de esclavos (1636-1670)

Cuadros hist贸ricos dominicanos

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Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo de la DIRECCIÓN GENERAL DE ADUANAS

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Archivo General de la Naci贸n Volumen LXIX

C茅sar A. Herrera

Cuadros hist贸ricos dominicanos

Santo Domingo 2008

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CÉSAR A. HERRERA

Archivo General de la Nación, volumen LXIX Título: Cuadros históricos dominicanos Autor: César A. Herrera

Departamento de Investigación y Divulgación Edición y cuidado: Modesto Cuesta Edición y diagramación: Juan Fco. Domínguez Novas Diseño: Puro Fajardo Diseño de cubierta:

Cubierta:

ISBN 978-9945-020Archivo General de la Nación Calle Modesto Díaz N° 2, Zona Universitaria, Santo Domingo, Distrito Nacional Tel. (809)362-1111, Fax. (809) 362-1110 www.agn.gov.do

Impresión: Editora Búho, C. por A.

Impreso en República Dominicana Printed in Dominican Republic

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Cuadros históricos dominicanos

Contenido

Advertencia / 9 Liminar / 11 Cuadros históricos dominicanos España y Santo Domingo / 13 Naufragio de una flotilla haitiana / 19 ¿Anexionistas los restauradores? / 25 Armas de Norteamérica para la guerra de la Restauración / 31 Episodios de la guerra de la Restauración / 37 Los 21 tiros de Cambiaso / 41 Luperón y Cabral, héroes divididos por la gloria / 45 Una gobernación innecesaria / 49 De la anexión a los Estados Unidos / 53 Raymond H. Perry, un cónsul agresivo / 57 Inglaterra vs. Santo Domingo (Humillaciones en Puerto Plata) / 61 Salvas de desagravio en Puerto Plata / 67 Un cónsul enojado por el canto de un poeta / 71 Santo Domingo envía un marqués a Rusia (Un chasco de la diplomacia dominicana) / 77 Un juramento de Soulouque / 81 Notas críticas Los próceres escritores (Un libro de Balaguer) / 87

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La Rebelión del Bahoruco (Un libro de Peña Batlle) / 93 Más cuadros históricos dominicanos El Tratado con Inglaterra / 101 El faro de Santo Domingo / 107 El general Santana y su gran objetivo en la Anexión / 117 El general Abad Alfau y los haitianos / 125 Máximo Gómez en la Anexión a España / 131 Máximo Gómez. Entre los libertadores de América / 137 Máximo Gómez / 149 Intrigas con los haitianos / 163 La batalla del 6 de septiembre / 171 Monseñor Roque Cocchía en Baní / 183 El patriotismo de Pedro Francisco Bonó / 187 Pedro Francisco Bonó frente a Salnave / 193 Un gran incidente internacional / 203 Eugenio María de Hostos se despide / 213 El azúcar de Santo Domingo y la Primera Conferencia Panamericana / 217 Pedro Henríquez Ureña, prócer de la cultura americana / 233 Mariano Antonio Cestero y el tratado secreto con Haití / 237 El V Centenario del Descubrimiento de América / 241 Gregorio Luperón, el “general curandero” / 245 Gregorio Luperón (apología del héroe) / 251 Juan Antonio Alix en la Restauración / 259 Juan Suero, el Cid negro / 263 Pronunciamientos de Moca y San Francisco de Macorís / 275 La sentencia del Consejo de Conspiradores de Moca / 281 Índice onomástico / 287

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Advertencia

Los artículos coleccionados en este opúsculo aparecieron en años anteriores en la prensa diaria de Ciudad Trujillo. En la mayoría de ellos hay insertos documentos de interés histórico que permanecían inéditos. Ojalá sean de alguna utilidad para los que en esta tierra se afanan en el cultivo de la noble ciencia de la historia. EL AUTOR

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ESCRITOS SELECTOS

Liminar

Escribo estas líneas, no para presentar un historiador dominicano, sino para hacer resaltar la obra de depuración histórica que está realizando con inteligencia y verdadera maestría César A. Herrera, antiguo director del Archivo General de la Nación. Para aprovechar su cultura en bien de una disciplina todavía muy maltrecha entre nosotros y poner al servicio de la educación histórica su fuerte vocación, Herrera, sin la dialéctica que es propia en muchos de los escritores que se dedican a este ramo de las humanidades, presenta en los trabajos que componen este libro muchas verdades que estaban olvidadas en viejos infolios, y que serán pilares en donde se apoyará el historiador que realice la composición de la verdadera historia política de la República. Los trabajos que ha realizado y que está realizando el autor de este libro, bien pueden considerarse como una pujante inyección de vida que se da a la cultura del país, si se tiene en cuenta, sobre todo, los entusiasmos con que la juventud intelectual dominicana pone en todo cuanto se refiere al esclarecimiento de nuestra verdad histórica. Sin ir muy lejos, un notable jurista que es también historiador, acaba de publicar un libro en el que se destruye la malsana intención de hacer aparecer a nuestro primer héroe Enriquillo, como un perfecto badulaque. La obra, cuyo autor es el Lic. Manuel A. Peña Batlle, de un encendido y fuerte nacionalismo, ha tenido el éxito intelectual que su interés representa. Pone en evidencia frente a su contendor la generalizada actitud mental de los escritores españoles, de ver siempre las cosas desde un punto de vista netamente español, cuando escriben sobre la América Colonial. Esta obra que acabo de citar ha sido estímulo que ha 11 hecho reaccionar a la molicie e inmovilidad intelectual de una manera

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notable, y es una contribución, la más significativa y conspicua que ha tenido la cultura nacional en estos tiempos. Ahora viene César A. Herrera y sigue estos pasos. La historia dominicana se expande y se purifica, y la publicación de manuscritos y la consulta en obras autoritativas le van dando el carácter que aleja los viejos vestigios intelectuales, que hacían de ella un maremágnum en el cual se entraba como en un laberinto de Creta. El lector de los trabajos que publica Herrera, encontrará en ellos siempre algunas sorpresas, las que unidas a la diversidad de hechos ocurridos en distintas épocas, producen en el espíritu la grata impresión de que se asiste a una cinematográfica función histórica. Esta labor que Herrera lleva a cabo, tiene dos características principales: la de entregar los materiales con que ha de construirse el edificio definitivo de nuestra historia patria, y el valor y la independencia que él pone en sus juicios al hacer la crítica de los hechos que relatan los documentos que publica. La pusilánime actuación de muchos de los que se dedican aquí a este género de literatura, hace más singular el empeño con que César A. Herrera, sin odio y con amor, entreteje el hilo de oro fino de sus trabajos históricos, que son ejemplo contundente y edificador tanto para la presente generación como para las que han de venir. JULIÁN DÍAZ VALDEPARES Ciudad Trujillo, 31 de marzo de 1949.

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ESCRITOS SELECTOS

España y Santo Domingo*

El tratado de Basilea, en cuanto se refiere a la cesión de la parte española de la isla de Santo Domingo a Francia, fue de tremenda influencia en la formación de la nacionalidad dominicana. Dentro de una lógica política rigurosa, las inculpaciones a la Madre Patria por este traspaso, desaparecen si se considera que todos los poderes coloniales de la tierra no actúan jamás por razones sentimentales. España entregó su vieja colonia de Santo Domingo para rescatar porciones de su territorio continental. Para amparar a los criollos que no quisieron seguir en la isla bajo el dominio de sus nuevos amos, dispuso ofrecer asilo en Puerto Rico, Cuba y Venezuela, a cuantos siguieron la bandera española en derrota. El éxodo, de tan graves consecuencias políticas, económicas y sociales, duró muchos años. La flor de las familias de la sociedad colonial, emigró para radicarse definitivamente en otras tierras. Esa diáspora se hizo pavorosa cuando Toussaint, invocando la formal cesión de 1795, exigió al gobernador y capitán general de la isla, don Joaquín García y Moreno, la entrega del territorio, avanzando con imponentes fuerzas militares. Después de los haitianos de Toussaint, de horrenda memoria para el pueblo dominicano de todas las edades, los franceses de Ferrand no ofrecían mejores perspectivas para *

Los documentos que aparecen insertados en los artículos que aquí coleccionamos han sido trascritos respetando su ortografía original, por la importancia histórica que éstos revisten. (Nota del editor). 13

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el resurgimiento de la vieja colonia con sus rancias características y su estructura social coronada por una clase representativa, capaz de integrar un núcleo nacional interesado en avances políticos. Ferrand luchaba con talento para consolidar su posición, [de forma] que le permitiera un día a Francia recuperar en un brioso empuje, su joya colonial de Saint-Domingue, y totalizar la isla como una inmensa factoría donde el esfuerzo del esclavo rindiera los elevados beneficios que la explotación humana proporciona todavía a los grandes poderes coloniales de Europa. Sánchez Ramírez cortó esos proyectos con la misma energía con que fue cercenada la cabeza del general francés en Palo Hincado. Volviendo por los fueros de su españolidad, tuvo una visión política que todas las generaciones dominicanas han de agradecerle. Si el bizarro cotuisano se lanza a una aventura independentista, aspirando a la formación de una república libre, la noche tenebrosa de la dominación haitiana no se hubiera iniciado en 1822, sino diez o doce años antes. Sin embargo, los efectos desastrosos de Basilea se observan nítidamente durante el período de la “España Boba”. Faltaron los hombres que, aunque formados en los moldes del colonialismo esclavista, eran capaces de orientar la marcha del gobierno hacia métodos defensores de los intereses radicados en la isla. Los hombres ilustrados y ricos que constituían el núcleo principal de la vida pública colonial estaban ausentes. España vivía momentos de suprema angustia nacional cuando Sánchez Ramírez se lanzó a combatir contra las fuerzas francesas. El rey Fernando VII rumiaba sus amarguras en infamante cautiverio, mientras la Junta Suprema de Gobierno en Sevilla, dirigía la guerra contra Napoleón, el gran usurpador. Sin embargo, el movimiento de la Reconquista halló ecos generosos en la España angustiada. La Junta expidió con fecha 8 de agosto de 1809, una Real Orden que dice: Atendiendo el Rey nuestro S. Dn. Fernando séptimo y en su nombre la Jta. Suprema de Gobierno de España e Indias al patriotismo de los habitantes de Sto. Domingo, y a los heroicos esfuerzos con que han rechazado a los franceses hasta encerrarlos en la Capital, se ha servido resolver, que V. S.

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les proporcione con la mayor actividad todos los auxilios que necesiten para llevar a su fin tan gloriosa empresa como es la de recobrar la Isla de Sto. Domingo. Y de su Real orden lo participa a V. S. y a los Intendentes de Puerto Rico y Caracas, para su puntual cumplimiento, dándome los avisos oportunos. Dios que A V. S. ms. as. Real Alcázar de Sevilla 8 de Agosto de 1809. SOR INTENDENTE DE EXTO DE LA HAVANA

Ya Sánchez Ramírez había entrado victorioso a Santo Domingo cuando se firmó este documento. Una de sus primeras medidas fue enviar un emisario a España, para poner en conocimiento de las autoridades de la Junta de Sevilla el resultado de los grandes acontecimientos que se habían sucedido en Santo Domingo, y a impetrar ayuda para el sostenimiento del nuevo régimen. Este emisario fue don Domingo Muñoz del Monte, ilustre dominicano que cumplió su misión a cabalidad. Nuevamente la referida Junta, expidió una Real Orden con fecha 12 de enero de 1810, concediendo gracias a la isla de Santo Domingo y dictando medidas para estimular el progreso y organización del país. En el preámbulo de tan interesante documento, que reproduzco de copia obtenida en el Archivo Nacional de Cuba, se dice textualmente “que los naturales de la isla de Santo Domingo, acaban de conquistarla, concurriendo de esta suerte a vengar los ultrajes que sufre España”: Rl. Orden de 20 de enero de 1810. Gracias concedidas a la isla y naturales de Santo Domingo. El Sor. Dn. Pedro de Rivero en papel de 19 del actual me dice lo que sigue – El Rey Nro. Sor. Dn. Fernando VII, y en su Rl. Nombre la Junta Central Suprema gubernativa de España e Indias con fecha de 12 del actual, se ha servido comunicarme el Rl. Decreto siguiente: Deseando la Junta Central Suprema, gubernativa de España e Indias, que a los sentimientos de admiración y

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gratitud que excitan los generosos y heroycos esfuerzos de lealtad y de valor, con que los naturales de la Isla de Santo Domingo, acaban de conquistarla, concurriendo de esta suerte a vengar los ultrages que sufre España, acompañen los efectos del paternal amor con q. S. M. mira a aquellos havitantes, y a fin de romper las trabas que se oponían a su prosperidad; y facilitarla pr. cuantos medios pueden ser útiles a su población, agricultura, industria y com° a nombre del Rey Nro. Sor. Dn. Fernando VII ha venido a decretar lo siguiente: 1º Se destinará a la Isla de Santo Domingo una guarnición proporcionada a tropas, que proteja al pays, y le defienda de cualgª invasión que contra el se intente en lo sucesivo. 2º Se admitirán libremente todos los naturales de cualquier clase o condición que sean, qe. sean qe. hubieren emigrado después de su entrega a los franceses, y quieran volver a sus hogares, donde hallarán seguridad y protección y para facilitar mas su buelta se les proporcionarán buques, bien sea de la Rl. Armada, o fletados por la Rl. Hacienda, para ser transportados gratuitamente; y se les abonarán pr. espacio de un año contado desde la llegada a la Isla, los mismos auxilios pecuniarios con qe. hasta ahora se les haya socorrido. Y es en pura consideración al amor a su Pays y puntualidad en volver a él, el que no lo verifique dentro de quatro meses, no solo recibirá estos auxilios sino quedará privado de los que antes recibiera. 3º Para facilitar la administran. de justicia, la Isla de Santo Domingo estará sujeta, mientras otra cosa no se resuelva, en las apelaes. en causas civiles, en las consultas criminales y recursos de fuerza en materias Eccas, a ntra. Rl. Aua de Caracas, la cual se declara Tribunal Superior territorial de dha. Isla, dejando pr. consiguiente de serlo nuestra Rl. Aua que reside en Puerto Príncipe. 4º Se restablecerán al Arzobispado y Catedral en la forma y modo que al efecto nos consulte la Cámara del nuestro de España e Indias. 5º Continuarán las cajas de la Isla percibiendo trescientos mil pesos de situado anual, y para qe. su percepción sea más cómoda; los ciento cinquenta mil, se le enviarán de nuestras Rl. Cajas de Caracas, especialmente de la

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renta de tabacos, y los otros ciento cinquenta mil de las de México en la misma forma q. antes. 6º Todos los havitantes de la Isla, tendrán plena y absoluta facultad de destinar sus terrenos y propiedades, al género de cultivo que mas les convenga, plantando y sembrando lo qe. mas les acomode sin qe. haya fruto, semilla, o producción excluida de la livertad natural, la qe. en lo sucesivo no tendrá otros límites, ni reglas que las qe. determinen el interés individual y la analogía del clima o del terreno. 7º Para alentar el cultivo y la industria, quedarán libres todas las producciones, así naturales como industriales de pagar Diezmos por espacio de diez años. 8º Quedará la Isla exenta para siempre del derecho y pago de alcabala, y en su consecuencia se suprime la exacción del uno por ciento que se cargó en el primer decenio, y el de un dos en el segundo anterior a su entrega. Tendréis entendido, y lo comunicaréis a quienes corresponda para su cumplimiento. Y en su conseg. lo traslado a V. E. a fin de que se expidan las convenientes aun cumplim° en la parte que le toca. Lo traslado a V. E. de Rl. Orden para su cumplimiento en la parte que le toca. Dios guarde a V. E. muchos años. Real Alcázar de Sevilla, 20 de Enero de 1810. – Coronel. Sor. Capitán gral. de la Isla de Cuba. JULIÁN FERNÁNDEZ

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ESCRITOS SELECTOS

Naufragio de una flotilla haitiana

Si Pierrot sufrió en carne viva la derrota infligida por el ejército dominicano a las huestes que comandaba en la Batalla del 30 de Marzo, más amarga debió ser para su prestigio la noticia del descalabro de su armada en la épica contienda de Beler, pues en esta fecha ocupaba la Presidencia de Haití. Semanas más tarde, intentando borrar con un golpe de efecto esta derrota, ordenó al general Cadet Antoine, convertido en almirante de una flota de goletas, realizar una correría por las costas dominicanas, que se hallaban casi desguarnecidas, pues todos los hombres hábiles para la guerra se encontraban sobre la línea fronteriza batallando con sin igual tesón en defensa de la patria y de la vida. Al atardecer del 21 de diciembre de 1845, Cadet Antoine, a bordo de su buque insignia “La Unión”, observaba con interés la tierra dominicana en las costas de Puerto Plata, mientras las otras naves: “La Guerrier”, “Dieu Protege” y “La Mouche” avanzaban a impulsos de la brisa, como emisarias de la ruina y de la muerte. Allí orzaba también una goleta dominicana; “La Virginia”, que capturada por los haitianos, había sido rebautizada con el nombre de “La Signifie” e incorporada a la flotilla agresora. Cadet Antoine había sido el último gobernante haitiano en Puerto Plata, cuya capitulación efectuó el 14 de marzo de 1844, y volvía por los fueros de su honor. Instrucciones horrendas habían sido transmitidas a los comandantes de aquellas fuerzas. Solo le superaba en crueldad aquella feroz expresión de Herard, de que Su moderación se transformará 19

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en una severidad que sorprenderá al universo y que asegurará a Haití una paz profunda y durable.1 ¿Y en Puerto Plata? Sus bizarras tropas, después de cubrirse de gloria en la Sabana de Beler, se mantenían arma al brazo muy lejos de sus lares amenazados, imposibilitadas de acudir a tiempo en su auxilio. Pero había allí un comandante de armas de gran resolución y carácter. Lo era el general Villanueva. La guardia cívica era el núcleo principal de aquellos defensores a los cuales se incorporó cuanto individuo era capaz de matar y morir. Afortunadamente, el comandante Pedro Eugenio Pelletier había llegado en uso de licencia procedente del cuartel general de Guayubín, y a él se le confió la defensa junto con José María y Luis Arzeno, oficiales de la guardia cívica. El almirante haitiano, confiando el buen éxito de su improvisada estrategia naval a la oscuridad de la noche, trató de forzar un desembarco entre las nueve y las diez del domingo 21 de diciembre, pero “en su vez de coger la boca hizo rumbo equivocado a Maluis, y todos los buques, con excepción del último, que al oír la alarma que cundía entre sus compañeros, viró de bordo y se fue para Cabo Haitiano a dar la infausta nueva, cayeron dentro de la Posa del Diablo, que no tiene salida, y al bajar la marea quedaron completamente varados”.2 Allí al capricho del viento, de las olas y de los dominicanos, quedaron atrapados los tripulantes de la flotilla punitiva. Tras una breve intentona de resistencia, se rindieron al comandante Pedro Eugenio Pelletier, en número de 157 hombres. El historiador García consigna la categoría de los prisioneros de la manera siguiente: Almirante y general, Cadet Antoine; coronel, Jean Philipe, cuñado del presidente Pierrot; teniente coronel, Vallón Simón; tres comandantes; nueve capitanes; dos médicos; siete tenientes; dos alféreces; tres contadores; tres aspirantes; cuatro jefes de cañón; sesenta y tres sargentos, cabos y marineros, y cincuenta y ocho soldados.

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E. Rodríguez Demorizi, Contribución de Santiago a la obra de Independencia, tomo IV, p. 56. José Gabriel García, Guerra de la Separación, p. 38.

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La noticia de este naufragio produjo gran sensación en Santo Domingo. El general Santana, en su parte oficial al pueblo y al Ejército, relatando este episodio, manifiesta que la divina providencia tendió una vez más su mano protectora sobre los dominicanos. Y un sacerdote notable, el presbítero doctor Manuel González de Regalado y Muñoz, cura rector y vicario foráneo de la iglesia de San Felipe de Puerto Plata, ofició un Te Deum en acción de gracias, el 28 de diciembre de 1845, para celebrar el fausto suceso. En el largo discurso que leyó, intercaló estos párrafos sibilinos: ¿Quién imagináis, católicos, que en la noche del 21 de los corrientes, entre las nueve y las diez, estrelló con mano poderosa, contra los arrecifes de nuestra costa de barlovento, a un cuarto de legua de esta ciudad, tres de los mejores, y más bien armados y equipados buques de nuestros altivos (sic) enemigos? ¿Quién soplara aquel impetuoso viento, que los condujo como por la mano a Maluis, lugar destinado para su encallamiento y ruina? ¿Quién pensáis que ha puesto rendido en nuestro poder, implorando nuestra clemencia a un General, Almirante de la flotilla enemiga con 150 prisioneros, capitanes, tenientes, alférez, comisarios y oficiales de sanidad? ¿Quién hizo que perecieran ahogados entre las embravecidas ondas del mar, cinco o siete de nuestros enemigos, entre ellos un coronel, comandante de uno de los tres buques? ¿Quién ha puesto en nuestro poder 19 piezas de artillería, muchos fusiles, lanzas, pólvora, balas, potes de metralla, y mil cosas más de nuestros enemigos? ¿Quién le ha hecho sufrir con este terrible golpe a nuestro enemigo, una pérdida que bien puede calcularse en mucho mas de 90,000 pesos ftes.? ¿Quién en fin ha destrozado esta fuerza expedicionaria de nuestro enemigo que venía sediento de beber nuestra sangre a saciar sus deseos de venganza contra nosotros, y esto justamente en el mismo lugar, en aquel Puerto Plata que más ansiaban ellos, que más han estado amenazando, y en donde decían, que no perdonarían en su bárbaro furor ni aún a nuestros inocentes niños? Esto es, católicos, bien lo

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habéis visto, el admirable y grandioso prodigio que nos enseñara el sol del 22 de Diciembre (sic), cuando asomándose en su Oriente, derramó sus rayos de luz sobre las playas de Maluis. I, ¿quién, os vuelvo a preguntar, quién velaba aquella noche memorable por nosotros? ¿Quién nos custodiaba? ¿Quién obrara tan estupendo portento? A los cien años de haberse hecho esas preguntas, nuestra íntima respuesta es la misma que se dieron los patriotas y feligreses de Puerto Plata, bajo las resonantes bóvedas de su templo cristiano. Otro testigo y relator de los vertiginosos sucesos ocurridos en los días iniciales de la independencia dominicana, el cónsul francés, E. de Juchereau de Saint Denys, en comunicación dirigida a Guizot, ministro de Asuntos Extranjeros de Francia, el 21 de enero de 1846, califica el naufragio que ahora cumple cien años, de evenement providentiel qui a sauve ce port dominicain et mis au pouvoir de Santana plus de 150 prisonniers haitiens. En esa misma comunicación, el cónsul grafómano informa que los haitianos habían sido avisados secretamente de que la flotilla dominicana, había abandonado las aguas de Puerto Plata, para venir a reavituallarse en Santo Domingo: […] et tout porte a croire que, sans la main invisible de la providence qui cette fois encore, s’est montrée si favorable aux dominicains, cette tentative eut completament reussi et que le pavillon d’Haití flotterait de nouveau aujourd’hui a Puerto Plata et peut etre meme a Santiago, capitale du Cibao. Santana, que no se dormía sobre ningún laurel, envió al Cibao, para realizar investigaciones en el teatro de los acontecimientos, al coronel Juan Esteban Aybar, “hombre de su confianza”. Aquellas investigaciones no dieron ningún resultado positivo. Ya en los primeros días de enero de 1846, Cadet Antoine y sus compañeros habían sido conducidos con segura escolta a Santo Domingo, donde fueron internados en la Torre del Homenaje.

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El coronel Vallón Simón, que había jurado lealtad a la República, y que al fugarse a su país natal fue obligado por Pierrot a alistarse en expedición, fue juzgado como traidor por una comisión militar dominicana, y condenado a la última pena el 17 de enero de 1846. Elevó una apelación al Congreso Nacional, que la rechazó. Negado también el recurso de gracia que imploró del Presidente de la República, fue ejecutado el 28 de marzo de ese mismo año. Se trató de salvar la vida de este náufrago sin fortuna, pero la decisiva intervención de don Ricardo Miura, ministro de Santana y apologista del Art. 210 de la Constitución, dio fin a aquel proceso. Los otros prisioneros que constituían por su número una verdadera amenaza en la ciudad de Santo Domingo, fueron distribuidos en diversas localidades del país, en espera de un canje. 21 de diciembre de 1945

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ESCRITOS SELECTOS

¿Anexionistas los restauradores?

La memorable e histórica carta dirigida desde Caracas por Juan Pablo Duarte al ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Restaurador de Santiago, fechada en 7 de marzo de 1865, contiene interesantes revelaciones, cuyo esclarecimiento había estado en suspenso hasta ahora. En uno de sus párrafos, el Fundador de la República afirma: Aún hay más: Báez dizque dice en Curazao (a mí no me lo ha dicho, pues no lo he visto), que en el Cibao se trata de una nueva anexión a los Estados Unidos, y que esto los hace estar tan orgullosos: otros suponen un partido haitiano y aun hay quien habla de uno afrancesado. Y más adelante, como quien habla a la posteridad, desde la cima de su grandeza y de su infortunio político, exclama: Si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a mi Patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a España llevada al cabo a despecho del voto nacional por la superchería de ese bando traidor y parricida, no es de esperarse que yo deje de protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y protestaré siempre, no digo tan solo contra la anexión de mi patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo contra cualquier tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra Independencia Nacional y cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del pueblo dominicano.

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¿Cuáles eran, en sustancia, las gestiones del gobierno de Santiago, en pro de una nueva anexión a Estados Unidos? ¿Cómo trascendió al dominio público, el proyecto anexionista que era comentado por Báez en Curazao? Los archivos existentes en el país no habían dado ninguna luz sobre este asunto. Para agravar, al cabo de tantos años, esa especie que no daba lustre, a los nombres de los que sustentaren tan falaz proyecto, el doctor Charles C. Hauch (historiador norteamericano) publicó en The Hispanic American Historical Review de mayo de 1947, un estudio cuyo título traducido es “La actitud de los gobiernos extranjeros frente a la reocupación española de la República Dominicana”. Su novedoso interés me guió a reproducirlo en el Boletín del Archivo, vertido al castellano por la donosa pluma del doctor Carlos Federico Pérez. Charles C. Hauch, resumiendo cartas dirigidas por Ulises F. Espaillat al canciller norteamericano Mister Seward, y por Benigno Filomeno de Rojas al presidente Lincoln, aporta indicios de la gestión de un protectorado. Dice Hauch: […] menos de un mes más tarde escribió Espaillat a Seward directamente, invitando a los americanos a intervenir en defensa de los intereses de la República Dominicana y los Estados Unidos. En esta oportunidad trató de utilizar todos los argumentos posibles, sin cuidarse de su consistencia. Por un lado afirmaba que el Gobierno provisional se había abstenido hasta entonces de despachar enviados ante los gobiernos europeos, solamente por miramiento hacia los Estados Unidos y anticipando su respaldo, mientras que, por otra parte, expresaba que los intereses mutuos de los dos países hacían aconsejable un protectorado de la República Dominicana por los Estados Unidos. La entrega de estos despachos al Gobierno americano –dice Hauch– fue confiada a William Clark, ciudadano americano residente en la ciudad de Santiago. Las instrucciones especiales trasmitidas a Clark, contentivas de nueve puntos, estaban redactadas en inglés y firmadas por Benigno Filomeno de Rojas, en 26 de noviembre de 1863.

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Cuadros históricos dominicanos

Con el propósito de efectuar una comprobación rigurosa sobre el texto de los documentos citados por Hauch, existentes todos en los records del Departamento de Estado de Washington, conservados en el Archivo Nacional de aquel país, solicité y obtuve una serie de copias fotográficas de todas esas comunicaciones, inclusive de las instrucciones a Mister Clark. Después de un detenido examen de esas piezas, he llegado a la conclusión de que el gobierno que dirigía con tanta energía y patriotismo la guerra de la Restauración, no gestionó jamás el protectorado de los Estados Unidos, en el sentido político que se le ha querido otorgar. Iniciada la campaña de la Restauración, los hombres que dirigían el Gobierno Provisional de Santiago desplegaron gran actividad para obtener ayuda de los Estados Unidos. Copia de la histórica exposición a la reina de España, le fue enviada al Gobierno americano; asimismo, la declaratoria de la independencia, con mensaje firmado por Ulises F. Espaillat, en su calidad de comisionado de Relaciones Exteriores, fechado en Santiago el 1º de noviembre de 1863, en el cual dice: Mi Gobierno, pues, solicita del de los Estados Unidos, se digne interponer sus buenos oficios, para con el Gabinete Español, con el objeto de que, cesando la Guerra, se restablezca la autonomía de la República Dominicana, y con ella, la paz y la amistad entre ambos pueblos. El mayor objetivo de la misión de Clark, era promover en el seno del pueblo y del Gobierno americano, un sentido favorable a la causa dominicana que culminara en una ayuda material efectiva para la guerra cruda que se estaba librando. Pero como el pueblo americano estaba embarcado en su sangrienta guerra civil, la ayuda pedida no llegaba con la rapidez deseada. El Gobierno restaurador envió entonces a don Pablo Pujols, a tratar directamente con Seward, pero no fue recibido. Simultáneamente, el Gobierno provisional restaurador envió dos de sus miembros a entrevistarse con B. F. Whidden, ministro americano en Puerto Príncipe, e interesarlo por la causa dominicana. Éste, en comunicación a su gobierno del 5 de diciembre de 1863, informa de la entrevista y del deseo de los dominicanos

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de obtener armamentos para su campaña guerrera, pidiendo también el reconocimiento diplomático. Whidden, en esa misma comunicación, sugiere al secretario de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, la posibilidad de obtener la bahía de Samaná the key of the Gulf of Mexico. Si se le hubiera insinuado a Whidden el deseo dominicano de un protectorado o anexión, no trata de manera específica la conveniencia de adquirir Samaná, silenciando el asunto principal. Esas idas y venidas de los estadistas y políticos dominicanos dieron pábulo a la conseja de que se gestionaba un cambio de dueño. Nada más falso. Las comunicaciones, cuyas copias guarda hoy el Archivo General de la Nación, revelan la pureza patriótica de los próceres civiles del Gobierno restaurador de Santiago, entre ellos Espaillat y Rojas, que al solicitar protección y ayuda para la lucha a muerte con el dominador extranjero, no trataron de protectorado político, ni de anexión al poderoso vecino del norte. Para conocimiento de los estudiosos e interesados, reproduzco textualmente la carta de Espaillat a Seward, fechada en Santiago a 24 de diciembre de 1863, la que en mi concepto, creó la especie lamentable del protectorado. Dice así: Dios, Patria y Libertad República Dominicana. Comisión de Relaciones Exteriores. Gobierno Provisorio: Excmo. señor: Me cabe la honra de remitir a V. E. bajo este pliego, copia de la nota, que en fecha 1º de noviembre pasó mi Gobierno a los cónsules de los Estados Unidos, Francia e Inglaterra residentes en Santo Domingo y Puerto Príncipe de Haití; de una exposición dirigida a S. M. la Reyna de España; del Acta de Independencia y de un memorando dirigido a los Gabinetes de los Estados Unidos, Francia e Inglaterra. En estos documentos verá V. E. un relato fiel de los hechos que han tenido lugar en esta porción, de la América, y

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se impondrá al mismo tiempo del deseo manifestado por mi Gobierno de ver que una intervención a tiempo pusiera fin a una lucha, que a más de poder llegar a ser desastrosa, tendría lugar contra los más caros intereses de la América. Al abstenerse mi Gobierno de mandar enviados a los Gabinetes de Europa, y hacerlo por el contrario respecto al Gobierno de esa Gran República, ha sido en la espera, de que la identidad de intereses políticos que liga a todos los pueblos de la América, haría más practicable el protectorado de este país por esa Gran Nación. Mi Gobierno, ruega al de V. E. se digne oír al señor W. Clark, portador de estos pliegos, quien impondrá a V. E. minuciosamente de todo lo ocurrido, manifestándole al propio tiempo los sentimientos públicos del pueblo dominicano, respecto a esa magnánima Nación. Con sentimientos de la más distinguida consideración, tengo el honor de suscribirme de V. E. Su más obsecuente servidor, Q. B. S. M.

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Armas de Norteamérica para la guerra de la Restauración

La guerra de la Restauración nacional podrá narrarse mañana, con un alto grado de precisión histórica, cuando se inicie y organice una labor sistemática de investigación en los archivos de España, Cuba y los Estados Unidos, porque el acervo documental sobre ese interesante episodio de la historia dominicana, es enorme en los archivos de los países indicados. Uno de sus aspectos más dignos de un estudio detenido, es el de la influencia norteamericana en el desarrollo de la guerra iniciada en agosto de 1863, y las posteriores relaciones políticas entre el Gobierno Provisional de Santiago que dirigió la campaña y el gobierno de los Estados Unidos de América. El doctor Charles Hauch, en su reciente estudio “La actitud de los gobiernos extranjeros frente a la reocupación española de la República Dominicana”3 informa en detalle de la actividad diplomática surgida con motivo de la anexión, y más tarde con la guerra restauradora que el Gobierno español consideraba alentada y mantenida por la ayuda del yanqui. Para seguir una pista a esos acontecimientos, es muy elocuente y significativo el resultado del movimiento que se inicio en Guayubín el 24 de febrero de 1863, dirigido por Lucas de Peña, Norberto Torres, Juan Antonio Polanco, Benito Monción, Santiago Rodríguez, Pedro Antonio Pimentel y otros valerosos y notables soldados, que no obstante el valor y la audacia que 3

Boletín del Archivo General de la Nación, año XI, Núm. 56, enero-marzo 31 de 1948.

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desplegaron, se vieron forzados a desbandarse o a internarse en el territorio de Haití. Los que se acogieron a las garantías prometidas, pagaron con la vida su credulidad. Como era natural, después de esos incidentes de febrero, el gobierno que representaba a la España Colonial recién llegada, redobló sus guarniciones y su vigilancia en toda la zona del Cibao. La presencia de Santana, y algunos otros oficiales del ejército español, oprimió mucho más el angustiado corazón del pueblo, que es de donde adquieren fuerzas las revoluciones por la libertad. Sin embargo, la guerra que se inició el 16 de agosto en Capotillo, contó desde sus comienzos con gran poder, avanzando en las primeras semanas con ritmo de blitzkrieg sobre las principales plazas fuertes españolas. El historiador nacional José Gabriel García dice, muy significativamente, lo siguiente: Todo el Cibao, en fin, estaba en armas, y la bandera del 27 de Febrero de 1844, desplegada en Capotillo el 16 de Agosto de 1863, por los merodeadores de la frontera, que como por encanto habían convertido en ejército revolucionario, iba recuperando una a una en marcha triunfal, las astas gloriosas de donde había sido arriada violentamente el 18 de Marzo de 1861.4 En documentos inéditos procedentes del Archivo Nacional de Cuba, llegados este año al Archivo General de la Nación, se evidencia que el gobierno americano entregó gran cantidad de armas y municiones para la guerra contra España. La acción diplomática norteamericana, que no pudo ser enérgica por los grandes problemas domésticos que confrontaba la Unión con su sangrienta guerra civil, se materializó de manera subrepticia, en una ayuda que fue factor muy importante en el desarrollo de la contienda restauradora. Antes de intercalar algunos documentos donde se evidencia ese aserto, deseo transcribir un párrafo justiciero del doctor Hauch que dice: 4

José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo III, p. 463.

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El crédito mayor de la victoria dominicana debe, por eso, adjudicarse al pueblo dominicano, quien virtualmente solo y asistido únicamente por la topografía y el clima de su país, y por su aliado el mosquito de la fiebre amarilla, desempeñó el papel principal en los eventos que condujeron a la retirada de España en julio de 1865. No hay episodio de mayor intrepidez en su historia. De un informe del comandante del Apostadero de La Habana, al gobernador superior civil de la isla de Cuba, transcribiéndole una comunicación del comandante de Santiago de Cuba, extracto lo siguiente: Penetrado el Sr. Doucouran de estas razones me manifestó haría comprender al Capitán de la fragata mercante haitiana que necesitándose para las atenciones del Gobierno español el carbón que tenía en su depósito no le era posible por el momento desprenderse de él, añadiendo que deseoso de prestar al Gobierno cuantos servicios estuviesen de su parte me iba a hacer relación confidencial de las noticias que había podido adquirir del expresado Capitán por cuanto estas pudiesen importar al mejor servicio de S. M. manifestándome seguidamente que según le había dicho con el carácter de reserva de Capitán Chancin hacía algún tiempo que se hallaban fondeados en Cabo Haitiano cinco buques de guerra americanos y que un trasporte mercante de la misma nación y de más de ochocientas a novecientas toneladas había encallado en la orilla de la frontera Dominicana y que los Dominicanos bajo el pretexto de salvarlo habían descargado y llevándose todas las armas y municiones de guerra de que era portador este trasporte, propalándose que los buques de guerra americanos habían venido allí para proteger o auxiliar simuladamente dicho desembarco. Y como quiera Excmo. Sr. que estas noticias concuerdan en parte con las que me ha comunicado el señor Comandante de la Corbeta Santa Lucía, las cuales me dice pone en esta misma fecha el superior conocimiento de V. E., me apresuro a participarle también estas por lo que pueda importar al mejor servicio con todas

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cuantas incidencias han ocurrido desde la entrada de la indicada fragata haitiana. Al Ministro de Estado Política Nº 68 29 de septiembre de 1863 E. S. Tengo el honor de elevar a manos de V. E. la adjunta copia de las dos comunicaciones que con el carácter de reservadas me ha trasladado en 28 del corriente el E. S. Comandante Gral. de este aps. cuya autoridad las recibió a su vez del Comandante de Corbeta Sta. Lucía y del Comandante de Marina de Santiago de Cuba. Ambos documentos denuncian la presencia de varios buques de guerra americanos en las costas haitianas y robustecen la opinión que he tenido lugar de formar de que el Gobo de los E. U. no ha sido indiferente al movimiento revolucionario que ha estallado en Sto. Domingo. Como todos estos datos pueden contribuir grandemente a que el Gobno. de S. M. forme una opinión exacta sobre la naturaleza y tendencias de los acontecimientos por los cuales está pasando la vecina isla Dominicana, me ha parecido conveniente dar a V. E. conocimiento de ellos para los fines que estime más oportunos. Dios. fho. Al Excmo. Sor. Ministro Plenipotenciario de S. M. en Washington. 29 de septiembre de 1863 Política Nº 67 Excmo. Sor. Considero conveniente que V. E. tenga conocimiento de la marcha de los sucesos por los cuales está pasando

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actualmente la vecina Isla de Santo Domingo con motivo de la sublevación ocurrida en aquel territorio, y en tal concepto acompaño a V. E. la adjunta copia de la comunicación que en este mismo día he recibido de la Capa Gl. de esta Isla dando cuenta de las proporciones que va adquiriendo la insurrección, así como de las medidas que la autoridad militar superior de aquel territorio había creído del caso adoptar y de los recursos en grande escala tanto metálicos como de fuerzas del ejército que tenía reclamados del Gobo. supremo. El carácter confidencial de esta comunicación me autoriza pa. significar a V. E. mis fundadas sospechas de que el Gobierno de ese país por motivos fáciles de comprender haya podido contribuir sin ostentarlo a la realización de este movimiento. Tengo noticias fidedignas y aún datos hasta cierto punto irrecusables que robustecen esta opinión. En prueba de ello citaré a V. E. un considerable desembarco de armas conducida por un transporte de guerra norteamericano que encalló en la orilla de la frontera dominicana y la continua permanencia de algunos buques de guerra también americanos que bajo el aparente objeto de prestar socorros al transporte protejieron con su presencia al alijo del cargamento o lo consintieron por lo menos. La dilatada permanencia de esos buques en las aguas de la República de Haití y el alijo de las armas cuyos hechos harto significativos por cierto fueron precursores del levantamiento no pueden ser efecto de la casualidad sino el resultado de un pensamiento de antemano concebido y cautelosamente desarrollado en los momentos que se ha creído más oportunos. No son estos los únicos auxilios que en mi concepto han recibido de ese país los revolucionarios para llevar a efecto sus planes hostiles hacia España, ni es presumible tampoco que todo esto haya podido pasar desapercibido para el Gobo. de los Estados Unidos. Hago a V. E. estas indicaciones para su particular gobierno y para que con el tacto y la inteligencia que le distingue pueda depurar lo que haya de verdad en el fondo de esta grave cuestión a los ulteriores fines puedan convenir.

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DIOS. fho. El Departamento de Estado de Washington contestó a todos los requerimientos españoles dando seguridades de que no intervenía en la lucha que se libraba en la isla de Santo Domingo, hasta que un día las fuerzas llegaron a esta tierra por un grave error político, la abandonaron dejando un pueblo en ruinas, aunque embriagado por una lucha de proporciones estupendas, ¡coronadas por la victoria del ideal nacionalista!5

El Caribe, 25 de agosto de 1948.

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ESCRITOS SELECTOS

Episodios de la guerra de la Restauración

La guerra de la Restauración nacional es una de las magnas epopeyas de la historia dominicana. Pero todavía, tantos años después de esos acontecimientos, no existe un acervo documental copioso y a la mano, referente al proceso de la anexión a España, y muy especialmente, de la guerra de la Restauración. Sin embargo, archivos extranjeros atesoran millares de páginas sobre tan capitales acontecimientos de la historia nacional, que solo aguardan la mano del investigador para alzarse al servicio de la verdad histórica. Para llegar a conclusiones más o menos exactas en el sendero de las investigaciones históricas, es necesario compulsar distintas fuentes. A veces las versiones de cada bando, saturadas de interés personalísimo, difieren de manera terrible. La guerra de la Restauración tiene del lado dominicano sus magnos cantores en Gregorio Luperón y Manuel Rodríguez Objío. España aporta al examen de los hechos, las obras del general La Gándara y de González Tablas, amén de otras menores en que cada personaje pretende ubicarse en el centro de los acontecimientos, por un movimiento de egocentrismo guerrero que tiene también en esta tierra sus ejemplares estupendos. El justo equilibrio con las ilíadas hispánicas y criollas, lo forman los partes de guerra escuetos, los informes de los comandantes en campaña, las cartas de los políticos envueltos en el alud de fuego de la guerra. Iniciada la fulminante campaña del 16 de agosto, que desde los límites de la frontera haitiana se extendió como un reguero 37

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de pólvora por toda la comarca cibaeña y algunas zonas del sur, España vio en peligro, no solamente su seguridad en Santo Domingo, sino en su preciada joya colonial de la isla de Cuba. Sin pérdida de tiempo, comenzó el envío de tropas y aprovisionamientos, para resistir y tratar de vencer las “hordas de rebeldes”. Puerto Plata y Montecristi fueron entonces centros activos donde el gobierno español trató de hacerse firme, en un empeño estratégico de mantener abiertos dos puertos útiles, para el abastecimiento de sus tropas en campaña. De expedientes valiosísimos que reposan en el Archivo Nacional de Cuba, traigo a la publicidad, una relación objetiva de la llegada de los refuerzos españoles a Puerto Plata, pocos días después del movimiento liberador de Capotillo. A pesar de los heroicos esfuerzos de los dominicanos, Puerto Plata permaneció en poder de los españoles hasta el fin de la guerra. La austeridad del parte militar, vela el esfuerzo de aquella noche épica. En aquella campaña gloriosa cada dominicano combatió con alientos superiores a sus fuerzas. Fue una empresa del pueblo la guerra de la Restauración. Nuevos documentos verán oportunamente la luz pública para el deleite fervoroso de los que estudian con amor y valiente sinceridad la gloriosa historia nacional. El comunicado dice así: Comandancia General de Marina del Apostadero de La Habana. Excmo. Sor: El Sor. Comandante del Vapor Isabel 2a que ha fondeado hoy en este puerto procedente de Santo Domingo me dice lo que sigue: Excmo. Sor. “Según había tenido la honra de comunicar a V. E. con fecha 25 del mes último desde Santiago de Cuba, en la mañana del mismo día salí de aquel puerto para Puerto Plata, conduciendo 600 hombres de infantería, 20 mulos y caballos y una batería de montaña y remolcando una goleta mercante con el resto de los mulos de la batería. En la anochecida del 27 doblé la punta del

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Algarrobo y a las ocho de la noche, viéndose fogonazos en la dirección del puerto, me dirigí hacia él y encendí una luz de Bengala: redoblaron entonces los fogonazos, lo que me hizo comprender que algo pasaba allí importante; pues, o bien nos habían descubierto en la anochecida y urgía nuestra llegada, o bien se batían en la plaza. Convencido de que a pesar de los peligros que Puerto Plata ofrece para un buque de este porte convenía tomarlo en la noche, me dirigí hacia la boca encendiendo de tiempo en tiempo luces de Bengala. A las nueve, estando como a tres millas de la boca, se vio salir un bote con una luz el cual resultó ser el práctico, que me informó de que a las cuatro de la madrugada las tropas españolas habían sido atacadas por un número considerable de rebeldes, venidos del campo y a los cuales se había unido el general Lora con los de la Ciudad, que los nuestros habiendo tenido muchas bajas se habían visto obligados a refugiarse al fuerte, en donde estaban sitiados en número de 200 hombres y sin tener agua, y que de un momento a otro los enemigos cuyo número ascendía de 2000 debían dar el asaltado en la noche y que la guarnición del fuerte no podría resistir. En vista de las circunstancias no dudé un momento en dirigirme a dentro del puerto y con toda felicidad conseguí fondear al lado del puerto del N. a las 9 ½ de la noche, e inmediatamente vino a bordo el Capitán del puerto que me corroboró lo dicho por el práctico. Aunque sin más recursos que los botes de a bordo y una barcaza de cortas dimensiones, inmediatamente empezé el desembarco de las tropas en la playa del Castillo, y merced a la energía y actividad desplegadas así por los Oficiales y guardias marinas como por todos los demás individuos de la tripulación, a la una y media de la noche estaban en tierra todas las tropas y baterías de montaña y el buque acoderado y listo para romper el fuego sobre los puntos ocupados por los rebeldes, según había convenido con el coronel Arizón Gefe de la columna expedicionaria que pensaba atacarlos desde luego, como lo verificó a las dos, avisándome antes que no hiciese fuego porque siendo de noche pudiera ser esto perjudicial a nuestras tropas. La población fue atacada por tres columnas y a las tres nuestras tropas eran

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dueñas de ella, no sin haber tenido algunos heridos y entre ellos mortalmente el digno y valiente coronel Arizón que espiró a las pocas horas. En vista de las circunstancias y de las comunicaciones cuya copia tengo el honor de acompañar a V. E. así como también en vista de la opinión del Gefe de E. M. de Santo Domingo que en el vapor Hernán Cortés llegó en la tarde del 28, creí deber salir inmediatamente para ésta conduciendo pliegos urgentes para el Excmo. Sor. Capitán General y dar noticia de la gravedad de los sucesos que ocurren en Santo Domingo. La sublevación que por ahora se reduce a la provincia del Cibao, es general en ella y es posible se estienda a las demás; el número de rebeldes organizados en columnas es muy considerable aunque están mal armados y todas las comunicaciones con el interior están cortadas, el único puerto del N. por donde se pueden introducir refuerzos es Puerto Plata, pues por Montecristi podría solo verificarse siendo bastante considerables para formar una columna respetable y con bastante recursos para manejarse por sí solo. Todo lo que tengo el honor de manifestar a V. E. para su conocimiento y esperando merezca su superior aprobación.” Tengo el honor de trasladarlo a V. E. para su conocimiento. Dios gue a V. E. ms. as. Habana, 2 de septiembre 1863. Excmo. Sor. SEGUNDO DÍAZ DE HERRERA Excmo. Sor. Gobernador Superior Civil

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Los 21 tiros de Cambiaso

Si se llegara a completar una relación de las reclamaciones presentadas por los cónsules y vicecónsules extranjeros contra el Gobierno dominicano en el pasado siglo, resultaría imponente y de muy dolorosa lectura para los dominicanos de hoy. Por el más nimio acontecimiento en que se viera envuelto el nacional de un país con representación consular, se presentaba inmediatamente la más ruda protesta y acusación, con reclamación de indemnización pecuniaria y el ritual saludo a la bandera ofendida con salva de 21 cañonazos. Esas indemnizaciones, reconocidas casi siempre por el Gobierno dominicano, se cargaban a diversos capítulos del presupuesto del Estado, o de lo contrario, se reconocían como deuda de la nación. En el gran volumen de la deuda pública, cancelada patrióticamente por el presidente Trujillo, figuraron con gran cúmulo de intereses partidas de esa procedencia. Hubo un día extraordinario cuando se saludaron tres banderas poderosas. Los 63 disparos casi agotaron la pólvora del miserable arsenal de aquel tiempo. Los más asiduos reclamantes de los gobiernos dominicanos eran los representantes de Francia, España, Inglaterra y Estados Unidos. Aunque Italia no poseía en el Caribe barcos de guerra para apoyar sus reclamaciones, tenía un cónsul hábil que pedía apoyo al representante de Estados Unidos. El cónsul de su majestad el rey de Italia, don Luigi Cambiaso, tuvo un molesto encuentro con las fuerzas de la revolución que derrocó al general Cabral. El victorioso movimiento iniciado por el partido rojo en La Línea, llegó acaudillado por los generales 41

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José Hungría, José Ramón Luciano y Francisco Antonio Gómez, que fungieron como encargados del Poder Ejecutivo hasta el regreso del general Buenaventura Báez, de su cómodo refugio del extranjero. Los consulados extranjeros se llenaron de asilados temerosos de las violencias y represalias de los enemigos triunfantes. Cabral y sus adictos se embarcaron como mejor medida de seguridad. Otros confiaron su salvación al respeto del asilo consular. El general Alfredo Deetjen, que era conducido bajo escolta desde la ciudad de Santiago de los Caballeros, se escapó, asilándose en el consulado de Italia que consideró a salvo de las iras de sus perseguidores. Calculó mal el general Deetjen, causando además un disgusto humillante a su protector. Sin pararse en pelillos, un grupo de oficiales asaltó la residencia consular, cargando con el prófugo general que no tuvo otro camino que rendirse a discreción. El cónsul Cambiaso dirigió al ministro de Relaciones Exteriores una cálida protesta, pidiendo la devolución del prisionero, el castigo de los culpables y “una salva de 21 tiros de cañón según uso admitido”. “El mayor número de estos desmanes ha sido presenciado por el Ministro a quien se dirige el infrascrito” –dice Cambiaso. El tal impávido ministro, era nada menos que el general Valentín Ramírez Báez, que seguramente presenciaba el cumplimiento de sus órdenes. Como las fuerzas navales de Italia estaban tan distantes, Cambiaso pidió apoyo al agente comercial de los Estados Unidos, Mr. J. Somner Smith. Este funcionario recomendó al Gobierno que debía complacer al cónsul italiano, o de lo contrario informaría a su gobierno y al comandante de las fuerzas navales de Estados Unidos en Saint Thomas. El general Ramírez Báez, que era hombre de palabras claras, contestó a los dos rechazando sus pretensiones. Días después, sin oír los 21 tiros de desagravio, Cambiaso pidió su pasaporte para el extranjero, y el general Deejten hacía pública sumisión al general Buenaventura Báez, jefe supremo del partido rojo. He aquí la carta de Cambiaso:

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Santo Domingo 24 de febrero de 1868. Señor: El infrascrito y cónsul de S. M. el Rey de Ytalia, actualmente encargado del Consulado tiene el honor de dirijirse al Gobierno Dominicano, pr. el intermedio de su ministro de las Relaciones Exteriores en demanda de reparación de los agravios inferidos a la Nación Ytaliana en la persona del infrascrito, por autoridades y oficiales Dominicanos, con motivo de habérsele dado asilo al Señor Alfredo Deetjen que una escolta conducía como preso político desde la ciudad de Santiago de los Caballeros. El infrascrito protesta solemnemente. Primero: contra los atropellos y amenazas de que fue víctima en el día de ayer. Segundo: contra la manera inusitada de reclamación del asilado iniciada por los Señores Jacinto Velásquez, Brighman y Florencio Objío y apoyada por otros, en todo reñida con las prácticas y fórmulas diplomáticas que se emplean en estos casos. Tercero: contra la estracción del consulado al Sr. Deetjen que no fue espontánea, por más que el lo declarase al abandonarlo, y si la obra del miedo de que debe estar poseído, resultado natural de las repetidas amenazas y constantes manifestaciones de Velásquez y Objío, quienes prometían atropellar toda suerte de consideración para apoderarse por fuerza de su persona. El mayor número de estos desmanes ha sido presenciado por el ministro a quien se dirige el infrascrito y por el Cónsul de S. M. el Emperador de los Franceses, ambos pueden testificar su verdad. Por todas las circunstancias indicadas, y fundado en derecho y justicia el infrascrito a la vez que protesta solemnemente por el allanamiento del consulado italiano y ajamiento del pabellón, eleva hasta el gobierno dominicano por el órgano de su Ministro de las Relaciones Exteriores, las siguientes reclamaciones, las solas que pueden darle de desagravio que exige. Primero: devolución del Sr. Alfredo Deetjen al Consulado italiano. Segundo: castigo de los Srs. Jacinto Velásquez y Florencio Objío, causas eficientes y principales

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del desorden en el Consulado, y Tercero: una salva de 21 tiros de cañón según uso admitido. Si estas exigencias justísimas por demás no fuesen atendidas del Gobierno, cerca del cual el Ministro de las Relaciones Exteriores es el órgano en esta ocasión, entonces el infrascrito se verá en el tristísimo caso de apelar a otras medidas algo duras y dolorosas en su aplicación para el infrascrito, que deseara por solución del tristísimo negocio de ayer la aceptación del medio que propone. Podría alegar el infrascrito las abundantes razones de derecho internacional sobre que estriba su queja y satisfacción demandada, pero supone que el Sr. Ministro de las Relaciones Exteriores no las ignorará y porque además quiere la mayor concisión posible en esta nota. El infrascrito aprovecha la oportunidad al Ministro de las Relaciones Exteriores, suscribiéndose su atto. y S. S. L. CAMBIASO

Al Ministro de las Relaciones Exteriores de la República Dominicana

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Luperón y Cabral, héroes divididos por la gloria

Gregorio Luperón es un tipo de leyenda. Dotado de singular valentía de guerrero se aupó de humilde condición a los puestos más preeminentes del país. Además del coraje avasallador que lucía como alta presea varonil tenía otras virtudes humanas. No fue cruel en tiempo de barbarie. Fue patriota íntegro sin desmayos ni apostasías. Pero, su personalidad labrada a duros golpes de cincel, ostenta también algunas condiciones negativas, como lastre humano necesario para que el hombre no sea jamás perfecto. Su condición de hombre nacido para mandar, lo condujo muchas veces a violentas posiciones contra los que de algún modo podían disputarle el prestigio heroico que se obtiene con el desprecio de la vida sobre los ardientes campos de la guerra. Su obra, Notas autobiográficas, ha de ser siempre estudiada con cautela, aparte de lo que significa como narración objetiva de acontecimientos memorables. Luperón tenía fino tacto para situarse siempre en las posiciones centrales, dentro de su libro. Todos le estorbaban, sin embargo, en sus tenaces empeños de Salvar la patria. Uno de los blancos más bombardeados por el odio implacable de Luperón fue sin duda el general José María Cabral. No le merecieron más crueles epítetos ni Santana a quien combatió con las armas y ensalzó con la pluma, ni Ulises Heureaux que puso cese al período de la hegemonía política luperonista. Tal vez Buenaventura Báez comparte con Cabral el primer lugar en el desprecio del titán de Puerto Plata. 45

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Sin embargo, la suerte de la política y de las armas los llevó muchas veces a compartir el ostracismo o el cantón revolucionario. Cada revés y cada fracaso lo proporcionaba entonces Cabral, cuando ya él, según confiesa, tenía a la mano los recursos para el triunfo decisivo. Cuando Báez inicia, apoyado en su poderoso partido, el periodo de los “seis años” Luperón y Cabral se enfrentan al dictador “rojo” para combatirlo sin descanso. Luperón era el impulso frenético; Cabral el heroísmo abnegado y silencioso. No escribió himnos en su alabanza. Estos dos hombres, divorciados por las pasiones políticas, necesitaban unirse para combatir con éxito los proyectos de Báez. Sin la intervención de una fuerza neutral, no se hubiera logrado un acuerdo entre ambos guerreros. El general Nissage Saget intervino para conciliar los intereses y ambiciones en pugna, pues su deseo era promover pelea a Báez, aliado formidable del presidente Salnave, a quien el general Saget combatía con la más feroz energía. El 17 de abril de 1869, en la bahía de Saint Marc, firmaron los caudillos del partido azul el manifiesto revolucionario que dio comienzo oficial a la guerra de los seis años. Esa lucha tenaz, dirigida con sin igual habilidad de guerrillero por Cabral, mantuvo viva la protesta armada contra los planes anexionistas del Gobierno, mientras las plumas de la oposición presentaban de continuo al Senado de Washington, los memoriales de protesta más vigorosos de la historia política dominicana. Luperón cañoneó desde el “Telégrafo” y combatió más tarde por tierras del norte. No pudo sostenerse en la campaña, abandonando por años sus empeños maldiciendo por igual a Báez como a Cabral. En su obra, como un hirviente chorro, le propina a Cabral su docena de epítetos, de alta envergadura: “funesto, egoísta, hipócrita, ambicioso, inepto, traidor, perverso, fatal, estúpido, idiota, roca empedernida en la ignorancia”. El gran soldado de Santomé y La Canela habla a la posteridad por sus hechos. Alguna que otra carta inédita puede servir para iluminar hechos oscuros. Reproduzco una dirigida a su amigo José Crismán, de Saint Thomas, fechada en Saint Marc el 10 de marzo de 1869, que considero de singular interés para

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los estudiosos de la historia. Consigna su rechazo de Luperón. Dice así: Al llegar aquí no puedo prescindir de escribirle como a uno de mis buenos amigos de San Thomas, que como tal le conceptúo. Ayer a eso de las tres o cuatro de la madrugada hemos dado ancla en este puerto, sin haber ninguna contrariedad por parte de los buques de Salnave, y aunque hemos tenido algunas averías, pequeñas por cierto, como bien lo ve Ud. por nuestro arribo, no fueron de consideración. Yo creo que necesitaré algunos efectos de San Thomas, como armas y municiones, pero en cuanto a gente, me sobra, pues hasta las mujeres se me han brindado. Todo esto, amigo son cosas que le comunico, en la convicción de que sé que es Ud. una de las personas que más me aprecian allí, y que llegado el momento no dejará desapercibido un encargo que pueda hacerle en cualquier momento. Aquí he encontrado a varios individuos de la frontera, tal como a los generales Timoteo Ogando, M. Adón. Ya me han dado noticias del movimiento del sur; allí no se ha organizado todavía ningún cuerpo de ejército, pero inmediatamente llegue yo a esos lugares, le organizaré, pues esos mismos generales me aseguran que puedo contar con un gran número de hombres, en fin que mi solo nombre, y lo que es más, mi presencia en territorio dominicano, levantará las masas por todas partes. También me he encontrado aquí con el “Telégrafo” y los que conducía y con los señores Pujol, B. Curiel, etc. Estos mismos señores han sido encargados de provocar un arreglo por parte del Gral. Luperón conmigo, pero hasta este momento no se ha decidido absolutamente nada. Solo si puedo ya asegurarle a Ud. y es que, el único arreglo que puede haber es que se nombre una junta que dirija la revolución y a la cual estemos todos subordinados, pues que yo no estoy dispuesto ni consentiré jamás a militar bajo las órdenes del Gral. Luperón ni de ningún hombre que como él haya obrado teniéndome desconfianza, dudando de mi

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buena fe y de mis sentimientos patrióticos que son cosas que están más que vistas y claras como la luz del sol. En fin, pronto tendrá Ud. noticias de mi paradero pues no faltaré a darle noticias cuantas veces se me presente ocasión. Aunque arriba le decía que no tuvimos novedad, no crea por eso estuvo nuestro viaje exento de peligros, pues entre otros nos vimos ya casi en la bahía del Arcahaie que está por Salnave; el general Pina puede darle a Ud. noticias más circunstanciadas de nuestro viaje. Antes de concluir, permítame que le haga un encargo, que es, me remita por el primer buque que salga de allí para acá dos o tres resmas de papel de cartas rayado, dirigidas a mi pero recomendadas al presidente del Estado del Norte Nissage Saget a este lugar; también hagan el favor de remitirme algunas cubiertas juntamente con el papel. Mis afectuosos saludos a nuestro buen amigo Lloyo y a todos aquellos que Ud. conoce tan bien, como yo, que son mis amigos. Consérvese siempre bueno y cuente con su buen amigo.

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ESCRITOS SELECTOS

Una gobernación innecesaria

El partido rojo o baecista, fue sin duda, el más poderoso partido político del pasado. La sólida unidad que le imprimió siempre su caudillo el general Buenaventura Báez, le permitió a éste desempeñar la Presidencia de la República en cinco ocasiones. En el seno del partido azul, antagonista tradicional del baecista, se combatían a veces con más saña unos con otros que contra el adversario implacable. El 2 de mayo de 1868 asumió por cuarta vez la Presidencia el general Báez, iniciándose el pavoroso período de luchas y persecuciones, conocido de manera específica por los “seis años”. Sin pérdida de tiempo, los políticos vencidos que para escapar a la ira de sus enemigos se habían lanzado al exilio, comenzaron a organizar planes revolucionarios. Luperón, Cabral y Pimentel, divididos y llenos de recelos, eran sin embargo, los únicos soldados capaces de enfrentarse a la legión de guerreros que sostenía Báez a todo trance. Los tres caudillos rebeldes sincronizaron sus planes con los de la revolución que en Haití se aprestaba bajo la dirección del general Nisagre Saget, a combatir y a derrocar al presidente Salvane. Este último gobernante haitiano, había contribuido de manera eficaz al movimiento que derribó el gobierno de Cabral. Pocos meses después, la suerte de la política y de las armas lo hizo caer, ya derrotado, en manos del propio general Cabral. La entrega de Salnave fue un hecho ineluctable y legítimo, cuyo análisis a la luz de los documentos de la época, dejará con claridad meridiana oscuros acontecimientos de la historia patria. 49

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El general Báez, ansioso de consolidar su poder, contrató sin demora el empréstito Hartmont, de tan funestas consecuencias para el país, y más aún, gestionó y firmó el tratado de anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos. La amarga experiencia de Santana no le había servido de lección. La actividad anexionista del gobierno sirvió de acicate a la revolución. El general Cabral, que conocía palmo a palmo la región del sur hizo su irrupción por esa línea, combatiendo con tenacidad admirable, avanzando bajo el fuego hasta ocupar a San Juan de la Maguana, donde estableció su cuartel general. Mientras tanto, Luperón a bordo del vapor “Telégrafo” cañoneaba los principales puertos del país. Como era natural, el gobierno destacó para dirigir las operaciones en el sur a un soldado veterano, conocedor experto de los hombres y la geografía regional, valeroso y temible, vinculado al caudillo por los más estrechos lazos de la sangre: el general Valentín Ramírez Báez, delegado del Gobierno y jefe superior de operaciones. Este hombre que no daba un paso sin informar en detalle a su querido Ventura, no se paraba en pelillos ni cejaba ante el peligro. La copiosa correspondencia de carácter personal que cruzó con el jefe del Estado, ha de servir un día como fuente para un análisis completo de la política dominicana de aquellos tiempos, especialmente del baecismo. Su estilo contrasta con el del general Manuel Altagracia Cáceres, el terrible Memé que desempeñaba la delegación del Gobierno en el Cibao. Ramírez Báez era humorista. En una carta le dice a Báez: es peregrina la ocurrencia de haber tomado un buen trago de Burdeos a mi salud el 20 de éste, porque era día de tu cumpleaños, cuando debiste mandarme con anticipación un poco, para yo tomar ese día las once a tu salud; pero todavía se puede componer la cosa, mándamelo para la octava. En otra del 7 de octubre de 1870 le escribe: Dicen que se quejan mucho del lado de Jarabacoa, de que hasta los amigos se les hace daño, lo cual no dudo,

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pero sé que esos robos son entre ellos unos con otros, porque nuestra gente roba sólo del otro lado del río. Azua era cuna y bastión del baecismo. Las vinculaciones de esa familia a aquella tierra heroica, le dio oportunidad de conseguir la adhesión unánime de aquel pueblo de guerreros, que sostuvo siempre el pendón de su partido contra todas las adversidades. El general Carlos Báez, hermano del Gran Ciudadano, desempeñaba a la sombra del sable de Valentín, la Gobernación de la extensa provincia de Azua. Tuvo que abandonar ese cargo porque fue electo senador en 1869. El omnipotente delegado oteó a su alrededor en busca de candidatos para la Gobernación. Por más que buscó no vio ni uno en aquella sementera de valientes y leales amigos, y sin pérdida de tiempo, escribió al ministro de la Guerra, una lacónica comunicación, típica de aquellos tiempos y de aquellos hombres. Por sí sola habla con elocuencia de cómo se manejaban entonces los asuntos públicos. Dice así: Valentín Ramírez Báez General de división y delegado del Gobierno en la provincia de Azua Nº 353 Ciudadano: Habiendo sido nombrado senador el General Carlos B. Báez, Gobernador Int. de esta Provincia, cuyo Señor salió ayer de ésta para esa Capital, y no habiendo aquí una persona que reúna las cualidades necesarias para ocupar la plaza de Gobernador, he resuelto suprimir la Gobernación y anexar a este Despacho sus trabajos, mientras se disponga otra cosa o regresar dicho General. Lo que tengo el honor de comunicar a V. para los fines correspondientes.

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Dios y Libertad. Azua, Marzo 22 de 1869 V. RAMÍREZ BÁEZ Ciudadano Ministro de la Guerra6

La gobernación de aquella provincia incendiada por la guerra era innecesaria.

Archivo General de la Nación, Libro copiador de Guerra y Marina, legajo 5, Cap. 1, Doc. 62.

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ESCRITOS SELECTOS

De la anexión a los Estados Unidos

Es un hecho pavoroso la absoluta falta de fe patriótica con que la inmensa mayoría de los políticos y politicastros dominicanos del pasado, trataron los asuntos más vitales del país. Sobre el ensangrentado palenque de las luchas personalistas giraba hecha jirones la dignidad nacional, mientras se ponía en pública almoneda la soberanía política creada por los visionarios de La Trinitaria, y sostenida con indomable valor sobre los campos de batalla por el pueblo dominicano, abnegado y anónimo, conducido a las victorias por jefes que se forjaron sobre el yunque de la guerra heroica. Después de la estupenda campaña restauradora, que anuló la acción anexionista de Santana, un nuevo paso en el camino tortuoso, lo estaba dando el general Buenaventura Báez, presidente de la República por cuarta vez, desde el 2 de mayo de 1868. Este gobernante, avezado político y descreído ciudadano, mientras combatía tenazmente la revolución que acaudillaban Cabral, Luperón, Pimentel, los Ogando, etc., concertó un tratado de anexión a los Estados Unidos, que fue firmado el 29 de noviembre de 1869, en la antigua ciudad de Santo Domingo. El Art. 4º de ese Tratado estipulaba que los pueblos de la República Dominicana expresarían lo más pronto posible, de una manera conforme al derecho su voluntad respecto a las cesiones de que aquí se trata y los Estados Unidos, protegiendo a la República Dominicana, hasta tanto que ese consentimiento se exprese, contra toda

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intervención extranjera, a fin de que esa expresión nacional sea completamente libre. De manera alternativa, el Art. 10º del referido Tratado, establecía que en el caso de ser rechazado, los Estados Unidos tendrían derecho a adquirir la península y bahía de Samaná, en cualquier tiempo antes de fenecido el término de cincuenta años, pagando a la República Dominicana dos millones de pesos en oro. Como era natural, los prohombres del gobierno que tomaron a su cargo el éxito del “plebiscito” que se inició el 16 de febrero de 1870, fueron instruidos privadamente por el presidente Báez. Uno de esos hombres, el general Manuel Altagracia Cáceres, delegado del gobierno en las provincias del Cibao, recorrió sin descanso su extensa zona, tratando de llevar al ánimo del pueblo, mayor fe en los proyectos oficiales. En sus comunicaciones a Báez elude siempre consignar la palabra “anexión” que Valentín Ramírez Báez estampaba siempre con énfasis militar. Memé Cáceres decía siempre “la cosa” y subrayaba la frase. La estupenda guerra de los “seis años”, trágico forcejeo que agotó los recursos del Gobierno, así como resuelta actitud del senador Sumner, que frustró los propósitos del presidente general Grant, echaron por tierra de consuno tan antinacionales proyectos. Como documento revelador y elocuente, tanto de la zorruna astucia de los viejos políticos, como del morboso estado social del país, reproduzco una carta del general Cáceres a Buenaventura Báez, su estimado amigo, refiriéndole sus peripecias plebiscitarias. Sabaneta 22 de febrero de 1870. Mi estimado Ventura: Desde ayer me encuentro en esta plaza, y dentro de dos horas se efectuará aquí la revista que he practicado con

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buen éxito en las demás comunes de la línea. En Dajabón, en razón de que tenía alguna dificultad, hice mil explicaciones y comenté la cosa de un modo NO imprescindible y reclinando el negocio al asunto de Samaná: así es que fue acogida con mucho entusiasmo. Uno de los argumentos de que me valgo para conseguir la aceptación, es la carta de Gautier en que dice que no hay cambio de bandera, ni de autoridades, ni de gobierno, es pues indispensable que Ud. explique el malísimo efecto que causaría por aquí y creo por todas partes, si antes de pasado algún tiempo se tuviera la impolítica de cambiar el pabellón o de traer gente armada. Todos, todos aceptan bien el pensamiento de que consiga directa protección (como yo les digo) pero también, todos rechazan lo de cambio de bandera y demás. El movimiento de los otros días, por el cual vieron orden, plata y armamento y que suponen ha sido conseguido por resultado de la negociación de Samaná, ha sido muy buen precedente para obtener mi objeto en la visita a estas comunes. Procure pues, que a lo menos por uno o dos años quede todo como está, que después no hará mal efecto nada y poco a poco, en ese intervalo, se anularán los hombres quisquillosos de hoy. Esta tarde saldré para Santiago y voy a detenerme en Mao para recoger allí algunas firmas: en la línea, incluso aquí, habrá recogidas como 700 firmas, y aunque ese número parece poco no es así en proporción a los habitantes de estas comunes, a que se hace todo volando y que los hombres firmados son los más importantes. De Santiago le escribiré el resultado de aquella población. Deseo se conserve bien, y me repito todo suyo. M. A. CÁCERES

A su Excelencia el Presidente de la República. Santo Domingo

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Raymond H. Perry, un cónsul agresivo

Si alguien ha gozado alguna vez de intangibilidad sobre la tierra, no puede parangonarse, sin embargo, con cualquiera de los representantes consulares en Santo Domingo, durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX. El detallado conocimiento de la serie ininterrumpida de “incidentes consulares”, con su secuela inevitable de humillaciones para el país, sería sin duda de gran interés para los estudiantes de nuestra historia política. La inestabilidad de los gobiernos y del Estado mismo; la miseria nacional acampada sobre un vasto reservoir de riquezas naturales, el atraso y el oscurantismo social eran acicates para que los representantes de cualquier poder extranjero se consideraran capaces de intervenir en todos los asuntos, y arrogarse a veces, la calidad de árbitros para imponer a los gobiernos reparaciones pecuniarias y morales, por el más baladí de los incidentes con alguno de sus nacionales. En plena borrascosa era de los “seis años”, empeñado afanosamente el gobierno del presidente Báez en consumar la anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos, o de ultimar de manera alternativa el arrendamiento de la península de Samaná y su codiciada bahía, los representantes de la gran potencia del norte, gozaban de extraordinarios privilegios. En el año 1870, desempeñaba las funciones de agente comercial de los Estados Unidos el señor Raymond H. Perry, que amargó la fiesta reiteradas veces, al ministro de Relaciones Exteriores, don Manuel María Gautier, como se evidencia por la correspondencia oficial de aquellos tiempos.

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El Tratado de Anexión, ad referéndum, fue firmado por Gautier y Perry, en la ciudad de Santo Domingo a fines de 1869, redactado sobre la base de las instrucciones especiales que trajo al país el general Orville E. Badcock, enviado de Hamilton Fish, ministro de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Indudablemente que mister Perry, después de estampar su complicada firma al pie de aquel documento, que iba a poner la soberanía nacional bajo el pabellón de las barras y las estrellas, consideró que su poder había aumentado, y que desde ese instante era una especie de tetrarca antillano. La primera humillación que le proporcionó Perry al gobierno de Báez, fue, cuando se dirigió por escrito al Senado dominicano, directamente, haciendo caso omiso de las vías reglamentarias. Protestó el Gobierno nacional en fecha 14 de mayo de 1870. El 16 del mismo mes elevó otra querella al Gobierno americano. Pero, la más pintoresca de las comunicaciones de Gautier cargada de pimienta por el astuto político, es la que reproducimos a continuación, fechada en 17 de mayo de 1870. Dice así: 17 de mayo de 1870 Al Excmo. Señor Ministro de RR. EE. de los EE. UU. de América: Nº 84 Excmo. Señor: Escrita ya mi nota del día de ayer, acerca del proceder del Agente Comercial de los Estados Unidos en esta ciudad, vino un nuevo y más escandaloso incidente a llenar de amargura el ánimo de todos los miembros del Gobierno, de todos los partidarios de la anexión, y de todos los ciudadanos norteamericanos que han presenciado o tenido noticia del acontecimiento. El caso es el siguiente: Un ciudadano americano había sido demandado por un súbdito dinamarqués a causa de un ultraje que aquél le había inferido, y como pertenecía a la tripulación del “Tybee” no podía permitírsele si marcha en dicho buque, antes de haber satisfecho la multa a que se

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le condenó. En tal momento el cónsul ofreció que se pagaría dicha multa por su mediación, respondiendo por el individuo, a quien desde luego se dejó marchar. Esto sucedió en el viaje del “Tybee” del mes de marzo. El Juzgado, a la negativa de pago por parte del cónsul, requirió de nuevo al condenado la multa tan luego como llegó el “Tybee”, y el cónsul en plena audiencia entró en el tribunal a decir al querellante que abandonara el asunto y guardara silencio. Como le contestó que él no podía abandonar su queja, el cónsul, sin miramiento alguno por su posición ni por la dignidad del tribunal ni por el concurso de norteamericanos y nacionales allí presentes, marchó sobre el individuo y le dio una bofetada, saliendo inmediatamente a albergarse en su consulado. Las leyes del país son precisas y terminantes: una falta de acatamiento semejante ante un tribunal es castigada con crecida multa y con prisión. Mi Gobierno, sin embargo, en consideración a las funciones que ejerce ese señor, por especial miramiento y deferencia al Gabinete de Washington y al digno Presidente Grant, ha interpuesto su influencia para que no se toque a la persona de dicho agente, si bien no le será posible exonerarle de la multa, en obsequio de la vindicta pública ofendida y alarmada. Por desgracia el hombre abofeteado era un negro. La sensación dolorosa que ese hecho ha causado en esta sociedad es imponderable, porque nadie hasta hoy había faltado al respeto a un tribunal y como no falta alguno que otro enemigo que explote las ideas, se han hecho comentarios tristes acerca del acontecimiento. Mi Gobierno encarga encarecer a V. E. la necesidad de que se envíe un hombre de calma, bien penetrado del pensamiento político de nuestros Gobiernos, y capaz de estudiar y comprender las circunstancias especiales del país. El Señor Perry, no obstante las recomendaciones que se le han hecho de que viva en buena inteligencia con el Gobierno, a pesar de la deferencia con que se le ha tratado, ha hecho en su clase de amigo, más daño que el que pudiera hacernos el enemigo más completo. Sus cualidades y sus buenos deseos desaparecen ante la irritabilidad de su

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carácter, y a mi Gobierno y a la sana política conviene que los representantes del Gabinete de los Estados Unidos se hagan tan simpáticos como hasta ahora lo han sido todos los altos empleados que hemos conocido, y los jefes y oficiales de su Marina de Guerra. Renuevo a V. E. las seguridades de mi distinguida consideración. (Firmado) M. M. GAUTIER.7

A. G. N., Libro copiador de oficios de Relaciones Exteriores, Núm. 5, pp. 57-58.

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ESCRITOS SELECTOS

Inglaterra VS. Santo Domingo (Humillaciones en Puerto Plata)

La cuarta administración del general Buenaventura Báez, conocida mejor como Gobierno de los seis años fue fecunda en acontecimientos internacionales, e incidentes dolorosos para el sentimiento patriótico nacional. Afanado aquel Gobierno en realizar su proyecto de anexión del país a los Estados Unidos, dio lugar a que los principales militares y políticos opuestos a ese plan, se lanzaran a una campaña persistente y tenaz, conducida principalmente por el general José María Cabral, en las calcinadas tierras de las regiones fronterizas del sur. Frustrado ese empeño del gobierno de Báez, desacreditado el país en toda Europa por el escándalo creado por la colosal estafa de Hartmont; condenado en costas y daños y perjuicios el Gobierno por su reclamación judicial contra los armadores del vapor “Telégrafo”, declarado pirata por el Senado dominicano, cuando navegaba en él Gregorio Luperón, cañoneando las costas dominicanas, el gobierno de Báez estaba contratando como única fuente para obtener recursos financieros, el arrendamiento de la península y bahía de Samaná a una compañía norteamericana. El descontento, primer fruto del cansancio político, iba cundiendo en las filas, hasta entonces compactas, del poderoso partido que sustentaba con sin igual denuedo al general Buenaventura Báez como líder supremo. Puerto Plata, por diversas razones sociales y políticas, fue en aquellos tiempos centro activo donde muchas veces se decidió 61

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la suerte de los gobiernos nacionales. La revolución iniciada allí el 25 de noviembre de 1873, por las propias autoridades del baecismo, puso punto final al período de los “seis años”. Pero antes de esa fecha, se venían notando allí los fermentos revolucionarios. A principios del año 1873, siendo a la sazón gobernador civil y militar el general Ignacio María González, se levantaron en armas, en la sección de Los Ranchos, el general Juan Nuecí y sus dos hijos, el general Alejo Raposo, y otros oficiales y combatientes de menor renombre. Debelado el incipiente movimiento por la actividad desplegada por el general González, el cabecilla Nuecí, soldado veterano que había sido anteriormente gobernador de Puerto Plata, se asiló en unión de sus hijos, en la residencia particular del vicecónsul de Inglaterra, señor José Ricardo Hamburger, calificado en publicaciones de esa época como ciudadano colombiano. El gobernador González, requirió la entrega de esos prófugos. Su petición fue rechazada. Entonces, el alcalde constitucional, acompañado por su secretario y un piquete de policía, se personó en la residencia de Hamburger, para solicitar formalmente la entrega de Nuecí. Al no obtener respuesta a sus reiteradas llamadas, derribaron una de las puertas, encontrando al señor Hamburger, rojo de cólera, acompañando a los asilados, vistiendo su flamante uniforme consular, como buena coraza contra la posible violencia del alcalde, secretario y policías. Los Nuecí, apresados tan mansamente, fueron conducidos por vía marítima a Santo Domingo, donde serían sometidos a uno de los juicios típicos de aquellos tiempos. Pero Hamburger no se resignó a sufrir esta ofensa. Fletó dos naves para comunicar al Encargado de Negocios de la Gran Bretaña en Puerto Príncipe señor Spencer St. John, “el ultraje” de que habían sido objeto él, su hogar y la bandera que los cobijaba, pidiendo el envío de fuerzas navales para exigir al Gobierno dominicano una serie de reparaciones. Saint John envió al vapor de guerra “Niobe” bajo el mando de Sir Lambton Lorraine, con instrucciones de obligar a las autoridades nacionales, a entregar los militares apresados en la casa del vicecónsul, y rendir honores públicos a la bandera ultrajada.

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El comandante Lorraine se cruzó varias comunicaciones con el ministro de Relaciones Exteriores, don Manuel María Gautier, que reproducimos más adelante. El 1º de abril de 1873, Lorraine dio un ultimátum de hora y media al Gobierno dominicano para aceptar sus reclamaciones. El Gobierno acató lo pedido “en vista de la intimación con amenaza de la fuerza”. Y el 8 de abril, a las ocho de la mañana, martes de la Semana Santa de ese año, Puerto Plata fue testigo de la humillación nacional. El gobernador, general González, a la cabeza de las autoridades locales y del pueblo entero, se trasladó a la morada del vicecónsul, para presenciar cómo un oficial dominicano, “cuyo grado no fuera inferior a capitán”, izaba el pabellón británico, mientras la fortaleza San Felipe disparaba una salva de 21 cañonazos que no sería contestada. Sir Lambton Lorraine y los oficiales del “Niobe” saludaron, radiantes de orgullo, a su enseña nacional. Pero horas después de retirados a su nave vengadora, le comunicó Lorraine a González, que según los records de los oficiales de abordo, faltaban dos cañonazos, que era necesario disparar. Y fueron disparados. El ministro Gautier aprovechó la circunstancia para pedir al Gobierno francés la remoción de mister Jannot, agente consular en Puerto Plata. Igualmente se quejó al Gobierno de los Estados Unidos contra J. Ginebra, representante de aquel país en la activa ciudad del Atlántico. Como documentos interesantes, reproducimos a continuación diversas comunicaciones sobre ese incidente, típico de la larga serie de humillaciones a que sometían los agentes diplomáticos y consulares de las grandes potencias al Gobierno y pueblo dominicanos, en los tormentosos años del siglo pasado. 1ª de abril de 1873. No. 35. Al Sr. Comandante Lambton Lorraine, del vapor de guerra de S.M.B. “Niobe”, Rada de Santo Domingo.

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Sr. Comandante: El Gobierno Dominicano acaba de recibir nota de V. S. despachada a las tres de la tarde de este día y recibida a las tres y veinte minutos. El Gobierno Dominicano en presencia de la demanda perentoria que V. S. hace en ella con fijación de hora y media para la respuesta, declara que cede a dar la satisfacción pedida por V. S. en vista de la intimación con amenaza de la fuerza, reservándose siempre hacer valer sus derechos. Tengo el honor de ser, Sr. Comandante, su muy atento servidor, (Firmado) M. M. GAUTIER8

1º de mayo de 1873 No. 47. Al Excmo. Sor. Hamilton Fish, Ministro de Relaciones Exteriores de los E. U. de Ama., Excmo. Señor: Un acontecimiento escandaloso, alarde de la fuerza material contra el derecho de las naciones débiles, acaba de cumplirse en esta República. Un Jeneral Dominicano nombrado Juan Nuecí, y dos de sus hijos, después de haberse insurreccionado en las inmediaciones de Puerto Plata, con ánimo de oponerse al voto popular a favor del arrendamiento de la península de Samaná a la Compañía Norte Americana, asesinando a la vez al Gobernador del lugar, precisado a huir en presencia de las tropas del Gobierno, fue a refugiarse a la casa particular del Agente Comercial Inglés, el cual enarboló allí por primera vez su bandera, que hasta entonces había flotado exclusivamente en la casa del Consulado donde estaban los archivos y escudo de armas de la Gran Bretaña. 8

A. G. N., Libro copiador de oficios del Ministerio de Relaciones Exteriores, Núm. 6.

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Después que el Gobernador le aseguró que si los reos no estaban en el Consulado, sino en la casa de su morada, los haría extraer de ella conforme a la Ley, dijo que el Consulado estaba donde quiera que se hallase su persona, y que no estaba dispuesto a entregar los criminales. El Gobernador, previas las amonestaciones de estilo, ordenó el allanamiento de la casa y la extracción de los enunciados reos, que fueron conducidos a la cárcel. El Agente Comercial fletó dos goletas mercantes que despachó al Almirantazgo y a la Encargaduría de Negocios de Inglaterra en Haití, pidiendo buques de Guerra para apoyar el reclamo de los presos y una satisfacción por el supuesto insulto. El Vapor de Guerra “Niobe” su comandante Sir Lambton Lorraine se presentó en Puerto Plata y como el Gobernador asegurara que el asunto estaba pendiente de resolución de este Gobierno, hizo rumbo para esta Capital, se presentó haciendo reclamos exajerados, y en nombre de la fuerza exijió por medio de ultimátum con término de hora y media para su respuesta, 1ro. La entrega de los presos a bordo de su buque. 2º Que el pabellón Británico fuese enarbolado en la residencia particular del Ajente Comercial por un Capitán dominicano, 3º Que toda la guarnición de la plaza, con el Gobernador a su cabeza asistieran al acto; 4º y qe se saludara al pabellón con 21 cañonazos, que no se contestarían, llevando el exceso hasta a desembarcar tropas armadas, sin previo convenio. Para preparar esas humillaciones, el Comandante Ynglés pidió certificados a varios extranjeros y especialmente a los Ajentes Comerciales de aquella plaza, entre los cuales fue uno de los más solícitos en certificar contra mi Gobierno el Sr. Ginebra, Ajente Comercial de los Estados Unidos en aquella plaza. Cuando se cumplieron las vejaciones, el dicho Ginebra tomó parte mui activa en los regocijos, ingleses, depresivos de nuestros derechos y dignidad, y como este hecho arguye poca amistad y malquerencia por parte de ese hombre que, ni es dominicano ni americano, ni conoce el carácter y tendencias de nuestras relaciones, se hace de

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todo punto indispensable removerlo de su destino que ocuparía dignamente un Cdno. Norte Americano, más imbuido que él en la política de su país. Tan luego como tuve conocimiento del asunto di mis quejas verbales al Sr. Fisher, Cónsul de los E. U. en esta Capital, y hablándole sobre la inconveniencia de que un individuo a quien no anima el entusiasmo de un pensamiento político esencialmente americano, fuese su representante en un punto tan delicado y comprometido como aquel. Hoi he ocurrido por escrito al mismo Señor Ames Fisher, haciéndole una exposición análoga con la pretensión de que V. E. se digne remover a dicho Sr. Ginebra, reemplazándole con un ciudadano Norte Americano que se coloque a la altura de su posición, y que interprete fielmente las miras políticas de su Gabinete. Tengo el honor de suscribirme de V. E. muy atento seguro servidor. Firmado M. M. GAUTIER.9

A. G. N., Libro copiador de oficios del Ministerio de Relaciones Exteriores, Núm. 6.

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Salvas de desagravio en Puerto Plata

Durante las últimas tres décadas del siglo pasado, Puerto Plata fue un activo centro político, donde se probaba la solidez de muchos gobiernos nacionales. La singular influencia que desde allí ejercía el general Gregorio Luperón, rodeado de una elite de guerreros y políticos adictos sin reservas a sus decisiones, se manifestó incontrastable, hasta que uno de sus capitanes, el general Ulises Heureaux, ansioso de caminar sin muletas por el escenario de la vida pública, clausuró el período del influjo del gran combatiente en la política nacional. Una de esas revueltas de etiqueta luperonista se inició el 3 de agosto de 1878, contra el gobierno que presidía el general Ignacio Ma. González. Los caudillos visibles de ese movimiento, que triunfó al cabo de una campaña de 30 días, eran los generales Ulises Heureaux y Cesáreo Guillermo. González, sin hacer una resistencia armada con probabilidades de éxito, renunció el 2 de septiembre de 1878, asumiendo la Presidencia de la República, a requerimiento de los generales victoriosos, el licenciado Jacinto de Castro, presidente de la Suprema Corte de Justicia. Como era natural, los hombres de armas que no eran adictos al movimiento triunfante, consideraron que la gestión provisional del ilustre magistrado, no les brindaría tranquilidad y seguridad, sino más bien zozobras y asechanzas y persecuciones de los enemigos en las sombras. Soldados prominentes del baecismo, como el general Manuel Altagracia Cáceres (Memé) fueron asesinados a mansalva. 67

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Los más audaces decidieron garantizarse la vida con el filo de sus espadas. Uno de ellos, el general Valentín Pérez, gobernador de la provincia de Azua, centro político donde el baecismo tenía sus raíces más firmes y profundas, inició el 20 de septiembre de 1878, medidas que él mismo calificó en una proclama, como de seguridad personal a fin de que no se repitiera en su persona la tragedia del general Carlos Báez, asesinado por un grupo de enemigos. Sin embargo, el gobierno consideró al general Valentín Pérez en franca rebelión, y destacó al general Guillermo, que servía el Ministerio de la Guerra, a fin de que pusiera término a la alteración del orden en esa zona. Ocupada aquella plaza el 23 de octubre, Valentín Pérez continuó en actitud rebelde hasta que logró obtener pasaporte para el extranjero, donde habría de continuar sus empeños subversivos, asociándose a todas las empresas que le brindaran oportunidad de combatir a sus enemigos políticos. El tenaz rebelde conspiraba en Puerto Rico. Un día preparó viaje a Cabo Haitiano, acompañado del general Manuel Caminero. Por mala fortuna perdió el vapor francés que tenía ruta directa de Mayagüez al Cabo, viéndose forzado a viajar en el vapor español “Manuela” que tenía escala en Puerto Plata. Denunciada la presencia de ambos revolucionarios a bordo del mercante “Manuela”, cómodamente anclado en la rada puertoplateña, el general Federico Lithgow, gobernador de aquel distrito, requirió formal y enérgicamente al cónsul de España en aquella localidad, orden categórica para que el capitán del buque entregara los pasajeros. Accediendo el cónsul de España, conminó al airado capitán del mercante para que entregara sus protegidos. Protestando en todos los tonos contra gobernador y cónsul, efectuó la entrega de Pérez y Caminero. Dos horas después, 17 de diciembre de 1878, Valentín Pérez y Manuel Caminero eran pasados por las armas. Cuando llegó a Madrid la noticia del acontecimiento, relatado por el indignado capitán del “Manuela”, la prensa española levantó una protesta tremenda contra el “salvajismo dominicano”, a la que hizo coro gran parte de la prensa de otras naciones europeas.

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Emilio Castelar, el torrencial orador que servía de espectáculo de pirotecnia verbal a los ociosos que mataban el tiempo asistiendo a las sesiones de las cortes, tomó a su cargo el grueso del ataque contra Santo Domingo. En medio de su oratoria delirante, reclamó las más enérgicas medidas contra los que habían ultrajado el pabellón español. En tal virtud, el gabinete español cursó sus órdenes al capitán general de la isla de Cuba, para que tomara a su cargo las reclamaciones de lugar. Las negociaciones culminaron el día 9 de agosto de 1879, en una entrevista celebrada entre el secretario de Estado de Relaciones Exteriores, don Manuel de Jesús Galván, y el cónsul señor Francisco de Serra, que asistió a la misma acompañado del coronel Luis Marenco, comisionado especial del capitán general de Cuba. A esta reunión, en la cual los funcionarios españoles presentaron un ultimátum, estaba presente el general Cesáreo Guillermo, presidente de la República desde hacía poco tiempo. Acosado el Gobierno dominicano, resolvió acoger y satisfacer las exigencias hispanas, que eran: 1º Dar una satisfacción pública y solemne deplorando los sucesos de Puerto Plata; 2º Destituir y procesar al gobernador culpable de la truculencia, y 3º “Disponer que la bandera española sea saludada en la forma de estilo por las baterías de Puerto Plata”. El solemne desagravio a la bandera española se efectuó el 25 de septiembre de 1879, estando en el puerto la fragata de guerra “Almanza” que vino con esa única finalidad. A las cuatro de la tarde de ese día, la bandera de España ascendía en un asta de la fortaleza “San Felipe” saludada por una salva de 21 cañonazos. La fragata, con un gesto que borraba la humillación, enarboló la bandera dominicana y la saludó con otra salva igual. Aquel doloroso acontecimiento dio ocasión a que los ánimos acabaran de predisponerse contra el bamboleante gobierno del general Guillermo. El 6 de octubre de 1879, el general Gregorio Luperón, secundado por Ulises Heureaux, Federico Lithgow, y todos los hombres de armas de aquella localidad, iniciaron la revuelta, que entró victoriosa a la ciudad capital en tiempo récord. La República Dominicana continuaba su ruta dolorosa, en brazos del personalismo político.

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Un cónsul enojado por el canto de un poeta

Cuando terminó con la paz del Zanjón, el decenio de épicas batallas con que Cuba luchó por su libertad, España comprendió que no había obtenido un triunfo decisivo, sino más bien una tregua en la sangrienta lucha que se reiniciaría algún día con bríos suficientes, para completar en la antilla esclava la libertad de América. Con el propósito de vigilar los pasos de los guerreros que se habían diseminado por toda la tierra americana, España multiplicó sus agencias consulares, convirtiéndolas en puntos de espionajes y vigilancia, para controlar toda actividad subversiva y proselitista. En la República Dominicana no quedó sitito de importancia donde no se abriera un viceconsulado español, a cargo siempre de adictos servidores de los intereses coloniales de su patria. Como era natural, la ciudad capital era el principal centro de vigilancia. Aquí vino, pues, el más tremebundo cónsul de la vieja España, intolerante y fanático, que constituyó un perpetuo dolor de cabeza para todas las autoridades dominicanas. Se llamaba Francisco de Serra. Un día, apareció inserta en El Eco de la Opinión, edición del 11 de julio de 1879, una extensa composición del joven poeta Pablo Pumarol, titulada “A Cuba” y dedicada al fervoroso antillanista don Eugenio María de Hostos. Un fragmento del poema incendiario, fruto de un numen de 22 años, dice así: Ya es tiempo que sacudas el férreo yugo que tu frente oprime;

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CÉSAR A. HERRERA

disponte, pues, no tardes, y al silbo aterrador de tus metrallas, con noble arrojo y valeroso brío, destroza, abate la enemiga gente, sembrando por doquiera luto, pavor, desolación y ruinas Prepárate a lidiar, valiente Cuba y heroica y denodada, clamando guerra y libertad, o muerte, levanta, ya es la hora, levanta tu pendón republicano y al filo de tu espada vengadora ¡postrado mires al león hispano! Apréstate a la lid. Nada te arredre, risueño, hermoso, el provenir te aguarda, desgarra tus cadenas, la vil conyunda con que atada gimes al poste de Castilla; y con tu sangre generosa lava por siempre ¡oh Cuba! tu fatal mancilla de humilde sierva, de servil esclava. El cónsul, rebosante de indignación viendo casi en lontananza los incendios que en Cuba iba a provocar la poesía en cuestión, no perdió un minuto, y en terminando de leer la firma del poetastro se dirigió al ministro de Relaciones Exteriores en los siguientes términos: Consulado de España en Santo Domingo. Santo Domingo 11 de julio de 1879. Señor Ministro: Muy Señor mío: Poseído de la mayor indignación señalo a V. S. los versos innobles y atentatorios al buen nombre de la nación que tengo la honra de representar, que hoy publica bajo el título de A Cuba el periódico “El Eco de la Opinión”.

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Más de una vez he hecho notar a V. S. la notoria injusticia y ataques a todas luces indebidos de que ha sido objeto España por parte de la estúpida prensa dominicana, pero ninguno de ellos reviste el grado de insolencia ni encierra los conceptos de injuria y calumnia que campean en la poesía de que me ocupo; ninguno de ellos hasta ahora ha incitado y predicado a Cuba la guerra contra España, la más cariñosa de las madres aún con sus hijos espurios; ninguno ha acumulado tanta falsedad, tantas ni tan groseras injurias como contiene el inmundo escrito firmado por Pablo Pumarol. La libertad de imprenta no existe aquí más que en el nombre, de ello tengo mil testimonios; pero aun cuando existiera en realidad y en toda su latitud, ella no permite ni el Gobierno Dominicano puede tolerar en justicia que se hable de una Nación amiga en los términos calumniosos de que habla contra España el menguado y soez poetastro. No dudo que el Gobierno Dominicano querrá dar al de S. M. Católica una prueba de buenas relaciones haciendo que el firmante de los versos sea perseguido oficialmente por injuria y calumnia hacia una Nación amiga, y lo que es aún más grave, por incitar a Cuba, por vía de la prensa, a la guerra contra la madre patria. Abrigo la esperanza que éste mi deseo será plenamente satisfecho porque es justo, confiando además en que la ley pasará sobre el culpable con toda la gravedad q. encierra la falta cometida, del que es partícipe y responsable por consentimiento el editor del periódico. Es asimismo mi deseo que el Gobierno de que V. S. es digno miembro, publique una nota en la “Gaceta Oficial” desaprobando en términos enérgicos los mencionados versos, exitando con tal motivo a los escritores dominicanos a que guarden en sus escritos cuando se trate de España los miramientos y deferencias a que tienen derecho los países amigos en las naciones civilizadas. Persuadido estoy que comprendiendo V. S. los verdaderos fundamentos en que descansa mi justa queja, tendrá a bien dictar las medidas conducentes al objeto de testimoniar al Gobierno de S. M. el Rey de España el espíritu de concordia y de buena amistad que le profesa el de esta República.

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CÉSAR A. HERRERA

Ruego a V. S. Señor Ministro, se sirva acusarme recibo de esta nota, participándome las resoluciones que adopte el Gobierno sobre el contenido de la misma para que yo a mi vez pueda informar al de S. M. de todo lo ocurrido. Saluda a V. S. con alta y distinguida consideración su atento y seguro servidor. El cónsul de S. M. FRANCISCO DE SERRA Señor Ministro de Relaciones Exteriores, etc., etc., Ciudad 10

Era a la sazón presidente de la República el general Cesáreo Guillermo. Los graves problemas políticos que eran ominosa carga sobre un régimen tan precario, absorbían todo el interés del mandatario. Lo más cómodo era acceder a las exigencias del funcionario, tan irritado por la conducta de la “estúpida prensa dominicana”. El Ministerio de Relaciones Exteriores publicó en la Gaceta Oficial Núm. 272, del 19 de julio de 1879, el siguiente comunicado: –Ministerio de Relaciones Exteriores– Habiendo llamado el señor Cónsul de S. M. el Rey de España la atención del gobierno hacia unos versos que con el epígrafe “A Cuba” publicado en el periódico “El Eco de la Opinión” de esta Capital, el ciudadano Pablo Pumarol, y en vista de que dichos versos contienen expresiones y conceptos injuriosos para una nación amiga de la República, y una excitación al odio y a la insurrección contra el orden político vigente en una parte del territorio de la misma nación, el Consejo de Secretarios de Estado bajo la presidencia del señor Presidente de la República ha acordado reprobar públicamente esa manifestación de sentimientos contrarios a los que el gobierno abriga respecto de 10 A. G. N., Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo 36.

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España, en particular, y en general respecto de las demás naciones con quienes la República está ligada por relaciones de cordial amistad, haciendo notoria su resolución de someter a los tribunales de justicia los atentados que por la prensa se cometan contra el buen nombre y la dignidad de cualquier nación amiga, como lo hace respecto del ciudadano Pumarol en el caso que motiva esta declaración. Y para general inteligencia se publica en la Gaceta Oficial. Santo Domingo 17 de julio de 1879. De orden del Sr. Ministro El Oficial Mayor. J. A. BONILLA ESPAÑA11

En tal virtud, Pablo Pumarol fue sometido a la acción de la justicia, juzgándose en audiencia pública el 6 de septiembre de 1879. El mismo, que más tarde fue brillante abogado, leyó en el plenario su altiva defensa. El tribunal dominicano, integrado por magistrados a quienes no les turbaba la paz de la conciencia la protesta airada del cónsul Serra, absolvió a Pumarol de toda culpa. El poeta murió en 1889 a los 32 años de edad. No vivió lo bastante para ver a Cuba alcanzar su libertad en una estupenda epopeya de sangre y fuego, y donde el heroísmo dominicano ofrendó su alto tributo, escribiendo páginas inmortales cuyo recuerdo debían reverenciar con unción los hijos de aquella tierra.

11 Gaceta Oficial , Núm. 272, 19 de julio de 1879.

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Santo Domingo envía un marqués a Rusia (Un chasco de la diplomacia dominicana)

Cuando Rusia no era la Unión de Repúblicas Socialistas del Soviet, creadora de los planes quinquenales y de las imponentes cortinas de hierro, resplandecía en las lejanías de su nevado aislamiento, por el crepitar fastuoso de la corte de los zares. El Kremlin, libre entonces del lodo que depositan allí las botas de los comisarios políticos, rivalizaba con el esplendor del Versalles de los Luises. Como era natural, los gobiernos de Europa y América, escogían para las representaciones diplomáticas ante el zar de todas las Rusias, a nobles adinerados, y muchas veces, adinerados sin nobleza. La República Dominicana, cuya representación diplomática era una pintoresca colección de títulos y nacionalidades, deseaba tener un ministro plenipotenciario acreditado en la corte imperial de San Petersburgo. Don Alejandro Woss y Gil, presidente de la República, dio un decreto en fecha 24 de agosto de 1886, designando para tan dorado cargo, al comendador Gabriel de Rosa, marqués de Río de Santa Cruz. Grande parece que fue la sorpresa recibida por el barón Emmanuel de Almeda, ministro dominicano en París, cuando leyó en la Gaceta Oficial el referido decreto. Sin pérdida de tiempo, informó al canciller dominicano acerca del referido marqués del Río de Santa Cruz, manifestando que no había tal marqués ni comendador, “y sí tan sólo un estafador vulgar” en la persona que iba destinada a San Petersburgo. El escándalo no dejó de tener repercusiones, siendo interesante la información enviada al diario Le Figaro, de París, por su

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CÉSAR A. HERRERA

corresponsal en Milán. Esta crónica informa que Gabriel de Rosa había sido arrestado en Nápoles, y conducido a las prisiones de Milán, para responder a una acusación de estafa en perjuicio de un rico propietario de aquella ciudad, de quien obtuvo cinco mil francos, bajo promesa de casarse con una de sus hijas. La información consigna que De Rosa había sido cónsul del Perú en Bruselas. En su equipaje aparecieron las cartas credenciales otorgadas por Woss y Gil con destino a las manos cesáreas del autócrata ruso. Como pieza curiosa, digna de ser conocida, ya que revela por contraste la brillante evolución alcanzada por el Estado dominicano en el transcurso de las últimas décadas, reproduzco la carta del barón Emmanuel de Almeda, criticando ese nombramiento, y otra anunciando la prisión del “vulgar estafador”. En el texto de su comunicación, regaña al canciller dominicano; aconseja se abra una información para comprobar de quién fue la “idea de recomendar un triste personaje”, y pide no hacer más nombramientos en Europa, sin antes consultar con él o con los otros caballeros que representaban los intereses del país, en Inglaterra, Bélgica y Alemania. Legación de la República Dominicana París, 23 de febrero de 1887 No. 385 Excmo. Señor: Por la “Gaceta Oficial”, he visto con verdadera sorpresa el nombramiento del Señor Comendador Gabriel de Rosa, Marqués de Río de Santa Cruz, como Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana en San Petersburgo. El citado individuo no es Comendador ni Marqués, y sí tan sólo un vulgar estafador, el cual debe haber abusado de la buena fe del Gobierno, y el que lo ha recomendado a V. E. ha cometido una gravísima falta, y me permito aconsejar a V. E. abra una información con el fin de cerciorarse de quién ha sido la idea de recomendar un triste personaje, como es el expresado de Rosa. He dirigido al Exmo. Sr. Presidente de la República una nota confidencial, procedente de la Prefactura de Policía, y

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dirigida por ésta al Exmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros de esta Nación, cuya nota no he trasmitido a V. E. porque dicho documento es esencialmente confidencial y privado, y me ha sido confiado con la expresa condición de que su contenido no sea divulgado, ni extraviado, no debiéndose dar tampoco a la publicidad. No puedo menos de hacer notar a V. E. la necesidad absoluta que hay de no hacer nombramientos en Europa, sin antes consultar a los representantes de la República, los cuales pueden esclarecer a V. E. sobre la personalidad de los individuos que soliciten puestos Diplomáticos o Consulares. Sin pensar en mí que siempre estoy a las absolutas órdenes del Gobierno, están los Sres. Debat, Ventura, Kük y otros, que pueden siempre proporcionar a V. E. informes exactos. El lamentable nombramiento del Sr. Rosa no tendrá las consecuencias graves, que hubiera podido tener; el Gobierno ruso ha tenido ya razones contra tan triste personaje, que ciertamente jamás le hubiera recibido. He tenido cuidado de presentar oficiosamente al Embajador ruso, de que la buena fe del Gobierno ha sido sorprendida, pero vuelvo a suplicar a V. E. en nombre de la dignidad de la República y de aquellos que como yo la sirven sin ninguna idea de interés propio, que antes de hacer nombramientos del género del que se trata se consulte a los agentes diplomáticos. El nombramiento de una persona incorrecta echa sobre el país y sus representantes, el descrédito, y luego se nos critica, porque no damos al Gobierno los esclarecimientos necesarios, y por consiguiente, se nos considera como individualidades, sin valor ni experiencia. Por lo mismo que somos una pequeña nación, por la misma razón debemos siempre ser tan correctos y aún más si es posible, que las grandes naciones. Presumo que V. E. habrá anulado ya el nombramiento, al tener conocimiento de mi telegrama de fecha 21 del corriente, dirigido al Exmo. Sr. Presidente de la República, y ruego a V. E. me autorice de una manera oficial, a exigir del Sr. Rosa, la devolución del Diploma, dado el caso de que se hallara ya en su posesión, pues el dejarlo en sus

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manos tan solo serviría como medio para cometer otras estafas. Con la más alta consideración queda de V. E. atento S.S.Q.B.S.M. EMMANUEL DE ALMEDA

Exmo. Señor Ministro de Relaciones Exteriores. Grand Hotel Febrero le 23… 1887… Boulevard des Capucines, 12. París. Exmo. Señor Ministro: Después de haber mandado mi carta de hoy, recibo un telegrama por medio de la Embajada Italiana anunciándome que el Sr. Rosa está actualmente en la cárcel de Nápoles por estafa. Dios guarde a V. muchos años. S.S.Q.B.S.M. EMMANUEL DE ALMEDA

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ESCRITOS SELECTOS

Un juramento de Soulouque

Uno de los más pintorescos caudillos haitianos, de muy sonado nombre en la historia dominicana por sus fechorías y barbaries, es el general Soulouque, exaltado al rango de emperador con el nombre de Faustino I, el 26 de agosto de 1849, pocos meses después de verificado el “Waterloo haitiano” de Las Carreras, bajo la tajante acometida del sable del general Santana. El período de las agresiones de Soulouque es uno de los más solemnes para la vida del pueblo dominicano, recién nacido al disfrute de la libertad bajo torrentes de sangre generosa. Sus hechos capitales, aún no suficientemente dilucidados, encierran la ruptura entre Santana y el presidente Jimenes; la mediación de Estados Unidos, Inglaterra y Francia para poner cese a la guerra domínico-haitiana; la ruptura entre Santana y Báez: nuevas invasiones haitianas; la guerra ofensiva contra Haití; la tregua de dos años, y las gestiones secretas que culminaron con la anexión a España, acontecimientos que aguardan la actividad paciente de los investigadores, y la consagración de los pensadores de la historia para una elaboración definitiva de los grandes cuadros nacionales. Vencido espectacularmente en Las Carreras, Soulouque consagró sus energías a organizar una invasión asoladora contra la República Dominicana. Sus designios sombríos eran conocidos por los agentes de las tres potencias mediadoras, que trataban de oponerse aún por la fuerza a los brutales empeños del Emperador de opereta. La nutrida y valiosa correspondencia de esos agentes con sus gobiernos, evidencia a las generaciones de hoy, el peligro mor81 tal en que desenvolvieron su vida nuestros abuelos.

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CÉSAR A. HERRERA

Benjamín Green, enviado especial del Gobierno americano, captó la intensa realidad del problema dominicano e hizo a su Gobierno fieles descripciones de los tremendos peligros que corría esta tierra. En una comunicación de extraordinario valor histórico, fechada en Washington, el 15 de junio de 1850, pocos días después de su regreso a su patria, le dice al secretario de Estado de los Estados Unidos, mister John Clayton, lo que sigue: Ya le he informado que Soulouque está haciendo grandes preparativos para un próximo y arrollador ataque a los dominicanos; solamente está aguardando la llegada del vapor y otros navíos armados procedentes de Inglaterra y los Estados Unidos. Uno de estos buques arribó a Puerto Príncipe antes de mi salida, y otro, según he oído, ya partió de Boston. Me horroriza la posibilidad de que tenga buen éxito. Tengo información oficial de que ha jurado por la memoria de su madre que no dejará un pollo vivo en el territorio dominicano y es capaz de ser fiel al espíritu de sus palabras, si resulta victorioso.12 Ahora puede decirse, que las armas dominicanas en su infatigable combatir por la seguridad de esta tierra, salvaron también la vida de los pollos, de las iras de Soulouque. Ese juramento siniestro, es émulo de la afirmación de Charles Herard en comunicación al general Morisset, en marzo de 1844, que dice: Si contra lo que espero, los dominicanos desconocen el lenguaje de la persuación, que es y que será siempre el que emplearé en toda circunstancia, será entonces cuando mi moderación se transformará en una severidad, que sorprenderá al universo y que asegurará a Haití una paz profunda y durable.13

12 El original inglés de esta comunicación puede leerse en Manning: Diplomatic Correspondence of the United States, Vol. VI, p. 84. 13 A. G. N., Libro copiador de Guerra y Marina, 3 de mayo de 1853, Núm. 155.

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Cuadros históricos dominicanos

Estos fallidos juramentos de los guerreros haitianos pertenecen al recuerdo elocuente de la historia. Mientras tanto, nuestro país crece y se desarrolla pujante bajo el signo de la paz creadora de Trujillo, para disfrutar en el consorcio de los pueblos de la tierra de los beneficios de la civilización humana. Los temores de Benjamín Green por la suerte del pueblo dominicano no llegaron a cumplirse. No se cumplirán jamás por ese lado. El poderoso impulso que ha comunicado a todas las actividades constructivas de su pueblo el presidente Trujillo, está haciendo recuperar el tiempo precioso que se perdió durante siglos de agresiones haitianas y de estériles luchas de políticos sin ideales.

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Notas crĂticas

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Los próceres escritores (Un libro de Balaguer)

Sin duda alguna, la calidad de escritor que adorna la personalidad de Joaquín Balaguer, alcanza mayores relieves cada vez que alguna obra sale de su pluma sin cansancio. Acendrando el estilo que en sus años mozos de prominente actividad política, era una catarata hirviente de imágenes radiosas, su pluma va espigando con éxito en el campo fértil de la historia patria, muy especialmente en el proceso histórico del desarrollo de la cultura y la civilización en esta tierra. Abandonando los campos de batalla, colmados de figuras tremebundas, donde la mayoría de los historiadores nacionales se han detenido con delectación morosa para escribir la historia política, Balaguer ha consagrado su pensamiento a una obra de gran aliento, sobre cuya aparición los críticos habituales han hecho un silencio lamentable. Dieciocho personajes desfilan por las páginas de este libro, que el brillante autor ha titulado Los próceres escritores. Los años de ausencia de la patria, aunque en permanente contacto con ella por sus funciones diplomáticas y sus ávidas lecturas de la producción literaria nacional, han dado oportunidad a Joaquín Balaguer para expresar sus opiniones sin el acento partidista con que los escritores dominicanos debaten los temas de la historia, y sin necesidad de soslayar el juicio sobre hombres cuyos descendientes montan guardia permanente y feroz para las más airadas defensas. Cuando Pedro Henríquez Ureña dijo que los héroes dominicanos no eran héroes de triunfos, sino de sacrificios, expresó

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CÉSAR A. HERRERA

una verdad que puede aplicarse por extensión a toda la historia nacional, desde los días de la Conquista hasta los grandes acontecimientos de la Restauración. Las vicisitudes de esta tierra han sido también las vicisitudes de sus hombres más prominentes. El ostracismo o el cadalso y muchas veces primero ostracismo y después el cadalso, eran los premios singulares que cosechaban los más bizarros combatientes dominicanos. No solamente los soldados defensores de la libertad, sino los escritores y hombres de pensamiento que intentaban poner cese a la orgía del desastre, sufrieron en carne viva los latigazos de la estulticia social. Balaguer inicia su libro con una semblanza magistral de Fernando Arturo de Meriño, prelado y presidente de alta jerarquía. Y siendo Balaguer orador de pensamiento, sonoridad y pompa, como necesariamente ha de ser todo orador paradigmático, se deleita con la personalidad intelectual de Meriño, coloso de la tribuna nacional, a quien rinde el homenaje de su admiración fervorosa. Meriño, humano, con la grandeza del sacerdote que se despoja de sus vestiduras talares ante el ara del templo para saltar arrogante a la ardiente plaza pública, arranca chispazos fulgurantes a la pluma de Balaguer, cuando éste trata de justificar el célebre decreto de San Fernando, no sus resultados. “El decreto de San Fernando, tildado de despótico, constituye para mí la página más conmovedora de la vida de Meriño” –dice el autor de Los próceres escritores. “Reconozco en ese acto tremendo el fruto de una deliberación consciente, y me imajino la crisis que debió de agitar el espíritu del eximio gobernante antes de decidirse a aceptar aquella cita con la historia”. Buenaventura Báez es aclamado por Balaguer como hombre de Estado y pensador político de primer orden. Pondera la prosa y el pensamiento del gran ciudadano e insinúa una justificación de sus proyectos anexionistas. Aunque ignoro las fuentes documentales que han influido en la formación de un juicio tan radical, en el pensamiento de Balaguer, acerca del decantado anexionismo del caudillo del partido rojo, considero que, hasta que no se publiquen todos los documentos oficiales sobre la anexión a Estados Unidos, las negociaciones para arrendamiento de Samaná, y

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los documentos relativos a la guerra de los seis años, todo juicio definitivo ha de quedar en suspenso. Rosa Duarte, la dulce hermana del fundador de la República, le ha dado uno de los capítulos más hermosos de su libro. Los Duarte, tocados por un sino trágico, pasan por la historia nacional, como almas dolientes, nacidas para apurar el cáliz de todas las amarguras. Gregorio Luperón, el pujante caudillo de la Restauración, talento sin cultivo, pero iluminado por el fuego sagrado de la libertad, es analizado certeramente por la pluma de Balaguer. El gran combatiente, caballero andante de la valentía criolla, escribió sus Notas autobiográficas sin aliños literarios, pero con resplandores luminosos. Don Tomás Bobadilla, el “Proteo de la política dominicana”, pitonisa inspiradora de mandatarios y caudillos en las horas más calamitosas de la historia nacional, autor según él mismo, del Manifiesto del 16 de enero de 1844, comparece en las páginas de este libro, en su relevante aspecto de intelectual descreído al servicio de ideales que no ama. Aunque también se atribuye a Sánchez la redacción del citado manifiesto, Balaguer descarta ese aserto sin decirlo. Para mí, la prosa y la lógica de este documento, tienen en la mayoría de sus cláusulas el sello del cerebro que dictó las Observaciones sobre las notas oficiales del Plenipotenciario del Rey de España y posesión de la parte del Este. Los discursos de Tomás Bobadilla –dice Balaguer– casi siempre descuidados en su dicción y aún gramaticalmente incorrectos, se encuentran llenos de aforismos prácticos y de reflexiones felices. No traducen nunca el pensamiento de un hombre entero ni el de un político virtuoso; pero sí son la obra de un pensador agudo que no tomó como numen tutelar de su inteligencia a ningún dios académico, sino a la misma sombría deidad que debió de asistir a José Fouche, el siniestro ministro de Luis XVI, cifra como él de todas las contradicciones que caben en la naturaleza humana. Félix María del Monte, verdadero prócer de la cultura dominicana, ardoroso batallador político, intelectual de múltiples

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CÉSAR A. HERRERA

facetas, jurista y polemista de grandes alientos, es objeto de amorosas páginas en la obra de Balaguer. ‘‘Don Félix María del Monte es el cantor de la libertad: su poesía anuncia el nacimiento de la República y es como la primera flor de su cultura y el primer eco de su conciencia embrionaria’’. Si don Félix María del Monte entró de lleno en la vorágine del personalismo político, conservó siempre una altura moral, como lo evidencian sus discursos en el Congreso, y aún más, sus famosas defensas de Duvergé y Santiago Pérez, donde no se sabe qué admirar más, si la belleza del pensamiento, o el valor cívico con que se enfrentaba a la violencia del poder desenfrenado. Por las páginas hermosas y sinceras de este libro, continúan desfilando personajes como Sánchez Ramírez, Máximo Gómez, Ulises F. Espaillat, Angulo Guridi, Eugenio Perdomo, Manuel Rodríguez Objío, José Núñez de Cáceres, José María Serra, José Gabriel García, Emiliano Tejera, Manuel de Jesús de Peña y Reinoso y Emilio Prud’Homme. Como el modelo siempre da la altura de la inspiración a los buenos escritores, las semblanzas de José Gabriel García y Emiliano Tejera, son de las más notables de la obra de Balaguer. Aunque no comparto algunos de sus conceptos sobre José Gabriel García, padre de la historiografía dominicana, admiro la elevación de estas páginas. Se ha dicho siempre, y repetido por muchos sin examen, que José Gabriel García es un historiador con prosa sin brillo, y desprovisto de la técnica metodológica de esta noble y alta ciencia de los hombres. Balaguer le agrega, ‘‘que no tuvo un sentido artístico ni una visión grandiosa y espectacular de la historia’’. Pero las visiones grandiosas sólo pueden darlas los panoramas grandiosos. Y la historia dominicana desde sus orígenes adquirió un acento trágico y desventurado. Decadencia en las primeras etapas de la colonización; saqueos de piratas y bucaneros; devastaciones, emigraciones e invasiones, junto con el azote de ingleses, franceses y haitianos, acumularon sobre esta tierra una carga de desdichas, que asombra la vitalidad de la raza pobladora, para resistir tantos embates y llegar al fin a un presente que borra los infortunios de su historia. García, sin archivos oficiales, como un titán que no se arredra ante el peso de la carga, se consagró a reunir los materiales más

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valiosos, que no habían sido destruidos por el clima o por los hombres, para redactar una historia, que es y será la base de todas las investigaciones, aunque aparezcan grandes vacíos en sus páginas inmortales. Balaguer reconoce el valor inapreciable de la contribución de García a la cultura nacional, y ensalza sus eminentes virtudes cívicas. Consigna con amor que en sus semblanzas biográficas el estilo de García se afina y adquiere brillantes calidades. Aplaudo sus conceptos generales sobre la vida y obra de García. Emiliano Tejera, el varón austero y solitario, Robinson del civismo en un medio social enfermizo, recibe la reverente admiración del brillante prosista dominicano del presente. Tejera, que formó de su gabinete de estudio un islote elevado para que no le arrasaran las mareas furiosas del personalismo, no es el pensador que desciende al ágora de la luchas políticas para edificar la conciencia del pueblo en un intento de orientarlo por las rutas del orden social, sino más bien el amargado impenitente que se envuelve en un manto de silencio, del cual no ha de salir sino en las horas más solemnes de su patria. Balaguer, fervoroso admirador de este tipo de hombres, romano de los grandes tiempos, ha escrito de don Emiliano Tejera una semblanza admirable. Es de esperarse que en un futuro no lejano, Joaquín Balaguer aumente el acervo literario de su patria con nuevas obras tan útiles y brillantes como ésta.

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La rebelión del Bahoruco (Un libro de Peña Batlle)

De singular importancia para las letras dominicanas, tan necesitadas de verdadera producción científica, es sin duda, la aparición del libro con que el licenciado Manuel A. Peña Batlle, rebate la tesis de fray Cipriano de Utrera, acerca de la vida, conducta y propósitos del cacique Enriquillo, así como de la naturaleza del pacto intervenido entre el indio rebelde y Francisco de Barrionuevo, representante personal del rey de España, enviado a esta isla con ese especial encargo. Saliéndose de los trillados caminos de la historiografía nacional, Peña Batlle ha producido, sin duda alguna, una obra que lo incorpora definitivamente al grupo de escritores americanos que consagran su pensamiento al estudio de los problemas del descubrimiento y conquista de América, buceando en su historia interna, especialmente en la famosa controversia que tanto lustre dio al pensamiento español de aquellos tiempos. La rebelión del Bahoruco aunque posee un vivo acento polémico, es un macizo bloque de conclusiones jurídicas que honran la donosa pluma de su autor. Fray Cipriano de Utrera, a quien admiro en toda la extensión de su valer; investigador insigne que ha consagrado su asombrosa capacidad de trabajo a la reconstrucción del pasado colonial dominicano, no siempre es grato a los que aman la leyenda por sobre el frío resplandor de la verdad histórica. Sin embargo, los juicios del historiador Utrera, muchas veces no mantienen un certero equilibrio sobre el texto de los documentos

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que exhuma sin cansancio de los archivos de todos los puntos de la tierra. Sus personalísimas interpretaciones y deducciones, han dado ya origen a sonadas controversias históricas. En el caso Enriquillo, el padre Utrera recargó tanto la mano de sátira sangrienta, que levantó hacia el valioso investigador, justo es confesarlo, una ola de encendida protesta “dominicanista”. Situando el tema en una altura digna de la calidad de los contendientes, Peña Batlle ha escrito, con ponderado estilo y pensamiento elevado, una réplica, cuyos alegatos difícilmente podrán ser destruidos, desde un punto de vista rigurosamente científico. La tesis del historiador dominicano, se ha levantado dentro de una estructura jurídica, sobre la plataforma de los hechos históricos capitales. Peña Batlle inicia el despliegue de sus conceptos, alegando que así como el famoso sermón de fray Antón de Montesinos, predicado el cuarto domingo de Adviento de 1511, en presencia del virrey don Diego Colón, dio lugar a la formación de las Leyes de Burgos, en 1512, de carácter paliativo para el problema indígena. El alzamiento de Enriquillo, viril representante de su raza sometida a tan cruel coyunda, dio asidero a los más apasionantes debates que recuerde la historia de España, hasta crear un cuerpo de doctrina inmortal, por boca de Vitoria, Domingo de Soto, Las Casas, y cuantos tomaron el partido contrario a la clásica teoría de la servidumbre natural de las razas inferiores, propugnada desde la antigüedad por espíritus tan preclaros y selectos como Aristóteles. Estabilizados los factores que la conquista arrojó sobre La Española con su primera ola de soldados; establecida una organización política aceptable para los colonos y encomenderos, se inició en el propio ambiente de la nueva aventura de España en el Nuevo Mundo la lucha portentosa que un puñado de hombres de profunda espiritualidad y de gran valor moral, emprendieron contra todas las fuerzas del poder político, timbre de gloria para España, más puro que los blasones de sus capitanes conquistadores y aventureros. Peña Batlle estudia con detenimiento el proceso seguido desde la fecha del sermón de Montesinos hasta la reunión de famosos letrados y teólogos en Burgos, para estudiar el sentido

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criticista introducido por los dominicos de La Española, a las palabras admonitorias con que Montesinos encaró el sistema político de explotación de los indios. Señala, con firme erudición, la conducta de Francisco de Vitoria, el inmortal maestro de Salamanca, rebatiendo la legitimidad de las famosas Bulas de Concesión del papa Alejandro VI, cuyos títulos invocaba siempre la Corona de Castilla, para afirmar su conducta política en América. Creo oportuno hacer notar, que el rey Fernando, en carta al virrey don Diego Colón, avisándole recibo de la información que le transmitió sobre el sermón de Montesinos, invoca la autoridad de las bulas alejandrinas, contra las prédicas del padre dominico. La reina Católica, en su testamento, cita también la alta autoridad de las bulas pontificias. La gran controversia de Indias, alentada sin duda en la metrópoli por la actitud rebelde del cacique Enriquillo –príncipe de su raza– desembocó en un triunfo total para los teólogosjuristas españoles. Si hubo briosos polemistas que como el doctor Palacios Rubios, legista que seguía las doctrinas del gran canonista Enrique de Susa (El Ostiense) acerca del poder universal del Papa, en su total sentido de Dominus Orbis, y como el gran humanista Ginés de Sepúlveda, tenaz opositor de Las Casas, los maestros de Salamanca, a la cabeza de todos los insignes Vitoria, sentaron, entre otros, los principios de que los indios, no importa su condición de gentiles, por derecho natural eran libres y no esclavos. Peña Batlle se abroquela en esos principios inmortales para defender la legitimidad de la conducta de Enriquillo, tan valiente y resuelta, como perturbadora de los planes de conquista y colonización española en el vasto mundo colombino, que forzó al poder real, a descender hasta las abruptas serranías del Bahoruco, por medio de su delegado metropolitano, a tratar personalmente con el indio indomable, a fin de establecer una paz inalterable entre la raza conquistadora y la aborigen. Concertada la paz en 1533, se siguen sucediendo en Europa acontecimientos trascendentales en torno a la gran controversia de Indias. El 2 de junio de 1537, el papa Paulo III, tan sonado por el padre Utrera en su gran obra polémica sobre la fundación de nuestra Universidad, publicó el Breve conocido por

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Pastorale Officium, dirigido al arzobispo de Toledo, reconociendo la condición de seres nacionales a los indios. Aunque este Breve disgustó al emperador Carlos V, las Nuevas Leyes de Indias de 1542, consagraron de manera definitiva muchos de los principios que habían exaltado a grandes pensadores, y que también Enriquillo, con su protesta y rebeldía de catorce años en el Bahoruco, había reclamado en beneficio de su raza en trance de extinción total. La lógica del moderno historiador y jurista dominicano, sigue punto por punto las aseveraciones de Utrera, así como el sentido lato de sus documentos, para fijar claramente verdades que interesen a la historia de América. Aunque Utrera es formidable e incansable contendedor, necesario le será, en caso de volver por los fueros de sus tesis de la Casa de España, derribar una mole que se apuntala con el veredicto de cuatro siglos de historia, y con una concepción jurídica, surgida de los claustros, y que es honra y prez de la España eterna. Un tratadista español contemporáneo, Vicente D. Sierra, en su obra El sentido misional de la conquista de América, refiriéndose al clima político y jurídico posterior a las Leyes Nuevas de 1542, dice: Adviértese el cambio fundamental provocado por la acción de los teólogos, y en particular por Vitoria. España reconoce la soberanía de los reyes o señores de las Indias; llama a los indígenas súbditos de sus propios soberanos; no invoca, por consiguiente, títulos de dominio, reconociendo la personalidad de los naturales, sino títulos de orden misional; envía embajadores para concluir Tratados para actuar en buena ‘confederación’ afirmando de tal manera la personalidad jurídica americana desde puntos de vista ajenos en absoluto a cuanto pueda significar sometimiento. Para las grandes consagraciones de la historia, no hace falta determinar de manera infalible, si Enriquillo murió en Boyá o en Azua. Tampoco es un demérito a su conducta, que en cumplimiento de lo pactado con Barrionuevo, y a fin de que los

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españoles cumplieran con él y los suyos las estipulaciones del pacto del lago del Comendador, tratara, aún por la fuerza, que los indios dispersos y disidentes, se sometieran al dominio definitivo de España, dentro de las concesiones de paz y seguridad que él había obtenido. Peña Batlle logra, en mi concepto, un certero juicio sobre este punto. Es oportuno señalar, que los triunfos del derecho en la gran controversia de Indias, fueron los triunfos del cristianismo militante. Silvio Zavala, mexicano eminente por muchos conceptos, escribió una sinopsis admirable14 presentando el panorama total del problema, según los tratadistas españoles de los siglos XVI y XVII. Los más claros espíritus de América y de España se han ocupado de estos temas altos y apasionantes. Manuel Arturo Peña Batlle, intelectual de sólida formación científica, espíritu alerta consagrado al estudio de los grandes problemas históricos dominicanos, se ha apuntado con La rebelión del Bahoruco un éxito intelectual de primer orden.

14 Silvio Zavala, Servidumbre natural y libertad cristiana, Buenos Aires, 1994.

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El Tratado con Inglaterra

El día diez del corriente mes de septiembre, se cumplió un siglo de haberse canjeado en la antigua ciudad de Santo Domingo, las ratificaciones del Tratado domínico-inglés. Este instrumento internacional fue de importancia incalculable en el desarrollo del Estado dominicano, pues fue el primero en que se reconoció la independencia dominicana, o interesó favorablemente a Inglaterra, en los problemas de la defensa dominicana frente a las continuas agresiones de Haití. Las negociaciones de este Tratado se remontan al año 1846, cuando el gobierno del general Santana, apremiado por las invasiones haitianas, envió a Europa una misión diplomática, para negociar “tratados de paz, alianza y comercio” amén del reconocimiento de nuestra independencia, que se había consolidado ya en los campos de batalla. Esa Misión, integrada originalmente por Buenaventura Báez, José M. Medrano y Juan Esteban Aybar, a la cual se agregó más tarde Pedro Antonio Bobea, en sustitución de Medrano, deambuló por las cortes de España, Francia o Inglaterra, tratando de negociar de acuerdo con el pliego de instrucciones que le entregó el Gobierno dominicano. Frustrados sus empeños en España, y rechazados en Francia por el gobierno de Luis Felipe que apoyaba al gobierno haitiano amparándose en el Tratado celebrado en 1838 con ese país, nuestros diplomáticos se trasladaron a Londres, donde encontraron un clima más propicio a sus solicitaciones. Su primer éxito consistió en obtener el nombramiento de un cónsul general en Santo Domingo, reconocimiento tácito de la soberanía e independencia dominicanas.

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Aprovechando el derrocamiento de la monarquía francesa en febrero de 1848, los comisionados dominicanos lograron concertar con el gobierno republicano, un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que desgraciadamente no tuvo validez, por falta de la ratificación francesa. Con buen sentido, los comisionados dominicanos activaron simultáneamente las negociaciones de Londres durante todo el mes de noviembre de 1848. Lord Palmerston, ilustre canciller de la reina Victoria, sometió a los comisionados dominicanos, en fecha 11 de noviembre, la redacción en minuta de un proyecto de tratado, que fue al fin la base del Tratado domínico-inglés. Cuatro días más tarde nuestros emisarios respondieron a Palmerston, presentando algunas objeciones a la redacción inglesa del artículo 2º, que fue durante dos años el escollo principal para la conclusión de las negociaciones. El refereido artículo 2º del proyecto garantizaba a los nacionales ingleses contra todo monopolio, contrato y privilegio alguno exclusivo de venta o compra. Los plenipotenciarios dominicanos propusieron una modificación para que, en su parte final, ese artículo expresara, en relación con los nacionales ingleses, que “podían vender como los nacionales, comprar y vender de quien y a quien gustaren pagando las patentes según los estatutos y conformándose a las leyes del país”. La ley de patentes del 9 de julio de 1847 establecía para los extranjeros, que estaban, como era natural, exentos del servicio militar que la universalidad de los dominicanos rendía sin descanso por razones de la guerra con Haití, tarifas más altas que para los nativos.1 Palmerston objetó, a su vez, que esa ley de patentes, consignaba un recargo de 30 por ciento sobre el comerciante extranjero, y que considerando que en Inglaterra los extranjeros estaban en el mismo pie de igualdad que los súbditos británicos, no podía acceder a esa modificación. Los comisionados dominicanos abandonaron a Europa en diciembre de 1848. Las negociaciones con Inglaterra se continuaron en Santo Domingo por intermedio del cónsul sir Robert

BUSCAR LEY DE PATENTES DE 1847 Y COMPLETAR.............

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H. Schomburgk, que llegó a principios de 1849, investido de plenos poderes. Este funcionario, en su primera comunicación a la Cancillería dominicana del dos de abril de 1849, terminaba diciendo: “Estoy dispuesto a firmar el Tratado en virtud del poder de Su Majestad en el más breve tiempo; por otra parte, hago observar que estoy autorizado de firmar este documento, solamente con tal que el Art. II permanezca en su forma original”. El gobierno dominicano designó plenipotenciario para negociar con Schomburgk a Juan Nepomuceno Tejera. Pero, en esos mismos días, se produjo la impetuosa invasión de Soulouque, que amenazó con extinguir todo vestigio de vida en el país. Subsecuentemente después de la gran victoria nacional de “Las Carreras” se produjo la sublevación del ejército contra el presidente Jimenes. Después de un breve mando provisional de Santana, Báez asume la Presidencia constitucional de la República. Durante todo este lapso las negociaciones quedaron suspendidas, o marcharon lentamente. Contrariamente a lo que debía esperarse, el presidente Báez, que fue el iniciador de las gestiones diplomáticas con Inglaterra en su calidad de comisionado en Europa de 1846 a 1848, no tuvo prisa en concluir las negociaciones. El gobierno, entregado afanosamente a sus proyectos de protectorado francés, pidió a Schomburgk, para ganar tiempo, nuevas credenciales. Este funcionario contestó haciendo valer sus credenciales plenipotenciarias, y zanjadas al fin todas las dificultades, la redacción definitiva del Tratado estuvo lista a principios del año 1850. Don Manuel Joaquín del Monte, ministro de Relaciones Exteriores, el más tenaz opositor de las negociaciones con Inglaterra, presentó dimisión de su cargo antes de verse en la obligación de firmarlo. El Poder Ejecutivo desginó en su lugar a José María Medrano, que en fecha 6 de marzo firmó junto con Schomburgk, el texto definitivo del Tratado. Es oportuno señalar que, para obviar las objeciones del artículo 2º, se intercaló un artículo adicional que dice así: Artículo adicional. Las circunstancias de la guerra actual con la nación haitiana, pudiendo obligar a la República Dominicana a medidas extraordinarias, está especial-

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mente entendido y establecido entre las partes contratantes: que la República Dominicana tendrá entera libertad de hacer durante ella, tales leyes que la pongan en estado de defensa, no obstante las estipulaciones contenidas en el artículo 2, con respecto a no poder los súbditos de S. M. Británica ser restringidos o afectados por ningún monopolio, contrato o exclusivo privilegio de compra o venta alguna y que siendo constante disposición a traer y proteger el comercio, no entra en sus miras la adopción de ninguna medida para coartarlo, sino en caso de la continuación de la guerra actual. La reinta Victoria sancionó el Tratado en mayo y el presidente Báez, el 9 de septiembre de 1850. El canje solemne de las ratificaciones se llevó a efecto en el Palacio Nacional en la mañana del 10 de septiembre de 1850, con la asistencia de todos los representanes consulares, altos funcionarios del Estado y numeroso público. El Tratado domínico-inglés fue el primer paso firme de nuestro país en el terreno diplomático, con efectos muy importantes en la vida nacional. El ministro Medrano, en comunicación dirigida a Schomburgk, antes de ultimar las negociaciones le dice: Tanto mi gobierno como yo en nada desconocemos el provecho que pueda traer a nuestra nacionalidad el reconocimiento de ella por S. M. B. con antelación a toda otra Nación, antes al contrario, tan marcados hechos de amistad y buenos oficios serán para la República una prenda segura de gratitud y reconocimiento. Y en febrero de 1944, en vísperas de las grandes celebraciones del primer centenario de nuestra independencia, el presidente Trujillo, al recibir las cartas credenciales del enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la Gran Bretaña, sir Cyril Frank Wilton Andrews, expresó lleno de fervor patriótico lo siguiente:

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La colaboración de la Gran Bretaña en la formación de la nacionalidad dominicana es algo que está vigente en nuestro reconocimiento ahora como en los días subsiguientes al gesto de Febrero; colaboración que si en el terreno político fue propicio al desarrollo de nuestra personalidad internacional en el económico y comercial robusteció el ensanchamiento de la economía nacional. L. N., 18 de septiembre de 1950.

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El faro de Santo Domingo A la Asociación Dominicana de Ingenieros y Arquitectos

Cien años van a cumplirse de haber sido encendido el faro que, por disposición del presidente Báez, se levantó en el sitio donde todavía continúa prestando servicios, aunque con modificaciones en su sistema de iluminación. El presidente Báez dispuso su erección por decreto el 28 de octubre de 1852, pero la inauguración del mismo se efectuó gobernando el general Pedro Santana. Como los dos poderosos políticos se habían dividido, iniciando el antagonismo personalista que más daño ha proporcionado al país, se hicieron algunas críticas enconadas al faro, y el “innecesario gasto” ocasionado por su adquisición. Según datos de la época, el costo del mismo no rebasó los nueve mil pesos fuertes. Don Nicolás Ureña de Mendoza fue uno de los que con más detenimiento censuró al inocente faro. En un artículo publicado en El Progreso de fecha 15 de mayo de 1853, bajo el seudónimo de Cástulo dice: [...] que en efecto consideraba la erección del faro como una mejora de grande utilidad para el comercio marítimo; pero que estaba muy distante de ser un bien para el pueblo, que era el que tenía que satisfacer el derecho impuesto a los buques mercantes, pues es sabido que todo impuesto que se hace al comercio es el pueblo quien lo sufre. Además, que era muy chocante para mí y para todo hombre imparcial, ver las calles llenas de fango, intransitables y oscuras, mientras que un lugar desierto iba a estar iluminado por un faro

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lujoso, que a más de llenar el objeto a que se destina, serviría para formar un contraste lastimoso con la miseria y atraso material del país. Otro opositor al faro, firmado con el seudónimo de “Próculo”, escribió en el mismo periódico apoyando la opinión de su “amado Cástulo”, y de paso negaba la utilidad de esa obra. Decía en un párrafo este nuevo opositor: “Cuál será (la utilidad) la que nos deja una torrecilla de hierro, con una lámpara en la cúpula, colocada en medio del fuerte de San José? Será, quizás, para que alumbre el horizonte del porvenir? quién sabe! porque de lo contrario no se concibe el provecho”. Para determinar el sitio más ventajoso para colocar el faro, hubo –no podía esperarse otra cosa– diversos criterios. Para armonizar las encontradas opiniones, el ministro de Guerra y Marina, general Juan Esteban Aybar, formó una comisión integrada por el jefe de la flotilla de guerra, por el general Juan Alejandro Acosta; por el coronel Simón Corso; por don Juan Abril; por don Ignacio Roca; por el director de Obras Públicas, señor José de la Cruz García, y por el director del arsenal, señor Jorge Priment. A esta comisión podrían ser agregados todos los técnicos en asuntos de mar. Finalmente fue seleccionado el viejo fuerte de San José. El encargado de la supervisión de los trabajos, por cuenta del gobierno, fue el señor don Andrés Aybar, hermano del ministro de Guerra y Marina. Por el texto del artículo de Nicolás Ureña de Mendoza, que insertamos íntegro más adelante, se desprende que de las ruinas históricas de esta ciudad fueron arrancadas gran cantidad de columnas, cornizas, basamentas, etc., para ser utilizadas en las obras del faro. “Aquellas piedras cinceladas que tenía a la vista –dijo Ureña de Mendoza–, donde el arte expresó formas divinas, eran los despojos de nuestros templos arruinados por la doble fuerza del tiempo y de los hombres…”. No hemos encontrado en la prensa de la época ni en la Gaceta Oficial, una reseña del acto de inauguración. Pero sí sabemos que “la luz blanca fija, consiste en nueve reflectores de primera clase, de los señores Alcot y Hermanos, de Rochester, estado de Nueva York”. En el año 1879 se cambió la luz fija por un sistema intermitente.

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Como una humilde contribución a los actos de este centenario, que señala una obra de progreso positivo en aquellos tiempos de penuria y desorden administrativo, fecha que ha sido consagrada ahora por el honorable presidente Trujillo, como Día de la Ingeniería Dominicana, insertamos una serie de documentos relacionados con este faro. Núm. 284.- DECRETO del P. E. ordenando la compra de un faro de hierro para el puerto de la Capital. Dios, Patria y Libertad.- República Dominicana.- Buenaventura Báez, Presidente de la República. Atendiendo al incremento que ha tomado el comercio exterior; y Considerando. 1º La afluencia de buques que por esta razón hay en nuestros puertos; 2º La posibilidad de encallar en nuestras costas, por falta de objetos visibles que anuncien de noche a los buques su proximidad a tierra; y 3º Que este inconveniente grave para los intereses del país es remediable con un pequeño esfuerzo de parte del Gobierno. En uso de las facultades extraordinarias, DECRETO: Art. 1º. El Ministro de Marina procederá sin pérdida de tiempo a contratar y a comprar un faro de hierro de las dimensiones convenientes, dirigiendo sus solicitudes a los Estados Unidos, como punto más próximo para la adquisición de este objeto. Art. 2º. Procederá, por sí o por medio de una comisión especial, a designar el lugar más a propósito para la colocación del faro, a la construcción de las obras de mampostería sobre que ha de colocarse. Art. 3º. Hará venir del extranjero un ingeniero capaz de montar el faro con la regularidad correspondiente. Art. 4º. Los fondos necesarios para realizar esta empresa saldrán del tesoro público en la oportunidad en que se necesiten.

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Art. 5º El Ministro de Marina hará un reglamento para el servicio y conservación del faro, y lo someterá a la aprobación del Gobierno. Art. 6º Se dará cuenta al Congreso en su próxima reunión para que establezca la contribución con que ha de ser indemnizado el tesoro público. Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 28 días del mes de octubre de 1852, y 9º de la Patria. Buenaventura Báez. —Refrendado: El Ministro de Guerra y Marina.— Diciembre 2 de 1852. J. E. AYBAR

Nº 92 Al Gefe de la Flotilla Dominicana Debiendo llegar a ésta de un momento a otro un faro q. a diligencias del Gobierno se ha solicitado, para fijar y que sirva de guía a la indicación de este Puerto, lo pongo a su conocimiento para que sin pérdida de tiempo, reunido a los Sres. Gral. J. Alejandro Acosta, Coronel Simón Corso, Don Juan Abril, don Ignacio Roca, el Director de Obras Públicas Sr. José de la Cruz García y el de Arsenal Jorge Primet junto con los demás q. juzgue V. apropósito por sus conocimientos marítimos procedan a ecsaminar entre las puntas de Sn. Gil, Sn. Fernando y la Torrecilla cual sea el más apropósito por su situación topográfica para dicho objeto, dándome conocimiento a la brevedad del resultado y elección de sus observaciones. Dios.2

A. G. N., Libro copiador de Guerra y Marina, Núm. 155, 3 de mayo de 1853.

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Nº 14 Señor General Gefe de la Flotilla Dominicana. El maquinista estando ya al momento de colocar el Faro Ud. dará las órdenes necesarias para que se pongan inmediatamente a la disposición del Sr. Andrés Aybar encargado de la vigilancia de estos trabajos cinco marinos de que necesita y un carpintero de los más hábiles para esta tarde.3 Una tarde de reflexiones Hay momentos en que el hombre considera la existencia como una carga penosa, en que fastidiado de todo cuanto le rodea, siente en el fondo de su alma una horrible melancolía cuyo fundamento ignora, y que no obstante, no puede alejar de su corazón. En uno de esos momentos, tan comunes en la vida, salí a pasearme con el objeto de distraerme algún tanto: pero sin proponerme dirección ninguna vagué largo rato como un sonámbulo, sin advertir lo que pasaba alrededor de mí, y sin saber siquiera por qué lugares caminaba, hasta que un olor, fétido como el de los cadáveres, me hizo volver a la vida, por decirlo así, para apurar hasta las heces la copa del fastidio y del desaliento. Estaba en la plaza de la Misericordia. El desaeseo en que se tiene al matadero, produce una hediondez que se percibe a una milla de distancia y hace desagradable, por no decir imposible, el tránsito por allí. Qué importa que la brisa llene de frescura aquel lugar, y que el ruido de las olas que se estrellan contra los peñascos haga tan delicioso este paseo, si es de todo punto imposible permanecer tres minutos en aquellas inmediaciones? Acaso, decía yo indignado, no cobra el Ayuntamiento un rédito anual por este edificio para que consienta en tenerle abandonado? No toca también al Ayuntamiento velar sobre todo lo que es contrario a la salubridad pública? Pero al fin convencido de la 3

Ibídem.

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inutilidad de mis reflexiones y de la imposibilidad de hacer a los hombres tales como se desearía que fuesen, procuré alejarme de aquel lugar infecto y proseguí paso a paso por la antigua alameda, de cuyos escaños de mampostería sólo se conservan muy raros vestigios. Bien pronto la vista del fuerte de San José me distrajo nuevamente de las reflecciones que absorbían todas mis facultades. Las voces de los trabajadores, las columnas de hierro esparcidas sin orden y las luchas y enormes piedras que llenaban aquel sitio, me hicieron comprender desde luego, que me hallaba en el lugar donde se pretende colocar la farola. Mi genio, contemplativo y por naturaleza, halló bien pronto objetos sobre qué fijar la atención, y materia suficiente para entregarse de nuevo a profundas meditaciones. Los trozos de columnas, de basamentos, de cornizas y otra infinidad de molduras regadas aquí y allí, me trajeron a la memoria el sistema de los Haytianos: destruir para edificar: y en efecto, aquellas piedras sinceladas que tenía a la vista, y donde el arte expresó formas divinas, eran los despojos de nuestros templos arruinados por la doble fuerza del tiempo y de los hombres… Acaso vendrán otras generaciones y preguntarán a nuestros hijos por el lugar donde estuvo San Francisco, Santa Clara, el Colegio de los Jesuitas y otros de nuestros antiguos edificios, y quizá no habrá una voz que se atreva a responder con certeza, del mismo modo que hoy apenas hay quien nos diga lo que hicieron los Haitianos con la dilatada arquería que adornaba el frontispicio del Palacio de Colón! Por qué despojar a las ruinas de sus encantos, de sus bellezas y de sus adornos? El hombre contemplativo que solía visitarlas, no admitirá más allí las obras del genio, los esfuerzos del artista, ni el gusto de otras épocas, el tiempo se propuso por ley destruido todo, y el hombre se ha puesto al cabo de acuerdo con los siglos? Así discurría yo, inmóvil como una estatua, ante aquellos preciosos restos de arquitectura antigua, cuando escuché a mis espaldas una voz que me llamaba. Era un amigo de estos que nada saben y que de todo presumen; pero a quien sin embargo debía algunas deferencias y atenciones.

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Principió por darme su opinión, sin yo pedírsela, sobre la colocación del faro, y lo mal dispuesto que estuvo escoger aquel lugar con preferencia a la punta de la Torrecilla. Yo le observé, que el faro producía en cualquiera de las dos partes idéntificos resultados, esto es, indicar de noche a los buques el puerto de Santo Domingo; porque en cuanto a lo de facilitar la entrada, como opinan muchos no se conseguiría aunque trajesen todos los faros que existen, y están por existir pues en medio del día, iluminado por el gran faro, que Dios colocó en el centro del mundo para alumbrar el universo, habíamos visto perderse embarcaciones en el puerto mismo, por no haber tenido a su bordo el práctico indipensable: Mi amigo, que es de estos hombres que siempre están por la opinión del último que habla, me confesó sin ruborizarse que en todo era de la misma opinión; y en seguida me preguntó, qué me parecía a mí la adquisición del faro y los 7,000 y más duros empleados en conseguirlos, si no me parecía que reportaba grandes utilidades al país. Por de pronto me abstuve de darle mi parecer con franqueza: él lo notó y me hizo las más vivas instancias para que me esplicara con libertad; al fin accedí y le dije: que en efecto consideraba la erección del faro como una mejora de gran utilidad para el comercio marítimo; pero que estaba muy distante de ser un bien para el pueblo, que era el que tenía que satisfacer el derecho impuesto a los buques mercantes, pues es sabido que todo impuesto que se hace al comercio es el pueblo quien lo sufre. Además, le dije, que era muy chocante para mí, y para todo hombre imparcial, ver las calles llenas de fango, intransitables y oscuras, mientras que un lugar desierto iba a estar iluminado por un faro lujoso, que a más de llenar el objeto a que se destina, serviría también para formar un contraste lastimoso con la miseria y atraso material del país. Mi amigo se adhirió al momento a mi modo de pensar, y recitó en seguida la fábula del Burro del Aceitero de D. Tomás de Yriarte: este es el pueblo! añadió en tono sentimental, siempre acarreando aceite y siempre tropezando por tener la cuadra oscura. Y bien le atajé yo: otra multi-

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tud de reflecciones ofrece la adquisición del faro; por qué no se prefirió al alumbrado del puerto, facilitar la entrada a ese mismo puerto a los buques, destruyendo esa especie de playa que han ido formando las crecientes y que obstruye completamente el paso aún a las embarcaciones más pequeñas? Y en una palabra, para concluir de una vez, por qué no se reedificó el Hospital Militar, que se halla en ruina desde el terremoto del año 42, cuando es el último asilo del soldado cuya sangre se ha vertido a torrentes en defensa de la Patria?... Mi amigo me impuso silencio con un fuerte apretón de manos y … a Dios, me dijo, procurando ocultar su emoción. A Dios, fue lo único que pude contestarle, y en seguida emprendí la vuelta a mi casa, a tiempo que las aguas del mar tomaban un color negruzco, y las sombras, precursoras de la noche, se divisaban en el horizonte como aguardando que se desvaneciera el último crepúsculo del día. CÁSTULO4

Tus maduras reflexiones sobre el faro, no podrán ser contrarrestadas sino por ilusos, o por aquellos que quisieran ver el Erario de su patria convertido en obras de ninguna utilidad. Cuál será la que nos deja una torrecilla de hierro, con una lámpara en la cúpula colocada en medio del fuerte de San José? Será, quizás, para que alumbre el horizonte del porvenir? quién sabe! porque de lo contrario no se concibe el provecho. Desde que usamos de la razón hemos visto la pérdida de algún buque en nuestra rada, o que se haya pasado al occidente de la isla por falta de farola? No! No ignoramos que se ponen faros en partes sumamente peligrosas, tales son las costas razas como Bonayre y los bancos como Curazao-Chico: también los hay en algunos puertos, no tan fastuosos como el nuestro, pero al menos que indican el 4

El Progreso, Núm. 13, 15 de mayo de 1853.

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punto al viagero; así lo tiene el de Curazao; más tampoco ignoramos que hay allí Cuarteles bien provistos para la tropa, Hospital militar, Cementerios, Casa de dementes, Lazareto, famoso Muelle, Alumbrado interior, y una esmerada Policía. Si en nuestra patria hubiera todo esto no habría que contestar a los Señores progresistas, al contrario, convendríamos con ellos en Faros, Teatros, Paseos, y en todo lo que embellezca nuestra Ciudad, también somos progresistas. Pero echarse un faro de siete mil duros y un pico… en donde, como dices tú, amado Cástulo, no hay un hospital militar propio para recibir a los ciudadanos de la patria que se retiran de las fronteras enfermos o heridos? es lo mismo que un hombre que se provea de tres docenas de corbatas, y no tenga absolutamente una camisa en que amarrarlas. En cuanto a las fétidas exhalaciones del Matadero te diré: que tú haces muy bien, querido, en manifestar todas las faltas remediables de tu país, pero hablando (acá entre nos) el Ayuntamiento lo hace mejor… Tuyo PRÓCULO5

Faro de Santo Domingo AVISO A LOS MARINOS Desde el 14 de Agosto de 1853, brilla una luz blanca fija, desde la caída del Sol hasta su salida, en el baluarte de San José, en la capital de Santo Domingo. La cúpula de la obra de hierro, con sus columnas pintadas de blanco y sus cornizas de encarnado, se eleva a 113 pies sobre el nivel del mar; el farol y sus reflectores empiezan a los 100 pies. La posición de la luz: Latitud 18º 28’, 5", Norte Longitud 69º 52’ 30", Oeste de Greenwich. ó 72º 12’ 52", Oeste de París. Queda Norte 58º Oeste (franco), distante 1423 yardas (cerca de 1300 metros) de la Punta Torrecilla, y Norte

El Progreso, Núm. 45, 29 de mayo de 1853.

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44º Oeste, distante 617 yardas (cerca de 563 metros) del Homenaje o torre de vijía de la Fortaleza. La luz blanca fija consiste en nueve reflectores de primera clase, de los señores Alcot y Hermanos de Rochester, Estado de Nueva York. Puede verse, en una atmósfera clara, a la distancia de 18 a 20 millas y su alcance se estiende en casi medio círculo del Sur hacia el Este y Oeste. Los buques que aparezcan del Este con el rumbo a la rada de Santo Domingo deben tener presente que al doblar la punta Caucedo, percibirán la luz por encima de la tierra al Norte de la punta Torrecilla (de cuyo punto como ya se ha dicho queda la luz Norte 58º Oeste distante 1423 yardas) y que de esta Punta se estiende hacia el sur-oeste un pequeño arrecife, sobre el cual rompen las olas cuando está agitado el mar. Derribando para el fondeadero indicado en los diferentes Derroteros, se debe evitar este peligro.6 L. N., 14 de agosto de 1953

Gaceta Oficial, Santo Domingo, 29 de agosto de 1853.

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ESCRITOS SELECTOS

El general Santana y su gran objetivo en la Anexión

Nunca, en ningún momento de hoy o mañana, se podrá justificar plenamente la conducta del general Pedro Santana al consumar la anexión de la República Dominicana a España, pero sí explicar y aclarar las razones que llevaron al gran caudillo a la guerra de nuestra independencia, al realizar acto tan osado. Santana mantuvo bajo su acción responsable la conducción de las grandes campañas libertadoras, y sabía perfectamente la limitada capacidad militar de la República naciente, así como el poder de los impenitentes agresores del oeste. Con la llegada de Geffrard al poder en Haití, Santana lo midió como un adversario más peligroso que Soulouque pues Geffrard tenía mayor competencia y habilidad que el risible emperador Faustino I. Los documentos secretos que constituyen la negociación diplomática que cuajó en la anexión a España, darán luz un día sobre este proceso de nuestra historia. Santana creyó que en esos tiempos España era una gran potencia. No podía percatarse desde aquí, que España estaba llegando, o había llegado, al fondo más profundo de su decadencia. Ese pueblo fabuloso, invencible e indomable, lamentablemente se hallaba postrado por muchas circunstancias superiores a sus fuerzas del momento. Sin embargo, como la obsesión de Santana era lo que él consideraba como amenaza haitiana, logró arrancar a la Corona española, una real orden de fecha 14 de enero de 1862, en la cual se disponía la reclamación al gobierno de Haití de los territorios 117

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usurpados en su marcha predatoria, y recomponer los límites del tratado de Aranjuez de 1777, y adquirir así, todo el valle de Hincha. Del libro copiador de oficios de Santana como capitán general español en Santo Domingo, dirigidos al Ministerio de la Guerra en Madrid, hemos tomado algunos para su publicación. Seguiremos dándoles a conocer al pueblo dominicano. Helos aquí: Contestando a la Real Orden de 14 de enero último en que se previene la marcha de tropas a la frontera (1) 79.- 19 de Febrero 1862.- E. S.- He recibido la Real Orden de fecha 14 del mes anterior en que me traslada V. E. la dirijida por ese Ministerio a la primera Secretaría del despacho de Estado referente a la reclamación ha de hacerse al Gobierno de Haití de esta Provincia Española que actualmente posee –Quedo tambien enterado de lo que me proviene V. E. para que disponga desde luego el movimiento de algunas tropas sobre la carretera de San Juan en dirección a Cahoba en actitud de ocupar dicha parte del territorio tan pronto como las circunstancias lo permitan poniéndome al efecto de acuerdo con el Cónsul de España en Puerto Príncipe –Consiguiente debe manifestar a V. E. me ocupa con actividad del más pronto cumplimiento de la resolución de S. M – Al significarlo a V. E. creo en el deber de hacerle presente que conocedor de los escasísimos recursos que para el alojamiento y subsistencia de las tropas ofrecen los pueblos de S. Juan y de las Matas, donde deberán quedar establecidas y el estado calamitoso en que los mismos pueblos se hallan por efecto de la guerra sostenida por el país en el largo período de diez y ocho años, me he visto obligado a solicitar preventivamente de los Capitanes Generales de Cuba y Puerto Rico los medios necesarios para poner a cubierto de las lluvias tan frecuentes en esta latitud a las tropas, depósitos de subsitencia y efectos del material durante el tiempo más o menos largo que dure nuestra permanencia en la frontera hasta la ocupación de

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dicho territorio.– La falta de fondos en la tesorería de este Egercito para el aprovisionamiento de las tropas, compra de material, efectos de campaña y formación de brigadas de acemilas necesarias para los trasportes porque de todo absolutamente de todo se carece hasta ahora en las dependencias militares de esta capitanía Gral. y hasta del personal más indispensable en los Cuerpos de Ingenieros, Artillería, Administración, Sanida militar E. M. y Caballería me obligan también E. S. a solicitar de los Capitanes Grales, de dichas Islas lo que se servirá V. E. ver en las adjuntas relaciones que me han presentado las Comandancias Generales de Artillería, Ingenieros y los Gefes de Administración y Sanidad militar. – He pedido también al de Cuba dos vapores de guerra porque en la estación naval de esta Isla solo resiste el D. Juan de Asturia insuficiente por su poca capacidad para el trasporte de tropas y del material desde esta plaza a la Capital de Azua donde conviene establecer los depósitos. – Forzoso me es esperar la llegada de los batallones de nueva creación para organizar inmediatamente una brigada compuesta de cuatro batallones, dos Compañías de Ingenieros, una de Artillería de Montaña y el Escuadrón Cazadores de Sto. Domingo después de dejar guarnecidas convenientemente esta plaza la de Samaná y Puerto Plata y las capitales de las provincias de Santiago y la Vega.- Restame E. S. dar a V. E. una ligera idea del estado actual de las poblaciones comprendidas en aquella parte del territorio.- El pueblo de Cahoba se halla en efecto situado sobre la carretera principal de Puerto Príncipe y protegido por alturas inmediatas que tienen fortificadas los Haitianos. – El de Bánica aun cuando hace tiempo que fue destruido por efecto de las guerras construyeron posteriormente la población de Biasson, a sus inmediaciones a la derecha del río Artibonito defendida por el fuerte del mismo nombre sobre el camino de Dajabón, teniendo Hincha también sus fortificaciones convenientemente artilladas. – En el largo tiempo que hace ocupan dicho territorio han construido las nuevas poblaciones de Biasson ya citada, la de Bualorenzo y la del Ranchito.– La línea la tiene dividida en los distritos de Mirabalés y la

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Marmelada a que corresponden dichos pueblos mandados respectivamente por Generales y dotados de guarniciones para su defensa. Todo lo que tengo el honor de elevar al superior conocimiento de V. E. sin perjuicio de noticiarle mis disposiciones sucesivas aprovechando para ello los correos ordinarios y las ocasiones que se me presenten.– Dios sea. – firmado– P. SANTANA 3ª. E. M.

Dando conocimiento de haber recomendado al cónsul de España en Haití suspenda reclamar del Gobierno de aquella República la parte de territorio que pertenece a esta provincia española. (2) 93. – 5 Marzo 1862. – E. S. – En cumplimiento de lo que V. E. se sirvió prevenirme en Real Orden de 14 de Enero último para que de acuerdo con el Consul General de España en Puerto Príncipe de Haití adelantase algunas fuerzas hacia la frontera con obgeto de ocupar la parte de territorio que nos pertenece, determiné que el Coronel de las Reservas Provinciales mi Secretario pribado D. José Ignacio Pérez marchase a dicha Capital en el Vapor de S. M. D. Juan de Austria para entregar al Consul mis comunicaciones dirigidas a retardar toda reclamación hasta mi nuevo aviso.– Hoy ha regresado el espresado Gefe con la contestación de que acompañado copia con el Nº1. – En ella me significa el Consul general que aplazará por 15 días la entrega de su nota al Ministro de negocios extrangeros sino recibiese antes mi aviso en contrario.– Pero comprendiendo yo que hasta la llegada a esta Capital de los Batallones de nueva creación de los buques y recursos que tengo pedidos a los Capitanes Generales de Cuba y Pto. Rico según tengo participado a V. E. en oficio de 19 del mes próximo pasado que dirijí por la vía de Inglaterra y por el Correo periódico de la Peninsula seria

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reconocidamente aventurado intentar estas reclamaciones sin el eficaz apoyo del Egercito por esta parte y de algunos buques [de] guerra por la de Puerto Príncipe he manifestado al Consul lo que se dignará ver V. E. por la copia nº.1 insistiendo en la conveniencia de suspender hasta aquel caso las gestiones sobre la devolución de dicho territorio. – El penúltimo párrafo del despacho del mismo Consul general enterará a V. E. de las medidas preventivas que se adoptan por el Presidente Geffrad las cuales califica de significativas porque revelan el pensamiento de prosimos sucesos interiores y esteriores de aquella República. – Este mismo corrobora las noticias que me ha traido el Gefe comisionado por encargo del Consul Gral. de que se agita en Haití la idea de que el Gobierno español ha cedido a la Francia por indemnización pecuniaria la Isla de Santo Domingo y que temen que el Presidente negocie la entrega de la Isla a una nación estrangera. – Estas noticias son esparcidas por los enemigos del Gobierno de Haití para alarmar a los negros contra los gobiernos europeos atemorizandolos con la esclavitud y a cuya propaganda coopera el Canciller del antiguo Consulado de Francia en esta Capital de Sto. Domingo. Mr. Landais persona que ya en tiempo de mi antigua Presidencia dio con sus amaños graves motivos de disgustos, manifestandose como ahora, abiertamente partidario de Haití.– Por esta causa convendría Exmo. Sr. se dignase el Gobierno de S. M. reclamar su inmediata salida de esta Isla donde es tan perjudicial por sus ideas revolucionarias.– He sabido también que la raza negra de Haití no deja de tener algunas simpatías por nuestro Gobierno pero que procuran los enemigos de España estraviar sus ideas con falsas noticias.– De todos modos la situación política actual de Haití se presenta complicada porque los perturbadores han conseguido introducir la desconfianza en la clase negra.– Era pues la ocasión E. S. de rectificar por medio de la prensa las noticias con que se pretende estraviar la opinión favorable de los negros de Haití y aun también la de una parte de los de esta Provincia cuya ignorancia se pretende esplotar por los agentes revolucionarios.– Este motivo me mueve a solicitar

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nuevamente de V. E. la autorización que tube el honor de consultar en mi oficio no. 24 de 30 de Dicbre. del año proximo pasado para establecer en esta Capital un periodico que seria redactado bajo mis impresiones persuadido de que su publicación habra de producir un buen notable al país y a los intereses de la Madre Patria. Todo lo que tengo en honor al superior conocimiento de V. E. para la resolución que estime conveniente ser el Gobierno de S. M.– Dios. Firmado. P. SANTANA 3er. E. M.

Remitiendo copia de la comunicación del capitán general de Cuba referente a que se suspenda el movimiento de tropas a la frontera (3) 110. –17 Marzo 1862. – E. S. –Como continuación de lo que tube el honor de esponer a V. E. en oficio de 17 del mes anterior al darle cuenta de mis disposiciones para el mas pronto cumplimiento de lo que se me previno en Real Orden de 14 de Enero sobre la reclamación de la parte del territorio que posee la República de Haití tengo el honor de remitir a V. E. la adjunta copia de la comunicación que he recibido del Capitan Gral. de Cuba a quien como signifiqué a V. E. había reclamado los recursos y material necesarios para la dotación de las tropas que destinaba a la frontera.– Por ella se enterará V. E. de las dificultades que por el momento se presentan a dicha Autoridad para el envio de los auxilios solicitados de las consideraciones que me manifiesta de su disposición para que suspenda hasta nueva orden el Gobierno de S. M. el espresado movimiento y de comunicar por ultimo mis instrucciones al encargado de Negocios de S. M. en Puerto Príncipe para que entable las reclamaciones diplomáticas.– Me ocupa E. S. con toda actividad de los preparativos para llevar a inmediato efecto lo que nuevamente se digne V. E. prevenirme continuando

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por lo tanto las obras de los barracones yen los puntos de Azua, San Juan y las Matas con destino al acuartelamiento en su día de las tropas hospitales y depósitos de subsistencias y Parques.– Respecto a las negociaciones diplomáticas he creído oportuno suspender toda indicación al Consul Gral. mientras para ello no reciba las instrucciones que V. E. me comunique por consecuencia de la que tube el honor de hacerle presente en 5 del actual.– De este modo arminizo lo prevenido en la Real Orden citada de 14 de Enero en que se me prevenía que puesto de acuerdo con aquel funcionario, adelantase preventivamente algunas tropas hacia la frontera de Haití, con mi pensamiento de no intentar dichas gestiones hasta contar con los medios de apoyarlas y hacer frente a las eventualidades.– Dios Sea.– Firmado– P. SANTANA 3er. E. M. L. D., 8 de noviembre de 1981, p.6.

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El general Abad Alfau y los haitianos

La idea obsesiva que atenaceaba el pensamiento del general Pedro Santana, de anular para siempre las amenazas haitianas de agresión, se evidencia plenamente en el tratado secreto que firmó con las autoridades españolas, dentro del conjunto de negociaciones para la anexión, encaminado a obtener ayuda militar para invadir Haití, y fijar de nuevo la frontera delimitada en Aranjuez, y recuperar así todo el valle del Artibonito, y las antiguas poblaciones españolas que desde hacía algunos años habían sido ocupadas por Haití, en su incesante marcha hacia el Este. Amparado en ese convenio, que juzgaba invulnerable, Santana montó dispositivos militares en San Juan de la Maguana, Neiba y Guayubín, donde debían concentrarse fuerzas españolas y dominicanas, para desencadenar en el momento más oportuno una acción decisiva sobre Haití. En San Juan de la Maguana estaba nada menos que su leal y valeroso conmilitón general Antonio Abad Alfau, como futuro jefe de operaciones, quien desde allí informaba de las condiciones políticas de Haití, mientras esperaba las fuerzas que le serían encomendadas. Reproducimos dos cartas inéditas que van configurando la naturaleza de lo que allí se incubaba.

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COMANDANCIA GRAL. DE LA FRONTERA E. M. Sección 3a. Reservado Exmo. Sor. En la noche de ayer regresé a éste punto despues de haber permanecido seis días en las Matas durante los cuales, cumpliendo las instrucciones de V. E. he procurado adquirir cuantas noticias me ha sido posible relativas tanto a la actitud tomada por el Gobierno haitiano en la cuestión pendiente, medidas de defensa adoptadas y en fin de cuanto pudiera dar luz respecto a la intención de resistir con la fuerza a las reclamaciones hechas por el Gobierno de S. M., cuanto del espíritu de los habitantes de los pueblos de la frontera pertenecientes a España y que aun se hallan bajo la dominación haitiana. Para obtener éstas noticias he interrogado a varios individuos de los que marcharon al territorio haitiano en la época de la última invasión y que hoy viendo la tranquilidad y confianza que aquí reinan regresan en gran número a sus hogares con todas sus familias (número que se aumenta cada día), así como me he valido de hombres de mi entera confianza prácticos en el terreno y que, penetrando en el territorio haitiano por caminos poco frecuentados, han logrado introducirse en el pueblo dé Caobas volviendo a darme cuenta de cuanto allí pudieron observar. Todas las noticias que por éstos medios indirectos he podido adquirir, están contestes en que el Gobierno haitiano no ha tomado medida alguna de defensa, ni disposición que indique trate de oponerse con la fuerza de las armas a las legítimas reclamaciones del Gobierno de S. M.; que las guarniciones no han sufrido aumento alguno, constando la de Caobas de dos batallones de poca fuerza, uno de gente del país y otro compuesto de individuos de los que en las diferentes invasiones han pasado desde la parte española de la Isla, y que hoy tienen sus propiedades en dicho pueblo, cuyos dos batallones pertenecen a la guardia cívica, y estan mandados por el Coronel Vivie siendo comandante de armas de la Pla-

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za el Coronel Leon Montas y Comandante General del Departamento, el General d’Aurzourt; que en el fuerte de dicho pueblo sólo tienen una pieza de artillería, hallándose sólamente en construcción un almacen de pólvora; que la guarnición del fuerte de Banica cuyos cuarteles se han reparado, tampoco ha sufrido aumento alguno, contando de poca fuerza y que los puestos avanzados son los mismos de costumbre con las escasa fuerzas cada uno de dos ó tres hombres todos de la Guardia cívica y respecto al espíritu de los habitantes, que si bien no faltan algunos que opinan por la resistencia, la gente sensata desea el momento de hallarse bajo la protección de la bandera española que les garantiza sus propiedades legítimamente adquiridas. Tengo la satisfacción de participar a V. E. que el espíritu de los habitantes de San Juan, Las Matas, Savana Mula, el Cercado y demás pueblos de la frontera es inmejorable; obteniéndose por resultado la creciente prosperidad en que hoy se hallan todos éstos pueblos, como he podido convencerme por mí mismo en los dos primeros y por las noticias que me han sido suministradas por personas sensatas de los demás, efecto todo del órden, tranquilidad y confianza que felizmente disfrutan. Todo lo que pongo en conocimiento de V. E. en cumplimiento de mi deber, quedando en comunicarle cuantas noticias vaya adquiriendo en lo sucesivo y sean dignas de su atención. Dios gde a V. E. ms. as. San Juan de la Maguana a 4 de Mayo de 1862. Exmo. Sor. Firmado.ANTONIO A. ALFAU Exmo. Sor. Capitan General de esta Isla

Al margen dice: Se participan las noticias adquiridas respecto al Gobierno haitiano y a los habitantes de los pueblos de la frontera. Contéstese que S. E. queda enterado. 14 de mayo 1862

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Al E. S. Comte. Gral. de la Frontera._E. S. Quedo enterado de la comunicación de V. E. participándome las noticias adquiridas respecto al Gob. Haitiano y a los habitantes de los pueblos de la Frontera –Fecho – (Hay una rúbrica) gpc.7 COMANDANCIA GENERAL DE LA FRONTERA E. M. Sección 3ra. Exmo. Sor. He permanecido desde los días 12 hasta el 20 del actual, en las Matas ya aprovechando los intervalos que ha dejado el fuerte temporal de agua reinante, he visitado el pueblo de Cercado y el puesto de Comendador, llegando hasta el Casiman, desde cuya posición se avistan perfectamente los puestos haitianos situados en el lugar denominado la Loma del Puerto; desde dicha posición ví dos individuos en el camino real a los que hice detener con objeto de interrogarles, resultando ser uno de éllos haitiano y el otro uno de los refugiados en el territorio de dicha república; las noticias que dichos individuos me proporcionaron están conformes con cuanto tengo ya manifestado a V. E. habiéndome añadido que el Presidente Geffrard ha obtenido en los Callos una victoria sobre los revoltosos partidarios de Soulouque y que a consecuencia de élla ha dirigido una alocución a los pueblos de la república, segurando a sus habitantes la paz y la tranquilidad y recomendándoles se entreguen con confianza a sus tareas agrícolas seguros de que no han de verse turbado en éllas por desórdenes ni guerras esteriores; dichos individuos me manifestaron tambien que las únicas obras que se están haciendo en Caobas, son la composición de la cárcel y del almacen de pólvora de que ya he hablado a V. E. y que muchas familias 7

A. G. I., legajo Cuba 1004 A.

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avecindadas hoy en el territorio comprendido dentro de nuestros antiguos límites se disponen a penetrar en nuestro terreno atraidas por el bienestar y sosiego de que aquí se goza. Al despedir a los citados individuos les hice presente las benéficas intenciones del Gobierno de S. M. para el día en que en uso de sus legítimos derechos tome posesión de los pueblos hoy ocupados por los haitianos, la tranquilidad y confianza con que deben esperar éste suceso, seguros de hallar bajo la bandera española, respeto a las propiedades legítimamente adquiridas, órden y las garantías necesarias para que los pueblos puedan desarrollar su riqueza al amparo de las leyes y sin temor de perturbaciones de ningun genero; estas ideas esparcidas en el ánimo de los habitantes de dichos pueblos y confirmadas por el egemplo de lo que aquí sucede, destruirán las que tratan de imbuirles los encargados de propagar las de esclavitud y tiranía con que se desea estraviar su espíritu. En las Matas interrogué tambien a Domingo Acosta que con su familia compuesta de diez y seis personas, ha vuelto a sus hogares que abandonó en la época de la última invasión y las noticias que éste me suministró en nada difieren de cuanto lleva ya manifestado a V. E. habiendo sabido que despues de mi salida de las Matas se ha presentado tambien otra familia. Réstame Exmo. Sor. hacer presente que la guardia situada hoy en Comendador debe trasladarse en mi concepto al Casiman, pues dicho puesto está situado en el fondo de un valle, dominado por todas partes y rodeado de bosque, mientras que en el Casiman se hallará en posición dominante descubriendo perfectamente el camino de Caobas y a la vista de los primeros puestos haitianos. Todo lo que hago presente a V. E. para su conocimiento debiendo añadir que he enviado a Caobas e Hincha dos personas de mi confianza cuyo regreso aguardo para comunicar a V. E. las noticias que me faciliten. Dios gde. a V. E. ms. as. San Juan 22 de Mayo de 1862. Exmo. Sor.

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Firmado. ANTONIO A. ALFAU Exmo. Sor. Capitán General de esta isla

Al margen dice: Noticias adquiridas del territorio haitiano. Dése en extracto conocimiento al Gobierno y al Capitan General de Cuba.8 gpc

Ibídem.

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ESCRITOS SELECTOS

Máximo Gómez en la Anexión a España

Muy joven, de 19 años, se inició Máximo Gómez en el arte de la guerra, combatiendo contra las agresiones haitianas. Su primera acción de armas o bautismo de fuego, tuvo lugar en la memorable batalla de Santomé, el 22 de diciembre de 1855, durante la última campaña invasora de Faustin Soulouque. El batallón de Baní, llamado en su auxilio por el general José María Cabral en el fragor de esa batalla decisiva, llegó a tiempo para inclinar la suerte del combate a favor de la sacrosanta causa dominicana. Este batallón marchaba sobre Neiba, donde el general Francisco Sosa venció ese mismo día a los haitianos en la batalla de Cambronal. A marcha forzada llegó a Santomé para cubrirse de gloria. Máximo Gómez era sargento de la guardia de la bandera de su batallón, que capitaneaba el valeroso militar banilejo Hipólito Caro. Como premio a su conducta, Máximo Gómez fue ascendido por Cabral al rango de alférez, y estuvo algún tiempo de guarnición en las fronteras del sur. Al consumarse la anexión de la República Dominicana a España, Máximo Gómez contaba 25 años de edad. Siguió en Baní al cuidado de su anciana madre viuda, doña Clemencia Báez, y de sus hermanas solteras. Él era el único varón de esa familia. Al iniciarse la guerra restauradora, Baní, españolizado en la mayoría de sus habitantes, sufrió el azote del general Pedro Florentino, quien incendió la población y se llevó una gran cantidad de rehenes, que fue ejecutando en su retirada, hasta consumar la matanza final en campos de San Juan de la Maguana. 131

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Allí perecieron el coronel Rudecindo Pimentel y tres de sus hijos. Pimentel estaba casado con una hermana de Gómez. Consignamos aquí una parte de documentos inéditos relativos a la vida militar de Máximo Gómez, entre ellos su nombramiento de capitán del Ejército dominicano, expedido por el presidente de la República, general Pedro Santana. 1 Nº 170 Exmo. Señor Máximo Gómez Capitan del Ejército Dominicano, a V. E. con el debido respeto expone: que deseando ser comprendido en la clasificación ordenada por el Exmo. Señor Capitan General de la Ysla de Cuba en su disposición del 9 del mes de Agosto del presente año, tiene el honor de elevar a las superiores manos de V. E. una declaración jurada de los servicios que ha prestado durante su permanencia en el dicho Ejército Dominicano, así como los despachos que acreditan su grado. Dios guarde a V. E. muchos años Bany a 24 de setiembre de 1861 /firmado/ MÁXIMO GÓMEZ9

gpc 2 Declaración que hace el Señor Don Máximo Gómez Capitan del Ejército de la Comun de Baní segun lo comprueva el sertificado hecho por el General Comandante Militar de la misma Comun. Colocación: Capitan de Ejército en la Comun de Bani sin colocación. Edad: 25 años. Edad de servicio: 7 años. 9

A.G.I., legajo Cuba 998 A.

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Nombre de los lugares donde se halló en acciones: Santomé, San Gerónimo. Fechas de dichas acciones: 22 de Diciembre de 1855.18 de Marzo de 1857. Guarniciones: 2 en San Cristóval. Certifico como sincero y verdadero la presente declaración de mi grado y demás circunstancias que doy en Baní el día 2 de Septiembre de 1861. /firmado/ MÁXIMO GÓMEZ

Certifico ser cierta la anterior esposición. Bany a 3 de Setiembre de 1861 El Teniente Gobernador /fmnado/Manuel Regla Mota Visto Bueno /firmado/ Peláez gpc

Dios Patria y Libertad República Dominicana10 PEDRO SANTANA Libertador de la Patria, General en Gefe de los Ejércitos, y por la soberana voluntad del pueblo. Encargado de restaurar el imperio de la Constitución y las Leyes etc. etc. etc. Por cuanto atendiendo al mérito y servicio del Teniente Máximo Gómez he venido en elevarlo al grado de Capitán de Ejército. Por tanto mando a la autoridad a quien competa, dé la órden conveniente para que se le ponga en posesión del referido grado, guardándole y haciéndole guardar los honores y preeminencias que como a talle corresponden.– 10 A.G.I., legajo Cuba 998.

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Tomándose cuenta en la Contaduría General de Hacienda, para que se le haga el abono del sueldo que la Ley le señala.– Dado y firmado de mi mano, sellado con el de la República y refrendado por el Secretario encargado de los Despachos de Guerra y Marina.– En el Palacio Nacional de Santo Domingo a los 9 días del mes de Octubre del año mil ochocientos cincuenta y ocho y 15° de la patria. /firmado/ SANTANA

Registrado bajo el Nº 99 El Secretario Particular Encargado de los Despachos de Guerra y Marina. /firmado/ M. LAVASTIDA

Registrado bajo el Nº 28. Santo Domingo 12 de Octubre. 1858. El Comte. Gral. /f./ JACINTO

CASTRO11

Escmo. Señor Don Mácsimo Gómez de 25 años de edad y Capitan del estinguido Ejército Dominicano y actualmente Secretario de la Tenencia de Govierno de Baní solicita ser comprendido en la clasificación ordenada por el Escmo. Señor Capitan General de la Ysla de Cuba, para lo cual presenta los documentos que le acreditan como tal Capitan y la relación de sus servicios. En 1854. Principió a servir éste Oficial haviéndose encontrado en varias acciones de Guerra y hecho algunas 11 A.G.I., legajo Cuba 998 A, Núm. 535.

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Guarniciones en el Pueblo de San Cristóbal. En premio de sus servicios le nombraron Capitan el 9 de Octubre de 1858 (documento Nº 1). No acompaña los nombramientos de Subteniente y Teniente. La Junta resolverá lo que crea justo. El Coronel Gefe de E. M. Vocal Secretario /firmado/ MARIANO CAPPA

Santo Domingo Marzo 1ª de 1862 La Junta en vista de los documentos presentados por éste Oficial y en atención a los méritos y circunstancias le clasificó Capitan de las Reservas Provinciales en situación activa con la antigüedad de 9 de Octubre de 1858. gpc Nº535 E. M. Comprobación Capitan Don Máximo Gómez Despacho Nº l año 1856. Nombramiento de Capitan. Esciste. Santo Domingo 22 de Febrero de 1862 El Oficial encargado /firmado/ MANUEL DE J. TEJERA

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ESCRITOS SELECTOS

Máximo Gómez Entre los libertadores de América*

El 18 de noviembre del año 1836, nació en un humilde poblado de la República Dominicana, un niño, hijo de una pobre, pero distinguida familia. Bajo felices augurios llegó a la vida aquel ser inocente, constituyéndose a poco en dueño del cariño de los suyos, grabando en su alma para siempre, las ternuras de sus padres, una huella de dulce bondad que conservaría hasta su muerte. Ese pueblo, el Baní de la leyenda y el ensueño, ignoraba que la infancia de un grande hombre se desenvolvía apacible en el marco milagroso de belleza, con que la naturaleza rodeó al valle de Peravia. Máximo Gómez, que así era el nombre del alegre infante, crecía feliz, circundado de una atmósfera de pureza, y frente al ejemplo de acrisolada virtud con que sus padres enaltecían la dicha de su hogar. Su maestro, que lo fue el cura Andrés Rosón, inició a Máximo Gómez en el secreto de las letras. De inteligencia clara y vivaz, Gómez no pudo ser un estudiante consagrado, pues en aquel tiempo las más rudimentarias nociones del conocimiento, bastaban para colmar las más desmedidas aspiraciones de saber, por imposición del medio sin estímulos. Ocho años contaba cuando el trabucazo de Mella en la noche memorable del 27 de febrero alumbró el nacimiento de la *

Artículo inédito escrito hace unos cincuenta años.

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república. Y durante la larga brega de la libertad, Máximo Gómez pudo prestar sus servicios a la Patria, sino en las postrimerías de las invasiones haitianas, en el 1855, cuando Soulouque avanzaba triunfante para uncir la patria de Duarte al yugo de ominosa servidumbre. Frisaba en los 19 años cuando se enroló al heroico batallón bani1ejo, para correr a la defensa de la sagrada causa nacional. Con el grado de sargento asistió a la gloriosa batalla de Santomé, donde Cabral rubricó definitivamente la Independencia Nacional. Bajo el filo de los machetes vengadores, el ejército haitiano se desbandó impotente. Máximo Gómez ganó sobre el campo de batalla el grado de alférez, como premio a su valor demostrado en la brillante carga de las huestes banilejas, que decidieron con su empuje formidable el resultado final de la contienda. Desde entonces quedó Máximo Gómez ligado a la carrera de las armas. Adolescente aún, su valor sereno era ya tema de muchas conversaciones. En las guarniciones militares del sur prestó servicios durante algunos meses, regresando a su pueblo por la gravedad de su anciano padre, que lo llamaba desde su lecho de muerte. Máximo Gómez fue desde su infancia un modelo de carácter, respetuoso siempre y ajeno a los vicios que minan la salud y la moral de muchos hombres. Muerto su padre, quedó él como único sostén de su familia, integrada por su anciana madre y sus hermanas solteras. 24 años y 4 meses contaba el alférez Máximo Gómez, cuando la anexión de la república a la monarquía española, sacudió poderosamente la conciencia nacional. En Baní tuvo la protesta su lengua de fuego en la heroína Canela Mota, mujer insuperable que clamó vigorosamente contra el hecho nefasto, incitando a los hombres a la acción reparadora. Pero Baní, es necesario afirmarlo, no fue de los pueblos que se distinguieron por su antiespañolismo. Formado este pueblo por familias canarias en su mayoría, la confraternidad se impuso en poco tiempo entre la ciudadanía y las tropas ocupantes. Y cuando el movimiento restaurador de Capotillo, Baní, como casi todos los pueblos del sur, permaneció tranquilo y en espera. Pero ya el 6 de noviembre del mismo año, el coronel

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don José Valera y Álvarez, efectuó el pronunciamiento de la común de Baní, aunque más tarde daría la espalda a la Restauración para enrolarse en las filas españolas, llegando a alcanzar en la guerra de Cuba, los grados de teniente general y mariscal de campo. Hondas perturbaciones obligaron después a numerosos militares banilejos a negar como Valera, su concurso a la causa de la Restauración nacional. Sucedió que el general Pedro Antonio Casimiro, delegado revolucionario en el sur del gobierno provisional de Santiago, había hecho reducir a prisión a los valerosos oficiales Modesto Díaz, Luis Marcano, José Valera y Álvarez, Demetrio Álvarez y otros más, acusándolos de estar fomentando un movimiento reaccionario, cuando ellos habían sido brazos y cerebros del levantamiento de estas regiones. Pero el general Gregorio Luperón, el caballero sin miedo y sin tacha, incorporó a sus filas estos oficiales, cuando venía para estas regiones en servicio del gobierno revolucionario, y a quienes encontró por el Bonao, remitidos en calidad de prisioneros por el general Casimiro. La revolución restauradora se encontraba completamente desprestigiada en el sur, porque los jefes que allí actuaban se ejercitaban únicamente en el pillaje. Luperón dio vida al movimiento, imponiendo con su presencia orden y respeto a las tropas desmanteladas, aunque no pudo librar combates decisivos dado el poco espíritu de cooperación de los demás jefes insurrectos. Su situación era dramática en Baní y San Cristóbal, urgiendo al feroz general Florentino el envío de tropas con que aplastar las huestes españolas que operaban en esa línea. Poco después, Florentino avanza con sus fuerzas hasta Baní, enemistado ya con Luperón, por la escapatoria de Díaz, Álvarez y Valera, que él consideraba obra del bizarro general cibaeño. Lo hace preso para ejecutarlo según instrucciones recibidas del Cibao, escapándose Luperón de la muerte, tal vez por su inmenso prestigio, optando Florentino por remitido preso a Santiago. Máximo Gómez tenía para esta época algo menos de 27 años. Fue en ese tiempo, que su vida tomó por los azares del destino, un rumbo trascendental.

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Florentino había hecho domiciliar sus tropas –alrededor de tres mil hombres– en los pequeños cuarteles y el resto en las casas de familia. El hogar de Máximo Gómez fue ocupado por más de veinte soldados, teniendo su madre y sus hermanas que huir como todas las familias banilejas a los campos más ocultos para salvar siquiera la vida. Máximo Gómez no era hombre de arredrarse ante la fuerza. Ni corto ni perezoso se dirigió al cuartel general a exponer su queja de tan incalificable proceder, al mismo tiempo que ofrecía sus servicios militares a Florentino. Allí mismo fue hecho prisionero para ser ejecutado al día siguiente. El destino no le había marcado aún su última hora, y esa misma noche escapó, escondiéndolo sigilosamente el padre Rosón, uno de los pocos habitantes del lugar que no había corrido a ocultarse. Los parientes de Máximo Gómez fueron perseguidos, muriendo asesinados tres de ellos por órdenes del insaciable Florentino. Ya las tropas españolas, al mando del general La Gándara y del general Eusebio Puello, avanzaban victoriosas sin encontrar resistencia, como en los días en que Luperón les cerraba el paso vigorosamente. Las tropas colecticias del general Florentino fueron deshechas en el camino de San Cristóbal a Baní, huyendo, como dice el historiador Rodriguez Objío, ‘‘ese hombre nefasto, al primer revés, desde las orillas de Haina, hasta las márgenes del Artibonito’’. En su huida, Florentino dejó una estela de sangre y de horrores. Rivalizó en crueldad con las hordas de Dessalines, sumiendo en el dolor innumerables familias que vieron caer, como los Mota, tres hijos fusilados. El pueblo de Baní fue pasto de las llamas incenciado por la soldadesca de Florentino, cuando partían para las regiones fronterizas, llevándose para asesinar en su ruta la flor y nata de sus hombres. Cuando el general La Gándara cruzaba por el poblado de Paya, se le juntaron los fugitivos banilejos: Máximo Gómez, Francisco J. Heredia, y otros, para secundar resueltamente el avance de las fuerzas españolas. Ese día, 18 de noviembre de 1863, entraron las tropas españolas a Baní que era ya un mar de fuego.

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En esa fecha, en la cual queda Máximo Gómez ligado a la causa española por circunstancias superiores a su voluntad, cumplía el futuro grande hombre 27 años. La naturaleza moral de Máximo Gómez le reprochaba íntimamente que prosiguiera la lucha contra los restauradores, y optó por servir la secretaría de la comandancia militar de San José de Ocoa, la cual desempeñaba el coronel Francisco J. Heredia. La causa nacional continuaba triunfante y España había resuelto la desocupación del país. Todos los individuos que estuvieron de alguna manera comprometidos con las autoridades españolas, podrían seguir el éxodo de las tropas a las vecinas posesiones españolas o, según los deseos, a las colonias de África. El 11 de julio de 1865, partía Máximo Gómez en el vapor “Pizarro” para la isla de Cuba, cuya tierra pisaría por primera vez el día 13, con el grado de comandante de las reservas dominicanas. ‘‘Y me encontré de improviso en la Isla de Cuba, a manera de un poco de materia inerte que lejos de su centro arrojan las furiosas explosiones volcánicas’’, dice el ya general Máximo Gómez, en sus notas autobiográficas, escritas en el año 1894. Máximo Gómez llegó a Cuba en momentos decisivos y solemnes para la antilla hermana. El pensamiento revolucionario de Céspedes y Aguilera, comenzaba a ganar terreno en el ánimo popular. Y las juntas revolucionarias ensanchaban su radio de acción hasta penetrar en la masa de los hombres rurales. Y esas fuerzas misteriosas que guían los pasos del hombre por la vida, y que trazan el rumbo de la historia, llevaron a Máximo Gómez al mismo foco de los acontecimientos, como si conocieran el alto destino que le tenía reservado la Gloria. Aquel hombre humilde, pero altivo, sentía hervir en su pecho la sagrada pasión de la libertad. Y frente a los desmanes de que eran víctimas sus paisanos, elevó vigorosa protesta al teniente general Villar, que cayó como todas en el vacío. Desde ese momento rompió todos sus nexos con las autoridades españolas, renunciando su puesto de comandante de las reservas. Máximo Gómez se radicó en el “Dátil” con su familia, dedicado a las faenas agrícolas. Su poderoso magnetismo personal lo rodeó bien pronto de amigos influyentes, iniciándose a poco en los secretos de la revolución cubana, por intermedio de don

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Eduardo Bertot y Miniet, jefe de ese cantón según las subdivisiones revolucionarias. Y el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes anunció al mundo desde su ingenio de “La Damajagua”, que Cuba se aprestaba a la conquista de la libertad, dando comienzo a la más formidable epopeya libertadora, en una guerra sin precedentes en los anales de las guerras de independencia americanas. En esos momentos supremos Máximo Gómez no se encontraba allí; pero otro banilejo insigne, el general Luis Marcano, salvó con su pericia militar de veterano, la revolución cubana después del desastre del ataque a Yara. Seis días después de los sucesos de “La Damajagua”, Máximo Gómez se encontraba en campaña, en plena actividad bélica, con el modesto título de sargento primero con que José Joaquín Palma lo invistiera en esos momentos apremiantes. Coincidencia notable es ésta, en que Máximo Gómez inicia fulgurante carrera militar en Cuba con el mismo grado con que recibió su bautismo de fuego en la portentosa contienda de Santomé. Sus grandes cualidades de organizador militar, lo hicieron figurar bien pronto en primera fila, como segundo del general Donato Mármol, jefe del ejército de oriente. En Los Pinos de Baire inició a los cubanos en el uso del machete, destrozando la columna del coronel Quiroz. El historiador Pirala refiere que en esta acción los cañones de las carabinas eran cortados de un solo tajo. De ahí en adelante, el alfanje de Máximo Gómez escribirá bajo el cielo luminoso de Cuba, las más estupendas hazañas del heroísmo. Diez años de acciones portentosas lo hubieran unido con el beso de la gloria aunque el Dios tutelar de América no hubiera reservado su brazo para terminar la mitológica contienda de la libertad de Cuba. ‘‘Durante esta década guerrera, jamás el sol de Cuba me calentó un día fuera del campamento o del campo de batalla’’, escribió Máximo Gómez. Su brazo no supo de fatigas, y en los más feroces encuentros, su figura, erecta bajo el plomo enemigo, era como un índice supremo, que marcaba a las gloriosas huestes mambisas, la ruta del triunfo de la gloria. El gran caudillo dio altas pruebas de grandeza cívica en esos instantes conflictivos, que rubricaría después al final de la lucha emancipadora.

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Temeroso tal vez Céspedes de su creciente prestigio, lo depuso del mando por un motivo banal en el año 1872, para llamarlo nuevamente a llenar el hueco inmenso dejado en las filas libertadoras, por la trágica caída del insuperable Agramonte, sobre la tierra estremecida de Jimaguayú. Al mando de estas tropas aguerridas, su genio militar culminó gloriosamente. “Palo Seco, Naranjo, Moja-Casabe y Las Guásimas” fueron sitios donde el heroísmo cubano y la destreza militar de Máximo Gómez, hicieron abrir los ojos a España, para ver que los legionarios insurrectos no eran hordas salvajes y sin rumbo. Como un centauro fabuloso, cruzó bajo el fuego de los fuertes enemigos, recibiendo un balazo en la garganta cuando gritaba: ¡Viva Cuba Libre! en aquel memorable amanecer de gloria. Así enronquecido, refirió después Ramón Roa, echando sangre a borbotones por la boca, imperativo mandaba a su cometa de órdenes tocar Marcha a la Bandera; y desde ese instante el territorio de las Villas se encontró bajo los cascos de su caballo, que soterraron en el polvo del fracaso los planes del General Concha. Máximo Gómez fatigó, burló y venció con su pericia, más de 22 columnas enemigas lanzadas en su alcance. La tea marcaba por los cuatro puntos cardinales su avance triunfal, levantando el espíritu revolucionario en aquel pacificado territorio. La labor extraordinaria de Máximo Gómez no dio todos sus frutos, porque el ejército libertador estaba minado por las disenciones intestinas, malogrando todos los propósitos los frecuentes motines militares. La revolución se estancó inevitablemente hasta caer en el pacto del Zanjón. La vida de nuestro héroe fue, a partir de ese momento, una odisea de dolores y de desengaños, más terribles para él que todos los horrores y peligros de la guerra. Despreciando las cuantiosas ofertas de Martínez Campos, partió hacia las playas de Jamaica, donde mordería el pan amargo de la ingratitud humana y el pan negro de su miseria ostensible. A poco salió para la República de Honduras, donde la fraterna amistad de José Joaquín Palma, el poeta de Bayamo, le

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había obtenido un puesto brillante en el Ejército. Muy cómodo y seguro allí, nuevos planes revolucionarios lo lanzaron a la vida incierta de las conspiraciones, porque todo lo anteponía a la causa sacrosanta de Cuba. Ese nuevo movimiento, en el cual figuraban como cabezas visibles él y el titánico general Maceo, lo llevó con su errante familia a Nueva Orleans. Todo, fatalmente, había de caer en el fracaso. Y él mismo, encarcelado en Santo Domingo cuando vino a procurar el armamento de la revuelta conservado aquí por el gobierno. De aquí, libre ya, encaminó sus pasos a Jamaica, de donde seguiría para el canal de Panamá, en busca de trabajo para ganar el sustento de su familia. Largos días de privaciones pasó allí el invicto caudillo de “Palo Seco”, viniendo a refugiarse en las postrimerías del año 1887 en la histórica ciudad de Montecristi, disipados ya los recelos políticos del general Heureaux, instigador de su prisión en 1886. En Montecristi serenó un poco el viejo guerrero, modelando un hogar lineamientos espartanos, a fuerza de su trabajo honrado, y en la amorosa compañía de su esposa, la heroína Manana, mujer indómita que arrostró los más rudos años de la década sangrienta, junto al indómito vencedor de “Las Guásimas”. Pronto llegaron a la serenidad austera de su hogar, los rumores del entusiasmo que había despertado, en la conciencia continental, la prédica maravillosa de Marti. José Martí era como el Mesías esperado para iniciar nuevamente la lucha. Al influjo de su poderosa elocuencia; de la pureza de su vida ejemplar, todos los elementos dispersos se apretaron en un sólo haz indestructible, en torno a esa bandera de esperanza desplegada a los vientos de la libertad y la justicia. Máximo Gómez y José Martí estaban enemistados y los veteranos esperaban la actitud de aquél, porque todos lo indicaban como el insustituible jefe de aquella decisiva brega por la libertad. Y Martí tocó a las puertas de su corazón: yo invito a Ud., –le escribió Apóstol– sin temor a negativa a este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración para ofrecerle que el placer del sacrificio y la ingratitud

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probable de los hombres. Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios, y yo vengo confiado a rogar a Ud., que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada, la fortuna que les está levantando con su valor, para ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de la muerte; vengo a pedirle que cambie el orgullo de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la revolución y las amarguras de la vida consagrada al servicio de los hombres. Máximo Gómez no podía ser remiso en esta ocasión solemne en que Martí, encarnación gloriosa del sentimiento de la libertad, lo llamaba como el gladiador invencible, para que vistiera los marciales arreos, y volara a continuar la obra empezada en el macheteo feroz de Los Pinos de Baire. Y allí, en su hogar tibio y cariñoso, fueron ultimados los planes fundamentales del movimiento. Martí saldría en una última gira de propaganda y organización, mientras Máximo Gómez se comunicaría con sus viejos oficiales, para que se mantuvieran alertas al grito estentóreo de ¡Viva Cuba Libre! que surgiría de las entrañas de la isla de Cuba. El destino quiso tentar el valor de estos hombres y en vísperas de zarpar las diversas expediciones, todo es descubierto, perdiéndose irremediablemente en unas horas, el fruto de largos años de sufrimientos y de sacrificios. Martí acudió presuroso a Santo Domingo, para resolver con Máximo Gómez aquella terrible situación. ‘‘El general Gómez –dice el historiador Gerardo Castellanos– es el alma hercúlea de estas horas angustiosas’’. Y el primero de abril del año 1895, surcaban las ondas del océano, en un débil esquife, seis hombres que llevaban la misión de fundir los hierros en la servidumbre en que gemía un pueblo. El ritmo impetuoso de esos seis corazones, era acelerado por el más noble de los ideales humanos: la libertad. El día 11 de abril, frente a la más formidable interrogación de lo desconocido, desembarcaron en playitas, aquellos seis argonautas del ideal.

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Máximo Gómez fue investido con el grado de generalísimo y el primer núcleo de sus fuerzas lo integraban aquellos cinco paladines: José Martí, Ángel Guerra, César Salas, Francisco Borrero y Marcos del Rosario. A poco, en una jornada memorable, por lo infausta, cayó Martí de cara al sol; abonando con su sangre generosa, aquella tierra martirizada y esclava, como para fecundar la simiente arrojada por él en los surcos de la gloria. El golpe fue tremendo, y el viejo heroico, afrontó la realización de sus planes estupendos, sin el concurso de aquella mente esclarecida. Con veinte hombres de su escolta penetró el generalísimo a Camagüey, donde sentaban sus reales las fuerzas del general Martínez Campos. El plan de la invasión estaba en marcha, y el glorioso general Antonio Maceo se acercaba con el grueso de sus fuerzas, para combatir y vencer a aquel ejército de más de ciento cincuenta mil hombres, con que el general Martínez Campos sostenía en Cuba el secular poderío español. “Mal tiempo” fue el primer jalón de triunfos en aquella epopeya formidable, abriendo los machetes de Máximo Gómez y Maceo, grandes claros en las filas españolas. ‘‘Allí vieron los héroes –dijo Loynaz del Castillo– ejemplo arrebatador, destacando su marcial figura como un reto a la muerte entre una aureola de fuego, general entre los héroes’’. La guerra tiene proporciones colosales. Y España vaciaba sus cuarteles en la isla de Cuba. El generalísimo permanecería en la provincia de La Habana, mientras su lugarteniente, general Antonio Maceo, iniciaba la invasión de vuelta abajo. Durante 43 días fatigaría Máximo Gómez con su táctica, al poderoso ejército español en el mismo radio metropolitano, en tanto que Maceo llevaba casi libremente el peso de la guerra hasta el más apartado confín de la República. Aquel máximo movimiento estratégico derribó a Martínez Campos y salvó definitivamente la revolución. Todo regía en un mar de fuego. Cuba se había levantado como un solo hombre y España no cejaba ni un ápice en la lucha. El sanguinario general Valeriano Weyler asumió el mando en los [momentos] más rudos de la lucha, última esperanza del gobierno español.

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Maceo burla en increíble hazaña la trocha de Mariel y Máximo Gómez abre vigorosa campaña en la provincia de Matanzas. Los momentos son decisivos, porque Weyler daba los últimos toques a su famoso plan de ofensiva, lanzando cuarenta batallones para aplastar de un solo golpe las fuerzas insurrectas. Maceo, el titán de bronce, cae fulminado en Punta Brava y sobre él, el vástago inmortal del caudillo, Francisco Gómez Toro, como ‘“para que la sangre de Máximo Gómez, presente en su heroico hijo, corriera sobre su cuerpo inerte, y juntos el destino los uniera en la misma fecha y en la misma fosa’’. El generalísimo debía afrontar el choque formidable de Weyler, que avanzaba con un ejército como nunca había España enviado otro, a las tierras de América. Su genio militar fulguró entonces como en todos los momentos decisivos. Frente a aquella masa poderosa de atacantes, diseminó su ejército en ‘‘una red de emboscadas’’, defendiendo palmo a palmo el terreno y sangrando día y noche las extenuadas huestes españolas, incapaces ya de darle un golpe desastroso. El ejército de Weyler se esfumaba impotente, y la actividad bélica de Máximo Gómez lo abocaba a un desastre colosal. España, agotada en aquella estéril hemorragia, llamó a Weyler para enviar en su lugar al general Ramón Blanco, proponiendo la autonomía que Sagasta había decidido conceder a Cuba. Pero el sacrificio de Cuba era muy grande para no merecer la libertad y el ejército libertador de Cuba, reanudó sus luchas victoriosas, bajo el mando glorioso del ilustre banilejo. La voladura del Maine apresuró la muerte de la dominación española en la última de sus colonias irredentas en América. El 24 de febrero 1899, realizó Máximo Gómez su entrada triunfal a la ciudad de La Habana, a la cabeza de sus tropas victoriosas. Él fue sin disputa el más brillante estratega de las guerras de Cuba, reconocido por los mismos generales españoles, que tantas veces les hizo morder el polvo de las derrotas. Civilista sin dobleces, Máximo Gómez abrillantó sus páginas de servicios heroicos, con el supremo desinterés que demostró a la hora de la paz, paz que tuvo en él un sostén único,

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guiando la opinión pública cubana por la senda de la cordura y la organización. ¡Loado sea su nombre! Él figura ya entre los egregios libertadores de América. Su recuerdo sirva de estímulo a los hombres del presente, para que la virtud ocupe un puesto preeminente en la vida de [las islas de] Cuba y Santo Domingo, unidas para siempre por los vínculos indisolubles de la sangre. L. D., 9 de noviembre de 1986, p. 4.

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El 18 de noviembre de 1836 nació en la villa de Baní Máximo Gómez y Báez, hijo de Andrés Gómez y Guerrero y de Clemencia Báez y Pérez, personas de alguna importancia en la humilde aldea que era sin duda la villa de Peravia en aquellos tiempos. La infancia de Máximo Gómez discurre como la de todos los seres humanos entre los mimos de una familia numerosa, pues era el último hijo varón de la nutrida familia Gómez Báez. Fue su padrino y también maestro de primeras letras, el cura del lugar don Andrés Rosón, sacerdote de gran importancia en su tiempo, que fue párroco de Baní por casi 40 años. La fecha de nacimiento de Máximo Gómez, no precisada aún en forma absoluta, indica que vino a la vida en lo más cerrado de la noche de la dominación haitiana. El padre Rosón intentó que Máximo Gómez siguiera la carrera eclesiástica, pero su vocación de guerrero lo guió ciega y directamente a la carrera de las armas, donde llegaría a brillar como estrella de primera magnitud. También Máximo Gómez ejerció de manera discreta las funciones de maestro de escuela, aliado de Sosota Bobadilla y hasta hace algunos años vivió en Baní uno que fue su discípulo, don José Ramón Landestoy y Bobadilla, muerto a la edad de 104 años y quien contaba anécdotas pintorescas de su bizarro maestro. *

Texto del discurso pronunciado el día 20 de agosto de 1972 en la inauguración de la estatua de Máximo Gómez, en la ciudad de Santo Domingo. 149

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La primera función de armas en que toma parte Máximo Gómez fue la batalla de Santomé, el 22 de diciembre de 1855, última campaña de las invasiones haitianas al territorio dominicano. Esa gloriosa acción de armas, en la cual fulguró la espada siempre victoriosa del general José María Cabral, contó con la intervención decisiva del batallón banilejo, el cual en contramarcha violenta, reclamado por el general Cabral, cuando ese cuerpo se dirigía en auxilio de las fuerzas del general Francisco Sosa, en Neiba, llegó a tiempo a la sabana de Santomé para inclinar la suerte de la batalla pavorosa a favor de la causa dominicana. Máximo Gómez era sargento de la guardia de la bandera y es histórico que el abanderado banilejo, capitán Hipólito Caro, planteó en triunfal carrera, seguido de la escolta, en medio de las huestes haitianas, la bandera de Febrero, arrastrando al ejército en un sublime empuje victorioso. Máximo Gómez ganó entonces, por su agresividad con el machete libertador, las insignias de subteniente. Ese ejército dominicano, victorioso contra Soulouque, estaba dirigido por el presidente de la República y comandante supremo, general Pedro Santana, que arrastraría pocos años después a la inmensa mayoría de sus subordinados a la empresa sin gloria de la anexión a España. Cuando se produce en marzo de 1861 ese doloroso acontecimiento político, Máximo Gómez se encontraba fuera de las filas, atendiendo a su madre ya viuda, y a sus hermanas solteras. La guerra de la Restauración nacional, iniciada dos años después en la región del Cibao, tuvo en ciertas zonas, el carácter de guerra civil. Baní sufrió las alternativas de la guerra, y el episodio más cruento lo protagonizó el general Pedro Florentino, jefe de las fuerzas insurrectas, que después de su derrota en el Guanal de Paya, incendió la villa de Baní, mientras apresaba, y ejecutaba, a varios banilejos. Entre las víctimas de este feroz soldado se encuentran el coronel Rudecindo Pimentel, casado con una hermana de Máximo Gómez y sus tres hijos, Jesús María, Plácido y Andrés, sobrinos de Máximo Gómez. Esto explica en parte la conducta de Máximo Gómez al lado de las fuerzas españolas, y su salida del país acompañando a las

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banderas de Castilla en derrota junto con su madre y dos hermanas solteras, en su viaje a la isla de Cuba, donde fijó su residencia. Junto con él abandonó su patria un nutrido grupo de oficiales dominicanos, que habían ligado su destino a las armas españolas y que hicieron historia en la gloriosa epopeya de la libertad de Cuba. Máximo Gómez no fue jamás un soldado mercenario que pone su espada al servicio de una causa ajena, por afanes de lucro o de lauros. Estudiando su conducta en la guerra, en la paz, o en el exilio, resalta siempre su inmensa capacidad de sacrificio, virtud de las almas grandes, y su profunda devoción a los ideales y principios que exaltan la personalidad humana. Cuando Máximo Gómez llega a Cuba, la isla bullía en un estado de prosperidad económica, aunque sumida bajo la coyunda de un sistema colonial que había sido barrido por el fuego de todo el continente americano. La situación social de la Perla de las Antillas, apareció más sombría a los ojos de Máximo Gómez, cuando observó el despiadado régimen de la esclavitud, inexistente en Santo Domingo para esos tiempos. Las crueles condiciones de explotación a que estaba sometida la raza negra en la isla de Cuba, hirieron sus fibras sentimentales en forma dolorosa. Cuando contempló la crueldad del castigo a que era sometido un esclavo, decidió en el fondo de su corazón luchar contra aquel régimen por todas las vías a su alcance. El mejor medio fue acercarse a los patriotas cubanos, que organizaban en la clandestinidad la acción encaminada a libertar a su tierra amada e irredenta. La senda que llevó a Máximo Gómez hasta el seno de la revolución cubana es bien conocida. La gran contienda que iba a dar diez años de verdadera epopeya del heroísmo se inició el 10 de octubre de 1868 cuando Carlos Manuel de Céspedes, prócer y mártir del patriotismo dio el grito de Yara, después de proclamar la libertad de sus esclavos en el ingenio de “La Demajagua”. En el vértigo de estos acontecimientos se destaca en primera fila otro militar banilejo, el general Luis Marcano y Álvarez, que fue el primer jefe del ejército insurrecto. Este soldado, veterano de las guerras de Santo Domingo, junto con sus hermanos Félix

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y Francisco, fue un factor de gran importancia, por su experiencia y valentía, aliado de Céspedes, quien era un desconocedor absoluto del arte de la guerra. El director de las operaciones sobre la ciudad de Bayamo fue el general Marcano. Allí aparece Máximo Gómez con el rango de sargento mayor que le había otorgado el poeta José Joaquín Palma; Céspedes envía a Gómez al cuartel del general Donato Mármol, quien lo acepta con displicencia, y le encarga dirigir la vanguardia que debe enfrentarse al coronel Quiroz, que avanzaba con denuedo a batirse con los insurrectos. Los doscientos hombres que se pusieron bajo sus órdenes estaban prácticamente desarmados, pero contaban con los machetes de trabajo, y les sobraba coraje. Organizó las emboscadas a las fuerzas españolas e instruyó a esos hombres para que no hicieran ni un solo disparo, ni se levantaran hasta que él, en persona, saltara el camino y gritara Al machete. Este acontecimiento memorable tiene lugar en la Venta del Pino, en las cercanías de Baire. La sangrienta acción se libra como la planeó Máximo Gómez, a puro filo de machete que rindieron sobre el polvo ensangrentado a más de doscientos hombres, salvándose Quiroz en la violenta retirada. Esa acción fue el primer timbre militar del naciente caudillo. Poco después fue ascendido a general. Su estrella rutilante de guerrero comenzaba el ascenso que lo llevaría a las cimas de la inmortalidad. La situación en el campo cubano no era favorable, por la falta de armamentos y de organización militar, así como por las rencillas políticas que afloraron inmediatamente en torno a Carlos Manuel de Céspedes, jefe supremo, civil y militar de la revolución. Sobre todos ellos, descargó como un alud el segundo cabo, general Blas Villate, conde de Valmaceda, cruel y sanguinario, decidido a ahogar en sangre el movimiento libertador. Valmaceda destruyó a orillas del río Cauto, el más caudaloso de Cuba, las tropas colecticias de Donato Mármol, causándole dos mil bajas en una verdadera hecatombe que llenó de horror a todos los combatientes cubanos. En esa acción ni Máximo Gómez ni Marcano se encontraban a su lado. La tea de Valmaceda iba reduciendo a cenizas toda la región, mientras los convencionales de Guáimaro redactaban y aprobaban una Constitución política.

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Máximo Gómez se aferró entonces a la zona de Jiguani, especialmente en Charco Redondo donde se dedicó a moldear con energía implacable un ejército capaz de medirse con las fuerzas españolas. De Jiguani era nativa la familia Toro Pelegrín, que dio a la causa de Cuba seis hermanos que perecieron en los combates que sin descanso libraba Gómez. Una mujer de esta raza, Bernarda Toro y Pelegrín, belleza criolla de singular coraje y entereza moral, contrajo matrimonio con Máximo Gómez, en medio del estruendo de la guerra y el resplandor impresionante de los incendios. Valmaceda, satisfecho de su obra exterminadora, publicó en el año 1870 una proclama para afirmar la pacificación del oriente cubano. ‘‘En las jurisdicciones de Holguín y de Guantánamo reina una paz envidiable’’ –dijo el soldado español. Máximo Gómez le respondió con una campaña fulminante, atacando y destruyendo cafetales e ingenios, llevando por su parte la tea revolucionaria a los centros de producción de donde se nutrían las arcas del gobierno colonial. En el periódico La Revolución, que se editaba en Nueva York, se publicó que ‘‘el Estado de Oriente, donde se había apagado, bajo sus propias cenizas, las últimas llamas de la hoguera revolucionaria, al decir de los españoles, se levanta otra vez, viril y robustecida la voz de Máximo Gómez’’. El famoso asalto a La Socapa, el día en que Valmaceda ordenó cantar un Tedeum por la pacificación lograda, y la posterior invasión de la zona de Guantánamo poderosamente defendida y donde redujo a cenizas poblaciones, ingenios y cafetales, llenó de gloria a Máximo Gómez, y a sus fuerzas, en las que figuraban soldados invencibles como Antonio y José Maceo, Flor Crombet, Enrique Collazo y otros. Los detalles minuciosos de esa campaña son imposibles de seguir en esta ocasión. Pero sí es oportuno señalar, sin lugar a exageraciones, que la guerra de Independencia de Cuba es tal vez una epopeya militar que causa asombro en los que estudian su desarrollo en la década que se inicia ello de octubre de 1868 y en las fulgurantes campañas de 95. El genio militar de Máximo Gómez le permitió ser el conductor de aquella guerra, y forjador de un ejército valeroso y disciplinado, con las mesnadas que el propio vaivén de la contienda arrojaba al campo de la insurrección inextinguible.

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La condición de extranjero de Máximo Gómez, le causó de tiempo en tiempo amarguras que no mellaron su voluntad inquebrantable. Aquellos soldados que le siguieron electrizados por su don de mando, sufrieron en carne viva y en su alma de patriotas, las rudezas imperiosas del carácter de aquel hombre extraordinario que no estaba moldeado para resistir la más ligera violación a sus órdenes. Cuantos estuvieron al alcance de su verbo ordenancista necesitaban muchas veces sobreponerse en aras del patriotismo, para no odiarlo. Con el fragor de la lucha llegaron a amarlo. El rigor verdaderamente implacable de Máximo Gómez, solo tenía un límite en los niños, los ancianos y las mujeres. Ejemplo de su férrea disciplina, fue el fusilamiento del general Roberto Bermúdez, héroe de la revolución, desdoblado en carnicero o fiera sanguinaria, tanto con españoles como con cubanos. Pero en su alma de soldado latía siempre una gran ternura. Su vida del hogar, el amor a sus hijos, su fervor por los héroes que le acompañaban, cuajaron en páginas admirables, surgidas de su pluma de autodidacta sobresaliente. Gómez, además de imponer la disciplina más severa, sabía también atacarla. Diferencias con el gobierno presidido por Carlos Manuel de Céspedes, provocaron su destitución del mando de la división de Cuba. El 8 de junio de 1872 entrega el mando al general Antonio Maceo, y se dirige a la Sierra con doce hombres de su escolta a quienes él califica de “Los doce apóstoles”, en su lenguaje pintoresco. Tanto el general Masó como Calixto García le brindaron su apoyo en estas horas amargas de su vida. Una dolorosa desgracia en las filas libertadoras, la muerte de Bayardo cubano Ignacio Agramonte, ocurrida en la acción de Jimaguayú, propició su reconciliación con Céspedes. Agramonte, una de las figuras más puras de esta contienda patriótica, era el jefe insustituible de los camagüeyanos, flor de los guerreros libertadores. Gómez, designado para sustituirlo, iba a entrar de lleno en las estupendas operaciones de las fuerzas de caballería, arma entonces de gran importancia y de difícil manejo, para quien no fuera verdaderamente un genio de la guerra. El glorioso soldado dijo al asumir el mando de las huestes aguerridas de Agramonte: ‘‘éste es un violín bien templado, que yo, músico hábil sabré tocar’’.

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Como un torbellino, para despertar a todos esos hombres del estupor que le produjo la pérdida de su amado caudillo, Máximo Gómez se lanzó a una serie de operaciones sin ejemplo en esa guerra implacable. Bajo sus órdenes, la caballería camagüeyana realizó hazañas que hicieron petrificar las fuerzas españolas, destrozadas continuamente por las cargas al machete, sangriento y aterrador para cualquier soldado, por valeroso que fuese. Una de las acciones guerreras más importantes de esa campaña fue el combate de Palo Seco, más bien ejecución en masa de una columna española. Este encuentro memorable, librado en una sabana larga y estrecha, fue una hecatombe sin precedente. El formidable encuentro se inició con la vanguardia camagüeyana, al mando de Baldomero Rodríguez. Cuando entró al escenario la caballería de Gómez, con los machetes en alto, en busca de los adversarios, se produce en quince minutos una de las más feroces escenas de la liberación de los pueblos de América –507 soldados, de la columna de Vílchez, cayeron para siempre. No hubo heridos porque la matanza fue al detalle. Máximo Gómez, desdoblado en estratega y político, comprendió perfectamente que la guerra limitada a oriente y el Camagüey no afectaba vitalmente el poder español. Concibió la idea de arrasar las fuentes de la economía colonial, y llevar el ardor de los combates a las tierras del occidente cubano. La tea sería su mejor aliado. Y lo cumpliría. Una serie de operaciones va señalando el desarrollo de los planes de Gómez, que en cierto modo había sufrido modificaciones por el espíritu localista de algunos generales. La mayor empresa de armas de ese año fue la batalla de Las Guásimas de Machado, que duró cinco días de sangrientos ataques a las sitiadas fuerzas del brigadier Armiñan. Acontecimientos posteriores demoraron la empresa invasora, hasta que en los primeros días del año 1875 se puso en marcha el ejército cubano, sin el consentimiento del gobierno que encabezaba para esa fecha Salvador Cisneros Betancourt. Cuba es una isla larga y estrecha, y en su cintura de avispa las fuerzas españolas habían construido la famosa Trocha del Júcaro

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a Morón, llena de fortines, de alambradas, de fosos y trampas, para establecer un aislamiento incontaminado, adonde no llegara el furor de la guerra. La noche del cinco de enero se inició el paso de la Trocha, y al amanecer del día seis, la baja más importante de las fuerzas cubanas es el propio general Máximo Gómez, traspasada la garganta de un balazo disparado desde el fuerte “Catorce y medio”. Fue su primera herida de la guerra y cabalgaba sobre su caballo nombrado Cinco por los balazos recibidos en combates anteriores. El acontecimiento, vívidamente relatado por Ramón Roa, estremeció las filas cubanas. ‘‘Así, enronquecido, dice Roa, echando sangre a borbotones por la boca, imperativo manda a su cometa, dé órdenes tocar ‘La Marcha de la Bandera’”. Cuatro o cinco días después estaba sobre el lomo de su caballo de guerra, para convertir la región de Santa Clara ‘‘en una cenefa roja’’. Como un remolino, aquellas fuerzas aplastaron y acuchillaron guarniciones enteras, no obstante los 22 batallones que lanzó el general Concha a los combates. Durante 46 días las fuerzas cubanas realizaron proezas y prodigios bajo el mando de su valeroso comandante en jefe. Sin embargo, los asuntos políticos no marchaban satisfactoriamente, y la sublevación militar de Vicente García en las Lagunas de Varona, produjo un colapso que inclinó la marcha de la guerra por una pendiente desastrosa. La necesidad de que Gómez acudiera en persona en auxilio del gobierno, provocó desastres militares que no pudieron ser superados más tarde. El viacrucis de la revolución, con asonadas y motines culminó con la Paz del Zanjón, en febrero de 1878. El general Antonio Maceo, héroe sin par y patriota abnegado, se mostró contrario a la cesación de las hostilidades, y entonces se produce lo que se conoce en la historia de la independencia de Cuba como la protesta de Baraguá. Gómez abandonó a Cuba y se dirigió a la isla de Jamaica, donde se reunió con su familia. Pobre y envejecido sufrió allí lo indecible, pero su carácter hecho para las grandes desventuras, lo mantuvo en pie, con la dignidad de un héroe antiguo, aunque como él escribió más tarde ‘‘sin patria, sin hogar, ni amigos’’.

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Acosado por la maledicencia de algunos cubanos que allí vivían, Máximo Gómez escribió su famoso folleto “El Convenio Zanjón”, que iluminó con claridad meridiana aquel acontecimiento memorable. Escritor de ideas fáciles, pero elevadas, no descansará un momento su pluma. Su folleto El Viejo Eduá, o mi último asistente es un modelo de ternura y humanidad cálida y cordial. Aquel hombre, acostumbrado a las feroces cargas al machete, se sumió en la soledad de su infortunio para transfigurarse en un ejemplar extraordinario de la especie humana. La cultura rudimentaria que recibió en Baní de labios del cura Andrés Rosón, se había sublimado por el estudio asiduo de la historia, maestra de los grandes hombres, hasta convertirlo en un héroe de la pluma y de la espada. Un estudioso de la vida de Máximo Gómez, un fervoroso cultor de su gloria inmarcesible, Joaquín Balaguer, escribió hace 25 años lo siguiente: Acaso fue Máximo Gómez el primer genio nacido en suelo dominicano: puede afirmarse sin vacilación alguna que la vida creó, para que este hombre naciera, un molde nuevo; un molde semejante a aquél en que de tarde en tarde son fundidas las naturalezas desmesuradas. Su vida itinerante lo llevó a Honduras, invitado por el presidente de la República, Marcos Aurelio Soto, arrastrado por nadie menos que aquel poeta, José Joaquín Palma, quien diez años antes, en los campos de Cuba, le había impuesto la insignia de sargento. Ahora le traía la de general de división del ejército hondureño. Largo sería el recuento de los hechos que jalonan la vida de Máximo Gómez hasta los albores de la nueva y decisiva contienda que encendería en una hoguera gigantesca la tierra cubana. Lo encontraremos, pues, en Montecristi, dedicado a las duras faenas del campo por Laguna Salada, pero atento siempre a los latidos generosos del corazón del cubano, que se preparaba a un nuevo holocausto.

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Un hombre generoso y extraordinario, ejemplo sobresaliente de talento, dignidad y valor, se acercó a él para requerirle que se incorporara de nuevo a los combates para dar remate feliz a la empresa de la libertad de Cuba. José Martí, poeta y orador portentoso, vida bullente de energías creadores, llegó un día a Montecristi a soliviantar el ánimo del viejo guerrero. Ambas grandezas se fundieron en un ideal común, cuya concreción excelsa es el Manifiesto de Montecristi, firmado por el apóstol y el generalísimo, en cuyas cláusulas enérgicas se plasma el ideario de la guerra se iba a iniciar. José Martí le había dicho, en carta memorable, cuando solicitó el concurso de su brazo y de su mente para dirigir la guerra, lo siguiente: Yo ofrezco a Ud., sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres. Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios; y yo vengo confiado a pedir a Ud. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo, para ayudar a Cuba a reconquistar su libertad, con riesgo de la muerte; vengo a pedirle que cambie el orgullo de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la revolución, y la amargura de la vida consagrada al servicio de los hombres. Los planes estratégicos concebidos por Máximo Gómez, para organizar diversos desembarcos en Cuba, no iban a dar sus frutos sazonados, por diversos azares, y también por la profunda división del exilio cubano, no obstante los frenéticos esfuerzos de Martí para forjar una monolítica unidad de acción. El fracaso del ‘‘Plan de Fernandina’’, cuando tres barcos cargados de armas, con destino a Cuba fueron capturados por las autoridades americanas, estuvo a punto de hundir para siempre tantos sueños de gloria. Presa de la desesperación más absoluta, volvió Martí a Montecristi para estudiar con Gómez los acontecimientos.

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El Grito de Baire, 24 de febrero de 1895, fue una verdadera señal encendida en los horizontes de Cuba. En la noche del 1ro. de abril de 1895, abandonaron las playas de Montecristi, rumbo a Inagua, seis hombres, llenos de fe y patriotismo. Eran José Martí, Máximo Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario ‘‘la mano de valientes’’ que dijo Martí. Después de crudas peripecias y peligros, desembarcaron en Playitas, isla de Cuba, el día 9 de abril a las once y media de la noche. Máximo Gómez se arrodilla y besa la tierra cubana. Gómez, Martí y Maceo, que había desembarcado pocos días antes, se encontraron en el sitio de La Mejorana. Después de largas conferencias acerca de la marcha de la guerra que se iniciaba, Gómez y Martí siguen su ruta rumbo a Jiguani, y el 19 de mayo, junto a Boca de Dos Ríos, tropiezan con la columna española de Jiménez de Sandoval, y en el encuentro infortunado muere como un héroe José Martí, vivo ejemplo de todas las grandezas humanas. Pero la guerra había que continuarla. Regiones que como el Camagüey habían sido destruidas en la década heroica, condenaban la revolución. Pero él les llevaría la guerra, y si no la quieren, dice entonces ‘‘se la metería a la fuerza como taco de escopeta’’. Pero no fue necesario este sistema. Toda la zona se levanta en armas cuando siente el redoble de los cascos de su caballo. Aquellos indómitos guerreros le siguen en la famosa campaña circular. Pero esta contienda iba a ser más dura y sangrienta que las anteriores, pues el ejército español contaba en ese tiempo con fusiles Máuser de repetición, artillería de campaña de primera clase; las líneas férreas se habían extendido y los vapores facilitaban el transporte de tropas y abastecimiento. Nuevamente ordenó el incendio y la destrucción de todo lo que pudiera servir al enemigo. Una verdadera consigna de tierra arrasada. Es necesario advertir que en las guerras de independencia de la América del Sur, los refuerzos españoles no pasaron de treinta mil hombres.

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En esta última campaña de Cuba, volcó España más de doscientos mil soldados, en un período de tres años, bajo el mando de sus mejores generales. La situación geográfica de Cuba era también un gran reto, porque era como combatir ‘‘en una lengua de pájaro’’. La operación más sensacional de la guerra, la invasión de occidente, ejecutada por el contingente de Antonio Maceo, el lugarteniente general, que era símbolo de arrojo imperturbable. Máximo Gómez planeó esta proeza militar, y protegió su éxito con una campana de fuego y sangre en la provincia de La Habana. Cuando se reunió con su glorioso compañero de armas, el general Antonio Maceo, antes de que éste emprendiera su marcha victoriosa hasta los últimos con fines de occidente, Máximo Gómez dirigió una arenga a todas las fuerzas reunidas. El les dijo: ‘‘En estas filas que veo tan nutridas, grandes claros abrirá la muerte. ¡Soldados! ¡No os espante la destrucción del país, no os espante la muerte en el campo de batalla!’’ Ochenta mil hombres le cerraban el paso a las fuerzas de Gómez y Maceo, pero el avance se efectúo con precisión maravillosa, en medio de un océano de llamas. Mientras Maceo llega hasta Mantua, Gómez atrae durante 43 días grandes fuerzas españolas. Allí terminó el gobierno del general Martínez Cámpora. Valeriano Weyler, militar de la vieja escuela del terror, fue enviado entonces a dirigir la guerra. Las crueldades de este hombre superaron a las de Valmaceda. Pero todo fue en vano. Ni la caída de Antonio Maceo, “el titán de bronce”, pudo cortar el aliento victorioso de esta guerra. Sobre el pecho de Maceo cayó también el hijo amado de Máximo Gómez, Francisco Gómez Toro, de 20 años, promesa tronchada en flor por el vendaval de la homérica contienda. Esto fue el 7 de diciembre de 1896, en la provincia de La Habana. La muerte de su hijo estremeció las fibras sentimentales de Máximo Gómez. Aquel hombre de acero, se recogió en el silencio de su campamento para sufrir las angustias de la desoladora noticia.

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Hay una carta maravillosa de Máximo Gómez a María Cabrales, la viuda de Maceo, que residía en Costa Rica, dándole la noticia de la muerte de ambos. Panchito Gómez era ahijado de Maceo, bautizado en la manigua en un rito casi pagano. Máximo Gómez le dice así: Nuestra antigua amistad, de suyo íntima, acaba de ser santificada por el vínculo doloroso de una común desgracia. Apenas si encuentro palabras con qué expresar a usted la amarga pena y la tristeza inmensa que embarga mi espíritu. El General Maceo ha muerto gloriosamente sobre los campos de batalla, el día 7 del mes anterior, en San Pedro, provincia de La Habana... A esta pena se me une, allá en el fondo del alma, la pena cruelísima también de mi Pancho caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa, como si la Providencia hubiera querido con este hecho conceder a mi desgracia el triste consuelo de ver unidos en la tumba a dos seres cuyos nombres vivieron eternamente unidos en el fondo de mi corazón. Usted que es mujer; usted que puede –sin sonrojarse ni sonrojar a nadie– entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore, María, por ambos, por usted y por mí, ya que a este viejo infeliz no le es dable el privilegio de desahogar sus tristezas íntimas desatándose en un reguero de llanto. La entrada de los Estados Unidos contra España precipitaba el final del sangriento drama. El león ibero no pudo resistir la irrupción de las fuerzas estadounidenses en la contienda. El 24 de febrero de 1899 entró Máximo Gómez a La Habana al frente de una brigada mambisa en medio de las mayores aclamaciones populares. Un día, la Asamblea del Cerro, que era el poder deliberante en ese momento, pronuncia su deposición del mando supremo del ejército liberador por el engorroso problema de las gratificaciones militares. Su respuesta fue bien sencilla, de carácter espartano:

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No he venido a este pueblo –dijo–, como un soldado mercenario; y por eso, desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espalda a la vaina... Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. No obstante ese incidente, Máximo Gómez fue una especie de oráculo en los grandes sucesos políticos de esos años. Pero siempre se mantuvo alejado de las luchas partidistas que surgieron en Cuba con el mayor encono. La obra de las armas había terminado. El gran soldado había comandado con tanta reciedumbre a millares de hombres y los había guiado al exterminio y a la muerte en el vuelo prodigioso de las caballerías, cuando su curvo alfange centelleaba bajo el castigo del sol, no quiso que su nombre fuera bandera de combate político. En la hora de la paz se creció como había crecido en la guerra. Tenía fe en los destinos de Cuba y en un mensaje en vísperas de su postrera visita a la República Dominicana, para pasar unos días en Baní les dice a los cubanos: ‘‘Donde quiera que plante mi tienda allí estará el dominicano amigo de los cubanos’’. El 17 de junio de 1905 rindió su última jornada el gran caudillo. Hoy nos encontramos de nuevo con él en su tierra natal en la ‘‘carne del bronce’’, sobre un corcel de guerra como es necesario contemplarlo siempre. El gobierno nacional, presidido por un escritor y estadista que se afana en la educación de su pueblo, rinde este homenaje a Máximo Gómez como un tributo a su gloria inmarcesible. Aquí estamos, Generalísimo y Libertador, junto con el presidente de tu República Dominicana, los hijos de tu amado valle de Peravia; los cubanos de todos los credos, hijos de tu espada, las Fuerzas Armadas de tu Patria, herederas de tantas glorias militares; los hombres y mujeres de tu tierra, para rendirle todo el emocionado tributo a tu grandeza humana, de héroe militar y prócer civil, de escritor y hombre de ideas nobles y generosas. Bajo los soles dominicanos reverberará el bronce que te ha fijado para siempre a la admiración de tantas generaciones.

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Intrigas con los haitianos

El 2 de mayo de 1868 asumió el poder por cuarta vez el general Buenaventura Báez, iniciándose así el pavoroso conocido por ‘‘los seis años de Báez’’, que cubrió de sangre y luto todo el país, especialmente por la guerra desatada por el General José María Cabral en la zona sur, en la región fronteriza con Haiti. El equipo de gobierno del baecismo, orientado por don Manuel María Gautier, ministro de Relaciones Exteriores, abrió una ofensiva diplomática sobre el gobierno de Haití, sólidamente controlado por su presidente, el general Silvain Salnave, para perseguir a los revolucionarios dominicanos, y a la vez obtener dinero prestado de aque1 gobierno. La fusión de los intereses politicos de Báez y Salnave, tendió una sombra bastante oscura sobre los destinos de la República Dominicana y la de Haití, ya que ambos gobiernos se embarcaron en un proyecto de entrega total de la isla a los Estados Unidos, mediante tratados verdaderamente ominosos. El Senado dominicano llegó a aprobar el tratado de anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos el 16 de marzo de 1870. El referido tratado había sido firmado por Gautier, en representación del gobierno dominicano, y Raymond H. Perry, por el gobierno americano, en noviembre de 1869. Felizmente, el Senado de los Estados Unidos, después de una gran batalla parlamentaria del senador Charles Summer, rechazó el infausto acuerdo. Reveladoras de la postura oficial dominicana, en su connivencia con Salnave, son las comunicaciones firmadas por163 el

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ministro Gautier, y que insertamos más adelante para identificación de los estudiosos. Uno de ellos contiene las instrucciones reservadas que se le daban a los generales Carlos B. Báez y José Caminero, para actuar y negociar con las autoridades haitianas. Asimismo, otra comunicación al ministro de Relaciones Exteriores de Haití, que se explica por sí sola. Abril de 1868 Núm. 263 INSTRUCCIONES reservadas que se dan a los Señores Generales CARLOS BORROMEO BAEZ y JOSE CAMINERO, Agentes confidenciales, nombrados por el Gobierno Dominicano cerca de la República de Haití. SEÑORES GENERALES: V. V. se embarcarán a bordo de la Balandra San Rafael que saldrá de este puerto para el de Jacmel. Al llegar a esta ciudad manifestarán a la autoridad principal el encargo especial que llevan de poner en manos del Gobierno Haitiano los pliegos que se le acompañan a fin de que puedan ustedes transportarse inmediatamente a Puerto Príncipe. Una vez en Puerto Príncipe pedirán respectuosamente audiencia a S. E. el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de aquella República para entregarle los pliegos adjuntos; y al hacerlo le manifestarán que V. V. llevan encargo de informarle detalladamente de los pormenores de que es objeto la comunicación que se le dirige. Probablemente le pedirá detalles o le señalará día para recibirlos con tal objeto. Cuando llegue este caso procurarán Uds. explicarlo de lo que ha podido imponerse el Gobierno Dominicano sobre los planes que los emigrados de Curaòao y Turk Island quieren ponerse en práctica contra la Administración Báez, siendo su primer objeto tomar parte eficaz y activa en la revolución haitiana contra S. E. el Presidente Salnave. Adviertan Uds. que Pimentel tenía el proyecto de pasar de Turk Island a entenderse con Luperón y que hay un agente haitiano, enemigo del Presidente Salnave

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en San Thomas que quería verse con el primero para darle ayuda. Instiguen Us. en la captura o extrañamiento del país de Señor Manuel Rodríguez Objío. Pinten Uds. a este Sor., sin necesidad de exajerar, con el carácter y la reputación de que goza, muestren Uds. a S. El Ministro el discurso que dirijió a Luperón en 1866; hagan Uds. presente que fue uno de los más acérrimos partidarios de Cabral y que su ida a Haití no tiene por objeto otro que ponerse en comunicación con su hermano Mariano que está por las fronteras para favorecer la facción Valiére. Mariano Rodriguez está llamado a esta Capital. Es preciso que el Gobierno del General Salnave comprenda que los enemigos que más cerca tiene hoy son los enemigos del general Báez porque estos consideran que mientras aquel esté en el Poder, será difícil el triunfo de toda tentativa anti-Baecista y por tanto su objeto primero es contra la actual Administración haitiana para después seguir con la dominicana. No olviden Uds. tampoco explicar que el Señor Sully Du-Breil, que está en Jacmel y que tal vez quiera valer sus servicios en Haití, es uno de los más furibundos partidarios de Cabral y quien dice Cabral dice Geffrard etc. SulIy Du-Breil busca en Jacmel ponerse en comunicación por Petit Trou y Barahona con los enemigos de Salnave y Báez. Procuren Uds. también explicar con precaución y claridad nuestra situación financiera. Hagan presente que nuestro país cansado ya de engaños, no quiere de modo alguno aceptar el papel moneda, que nos hace falta una cantidad efectiva para arreglar ciertas operaciones del momento; que tenemos en camino un Comisionado Especial a concluir y arreglar un empréstito en París de diez millones de francos que se nos tienen ofrecidos; y que por tanto una cantidad de cincuenta mil pesos fuertes que se nos proporcionase en clase de préstamo hasta recibir el dinero de aquel empréstito nos pondría en situación de no tener temor alguno a las facciones que contra las actuales administraciones de la Isla, quieren sostener y levantar los enemigos de la paz y el progreso domínico-haitiano.

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Si a pesar de lo que se dice al ministro necesitare mayores explicaciones podrán Uds. decir que no siendo cuestión más que de pocos días el préstamo de los cincuenta mil pesos fuertes pagaremos el interés legal como si fuera una operación simple de comercio debiendo ser la adquisición de esta suma empeño especial del Gobierno haitiano. Es indispensable concluir esas facciones de Valiére, y para ello será conveniente estrecharlas de parte y parte. Al Gobierno dominicano le sobran hombres para ese objeto pero le faltan recursos para sostener en las fronteras largo tiempo una columna de operaciones; pues se ha visto en el caso de retirarla últimamente por no tener medios para racionarla, etc. Además como el Gobierno Dominicano en su deseo de confraternizar de todos modos con el actual Gobierno de Haití, está dispuesto a conceder en el Tratado de Paz, Amistad, Comercio, etc., el permiso del comercio por las fronteras, puede avanzarse como garantía del prestámo de los $50,000 la subvención que habrá de pagar el Gobierno de Haití por la permisión de introducir por nuestras fronteras por un tiempo determinado las mercancias que hubiesen ya pagado sus derechos en las Aduanas Haitianas. Esta medida contribuirá a popularizar más y más ambos Gobiernos, debiendo, como ha de ser aceptada, sin duda alguna con entusiasmo por el comercio haitiano y los traficantes de la línea. Si se les presenta la ocasión de hablar de S. E. el Presidente Báez, exprimirán Vds. los deseos de que se halle animado para asegurar sobre bases sólidas la paz y amistad entre ambas Repúblicas y a la estabilidad de ambos Gobiernos, asegurando que este será uno de sus primeros pasos al entrar en funciones. Así en el caso de conseguir el empréstito pueden solicitar Vds. del Gobierno de Haití un buque para transportarle a este Puerto pudiéndose a la vez aprovechar la ocasión para que pase a esta Capital el Plenipotenciario o Plenipotenciarios encargados de celebrar el Tratado de Paz, amistad etc., lo cual vería el Presidente Báez con sumo agrado.

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Ustedes procurarán que los puntos a que se refieren estas instrucciones queden resueltos con toda prontitud, a fin de que su regreso a esta capital no sea dilatado, supliendo con perspicacia e inteligencia todo aquello que pueda haberse omitido pero armonizando en todo con el espíritu de lo que queda a la letra indicado. El Gobierno se promete de los Señores Generales Carlos Borromeo Báez y José Caminero que desempeñarán la misión que se les confía, con el patriotismo, dignidad y honradez que sus buenos antecedentes le inspiran. Santo Domingo, once de abril de 1868. XXV de la Independencia y V. de la Restauración. El Mtro. de Relaciones Exteriores, firmado. M. M. GAUTIER

A. S. E. el Ministro de las Relaciones Exteriores de la República de Haití Exmo Señor: Los Generales Carlos Borromeo Báez y José Caminero pasan a esa Capital con el especial encargo de poner en manos de V. E. esta comunicación y de dar a V. E. y a su Gobierno varios informes verbales sobre los puntos principales de ella. Mi Gobierno ha tenido informes de que el Señor Manuel Rodríguez Objío y varios otros dominicanos de los compañeros de Cabral, han pasado a esa República. Los antecedentes de aquel Señor y la circunstancia de que un hermano suyo desafecto también a esta Administración se encuentra en la común de San Juan, y las denuncias que sobre los planes de los emigrados, ha llegado de Curacao a su conocimiento, todo esto hace desear a mi Gobierno de parte del de V. E. una medida oportuna para evitar que nuestros comunes enemigos tengan tiempo de dar paso alguno. Precisamente la nueva de la marcha del Sr. Rodríguez para Jacmel; ha llegado a este Ministerio junto con el par-

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te recibido de Las Matas, de que en nuestro territorio se estaba enganchando clandestinamente gente para fortificar la facción de Valiére y aun para dar una sorpresa a las Cahobas. Mi Gobierno ha dictado inmediatamente las órdenes más severas para evitar estos desórdenes; se ha prohibido todo tráfico de pólvora; y se ha mandado que todo individuo que venga a nuestro territorio sin el pasaporte en forma de la Autoridad legítima, sea arrestado y remitido inmediatamente a la Cabecera de Provincia. De imperiosa necesidad espera la paz de nuestros respectivos países concluir de una vez con esas facciones de las fronteras. Mi Gobierno está dispuesto a coadyuvar con el de V. E. a tal objeto, pero desgraciadamente en el momento le faltan los medios necesarios para hacer más eficaz su cooperación. Por esta causa, hemos recomendado a nuestros Agentes los Generales Báez y Caminero, demostrar a V. E. lo útil que sería para poder movernos mejor la consecución de una suma de cincuenta mil pesos fuertes que pagaríamos ya con el primer dinero del empréstito que se nos ha ofrecido en Europa y que se está negociando, ya con el estipendio que el Gobierno de V. E. podría pagar al de la República Dominicana, siempre que declaremos libres de derecho las mercancías que se introduzcan por nuestras fronteras, habiendo pasado por las Aduanas de Haití. Esta medida, no es dudable, ha de ser benéfica para el comercio de esa República, despertará en mucho a estrechar las buenas relaciones de ambos países. Como el Presidente Báez entrará en funciones la próxima semana el Gobierno de V. E. podría, si a bien lo tiene, enviar a esta capital el Plenipotenciario o Plenipotenciarios que juzgue necesarios para concluir un Tratado de Paz, Amistad, Comercio, etc., adecuado y conveniente a los intereses de ambas Repúblicas y que selle en derecho a la cordialidad reinante entre los hombres y partidos que hoy rigen sus destinos. Al hacer a V. E. esta invitación comprenderá desde luego me hallo para ello completamente autorizado.

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El deseo de mi Gobierno habría sido enviar a esa Capital sus Plenipotenciarios encargados de celebrar el Tratado indicado; pero el estado de penurias en que ha encontrado la Hacienda pública, no se lo permite por el momento. Ruego a V. E., a la vez que presente esta excusa a su Gobierno, dé a los Generales Báez y Caminero una benévola acogida. Sírvase V. E. aceptar los sentimientos de la consideración más distinguida, con los cuales me suscribo a Vuestra Excelencia muy atento, humilde servidor. Firmado; M. M. GAUTIER

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La batalla del 6 de septiembre de 1863

Una de las más brillantes acciones de las armas dominicanas fue, sin duda, la batalla del 6 de septiembre de 1863, cuando el naciente ejército restaurador atacó infructuosamente el fuerte de San Luis, en Santiago de los Caballeros, con el resultado de la casi total destrucción de esa ciudad por el incendio que se produjo como consecuencia de las operaciones militares. El ejército español, y las reservas dominicanas asediadas estrechamente en dicha fortaleza, recibieron el auxilio de una poderosa columna española, que marchó desde Puerto Plata, bajo el comando del coronel Mariano Cappa, que tuvo necesidad de batirse continuamente, hasta volver a la ciudad atlántica, en la gran retirada española, bajo la implacable persecución de las fuerzas dominicanas. Un oficial español, cuyo nombre no figura al pie del documento, hizo un interesante relato de todas esas peripecias, que transcribimos más adelante, para aumentar el conocimiento histórico acerca de esos sucesos. La Restauración es una epopeya magna de la historia nacional y como está próxima la celebración de su primer centenario, procede publicar las fuentes, para que se pueda escribir una obra definitiva sobre acontecimientos de tantos relieves en la formación nacional. 171

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Ligera descripción de la columna expedición a Santiago de los Caballeros y retirada a Puerto Plata A la llegada del Batallón de Madrid a Puerto Plata encontramos allí dos Batallones de 1a Corona, uno de Cuba, una Sección de Ingenieros y cuatro piezas de Artillería de Montaña; ésta fuerza ya había tenido un combate en las calles de la población en la madrugada del 28, en el que hubo varios muertos y heridos de ambas partes, contándose entre los primeros el Gefe de la fuerza nuestra, Coronel de Ingenieros Arizón, que con una sección de su Cuerpo había llegado de Cuba el mismo día que fue muerto; allí supimos que la mayor parte del país estaba en rebelión, que varios pequeños destacamentos del interior habían sido aprendidos o muertos y que otros habían podido salvarse ganando las fronteras de Haití, que el Brigadier Buceta estaba sitiado en un fuerte de Santiago de los Caballeros con 1200 hombres de todas armas prócsimamente y cuatro o cinco piezas de Artillería, de las que ya le habían tomado los enemigos en una salida y que toda esa fuerza se encontraba en el mayor aprieto, que 3 ó 400 hombres que se creían leales y habían sido armados y equipados en Puerto Plata, habían engrosado las filas rebeldes, y que esperaba nuestro desembarco para organizar una columna en dirección a Santiago, para salvar las tropas sitiadas. Bajo estos auspicios y después de una sentida y enérgica alocución del Gefe de la Columna, Coronel Don Mariano Cappa salimos el día 1º de Setiembre en dirección de Santiago, un batallón de la Corona, uno de Cuba y el de Madrid, con dos piezas de Artilleria, marchando Madrid a la vanguardia y una Compañia de Cazadores con la del Bon. de Cuba de descubierta; a las diez de la mañana próscimamente se dió un descanso a la Columna en el que comió el primer rancho y durante él, el General Suero de las Reservas del País, hizo un reconocimiento o exploración por los bosques inmediatos en el que invirtió cerca de una hora, regresando después al sitio donde estábamos descansando y anunciando al Señor Coronel que dentro de poco encontraríamos a los enemigos. Efectiva-

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mente, después de emprender la marcha y como a las dos de la tarde, al llegar a un sitio llamado Hojas hanchas, el fuego empeñado por las Compañias que marchaban de vanguardia, nos avisó que allí estaban los enemigos, inmediatamente el Gefe de la Columna mandó formar los Batallones que lo hicieron a cuatro de fondo y por el flanco, pues en aquel sitio no permitía la estrechez del camino otra formación y en esta situación marchamos algo más hasta que una descarga que salió del bosque que teníamos a nuestra derecha, nos indicó el punto a que debíamos dirigir nuestros fuegos, que se rompieron en seguida y se generalizaron en toda la columna haciendo también algunos disparos la Artillería. El fuego se sostuvo por algún tiempo y se mandó a mi Compañía cargar a la Bayoneta, la que embistió inmediatamente, pero apenas habíamos penetrado en el bosque algunos pasos se la mandó retirar y bolver nuevamente a su formación, sin duda por haber conocido que ya era infructuosa o bien porque el fuego enemigo había cesado, o bien por los obstáculos que presentaba la espesura del bosque la hacían casi imposible; en esta pequeña acción tubimos un Subteniente muerto y un Sargento y tres o cuatro soldados heridos. Después emprendimos la marcha hasta los Llanos de Pérez a donde acampamos en una posesión del General Suero; en esta jornada quedaron algunos soldados rezagados y murieron dos de Madrid de calor y fatiga. En la mañana del día siguiente emprendimos la marcha para Puerto Plata nuevamente; no se supo por entonces entre nosotros el motivo de ésta determinación, pero se dijo después que un crecido número de facciosos que nos esperaban en varias posiciones del camino y cuyas fuerzas no podían ser contrarrestadas por las nuestras, hizo tomar ésta medida. Esta jornada se hizo sin la menor novedad, y después de un día de descanso en que se nos incorporó el Batallón Cazadores de Isabel 2ª llegado de La Habana el día 2 ó 3, emprendimos la marcha de nuevo el día 4 la fuerza siguiente: Dos Batallones de la Corona, el de Cazadores de Isabel 2da., que marchaba a la vanguardia, un Batallón

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de Cuba, las dos Compañías de preferencia de Madrid y dos piezas de Artillería de Montaña; las compañías del centro de Madrid, quedaron guarneciendo Puerto Plata. La marcha hasta Santiago se hizo sin novedad en tres jornadas, haciendo dos noches en el camino en las que después de tomar todas las avenidas y alturas inmediatas al Campamento se estableció en éllas el servicio correspondiente, éste camino es un continuo desfiladero flanqueado siempre por bosques y alturas y en él pagó el Batallón Cazadores de Isabel 2ª el tributo que ya habíamos pagado nosotros en las anteriores jornadas, dejó muchos rezagados y de éllos varios perecieron de cansados. Según se dijo antes de llegar a Santiago el plan que se tenía combenido para entrar era el de dividir la fuerza en dos columnas que tomando distintos caminos llegó antes de llegar a la población, biniesen a caer sobre élla al mismo tiempo con lo que es probable se hubiera cogido entre dos fuegos a los enemigos que necesariamente deverían estar defendiendo la entrada; pero según se dijo después también se había cambiado éste plan porque habiendo descubierto la población embuelta en llamas y oyéndose tiros de cañón bastante seguidos se creyó que eran los últimos y desesperados esfuerzos de nuestras tropas sitiadas y no se pensó ya más que el salvarlas, habiéndose resuelto entonces que la Brigada de vanguardia marchase sin detenerse más que lo preciso para abrirse paso hasta llegar al fuerte ocupado por los nuestros y así devió ser por cuanto al llegar mi compañía a la entrada de Santiago defendida por los enemigos ya no estaba allí la primera brigada. Los rebeldes estaban situados en tres Fuertes llamados Dios, Patria y Libertad y que defendían perfectamente la entrada del Pueblo y que protegían su retirada con el Cementerio ocupado también por ellos, en el primero de los puestos o sea el Dios, tenían un cañón que enfilaba perfectamente el camino y tanto en éste como en los dos restantes un crecido número de hombres con fusiles y trabucos y otros varios dispersos en el espacio que mediaba entre los fuertes; varios disparos de cañon abrieron claros en nuestra Columna, sufriendo las mayores pérdidas el Batallón de Isabel 2ª que marchaba a la cabeza.

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Un “Viva la Reina” que vino de la caveza de la Columna reproduciéndose con rapidez por las mitades que la formaban, sirvió como de aviso a los que no veíamos lo que sucedía por delante que ya habíamos empezado a combatir; al llegar con mi Compañía al pié del primer Fuerte seguí el movimiento que venía de la caveza desfilando por la derecha y haciendo hileras a la izquierda y cuando la mitad que me precedía me despejó el frente situándose como toda la demás fuerza que ya allí estaba, resguardados, detrás de las Mallas, para contestar a los fuegos del Fuerte Dios, me detube un momento con ella buscando un sitio donde poderla abrigar del fuego enemigo, y entonces ví la Artillería que se había situado a la derecha del camino y dirigía disparos muy certeros al fuerte referido, habiéndome hecho también notar en el mismo instante el Subteniente de mi Compañía Don Blas López el nutrido fuego que nos dirigían de los otros dos Fuertes. En este instante mismo se oyó una voz que debió ser del Coronel Cappa que decía: Adelante, Viva la Reina, y que repetida por mí a mi Compañía, sirvió de indicación para dirijirme con ella al Fuerte ‘‘Libertad’’. Efectivamente, a la carrera y con las armas sobre el hombro, corrimos a él y los enemigos lo abandonaron así que estubimos a 15 ó 20 pasos de ellos, refugiándose en el Fuerte Patria y en un grupo de casitas situadas entre los Fuertes y el Cementerio; después que ya estubo allí toda mi Compañia, embié al Subteniente Don Blas López a desalojar el espresado Fuerte Patria defendido por un corto número de hombres y el referido soldado lo efectuó con unos 20 soldados de la Compañía. En este estado, dueño ya con mi Compañia de los dos fuertes me adelanté con algunos soldados a desalojar los rebeldes que habían quedado en el grupo de Bohíos de que ya se ha hecho mención. Todos los rebeldes que se habían desalojados de estas posiciones y los que también habían empezado a retirarse del Fuerte Dios, se habían retirado al Cementerio, manteniéndome yo sin avanzar más y en las posiciones que había ocupado, desde donde dirigía los fuegos al Fuerte Dios y al Cementerio; momentos después de esto, ya estaba allí el 2º

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Batallón de la Corona y la Compañía de Cazadores de un Batallón en la explanada del Cementerio, que había sido desalojado y tomado por ella; entonces el Teniente Coronel Velasco reunió toda esta fuerza y permanecimos bastante tiempo en las inmediaciones del Cementerio y Fuerte Dios, mientras se recojían los heridos y subía la Artillería a nuestro Fuerte. Mi Compañía en estas operaciones tubo dos muertos y nuebe heridos y la de Cazadores un muerto. El aspecto de la población era orroroso, más de tres mil casas hechas cenizas y rescoldos, la parte baja de la población ó sea la parte inmediata al Cementerio y Fuertes, llena de muertos y en todas partes tirados por el sucio y en desorden efectos de todas clases, ropas, piezas de ricos géneros, muebles, comestibles, bevidas y cuantos objetos pueden ecsistir en un pueblo rico. Los enemigos se habían retirado ya a sus posiciones a espaldas de la pob1ación y dominando nuestro fuerte, al que nosotros nos retiramos también cuando empezava a anochecer. No sé el pormenor de lo que pasó en los demás Cuerpos de la Columna, pero me consta que todos se han vatido con bizarría y que todos también han tenido bajas de consideración. Durante nuestra pemanencia en Santiago salimos dos días a forrajear, habiendo costado en la segunda salida 4 muertos y 16 heridos, y sufriendo todos los días alguno que otro disparo de cañón que nos dirigían los enemigos con muy buena puntería. Las provisiones en el fuerte estaban tan escasas que la ración consistía sólo de una pequeña cantidad de arroz, una escasísima cantidad de manteca y un pedazo de pan que tendría tres o cuatro onzas. Entonces cundió la voz entre la tropa de que tanto por la escacez de víveres cuanto por que nuestra permanencia allí carecía de objeto, después de salvada la guarnición, se trataba de bolver a Puerto Plata pero que se tocaba el incombeniente de que no teníamos medios para conducir 200 heridos y enfermos prócsimamente que teníamos en el Hospital y que por ésta circunstancia, se había entrado en negociaciones con el enemigo y se habían suspendido las hostilidades como lo estubieron efectivamente el día 12.

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El 13 por la mañana formó toda la tropa en la Plaza del Fuerte, se cargaron las acémilas y la Artillería de Montaña se clavaron é inutilizaron las piezas que había de plaza, se quemaron en grandes hogueras todos los objetos que había dentro del Fuerte de alguna utilidad y no podían conducirse, se distribuyó el poco arroz y manteca que quedaba y todas las municiones que podían cargar los soldados, inutilizando las restantes, mojándolas y quemándolas. En éste estado, cuando esperábamos todos la voz de mando para el desfile nos mandaron otra vez bolver a las Trincheras y mismos sitios que antes ocupábamos; nada sabíamos del motivo de ésta última determinación, cuando el Coronel Cappa reuniendo y arengando las tropas, nos manifestó que habiendo los enemigos interpretado mi sentimiento de humanidad de nuestra parte al pedir gracia para nuestros enfermos y heridos, por un acto de cobardía y amilanamiento, había tenido la audacia de exijir de nosotros que depusiéramos las armas y fuéramos a embarcar a Monte Cristi, pero que ésta ridícula pretensión había sido rechazada con indignación antes que manchar tan alevosamente el pabellón de nuestra Patria, concluyendo la arenga con entusiastas Vivas a la Reina y a España. No pasaría media hora, cuando se mandó de nuevo formar a la tropa y se mandó desfilar, habiéndose sabido entonces que nuestros Gefes habían convenido con los rebeldes en que no habíamos de hoztilizarnos mutuamente en la salida y camino y que nuestros heridos que quedaban en Santiago, serían respetados, cuidados y atendidos por éllos. La Columna salió con bayoneta armada y tambor batiente por las calles de la que había sido población de Santiago, que estaba a la sazón ya llena de enemigos y que nos miraban desfilar impasiblemente como nosotros los mirábamos a éllos. Siete ú ochocientas familias que se habían refugiado en el fuerte y que también emprendieron la marcha con nosotros, estaban diseminadas por el pueblo, para seguir sin duda a la retaguardia, confiadas en la seguridad que se les había ofrecido; pero el asesinato cometido por varios de aquellos foragidos a la altura de las

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últimas hileras de la Columna en las personas de dos mujeres, muertas ferozmente a machetazos, a presencia del ler. Médico Don Camilo Bázquez hizo comprender a las demás el peligro que corrían y se precipitaron entonces a tomar puesto más seguro entre las filas de nuestros soldados. Con éste motivo se mandó hacer alto a la Brigada de retaguardia para que pudieran colocarse a vanguardia de élla las familias emigradas y estuviesen así más resguardadas. Incorporados ya todos a la Columna, emprendió la marcha, siguiendo a su retaguardia, una turba inmensa de rebeldes que con gran gritería pedían nuestras armas, teniendo algunos atrevimiento de adelantarse a preguntarnos donde híbamos a dejarlas. La Columna siguió su marcha sin hacer caso de aquella gente que seguía por la orilla del Río que corre paralelo a la izquierda del Camino, hasta que ya un poco más adelante y cuando era algo más espeso el bosque, que mediaba entre ellos y nosotros, empezaron a descargar sus armas sobre nuestra izquierda y retaguardia en la que también nos ostilizaban con una pieza de Artillería. La Brigada de retaguardia la componían un Batallón provicional compuesto de fuerza de San Quintín, las dos Compañias de Madrid y la fuerza del Batallón de Cuba, tras de él las Compañías de Cazadores de Cuba y Madrid que cerraban la marcha. Una hora después de nuestra salida, la Compañía de Granaderos de Madrid recibió órden de ir a proteger a su hermana la de Cazadores, lo cual efectuó inmediatamente. Cinco minutos después de estar con mi Compañía en éste nuevo puesto, fui herido y la dejé al mando del Teniente más antiguo. Desde éste instante nada presencié de lo que ocurrió en la retaguardia, pero he sabido después que el fuego continuó bien nutrido por los flancos y retaguardia hasta bien entrada la noche. Una hora más después de anochecer y marchando yo en el centro de la Columna, se oyó un fuego muy nutrido y prolongado por la vanguardia. Estábamos en aquel

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momento en un bosque muy espeso cuyos árboles enviaban sus copas sobre nuestras cavezas en términos que era tal la oscuridad que a dos pasos de distancia no se distinguía ningún objeto. Las Compañías que habían empeñado el fuego a la vanguardia lo sostubieron bien y atacaron a la bayoneta según se comprendía por el toque de sus cornetas, pero no sé con qué motivo se detuvo allí 1a Columna, y la cola del Regimiento de la Corona que formaba vanguardia, estubo bastante tiempo detenida y con élla el resto de la fuerza. Emprendida nuevamente la marcha por un camino escabrosísimo y oscuro, pasamos por un campamento enemigo que al parecer acababa de ser abandonado porque había aun ardiendo en él muchas hogueras. Por aquella noche no fue molestada más la vanguardia si bien no sucedió lo mismo con la retaguardia a la que molestaron por algún tiempo todavía las emboscadas, según he oído después a mis compañeros que benían en élla. Tanto por la oscuridad y escabrosidad del camino, cuanto por algún otro motivo que no está a mi alcance, parte de la vanguardia, se estravió en aquella noche y algunos grupos de élla se incorporaron al resto de la Columna una, ó dos horas después que estaba descansando toda élla. Entre éstos, recuerdo al Capitán de Cazadores Don Juan Corchado y dos Oficiales de la Compañia de Granaderos del Batallón que con unos 150 hombres prócsimamente de hambas compañías se incorporó entrando en el camino por el bosque que teníamos a nuestra izquierda. El campamento estuvo aquella noche sobre el mismo camino en un lugar en que era bastante ancho estableciendo en los costados de él centinelas avanzados. Allí se descansó desde las once de la noche prócsimamente hasta el amanecer, en que emprendió la marcha nuevamente hasta Altamira, en cuya jornada juimos perpetuamente ostilizados por emboscadas. Há Altamira llegamos a las tres de la tarde y permanecimos en él hasta la madrugada del siguiente día que se inauguró con una gran emboscada que nos tenían preparada a la salida y una cortadura en el camino dispuesta

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de modo que estubo detenida a la columna más de media hora para poderse abrir paso; en éste día fué disuelto el Batallón provisional y agregadas las dos Compañias de Madrid al Cuartel General y encargadas del flanqueo que vinieron practicando hasta Puerto Plata. Aquí fueron las emboscadas más frecuentes y las cortaduras y trincheras del camino más continuas hasta que llegamos a los Llanos de Pérez en cuyo punto y en la misma Hacienda de Suero que habíamos pernoctado anteriormente se dió un descanso a la Columna habiendo tenido al llegar que hacer vearios disparos de Artillería y disponer que las dos Compañias de Madrid que marchaban a la vanguardia del flanqueo, viniesen a la retaguardia a cargar sobre los enemigos que, desde los Bosques y con audacia, nos molestaba muy de cerca con cuya operación se creyó que permaneceríamos tranquilos algún tiempo, pero, defraudadas nuestras esperanzas muy pronto, tubimos que salir algo de prisa por haber incendiado los rebeldes un gran cañaveral de la propiedad del Géneral Suero que estaba a barlovento de nuestra posición y cuyo fuego teníamos ya encima. Emprendimos de nuevo la marcha, pero no bien habíamos andado quinientos pasos y al vadear el Río primero que encontramos, una gran emboscada nos molestó bastante con sus tiros y tubo que detenerse la Columna, para abrirse paso por entre otro nuevo obstáculo que cruzaba el camino. Algo más se andubo en ésta jornada bajo los fuegos enemigos en las mismas formas que había sucedido anteriormente, pero ya más adelante y como a unas cuatro leguas cesaron y no se nos molestó más basta la llegada a Puerto Plata que se efectuó al oscurecer del día 15. De las familias que habían salido de Santiago puede asegurarse que más de una tercera parte había quedado en el camino, heridos, muertos ó cansados, y era desgarrador el aspecto de éstas pobres jentes al oirlas lamentarse del hijo, esposo ó padres, perdidos en la marcha; mujeres y niños heridos del fuego enemigo y otros desfallecidos del cansancio venían ausiliados por

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nuestros soldados, apenas podían sostenerse a nuestra llegada a Puerto Plata. No sé las pérdidas qué tendrían nuestras fuerzas en ésta marcha, pero los heridos que ívamos al concluirla éramos más de ciento. E. C., 6 de septiembre de 1961

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Monseñor Roque Cocchía en Baní

Este ilustre fraile capuchino, vicario apostólico y obispo de Cirace (i.p.i.) ostentó el cargo de delegado apostólico de Santo Domingo, Haití y Venezuela, en una época de abatimiento y desorden en el clero dominicano. Diligente y trabajador incansable, se consagró de lleno a la reorganización de la Arquidiócesis, realizando continuas visitas pastorales a todo este país. Gracias a sus esfuerzos metió, como se dice vulgarmente, al clero en cintura. En julio de 1875, monseñor Roque Cocchía estuvo seis días en Baní, dictando disposiciones adecuadas para la buena marcha de los asuntos eclesiásticos. Como Baní era frecuentemente azotado por incendios pavorosos, uno de los puntos que él trató fue el de evitar la repetición de estas catástrofes. El corresponsal del periódico El Nacional, de Santo Domingo, escribió una reseña de esta visita en la cual incluye el amenazante edicto que contra los presuntos incendiarios se clavó en las puertas del templo parroquial de Baní. Dice Así: Baní, 8 de julio de 1875. Señor Director de EL NACIONAL Estimado amigo mío:Cumpliendo con la recomendación que Ud. se dignó hacerme, de informarle en todo tiempo, de las particularidades que ocurriesen en esta población, como corresponsal de su interesante periódico; oportunamente para principiar

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a llenar sus deseos i mi cometido, me ocuparé en la visita con que nos acaba de honrar el Reverendísimo Vicario Apostólico Monseñor Roque Cocchía, quien después de una permanencia de seis días, en la mañana de ayer se ha despedido de nosotros con dirección a la Común de San Cristobal, dejándonos su gratísimo recuerdo; pues aquí, como en otras partes de la República en donde se le conoce, se ha captado también las simpatías de todos. S. E. Illma. se ha ocupado en todos los asuntos de su cargo pastoral que a la Santa visita se refieren; i sabemos que el estado ruinoso de nuestro templo le ha impresionado hondamente; así como la visita de nuestros ornamentos i paramentos. Verdad es que estos se hallan en relación con aquel. Los harapos son el vestido natural de la miseria abandonada. Que pensar, empero, de los sacerdotes que han desempeñado entre nosotros la cura de almas, los cuales han visto con glacial desdén el destino jeneral de las cosas sagradas?... I cuando S. E. Illma. examinando los libros parroquiales viera el desarreglo i poco aséo en las partidas por los antecesores del Sr. Villasana, que pensaría de ellos?... Respecto a nuestro cementerio, bien es de suponer la desagradable sensación que S.E. Illma. habrá esperimentado, en presencia del espectáculo desolador que ofrece… Que idea habrá formado de un pueblo que aspira a la buena cultura social, cuando fijó sus miradas en lo que aún no habría bastante exactitud llamándolo El Corral de nuestros difuntos! Estando sus empalizadas en el suelo, nada de estraño habrá tenido que S. Illma. viera cerdos í vacas dentro de él. I aunque es verdad que nuestra última morada se encuentra en ese lamentable estado desde hace mucho tiempo, al pensar en la falta de los Ayuntamientos anteriores, nada sería que se culpase tambíen a nuestro Ayuntamiento actual; porque es conocida la apatía de sus miembros, i notorio el descuido en el cumplimiento de sus deberes. Para formarse una idea de esto, nótese de paso, lo que S. E. Illma. debe haber notado: durante toda la estadía

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Monseñor en este, no pudo desprenderse de sus ocupaciones el Sr. Presidente de nuestro Ayuntamiento para venir a la población a presentarle sus respetos… Sin embargo de todo lo dicho, el caracter moderado i prudente de Monseñor Roque Cocchía, ha querido respetarnos hasta el estremo de no manifestar desagrado ninguno que pudiese herir la suceptibilidad de nadie… Se ocupó en conocer nuestras necesidades para tratar de proveer a ellas: nada mas!... I para darnos testimonio del interés que este pueblo le ha inspirado, en vista de lo que se sufre aquí con los frecuentes incendios, i atendiendose Monseñor a la jeneral convicción de sus habitantes, que atribuye a algunos malévolos la causa de ellos; haciendo sin duda violencia a su bondad característica con el objeto de contener por el freno religioso a los incediarios, que de las autoridades i leyes se burlan, ha dado el edicto conminatorio que a continuación le copió. *** Nos Don Frai Roque Cocchía por la gracia de Dios i de la Sta. Sede Apostólica Obispo in partibusde Orope, Delegado Apostólico en Sto. Domingo, Haití i Venezuela, i Vicario Apostólico de esta Arquidiócesis &&. A todos los fieles de esta parroquia de Baní. SALUD Por cuanto ejercemos entre vosotros el cargo de Pastor que Nos ha confiado nuestro Smo. Padre Pío IX que Dios conserve, en todo quisieramos demostraros que nos interesamos por vuestro bien espirual i temporal. Asi satisfechos como lo estamos, de vuestra relijiosidad, del apego a nuestras creencias católicas i buen espíritu para cumplir vuestros deberes cristianos, al terminar la Santa visita que os hemos hecho, os damos nuestra Pastoral bendición, pidiendo al Señor que derrame el tesoro de sus dones sobre esta importante parroquia. I sabiendo con dolor de nuestro corazón que entre otros pesares que en la vida humana siempre abundan, os veis aflijidos por los horrorosos incendios ya frecuentes en vuestra

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población; los cuales según la conciencia pública, son causados por la perversidad de algunos individuos que obedeciendo a tentaciones del demonio, destruyen así vuestras propiedades, os abisman repentinamente en la miseria i mantienen angustiadas vuestras almas con un temor constante, haciéndonos cargo de la gravedad del mal i tratando de ponerle remedio, en cuanto nos es posible. DECLARAMOS Excomulgados ipso facto con excomunión mayor reservada conforme a lo dispuesto por los Sagrados Cánones, a cualquiera que ose perpetrar semejante crimen entre nosotros, i lo mismo a los que lo aconsejan o ayudaren de alguna manera encubriendo al malhechor. Para lo cual Nos valemos de toda la autoridad que la Santa Iglesia Nos confiere; i advertimos a los que tal crimen abominable se dispusiesen a cometer, que, así escomulgados les declaramos privados de la Comunión Cristiana, de la participación de todos los Sacramentos, y de la Sepultura eclesiástica. I para que este edicto llegue a noticia de todos en esta Parroquia, mandamos que el Venerable Cura lo lea en la misa parroquial el próximo Domingo i sea además fijado en la puerta mayor de la Iglesia.- Dado en la Santa Pastoral visita en Baní a los ocho días del mes de Julio de 1875.- Frai Roque Obispo Delegado i Vicario Apostólico.Por mandato.- Femando A. Meriño.- Pro. Secretario. Este Edicto, como todos notarán, aparece templado por el amor que bendice i el celo que defiende a una población angustiada, contra e1 crímen satánico que en ella perpetran los malhechores. Aquí se ha agradecido a Monseñor Roque Cocchía, esta prenda de seguridad que ha querido dejarnos. Ojalá sea ella eficaz para hacer caer de las manos de los malvados la téa devoradora de nuestras propiedades! Sin otro particular, saludo a U. afectuosísimamente, EL CORRESPONSAL, EL NACIONAL Santo Domingo, 24 de julio de 1875

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El patriotismo de Pedro Francisco Bonó

La historia republicana de Santo Domingo en el pasado siglo, está continuamente matizada por los proyectos de anexión: venta de la bahía y península de Samaná, o arrendamiento de parte de esta zona de gran importancia estratégica en aquellos tiempos. Durante el gobierno del general José María Cabral, de 1866 hasta el 21 de enero de 1868, en que fue derrocado por el baecismo, aliado del presidente haitiano Silvain Salnave, se movió varias veces la posibilidad de arrendar al gobierno de los Estados Unidos, una porción de la bahía y península de Samaná. En enero de 1867, el subsecretario de Estado americano, Frederic Seward, hijo del secretario de Estado americano, llegó a Santo Domingo con instrucciones de su superior, para negociar con el gobierno dominicano. Le acompañaba el almirante Porter, a borde del buque de guerra ‘‘Gettysburg’’. Las autoridades dominicanas, le sometieron a Seward un proyecto de empréstito, pero Seward hijo puso de relieve que era más importante para ambos países, la compra o el arrendamiento de la península de Samaná. Presionado desde diversos sectores, Cabral rechazó entonces las proposiciones de Seward, alegando que el artículo 2º de la Constitución de la República, prohibía la enagenación de cualquier porción del territorio nacional. Con motivo de la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores, don José Gabriel García, por los problemas creados en las relaciones con la Santa Sede, Cabral encargó al ilustre ciudadano don Pedro Francisco Bonó de esa cartera.

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Dada la atmósfera adversa levantada en el extranjero por las supuestas negociaciones de “Anexión”, Bonó envió una carta circular a los cónsules dominicanos en París, Hamburgo, Génova y Saint Thomas, en la cual desmiente esas especies. Consideramos que la valiente carta de Bonó debe ser bien conocida, y para ese efecto la reproducimos a continuación: Nº. 216 Sres. Cónsules Dominicanos, en París, Hamburgo, Génova, Saint Thomas Señores Cónsules: Los partidos políticos que desde la Restauración de nuestra independencia han surgido de nuevo en el país, a falta de méritos personales que presentar, se valen de propagandas maliciosas para desprestigiar al Gobierno y escalar el poder. Con armas de la mala ley, asestan sus tiros desde el extrangero y ya en periódicos coloniales, como norteamericanos o europeos, tratan o de poner en ridículo la actual administración del General Cabral, o suscitan con oscuros manejos, dificultades a nuestros Comisionados en Londres y París para la consecución de un empréstito y a nuestro Enviado cerca del Santo Padre para ajustar un Concordato. El Gobno. callaba hasta ahora porque eran tan mezquinos los medios de sus enemigos que ninguna importancia debía darle. Más las cosas van tomando un aspecto serio, la opinión pública en el extranjero autorizada con este silencio se está descarriando de la verdad y los enemigos prevaleciéndose de él multiplican sus ataques y ya en último quieren manchar el buen nombre y el patriotismo de la actual administración, haciéndola sospechosa de traición a los ojos de su patria y de todas las Naciones del globo. El Gobierno comprende que necesita dar seguridades a todo el mundo porque esa posición triste se ha impuesto la infame venta del General Santana a todos los Gobiernos de la República.

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No basta haber sido patriota, haber derramado su sangre por la restauración, estar dispuesto a seguirla derramando hasta morir. No basta no haber pertenecido nunca al partido de los que traficaron con ella como con una mercancía y no basta por fin la honradez mas demostrada; esta vergonzosa herencia es preciso sufrirla y es preciso reinvindicarse a la menor insinuación aunque la misma defensa cause rubor. El Gobierno Dominicano quiere sepa el mundo que no ignora la importancia geográfica que corresponde a la isla de Santo Domingo toda entera; pues si Samaná es su mejor joya, también sabe que el Mulo de San Nicolás no deja de tener grande importancia y por eso en su reciente tratado con Haití, uno de sus tantos, determinó que tanto una como la otra parte se obligaban a no ceder, comprometer, ni enagenar a potencia alguna parte o el todo de sus respectivos territorios. Estas garantías era una necesidad para entre ambas naciones, lo mismo que para las demás. La República Dominicana parte de la única Antilla independiente, por su situación geográfica y topográfica, por el origen e índole de sus habitantes es de una importancia tal en la influencia que las naciones de primer orden se disputan en el golfo mejicano, que precisamente todas sus desgracias vienen de ahí. Podrá ser feliz, pero en medio del choque de tan grandes intereses ha sido siempre víctima de la sospecha que sus gobiernos han inspirado. Estos Gobiernos, sin principios fijos, sin confianza en la Nación, pusilánimes siempre, pertenecían a impulsiones extrañas y nunca fueron dominicanos. Por desgracia, las sospechas acaecidas por esta misma situación fueron luego confirmadas con la anexión. Afortunadamente el pueblo dominicano vindicó su buen nombre y ejecutando con toda clase de sacrificios el grande acto de la Restauración, selló su independencia y autonomía y restableció con su heroica lucha la confianza que había perdido. Examinemos con brevedad los fecundos resultados de esta nueva situación.

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Quién niega que entre las potencias marítimas, hoy se debaten en más ancho campo sus pretensiones. Los últimos acontecimientos de la América han menoscabado muchas y quizás han aumentado otras, mientras que los cambios operados en Europa no dejan de preocupar a muchos Gobiernos del viejo continente. Más no entra en mi propósito engolfarme en los nebulosos espacios de una política con la cual no estamos relacionados y solo me cumple determinar la presente situación de nuestro país. Con respecto a las grandes naciones de Europa y la integridad de nuestro territorio es la mejor garantía. En cualquier choque de grandes potencias seremos forzosamente neutrales por que nuestra misma pequeñez nos impondría esta línea de conducta. Con respecto a las naciones pequeñas de América nuestra integridad es la mejor garantía, bajo cualquier punto de vista que se considere. Con respecto a Haití, nuestra integridad es quizás de lo más importante que a su existencia como pueblo libre puede caberle. Con respecto a nosotros la cesión de Samaná u otro punto de la costa o del interior a esta u otra Nación que tenga mediano poder es el suicidio, es la vergüenza, el oprobio... Ah! todavía más, si más puedo haber todo Gobierno, hoy que ceda parte o el todo del territorio a cualquiera nación sea grande o pequeña, Europea, Americana, Africana o cualquier título que fuese firma su addicación ipso facto, muere antes de llevarlo al cabo. La administración actual se ruboriza de tener que manifestar su buena fé, en este concepto, es cosa absurda en efecto que un Gobno. se empeñe en probar que no quiere venderse, pero el hecho de la anexión es de ayer y puede dar lugar a creer que puede repetirse. Para que eso no se crea, para no perder el buen concepto que tiene derecho a esperar de todo el mundo, es que por la presente desmiente en todas sus partes y de la manera mas formal las noticias que circulan en los periódicos de los Estados Unidos

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de América, en los de Europa, de cualquier otro lugar que los publique o reproduzca sobre venta, cesión arrendamiento o compromiso de la Península de Samaná o sus aguas, o de cualquier otro punto del territorio de la República a título alguno. Declara que no venderá, cederá ni comprometerá a título cualquiera parte alguna del territorio de la República ni su todo. Cuya declaración en la forma mas solemne la ha hecho a la Nación que tiene el honor de dirigir y que repite al mundo entero para que la conozca Ud. se servirá hacer llegar copia de la presente al Gobierno en la forma a que sus funciones le den derecho. Con sentimientos de la más alta consideración, firmado P. FCO. BONÓ12

12 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, Núm. 22.

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Pedro Francisco Bonó frente a Salnave

La complicidad antinacional mantenida por el general Buenaventura Báez y el general Silvain Salnave, de Haití, se reflejó gravemente en diversas oportunidades sobre la vida institucional de la República Dominicana. Con el ascenso del general José María Cabral a la Presidencia de la República, el 29 de septiembre de 1866, Haití se convirtió en foco de conspiración de los generales baecistas que se encontraban en el exilio, bien protegidos ahora por el presidente de Haití, Silvain Salnave, comprometido afanosamente en proporcionar el victorioso retorno del Gran Ciudadano al solio presidencial de la República Dominicana. Las claras advertencias hechas por el presidente Cabral y su ministro de Relaciones Exteriores don Pedro Francisco Bonó al presidente Salnave no fueron atendidas. Salnave abría los trillos por donde un trágico destino lo llevaría a perder la vida, como culminación de estas intrigas y conspiraciones. El 7 de octubre de 1867 se desencadena la invasión armada en la Línea Noroeste que logró, tras sangrientos combates, el derrocamiento del gobierno presidido por el general Cabral. El eminente ciudadano don Pedro Francisco Bonó, cuyos escritos han sido recogidos para edificación de la posteridad por el ilustre historiador don Emilio Rodríguez Demorizi en una obra que bajo el título de Papeles de Pedro F. Bonó, contiene un rico acervo documental de valor inapreciable, actuó con energía y patriotismo durante esos acontecimientos ominosos. Sin embargo, la correspondencia de Bonó en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores no ha sido incluida en esa obra tan valiosa. Cuando los sucesos revolucionarios,

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auspiciados por Salnave, llegaron al conocimiento del Gobierno dominicano, el ministro Bonó se dirigió, en fecha 14 de octubre de 1867, al general Pedro Valverde y Lara, a la sazón representante diplomático dominicano en Port-au-Prince, llamándole a Santo Domingo y declarando suspendidas las relaciones diplomáticas con el gobierno haitiano. Asimismo, se dirigió en esa fecha al ministro de Relaciones Exteriores de Haití, declarando suspendidas las precarias relaciones diplomáticas, recién iniciadas con la dictadura de Salnave. El ministro Bonó era un hombre singular, luz de su tiempo, que conocía perfectamente la realidad social y política de su pueblo, y estaba bien al tamo de los peligros que se cernían de occidente sobre su patria. Para conocimiento de los estudiosos, inserto tres documentos inéditos sobre el tema tratado. Setiembre 13 de 1867 Nº 193 Al Presidente de Haití General Silvain Salnave. Sr. Presidente: Cábeme gran satisfacción en anunciar a V. E. que después de mi viaje a las fronteras y mi regreso a la capital continúa la República en perfecta tranquilidad y la opinión general, más compacta cada día en mantener el presente estado de cosas apoyando mi administración. Debe compensarse también, y esta es una justicia que me lisonjeo V. E. puede hacer a mi Gobierno de que hace todo esfuerzo por mantener esta paz, desechando cualquier motivo de desavenencia que pueda nacer del exterior y llenando todos sus compromisos. Así, cumpliendo religiosamente con los deberes que recíprocamente impone a ambas Repúblicas los artículos 2º y 3º del Convenio del 26 de julio ú1timo, se apresuró a pedir al gobierno de V. E. los nombres de los que se acusaban como cómplices de los sucesos de Caobas, y habiéndolos recibido intentó sin otra averiguación a los denominados en la nota del 9 de agosto a parte donde no pueden contribuir ni cooperar a disturbios que tengan en el territorio haitiano.

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Mas, la tranquilidad de que mi país goza, reposa más bien en la confianza que mi Gobierno ha sabido y sabe inspirar por estos actos de buena fe; en los medios de represión de que dispone para cualquier contingencia que en la cesación de todo amago y acechanza, amago que le es doloroso decirlo, tiene su asiento permanente hoy en la ciudad del Cabo, lugar que ha escogido últimamente el partido Báez para mantener en jaque la atención de mi Gobierno, ya con desembarques llevados a efectos en complicidad con haitianos, como el de Montecristi; ya con nuevos preparativos que lo pongan en actitud de hacer otra tentativa. Mi Gobierno cuenta con bastantes elementos para frustrarlas. Mas no cumpliría con su deber, si avisado como lo está, no previniese de antemano su no ejecución. Sabe que en el Cabo permanecen los generales Valentín Ramirez, Miguel Lovera, José Hungría y señores Manuel Lovelace, Pablo Villanueva, Daniel Lajara, Memé Cáceres y Blas Bonilla, cuya expulsión por las notas del 27 de julio y 29 de agosto se ha solicitado. Sabe que ésta y cincuenta o sesenta más del partido Báez están reunidos allí apercibiéndose de armas y municiones para turbar en un día dado nuestro reposo y paz interior, y por eso llamo la seria atención de V. E. sobre estos particulares, para que concurra a poner un remedio pronto y radical, expulsando del territorio haitiano a los ya denominados y haciendo dispersar el resto o internándolos a otro lugar, donde no tengan las facilidades que en el Cabo, para fraguar planes tan contrarios a la paz y tranquilidad de la República Dominicana. El aparente olvido en que parece se ha querido relegar esta petición de mi Gobierno tan conforme a su derecho, me mueven a insistir de nuevo en ello, de un modo, que sin pretender lastimar en manera alguna la buena voluntad de V. E. tenga que lamentarlo; dejando empero sentado desde hoy, que el curso ulterior que puedan tener las ratificaciones del Convenio del 26 de julio dependerá en gran manera del estado en que mi Comisionado encuentre la expulsión solicitada.

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Con sentimientos de distinguida consideración, tengo el honor de suscribirme de V. E. Atento Servidor.- firmado JOSÉ M. CABRAL PEDRO FCO. BONÓ13

Nº 219 Al ciudadano General Pedro Valverde. Ciudadano general: Los partes dados por las Autoridades de las Provincias del Cibao, llegados anoche a esta Capital, han puesto en conocimiento del Gobierno, el desembarco en Montecristi de una partida de Baecistas que han invadido el territorio y tomado a Guayubín. El Gobierno cuenta con un prestigio como el que hace años ningún otro ha sabido conquistarse en el país, y por tanto tiene toda confianza en todas las poblaciones de la República, y dicta, seguro del éxito, medidas enérgicas para detener y castigar una agresión que tiene por bandera un nombre odioso, y por resultado la guerra civil entre los dominicanos. Una de sus primeras medidas es la de llamarlo a Ud. a esta Capital y para ello le envía expresamente esta noche y para el puerto de Jacmel a la goleta “Altagracia”, en la cual tan brevemente como le sea posible se embarcará. Las funciones diplomáticas que le caracterizaban cerca de la Reública Haitiana y que Ud. ha desempeñado a cabal satisfacción, no parecen al Gobierno oportuno continuarlas, toda vez que la presente invasión, que turba nuestra paz e implica sangre dominicana, derramada y enormes gastos, por noticias fidedignas, ha venido

13 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, 14 de octubre de 1867,

Núm. 22, ff. 45-47.

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a saber fue fraguada en el Cabo y llevada a efecto en embarcaciones haitianas. El Gobierno cree, que hasta ulteriores informes no debe avanzar un juicio definitivo sobre los hechos, pero a reserva de procurárselos tan luego las circunstancias lo permitan, ha determinado suspender sus relaciones oficiales con el Gabinete haitiano y me ordena comunicarlo a Ud. para que por la Secretaría que corresponda, solicite sus pasaportes con la cortesía de estilo, pase a Jacmel y se haga a la vela para esta Capital. La adjunta nota que Ud. se servirá dirigir a su destino justifica esta conducta basada en nuestra propia dignidad y conservación. Cualquiera que sea el estado de los puntos de su misión, sease que el Convenio haya sido ratificado o no, las relaciones oficiales de los dos países quedan por parte de mi Gobierno suspensas hasta averiguaciones más exactas. Dios y Libertad. firmado P. F. BONÓ14

Nº220 Al Ministro de Relaciones Exteriores de la República Haitiana. El que suscribe, Secretario de Estado en el despacho de las Relaciones Exteriores de la República Dominicana, tiene el encargo de su Gobierno para decir a S. E. el Señor Secretario de Estado en el Despacho de las Relaciones Exteriores de la República de Haití, que está profundamente afligido por el acto de agresión contra la paz de la República, fraguado y llevado a cabo en este momento en Monte Cristi y Guayubín.

14 A.G.N., Libro copiador Relaciones Exteriores, Núm. 22, 14 de octubre de 1867, ff. 63-64.

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La reciprocidad de las ventajas y el empeño de hacerlas efectivas, es la garantía de duración en los tratados. Con ese espíritu y poniéndolo todo por obra para que no fuese una letra muerta, mi Gobierno al celebrar el Convenio del 26 de Julio último estipulado entre las dos Repúblicas, se apresuró a nombrar un Ministro Plenipotenciario con el doble objeto de proceder al canje de ratificaciones, y luego residir, en Puerto Príncipe, para encaminar por medio de una viva y cordial solicitud, la consolidación de los resultados felices que los preliminares de paz presagiaban para la paz definitiva. Todo debiera concurrir, con efecto, entre los dos países a mantener estas buenas relaciones. Aunque de distinto origen, de diferentes idiomas; su vecindad, sus instituciones políticas, sus leyes civiles, sus probables elementos de respectiva independencia, y autonomía, y su accesibilidad a ser inquietadas durante la paz, por bandos rebeldes en las fronteras, debían hacer esperar que tanto uno como el otro Gobierno estaban interesados en hacer servir las ventajas otorgadas respectivamente por el convenio, para mutua conveniencia. Mi Gobierno ha comprendido sus obligaciones y las ha sabido cumplir. A la menor insinuación del Gobierno Haitiano sobre perjuicios sufridos en su territorio, ponía en juego todos los medios de represión que estaban en sus manos y no otra suerte separó de las fronteras a jefes que merecían toda su confianza pero sobre los cuales recayeron quejas de participación con los disidentes haitianos. Los acontecimientos posteriores en las fronteras son bien conocidos. Mi Gobierno se cree con derecho a señalar la invasión del territorio de la República por tropas del Gobierno vecino, que violando nuestra neutralidad arrebataron una familia en nuestra jurisdicción sin aviso de ninguna especie. La acogida y favor prestados a todos los Baecista en la ciudad del Cabo –de donde salieron– en gran número por hacer un desembarque en Monte Cristi, que llegó a ejecutarse en buque haitiano trayendo a bordo fusiles, cañón, pólvora y hombres con el premeditado objeto de derrocar

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las instituciones y encender la guerra civil la cual si no se logró fue por las enérgicas medidas tomadas por las Autoridades del lugar. Aprovechóse mi Gobierno de la celebración de los preliminares de paz firmados precisamente en los días que tal tentativa se emprendía y frustraba para pedir con un derecho que se le acababa de conceder, la expulsión de los principales individuos que acababan de llevar a cabo la intentona y que habían vuelto a refugiarse a la misma ciudad de donde la proyectaron y recogieron los elementos de ejecución. Ha dos meses y más que lo solicita con repetidas instancias y siempre por contesta obtiene seguridades oficiales de que se hará o se está haciendo lo que pide. Naturalmente debía confiar y confió en estas seguridades, que las daba un Gobierno amigo y a quien estaba otorgando iguales pedimentos con placer y con esmero. Mas por desgracia, esta confianza ha dado origen a que los congregados en el Cabo reclutasen cuantos rezagados podían recoger enemigos del reposo de nuestro país, y de nuevo saliendo de dicha Ciudad desembarcan en Monte Cristi y adelantan en el territorio alzando la bandera de la rebelión. Tiene el Gobierno la dicha de contar con el apoyo de toda la Nación y puede dar la seguridad de que el reposo público por este acto alterado un momento pronto se restablecerá gracias a los elementos de que dispone y a las enérgicas medidas que dicta. Empero la naturaleza de la agresión, sus antecedentes, sus elementos, su origen, los partes sobre ella llegados que precisan donde se fraguó, se organizó y de donde se dirigió a nuestras costas exigían a mi Gobierno, una declaración precisa y categórica para que la dignidad y reposo de la Nación no venga a ser el juguete de extraños. En esta virtud ha resuelto y me ordena lo manifieste así a V. E. para que se digne comunicarlo a su Gobierno que desde este momento reputa cesan todas relaciones oficiales que entre ambos Gobiernos puedan promediar; hasta que despejada por completo la situación presente, de las

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nubes que la oscurecen hoy, sepa mi Gobierno de una manera exacta y positiva en quien recae la responsabilidad del dinero gastado, de la sangre vertida y de los demás daños emergentes que por el presente acto de agresión se infiere a la República Dominicana. Con sentimiento de distinguida consideración presento a V. E. mis respetos. firmado P. F. BONÓ15

Nº 235 Al Cónsul General Dominicano, París. Tengo el honor de acusar a V. S. recepción de sus notas del 14 y 30 del pasado, lo mismo que de los informes y demás detalles por V. S. enviados sobre compra de armamentos. Tan circunstanciados y completos como tan brevemente obtenidos estos detalles manifiestan la buena voluntad del señor Cónsul General y por ellos mi Gobierno le da las gracias y yo personalmente le doy las más cumplidas enhorabuenas. Pero por desgracia la pena y laboriosidad de V. S. actualmente no podrá tener resultado, puesto que el Gobierno creyó poder contar con un empréstito que se le avisaba acababa de realizar su Comisionado al efecto en Londres y esa Capital. De este empréstito en efecto el Comisionado asentó las bases, pero es tan gravoso que de ningún modo ha parecido ni al Gbno. ni al Congreso aceptarlas. Se trata, hoy, pues, por el Congreso de modificar o revisar la Constitución, si el pensamiento se lleva a cabo y lo acepta la próxima legislatura de Febrero, crea V. S. que no dejaré de proponer que se levante la prohibición que la presente Constitución determina para conferir las funciones de Encargado de Negocios a estranjeros, y deseo quede V. S. 15 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, Núm. 22, ff. 65-67. Adición: Proyecto de empréstito

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persuadido que mi primer cuidado será expedirle las correspondientes plenipotencias, tan agradecido estoy a sus buenos oficios y tan satisfecho está el Gobierno de sus servicios. En estos días la tranquilidad pública fue turbada por las fronteras como tuve el honor de decir a V. S. en el paquete pasado. La intranquilidad se aumentó después, la insurrección se extendió pero gracias a Dios, ha sido sofocada casi en totalidad pues solo resta una pequeña porción del territorio en revolución. El Gbno. despliega energía en concluirla y no dudo que en el próximo vapor podrá comunicar a V. S. tan buena nueva. Con sentimiento, firmado P. F. BONÓ16

16 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, Núm. 22.

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Un gran incidente internacional

Las sucesivas administraciones del general Buenaventura Báez se caracterizaron por sus desaciertos financieros, que culminaron más tarde con un desastre económico total para el Estado y el pueblo dominicanos. Su segunda administración, iniciada el día 8 de octubre de 1856, se caracterizó por graves acontecimientos económicos, que produjeron la histórica revolución del 7 de julio de 1857, encabezada principalmente por el general José Desiderio Valverde, en protesta por la decisión de Báez de canjear billetes depreciados por onzas de oro, que circulaban en abundancia por todo el Cibao, gracias a los buenos precios del tabaco. La Asamblea Constituyente reunida en Moca, dictó un decreto el 28 de enero de 1858, desconociendo las emisiones de billetes del gobierno de Báez. El artículo primero de ese decreto disponía en forma radical que ‘“Ninguna clase de papel moneda, vales, o pagarés emitidos por el señor Báez o su administración sobre el crédito público, a contar desde el 7 de julio del año pasado, no se reconocen, ni serán reconocidos, considerados ni pagados como deuda pública de la nación’’. Poco tiempo después, derrotado por Santana el gobierno de Santiago, volvió el brioso caudillo a tener en sus manos el mando absoluto. El 11 de abril de 1859, el Senado Consultor decretó que los billetes emitidos por el gobierno de Báez debían ser cambiados en el término de un mes a razón de 2.000 pesos billetes, por un peso fuerte, en vales garantizados. Promulgado este decreto por el presidente Santana el 4 de mayo, los cónsules de Inglaterra, Francia y España, elevaron

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una enérgica protesta al ministro de Relaciones Exteriores, don Miguel Lavastida, contra el referido decreto, considerándolo nulo y sin valor en lo que concernía a sus nacionales. Lavastida rechazó las imputaciones que se le hacían al gobierno dominicano, y devolvió a los cónsules su comunicación, por considerarla una intromisión en los asuntos potestativos de nuestro Estado. Los cónsules abandonaron el país después de grandes forcejeos diplomáticos y regresaron a bordo de barcos de guerra de cada uno de los países que representaban. Los comandantes del bergantín francés “La Mercure” y de la fragata inglesa “Cossack” exigieron abusivamente, que las baterías de la plaza saludaran primero, con salva de 21 cañonazos las banderas enarboladas en esos buques, que consumaban un acto de ignominia. Lavastida, con energía que lo enaltece resistió las presiones de los agentes de esas grandes potencias, que se empecinaron en exigir el saludo a sus banderas. Frente a un verdadero ultimátum, el ministro Lavastida renunció antes que ceder, y en su lugar se designó al señor don Felipe Dávila Fernández de Castro. Ese mismo día se efectuó el saludo exigido y Fernández de Castro, entre otras cosas, le manifestó a ambos comandantes que el gobierno, ‘‘cediendo a la fuerza ha hecho el saludo en los términos que las grandes naciones Francia e Inglaterra han tenido a bien exigir de la pequeña República Dominicana’’. El comandante del vapor español ‘‘Don Juan de Austria’’, capitán don Francisco Montero no secundó la conducta de ingleses y franceses en cuanto a exigir una humillación con el saludo a su bandera. Las otras dos grandes naciones se empequeñecieron. El 12 de diciembre de 1859 se firmó un protocolo de arreglo que consumó la ignominia. El ministro de Relaciones Exteriores, don Felipe Dávila Fernández de Castro, elevó un memorándum a los gobiernos de Inglaterra y Francia, reseñando todo lo ocurrido, y protestando reiteradamente del atropello de que fue víctima un país inerme. El valioso documento dice así:

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MEMORANDUM Que ha dirigido a los Gobiernos de Inglaterra y Francia el Ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana. *** Cuando un Estado independiente y soberano ha recibido un agravio en lo que le es más caro, su honor nacional; y no se considera bastante fuerte para hacerse justicia, no le queda otro camino para obtenerla que pedírsela á las mismas naciones que lo han ofendido, cualquiera que sea la distancia que los separe en la gerarquía del poder. Recurrir á la conciencia, rectitud y buena fé de los hombres que han ordenado el acto, objeto de su queja, es la única vía de reparación que le queda abierta; y si esta se lo cierra, solo le es dado apelar para ante la Suprema Potestad, de donde emana todo poder; después de entregar los hechos á la calificación del Gran Jurado de las naciones. Largo tiempo hacía que se esmeraba la República Dominicana en consolidar los lazos de amistad que la unían á la Francia y la Inglaterra. Para conseguirlo no ha omitido sacrificio alguno, por oneroso que haya sido. Ella ha guardado la fé de sus tratados con la mayor escrupulosidad, y ni una sola queja fundada se ha producido contra su buena fé. Así había conseguido que reinasen en sus relaciones con aquellos Gobiernos el acuerdo más perfecto y la cordialidad más sincera, al menos de su parte, cuando la ley de que se prohibiese la entrada en la República, de un papel moneda que no había circulado más que en el estrecho recinto de una de sus ciudades; y que se había emitido por un poder moribundo a tan vil precio y, con tanta profusión, que habría bastado para causar una perturbación profunda en la fortuna pública, y tal vez un trastorno general en el Estado. No es sin embargo la intención del Gobierno del General Santana, desconocer el derecho que asistiera a los que hubiesen sufrido con aquella necesaria medida; y desde que tomó las riendas del Poder, rogó al Senado que lo tomase en consideración. Aunque la

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tarea era sobradamente árdua, en razón de la dificultad que había en fijar un tipo para indemnizar á sus tenedores, por la diversidad de precios á que lo habían adquirido, no la rehuyó el Senado y ordenó la amortización del mencionado papel moneda; no ya al vil precio que tuvo cuando se prohibió su circulación, sino que quiso hallar un término medio, duplicando aquel valor. Los cónsules de Francia, España, Inglaterra y otras naciones tuvieron, empero, por conveniente, protestar contra aquel arreglo y nada más justo que el ejercicio del derecho que, tienen de hacerlo, si hallaron que podía perjudicar los intereses de sus nacionales. Desgraciadamente las formas en que creyeron, deber llevarlo á cabo no abundaban, ni en la legalidad que llevaba el fondo de la protesta, ni en la gravedad y compostura que conviene a los escritos de su especie, y el Gobierno de la República juzgó oportuno al mantenimiento de su dignidad, rogarles que se entendiese la protesta en forma aceptable. Los firmantes del referido documento no estimaron, sin duda, en su valor el ruego del Gobierno y hubieron de retirarse de la República. No es esto sin embargo lo que ha pronunciado el fallo sobre esta cuestión, ni es ella la que la ha resuelto. Las mismas naciones interesadas han dado la razón a la República pues que por una parte se han abstenido de insistir en la recepción de la nota devuelta como la han hecho, si aquella hubiese sido indebidamente rechazada; y por otra han manifestado bastante esplícitamente, a los representantes de la República en varias de ellas, su descontento de que dicha medida hubiese sido revestida de aquella forma. La Inglaterra, nación tan cuerda y mesurada en sus decisiones, hizo más; porque habiendo suspendido la recepción del Ministro Dominicano hasta estar bien informada de las circunstancias que habían dado lugar a la suspensión de las relaciones entre los dos países, luego que hubo llenado aquel deber y después de quedar satisfecho, según el dicho de su Ministro de Relaciones Exteriores, llamó al representante Dominicano, reanudó la buena inteligencia rota y lo honró con la recepción solemne de su Soberana; dando de este modo un auténtico testimonio del

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derecho que asistía al Gobierno de la República en la debatida cuestión. Así las cosas, y cuando el Gobierno Dominicano debía reposar sobre la fé de los tratados, la tranquilidad de su conciencia y el irrefragable testimonio de su justificación, que de todas partes recibía, se presentaron el 30 de Noviembre último tres buques de Guerra, de las naciones francesa é inglesa, y con un aparato hostil no tardaron en demostrar sus intenciones poco amistosas, sembrando en todos los ánimos la sorpresa y el desasosiego. No solamente se abtuvieron de saludar al Pabellón Dominicano, delante del cual echaban el ancla, sino que cada uno de sus Comandantes dirigió al Gefe del Poder Ejecutivo, á quien no tuvieron por conveniente llamar Presidente, un mensaje, con el aparato que solo es de estilo usar de enemigo á enemigo; hasta el punto de darle término fijo para dar la respuesta. La moderación y el comedimiento guardados en esta, que pueden verse en el Nº 5° de las copias que adjuntas se acompañan á este Memorandum, y que tanto contrastan con el tenor de sus órdenes N° 1º y 3° y él de sus comunicaciones Nº 2º y 4° no bastaron á templar la irritación que dejaban traspirar; y por el contrario, pareció aumentarla: como aparece del contesto de sus réplicas Nº 6° y 7° en las que el término angustioso que señala para deliberar es solo de 12 horas término que en las subsiguientes notas se estrecha cada vez mas no obstante la claridad, sencillez, buena fé y puntualidad con que se hacian las contestaciones del Gobierno Dominicano. Semejante conducta observada con una nación cuya independencia y soberanía se ha reconocido, y con la cual se está ligado por una estipulación solemne, que exije tratarla como amiga, solo puede justificarse por motivos tan poderosos que hagan legítimo un rompimiento; y aun este, debe estar revestido de las formas que le exijen los tratados. Para escusarla no podrá tomarse en consideración la diferencia mayor ó menor entre el Poder de uno y otro Estado, y habría de ser necesario dar las razones que hubieran podido inducir á menospreciar de ese modo los convenios y estipulaciones que el derecho público internacional, hace

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sagrados. Estaba acaso la República Dominicana en guerra con las naciones que la trataban como enemiga? Había, por ventura, formulado queja ó reclamación alguna de ellas contra esta? Quebrantó tal vez la fé de los tratados? No se le había dado la razón en el punto controvertido; y no se le da hoy mismo, pues que no se pida la recepción de la nota que fué origen de la dificultad? La cuestión de forma no se ha reproducido; y el Gobierno de la República está autorizado á creer que obró en su derecho, y que los que hoy menosprecian ese derecho lo han reconocido. Otra es la reclamación que hoy se le hace completamente distinta y enteramente nueva. Es otra la cuestión que hoy propone por primera vez y es su iniciación la que viene á hacerse con aparato tan inucitado! y como puede justificarse el alarde de la fuerza para exijir con ella de una República amiga lo que no se le había pedido de otro modo? Desgraciadamente la conducta poco amistosa de que se queja la República, no se limita á los actos que van enumerados. La sorpresa del Gobierno Dominicano no subió de punto desde las primeras notas que le pasaron los Comandantes de las fuerzas preparadas delante de la Plaza, cuando vió que se le exijía que hubiese de saludar el primero los pabellones de Francia é Inglaterra, que flotaban sobre los buques mismos que habían rehusado cumplir con el deber de cortesía que hacia el Dominicano les prescribía el Derecho de Gentes. El Gobierno de la República, como era natural, resistió someterse á semejante exijencia; y las notas que se cruzaron sobre este punto desde la 3ª hasta la 14ª, hacen ver que sostuvo su resistencia hasta que se hizo evidente el caso de fuerza mayor. Las referidas notas, que se acompañan, dispensan al Gobierno Dominicano de la necesidad de probar, que la presión ejercida contra la independencia de un Estado que tiene el derecho de considerarse y ser considerado como soberano fué gratuita é inmotivada, y constituye una violencia del derecho de Gentes; y lo que es más, la violación de los tratados especiales existentes, con las imperiosas y perentorias prevenciones que en aquellas se le hicieron.

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El art. l° del tratado celebrado con la Gran Bretaña, dá á la República el derecho de exijir de ella un proceder amistoso, tal cual es de uso admitido entre las naciones ligadas por esos vínculos. Y si por este artículo, y otro igual que contiene el que la República hizo con la Francia, tenía aquella motivos para esperar una conducta menos hostil; con cuanta mas razón no sorprenderá la que se ha tenido con ella, después que se lee el párrafo final del trigésimo primo, del de esta última potencia con la República dice así: “Dans le cas oú l’une des deux Parties contractantes jugerait qu’une oú plisieurs des stipulations du present Traité ont eté enfreintes á son préjudice, elle devra d’abord présenter á l’ou-tre Partie un exposé des faits, ainsi qu’une demande en réparation accompagnée des documents et des preuves nécessaires pour la justifier et elle ne pourra d’oucune maniére autoriser des actes de repretsalies, ni declarer la gueue qu’autanque la réparation demandée par elle aurait été refusée on mal accuellie”. “En el caso, dice el texto, de que una de las dos partes contratantes juzgare, que una ó muchas de las estipulaciones del presente tratado han sido violadas en perjuicio suyo, deberá aquella empezar por presentar á la otra parte, una esposición de los hechos, así como una petición de su reparación, acompañada de las pruebas y documentos necesarios para justificarla, y no podrá en manera alguna autorizar actos de represalias, ni declarar la guerra, sino en el caso en que la reparación perdida por ella se le niegue ó sea mal acojida”. La República tiene pues hoy el derecho de preguntar á la Francia y á la Inglaterra ¿a cuál de las estipulaciones de sus tratados ha faltado? ¿Dónde está la relación de los hechos que ellas le hayan presentado en queja de esas infracciones? dónde las pruebas y documentos justificativos; dónde la reclamación que debió preceder á todo acto de hostilidad? dónde en fin, la negativa de la República á hacer justicia á su reclamo, tal cual lo exijen el artículo citado y el derecho de Gentes, para autorizar esa ruptura? Si pues nada de eso ha existido, ¿cómo se podrá justificar

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la conducta severa de que ha sido víctima la República? ¿Por qué motivo se ha hollado su dignidad nacional? forzándolo á que ejecutase lo que ni quería ni debía? Se pretenderá por ventura, decir como los Comandantes de los Buques en sus últimas Notas, que la República no había sido obligada por la fuerza á hacer el saludo pedido, sino que ella se había sometido voluntariamente á esa vejación? Qué habrían hecho aquellos, si el indispensable saludo que sus Gobiernos les habían mandado exijir no hubiese sido ejecutado? O sus buques hubieran bombardeado la plaza; ó lo que es más probable, habrán salido en busca de mayor número que lo hiciese con mas éxito. Pero aun cuando nada de eso hubiese pasado, ni hubiese acontecido mas que prolongarse el estado amenazador que pesaba sobre la República desde que se suspendieron las relaciones y que tanta sangre ha costado en Azua; había bastado para coartar la acción libre de un Gobierno, ante la probabilidad de nuevas desgracias de igual género. Sobre todo, cuando el Gobierno tenía las pruebas de que el enemigo de la República, que son sus falaces y calumniosas insinuaciones habría provocado aquella agresión, no lo hacia con otro objeto mas que el de aprovecharse del equivocado concepto de que las naciones que aflijían la República, protejian sus proyectos parricidas; y á la sombra de tales engaños empujar nuevas víctimas al precipicio, que desde lejos se complace prepararles. ¡Cuán diferente ha sido la noble conducta observada por la España! Ella tenia también á su entender, reclamaciones que hacer; derechos que vindicar; perjuicios que reparar; y sin embargo, no toma parte en el acto de humillación que se quiere hacer á una amiga! Por el contrario elije el buque de guerra más pequeño que tiene en su marina; bastante para conducir su enviado con el decoro debido sin transpirar recelos, lo hace anclar en lo interior del puerto; y lo coloca bajo los fuegos cruzados de nuestras baterías, en ademán conciliador y amistoso, que dejaba conocer cuanta seguridad tenía en la buena fé de los que fueron sus hijos. La España tiene la misma causa que las demás naciones protestantes, y hace su reclamación (Nº 17) pero

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elimina de ella todo lo que pudiera tener de humillante para su amiga la pequeña República Dominicana! Es que acaso esta potencia ha comprendido menos que las otras, lo que cuadra á su dignidad, o mas bien que comprende que el inmotivado alarde de la fuerza contra el débil llena menos el objeto que se proponía? Al ver ese desacuerdo en la manera de determinar una cuestión que fué iniciada colectivamente, al ver á la España encerrada en el círculo de lo justo, separarse del camino de la fuerza que seguían sus dos poderosas armadas; al ver la sensatez y cordura del Gobierno de la Reina de Inglaterra venirse abajo ante el hecho notable de las inconsecuencias; al ver el anuncio de Holanda, Cerdeña y Dinamarca en una cuestión que les toca tan de cerca como á las primeras; al ver en fin, que la primera nación del mundo, mayor hoy por la liberalidad del pensamiento civilizador de su Gobierno, que por la gloria con que sus armas se han coronado en todas partes; viene á debilitar su brillo con la fuerza ejercida sobre el indefenso; el Gobierno de la República tiene el derecho de creer, que en la ejecución de las órdenes comunicadas por esas dos grandes naciones, se ha padecido un grave error del cual ha sido ella la víctima y se cree fundado para pedirles, la reparación que juzguen adecuada al agravio hecho a su pabellón, y al que ha tenido lugar con la violación de los tratados existentes entre ellas y la República. Santo Domingo, Diciembre 22 de 1859. FELIPE DÁVILA F. DE CASTRO17

17 Gaceta Oficial, Núm. 73, trimestre 7°, Santo Domingo, 7 de enero de 1860.

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Eugenio María de Hostos se despide

El hombre extraordinario que fue Eugenio María de Hostos pisó por primera vez la tierra dominicana el 30 de mayo de 1875, cuando desembarcó en la ciudad de Puerto Plata, la cual era en ese tiempo uno de los más activos centros de lucha por la independencia de Cuba, entonces en plena guerra libertadora. Ilustres exiliados cubanos y puertorriqueños se habían acogido allí a la sombra de la hospitalidad dominicana, y la protección decidida que le brindaba el gran paladín nacional Gregorio Luperón a la magna empresa redentora de las antillas. Con 36 años de su edad, Hostos era reconocido como un intelectual de relieve y como un luchador sin descanso por lo que se calificaba en esos tiempos como el ideal antillanista. Hostos se sumó inmediatamente a la redacción del periódico Las dos Antillas, consagrado a la propaganda de los intereses políticos de Cuba y Puerto Rico. Presionado el general Ignacio María González, presidente de la República Dominicana, por funcionarios consulares españoles, que invocaban el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación concertado en 1874, se vió en la imperiosa necesidad de recortar las actividades de los emigrados residentes en Puerto Plata. Las dos Antillas se transformó en Las Tres Antillas y poco después en Los Antillanos. Frente a ese ardid, el gobierno dominicano le envió pasaporte al señor Hostos, para que saliese del país en la primera oportunidad. Eso sucedió en septiembre de 1875.

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Los periódicos de Santo Domingo y de Santiago protestaron enérgicamente, entre ellos La Paz de Santiago, órgano de la meritísima sociedad “Liga de la Paz”, fundada por el ilustre ciudadano don Manuel de Jesús de Peña y Reinoso. Esta organización política civilista, que luchó en forma denodada contra los resabios sociales y políticos del pueblo dominicano, intentó evitar la deportación de Hostos. El insigne maestro se dirigió en carta memorable, muy poco conocida, a los redactores de La Paz, la cual en sí es una doctrina de acción política libre y civilizada. Para conocimiento de las generaciones actuales nos permitimos reproducirla: REMITIDO Puerto Plata, setiembre 8 de1875. Señores Redactores de “La Paz”, Santiago. Si pudiere lisonjearme la esperanza de ser conocido en esa comarca y por Udes., valdría algo la palabra de aliento que va a salir de mi pluma y de mi alma para Udes. Siempre, y en todo el Nuevo Mundo, alma y pluma y vida entera han estado en mí a disposición de los buenos, y consagradas al presente y al porvenir de esta gran patria que jamás he visto limitada al pedazo de tierra que me disputan los Españoles, y que veo en todos y en cada uno de los pedazos de tierra en que está subdividido el continente y en que está despedazado el archipiélago. Dominicano de sentimiento, como cubano de obligación, como puertorriqueño de nacimiento, como latinoamericano de orígen y devoción y aspiración, me conmueve cuanto conmueve el viril corazón de todos nuestros pueblos, y no he podido ser indiferente al acto de inteligencia, de alto patriotismo y de elevada concepción de los deberes del ciudadano que hay en la actitud de las asociaciones política, económica, y filantrópica que juntas han producido este periódico. Vedada para mí la publicación de todo pensamiento, y resuelto a no aceptar hospitalidad que destruya lo único

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que tengo, mi conciencia, acepto el pasaporte conque se ha saludado oficialmente al hombre que ha podido en todo un Continente inspirar respeto a los mismos Gobiernos a quienes la mera predicación de mis ideas combatía, y no puedo asociarme al generoso movimiento que han iniciado La Paz y las asociaciones que la han producido. Más lo que no puedo como periodista, lo puedo como propagandista, y nunca faltará conciencia al hombre de verdad, y nunca faltará tiempo al expulso, para decir a los buenos: Perseverad para decir a los fieles de la patria: Sostenedla, para decirle a los fieles de la idea: Predicadla. En el momento de reflexión en que está entrando la Sociedad Dominicana, infamia para mí si de algún modo hubiere intentado perturbarla! ni guerra ni revolución; paz y derecho es lo que importa conquistar, y paz y derecho he predicado. Si no se me ha comprendido, piedad para los ciegos. No lo son en el país los que estudian con patriotismo viril las necesidades positivas de la Sociedad Dominicana, y a ellos hablo y con ellos cuento, cuando vengo a contestar con una adhesión de hermano a los que han cometido el error de tratarme como enemigo. Me importa mucho hacerlo saber: yo saldré del país, porque así importa a mis hermanos de Cuba y Puerto Rico; pero como al obedecer a mis hermanos utilizaré un pasaporte que no he pedido; y como la remisión inesperada de ese pasaporte puede justificarse con imputaciones que pusieran en duda mi fervoroso anhelo de bien para la patria dominicana, quiero decir en alta voz que no hay pensamiento, sentimiento, acto, intención, aspiración, que no hayan tenido en mí el sello infalsificable de mi afecto razonado a este país. Si dicen que intenté arrebatarle la emigración de cubanos y puerto-riqueños, díganles que intenté colocar en condiciones del derecho a la inmigración de las dos islas. Si dicen que intenté crear animosidades internacionales, dígase que intenté defender la nacionalidad contra atentados de la nación que ha emponzoñado la vida de nuestras sociedades latinoamericanas. Personalmente, no me defiendo: yo siempre he dejado a la verdad el derecho de defenderse por sí misma. Representante de una causa

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sagrada, la defiendo; y pues la causa de Udes. es la mía, y pues aún tengo un último momento en que abogar por ella, consiéntanme que salude en la actitud de todos los sostenedores de la idea de La Paz, el tranquilo advenimiento de la época de razón y reflexión que tanto anhelaba para esta desventurada patria de vencedores de España. De lejos, como de cerca. EUGENIO M. HOSTOS18

18 La Paz, Núm. 3, Santiago de los Caballeros, 11 de septiembre de 1875.

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El azúcar de Santo Domingo y la Primera Conferencia Panamericana

El Tratado de 1884 Una publicación oficial de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, caída en mis manos al azar de búsquedas bibliográficas, me proporcionó la oportunidad de hallar interesantes datos que conciernen por igual a la historia diplomática como a la historia comercial de la República Dominicana. El primer tomo de Tratados internacionales celebrados por la República Dominicana con Alemania y con los Estados Unidos de América, impreso en Santo Domingo, por Imp. Escobar & Cía., el año 1915, inserta el Convenio Comercial de Reciprocidad, negociado en 1884 por los gobiernos de los Estados Unidos y la República Dominicana. Los técnicos de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores que en 1915 prepararon ese volumen, pusieron tres notas aclaratorias al texto de ese Convenio, de las cuales la tercera dice textualmente: “3a. Sobre el presente ‘Convenio Comercial’ no existe en los archivos nacionales documento alguno, de lo que se colige que fué sustituído por el ‘Arreglo Comercial’ de fecha 4 de junio de 1891”. Sin embargo, de esa afirmación tan categórica he localizado en el Archivo General de la Nación, una profusión de documentos relativos a la negociación de ese Convenio, y principalmente toda la documentación entregada al Gobierno dominicano por el plenipotenciario don Manuel de Jesús Galván, a su regreso a Santo Domingo, después de ocho 217

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meses de negociaciones en Washington, que culminaron con la firma del Acuerdo del 4 de diciembre de 1884. El Gobierno dominicano, presidido entonces por el general Ulises Heureaux, tenía interés en lograr un acuerdo comercial con los Estados Unidos, que permitiera una rápida expansión de la naciente industria azucarera que entonces prometía al país una solución a sus graves males económicos. En abril de 1884 fue designado don Manuel de Jesús Galván con el carácter de ministro plenipotenciario ante el gobierno de los Estados Unidos, con amplios poderes para negociar un tratado de libre cambio, enfocado principalmente a obtener la liberación de los derechos arancelarios para el azúcar dominicano que se exportara a aquel país. El gremio de hacendados azucareros de Santo Domingo, prestó al gobierno dominicano $18,000.00 para los gastos de esta misión. Galván luchó con tenacidad para coronar con éxito sus gestiones, pero encontró los poderosos escollos que los intereses del capitalismo norteamericano han puesto siempre como valladar para impedir que se escapen a su control absoluto las actividades de la producción y comercio del azúcar. Al mismo tiempo que Galván negociaba en Washington, se encontraba también allí el embajador americano en Madrid, mister John W. Foster, que tenía a su cargo las negociaciones para concertar con España un tratado comercial, que nivelara la balanza de comercio de los Estados Unidos con las colonias españolas de Puerto Rico y Cuba. En esa fecha Cuba vendía a los Estados Unidos 90 millones de pesos al año y solamente le compraba l0 millones. Por los documentos auténticos existentes en el Archivo Nacional, y por los hechos posteriores a esas negociaciones, se evidencia que el Departamento de Estado de Washington usó el proyecto de Tratado de Libre Cambio con la República Dominicana, como fantasma para obligar a España a ceder a sus exigencias. El 12 de junio de 1884 conferenció Galván en las mismas oficinas del Departamento de Estado con el Embajador Foster, para intercambiar ideas sobre sus respectivas misiones, días antes de que éste saliera para Madrid a concluir sus negociaciones. En carta fechada en Nueva York el 30 de agosto de 1884, Galván informa al secretario de Relaciones Exteriores dominicano lo siguiente:

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No carece de importancia, para los fines que persigue esta Legislación de mi cargo, la adhesión declarada del Ministro de los Estados Unidos en Madrid a las miras que le expuse en carta fechada 8 de julio próximo pasado. El Sr. John W. Foster me dice en su contestación fecha 28 de julio que de conformidad con esas miras telegrafió al Secretario Frelinguysen tan pronto como recibió mi carta, apoyando la conveniencia de celebrar cuanto antes el Convenio con nosotros, como único medio de obligar al gobierno español a hacer concesiones al comercio americano en Cuba. Las seguridades que obtuve del Presidente Arthur, y del dicho Secretario por aquellos días, y que dí cuenta en mis despachos precedentes coinciden con el telegrama a que se refiere Mr. Foster.19 Galván fue entretenido, mientras la prensa publicaba amplias informaciones de sus actividades, para dar tiempo a Foster de negociar con éxito en Madrid. En un fragmento de su correspondencia que ilumina perfectamente el conocimiento del problema ya histórico del comercio del azúcar dominicano en el mercado de los Estados Unidos, Galván escribe textualmente lo siguiente: La grande influencia opuesta a nuestros esfuerzos, por la propia naturaleza de las cosas, y no por malquerencia intencionada era la de los cuantiosos intereses mercantiles de los Estados Unidos en Cuba y Puerto Rico. Esos intereses se conmovieron vivamente, al amago de la reciprocidad propuesta por la República Dominicana comprendiendo que su organización y su equilibrio iban a ser profundamente perturbados, si no del todo arruinados con el proyectado convenio comercial entre las dos Repúblicas. Capitales americanos empleados en el tráfico y la producción de ambas antillas españolas habían de sufrir, tanto como los intereses metropolíticos de España, las inmediatas consecuencias negativas para ellos de la prosperidad 19 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, legajo Núm. 51, Exp. 8.

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industrial y mercantil de Santo Domingo. Tal es el gigantesco obstáculo con que he tenido que luchar. Así es que desde el primer día hube de notar el fenómeno de que el Señor Foster, Ministro Americano en Madrid, pusiera el más anheloso empeño en reducir al Gobierno español a un convenio de reciprocidad análogo al que nosotros proponíamos al Gobierno de los Estados Unidos. Las necesidades y aspiraciones del comercio y la agricultura en Cuba vinieron en ayuda de la iniciativa de Mr. Foster, y venciendo las repugnancias y la fuerte oposición de Cataluña, Castilla y algunas provincias andaluzas el tratado con España iba progresando de día en día mientras que se ha diferido todo lo posible concluir el que nosotros proponíamos para no perturbar o torcer el curso de las negociaciones que se quería obtener de España, a fin de hacer admisible el convenio ante las Cámaras Norte-Americanas. Esta es la historia sucintantemente relatada. Lo que yo he debido padecer, la sorda impaciencia difícilmente contenida ante las dificultades emanadas de esa fuente, una vez que su origen llegó a serme perfectamente conocido, bien podrá concebirlo Ud., podrá el Gobierno apreciarlo en su clara ilustración el vulgo ligero no lo comprenderá nunca ni yo intentaré o acertaré a explicarlo. En los últimos días de Octubre se dió por firmado el tratado con España. No lo estaba efectivamente, pero este suceso era inminente. Mis incesantes esfuerzos lograron arrancar al Departamento la nota del 28 de Octubre, que contesté el 4 de Noviembre corriente. A pesar de mis diligencias, de mis conferencias con el Sub-secretario, (pues el Ministro jamás se hallaba), de mis instancias en todos sentidos, sólo diez y seis días después obtuve la réplica del Departamento de Estado, fecha 20 del actual de la que remito copia también adjunta bajo el Nº 2. El mismo día hizo público el Herald que el tratado con España había sido firmado. Remito el número correspondiente de dicho diario, Anexo Nº 3, ayer 21 fuí al Departamento pero el Secretario Frelinghuysen estaba en el Consejo de Gobierno. Dejé recado pidiendo hora para el día siguiente y anoche recibí un

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atento billete de dicho Señor, rogándome que aplazara al martes 25 la conferencia, que juzgo ha de ser definitiva, dado el punto a que ya ha alcanzado la negociación.20 El Tratado fue finalmente concluido y firmado el 4 de diciembre de 1884, por don Manuel de Jesús Galván, como plenipotenciario dominicano, y por Frederick J. Frelinghuysen, como plenipotenciario de los Estados Unidos. En él se estipulaban, por medio de listas claramente definidas, los productos de cada país que entrarían libres de derecho en el otro, o con reducciones progresivas en los derechos aduaneros. Según la Lista A del Convenio, quedaría libre de derechos, para entrar en el mercado americano ‘‘el azúcar, que no exceda del Núm. 16, tipo holandés en color’’. Poco tiempo después el Congreso Nacional sancionaba este importante acuerdo, que propiciaría el desarrollo de una industria vital para la vida de la nación. Pero inútiles fueron todos empeños para obtener que en los Estados Unidos el Senado sancionase con su voto el flamante acuerdo. Los grandes intereses del comercio yanqui, superiores entonces y siempre a los principios teóricos de una convivencia política generosa con los pueblos de la América hispana, impidieron que nuestro país obtuviera los beneficios a que era acreedor por ese Convenio.

La conferencia de Washington Pero hay algo muy interesante en relación con todo este asunto. El nacimiento del panamericanismo, en su carácter oficial y puede decirse que académico, con la celebración periódica de las Conferencias de los Estados Americanos, tiene un incidente notable con el gobierno de la República Dominicana. Ulises Heureaux, a la sazón presidente de la República, se negó a enviar una representación oficial a la magna asamblea que tuvo efecto en Washington de 1889 a 1890, alegando enérgicamente que el gobierno de los Estados Unidos, 20 A.G.N., Libro copiador de Relaciones Exteriores, 1881, legajo 51, Exp. 8.

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que firmaba la invitación, había violado el Tratado Comercial de 1884, sin que jamás intentara justificar su procedimiento. La invitación oficial para el gran cónclave fechada a 13 de julio de 1888, fue recibida por la vía del Encargado de Negocios de los Estados Unidos en Port-au-Prince, mister John E. W. Thompson. El Secretario de Relaciones Exteriores dominicano, don Manuel María Gautier, avisó recibo a Thompson en la siguiente forma: 23 de agosto de 1888 No. 648\18 Al Sr. John E.w. Thomson, Encargado de Negocios de los Estados Unidos de América. Port au Prince, Haití Muy Sr. Mío: He tenido la satisfacción de recibir la importante comunicación de Ud. de fecha del mes actual, notificándome que, habiendo acordado el gobierno de Washington celebrar una conferencia en Octubre de 1889 donde se encuentren representados todos los Estados independientes de la América, hace al gobierno de la República Dominicana la correspondiente invitación, en nombre de su gobierno, para que figure en el número de aquellos. Informo de ese propósito de altas miras al ciudadano Presidente que se halla hoy girando una visita por el Cibao y en breve someteré ese asunto al Consejo de mi Gobierno para que resuelva lo procedente que, según mi opinión y mis deseos, debe ser aceptada tan digna como honrosa invitación. Oportunamente tendré el honor de informar a Ud. de su acuerdo. Saluda, etc., firmado M. M. GAUTIER21

21 A.G.N., Libro copiador de oficios de Relaciones Exteriores, Núm. 35, p. 25.

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El eminente internacionalista argentino, doctor Estanislao S. Zeballos, en su obra Conferencias internacionales americanas, al referirse al efecto producido en América por la invitación de Washington, dice lo siguiente: Se temía la demasiada preponderancia de aquel Estado, y se sospechaba también una tendencia de absorción política económica, mal disimulada, por algunos escritores y hombres políticos de la Unión. No obstante, esta desconfianza no impidió la reunión de la Conferencia, pues todos los países aceptaron la invitación americana, con excepción de Santo Domingo. En julio de 1889, el general Ignacio María González, investido para esa fecha con las funciones de ministro de Relaciones Exteriores, dirigió una interesante comunicación al secretario de Estado americano manifestándole de manera categórica la decisión del Gobierno dominicano de no asistir a esa reunión, pues en ella se iban a tratar asuntos ‘“que han causado estado en las relaciones existentes entre las dos repúblicas, y de los que, respetando las prácticas internacionales no es posible que prescindan actualmente ni el Gobierno de los Estados Unidos, ni el de la República Dominicana’’. El interesante documento diplomático dice así in extenso: Excmo. Señor: El Gobierno de la República Dominicana, del cual tiene el honor de ser órgano el infrascrito Ministro de Relaciones Exteriores, sometió a detenida consideración los importantes puntos a que se contrae la invitación dirijida por orden del predecesor de V. E. en esa Secretaría de Estado a éste, como a los demás Gobiernos de los Estados del Centro y Sur América, para que concurran al Congreso Internacional que ha de reunirse en Washington el día lro. de Octubre próximo venidero. Dicha invitación fué notificada a este Ministro por el Señor Encargado de Negocios de los Estados Unidos residente en Port au Prince, República de Haití; el 7 de Octubre de 1888.

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Si el Gobierno del infrascrito debiera inspirarse únicamente en su interés y su sincero deseo de que la República Dominicana ocupe el honroso asiento que le corresponde en el areópago de los pueblos soberanos de América, se apresuraría a responder con su representación delegada al cordial llamamiento de la Gran República primogénita de la Democracia en el Nuevo Mundo; pero el Gobierno Dominicano está además escepcionalmente obligado a reconocer que la naturaleza del asunto que es objeto de esa convocatoria tiene insoluble conexión con precedentes diplomáticos de notoriedad, que han causado estado en las relaciones existentes entre las dos Repúblicas, y de los que respetando las prácticas internacionales no es posible que prescindan actualmente ni el Gobierno de Estados Unidos ni el de la República Dominicana. Ambos estipularon en 1884 un tratado de franquicias asimiladoras, arbitraje y reciprocidad comercial que comprende partes de las materias determinadas en la Ley acordada por el Congreso de los Estados Unidos en 1888, como objeto de deliberación para la próxima asamblea de Washington. Si en dicha Asamblea ha de prevalecer un criterio más o menos amplio respecto de los puntos ya estipulados en aquella convención sin llegarse a una resolución definitiva del compromiso internacional pendiente de ratificación y que oficialmente no ha sido retractada por ninguna de las partes contratantes de un modo explícito respecto de la otra, no cree el Gobierno Dominicano que está en actitud de concurrir a una nueva deliberación de igual carácter, extensiva y común a otros Estados que no se hayan ligados por pactos anteriores, como lo está la República Dominicana por el tratado de 1884, así sea pendiente de ratificación y estipulada ad-referendum, mientras la Representación política de ambas Naciones no haya decidido definitivamente sobre la suerte de esa Convención. Cree además el Gobierno del infrascrito que en tal estado su posición especial respecto de los Estados Unidos y de la próxima Asamblea Internacional de Washington

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le está impuesta por las circunstancias referidas y que por tanto no le es permitido salir del radio actual, circunscrito a una espectación de los resultados prácticos que obtengan las deliberaciones de la Convocada Asamblea de Naciones, para adoptar aquella línea de conducta compatible con sus deberes, en lo que concierne a los intereses nacionales que le están encomendados en relación con la poderosa amiga y vecina República de los Estados Unidos, y las demás nacionalidades de América, con todas las cuales aspira la República Dominicana un concierto fraternal y fructífero en todas las esferas de la Civilización y del progreso. Acepte V. E. el testimonio de mi respeto y distinguida consideración con que soy etc., etc. (Firma) IGNACIO MA. GONZÁLEZ22

Los manuales de historia del panamericanismo, preparados en los laboratorios de la Unión Panamericana no hacen referencia a estos hechos. La Primera Conferencia Panamericana fue celebrada del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890, bajo la presidencia del señor James G. Blaine, secretario de Estado de los Estados Unidos. Diez y nueve recomendaciones, según los datos de Orestes Ferrara, fueron el fruto de tan largas deliberaciones. La gran mayoría de ellas no han sido ni siquiera discutidas en los países americanos, ni mucho menos vueltas a poner en las agendas de las sucesivas conferencias. El presidente Ulises Heureaux, en su “Mensaje” anual presentado al Congreso Nacional el 27 de febrero de 1890, justifica las importantes motivaciones que obligaron al gobierno dominicano, a declinar la pomposa invitación del Departamento de Estado de Washington, porque

22 A.G.N., libro copiador Relaciones Exteriores, 19 de julio de 1889, Núm. 35, pp. 336-338.

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al registrar los antecedentes, nos encontramos con que teníamos pendiente con el gobierno de los Estados Unidos el Tratado de Libre Cambio que se firmó entre los respectivos plenipotenciarios el año 1884, cuya ratificación no tuvo lugar por parte del gobierno de los Estados Unidos, sin que al Gobierno Dominicano se le hubiesen participado las causas. El fragmento del “Mensaje” de Heureaux es el siguiente: En mi mensaje del año pasado, en concordancia con la Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores, tuve la honra de daros cuenta que habíamos sido invitados por el gobierno de los Estados Unidos al Congreso Internacional de Estados Soberanos de la América, cuya reunión debía tener lugar, como la ha tenido, en Washington, Congreso que en el fondo debía ocuparse de escojitar medios adecuados para imprimir carácter conforme á los progresos de la civilización á la política exterior de las entidades nacionales de ambas Américas asi como para dilucidar otros puntos de interés general, que sirvieran a armonizar sus intereses económicos. Como pudisteis haberlo notado por la cuenta mencionada mi Gobierno había acojido hasta con entusiasmo aquella invitación. No era para nosotros una novedad que pudiera sorprendernos la idea de llegar á las soluciones que se iban á buscar en un Congreso Internacional Americano; asi fué que os manifesté el deseo de corresponder á aquella invitación y se obtuvo de vuestra parte el crédito necesario para enviar nuestro plenipotenciario; pero al llevarse á efecto y al estudiar los puntos que se indicaban debían tratarse en el Congreso y al registrar los antecedentes, nos encontramos con que teníamos pendiente con el gobierno de los Estados Unidos el Tratado de librecambio que se firmó entre los respectivos Plenipotenciarios el año 1884, cuya ratificación no tuvo lugar por parte del Gobierno de los Estados Unidos sin que al Gobierno Dominicano se le hubieren participado las causas. Esto que lo hemos explicado al Gobierno Americano

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con franqueza y lealtad justifica nuestra inasistencia al mencionado Congreso Internacional. Hay cosas en que la dignidad de la Nación debe quedar por encima de todo, y el Gobierno ha creído salvar la de la República en el proceder adoptado; que si el Congreso Pan americano llegara á resolver los principios, objeto de su reunión, tiempo nos queda, y sobrado para adoptarlos, puesto que ellos tienen que ser universales para los Estados de este hemisferio; y así tendremos también ocasión de vencer otra dificultad que en razón de nuestros asuntos financieros se opone hoy á cierta y determinadas medidas económicas. Nosotros seguimos con el interés que puede tener todo Estado americano, la marcha del Congreso Internacional.23 Todas las explanaciones teóricas del panamericanismo han venido chocando siempre con las crudas realidades del absorcionismo económico que el titulado ‘‘imperialismo del dólar’’ vino practicando de la manera más ruda hasta hace poco. Los intereses particulares de los grupos que han manejado los hilos de la política en los Estados Unidos, impidieron que en 1884 la República Dominicana obtuviera un trato justo para su naciente industria azucarera. Casi sesenta años después, la vigencia de ese estado de cosas crea una discriminación económica contra la República Dominicana, que es totalmente incompatible con las almibaradas predicaciones del panamericanismo oficial.

El convenio comercial de 1891 Después de haberse celebrado la Conferencia Panamericana de Washington, fue promulgada en los Estados Unidos el 1º de octubre de 1890, la Ley Arancelaria conocida también como Bill McKinley. Esta Ley establecía que a partir del lro. de enero de 1892, el presidente de los Estados Unidos impondría derechos arancelarios ‘‘a los azúcares, mieles, café, té y cueros no curtidos, que procedieran de países que para esa fecha no

23 Gaceta Oficial, año XVII, Núm. 810, 1º de marzo de 1890.

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hubieran concertado tratados de reciprocidad comercial con los Estados Unidos’’. Durante todo el año 1891 entrarían esos productos libres de derechos. Era un año de ensayo, para compulsar lo que más conviniere al comercio americano. El presidente Ulises Heureaux, en su Mensaje anual al Congreso Nacional, presentado el 27 de Febrero de 1891, sometió una serie de interesantes consideraciones, y pidió la autorización necesaria para abrir las nuevas negociaciones que condujeran a la firma de un tratado comercial útil al país, y que favoreciera el incremento de su industria azucarera. El fragmento que interesa ahora del Mensaje de Heureaux dice así: Habíamos seguido atentos la marcha del Congreso Internacional de Estados Soberanos de América reunidos en Washington, como os lo expresé en mi Mensaje de Febrero del año pasado al daros cuenta de las razones que habían sido pesadas en el ánimo del Gobierno para justificar nuestra inasistencia á aquel Congreso, conforme tuvimos ocasión de participarlo al Gobierno de los Estados Unidos. Podemos creer que nuestra abstención está justificada. El Congreso Pan americano no obstante que ha dejado sentados precedentes de confraternidad americana que en el porvenir podrán servir de punto de partida para las relaciones de los Estados Libres de este hemisferio, no pudo dar solución determinada á ninguno de los puntos de interés general que sirvieran para armonizar, como se había creído sus intereses económicos. Así las cosas, el Gobierno Dominicano quedó respecto del de los Estados Unidos en la misma situación en que estaba antes de la reunión del mencionado Congreso Internacional, esto es, con el precedente de haber firmado con dichos Estados un Tratado de libre cambio en 1884, que no fué ratificado por el Gobierno de Washington, pero que deja siempre en nuestro favor la prioridad de haber procurado la armonía de intereses económicos entre ambos países que se buscaba en las Negociaciones del Congreso Internacional generalmente para toda la América. Aun cuando no tenga el Gobierno, oficialmente, motivos para qfirmar que su conducta ha sido considerada y

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apreciada como digna y discreta, los hechos y notaciones de otro jénero y su propia conciencia en el cumplimiento del deber en sus relaciones internacionales dejan aquella satisfactoria convinción. En el momento, tan delicado asunto toma otra forma. El Gobierno de los Estados Unidos promulgó el año pasado una Ley reformando en parte sus Tarifas Aduaneras con especiales condiciones, entre las cuales existen algunas que llaman á obligaciones recíprocas las franquicias que ellos acuerdan. Esa Ley que ha recibido el nombre de “Bill McKinley” que ha levantado un clamor universal, siendo comentada y calificada de diversos modos por la prensa de América y Europa, trae una sección que nos concierne muy particularmente. Los azúcares, mieles, café, té y cueros no curtidos, tienen entrada libre, durante el año actual, en todos los puertos habilitados de los Estados Unidos; pero el Presidente de estos Estados tiene la facultad de imponer derecho á esos artículos conforme á la Tarifa de Aduana comprendida en dicha Ley ó Bill desde el 1ro. de Enero de 1892, cuando procedan de países que para esa fecha no hubiesen celebrado con los Estados Unidos Tratado de reciprocidad, y cobren impuestos á sus productos. Todos los detalles que más pueden interesarnos sobre este asunto los hallaréis consignados en la Memoria del Ciudadano Ministro de Hacienda y Comercio, quien después de haber examinado el punto con detenimiento y habiendo encontrado en la ley de franquicias algunas bases para una negociación, cree, como cree el Gobierno, oportuno abrir negociaciones al efecto y con el fin de conservar á nuestros productos (azúcar, melazas, café y cueros) la entrada libre en los mercados americanos, estableciendo la reciprocidad necesaria. Desde que fué conocido el Bill ó Ley á que me vengo refiriendo, cuya trascen-dencia económica es díficil calcular de momento, hemos estado estudiando el asunto con detención é interés y preparando el modo y medio de enviar un Plenipotenciario a Washington, considerando, sobre todo, la importancia que tiene para nuestra industria azu-

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carera, y comprendiendo al mismo tiempo, que el referido Bill es un llamamiento, que no se podría calificar de táctico, á los Tratados de reciprocidad comercial posible. Pensando y procediendo así creo que en nada puede sufrir menoscabo nuestra dignidad, sobre todo cuando vamos guiados por el deseo, la buena voluntad y el deber de atender á los intereses industriales del país y servirlos mejor. De antemano confío en que el Congreso inspirado en iguales sentimientos y consideraciones, estimará y dará su aprobación en todo cuanto concierno á esta negociación, el proceder y la conducta del gobierno.24 El 31 de marzo siguiente el Congreso Nacional dictó un decreto autorizando al Poder Ejecutivo a gestionar el nuevo acuerdo. En esta ocasión fue también designado el señor Manuel de Jesús Galván, como ministro plenipotenciario, con amplios poderes para negociar, ya que su experiencia diplomática de 1884, le serviría de ayuda en esta nueva empresa de su larga carrera. El Gobierno de los Estados Unidos designó a su vez para negociar con Galván, nada menos que al general John W. Foster, Embajador de los Estados Unidos en España, y quien había llegado a Washington por esos días. Pero tanto el presidente Harrisson, como el secretario de Estado Blaine, intervinieron personalmente, según consignó Galván en su informe, para que todo fuera concluido de manera satisfactoria. El 4 de junio fue firmado en Washington el nuevo Convenio Comercial, y promulgado por el presidente Harrisson el lº de agosto de ese año. El presidente Heureaux lo promulgó ese mismo día en Santo Domingo con gran regocijo general. Las estipulaciones del convenio, casi idénticas a las de 1884 comenzarían a surtir sus efectos legales desde el 1º de septiembre de 1891. Los resultados prácticos en acuerdos de tal importancia no pueden quedar evidenciados de manera inmediata. Pero estudiando los escasos datos de la estadística nacional de ese tiempo, se nota el crecimiento del volumen de exportación 24 Gaceta Oficial, Núm. 862, 28 de febrero de 1891.

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de azúcar al mercado de los Estados Unidos. Asimismo se recoge en la prensa y en otras fuentes, noticias acerca del mejoramiento de las instalaciones industriales azucareras existentes entonces en el país. Es oportuno consignar, que los cónsules de Inglaterra, Francia, España, Alemania y Holanda, protestaron ante el gobierno dominicano alegando que el convenio comercial lesionaba los intereses de sus países respectivos. Pero algo nuevo vino a dar un golpe severo a las esperanzas del gobierno y pueblo dominicanos. En fecha 13 de agosto de 1894, el Senado americano votó una Ley gravando con un 40% ad valoren a los azúcares de procedencia extranjera, sin exceptuar los países protegidos por tratados de reciprocidad comercial. Sin pérdida de tiempo, el presidente Heureaux dictó un decreto con fecha 28 de septiembre de 1894, declarando sin efecto el convenio de 1891 y poniendo en vigor las antiguas tarifas arancelarias para todos los productos americanos. Años más tarde, consumada la independencia de Cuba, y en las postrimerías del breve período de ocupación norteamericana de aquel país, le otorgaron el famoso Tratado de Reciprocidad Comercial (1902) que ha hecho posible la vasta expansión de la industria azucarera de la antilla hermana. Todo esto evidencia que dentro del programa general de la política norteameri cana, una cosa han sido los postulados del panamericanismo, las declaraciones de amistad perpetua, los convenios y los tratados, y otra la cruda realidad de los poderosos intereses financieros, que no tienen postulados ni doctrinas, sino la satisfacción de sus fines egoístas. L. D., Ciudad Trujillo, 1953

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Pedro Henríquez Ureña, prócer de la cultura americana

La caída de Pedro Henríquez Ureña en el seno de la muerte, constituye una pérdida irreparable para las letras dominicanas. Si América perdió con él uno de los de los más altos valores del espíritu, la República Dominicana ha perdido su más alto representativo intelectual, que durante cuatro décadas mantuvo incorporada la cultura dominicana a las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo. Pedro Henríquez Ureña fue un hombre de vida magistral. Dotado de una inteligencia brillantísima, y de una capacidad de observación y estudio poco común, desde los años de su adolescencia estuvo consagrado a las más elevadas disciplinas de la cultura humana. Por los picos de su pluma sin fatigas ni rimbombancias tropicales, brotó siempre un río de ideas novedosas, que fecundaron el árbol de la cultura en muchos países de nuestra América. Maestro en el más digno sentido del vocablo; inspirador y propulsor de las altas especulaciones intelectuales en América, Pedro Henríquez Ureña ha sido sin duda, el dominicano que haya ejercido más honda y persistente influencia entre las nuevas generaciones de escritores americanos. El estilo nobilísimo de su vida de estudios, fue y será ejemplo para quienes aspiren lograr el más firme equilibrio de las facultades intelectuales racionalistas. Animado por un puro sentimiento de elevación estética, el insigne crítico y pensador dominicano, se empeñó siempre en señalar a la juventud de América, los valores inmortales de la

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cultura humana. Por eso, “las marcas de su influencia”, están no sólo en el fervoroso culto que núcleos consagrados de la juventud americana, rinden a las más fecundas especulaciones humanistas. Su presencia fue de trascendental importancia en diversos países de América, donde agotó interesantes períodos de su noble vida. Xavier Villaurrutia, notable publicista mexicano, hablando del humanista insigne, dice: La actuación de Pedro Henríquez Ureña en México, tiene una importancia plural, dirigida no sólo a la erudición y las investigaciones de nuestra historia literaria sino a órdenes de teoría pura y libre. Su conocimiento de nuestro pasado literario es de tan buen precio, que ningún historiador de nuestra literatura podrá desatender sus juicios sin cometer una injusticia o una ligereza. La muerte le ha sorprendido en Buenos Aires, donde había fijado su residencia desde hacía muchos años. La Universidad del Río de la Plata le había acogido con entrañable afecto, y allí dictaba sus conferencias y editaba sus obras el gran racionalista. Alejado de su patria nativa desde los años promisorios de su juventud, en busca de más amplios horizontes, mantuvo siempre un contacto afectivo con su país que sólo interrumpió la muerte. Frutos de su dominicanismo de la más pura cepa, son dos de sus últimos libros editados en la Argentina. La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo y El español en Santo Domingo son tal vez, y sin tal vez, la mayor aportación al estudio de la cultura dominicana. El primero de esos trabajos, obra de amor y de cariño, significa un esfuerzo de largos años de apasionados estudios, que el país está en el deber de agradecer a su ilustre hijo en todo lo que vale. La riqueza de las notas que avalaron esas páginas, está sirviendo en el país de orientación fundamental para el conocimiento de nuestra historia literaria. El segundo estudio es el más notable esfuerzo para crear la lexicografía dominicana, constituyendo también una cantera inagotable a la cual habrá de acudir los investigadores de hoy y de mañana, y que por el rigor del método científico, es modelo en la bibliografía americana de los estudios de ese género.

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Eminente y austero, Henríquez Ureña gozó del alto respeto de los círculos intelectuales que le trataron. El ritmo armonioso de su vida de pensador, fue siempre alto ejemplo no desacompasado jamás por la estridencia del grito o del arranque pueril. Amador de los puros goces de la sabiduría, sus más altas lecciones, eran sin duda, las que ofrecía en el decurso sosegado de su vida, tanto como en las cátedras donde su mente privilegiada irradiaba luz y pensamiento. El Gobierno dominicano, por inspiración del ilustre presidente Trujillo, en cuyo gabinete colaboró el doctor Pedro Henríquez Ureña, como superintendente general de Enseñanza, rendirá un homenaje a su memoria, designando con su nombre el edificio de la Facultad de Filosofía que se erige en la Ciudad Universitaria. Ningún sitio más digno para ese homenaje que la Facultad de Filosofía. El recuerdo inmortal de Henríquez Ureña, prócer de la cultura americana, dominicano eminente y de universal renombre intelectual, servirá de estímulo a la juventud que se acoja a esas aulas en busca de las altas verdades de la filosofía. La obra múltiple y profunda del doctor Henríquez Ureña, fruto de una inteligente consagración a los estudios humanísticos, habrá de ser siempre acicate noble para los hombres de talento que quieran trillar la senda por donde el ilustre pensador desaparecido halló laureles inmortales para las letras de su patria. L.N., 27 de mayo de 1946, p. 5.

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Mariano Antonio Cestero y el tratado secreto con Haití

El tormentoso período de gobierno del general Ulises Heureaux, se caracterizó, sobre todo en sus últimos años, por una serie de operaciones deshonestas y antipatrióticas, que han sido muy difíciles de desentrañar, ya que aquel hombre, trataba de no dejar rastro de sus operaciones más dolosas. Su extraordinaria valentía personal corría pareja con su falta de escrúpulos. En este camino, sus negociaciones ultra secretas con los gobernantes haitianos, para resolver el llamado problema fronterizo, se firmó el acuerdo secreto del 18 de agosto de 1898, el cual encontró enormes dificultades para su ejecución sobre el terreno. Además, estaba involucrado un pago de un millón de pesos, como compensación por las tierras que cedería el gobierno dominicano al de Haití en forma permanente. Estos inconvenientes dieron por resultado una entrevista del presidente Heureaux y el presidente de Haití en Mole Saint Nicolás, que abrió el camino para la firma de una nueva convención el 18 de mayo de 1899, absolutamente secreta, que falló por su base, pues el presidente dominicano, caía ajusticiado en Moca el 26 de julio de 1899. Lilís ya había recibido cuatrocientos mil pesos a cuenta de estas onerosas tramas antinacionales. Triunfante la revolución que se inició con la caída física de Heureaux, se sucedieron una serie de acontecimientos políticos que llevaron a la Presidencia, con carácter provisional, al ciudadano don Juan Isidro Jimenes. Los haitianos reclamaron en seguida el cumplimiento del tratado secreto.

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Un gran ciudadano, don Mariano Antonio Cestero, distinguido por su probidad política, y reconocido como escritor de pluma acerada, escribió el artículo que reproducimos, de viejas ediciones del Listín Diario, en donde le hace al presidente Jimenes oportunas advertencias. TRATADO SECRETO CON HAITI Puesto que el asunto es del interés de todos, todos deben ocuparse de él. No vengo a levantar Tribuna de oposición política, que no soy para eso y menos cuando quiero sinceramente para don Juan Isidro Jimenes cabalísimo triunfo en su ruda labor de gobernante, para bien del país que ha sido y es la meta de todas mis aspiraciones de ciudadano. No es tampoco para producir escarseo de contradicciones contra personalidad alguna, ya que bueno si a mí no me muerde el corazón ira o envidia ni perturba la ecuanimidad del espíritu codicias de ningún linaje. Yo estoy hoy, y por ello salgo a la palestra, con la misma conciencia de combatiente por la integridad de la patria que en 1874, cuando aquel malhadado Tratado que, por achaque de articulaciones de imperfecta contextura convencional, les ofreció a Haití, siempre sin fundamento de razón en que apoyar sus pretensiones sobre linde fronteriza, base deleznable que cree firme, donde asentarlas. Yo estoy hoy, como en 1883 en compañía de Castro y Tejada, manteniendo por el Derecho nuestro contra Haití, a piedra y a lodo en el Hecho, pugnando con desesperación por convertirlo en Derecho. Como estuve hasta aquí, así quiero estar, con la patria soberana, gloriosa, integérrima por objetivo y la austera verdad por norma de mis actos públicos. La anexión española me halló en esa postura, la cuasi anexión yankee asimismo, ambas sirvieron de piedra de toque a mis persuasiones políticas. Devoto ferviente de esos ideales, consagrado a ellos sin restricciones ni debilidades. Pero basta de yoismo. Y vamos al caso.

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A vueltas de pregunta amplificada de Pro Patria, referente a límites fronterizos y a Tratado secreto intervenido a tal respecto, de contestación evasiva, dudosa, sutilizada, dada a aquel por “Un amigo de la situación”, la cual ratifica la “Gaceta Oficial”, sin darle más expletivo alcance, quedamos en que “el asunto es arduo por haber ya dado origen a contestaciones y a diferentes interpretaciones de un lado y otro de ambos Gobiernos, y que pronto el ministro del ramo informará al Gobierno sobre el estado de la cuestión”. Y paz Cristi. Con eso créese dejar calmada la expectante inquietud del país, que irá de cada vez más aumentándose. No, señores míos, no basta ese compás de espera, porque el asunto es demasiado perentorio, por demás grave y trascendente. Requiérense otros datos, mejores y terminantes explicaciones, resolución varonil. Se quiere, sobre todo, que el Ejecutivo declare por modo palmario, enérgico, rotundo; como es contrario y desconoce la infame negociación. Más aún; que su concepto, en cuanto a límites se refiera, se conforma del todo al criterio del Derecho, criterio de honra y de interés social sustentado vigorosamente por los Plenipotenciarios de 1883 y por nuestro Embajador en Roma en 1896. Antes de ir más adelante precisa referir hechos. El déspota Heureaux ajustó un Tratado con el Gobierno de Haití en Octubre de 1898. Habían mediado para ello distintas entrevistas, de Lilís y Sam, en Jacmel, Cabo Haitiano, Mole de San Nicolás. En la habida en esta ciudad se ultimó el pacto entre el señor Dalbemar Jean Joseph, por parte de Haití, y el Ministro Enrique Henríquez de la nuestra. Ratificóse por el Congreso, con carácter de secreto, según cláusula en él expresa y condición de permanecer tal durante un año. Estatuía: que el Gobierno Dominicano entregaba al de Haití, por la cantidad de un millón de pesos, todo el terreno que este ocupa (indebidamente) en las fronteras Norte y Sur. (Miles de kilómetros cuadrados). Al proceso cesionista se le adaptaba un mecanismo de arbitraje (mentira) encomendado al Papa, con término de un año para efectuarse o no. Si el laudo del Pontífice resultaba

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favorable a los dominicanos, si a los haitianos; si al cabo no tenía lugar, de todos modos, la cesión se hacía por la suma antedicha; sobre la cual recibió Lilís 400.000 pesos. El arbitraje, está claro, era un medio completamente delusorio. Excuso comentarios. El instrumento diplomático callado, secreto; el arbitraje sui géneris; la cesión a destajo de inmensas tierras sin más control al, apropiárselas que el del mismo cesionario; la cantidad recibida en avance, todo ello se comenta por su propia virtud. Infamia, perfidia, cinismo, traición en apretado haz; eso es el Tratado Secreto. Hoy pide Haití la ejecución ¿Qué procede? Pues lo que el honor nacional de consumo con el público exije, lo que el Derecho prescribe; lo que todo el país aplaudirá, que se diga categóricamente NO. ¡Con mil diablos, NO! Sin ambajes ni contemplaciones y en apercibimiento a ánimo para todo cuanto pudiera aparejar el noble rechazo. Yo lo pido en nombre de los limítrofes, los primeros perjudicados por el ruinoso Pacto. En nombre de la ciudadanía, cuyos derechos destroza. En nombre y con apoyo de mis ejecutorias en el asaz debatido asunto límites. No niegue Don Juan la prenda que se le pide. Ella servirá, no hay que dudarlo, para encauzar después de mejor y más digna manera que hasta el presente, las dificultades de confines con el vecino. Y será al mismo tiempo como especie de arras entre usted y el país. Recuerde Don Juan la particular posición de usted frente a Haití. Mire que por especiales circunstancias suyas, cosas de la Historia, los procederes de usted en esa dirección deben ser muy diáfanos, como de cristal, para que no sufra quebranto su buena fama y el diente de la maledicencia no hinque en ella ingiriéndole veneno letal. Y abajo el Tratado Secreto. MARIANO ANTONIO CESTERO25 L.D., 20 de diciembre de 1981.

25 Listín Diario, Núm. 3126, Santo Domingo, R. D., 28 de diciembre de 1899.

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ESCRITOS SELECTOS

El V centenario del Descubrimiento de América

Con gran entusiasmo, el mundo hispanoamericano se prepara a organizar profusamente la conmemoración del Descubrimiento, la gran hazaña colombina, y que es la más portentosa hazaña histórica de todos los tiempos. España, nación egregia en la historia de la Humanidad, dejó su impronta en la vastedad del Nuevo Mundo, en una acción que sembró la cultura occidental en territorio de enormes proporciones, que hubieran intimidado con su grandiosidad a pueblos menos dotados de una fibra heroica tan templada como las del pueblo ibérico. A ocho años de la fecha magna, se reúne en la vieja ciudad de Santo Domingo, Primada de América, una asamblea en la cual participan delegados de la mayoría de las naciones de la América Hispana. Saludamos este cónclave solemne, con la esperanza de que se alcancen las metas fijadas por sus organizadores, y que desde ahora, se tracen las líneas maestras de lo que habrá de hacerse en el medio milenio de la gloriosa empresa colombina. En estos trabajos, necesariamente tendrá que formarse una Comisión Ejecutiva Iberoamericana que ponga en marcha todos los proyectos, habida cuenta de que muchas de nuestras naciones no podrán ejecutar, por sí solas, algunos de los programas más exigentes en orden a una severa investigación histórica, en el campo de su evolución social, cultural y política, por falta de fuentes documentales y bibliográficas, o por carencia de especialistas altamente calificados. 241

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Será acertado planificar desde ahora una obra de investigación sistemática y de edición de estudios, que puede convertirse en una epopeya de historiografía. Tomando en cuenta que los dos primeros siglos de la conquista y colonización de América, fueron también los siglos de la evangelización, sería oportuna la edición y reedición de obras clásicas sobre las lenguas indígenas, sobre las cuales exis-ten estudios invaluables, realizados por misioneros jesuitas, dominicanos, franciscanos, agustinos y otros, como los señalados por el jesuita alemán José Dahlmann en su famoso libro El Estudio de las lenguas y las misiones (Madrid, 1893). El estudio de las lenguas indígenas, y la preparación de gramáticas, diccionarios y catecismos, constituyen una verdadera hazaña intelectual. Asimismo, puede ser inapreciable una gran historia de la Iglesia en América, o la preparación de historias nacionales, redactadas completamente con criterio moderno. Otra tarea encomiable será la historia de los centros de enseñanza para los indígenas, y para las incipientes comunidades criollas, tales como colegios, estudios generales y universidades, que conjuntamente con los hospitales y otros centros de salud, fueron una aportación de enorme trascendencia en la formación de las nacionalidades americanas. Las universidades, junto con los colegios conventuales, erigidos profusamente por todo el vasto Nuevo Mundo, fueron faros portentosos que iluminaron y llenaron de la civilización occidental a los pueblos nacientes. Una entidad administrativa que merece estudios extensos es el cabildo, que con el modelo castellano, se trasplantó a las tierras de América, pero que aquí, en el Nuevo Mundo, adquirió peculiares e importantes características. En la ciudad de La lsabela, fundada por Cristóbal Colón en la isla La Española, se fundó el primer cabildo de América, el 24 de abril de 1494. Otra tarea para especialistas de alto coturno será examinar la creación de instituciones de gobierno, como los virreinatos, y las reales audiencias que fueron servidas, con algunas excepciones, por hombres de calidad y sólida preparación. La Encomienda de los indios y el tráfico de los esclavos merecen amplios estudios, que pueden y deben resultar polémicos.

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La lucha por la justicia, tan admirablemente estudiada por el historiador norteamericano Lewis Hanke, es un objetivo prioritario en esta conmemoración. Aquí en Santo Domingo, se alzó la voz de fray Antón de Montesinos, en nombre de la congregación de los padres dominicos, con el histórico sermón en defensa de los indios oprimidos, heroica acción moral que resonó en España, gracias a la defensa del padre Victoria y otros adalides del humanismo cristiano. La caudalosa legislación para la protección de indígenas es una alta presea del pensamiento político español. La fundación de ciudades es un proceso de supremo interés. También deben editarse las ordenanzas municipales de los primeros tiempos de la colonia, para rastrear la formación de una conciencia pública, en el curso del tiempo, que todavía no es mucho. En el Nuevo Mundo existían culturas autóctonas, de interesante desarrollo como la de los mayas, los aztecas, los incas y otros pueblos de menor desarrollo cultural. El sentimentalismo de los nacionales de muchos países frustra a veces el análisis de los acontecimientos del pasado. Asimismo, los monumentos arquitectónicos que sembró la obra de Espana son los testimonios mudos, pero de elocuente significación, de lo que puede hacer un gran pueblo cuando realiza una gran empresa.

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Gregorio Luperón, el “general curandero”

24 años de su edad contaba Gregorio Luperón cuando el destino lo colocó en la vía de grandes acontecimientos, que comenzarían a moldear su estatura histórica, que alcanzó con el discurrir del tiempo tan grandes dimensiones. Hombre surgido de las entrañas populares, animado de ideales de bien patrio, tan pronto se produjo la anexión a España, se decidió a tomar parte en las conspiraciones que debían producirse en todo el país, tan pronto pasara el estupor nacional creado por aquel acontecimiento infortunado. Ocultando su identidad se movió a Puerto Plata, a la entonces común de Sabaneta, identificado como Eugenio de los Santos, o Eugenio el Médico, dedicándose a curar, y a propagar las ideas revolucionarias en todos los contornos donde su oficio de “curandero” lo llevaba continuamente. Luperón estaba hospedado nada menos que en el hogar del cura párroco don Juan Pineda, quien también era animador de las ideas revolucionarias. El 21 de febrero de 1863, estalló el movimiento de Sabaneta, que conjuntamente con el de Guayubín, constituyeron la chispa que incendió el Cibao a contar del 16 de agosto de 1863. Desde ese momento Gregorio Luperón abandonó su falsa identidad de Eugenio el Médico, y se identificó plenamente como Gregorio Luperón, coronel. Dada la circunstancia de que el ayuntamiento de Sabaneta estaba involucrado en la rebelión, la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Plaza de Santiago, inició una sumaria contra

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el regidor Manuel de Jesús Núñez, el síndico Ambrosio Echavarría, el secretario municipal Juan Isidro Rodríguez y contra Gregorio Luperón. Los tres primeros eran prisioneros, mientras Luperón había desaparecido. Estos sucesos, fueron registrados con gran minuciosidad en los documentos españoles, donde aparece la sentencia de muerte a que fue condenado Luperón, afortunadamente en ausencia. Los miembros del ayuntamiento fueron condenados a tres años de extrañamiento de su jurisdicción. El fiscal de la Comisión Militar pidió al general Buceta ordenar la prisión de Luperón, calificándolo de ‘‘general curandero’’. Insertamos algunas de las piezas documentales que ilustran estos hechos. COMANDANCIA GENERAL DEL CIBAO El Señor Fiscal de la Comisión Militar con fecha de ayer me dice lo siguiente. Ruego a V. S. se digne dar sus órdenes a fin de que sea aprendido y puesto a disposición de ésta fiscalía el nombrado Gregorio Luperón el cual se hallaba ospedado en casa del Cura de Sabaneta antes de la revolución bajo el nombre de Eugenio de los Santos con el que le fué espedido pasaporte en Puerto Plata por el General Suero, de donde parece ser natural y que ejercía en Sabaneta el oficio de curandero hasta que por el rebelde Lucas fué hecho General de Brigada y para la toma de posesión de ése empleo declaró llamarse Gregorio Luperón y no Eugenio de los Santos como hasta entonces se había llamado; deviendo advertir a V. S. que según se deduce de ambos, éste General Curandero ha sido de los principales Agentes de la propaganda rebolucionaria. –Lo que traslado a V. S. para su conocimiento y con obgeto de que se sirva dictar cuantas disposiciones se hallen a su alcance para su aprensión reclamada, abisándome el resultado. Dios gue. a V. ms. as. Santiago 25 de Marzo de 1863 /firmado/

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MANUEL BUCETA Sr. General Comandante Militar de Puerto Plata26 gpc EDICTO DON MIGUEL CÁCERES y DÍAZ, Teniente del Batallón Infantería de San Marcial número 2, autorizado por las Reales órdenes de S. M. para actuar de Secretario en la Comisión Militar de ésta Provincia creada por el Escmo. Sor. Capitan General de ésta Isla, de la que es Fiscal el Sor. Teniente Coronel graduado 2 Comandante de dicho Cuerpo, Don Francisco Aguilera y Vribe. Por éste mí único edicto de pregón estraordinario, llamo, cito y emplazo, por el improrrogable término de NUEVE DIAS, a contar desde ésta fecha, el reo prófugo acusado de rebelión contra el Gobierno de S. M. Gregorio Luperón para que se presente en el Fuerte de S. Luis de ésta ciudad a dar sus descargos y defensas en la causa que se le sigue por el espresado delito; y de no comparecer en el referido plazo, se seguirá la causa y sentenciará en rebeldía por el Consejo de Guerra permanente de ésta Comisión Militar. Santiago 18 de Abril de 1863 Por su mandato MIGUEL CÁCERES (Rubricado) Vto. Bno. AGUILERA (rubricado)27 gpc

26 A.G.I. Cuba 1020 B. 27 A.G.I. Cuba 1014 B.

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Señor Don Lucas Peña General de Dibisión Comandante en Gefe de los Egércitos Dominicanos. Muy Señor y compañero de armas. Llegando yo en procuranza del Señor General Bartolo Megía y en vigilancia del Señor Ungría y su Egército le remito al General Bartolo Megía quien es dejado muy bien impuesto de la fidelidad y buena fé con que pretendemos en nuestro Gobierno.- Pues he quedado muy bien entendido de su patriotismo y emberdad cuento de que V. le recibirá como compañero de armas.- Su afectísimo compañero de armas.- Eugenio el médico su legítimo.- Gregorio Luperón Coronel. -Hay una rúbrica.- Sabaneta Febrero veinte y seis de mil ochocientos sesenta y tres.- EI sobre dice.- Señor General Don Lucas Pela General de División Comandante en Gefe de los Egércitos Dominicanos.- Con el General Bartolo Megía.28 SENTENCIA.- Habiéndose formado por el Sor. 2º Comandante del Batallón de San Marcial, D. Francisco Aguilera y Oribe, fiscal de la Comisión Militar permanente, el proceso que precede contra los miembros del Ayuntamiento de Savaneta, Manuel de Jesús Núñez, Ambrosio Echavarría y Juan Isidro Rodríguez, así como contra el paisano Gregorio Luperón, acusados de haber tomado parte en la rebolución de dicho pueblo y, héchose por dicho Señor relación de todo lo actuado al Consejo de Guerra permanente, celebrado en éste día en casa del Señor Brigadier Comandante General del Civao, presidido por el Sor. Teniente Coronel de Artillería Don Luis Bustamante, siendo jueces los Señores Capitanes Don Fermín Daza, Don Pablo Rodríguez Vera, Don José Lapuente, Don Ignacio Olrich, Don Juan Delgado y Don Francisco Montaner, con asistencia del Señor Asesor de dicha Comisión Licenciado Don Alejandro Angulo Guridi, compareció ante el espresado

28 Carta del general Gregorio Luperón al general Lucas de Peña, folio 49.

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Tribunal el reo Ambrosio Echavarría y oidos sus descargos con las defensas de sus procuradores y todo bien ecsaminado, les ha condenado y condena el Consejo por unanimidad a Manuel de Jesús Núñez, Ambrosio Echavarría y Juan Isidro Rodríguez a la pena estraordinaria de ser desterrados por tres años al punto que tenga a bien designar el Ecmo. Sor. Capitan General, dentro de ésta Isla; asimismo á condenado y condena por unanimidad y en rebeldía por no haverse presentado al edicto con que se le a llamado a Gregorio Duperon a que sea pasado por las armas con arreglo al artículo primero de la ley de veinte y seis de Abril de mil ochocientos veinte y uno, en que por su delito está comprendido, sin perjuicio de oirle si se presentase o fuese habido. Santiago diez y ocho de Mayo de mil ochocientos sesenta y tres.

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Gregorio Luperón (Apología del héroe)*

Santo Domingo, República Dominicana Excelentísimo Señor Presidente; Altos funcionarios de la Nación; Altos oficiales de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional.

Señores: Estamos asistiendo a un homenaje emocionante, rendido por el gobierno y el pueblo dominicano, a un paladín que caracteriza, mejor que cualquier otro las virtudes que permitieron al pueblo dominicano salir victorioso de las grandes pruebas de su historia, y levantarse de sus caídas inenarrables, en el decurso de un proceso histórico que se presenta tan cargado de vicisitudes, como de hazañas portentosas. Gregorio Luperón se mostrará siempre a la contemplación de las sucesivas generaciones dominicanas, como un producto auténtico de las entrañas populares, elevado a las cimas de la inmortalidad por el heroico tesón de su brazo, las claridades de su mente de autodidacta apresurado y las palpitaciones de *

Discurso pronunciado por el licenciado César A. Herrera, secretario de Estado y director de la Oficina de Información y Prensa del Palacio Nacional, el día 16 de agosto de 1971, tras develarse la estatua ecuestre erigida en honor del general Gregorio Luperón situada en la intersección de la avenida Mirador del Sur con la que lleva el nombre del ilustre patricio. Oficina de Información y Prensa del Palacio Nacional.

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su corazón generoso que siempre acompasó con los latidos del corazón de su patria, para servirle sin desmayos ni apostasías. Este guerrero impetuoso, doblado en el curso de su vida en escritor y estadista, ha sido y será siempre objeto de grandes alabanzas, así como de acerbas críticas, porque le tocó ser actor en los grandes acontecimientos que llenaron de dolor y de sangre la segunda mitad del siglo XIX dominicano, consecuencia directa e ineluctable del azaroso proceso de formación nacional, que semeja más bien un cuadro dantesco de desolación histórica, que la marcha de una nación en busca de sus altos destinos. Lo que entusiasma a sus admiradores, que son todos los dominicanos, es la firme continuidad de su nacionalismo sin transacciones; sus ideas democráticas, por las cuales combatió y arriesgó su vida sin descanso; su permanente defensa de los ideales de progreso y civilización y su encarnizada oposición al despotismo, que lo enfrentó con las armas en los campos de guerra a las tres figuras que durante 50 años encarnaron el absolutismo en esta tierra: Pedro Santana, Buenaventura Báez y Ulises Heureaux. Gregorio Luperón, al describir su origen, escribió con nobleza, que él, “por una de las cosas que más ha dado gracias a la Providencia, es por haber nacido de una familia cristiana, hospitalaria, bondadosa y pobre”. Ese conjunto de factores, contribuyó a moldear su carácter, hecho para imponerse a los fragores de las tempestades políticas en que le tocó tantas veces encontrarse, siempre en busca del bienestar de su patria. Cuando Santana consumó la anexión de la República Dominicana a España, el 18 de marzo de 1861, abdicando así la soberanía nacional en la Corona de España, Luperón contaba un poco más de 21 años. Desde Sabaneta de Yásica, donde residía al frente de un modesto negocio, salió Luperón hacia Puerto Plata, al recibir la noticia de la anexión y de que la bandera nacional sería arriada en esa ciudad el día 27 de marzo, pero llega al día siguiente y se niega a firmar el acta de adhesión que había sido preparada por las autoridades anexionistas. Desde ese momento se consagró a la difusión, especialmente en las zonas campesinas, de las ideas patrióticas, para preparar

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los ánimos del pueblo para la gran contienda restauradora, que él haría llegar con más prisa, gracias a su fe de iluminado. El recuento de sus actividades es casi innecesario. Perseguido sin descanso, las poblaciones de Guayubín y Sabaneta sintieron el calor de la propaganda luperoniana, que estalló en las revueltas de febrero del año 1863, y lamentablemente, culminaron con la derrota de los primeros grupos revolucionarios, sellada oprobiosamente con las ejecuciones del l7 de abril del mismo año. La sangre derramada en los cadalsos de Santiago, sirvió para abrir un abismo infranqueable entre los dominadores españoles, y los hombres que habían decidido conducir al pueblo dominicano al rescate de su soberanía plena y absoluta. Las fuerzas morales que han permitido siempre a los dominicanos superar sus más amargos infortunios, y vencer en forma decisiva a sus más pertinaces opresores, forjaron el milagro del 16 de agosto de 1863 para que fuera realizada una epopeya sin par en la cual fue incinerada casi toda la nación en armas y donde perdieron la vida millares de hombres de los dos bandos contendientes. Gregorio Luperón fue desde los primeros días de la guerra, con sus 23 años cargados de ilusiones y esperanzas, el caudillo sin par, el soldado de las resoluciones bravías y en cierto modo, el idealista romántico que trataba de orientar las energías salvajes de la revolución, por una senda de orden que permitiera a la hora de la libertad, organizar la vida del Estado sobre sólidas bases de concordia pública. No será ocioso señalar que durante los primeros tiempos de la guerra restauradora, una especie de caos insoluble paralizó siempre los mejores proyectos para el triunfo de las armas nacionales. Gregorio Luperón alcanza rápidamente el cenit del prestigio heroico en los grandes combates que se realízan durante el asalto de la ciudad de Santiago de los Caballeros, que culmina con el incendio total de la misma, y en el choque titánico del 6 de septiembre, cuando la Fortaleza de San Luis, defendida por grandes fuerzas españolas y dominicanas anexionistas, resiste los embates sangrientos de las huestes restauradoras. “Aquello no era batalla, escribió más tarde Luperón. Era un cráter en

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espantosa actividad. La cólera de los hombres se mezclaba en terrible maridaje a la cólera de los elementos”. Después de la épica retirada de las fuerzas españolas a Puerto Plata, y la formación del gobierno provisional restaurador, a Luperón le tocó en suerte medir sus armas con las fuerzas que avanzaban desde Santo Domingo sobre el Cibao en un intento de sojuzgar el movimiento restaurador. ¡Al frente de estas fuerzas, contra las cuales combatiría sin descanso Gregorio Luperón, iba nada menos que el gran veterano de la Independencia, el general Pedro Santana, cargado ahora de amarguras y oprobios, en el ocaso de su vida política, personero principal de una acción que no dejará en paz su memoria hasta el fin de los tiempos! En esa constelación de hazañas del joven guerrero brillan, como gemas del heroísmo nacional, los nombres de Arroyo Bermejo, San Pedro, Sabana del Vigía, Guanuma, Monte Plata, Bayaguana, Yerba Buena, Boca del Yabacao, Paso del Muerto y otros tantos. En medio de esa guerra, la estrella personal de Luperón siguió en ascenso, manteniendo su línea de principios, aún en medio de la vorágine de las pasiones más ardientes. Vencido el poder español en esta tierra y abandonadas nuestras playas por los remanentes de las fuerzas de ocupación, se inició de nuevo el pavoroso pugilato político, ahora compartido entre los grandes capitanes de la Independencia, y los hombres que habían surgido de la Restauración como caudillos militares, ávidos de mando y poder, sin parar mientes en que la gloria se marchita bajo el soplo de las pasiones políticas. Asombroso es para la contemplación de la posteridad, comprobar que a los tres años de terminada la epopeya restauradora llega al solio de los presidentes el general Buenaventura Báez, por cuarta vez en su larga historia política, después de haber ostentado con ufanía el fajín de mariscal de campo español. Buenaventura Báez, respirando todavía el olor de las cenizas esparcidas por toda la nación, se lanza a una empresa temeraria y sombría, como fue la de gestionar y poner en marcha una nueva anexión de la República, ahora a los Estados Unidos de América. Las negociaciones de Báez con el presidente general Ulises S. Grant, trascendieron necesariamente, y la protesta más airada se

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levantó de los sectores nacionalistas, y especialmente de aquellos hombres que, como Gregorio Luperón, habían dedicado las energías de su existencia al servicio de la Patria. Luperón dirige una altiva protesta al gobierno de los Estados Unidos, que es una lección perenne de patriotismo y de nacionalismo altivo. El 29 de noviembre de 1869, se firmó en Santo Domingo, el tratado de anexión a los Estados Unidos por los plenipotenciarios Manuel María Gautier, secretario de Estado de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, y el señor Raymond H. Perry, agente comercial de los Estados Unidos en la ciudad de Santo Domingo. Esta acción injustificable, encendió de nuevo la guerra en Santo Domingo, por un período sangriento que se conoce como la Guerra de los Seis Años, lapso que cubrió toda esta administración de Buenaventura Báez hasta su derrocamiento. La guerra de los “seis años”, ha sido calificada por el insigne escritor don Sócrates Nolasco como una nueva guerra de independencia. Esta contienda libertadora, fue dirigida en su mayor dimensión por el general José María Cabral y Luna, vencedor de Santomé y La Canela, que en las áridas zonas sureñas de aquellos tiempos, enarboló a costa de inmensos sacrificios el pabellón nacional, en una guerra de desgaste contra Báez, salpicada de hazañas portentosas. El carácter dinámico y enérgico de Luperón, no le permitía consagrarse a una contienda a veces sedentaria, sino al ataque resuelto que muchas veces conduce a descalabros dolorosos e irreparables. En esta lucha, revolvió cielo y tierra para protestar en todos los tonos y mover a nuesto favor la opinión pública mundial, pero su mayor empresa la realizó a bordo del vapor “Telégrafo”, que hoslilizó varios puertos del litoral dominicano, hasta ser declarado pirata por el Congreso Nacional, y perseguido por naves de guerra de los Estados Unidos. La República Dominicana, se salvó nueva vez de una catástrofe definitiva, aunque no cesaron las querellas políticas al desaparecer, barrido por la revolución del 25 de noviembre de 1873, el gobierno del presidente Báez. Luperón no desciende jamás a los vulgares regateos de la política criolla, y su alma, templada en luchas tan calamitosas busca escenarios más altos para sus incesantes afanes civilistas.

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Bajo su égida, Puerto Plata se convierte en centro cosmopolita, donde se lucha por la independencia de Cuba y Puerto Rico. Allí entabló Luperón contacto con hombres como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Antonio Maceo, y se proclamó campeón de la idea de la Confederación Antillana, sueño o utopía cada día más distante. Luperón es el máximo cantor de sus glorias. Su gran obra Notas autobiográficas y Apuntes históricos, semeja un pedestal moldeado para sustentar el peso de un héroe paradigmático. Se inicia en el mundo de la cultura y de la Historia con la lectura de Plutarco, obra que cala profundamente en su espíritu de hombre nacido para dejar la huella de su paso por la vida en la arcilla plástica de la historia. En sus viajes a Europa entró en contacto con Giuseppe Garibaldi, una especie de Luperón italiano; trabó amistad con Víctor Hugo, el dios mayor del parnaso europeo de su tiempo, con los estadistas ingleses que le colmaron de atenciones, y con hombres e instituciones que le insuflaron entusiasmos por las hazanas de su vida. Aunque Luperón fue prototipo de hombre de acción, no creyó nunca que el desarrollo, el orden y la paz, debían confiarse en Santo Domingo a los instrumentos de la guerra, sino a los principios de la más acendrada civilización política, y al imperio del derecho como norma reguladora de la vida social. Luperón decidió en 1888 lanzar su candidatura presidencial para enfrentarse a su antiguo conmilitón y protegido Ulises Heureaux, que había ya enseñado las garras campantes del despotismo. El intentó reunir en torno suyo a los hombres más conspicuos del país para una cruzada de salvación nacional. Pero Ulises Heureaux había desarrollado una política de captación y terror en todo el país. Su estrella política, de brillo bien siniestro, comenzaba su ascenso que culminaría con una etapa de desventuras sin nombre para el pueblo dominicano. El desencanto y la derrota fueron el premio de los afanes de Luperón. Lo que expresó sobre estos acontecimientos no es para repetirlo ahora. El Gobierno dominicano, presidido por un hombre de Estado que recoge los sueños de nuestros grandes hombres del

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pasado para convertirlos en realidad, ha levantado este monumento a Gregorio Luperón, en una zona trepidante de progreso, para que su figura de atleta de la libertad sea admirada por cuantos transiten por estas vías, una de ellas con el nombre del insigne paladín. Surgido de la pródiga cantera del pueblo dominicano, como casi todos los hombres sobresalientes de esta tierra, Luperón no puede ser visto como un demagogo de las montoneras, sino como el héroe que no desenvainó jamás su espada fulgurante para empresas mezquinas, sino para servir a la patria escarnecida. Gran captian en la guerra, idealista y soñador en la paz, Gregorio Luperón será por siempre una de las figuras más extraordinarias de la historia nacional.

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Juan Antonio Alix en la Restauración

La vida conocida de Juan Antonio Alix, es como la de un cantor popular de fértil inspiración, cuyas décimas todavía recitan de memoria personas amantes de la poesía folklórica: Significativa de su estructuración moral es aquella décima famosa que comienza: Como Alix Antonio Juan gana su vida cantando en nada se anda fijando para conseguir el pan… etc. Durante los primeros dos años del período de la anexión a España, Juan Antonio Alix figura como teniente de las Reservas Dominicanas, en clase pasiva. Se invocó para reconcerle ese grado su participación en la gran batalla de Sabana Larga, en la cual derrotaron los dominicanos a las fuerzas invasoras haitianas. En esa acción memorable, 26 de enero de 1856, sobresalió el gran general Juan Luis Franco Bidó complicado más tarde, en la breve sublevación del 25 de febrero de 1863, en cuyo hecho tomó tambien parte activa Juan Antonio Alix. Casi simultáneamente con las sublevaciones de Sabaneta y Guayubín, se produjo en Santigao de los Caballeros un brote revolucionario, dirigido entre otros, por Vidal Pichardo, Pedro Ignacio Espaillat, Eugenio Perdomo, Ramón Almonte, Juan Antonio Alix y Ramón Pacheco, según la sumaria instrumentada por las autoridades que designó el gobernador interino de esa provincia, general Achilles Michel.

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Esa noche, los patriotas conjurados asaltaron la cárcel pública, y pusieron en libertad a todos los presos para que se incorporaran al movimiento. Juan Antonio Alix y Vidal Pichardo, hicieron que los presos liberados lanzaran un ¡Viva la República Dominicana! Doblegada la insurrección, se iniciaron frenéticas persecuciones, logrando la mayoría de los responsabilizados en el acontecimiento, huir para ponerse en lugar seguro. La Comisión Militar Ejecutiva que sustanció el laborioso proceso, condenó a la pena de muerte, entre varios prófugos, a Juan Antonio Alix, que para ese tiempo había logrado refugiarse en territorio haitiano. Por real decreto firmado por la reina de España en Aranjuez, el 29 de mayo de 1863, se concedió la amnistía a todos los inculpados, previo juramento de fidelidad a la reina, según lo disponía el Art . 2º de ese decreto. Juan Antonio Alix y Eusebio Gómez, se presentaron en Dajabón al capitán Fermín Daza, para acogerse a la real amnistía. Documentos oficiales de ese tiempo, completan este relato, los cuales insertamos a continuación. COMANDANCIA GENERAL DE LA LINEA Tengo el honor de trasladar a V. S. el parte que con ésta fecha he recibido del Capitán Don Fermín Daza Comandante de los Destacamentos de Dajabón y Capotillo, el que copiado a la letra dice como sigue. “Al presentárseme ésta mañana los paisanos Don Juan Antonio Alix y Don Eusebio Gómez, cuyos individuos se acogen a la amnistía dada por S. M. y que se hallaban emigrados en Haití me ha manifestado reservadamente el primero que por la parte de Capotillo Francés se han distribuido unos mil fusiles al populacho y que del interior se alistan muchos hombres para una intentona de invasión sobre Capotillo Español y que éste debe tener lugar en el término de veinte días próximamente”. En el momento que se haya incorporado la fuerza de la 4ª Compañía reforzaré con el carácter de interinidad los

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destacamentos de Piedrablanca y la Joya, quedando el primero con un Oficial, un Sargento, un cometa, dos cabos y 25 soldados y el segundo con un Oficial, 30 soldados, un sargento y dos cabos; y como quiera que las calenturas y los lisenciados han dejado algo escasa la fuerza del Capotillo, suplico a V. E. que por la 3ª Compañía me complete un Sargento y 20 soldados, que según disposición anterior debe tener ésta Compañía en Capotillo, siendo ésta fuerza útil, pues la que anteriormente remitieron, no fue de la que debe operar en un Destacamento tan avanzado y comprometido en circunstancias como las que indico. Debiendo hacer presente a V. S. que para no perder tiempo, dirijo con ésta fecha un oficio al Gefe de la línea Haitiana consevido en éstos términos. “Por conducto de personas bien informadas que han llegado a éste punto, he sabido que entre los habitantes de Capotillo en unión de algunos revoltosos refugiados, en ése país, se entregan armas y se alistan hombres para atacar a los Destacamentos de nuestra línea; y como éste atentado puede traer malas consecuencias y turbar la buena armonía que existe entre ambos países he determinado darle cuenta a V. S. para que en prueba de los buenos deseos que V. S. ha manifestado de sostener las mejores relaciones, haga cuanto esté de su parte para evitar un conflicto entre ambas Naciones; debiendo manifestarle que con ésta fecha doy cuenta al Sr. Brigadier Comte. Gral. para que dicho Sor. Lo haga al E. S. Capitán General de ésta Isla”. También pongo en su conocimiento que el día de mañana salgo para Savaneta, acompañado del Sor. Teniente Coronel, para ver el estado de aquella, Compañía y disponer lo más asertado en cumplimiento a su superior órden. Dios gue. a V. S. ms. as. Guayubín 4 de Agosto de 1863 /firmado/ JOSÉ HUNGRÍA Sor. Brigadier Comandante General de la Provincia29

29 A.G.I. Cuba, 1019 C.

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Juan Suero, el Cid negro I Uno de los hombres más valerosos que ha producido la República Dominicana lo fue, sin dudas, el general Juan Suero, de largo y brillante historial en nuestra guerra de independencia contra Haití, así como en las campañas de la guerra restauradora, lamentablemente al servicio de fuerzas extranjeras. Arturo Logroño escribió que Juan Suero era natural de San Cristóbal; otros han dicho que era de Baní, o San Juan de la Maguana y también de Barahona. No hemos comprobado la certeza de ninguna de estas afirmaciones. Cuando el general español Rafael Primo de Rivera, salió dos veces de Puerto Plata, para dirigirse en auxilio de las fuerzas de Buceta sitiadas en Santiago, y las dos veces se devolvió tímidamente, al ser tiroteado por las guerrillas dominicanas en su ruta de avance, entonces el general Juan Suero, y el bizarro coronel español Mariano Cappa, se dirigieron denodadamente hasta Santiago, adonde llegaron combatiendo sin descanso por todo el camino. Cuando la gran retirada española de Santiago a Puerto Plata, después de la batalla del 6 de septiembre de 1863, y del incendio casi total de esa ciudad, Juan Suero batalló sin cesar en la protección de la gran columna perseguida, hasta que hizo su entrada a Puerto Plata, que también había sido totalmente incendiada. Suero era utilizado para actuar en situaciones de emergencia, y por eso se le encargó del mando de la columna expedicionaria que comandaba el general Pedro Santana, por quebrantos en la salud de éste último.

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Siempre invencible, Juan Suero realizó entonces una serie de operaciones, en un esfuerzo por despejar de enemigos la zona donde había plantado sus reales. Todo eso era en los primeros meses del año 1864. El Jueves Santo, 22 de marzo de 1864, libró Suero al mando de fuerzas españolas y de las reservas dominicanas, el combate del Paso del Muerto. Después de terminada la acción, y cuando iba a encender un cigarro, recibió un balazo, tal vez uno de los últimos disparados en ese encuentro. Trasladado a San Antonio de Guerra, falleció en esa noche a las doce, según los partes que incluiremos más adelante. La hoja de servicios que presentó para obtener su clasificación militar, la consideramos hasta ahora inédita, y por eso la reproducimos, junto con un parte de Luperón y una carta del general Santana, sobre este acontecimiento.

“Hoja de servicios del general Juan Suero30 ”En 14 de marzo de 1844 entró en las filas del Ejército dominicano en clase de sargento lº de una Compañía en el 2º Batallón de la guardia cívica al mando, del teniente coronel don Ignacio Reynoso; el 20 marchó a las fronteras como mayor abanderado del mismo batallón al del general don Antonio López Villanueva jefe de la armada, regresando al cantón de Ojas Anchas y de éste a la ciudad de Puerto Plata. En el mes de junio marchó segunda vez de guarnición a Guayubín a las órdenes del teniente coronel don Manuel de la Luna desde cuyo punto marchó en una ronda a la sabana del Dajabón encontrándose con otra haitiana y permaneciendo en ésta situación tres meses, regresamos a Puerto Plata. ”El 11 de agosto de 1845 marchó a la frontera de Guayubín con el grado de subayudante al mando del teniente coronel don Ignacio Reynoso, a las órdenes del general de brigada don Pedro de Mena como jefe de la armada de Guayubín marchando para Montecristi encontrándose cuando los buques de guerra

30 A.G.I., legajo Cuba 938 B.

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haitianos invadieron a este punto de donde se trasladó al cantón de Maguaca, permaneciendo algunos días regresaron a Guayubín y Puerto Plata. En el mismo año, fui nombrado por la comisión presidida por el general don Juan Esteban Haibar, capitán ayudante mayor del mismo batallón. En el año 1849 marchó como comandante del igual batallón a las fronteras de Guayubín y a Montecristi, volviendo al cantón de Maguaca y Carnero y, pretendiendo dar el ataque al siguiente día, marché a la vanguardia del ejército expedicionario tomando uno de los cerros de Jalanquera nominado ‘Jaita Goyo’ en el cual estuvimos al frente del enemigo tres días, esperando las órdenes de atacarle del general en jefe don Francisco Antonio Salcedo; recibimos las órdenes de retirarnos a Maguaca, Guayubín y Puerto Plata, todo a las órdenes del coronel como jefe de la Armada, don Pedro E. Pelletier. En el mismo año recibí orden del comandante de armas de Puerto Plata para que nombrase los hombres que habían de componer la expedición que había de marchar al cantón de Sabaneta al mando del teniente coronel don Benito Martínez en el que marchó también a la cabeza un batallón para acompañar al general libertador don Pedro Santana todo a las órdenes del citado general don Pedro E. Pelletier regresando a Guayubín y de este punto a Puerto Plata. En el año 1852 fui nombrado por el comandante de armas de esta plaza de Puerto Plata, teniente coronel del 2º Batallón en la vacante que por fallecimiento dejó don Ignacio Reynoso. En 1856 marcho a la frontera a la cabeza de trescientos hombres cien militares y doscientos de la guardia cívica pasando a Guayubín a ponerme a las órdenes del general en jefe don Juan Luis F. Bidó, desde este punto paso a Manga a ponerme a las del general don Pedro Florentino marchando a Jalanquera y Carnero a cortar la retirada del enemigo marchando el 24 de enero a la cabeza de la Sierra a dar auxilio al coronel don José Hungría, cuyo jefe se veía atacado por un ejército haitiano compuesto de 3.000 hombres, derrotándolos completamente y apoderándonos de una pieza de bronce. Seguidamente dimos carga a 4.000, derrotándolos del mismo modo hasta la Sabana de la Patilla, teniendo otro encuentro a las tres de la tarde del mismo día con otros 3.000 que atacaron al egército de Santiago los cuales casi llevaron la misma

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suerte que los anteriores, quitándoles otra pieza de cañón de hierro pasando después a Talanquera, Manga, Guayubín obteniendo el grado de teniente coronel de ejército por el mérito contraído en dichas acciones. ”En 1857 y el 9 de julio, salió a los Campos por orden del general Contreras, y con órdenes reservadas para reunir tropas y sostener el orden, llegado a Bajabonico se encontró con la comisión que venía de Santiago con una comunicación de Valverde en donde decía que ya todos los pueblos estaban pronunciados a favor del Cibao, que pasara al pueblo de Puerto Plata a pronunciarle en favor del citado Cibao como igualmente, que me hiciera cargo de la Comandancia, hice por evitar el derramamiento de sangre escribiendo al general Contreras lo ocurrido y él se pronunció voluntariamente permaneciendo a su lado hasta la llegada del general Valverde que a su llegada fue nombrado comandante de armas cuyo destino anteriormente había yo reusado. Seguidamente recibí una orden para ponerme a la cabeza del regimiento de la guardia cívica y marchar a la frontera de Guayubín y de este punto a la Sabana de Jalanquera poniéndome a las órdenes del general don Fernando Valerio y permaneciendo en este punto algo más de un mes regresamos a Puerto Plata. El 20 de septiembre del mismo año y a la cabeza del mismo Regimiento de guardia cívica volvimos a la Sabana y llegando a Matanzas; nos presentamos a las órdenes del general don Antonio Puello, de cuyo punto el 20 de octubre salimos con dirección al Egido de Sabana y habiendo llegado al grande estero derrotamos una ronda al enemigo, llegando a los dos días al puesto titulado del Limón sorprendiendo en él una guardia de noventa hombres cogiéndoles dos piezas de artillería, marchando seguidamente con dirección a Samaná y llegando al Alto de Coplin a vista del pueblo nos recibió el General Palmatier con un fuerte cañoneo y bombas, permaneciendo siete días sufriendo el fuego del enemigo sin sufrir éste el nuestro por carecer de armas iguales; habiendo determinado el general don Eusebio Puello retirarse a retaguardia donde se hallaban todas las tropas quedando únicamente en el citado punto abanzado con la guardia cívica en donde permanecí ocho meses sufriendo el cañoneo y algunos ataques, tal como el del quince de noviembre que sólo me encontraba con veinte y ocho hombres, y otro en el 28 del mismo mes teniendo entonces a mi

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mando ciento diez y seis hombres a la llegada del general don R. Mella como jefe encargado de la toma del pueblo de Samaná habiéndome pasado orden para formar una trinchera en el citado Alto de Coplin, sin cesar el cañoneo y bombas, llegué a cumplimentarlo en el término de seis días; cumplido el trabajo de dicha trinchera, le dí parte al jefe que me había ordenado y encontrándolas en buen estado, me hizo cargo de tres piezas de cañones para montarlas en batería, lo cual inmediatamente verifiqué colocándolas en la trinchera; concluido ésto se me dio orden de cañonear para el pueblo cuyo cañoneo hubo de parte y parte a las cuatro de la tarde. ”Al siguiente día recibí orden para marchar con el fin de tomar el pueblo de Samaná, dando cuenta de ésto al general don Antonio Batista y teniente coronel don Gregorio de Lora que se hallaban a la inmediación de Terón, cuyos jefes atacaron y se apoderaron del Fuerte Libre, mientras yo lo hize del de Ventura, marchando seguidamente con dirección al de Santa Bárbara en cuyo punto quedó el general Batista y Comandante Lora en el Fuerte Libre dejando igualmente al Ayudante Tolentino en fuerte Ventura; terminado ésto fui en busca de los generales Mella y Puello que quedaron en la trinchera del Coplin con el coronel Miese, y dándoles parte de la toma del pueblo bajaron a hacerse cargo de él, donde permanecimos un mes y regresando a Puerto Plata fui ascendido a coronel de ejército. ”Cuando la cuestión del ex presidente Valverde con el general don Pedro Santana fui mandado en comisión a Santiago siendo elevado al grado de general de Brigada y regresando a Puerto Plata me puse a las órdenes del general don Santiago Pichardo en donde permanecí hasta que el referido expresidente dispuso del mando habiéndose pronunciado el pueblo a favor del citado general Santana. En seguida llegó el general don R. Mella quien me entregó un documento nombrándome adjunto de esta Comandancia de armas, a su lado, donde permanecí cumpliendo con las órdenes que de él recibía. ”Tuve una orden del señor general Mella para pasar al Puerto de La Isabela con el fin de hacer unas trincheras para montar dos piezas de artillería y habiendo cumplido a satisfacción con este servicio, recibí orden del gobernador político de la provincia para que me hiciera cargo de la Comandancia de armas

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de esta ciudad en vacante que por pase a la capital dejó el general Mella. Habiendo llegado este señor de Santo Domingo, le entregué el mando y entonces obtuve un mes de licencia para arreglar mis negocios. Al marcharse para el estranjero el general don Gregorio de Lora se hizo cargo de la Comandancia advirtiéndole que si ocurriese alguna cosa se pusiese al mando del regimiento y me entregase el mando de la Comandancia. Cuando el asunto de Azua, hallándome en Bajabonico recibió orden del gobernador don Juan Luis Bidó comunicándome lo ocurrido en la parte del Sur ordenándome al propio tiempo pasase a esta ciudad bajo las órdenes del expresado señor Lora lo cual cumplí inmediatamente ordenándome me entregara del Fuerte de San Felipe siguiendo bajo mi vigilancia hasta terminada la cuestión citada de la parte Sur mandándome me retirara a mi casa el citado general Lora. ”El 24 de Febrero de 1859 recibí otra orden del señor ministro de la Guerra don Miguel Labastida y del vicepresidente don Antonio Abad Alfau y oficio que decía así. “Encontrándose la Comandancia de Moca en un estado de abandono por falta de un jefe que la mande y siendo una lástima que una cosa tan lavoriosa se halla tan desprovista de un jefe que la mande se hace indispensable el que usted pase y arregle y se haga cargo de dicha Comandancia dando cuenta a este Ministerio de cuanto ocurra”, lo que inmediatamente hice, obedeciendo las órdenes del superior Gobierno aunque no me encontraba en disposición de poder ir; por fin llegué el 29 del mismo mes y visto en el estado en que se encontraba aquella común pasé a La Vega a entenderme con el gobernador político don José Tabera, regresando a Moca en el mismo día. Enseguida reuní toda la oficialidad de la común y me informé de cuantos había; empecé por arreglarlos en tal extremo que en muy poco tiempo la puse al estado en que el Gobierno deseaba.

”y II ”En mayo de 1861 vino el señor don Miguel Labastida, ministro de la Guerra comisionado por el señor Presidente de la República para tratar y habiendo llegado a Moca me entregó algunas comunicaciones del citado señor Presidente; después

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de una reunión de oficiales y personas notables de la común quedó satisfecha por mí y por éllos con los deseos del Gobierno; concluido ésto marchó para Santiago desde cuyo punto me envió una orden que dice así. “Teniendo que marchar para las fronteras de Guayubín y queriendo encomendarle una misión a Puerto Plata pasará V. a ésta Ciudad inmediatamente con el fin de entenderse conmigo” é inmediatamente me puse en camino quedando a las cuatro horas a la disposición de aquel digno y respetable jefe; llegado a Santiago, que fue a las nueve de la noche me impuso de todo lo que tenía que hacer, dándome unos oficios para el general Comandante de armas don G. de Lora, poniéndome en camino como a las diez de la noche, amaneciéndome en la Cumbre y llegando a Puerto Plata a las dos. Inmediatamente de mi llegada entregué los oficios al expresado general Lora imponiéndole al propio tiempo de cuanto se me había ordenado, permaneciendo en dicha ciudad seis días, por dichas dificultades, marchándome después con el señor ministro de la Guerra que se encontraba ya en Guayubín; llegado a la Laguna a las cuatro de la tarde, supe que dicho señor ministro había regresado a Santiago y atravesando por el Maniel pasé a Guayacama donde bien informado de su regreso de dicha ciudad, me puse en camino llegando a Santiago al amanecer y entregados por mí los oficios del general Lora dispuso dicho señor regresara inmeditamente a Puerto Plata, efectuándolo a las tres de la tarde de aquel día con órdenes muy reservadas. Concluida que fué mi misión volví a Santiago a los tres días y de esta ciudad a la de Moca haciéndome cargo seguidamente de su Comandancia cumpliendo plenamente mis deberes y sosteniendo el orden hasta la vuelta del señor ministro de Puerto Plata el cual a su regreso desde Santiago me pasó orden para pasar a La Vega y verme con él antes de su regreso a la capita1 lo que efectué seguidamente. ”El día treinta del mes de abril de 1862 –el año está casi ilegible– salí de Moca para venir a mi casa a Bajabonico con una licencia del señor gobernador político de La Vega por un mes ó dos con el fin de arreglar asuntos particulares; esto fue martes a las cuatro de la tarde, dormí en Santiago y el miércoles a las nueve de la mañana salí y dormí en Bajabonico á las cuatro de su tarde y al siguiente día; a las dos recibí una comunicación del

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Ayudante de Plaza, a quien había dejado encargado de la Comandancia de armas que en Moca se preparaba una revolución contra el Gobierno, con intencion de bajar la bandera española y en su lugar poner la haitiana; yo inmediatamente, como de mi deber, me puse en camino, salí a las dos y media, o sea, a la media hora de recibido el oficio, a las ocho de la noche estaba en Santiago dejando en el camino los dragones que me acompañaban y entrando en Moca a las diez y media de la noche; a la media hora rompió la revolucion aunque las guardias y algunos acuartelados que había lo que hicieron fue huir, pero como mi deber era defender aquella plaza que tanto se me había confiado, lo que hice fue pelear para probar el honor de hombre y aunque me hirieron y con un sable que me dieron, perdí el sable de la mano, con una pistola que tenía en la mano izquierda acerté a matar uno teniendo la dicha de que aquellos ochenta y pico de hombres con quienes yo peleaba tuvieron que huir de mí, pero como el número era de ochocientos o algo más según consta en las declaraciones pasó un número al cuartel, mataron al capitán de la guardia, cogieron el cañón y la bandera, más habiendo yo cogido otro sable que se hallaba en un rincón fui hacia el cuartel y esperando a pelear nuevamente con éllos, tube la dicha de recobrarles el cañón y la bandera, pero ya el capitán estaba muerto, de éllos despues de haber algunos heridos, el mayor número se fugó quedando en mi poder diez y ocho hombres prisioneros con los cuales saqué la pieza del cuartel y la llevé a la Comandancia, seguidamente los amarré piés con manos principiando a interrogarles quiénes eran los cabezas, dando parte el gobernador de La Vega y Santiago de lo que acababa de sucederme en aquella Plaza, pidiéndole los auxilios que creyeran convenientes; el de Santiago me auxilió con una pieza de cañón y cien militares y el de La Vega estaba peor. Sin embargo, de todo según las declaraciones el golpe de rebelión era para el viernes en la noche, contaba yo con más de mil hombres, todos escogidos y tenía algunos más de cien prisioneros de los principales y algunos muertos y heridos; en esta situación me sostuve hasta la llegada del general Santana a quien mandé buscar con toda prontitud después de haberle informado de cuanto ocurría en aquella común; dicho señor dispuso que el consejo de conspiradores

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se instalase allí con objeto de averiguar la desovedencia (sic) de aquellos perversos, lo que concluido se marchó para Santiago, a quien acompañé hasta dicha ciudad regresando seguidamente a la de Moca. ”Habiendo regresado este señor a la ciudad referida de Santiago recibí órdenes suyas para que pasase a élla a fin de que lo acompañara hasta la de Puerto Plata lo que inmediatamente ejecuté y habiendo llegado a Bajabonico estando en mi propia casa recibió comunicaciones donde le decían que había una gran invasión por la parte Sur, habiéndome despachado enseguida para Santiago y Moca, a cuyo punto regresé desde La Vega, permaneciendo en dicha ciudad de Moca hasta que regresó dicho señor a Santiago habiéndome pasado orden para que me viera con él; tan luego lo verificó y habiendo cumplimentado su mandato me hizo varias observaciones retirándome al pueblo de mi mando donde permanecí hasta el mes de agosto que fui llamado por el gobernador de La Vega para que me pusiese en camino a la capital para cumplimentar al senor capitán general gobernador de la isla de Cuba, don Francisco Serrano, y no habiéndolo encontrado en dicha capital permanecí en ella doce días y al de mi salida dispuso el E. S. capitán general don Pedro Santana que pasara de teniente gobernador a esta ciudad dejando en la de Moca a don José María Bidó en mi reemplazo en cuya situación continúo. ”Puerto Plata, 2 de julio de 1862. /firmado/ ”JUAN SUERO

”Don José Hungría General Gobernador de ésta probincia

”CERTIFICO: que el general de división don Juan Suero contenido en esta hoja ha prestado los servicios que en la misma expresa y lo considero digno a clasificación. ”Santiago, 5 de julio de 1862. /firmado/ JOSÉ HUNGRÍA”

gpc

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COLUGNA DE OPERACIONES DE SAN ANTONIO DE GUERRA Ecmo. Sr. Anoche a las doce de élla falleció el Emo. Sr. Don Juan Suero de resulta de las heridas recibidas en la acción de ayer, de que dí a V. E. sucinto conocimiento en el momento de su terminación. Tengo el sentimiento de participarlo a V. E. para su devido y superior conocimiento. Dios gue. a V. E. ms. as. San Antonio de Guerra, 23 de Marzo de 1864 Ecmo. Sr. /firmado/ LUIS RODRÍGUEZ

Ecmo. Sr. Capitan General y en Gefe de éste ejército. /al márgen dice:/ S.1ª 29 de Mano.-Dése cuenta al ministerio de la Guerra, al habilitado y Juzgado de Guerra y Subintª ./rúbrica/.31 gpc *** Primera de E. M. Al E.S. Ministro de la Guerra en 28 de Marzo 1864 E. S. A las doce de la noche del 22 del actual, falleció en San Antonio de Guerra de resultas de heridas recibidas en la acción sostenida con los insurrectos el mismo día en el punto denominado “Paso del Muerto” el E. S. Brigadier

31 Ibídem.

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de las Reservas Don Juan Suero.Tengo el honor de manifestarlo a V. E. para su debido conocimiento. Dios etc. Fecho gpe /MINUTA/32 *** COMANDANCIA GENERAL EN GEFE DEL EJÉRCITO Y RESERVAS DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO EN OPERACIONES E. M. Esmo. Sr. Por los Comandantes Militares de Guerra y los Llanos ha llegado a mi noticia la desgraciada muerte del Ecmo. Sr. Brigadier Don Juan Suero. Ese lamentable suceso, unido a la no menos lamentable evacuación de Guanuma y Monte-Plata dará a conocer a V. E. las ventajas (sic) que vamos adquiriendo. Dios gue. a V. E. ms. as. Hato Mayor 31 Marzo 1864 /firmado/ PEDRO SANTANA

Escmo. Sr. Capitan General /al margen dice:/ Rº S. 3. 7 Abril.- Visto/rúbrica/33 gpc Dios Patria y Libertad República Dominicana Sr. D. Pedro Guiyermo

32 Ibídem. 33 Ibídem.

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Coronel Gefe de operaciones de la Yerva Buena. Muy Sr. Mío.He recibido su oficio y quedo muy bien impuesto de su contenido. Espero por momento al E. S. El presidente quien a más tardar llegará hoy a Bermejo. En el ataque del Jueves Santo, en el paso del muerto Murió el Gral. Juan Suero, 7 Oficiales españoles un coronel de Puerto Plata, nueve soldados esples. y cuarenta heridos -de nuestra parte solo dos heridos. Sólo espero el presidente para marchar sobre Guerra y Los Llanos Arriba. Vd. no perdonará ocación en Mandar al comandante hacerles Guerrillas al Enemigo en cual que sea el lugar sin perjuicio de su Gente. De San Cristóbal según último oficio, no ocurre novedad. Dios gue. a Vd. ms. as. Suyo servidor y Amigo /firmado/ GREGORIO LUPERÓN

P. D. Espresiones al Comte. Antonio GuzmánBallaguana Marzo 31/1864 gpc /al dorso:/Oficio volando.- Sr. D. Pedro Guiyermo. Coronel Gefe de Opnes. Yerva Buena. Del Gral. Luperón.34 L. D., 13 de febrero de 1981

34 A.G.I., legajo Cuba 1008 A.

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ESCRITOS SELECTOS

Pronunciamientos de Moca y San Francisco de Macorís

La formidable insurrección nacional que originó la magna guerra de la restauración nacional, es un episodio épico que hace honor al pueblo dominicano, siempre decidido a los mayores sacrificios cuando se lanza al rescate de su libertad. La antorcha que se encendió el 16 de agosto en Capotillo, iluminó en poco tiempo todo el territorio nacional, y así el Cibao íntegramente, como el Sur y el Este, fueron escenarios sangrientos de luchas continuas durante dos años de gloria militar. La población de Moca, que tiene la gloria de la protesta del 2 de mayo de 1861, contra la anexión, se plegó a las fuerzas restauradoras el 30 de agosto de 1863, que comandaban los generales Santiago Sosa, Juan de Jesús Salcedo y Manuel Rodríguez (El Chivo). Sin pérdida de tiempo, este trío de comandantes se dirigió en San Francisco de Macorís a don José Nazario Brea y al comandante militar de aquella plaza, general Juan Esteban Ariza, pidiéndoles que pronunciaran ese municipio, y que izaran el pabellón dominicano. El general Ariza, militar de limpio historial, era sin embargo, un rabioso españolizado. No se plegó a los requerimientos que se le hicieron desde Moca. En interés de divulgar la verdad de estos hechos, insertamos varios documentos históricos que consideramos de interés. ***

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COMANDANCIA MILITAR DE LA VILLA DE MOCA Sr. General Ariza. Ayer después de permanecer cinco días frente a Moca, proponiendo capitulara para evitar la efusión de sangre y las calamidades de la guerra, y no abastandonos los medios suaves y humanitarios que propusimos, rompieron las hostilidades, correspondimos a ellas, entramos a Moca a fuego y sangre, y hoy hemos flotado el pabellón Dominicano, habiendo logrado desde ayer la victoria. Esperamos pronuncie Vd. ese pueblo por la causa de libertad, que defendemos, a fin de evitar tener que entrar a la fuerza. Saludamos a Vd. afectuosamente. El General de las operaciones Santiago Sosa. Gefes que le acompañan Juan de J. Salcedo, Manuel Rodríguez. Moca 31 de Agosto de 1863 (al dorso).Servicio pronto.=Sr. General Ariza. Macoris El General de la Armada.35 MRS. *** COMANDANCIA MILITAR DE LA VILLA DE MOCA Sres. Don José Nasario Brea. Ayer proclamamos la independencia Dominicana en Moca, queremos se proclame en esa, evitando la efusión de sangre, manteniendo el orden y el respeto de las familias y sus propiedades.

35 A.G.I., legajo Cuba 1005 A.

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Nos hemos dirigido al Señor General Ariza, coopere a elevar el pabellón Dominicano. Saludamos a Vd afectuosamente. El General de la Armada Santiago Sosa Juan de Js. Salcedo. Manuel Rodríguez. Moca 31 de Agosto 1863.(al dorso): Servicio pronto. Sr. Don. José N. Brea. Macorís El Gefe de Moca.36 *** COMANDANCIA MILITAR DE SAN FRANCISCO DE MACORIS Acaba de llegar a las nueve de la noche el Señor Wenceslao Reyes, con dos cartas de Moca que adjunto a V. S. de las cuales he tenido la deshonra hasta haber cojido en mis manos. Dicho Señor está con un par de grillos y no he determinado otra cosa por no alarmar la población, esto es, no lo he fusilado. Sucedido este accidente como a las once de la misma despaché un parte dando a V. S. aviso de la ocurrencia; pero considerando que este criminal tragera algun sequito, que le acompañase con cautela puse una guardia avanzada y un centinela perdido, este que era Don Braudilio Coromina, vino a avisarme que había descubierto un grupo de Caballería. Inmediatamente acompañado del Comandante Don Eugenio García donde se hallaba el Ayudante de la plaza, y marché con ellos hasta la proximidad de la Sabana de San Diego, donde deje la abanzada creyendo no habia

36 Ibídem.

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novedad; seguí con el Comandante García y el dragon que llevaba dicho pliego, y a pocos pasos descubrimos el grupo de Caballeria, le hecho, ¿Quien vive?, Respondieron al Comandante Garcia que los interrogo, que «Dominicanos, libres», les hicimos fuego, nos lo hicieron a nosotros, y replegandonos a las abanzadas que se hallaba muy inmediata, les acometimos haciendoles huir, dejando vestigios de su fuga como pellones, montas y otros objetos. Lo que participo a V. S. para su conocimiento y a fin de que si obro con la inhumanidad de que requieren estos casos creo firmemente que el superior Gobierno aprobara todos mis actos tendentes a salvar una situación tan contingente. He reunido y estoy reuniendo toda la fuerza para resistir las necias amenazas de tales vagabundos y quedaré sobre mi espada tendido. Estoy decidido a ello. Dios gue. a V. S. ms. as. Macoris 31 de Agosto de 1863 El Comandante Militar JUAN E. ARIZA37 Sr. Gobernador de La Vega

*** DIOS PATRIA Y LIBERTAD REPUBLICA DOMINICANA COMANDANCIA DE ARMAS DE MACORIS El Sr. Gral. Don Juan E. Ariza, habiendo voluntariamente querido no continuar en el mando de esta plaza, por haberse proclamados Dominicanos unanimemente el pueblo y el ejercito, ha solicitado el presente pasaporte para 37 Ibídem.

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pasar a Santo Domingo, cuyo pasaporte le es concedido por el Coronel que el pueblo y tropas han elegido interinamente Comandante de armas. Macoris y Setiembre 4 de 1863. CAYETANO DE LA CRUZ

(al margen dice:) Va acompañado de cuatro individuos, sus peones.38

38 Ibídem.

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La sentencia del Consejo de Conspiradores de Moca

El 2 de mayo de 1861, la villa de Moca fue escenario de la primera protesta armada contra la anexión a España, consumada el 18 de marzo anterior. Este episodio, poco conocido en sus detalles, surge con más nitidez en la perspectiva histórica, por los documentos exhumados del Archivo de Indias. Hasta hace poco, sólo se evocaba el nombre de los cuatro héroes que cayeron fusilados el 20 de mayo, después de la sentencia dictada por el Consejo de Conspiradores, instalado por Santana en Moca, para ventilar esos sucesos. Dos fuentes principales existen hasta ahora para conocer lo que sucedió en la noche del 2 de mayo. Una de ellas es el relato que hace Juan Suero de aquellos acontecimientos, cuando pidió su clasificacion militar a las autoridades españolas. Otra, una carta de Santana, fechada en la misma villa el 20 de mayo, en la cual le informa al gobernador militar de Azua lo que allí hubo sucedido. Santana expresa lo siguiente: En la noche del 2 del corriente apareció en esta plaza un grupo armado de 200 hombres atacando los puestos que constituían el apoyo de la autoridad. Afortunadamente que no obstante estar ausente el General Suero, le fue dado aviso de lo que debía suceder por la denuncia que un leal dió la víspera al ayudante de plaza, y que éste transmitió volando a aquel General quien providencialmente se encontró en su puesto, pero de incógnito, dos horas antes de presentarse los insurrectos atacando vigorosamente al Cuartel donde estaba la

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Artillería y a la Comandancia de Armas que no eran guarnecidos, sino por un escacísimo número de soldados. El Gral. Suero llegó naturalmente solo, como a las ocho de la noche, y a las diez disparaban sus tiros los facciosos. La intrepidez del General que encontrándose casi aislado acometió de lleno al grupo de enemigos que merced a la oscuridad de la noche pudieron diseminarse en el pueblo menos 16 que fueron capturados en aquel momento. El General Suero no perdió tiempo y al instante dio principio a la averiguación de aquel levantamiento, tomó las declaraciones a los presos y procedió a mandar a capturar a cuantos aparecían cómplices, pidió instantaneamente ausilios a Santiago que le fueron enviados al siguiente día, consistentes en una Compañía de la guarnición española que allí hay y en una pieza de cañón. Con esos recursos y con la cooperación de algunos hombres, muy pocos por cierto, se hizo fuerte, continuó arrestando y tomando enérgicas medidas hasta dejar salvada la situación de la plaza y aún la del país en general. El mismo recibió una herida de bala en la cabeza, y fue muerto el Oficial que defendía el Cuartel en la citada noche del día 2 nombrado Francisco Capellán que fué también el más leal denunciando a la Comandancia la conquista que se le había hecho. En vista de tales cosas procedí a nombrar un Consejo de Guerra en esta Plaza, el que reunido ayer, juzgó a aquellos autores y principales cómplices que han podido descubrirse, y fueron condenados once a la pena de muerte, los prófugos fuera de la ley y el resto a presidio temporal. Los condenados a la pena de muerte, me dirigieron por órgano de sus defensores el recurso de gracia que les acuerda la ley y he tenido por conveniente perdonar a ocho y confirmar las sentencias de los nombrados José Contreras, José Ma. Rodríguez y Ignocencio Reyes que serán egecutados en todo el día de hoy. El Consejo de Guerra Especial o Consejo de Conspiradores dictó su sentencia el día 18, casi a la medianoche. La inmolación se cumplió en la mañana del día 20. Nuevos nombres se recobran para los fastos históricos dominicanos, por la lista de los encartados en el proceso, que publicamos para el conocimiento de los amantes de nuestro pasado.

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(ACTA DE LA SENTENCIA) Capitanía General de Santo Domingo Estado Mayor En la Villa de Moca, Jurisdicción de la Provincia de la Vega a los diez y ocho días del mes de Mayo del año de mil ochocientos sesenta y uno, siendo las once de la noche, el consejo de conspiradores nombrado especialmente para juzgar a los prevenidos en la rebelión del dos de los corrientes y compuesto de los nombrados Juan E. Ariza General de Brigada Presidente, Juan Ciriaco Fafá Coronel Vice-Presidente, Eugenio Vázquez Teniente Coronel, Capitanes Agustín Mieses y José de la Cruz Enríquez, Teniente Ceferino Gusmán, Alférez Francisco Ramírez Vocales y Francisco Dubreil Secretario asistidos del Fiscal Coronel Manuel J. Abreu.- Visto el proceso levantado a cargo de los comprendidos en la rebelión de dos de los corrientes- Oído el acto de acusación del Procurador Fiscal, por el que presenta a los complicados en las categorías de Cabecillas y cómplices de rebelión a mano armada en la noche del dos del actual en que atacaron la Comandancia de armas y cuartel hiriendo al General Suero, comandante de armas y la primera autoridad militar de esta Villa y dando muerte al Teniente Francisco Capellán Oficial de la guardia de la Cárcel Pública de esta Villa.- Atendiendo al acto de declaratoria de contumacia pedida por el referido Fiscal contra Romualdo Guzmán, Antonio Jiménez, Rafael Castaños, Leocadio Jiménez, Cayetano Germosén, Eulogio Contreras, Gregorio Jiménez, Rudesindo de la Cruz, Eduardo de Mata, Canuto Castaño, Juan Núñez, Fidelio Acebedo, Secundino del Rosario, Nicolás de Mata y Esmeraldo Pulinario que se encuentran prófugos y pronunciada por el Consejo, en virtud del artículo 246 del Código penal militar en rigor. Oídos los prevenidos José Contreras, José María Rodríguez, Juan Francisco Reyes, Inocencio Reyes, Ceferino Pepín, Salomón Siri y Bonifacio Gómez en sus medios de defensa por Féliz Morilla, Don José Antonio de Peroso, Don José Concepción Tabera y Coronel Don José Gómez y a Gregorio Gerardino, Benedicto de los Reyes, Estanislao García, Juan Solano, Secundino Cisnero,

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Martín Reyes, Cornelio Lizardo, Jacinto Peralta, Féliz Peralta, Francisco Adam, Mácsimo Adam, Dionisio de la Cruz, Francisco García, Raimundo García, Cesario de León, Juan Pérez, Eustaquio Brito, Severo Sánchez, Ml. Ponts, Santiago Gómez, Toribio García, Antonio Acebedo. Telesforo Gerardino, Féliz Martín, José Gabriel Núñez. Féliz Campuzano, Felipe Gómez, Ceferino Núñez, José García Ten, Emeterio Merced, Manuel María Amésquita, Féliz Merced, Francisco de Musa, Juan Martínez, Pedro García, Estevan García, Guillermo Sánchez, Estévan Enríquez, Juan Sánchez y Manuel Altagracia por el órgano de los referidos defensores, pues se hallan detenidos en la Capital a donde fueron remitidos por la falta de seguridad después de varias réplicas y contra-réplicas entre éstos y el Acusador Fiscal, teniendo siempre la palabra en último caso los prevenidos y sus defensores.- Oídas las conclusiones fiscales calificando el acto de acusación.- Atendiendo a la declaratoria de culpabilidad pronunciada por el Consejo y al dictamen fiscal, pidiendo contra los prevenidos la aplicación de los Artículos 26, incº 2° y 3°, 27, 28, 29 y 31, 32 incº 2° y 33 incº 3° 34, 73, 74, 75 y 82 del Código Penal Militar en vigor y los artículos 7 incº 3°, 4°,6° y 7°, y 8° y 9° incº 1°,2°,3° y 10° de la ley sobre conspiradores del 28 de junio de 1811- El Consejo de Guerra especial establecido en esta Villa para juzgar a los complicados en la rebelión a mano armada del dos de los corrientes administrando Justicia en nombre de la ley y después de un maduro ecsamen accediendo a las conclusiones fiscales, condena a José Contreras de treinta y ocho años de edad, de estado casado, de profesión labrador, Coronel en reuso de Guardias Nacionales domiciliados en esta Villa y residente en las Lagunas; José María Rodríguez de sesenta y seis años de edad, de estado casado, de profesión comerciante y residente en Juan Lopito, de este domicilio; Inocencio Reyes, mayor de veinte y cinco años, de estado soltero, de profesión labrador, domiciliado en esta Villa y residente en el lugar nombrado los Guirnos del paso de Moca; Gregorio Gerardino, mayor de cincuenta años, de estado casado, de profesión labrador, domiciliado en esta Villa y residente en el paso de Moca, cuya sección mandaba;

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Benedicto de los Reyes de veinte y ocho años de edad, de estado casado, de profesión labrador, domiciliado en esta Villa y residente en la sección del paso de Moca, de este domicilio; Estanislao García, de cuarenta años de edad, de estado casado, de profesión labrador, Teniente de la Compañía del Segundo Batallón del Primer Regimiento Cívico de esta Común; José Gabriel Núñez, mayor de edad, de estado casado, de profesión zapatero, domiciliado y residente en esta Villa; Féliz Campusano, mayor de edad, de estado soltero, de profesión labrador, natural de San Cristóbal y residente en el lugar nombrado las Lagunas; José García, mayor de edad, de estado soltero, de profesión labrador y residente en el paso de Moca; Manuel Altagracia, de cincuenta años de edad, de estado casado, de profesión labrador, residente en la Sección de Guaüsi que mandaba como Capitán; Cornelio Lizardo, de veinte años de edad, de estado soltero, militar, residente en el lugar nombrado las Cocas, sección de las Lagunas, a la pena de muerte; lo mismo que a Romualdo Guzmán, Antonio Jiménez, Cayetano Germosén, Rafael Castaño, Leocadio Jiménez, Eulogio Contreras, Gregorio Giménez, Rudesindo de la Cruz, Eduardo de Mata, Camilo Castaño, Juan Núñez, Federico Acebedo, Secundino del Rosario, Nicolás de Mata y Esmeraldo Pulinario, que se encuentran prófugos y que quedan fuera de la Ley. A Jacinto Peralta de veinte y seis años de edad, de estado casado, de profesión labrador, residente en la sección de Moca arriba; Féliz Peralta de veinte y dos años de edad, de estado soltero, de profesión labrador, Militar residente en la sección de Moca arriba; Francisco Adam de veinte y dos años de edad, de estado soltero, de profesión labrador, residente en el lugar nombrado Cuero Duro, sección de Juan López de esta Común; Juan Solano de treinta años de edad, de estado soltero de profesión labrador, domiciliado en esta Común y residente en el paso de Moca; Secundino Cisnero, de veinte y dos años de edad, de estado soltero, de profesión labrador, residente en el lugar nombrado Cuero Duro, sección de Moca Arriba; Dionisio de la Cruz, de veinte y cinco años de edad, de estado casado, de profesión labrador, domiciliado en Juan López de esta Común, diez años de prisión. A Manuel María

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Amésquita de diez y nueve años de edad, de estado soltero, de profesión labrador, residente en la sección de Moca Arriba; Juan Pérez, mayor de cincuenta años, de estado casado, de profesión labrador y Capitán Ayudante Mayor de Guardia Cívica, vividor en Cacique, dependencia de esta Común; Severo Sánchez, de cincuenta años de edad, de estado casado, Capitán de la Sección del Algarrobo donde tiene su residencia; Eustaquio Brito, mayor de veinte y cinco años, de estado casado, de profesión labrador, residente en el Algarrobo de este lugar; Manuel Sánchez, de veinte años de edad, de estado casado, de profesión labrador, domiciliado en esta Común y residente en la Sección del A1garrobo; Martín Reyes, de diez y ocho años de edad, de estado soltero, de profesión labrador y residente en el Paso de Moca, de este domicilio y a Juan Francisco Reyes, mayor de edad, de estado casado, de profesión industrial, domiciliado y residente en este pueblo a cinco años de presidio. A Bonifacio Gómez, de treinta y seis años de edad, de estado casado, de profesión labrador, residente y domiciliado en Quebrada Honda de esta Común, Salomón Sirí, mayor de edad, de profesión labrador, de estado casado, residente en esta común y domiciliado en ella, Anastasio García y Seferino Pepín a seis meses bajo la vigilancia de la alta policía.-Mandamos y ordenamos a todo Alguacil requerido al efecto ponga la presente en ejecución a los Procuradores Fiscales que velen a su exacto cumplimiento, a los Comandantes de Armas y demás Agentes de la Fuerza Pública, que presten su ausilio cuando fuesen legalmente requeridos.- Dada de Nos y firmada por los miembros del Consejo y por mí el presente Secretario, que certifico.- Firmados.- EL PRESIDENTE JUAN E. ARIZA.- C. FAFÁ- SEFERINO GUZMÁN.- EUGENIO VÁZQUEZ.- JOSÉ DE E. ENRÍQUEZ.- A. J. MIESES.- FRANCISCO DUBREIL.- Por copia conforme a la original que certifico.- FRANCISCO DUBREIL.- Es copia conforme.- De órden.- El Secretario.RAIMUNDO MARÍA SANTÍN. Es Copia de la que ecsiste archivada en éste E. M.- El Comte. Gefe de E. M. interino.- (firmado) JOAQUÍN RODRÍGUEZ DE RIVERA

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ESCRITOS SELECTOS

Índice onomástico

Abad Alfau, Antonio 125, 127, 130, 268 Abreu, Manuel J. 283 Abril, Juan 108, 110 Acebedo, Antonio 284 Acebedo, Federico 285 Acebedo, Fidelio 283 Acosta, Juan Alejandro 108, 110 Adam, Francisco 284, 285 Adam, Mácsimo 284 Adón, Marcos 47 Agramonte, Ignacio 143, 154 Aguilera y Vribe, Francisco 247, 248 Alejandro VI (papa) 95 Alix, Juan Antonio 259, 260 Almeda, Emmanuel de 77, 78, 80 Almonte, Ramón 260 Álvarez, Demetrio 139 Amésquita, Manuel María 284, 285 Angulo Guridi, Alejandro 90 Antoine, Cadet 19, 20, 22 Aristóteles 94 Ariza, Juan Esteban 275-278, 283, 286 Arizón (coronel) 39, 40, 172 Arzeno, José María 20 Arzeno, Luis 20 Austria, Juan de (o Asturia, Juan de) 119, 120 Aybar, Andrés 108, 111 Aybar, Juan Esteban 22, 101, 108, 110

Badcock, Orville E. 58 Báez y Pérez, Clemencia 131, 149 Báez, Buenaventura 25, 26, 42, 45, 46, 49, 50, 53, 54, 57, 58, 61, 79, 81, 88, 101, 103, 104, 107, 109, 110, 163-166, 168, 169, 193, 195, 203, 252, 254, 255 Báez, Carlos Borromeo 51, 53, 68, 164, 167 Balaguer, Joaquín 88-91, 157 Barrionuevo, Francisco de 93, 97 Batista, Antonio 267 Bázquez, Camilo 178 Bermúdez, Roberto 154 Bertot y Miniet, Eduardo 142 Betances, Ramón Emeterio 256 Bidó, José María 271 Bidó, Juan Luis 268 Blaine, James G. 225, 230 Blanco, Ramón 147 Bobadilla, Sosota 149 Bobadilla, Tomás 89 Bobea, Pedro Antonio 101 Bonilla España, J. A. 75 Bonilla, Blas 195 Bonó, Pedro Francisco 187, 188, 191, 193, 197, 200, 201 Borrero, Francisco (Paquito) 146, 159 Brea, Nasario 276 Brighman (señor) 43 287

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Brito, Eustaquio 284, 286 Buceta, Manuel 172, 246, 247, 263 Bustamante, Luis 248

C Cabral y Luna, José María 41, 42, 45, 46, 49, 50, 53, 61, 131, 138, 150, 163, 165, 187, 188, 193, 196, 255 Cabrales, María 160 Cáceres y Díaz, Miguel 247 Cáceres, José Núñez de 90 Cáceres, Manuel Altagracia (Memé) 50, 54, 55, 67, 195, 284, 285 Cáceres, Miguel 247 Cambiaso, Luigi 41, 42, 44 Caminero, José 164, 168, 169 Caminero, Manuel 68 Campusano, Féliz (o Campuzano Féliz) 284, 285 Capellán, Francisco 282, 283 Cappa, Mariano 135, 171, 172, 177, 263 Carlos V (rey) 96 Caro, Hipólito 131, 150 Casas, Bartolomé de las 94, 95 Casimiro, Pedro Antonio 139 Castaño, Camilo (o Castaño, Canuto) 283, 285 Castaños, Rafael (o Castaño, Rafael) 283, 285 Castelar, Emilio 69 Castellanos, Gerardo 145 Castro y Tejada 238 Castro, Jacinto de 67, 134 Cástulo (véase Ureña de Mendoza, Nicolás) Céspedes, Carlos Manuel de 141, 142, 143, 151, 152, 154 Cestero, Mariano Antonio 237, 238, 240 Chancin (capitán) 33 Cisnero, Secundino 283, 285 Clark, William 26, 27, 29 Clayton, John 82 Collazo, Enrique 153 Colón, Cristóbal 242 Colón, Diego 94, 95 Concepción Tabera, José 283

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288

Concha (general) 143, 156 Conde de Valmaceda (véase Villate, Blas) Contreras (general) 266 Contreras, Eulogio 283, 285 Contreras, José 282, 283, 284 Coromina, Braudilio 277 Corso, Simón 108, 110 Crismán, José 46 Crombet, Flor 153 Cruz Enríquez, José de la 283 Cruz García, José de la 108, 110 Cruz, Cayetano de la 279 Cruz, Dionisio de la 284, 285 Cruz, Rudesindo de la 283, 285 Curiel, B. 47

D D’Aurzourt (general) 126 Dahlmann, José 242 Dalbemar, Jean Joseph 239 Dávila Fernández de Castro, Felipe 204, 211 Daza, Fermín 248, 260 Debat (señor) 79 Deetjen, Alfredo 42, 43 Delgado, Juan 248 Desiderio Valverde, José 203 Dessalines, Jean Jacques 140 Díaz de Herrera, Segundo 40 Díaz Valdepares, Julián 12 Díaz, Modesto 139 Doucouran (señor) 33 Duarte (los) 89 Duarte, Juan Pablo 25 Duarte, Rosa 89 Du-Breil, Sully 165 Dubreil, Francisco 283, 286 Duperón, Gregorio (véase Luperón, Gregorio) Duvergé, Antonio 90

E Echavarría, Ambrosio 246, 248, 249 Enríquez, Estévan 284 Enríquez, José de E. 286 Enriquillo 11, 93, 94, 95, 96

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Índice onomástico

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Espaillat, Pedro Ignacio 260 Espaillat, Ulises Francisco 26-28, 90 Eugenio el Médico (véase Luperón, Gregorio)

F F. Bidó, Juan Luis 265 Fafá, Juan Ciriaco 283, 286 Faustino I (véase Soulouque, Faustino) Fernández, Julián 17 Fernando II de Aragón (rey) 95 Fernando VII de Borbón (rey) 14, 15, 16 Ferrand, Marie Louis 14 Ferrara, Orestes 225 Fish, Hamilton 58, 64 Fisher, Ames 66 Florentino, Pedro 131, 139, 140, 150, 265 Foster, John W. 218, 219, 220, 230 Fouche, José 89 Franco Bidó, Juan Luis 260 Frelinghuysen, Frederick J. 221, 220, 219

G Galván, Manuel de Jesús 69, 217, 218, 219, 221, 230 García Ten, José 284 García y Moreno, Joaquín 13 García, Anastasio 286 García, Calixto 154 García, Estanislao 283, 285 García, Estevan 284 García, Eugenio 277, 278 García, Francisco 284 García, José Gabriel 20, 32, 90, 187 García, Pedro 284 García, Raimundo 284 García, Toribio 284 García, Vicente 156 Garibaldi, Giuseppe 256 Gautier, Manuel María 57, 58, 60, 63, 64, 163, 164, 167, 169, 222, 255 Geffrard 117, 121, 128, 165 Gerardino, Gregorio 283, 284

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289

Gerardino, Telesforo 284 Germosén, Cayetano 285 Giménez, Gregorio (véase Jiménez, Gregorio) Ginebra, J. 63, 65, 66 Gómez Toro, Francisco 147, 160 Gómez y Báez, Máximo 90, 131, 132, 133, 134, 135, 137, 138, 140, 141, 142, 143, 144, 145, 146, 147, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162 Gómez y Guerrero, Andrés 149 Gómez, Bonifacio 283, 286 Gómez, Eusebio 260 Gómez, Felipe 284 Gómez, Francisco Antonio 42 Gómez, José 283 Gómez, Mácsimo (véase Gómez y Báez, Máximo) Gómez, Panchito 161 Gómez, Santiago 284 González (general) 63 González Tablas, Ramón 37 González, Ignacio María 67, 213, 223, 225 Grant, Ulises S. 54, 59, 254 Green, Benjamín 82, 83 Guerra, Ángel 146, 159 Guillermo, Cesáreo 67, 68, 69, 74 Guiyermo, Pedro 273 Guridi, Alejandro Angulo 248 Guzmán, Antonio 274 Guzmán, Romualdo 283, 285 Guzmán, Severino (o Gusmán, Ceferino) 283, 286

H Haibar, Juan Esteban 265 Hamburger, José Ricardo 62 Hanke, Lewis 243 Harrison, Benjamín 230 Hartmont, Edward 61 Hauch, Charles C. 26, 27, 31, 32 Henríquez Ureña, Pedro 87, 233, 234, 235 Henríquez, Enrique 239 Herard, Charles 19, 82 Heredia, Francisco J. 140, 141

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Herrera, César A. 11, 251 Heureaux, Ulises 45, 67, 69, 144, 218, 221, 225, 226, 228, 230, 231, 237, 239, 240, 252, 256 Hostos, Eugenio María de 71, 213, 214, 216, 256 Hugo, Víctor 256 Hungría, José 42, 195, 248, 261, 265, 271

Luciano, José Ramón 42 Luis Felipe I (rey) 101 Luis XVI (rey) 89 Luna, Manuel de la 264 Luperón, Gregorio 37, 45, 46, 47, 49, 50, 53, 61, 67, 69, 49, 139, 140, 164, 165, 245, 246, 247, 248, 252, 253, 254, 255, 256, 264, 257, 274

Jimenes, Juan Isidro 81, 103, 237, 238, 240 Jiménez de Sandoval, José 159 Jiménez, Antonio 283, 285 Jiménez, Gregorio 283, 285 Jiménez, Leocadio 283, 285

K Kük (señor) 79

L La Gándara y Navarro, José 140 Lajara, Daniel 195 Landais (señor) 121 Landestoy y Bobadilla, José Ramón 149 Lapuente, José 248 Lavastida, Miguel (o Labastida, Miguel) 134, 204, 268 León, Cesario de 284 Lilís (véase Heureaux, Ulises) Lincoln, Abraham 26 Lithgow, Federico 68, 69 Lizardo, Cornelio 284, 285 Lloyo 48 Logroño, Arturo 263 López Villanueva, Antonio 264 López, Blas 175 Lora, Gregorio de 267, 268, 269 Lorraine, Lambton 62, 63 Louverture, Toussaint 13 Lovelace, Manuel 195 Lovera, Miguel 195 Loynaz del Castillo, Enrique 146 Lucas (general) 246

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Maceo, Antonio 146, 147, 153, 154, 156, 159, 160, 161, 256 Maceo, José 153 Manana (esposa de Máximo Gómez) 144 Marcano y Álvarez, Félix 151 Marcano y Álvarez, Francisco 152 Marcano y Álvarez, Luis 139, 142, 151, 152 Marenco, Luis 69 Mármol, Donato 142, 152 Martí, José 144, 145, 146, 158, 159 Martín, Féliz 284 Martínez Campos, Arsenio 143, 146, 160 Martínez, Juan 284 Masó (general) 154 Mata, Eduardo de 283, 285 Mata, Nicolás de 283, 285 McKinley, Bill 227, 229 Medrano, José María 101, 103 Megía, Bartolo 248 Mella, Matías Ramón 137, 267, 268 Mena, Pedro de 264 Merced, Emeterio 284 Merced, Féliz 284 Meriño, Femando Arturo de 88, 186 Michel, Achilles 260 Miese (coronel) 267 Mieses, Agustín J. 283, 286 Miura, Ricardo 23 Monción, Benito 31 Montaner, Francisco 248 Montás, León 126 Monte, Félix María del 89, 90 Monte, Manuel Joaquín del 103 Montero, Francisco 204 Montesinos, Antón de (fray) 94, 243

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Índice onomástico

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Morilla, Féliz 283 Morisset (general) 82 Mota (los) 140 Mota, Canela 138 Muñoz del Monte, Domingo 15 Musa, Francisco de 284

N Napoleón Bonaparte (emperador) 14 Nazario Brea, José 275, 277 Nolasco, Sócrates 255 Nuecí, Juan 62, 64 Núñez, Ceferino 284 Núñez, José Gabriel 284, 285 Núñez, Juan 283, 285 Núñez, Manuel de Jesús 246, 248, 249

O Objío, Florencio 43 Ogando (los) 53 Ogando, Timoteo 47 Olrich, Ignacio 248

P Pacheco, Ramón 260 Palma, José Joaquín 142, 144, 152, 157 Palmatier (general) 266 Palmerston (lord) 102 Paulo III (papa) 95 Peláez 133 Pelas, Lucas (véase Peña, Lucas) Pelletier, Pedro Eugenio 20, 265 Peña Batlle, Manuel Arturo 11, 93, 94, 95, 97, 99 Peña y Reinoso, Manuel de Jesús de 90, 214 Peña, Lucas de 31, 248 Pepín, Ceferino 283, 286 Pepín, Seferino (véase Pepín, Ceferino) Peralta, Féliz 284, 285 Peralta, Jacinto 284, 285 Perdomo, Eugenio 90, 260

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Pérez, Carlos Federico 26 Pérez, José Ignacio 120 Pérez, Juan 284, 286 Pérez, Santiago 90 Pérez, Valentín 68 Peroso, José Antonio de 283 Perry, Raymond H. 57, 58, 59, 163, 255 Philipe, Jean 20 Pichardo, Santiago 267 Pichardo, Vidal 260 Pierrot, Louis 19, 20 Pimentel Gómez, Andrés 150 Pimentel Gómez, Jesús María 150 Pimentel Gómez, Plácido 150 Pimentel, Pedro Antonio 31, 53 Pimentel, Rudecindo 132, 150 Pineda, Juan 245 Pirala, Antonio 14 Polanco, Juan Antonio 31 Ponts, Manuel 284 Priment, Jorge 108, 110 Primet, Jorge (véase Priment, Jorge) Próculo 108, 115 Prud’Homme, Emilio 90 Puello, Antonio 266, 267 Puello, Eusebio 140, 266 Pujol (señor) 47 Pujols, Pablo 27 Pulinario, Esmeraldo 283, 285 Pumarol, Pablo 71, 73, 74, 75

Q Quiroz (coronel) 142, 152

R Ramírez Báez, Valentín 42, 50, 52, 53, 54 Ramírez, Francisco 283 Ramírez, Valentín 195 Raposo, Alejo 62 Regalado y Muñoz, Manuel González de 21 Regla Mota, Manuel [de] 133 Reyes, Benedicto de los 283, 285 Reyes, Ignocencio 282, 283, 284 Reyes, Inocencio (véase Reyes, Inocencio)

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Reyes, Juan Francisco 283, 286 Reyes, Martín 284, 286 Reyes, Wenceslao 277 Reynoso, Ignacio 264, 265 Rivera, Rafael Primo de 263 Rivero, Pedro de 15 Roa, Ramón 143, 156 Roca, Ignacio 108, 110 Rodríguez de Rivera, Joaquín 286 Rodríguez Demorizi, Emilio 20, 193 Rodríguez Objío, Manuel 37, 90, 140, 165, 167 Rodríguez Vera, Pablo 248 Rodríguez, Baldomero 155 Rodríguez, José María 282, 283, 284 Rodríguez, Juan Isidro 246, 248, 249 Rodríguez, Luis 272 Rodríguez, Manuel (El Chivo) 275, 276, 277 Rodríguez, Mariano 165 Rodríguez, Santiago 31 Rojas, Benigno Filomeno de 26, 28 Roque Cocchía (monseñor) 183, 184, 185, 186 Rosa, Gabriel de 77, 78, 80 Rosario Sánchez, Francisco del 89 Rosario, Marcos del 146, 159 Rosario, Secundino del 283, 285 Rosón, Andrés 149, 157, 137 Rubios, Palacios 95

Santín, Raimundo María 286 Santos, Eugenio de los (véase Luperón, Gregorio) Schomburgk, Robert H. 102, 103, 104 Sepúlveda, Ginés de 95 Serra, Francisco de 69, 71, 74 Serra, José María 90 Serrano, Francisco 271 Seward, Frederic 26, 27, 28, 187 Sierra, Vicente D. 96 Simón, Vallón 20, 23 Siri, Salomón (o Sirí Salomón) 283, 286 Solano, Juan 283, 285 Somner Smith, J. 42, 54 Sosa, Francisco 131, 150 Sosa, Santiago 275, 276, 277 Soto, Domingo de 94 Soto, Marcos Aurelio 157 Soulouque, Faustino 81, 82, 103, 117, 128, 131, 150 St. John, Spencer 62 Suero, Juan 172, 173, 180, 246, 263, 264, 271, 272, 273, 274, 281, 283 Summer, Charles 163 Susa, Enrique de (El Ostiense) 95

Tabera, José 268 Tejera, Emiliano 90, 91 Tejera, Juan Nepomuceno 103 Tejera, Manuel de Jesús 135 Thompson, John E. W. 222 Tolentino (ayudante del general Juan Suero) 267 Toro y Pelegrín, Bernarda 153 Torres, Norberto 31 Trujillo M., Rafael Leonidas 41, 83, 104, 109, 235

Saget, Nisagre (o Saget, Nissage) 46, 48, 49 Saint Denys, E. de Juchereau de 22 Salas, César 146, 159 Salcedo, Francisco Antonio 265 Salcedo, Juan de Jesús 275, 276, 277 Salnave, Silvain 47, 48, 49, 163, 165, 187, 193, 194 Sam, Tirésias Simón 239 Sánchez Ramírez, Juan 14, 15, 90 Sánchez, Guillermo 284 Sánchez, Juan 284 Sánchez, Manuel 286 Sánchez, Severo 284, 286 Santana, Pedro 21, 32, 50, 53, 81, 101, 103, 107, 117, 118, 120, 122, 123, 125, 132, 133, 134, 150, 188, 203, 205, 252, 254, 263, 264, 265, 267, 271, 273

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U Ungría, José (ver Hungría, José) Ureña de Mendoza, Nicolás 107, 108, 114, 115 Utrera, Cipriano de (fray) 93, 94, 95, 96

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Índice onomástico

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V Valera y Álvarez, José 139 Valerio, Fernando 266 Valiére 165, 168 Valverde 266, 267 Valverde y Lara, Pedro 194 Valverde, Pedro 196 Vázquez, Eugenio 283, 286 Velásque, Jacinto 43 Ventura (véase Báez, Buenaventura) Victoria I (reina) 102, 104 Vílchez (general) 155 Villanueva, Pablo 20, 195 Villar (general) 141 Villasana (señor) 184 Villate, Blas 152, 153, 160 Villaurrutia, Xavier 234 Vitoria, Francisco de 94, 95, 96, 243

W Weyler, Valeriano 146, 147, 160 Whidden 28 Whidden, B. F. 27 Wilton Andrews, Cyril Frank 104 Woss y Gil, Alejandro 77, 78

X Yriarte, Tomás de 113 Zavala, Silvio 97

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Colofón Este libro, Cuadros históricos dominicanos, de César A. Herrera, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, C. por A., Santo Domingo, República Dominicana, en el mes de agosto de 2008. Está compuesto en caracteres New Baskerville, tamaño 11.4 e impreso en papel cáscara de huevo de baja densidad. La impresión consta de mil (1,000) ejemplares en tapa rústica.

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