Revista ÁGORA DIGITAL N.1 Año I
OCTUBRE
2013
Director de la revista: Fulgencio Martínez. Coordina: Pepa Muñoz. Redactores: Anna Rossell. Colaboran en este número: Isla Correyero, Juan Carlos Mestre, Jesús Munárriz, Manuel García Viñó, Francisco Javier Díez de Revenga, Manuel Martínez-Carrasco, Rosa Jimena, Maximiliano Hernández Marcos.
ARTE GRAMÁTICO
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SUMARIO ACTUAL DE POESÍA ESPAÑOLA. LA ESCRITURA PLURAL ANTOLOGÍA ACTUAL DE POESÍA ESPAÑOLA 3 Isla Correyero 15 Juan Carlos Mestre
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30 CO-LECCIÓN ÁGORA I textos magistrales Transmisión. Poema de Jesús Munárriz 32 ARTÍCULOS LITERARIOS 32 EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE RAMÓN SIJÉ. Francisco Javier Díez de Revenga: Ramón Sijé. TRIBUNA LIBRE. Manuel García Viñó: La corrupción sostenible. 42
DIARIO DE LA CREACIÓN. Panorama de la poesía actual en español (inéditos) 42 Dúo poético en el Bar Zalacaín. Poemas de Rosa Jimena y Manuel MartínezCarrasco. 52 5 Poemas de Fulgencio Martínez, inéditos de “Entre la reflexión y la combustión”. 59 EL MONOGRAMÁTICO: 59 DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE F.M: Visita al maestro Andrés Salom. 61 BIBLIOTHECA GRAMMATICA. Novela actual alemana La crítica de Anna Rossell: recensiones de “Mis años de asesino”, de Friedrich Christian Delius, y “En tiempos de luz menguante”, de Eugen Ruge. Novedades, libros de poesía 66 El cazadero de los libros, cuaderno de crítica de F.M: Sobre “La guerra de invierno”, de Ariadna G. García, y “Atenas”, de JuanVicente Piqueras. 74 Maximiliano Hernández Marcos: “El año de la lentitud”, de Fulgencio Martínez. Los textos publicados en Ágora son inéditos (salvo indicación expresa) y su copyright, así como el de las ilustraciones que sean originales, es propiedad de sus autores. Ágora no se responsabiliza de las opiniones expresadas por ellos. EL TITULO, DISEÑO Y CONTENIDOS DE ESTA REVISTA ESTÁN PROTEGIDOS LEGALMENTE: LOS TEXTOS Y LAS ILUSTRACIONES ORIGINALES NO PUEDEN SER REPRODUCIDOS EN OTRO MEDIO SIN LA AUTORIZACIÓN DE LOS AUTORES DE LOS MISMOS.
Caesar non est supra grammaticos
EDITA: Taller de Arte Gramático Depósito Legal: MU-0195-998 ISSN: 1575-3239
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PRESENTACIÓN Desde febrero de 2013 en que apareció el número O de ÁGORA DIGITAL en su nueva etapa, se ha llegado recientemente al boletín 5, resumen de lo publicado en el mes de Septiembre, 2013, en el blog diario de ÁGORA. Son los contenidos de dicho boletín los que componen este número de octubre de la revista electrónica en formato pdf; el primer número de ÁGORA DIGITAL en su reinicio. Destacamos dos nuevas entregas de la Antología actual de poesía española, con poemas de Isla Correyero y de Juan Carlos Mestre; un texto magistral para la co-lección de poemas de la revista: “Transmisión”, de Jesús Munárriz; el artículo del profesor Díez de Revenga, que recuerda la figura de Ramón Sijé, y el artículo “La corrupción sostenible”, de Manuel García Viñó, el creador de La fiera literaria. Blog de Ágora digital: www.diariopoliticoyliterario.blogspot.com Hemos introducido entradas directas a los contenidos de los boletines digitales MENSUALES de la revista. Los de este número que sale en Octubre, pueden leerlos en la entrada: Ágora DIGITAL 1 SEPTIEMBRE 2013.
Como novedad, a partir de este boletín, los contenidos del mismo se editarán también en formato de revista en pdf, que se podrá leer gratuitamente en la red. Se publicará los meses pares (salvo Agosto); cinco números al año, que reunirán lo publicado en boletines de los meses inmediatamente anteriores. La revista Ágora digital bimensual es la hermana menor de la revista impresa semestral ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO, fundada en febrero de 1998, y que también este año inicia un nuevo ciclo. Su volumen 1, OtoñoInvierno 2013, Monográfico dedicado a la poeta Dionisia García, se encuentra disponible en librerías, y se presenta el jueves día 17, en Murcia, en el Museo de Ramón Gaya. Los contenidos publicados en ambas revistas son diferentes, aunque la revista impresa puede llevar en algunos números una selección de textos previamente publicados en la versión digital. (La revista impresa la puede solicitar
en cualquier librería, pidiendo que se pongan en contacto con el librero y editor Diego Marín, de Murcia; o solicitándola a la librería virtual www.diegomarin.com, o al email de nuestra revista: agoradeartegramatico@gmail.com)
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ACTUAL DE POESÍA ESPAÑOLA. LA ESCRITURA PLURAL LA ESCRITURA PLURAL
Isla Correyero. Fuente: Muestra de poesía hispanoamericana
Isla Correyero o el movimiento sin fin ANTOLOGÍA DE POESÍA ACTUAL ESPAÑOLA. LA ESCRITURA PLURAL/12 Poemas de Isla Correyero
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LÍMITES
Necesitamos testimonios que enciendan en nosotros
el recuerdo de lo más profundo. Cuando éramos niños teníamos un margen de conciencia dedicado al Resplandor. Podíamos ver más allá de los nombres y las cosas. Arder de amor por los pobres y los muertos. Visitar regiones invisibles atravesando las azules tinieblas de las habitaciones. Traíamos de aquellos límites –siempre frágiles– descalzos los pies, una peligrosa tristeza y extrañas imprecisiones en el vocabulario. Y, cerrando los ojos, volvíamos a ver con claridad lo que habíamos penetrado y descansábamos, como dormidos, en el regazo de nuestra madre que nos creía y jugaba con nosotros, otra vez, a retirarnos de la muerte.
Crímenes (1993)
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TODOS NOSOTROS Todos nosotros que debutamos en la vida con una tara irremediable, que deseábamos tanto y habíamos obtenido tan poco, que con tan buenas intenciones, tan mal acabamos…Todos nosotros. Jim Thompson
Todos nosotros. Los que nacimos rechazando la política y las leyes. Los orgullosos. Los que sabíamos que extraían de nuestra percepción la libertad. Todos nosotros. Que crecimos en pueblos y en ciudades aún azules. Que fuimos incalculables niños instintivos y lunáticos. Todos nosotros. Viajeros. Los que atravesamos la oscuridad del sexo y la habitamos. Los buscadores de belleza. Los que probamos las exóticas sustancias y vivimos en el cine y en la noche. Todos nosotros. Generación, tribu, conjunto de perdedores que imaginamos que la ruina era el más alto honor. Todos nosotros. Los desterrados ahora de aquel grupo. Los olvidados, los oscuros, los ausentes. Los abandonados y los destruidos. Todos nosotros. Los que ya no soñamos. Los que somos compradores de todo. Los arrasados por el dinero y por las guerras. Los que ahora somos impenetrables asesinos blancos. Los que contemplamos la luna desde el cielo. Crímenes (1993)
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28 de septiembre de 1993
Inclino la cabeza para que nadie sepa que ya no soy humana. Debemos pasar inadvertidos. Todos los enfermeros provenimos de una raza de autómatas. Afuera, llueve sobre la Clínica. Un polvo pegajoso, negro y denso, cubre los coches y los impermeables. Dentro, cada gramo de antibiótico es aplicado con indiferencia. Un buscador de oro recorre la zona de los mortuorios. Los científicos vacían a los animales. Ya no conozco a nadie que pueda ser humano. ¡Hay tanta muerte y tanto olor a muerte! Esta mañana han enterrado a un mono y a un hombre… Aquí sólo existe la lluvia negra de la muerte en los pasillos.
Diario de una enfermera (1996)
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Las limpiadoras 19 de Mayo de 1995 Impasible, dura, triste, preservada del desprecio, asisto a la limpieza de la habitación. Las dos mujeres, imantadas por el ojo negro de la bolsa van echando cucharas, frascos, peladuras de fruta, pan y sombras. Nada llama su atención. Los enfermos son otra basura en movimiento. ¡Oh, vosotras, a quien no puede el dolor de los escombros, la picadura de la melancolía,. el tiempo de la angustia! Salen hablando, riendo, se pierden por el pasillo de los pasos perdidos. Han marcado la habitación con el olor boreal de la lejía. Mi padre, paciente y distinguido, domina todo el reino de la madrugada. Mi uniforme de enfermera le limpia el corazón.
Diario de una enfermera (1996)
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Para quién escribo 10 de octubre de 1995
Mi hijo de diez años me ha preguntado para quién escribo. Mi palabra sale de la afonía de una guardia, de un sufrimiento crónico. Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los que sufren en esta larga galería de la muerte. Para los que lloran por el clima y desfallecidamente caen entre las sábanas mojadas. Para las madres que nunca acaban de perder al hijo estremecido y permanecen a su lado las horas eternas de las tinieblas. Escribo para los ancianos sin sucesión ni campos de manzanas que llaman solitarios a los timbres temblando por su incontinencia. Para el bálsamo de su inmovilidad escribo en el lavatorio de sus heces. Escribo, Paolo, para las alas fosfóricas de la guadaña que pasa cada noche sobre el piso noveno y deja caer su cucharón de palo para comerse al más ausente. Para los hijos, escribo, los hijos que fuman los cigarros amargos a escondidas y lloran lágrimas nerviosas porque aún no han accedido a la soberanía de la enfermedad. Para las hermanas levísimas que besan en los labios y en los dedos la amarilla delicia de la fiebre de su hermano. Dulce niño que no comprenderás ahora estas palabras que levanto: Para los enfermos atados a las camas que ven las rápidas transformaciones de la luna y las tortugas. Para las esposas continuas que sólo van a casa a lavarse el olor y la vertiginoso lucidez de los zumbidos. Escribo, Paolo, para el amante que no podrá entrar a besar a su amado y que sufre llamándolo, sin voces: amor mío, amor mío. Escribo, Paolo, para valorar el trabajo de las limpiadoras que renuevan el hospital y el ruido de la orina. Para los delicados y sorprendentes celadores, las voladoras cocineras, los peluqueros ágiles, los dóciles suplentes. Para las enfermeras azules de la eternidad y sus ayudantes, los médicos humildes.
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Para los estudiantes que vienen a devorar la enfermedad con su infantil y entusiasmado volumen de primero. Para la paciencia y la misericordia escribo. Para declarar que el olor de los medicamentos y las deyecciones percipitan las tragedias. Para los transplantados, los locos, los quemados, los absortos en el estrabismo de la muerte. Querido niño azul, yo escribo para los animales que trabajan en el ovillo de la hierba y nunca acaban de vagar por el animalario. Y sobre todo, sobre todos los seres de este mundo, yo escribo para él, tú ya lo sabes, para él, que se ha ido en esta primavera y se ha llevado todo mi derrumbado diccionario de la medicina. Diario de una enfermera (1996)
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Pero se mueve ¡Oh médicos malditos! No me digáis que me he quedado huérfana. No me digáis que ha muerto mi vertiginoso. No. Mi mano lo acaricia desde el cerebro a la uña azul del pie, mi mano con la suya, terriblemente fría, deja pasar el aire y se convierte en pasadizo de humo. No está inmóvil ni frío. Yo veo como se mueve la ventana y él se mueve desde lo hondo de mis ojos, se mueve para mí, se mueve con los pájaros que vienen del ensueño. Tiene el temblor de una tormenta negra, la constante temperatura de la piedra en la casa. Su lecho dolorido me dice que él existe, su colchón empapado de nieve y de saliva, de sangre levitando sobre las cuatro patas. Él existe y se mueve. Va a exigirme un compacto de Sibelius, está pidiendo pan y se levanta, de lo invisible a la arrogancia de su miopía, me está pidiendo la velocidad para volverse. Y ahora está de pie, cerrando la ventana. Ha vuelto a mi dulzura, a mi diálogo de histérica, vuelve la furiosa función del miocardio, vuelve de las flexibles tablas de la justicia. Ha vuelto para mí. Toco su pecho. Me veis: Hablo de él como si nada hubiera sucedido. ¡Oh médicos malditos!
Diario de una enfermera (1996)
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PONTE DE RODILLAS, TÍO Ponte de rodillas y dime que no me has olvidado. Ponte de rodillas tío y pídeme perdón. Como cenizas como metal como ciruelas negras me he transformado sobrellevando el paso de tu sombra. Te he visto al alba con una cadena de palidez en torno de tu inmovilidad y he permanecido en una silla de leche y de madera mientras te miraba la enfermedad del corazón y el temblor respiratorio que tienes tío. Violentamente preparada y desmedida me he levantado de mi muerte y mi deseo para desplomarme ante tu indiferencia. La cantidad de destrucción que me has causado tío es como un saco de piedras atado a mi brazo derecho. He acumulado venganzas y pasiones que no son de este mundo. Solitarias y desobedecidas. Mitigar mi dolor es tan imposible como una conspiración en contra tuya. Mis enemigos son tus más patológicos amigos. Si trabajo es por ti tío y tú jamás has resucitado mi trabajo. Sin resurrección y sin aliento sigo a pesar de la calcinación en que me has devorado y hecho humo. Pon distancia entre tu gris vestidura y mi ascético espacio y déjame respirar cruzando el mundo definitivamente tío pidiéndome perdón soltándome como a una perra alada.
Amor Tirano (2002)
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CINTA DE MOEBIUS
Yo vengo de perder una batalla de la vida y otra más y otra más y otra. Pero mi espíritu está indemne y aún puedo saltar sobre todas las pérdidas aunque sé que sin más flexibilidad y menos exactitud que en los 20 ó 25 metros de edad que tuve y ahora ya no tengo más que predicciones presagios de lo que va a ocurrir según veo a los tipos que se acercan a mis ojos según huelo sus preocupaciones según cómo se empeñan en agradarme o en desagradarme. Eso veo. Ya lo tengo claro estoy preparada para perder y distinguir cuál será la ventaja que yo saque o cuál la captura qué parte de mi corazón se llevará quien me persiga y observe cuánto soy de vulnerable. Lo tengo claro todo eso de las pérdidas y las ganancias afectivas o las otras y no me importa perder el beneficio porque yo vengo de una habilidad de penitenciarías y en los correccionales en donde estuve siempre me dejaron muy exactamente claro que el modelo de mi conducta iba derechito a los peligros y que ganar en ellos sería una suerte ingrata para mí.
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De todos modos a veces he ganado una chuchería una bola o la pieza de un zapato. Y una vez sólo una vez gané algo complicadamente bueno algo grande y prodigioso que ahora con los años valoro más que nunca. Pero hoy ya sé que no volverá la buena estrella ni el azar a mi vida porque mi sublevación y mi trastorno están conspirando para que me hunda: Y a eso no le pondré freno ni me doblegaré. Ya tengo bastante con mi suficiencia para el dolor y una superioridad colérica para subsistir y todavía asombrarme de cómo entre el perder y el ganar he preferido siempre la sutil y constante ingenuidad que producen las pérdidas. Así como si esto fuera un dulce me ahorro el terror del desengaño. Amor Tirano (2002)
ISLA CORREYERO es el movimiento sin fin de la poesía y la vida, como esa cinta de Moebius que da título a un poema suyo. Ha escrito guiones para cine y televisión, además de dedicarse intensamente a la escritura poética. Formó parte de la antología Ellas tienen la palabra (Hiperión, 1997), seleccionada por Noni Benegas y Jesús Munárriz. Obtuvo dos años antes el premio de poesía “Ricardo Molina”. Es autora, entre otros libros de poesía, de Cráter (León, 1984), Lianas (Madrid, 1988), Crímenes (Madrid, 1993) y Diario de una enfermera (Madrid, 1996) y La pasión (Madrid, 1998). Además, ha escrito otros tres poemarios inéditos: Los avasallados, Gotas de cera y Coño azul. En 1998 publicó una valiente antología de jóvenes promesas que irrumpían en la calma y la caspa del fin de siglo poético: Feroces. (DVD, Barcelona); aunque faltos algunos de ellos del impulso que Isla les suponía, supuso aquel libro una elección por otra aventura.
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La propia poesía de Isla Correyero ha seguido construyéndose en el dolor y en el seguro margen de su talento original y fecundo; fuera ya de las etiquetas de “poesía hecha por mujeres” o de “poesía de la conciencia” (devenida autoamorosa), que la crítica ciega le infligió a esta excepcional poeta.
Bibliografía Obra poética de Isla Correyero . Cráter, Colección Provincia, León,1984. . Lianas, Hiperión, Madrid, 1988. . Crímenes, Ediciones Libertarias, Madrid, 1993. . Diario de una enfermera, Premio Ricardo Molina, Huerga y Fierro, Madrid. 1996. . La Pasión, Finalista Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, 1999. Grabados de Luis Arencibia, poema final de Juan Carlos Mestre, Madrid, Exlibris Ediciones, 1998. . Amor Tirano, Premio Hermanos Argensola 2002, ed. DVD, Barcelona 2013 Ha publicado, además, la plaquette Como cuando coges una trucha en las manos (Ed. Piratas, Fuenteheridos, 1998). Antologías . Las diosas blancas. Ramón Buenaventura. Hiperión, 1985. . Ellas tienen la palabra Dos décadas de poesía española. Antología. BENEGAS, Noni y MUNÁRRIZ, Jesús. Madrid: Hiperión, 1997. . FEROCES, RADICALES, MARGINALES Y HETERODOXOS EN LA ÚLTIMA POESÍA ESPAÑOLA. Isla Correyero. DVD. BARCELONA. 1998.
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LA ESCRITURA PLURAL. ANTOLOGÍA ACTUAL DE POESÍA ESPAÑOLA/13
POEMAS DE JUAN CARLOS MESTRE CAVALO MORTO Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas, posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
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Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En
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Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
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LA CASA ROJA
Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquíes de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con lava de lo ardido y humo de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo
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que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de tu frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.
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EL ADEPTO
He leído durante toda la noche el Discurso sobre la dignidad del hombre de Pico de la Mirándola, de él se deduce que el 14 de mayo de 1486 no existe, que la primavera y la juventud son hijas de Marsilio Ficino, que la belleza es por derecho mitológico esposa del trípode y el camaleón. Acepto haber leído el destino en un vaso de agua seis mil años antes de la muerte de Platón, acepto haber alimentado un animal de uñas curvas, acepto la influencia de los magos persas. No tengo hijos, ¿acaso he cometido un crimen? Tampoco tengo energías para la épica. Confieso adorar descalzo el triángulo de la piedad que otros llaman cubo de Zoroastro, confieso mi creencia en la teología del número 7 y la gestación de los donantes de calor, confieso mi fe en Timeo de Locros astrónomo de lo diverso. He leído durante toda la noche el árbol de la conjetura, de sus frutos he traído a mi casa la escalera circular junto a la que Jacob tuvo un sueño y el testimonio sobre la naturaleza celeste de todas las piedras. Asumo haber prestado atención a lo que impide, asumo la visitación del pródigo y la música de las esferas, asumo no haber dejado escrito nada que no me haya sucedido en el futuro.
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He leído durante toda la noche el Discurso sobre la dignidad del hombre, de él se deduce la aritmética del mar y la Ley bajo la corteza de la encina, de él se deduce el río de la ciencia y la golondrina de los caldeos, de él se deduce la inexistencia de la muerte y la fecundidad de lo discutible.
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EL POETA Para Rafael Pérez Estrada
Recorrimos los suburbios, anduvimos juntos entre la maleza, dormimos en los cobertizos. El poeta barba de maíz roedor de los sembrados, el poeta bobina sin hilo de las cometas. El que bajo los párpados de lino del verano es la voz ronca del vendedor ambulante, la mirada del viento que seca la tierra mojada. Lo que el poeta dice, lo que dice el poeta a la adivina, al solitario de boina gris, al que oye sus palabras como relato de un robo. El poeta vidrio de los cuatro colores de la atmósfera, el poeta oscuro llave de las alacenas. El que está sentado a la diestra del padre junto al jugador de baraja que lee la fortuna, el que le dice a la muerte, oye muerte, y se acuesta con ella.
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Lo que dice el poeta, lo que el poeta dice al que se creyó dueño de algo, propietario del reflejo de algo, amo de la discordia de algo. El que deambula de noche por los cercados, el poeta amigo de las hormigas que construye una casa de harina. El que guarda en su artesa cuero de tambor y pan nublado del sábado. El poeta cera amarilla de las iglesias que baila con el agua de las pecadoras, el poeta barco de papel que duerme con la muchacha sin labios. Sus manos escriben el rótulo de las mercerías, saludan en la iglesia al dueño del alambique. El que se llama Niebla, Pelirrojo Crepúsculo, el que no sabe a quién besarán ahora los ojos de Triste Boca de Nuez, el que silba como el pájaro de las colinas, el hijo del panadero que conversa con el martín pescador.
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Lo que el poeta dice, lo que dice el poeta a la muchacha con calcetines blancos y pequeños ojos de colibrí. El viejo pastor comensal del otoño, el poeta ruido de las semillas, carpintero del Arca de los animales. El delirante bajo el filamento de las bombillas para el que aún tiene sentido seguir dándole vueltas. El que vive en la patria de una mujer desnuda, el hijo de la locura que llora médula de caballos sumergido en el humo de su choza de adobe. El que vino a barnizar con leche la jaula de los cantos, aquel cuya cabeza ha rodado como una peonza por la tarima de los burdeles y ha recorrido todos los templos pidiéndole favores al crucificado. El consentido por el vínculo de las zurcidoras, el que padece una enfermedad inmortal y levita en los parques tumbado de espaldas. El poeta que cruza en ambulancia los campos de girasoles, el poeta ángel de los pesebres, brizna de los acantilados. El poeta reloj de lluvia de las epidemias, vapor de los harapos hervidos contra la peste.
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El que ha hipotecado la hacienda de varias generaciones y ahora es el ánima de un bolchevique embriagado de vodka. El patriarca que abrió una tienda de ultramarinos y compra por cuatro centavos un ramito de sífilis, el que conoce el comercio de especias y el tráfico de resinas, el compadre de los anarquistas con su escarabajo negro ante el eclipse de mar. El que rodeado de profecías y pájaros vive en las manos de una arpista, el que tiene dedos de trébol y cerillas, aquel cuyas cenizas alimentarán las carpas de los estanques.
Recorrimos los suburbios, anduvimos juntos entre la maleza, dormimos en los cobertizos. Lo que el poeta dice, lo que dice el poeta a la adivina, al bisabuelo judío que dormía en la comuna y aún vaga con su barba blanca por ahí proclamando su consigna a las abejas: Las estrellas para quien las trabaja.
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LA MANO IZQUIERDA DE DIOS
La modalidad del sufrimiento abandona cada mañana las sinagogas. Abandona el 14 de abril de 1865, Viernes Santo, tarde del asesinato de Lincoln. Pide arenques entre los panes destinados a la Universidad. Ruega lo propicio entre las sacas de la Oficina de Correos y la evaporación de las relojerías cercanas a Nuremberg. La modalidad del sufrimiento retorna a los ojos de Homero como regresa a sus casas la gente corriente. No es la guerra de Troya, no son los elementos escénicos que idean la prosodia del manifiesto, sino la máquina de cadáveres y los silogismos del juicio. Para ser más exactos, las lilas que no florecerán en el patio donde fueron plantadas por la gente corriente. La indiferencia ha sido persuadida por los brotes del cancionista, el instinto relata las circunstancias de Ulises, los desenterrados oyen la motocicleta de Mahler. Llegan mozos de mulas al teatro del bosque, entra el descarnador de lo real con el asidero de los objetos irrepresentables. Por lo común agua de herrar, un copo de trueno en el ramal de los céntimos, este dibujo padre de pobres. La modalidad del sufrimiento rehúye las formas de lo visible, convierte a los espectadores de las anécdotas de la niñez en una escolanía de soldados. Ese tipo de poetas vulgares que pasamos de claro en claro la noche, media docena de melancólicos matones a sueldo de los simbolismos de la retórica: lo falible y lo curvo, el
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rótulo del palo de jabón dando borradura a las señoritas, coba de género a la capilla ardiente del signo. Sobre los taburetes del espectáculo las fábulas germinativas de cuanto fue lo creado penetran la imaginación de la gente corriente. Algunas millas al norte, como digo, Lincoln entra en el argumento: como el estallido de una yema o de una vaina en la vegetación, capitán de abril, mi padre querido en palabras de Homero. La historia continúa unas páginas más allá. Mahler frena su motocicleta justo donde comienza la prolongación de la falsedad, justo donde la trampa de las sensaciones explican lo siguiente: la emoción sin comportamiento, la dificultad de existencia ante la soberanía de todo verdugo. No es el sentido común, es la grasa de cerdo, es la camisa gramatical doblada en la maleta de Homero la que va a testificar en Nuremberg sobre el almanaque de las lilas. Son las siluetas de quienes han soportado las visiones las que deforman el texto, las serviles definiciones de la aniquilación las que privan de toda ley de felicidad la comedia de lo verídico. Son las partituras, los boletos cortados del espectador. Es el azar de las huellas en el túnel. Son las fábulas germinativas del prestigio. Es la tragedia la que penetra la imaginación de la gente corriente. El cansancio de la muerte precinta herméticamente la responsabilidad de las Bellas Artes. El olvido utiliza los ojos del diablo para observar la organización de la monotonía, usa la influencia del método sobre la ingeniería del fracaso en la sien. A semejante distancia, el consumo sanciona el naturalismo de los
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deformes, el ensayo sobre la antigua ilusión del griego legaliza el habla consciente. Lo equivalente es la incurable basura de las reproducciones en el altoparlante, la temperatura desnuda del miedo. Un hombre habla de estas cosas. Está sentado sobre cuanto fue lo real, frases lavadas, rifas de santero en las condensaciones de lo imaginario. Está cubierto por la sangre de la fraternidad de la Revolución Francesa, por la degradación a un minuto escaso del abecedario de la igualdad de los soviet, el mismo lugar donde los informantes de lo indivisible reconocen el obstáculo surrealista como una posibilidad espontánea. El dividendo es la muerte de Lincoln, la actividad es la raya de Malher, la astucia es la ceguera de Homero. Es el instante del triunfo ocasional sobre el tiempo de las omisiones, la ausencia con que la gente corriente busca cada mañana una explicación al embalaje del loco, el rastro que conduzca a un extraño, al sistemáticamente femenino, al curado por la pedagogía de los consejos. Entonces el poema se levanta y da por terminada la superficie del lenguaje, se apoya en la escalera de mano, digamos el punto de vista desde el que se asoma al vacío, a cierto grado de premonición equidistante a la agricultura de lo que llamamos destino, y ahí, destructiva, irreparablemente fragmentado por el mecanismo íntimo, tampoco alcanza a dar testimonio de la mano izquierda de Dios.
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Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de varios libros de poesía y ensayo, como Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985) La poesía ha caído en desgracia (Colección Visor, Premio Jaime Gil de Biedma, 1992) o La tumba de Keats (Editorial Hiperión, Premio Jaén de Poesía, 1999). Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007). Con su anterior entrega poética La casa roja (Editorial Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. De reciente aparición es La bicicleta del panadero (Editorial Calambur, 2012) por el que recibió el Premio de la Crítica. En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, EE.UU., Europa y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional, y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía Vivanco en el 2010.
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CO-LECCIÓN ÁGORA I textos magistrales Transmisión. Poema de Jesús Munárriz
Jesús Munárriz. Fuente. El heraldo.
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Transmisión ¿Quién sería el cretino con tijeras dogmáticas —algún cura, seguro— que podó el manuscrito del libro de Juan Ruiz y dejó sin amor el Buen Amor? Don Melón ha logrado que la vieja alcahueta le prepare en su casa a Doña Endrina y cuando ya se apresta a conseguir su gozoso propósito, una nota erudita advierte a pie de página que “faltan una serie de coplas, aproximadamente 32, arrancadas sin duda por escrúpulos morales de los manuscritos.” Coplas de 4 versos, 4 x 32: 128 versos suprimidos, borrados, destruidos, el sexo cercenado, una obra maestra castrada para siempre por un censor mostrenco y capador. Así se ha transmitido nuestra literatura.
JESÚS MUNÁRRIZ (San Sebastián, 1940), Licenciado en Filología Germánica. Fundó en 1975 la editorial Hiperión. Compuso con Luis Eduardo Aute el disco “Forgesound”, en 1976. Ha traducido a algunos de los más grandes poetas alemanes, portugueses y franceses. Entre sus libros de poesía destacan: Viajes y estancias (Visor, 1975, 2005), Esos tus ojos (Hiperión, 1981), Peaje para el alba. Antología (Hiperión, 2000), Museo secreto (Monte Ávila, Caracas, 2012).
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ARTÍCULOS LITERARIOS EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE RAMÓN SIJÉ
El 16 de noviembre de 2013 se cumplirán cien años del nacimiento de
Ramón Sijé. Escritor oriolano, amigo y mentor de Miguel Hernández, quien le dedicó su "Elegía a Ramón Sijé", al conocer la muerte de este, en las navidades de 1935. Sijé dejó inédito un ensayo La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas, que presentó al Premio Nacional de Literatura (actualmente, se encuentra publicado por el Instituto de Estudios Levantinos). Con el artículo del profesor Francisco Javier Díez de Revenga, ÁGORA DIGITAL recuerda al escritor Ramón Sijé, cuya obra merecería mejor y más amplio conocimiento.
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RAMÓN SIJÉ por Francisco Javier Díez de Revenga
Se
conmemora este año 2013 el centenario del nacimiento de Ramón Sijé, cuyo nombre es conocido en el hispanismo universal por ser el destinatario de uno de los poemas más originales y valorados de la poesía española del siglo XX: la «Elegía» que Miguel Hernández escribió a su muerte en los últimos días de 1935 y que publicó la Revista de Occidente, con esta célebre dedicatoria: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería». El poema formaría parte del libro de Hernández, de 1936, El rayo que no cesa. José Marín Gutiérrez (ese era su nombre, con cuyas letras creó el anagrama de su seudónimo) nació en Orihuela hace ahora cien años, el 16 de noviembre de 1913 y murió, en plena juventud, el 24 de diciembre de 1935. Como señala Aitor L. Larrabide, en su estudio Ramón Sije. La claridad del aire, «la relación de amistad y pupilaje intelectual de Sijé sobre Miguel Hernández ha hecho correr ríos de tinta entre algunos conspicuos críticos […] Pese a quien pese, una entrañable
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amistad unió a los dos escritores oriolanos, por encima de ideologías y de la distancia.» Tanto Sijé como Hernández tuvieron en aquellos años treinta una relación muy intensa con Murcia. Sabemos, por los documentos que da a conocer Larrabide que Sijé fue el promotor de la edición de Perito en lunas, el primer libro de Hernández, publicado en Murcia en 1933, y quien lo había puesto en contacto con la editorial murciana Sudeste para su publicación. Se conservan cartas de Raimundo de los Reyes, editor de Sudeste, que demuestran hasta qué punto Sijé estaba empeñado en la publicación del libro ante su amigo murciano, que en el verano de 1932 aún no conocía a Miguel. Nuestro casi paisano Miguel Hernández (Hijo Adoptivo de la ciudad de Murcia desde 2010), hombre de la huerta del Segura y muy cercano físicamente a Murcia, compartió con los escritores del grupo de Sudeste sus problemas y sus éxitos. Buen amigo de José Ballester, de Carmen Conde, de Antonio Oliver o de Raimundo de los Reyes, venía frecuentemente a Murcia a publicar sus primeros escritos junto a Ramón Sijé, que pone prólogo, breve y concentrado, a su Perito en lunas. El joven Ramón Sijé fundó la revista El Gallo Crisis, órgano de expresión típico de su mente poderosa, inteligente y angustiada por un riguroso humanismo militante, por un cristianismo de lucha, y, como Hernández, colaboró en La Verdad de Murcia, aunque con menor frecuencia, sin duda por haber tenido la suerte de poder contar con su propia revista. La página de «Letras y Artes» del periódico murciano de 1 de enero de 1933, recogió tres artículos suyos muy interesantes para entender su personalidad. El primero se titula El barroquismo como constante histórica, donde comenta con entusiasmo las ideas expresadas por Eugenio D'Ors que culmina en frases elogiosas muy de su estilo. Véase el final de esta defensa del barroco como constante de nuestra historia: «Canten arcángeles cultura. Pascal llora páginas patéticas.
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Si lo anormal del clasicismo es la estatua, lo morboso del barroquismo es la danza. Clamen lúgubres rigideces clásicas, griten cánones de severidad y elegancia. Alborócense rientes supervitalidades barrocas. Siglos de siempre, retadoras columnas del XVIII. Por incógnitas razones la hormona tiene sutilezas de danzarina». Otro de los textos es una Canción de novia en Navidad oculta, prosa de meditación religiosa sobre la tentación de los sentidos de joven pío y atormentado ante la sexualidad. El texto es complejo y fuerte, cortante como lo es siempre la prosa de Sijé. Y el tercero de los textos, más libresco, aunque también personal, es una crítica de la obra de Aleixandre Espadas como labios, poesía que «flota un escepticismo, productor de poética impresa, que da miedo y frío». El trabajo, titulado Vicente Aleixandre, Santo Tomás novísimo de la poesía española, lleva a cabo una relación entre nuestro Premio Nobel y el dominico de Aquino muy curiosa y, por supuesto, insólita en la crítica de Aleixandre. Lo cierto es que Sijé era un poco genial e inesperado y, sobre todo, como ferviente católico, sus enfoques de las cosas, las personas y las ideas van en una línea muy peculiar, en el espíritu precisamente que informaba el pensamiento de El Gallo Crisis.
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.A un siglo de su nacimiento, Sijé es un escritor olvidado, aunque su nombre permanezca en la historia literaria como destinatario de la tan famosa elegía.
Ramón Sijé
El artículo del Catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia Francisco Javier Díez de Revenga fue publicado en el periódico La Opinión de Murcia, el viernes 13 de septiembre de 2013, en su sección semanal "Literatura".
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TRIBUNA LIBRE LA CORRUPCIÓN SOSTENIBLE Por Manuel García Viñó
Fuente: sincomponendas.org
El hábito de la corrupción se ha hecho ley, pero tiene que haber una barrera, para que los chorizos no se conviertan en gansters y el tinglado no se derrumbe sobre culpables e inocentes. ¿Cuál sería esa barrera en el ámbito de la cultura? El artículo de García Viñó, creador de La fiera literaria, repasa algunas actuaciones de la que fue ministra de Cultura del anterior gobierno de España, Carmen Calvo. ¿Moraleja? ¿Todo sigue igual con el actual ministro de Educación y cultura, Ignacio Wert, aunque el favoritismo mira ahora para la acera contraria? ¿La cultura sigue siendo un negocio en manos de una casta con extensiones políticas, no importa de qué color sea el gobierno?
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La corrupción sostenible Artículo de MANUEL GARCÍA VIÑÓ
Fuente: Sísifo.es
¿Dónde está el límite? ¿Qué frontera separa las transgresiones que la escala de valores de este moralmente relajado momento histórico considera veniales, y acepta como parte de la cotidianeidad –amiguismo, nepotismo, favoritismo, nombramientos a dedo, concesiones al poderoso, práctica del do ut des, hurtos legales, marketing basado en una publicidad directa o (peor) subliminal para productos intelectuales deleznables, premios literarios y concursos televisivos amañados, plagios, silenciamientos, exclusiones, falsedades, etc-, qué frontera las separa, digo, de las que constituyen auténticos atentados contra la igualdad de oportunidades de los ciudadanos,
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por tanto, contra la justicia, o sea, verdaderos delitos? ¿Estamos ya tan confortablemente instalados en la mentira que, como temía el profesor Emilio Lledó, aceptamos convivir con la corrupción, como nuestros pulmones con el aire que respiran? ¿Quién señala la divisoria entre lo que prácticamente todos se permiten y permiten a otros sin remordimiento de conciencia ni protesta, y una situación de inmoralidad que puede afectar al funcionamiento de la sociedad y a la marcha del mundo, que ahora va directamente hacia el despeñadero? La sociedad actual vive inmersa en la mentira absoluta, dejó dicho Derrida. Y es así, en efecto, y por eso nadie denuncia, porque todos se saben carentes de autoridad moral para tirar la primera piedra. Cualquier partido -lo vemos continuamente-, si hace una acusación, la hace sabiendo que se va a encontrar con que el otro le puede replicar: “tú hiciste igual” o incluso “tú, más y peor”. Pero no le importa. Son las reglas del juego, de su juego. Lo que importa es salir del paso, en ese momento, ante una masa manipulada por los medios, que se lo traga todo. De hecho, la sociedad actual se ha acostumbrado a desenvolverse en la mentira como si ésta fuese la verdad. El hábito se ha hecho ley, pero es indudable que tiene que haber una barrera. La barrera que impida que los chorizos se conviertan en gansters y el tinglado se derrumbe sobre culpables e inocentes. ¿Cuál sería esa barrera en el ámbito de la cultura? Temo que no se pueda precisar y también que ya se haya sobrepasado. Las acciones oficiales y oficiosas, y muchas particulares relacionadas con ellas, no sólo andan lejos de la excelencia que debería presidirlas, sino que se vencen sin disimulo del lado que, de no ser producto de un plan “consensuado” expresa o tácitamente, sería de juzgado. Para ejemplificar lo dicho, relaciono a continuación algunas actuaciones de la anterior ministra de Cultura, Carmen Calvo, así como del presidente y la vicepresidenta del Gobierno en los comienzos de la etapa Zapatero, según las recogí en su momento en La Fiera Literaria. - La ministra gestionó la celebración del cuarto centenario del Quijote, manejando muchísimos millones, como lo hubiese hecho la sociedad formada por un comerciante y el director de un colegio de los salesianos. Si de esta burda tacada no ha hecho aborrecer la genial obra cervantina – “un libro que no nació / para ser manoseado”, en versos memorables de don Álvaro Satén- y condenado a tres generaciones de jóvenes españoles, tendríamos que alegrarnos. Y –lo que más importa aquí-, a través de la Biblioteca Nacional y otros centros dependientes del Ministerio, favoreció, principal o exclusivamente, a los escritores afectos al grupo Prisa.
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- La ministra (como, en ocasiones, el presidente del Gobierno) ha presentado a menudo libros editados por Alfaguara, del grupo Prisa. - La ministra ha hecho nombramientos, como el de Rosa Regás, que ha demostrado en sus novelas desconocer la lengua en que escribe y el uso de la razón, para directora de la Biblioteca Nacional , que sólo se pueden explicar por el amiguismo o el pago de favores. Recientes encuestas demuestran que la BNE empieza a no cumplir los “servicios mínimos” y está al borde del colapso. - En la última Feria del Libro de Madrid, el Ministerio de Cultura tenía dos casetas, una de ellas, exclusivamente dedicada a vender el Quijote de Alfaguara (Prisa). - La ministra se trasladó a Nueva York, a costa del presupuesto, para presentar el Quijote de Alfaguara. - La ministra propició que el Gobierno mexicano comprase a Alfaguara un millón de ejemplares de su Quijote , para regalarlos a los maestros, siendo así que otras seis editoriales españolas habían hecho ediciones de la obra cervantina. - La ministra, acompañada de la radio y la televisión pública, ha presidido actos de promoción de empresas privadas de edición, como Alfaguara y Planeta, agraviando comparativamente a otras editoriales y utilizando dinero público para favorecer los intereses de particulares. - La ministra ha ignorado despectivamente tres escritos que, proponiendo medios para arreglar la situación, sobre todo de los premios literarios –todos amañados-, le ha dirigido un centenar de intelectuales –escritores, periodistas, profesores, etc– como Juan Goytisolo, Ricardo Senabre (Universidad de Salamanca), Carlos Rojas (Emory University), José María Martínez Cachero (Universidad de Oviedo), Ana María Navales (Universidad de Zaragoza), Manuel Mantero (Universidad de Georgia), Yannia Suárez (Universidad de la Habana), María del Carmen Porrúa (Universidad de Buenos Aires), Juan Ignacio Ferreras (La Sorbona), Víctor Alperi, Jorge Grau, Víctor Moreno, etcétera, etc., mientras se codea continuamente, en actos públicos, con auténticos payasos de la pseudocultura, como Joaquín Sabina. - El primer acto público en que intervino el señor Rodríguez Zapatero, a los pocos días de su investidura, fue la presentación, en el Círculo de Bellas
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Artes (feudo de Prisa), de una novela de Luís Mateo Díez, editada por Alfaguara, y aun no hace un mes que se ha volcado, acompañado de seis ministros, en el relanzamiento de El capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte (Alfaguara), y en el lanzamiento de la película en ella basada, producida por una empresa cinematográfica de Polanco. En el fondo de todo esto, se trataba de que un gobierno que se decía de izquierdas favorecían el neoliberalismo mediante su apoyo al mayor grupo mediático que existe en España y, a través del ministerio de Cultura, a la perniciosa industria cultural. El profesor José Vidal Beneyto ha hablado en alguna ocasión de resistencia cultural, esto es, de favorecer una situación en la que, aceptándose como mal menor las pautas del libre mercado en otras áreas, se librase de ellas a la cultura. Pero él mismo, colaborador conspicuo de El País, y que, cuando condena a los Lagardère, los Murdock, los Berlusconi, los Endemol, etc., se olvida de Polanco, se suma a las celebraciones de los “grandes logros”, al igual que hace continuamente la ministra, que se comporta y se expresa con un triunfalismo que no se corresponde con el presente desastroso de la cultura española, que todo el mundo reconoce. Lo he señalado muchas veces. La última, en mi libro El País: la cultura como negocio: si se consultan libros de filosofía, de biología, de antropología, de estética, de ciencia de la literatura, de sociología, de física teórica, etc., en su bibliografía no aparece un solo nombre español. Según las encuestas de la UE , los estudiantes españoles son los peores. Siendo esto así, sólo a un ignorante se le podía ocurrir afirmar que “España va bien”. Los políticos afirman, cada vez que les dejan, la importancia de las bases culturales de un país. Pero está visto que, en el fondo, no se lo creen. .
M. García Viñó
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DIARIO DE LA CREACIÓN Panorama de la poesía actual en español (Poemas inéditos)
ROSA JIMENA Y MANUEL MARTÍNEZ-CARRASCO: UN DÚO POÉTICO
Fuente: noticias.lainformacion.com
Los poetas Rosa Jimena y Manuel Martínez-Carrasco nos ofrecieron en Murcia un recital poético el lunes 16 de septiembre de 2013. Invitados por el poeta Alberto Caride a LOS LUNES LITERARIOS del Café Zalacaín, era la primera en que Rosa y Manuel, compañeros en la poesía y en la vida, se presentaban a dúo con un recital de ellos dos solos. Una exclusiva, por tanto.
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ROSA JIMENA No me libro de entenderte, de cuadrar tu insomnio con mis noches y vivir la vida en tu traspiés. de tu empeño en reclamar tantas cosas que no hice, olvidando fácilmente tanto hecho. No me libro de ese intento vano de conjugar tu verbo ser con la parte más rusa de mi montaña; de hacerte sitio en el caos donde confluye tu trono desterrado con mi banco de cartón. No me libro -y esto es tan sólo un matizde seguir poniendo notas a cada paso perdido, porque no quiero olvidar ese ruido que me envuelve cuando pienso, de qué podría librarme si no estás. 25.02.13
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MANUEL MARTÍNEZ-CARRASCO
A penas me despierto No me quema la pena que me cuentas los cantos de sirena son parte de otra parte de tu vida Noticias que no caben encima de mi mesa repleta ya de tantos desvaríos. Harto de repasar el manual del perfecto perdedor a solas hago trampas sumergido en la imagen de un escote que no toca ni a gramo por kilo de mirada. Me entrego a mi suicidio con un trago de escarcha mal labrada y una piedra metida en el zapato mudo testigo de otra noche que a gritos se me escapa vida adentro.
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ROSA JIMENA
Los lunes Literarios
PENITENCIA Y si bebo y si fumo y me entrego me desnudo me someto y te beso y no lloro y no espero y no digo lo que siento…. ¿podré ver a Dios? 16.06.09
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MANUEL MARTÍNEZ-CARRASCO
A CONTRAPELO
Hoy el día no me ha hecho caso. Le sugerí empezar de otra manera: con la puesta de luna amaneciendo. Que empezase con un grito para irse luego haciendo beso. Pensaba que, si el aire, fuese antes huracán y luego calma las flores arrancadas caerían en tu cabello y el aire, limpio tras la lluvia, daría un respiro a la impaciencia. Pero ha llegado el sol y este día, empeñado en nacer como Dios manda, por la punta, como todos, se ha ido escurriendo entre mis dedos con horas como cuentas de un rosario destinado a terminar contra la aurora.
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ROSA JIMENA
NO HAY LUGAR PARA LA TERNURA (Esparta. Cualquier siglo antes de mí)
¡No pierdas más el tiempo! Haz el amor a mano de forma discreta y segura un día por semana y déjate querer en un minuto —cien por cien gratis—
los viernes por la tarde. Después sonríe… siempre sonríe. Ya sabes que el amor es circular y para-lelos.
14.04.07
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MANUEL MARTÍNEZ-CARRASCO
Un instante
Un instante para un doble mortal que nos refugie en la locura. La fórmula dorada, tan precisa, para inventar un mundo nuevo. Y una noche de espanto para saber, por fin, que es falso cuanto vemos con los ojos y lo real nos espera dentro de la última ciudad quemada.
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ROSA JIMENA
LOS TIEMPO DEL VERBO
No tengo más que el pan bajo los ojos y el dolor de tu lengua en la memoria. No tengo más que el peso de la duda en este árbol inventado por los que nos negaron ver el bosque. No tengo ni siquiera la palabra cuando callas. La calle huele a hierba desteñida, a versos que se ocultan tras el miedo. Y siento que me llamas desde el fondo, e intentas negociar nuestro destino. Y me debato ante el dilema de pararme de nuevo en este mundo o volver a pararme en ti.
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Y siento que nada se parece a lo que es que nada llega a ser como debiera que nada eres tĂş. Entonces, te elevo hasta mi altura para acabar de una vez el tiempo de este verbo sin futuro.
15.05.13
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MANUEL MARTÍNEZ-CARRASCO nació en Madrid, en 1951. Vive y trabaja en Murcia en donde ejerce su profesión de Médico desde hace… unos cuantos años. Es miembro del grupo Poesía en Sidecar desde su creación; el grupo comienza este año su cuarta temporada en el Café Libertad 8 de Madrid. Manuel pertenece, también, a Escritores en Red. Desde 2012 se encarga de la Presidencia de la misma. Coordina desde hace un año un ciclo de Intercambios Poéticos Murcia-Madrid junto con el poeta y periodista murciano Alberto Caride. Inédito por vocación y convencimiento, sus versos pueden leerse en su Blog “Con dos de Hielo”: http://manuelmartinez-carrasco.blogspot.com.es/
ROSA JIMENA (Madrid.s. XX – XXI ). Amante de la vida y de escribir. Comparte su pasión por el buceo con la poesía, mientras sigue buscando el mejor mar y ese libro del que no se arrepienta cuando pasen los años. Creadora y Coordinadora del Ciclo POESÍA EN SIDECAR y miembro de ESCRITORES EN RED desde su fundación, lugar de encuentro con su blog: http://rosajimena.blogspot.com/. Ha sido publicada en las antologías de Poesía en Sidecar, Escritores en Red, Maratón de Escritores (Red Social Netwriters), Encuentro Poetas en la Red y en las revistas literarias: Tirano Banderas Digital, Bora, La hoja azul en blanco.
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5 POEMAS DE FULGENCIO MARTÍNEZ INÉDITOS DE ENTRE LA REFLEXIÓN Y LA COMBUSTIÓN
OFERTA DIABÓLICA Los ojos de todos puestos en ti, toda la belleza para tu mirada en rueda de cola de pavo real. Todas las doncellas, errantes y desvalidas en un aeropuerto, en peligro de caducar su pasaje de fecha; gloria y fortuna, lujo y placeres te ofrezco, si renuncias a estar solo.
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Una lluvia aprendiz de lluvia Mil años que viviera bajo esta gota de luz no me cansaría. No sé agradecerle el más leve de sus dones: la lluvia cenicienta a media tarde, que de pronto brotó y sigue gimiendo desde hace unas horas, incalmada. No me fío y toco las cosas como un ciego. No me la esperaba y me brotan caminos, venas de agua en el pecho, lleno de la infancia de una lluvia pequeña, aún inexperta en el oficio de lluvia. Como un aprendiz que acude al taller por primera vez nos sentimos la lluvia y yo. Juntos milagrosamente en la misma luz desvaída, emocionados y algo temerosos de la novedad.
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CINE DE LA VIDA Empatizo poco y a ser sincero por poco tiempo. Me cansa seguir una línea sentimental y, cuando perdí el argumento, reconocer los indicios de pista en pista, escena a escena. Desconecto de una película interesante cada vez más pronto. No quiero saber el final, quiero que acabe. No espero que se confirme lo previsible, que al fin la policía atrape al malo y que la chica encuentre el amor de sus sueños. Me produce el efecto de dormir, ese cine de tarde que se parece, aun con más acción, a la vida.
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Pero, para ser más sincero aún, reconozco que en ocasiones me vuelvo hipersensible. En las tardes con lluvia menuda y monótona -importa ese detalle, no que diluvie- y en casa –otro detalley en el país donde vivo y donde casi nunca llueve (En un clima húmedo me sentiría triste y apático). En esos días de lluvia menuda y monótona, propicia su ilusión, su rumor tras los cristales, siento el olor de la tierra con todo el cuerpo, un olor que me llena el tránsito intestinal, y evacúo grandes sentimientos ontológicos: Me siento unido al ser de todo y de algo, me siento parte del mundo, flora de agua, balsa humana. Me siento reunido con el manto de mi patio y las plantas.
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A LOS ÚLTIMOS A Juan de Mairena, compromido con el pueblo.
Los que buscan perspectiva y se sientan en las últimas filas y acompañan el hueco frente a la pared del fondo; quienes reservan las habitaciones del último piso, y están junto al cielo, y desconfían meterse en un libro antes de examinar su índice y lomo. Los objetivos, neutrales, y críticos. Los que se estiman sabios en el sano escepticismo, en el buen sentido. Sabed: no solo la verdad se inventa; hay que subir a las tablas y luego bajar a la arena.
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SEPTIEMBRE Y EL SINDROME DE STENDHAL a Eloy Sánchez Rosillo
El síndrome de Stendhal comienza a diezmar la ciudad en septiembre. Las muchachas detienen la calle, vienen de frente por las aceras, batiendo como alas sus piernas, donde consagra el verano
una segunda estación de regreso a los días de luz.
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Ya los transeúntes que emigraron a la aridez y hacia el desaliento, se les ve palidecer casi al borde del desmayo. Oh morenas columnas de templo que allá arriba terminan en blancas olas o capiteles, y no obstante se asientan en firmes basas, sobre la tierra; oh piernas templos de una religión en la que oficia la vida, teofanías de la diosa Belleza. Stendhal traen a mi ciudad en septiembre, cuando retornan sin prisa de cálidas playas y, en bandadas, interrumpen el calendario oficial, deteniendo la llegada del otoño, avanzando de frente por las aceras, batiendo como alas donde sigue la sensación del verano… (Septiembre nos trae siempre ese regalo, que no es consuelo, sino un reto al ánimo para reemprender otra navegación, sin sonda, a todo remo).
FULGENCIO MARTÍNEZ. EL HURÓN Y LA GALERÍA
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EL MONOGRAMÁTICO DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE F.M Visita al maestro Andrés Salom Por Fulgencio Martínez
Yo trabajo en el Instituto Miguel de Cervantes, muy cerca de este periódico, en
la avenida del escritor alcalaíno. Al barrio se ha venido a vivir, desde hace un año, Andrés Salom, el poeta y columnista de La Opinión. Ha hecho creer que está suficientemente mayor para que sea cuidado en una Residencia de Ancianos, y se las pasa en grande, el tío Andrés, leyendo al sol, por las mañanas, o a la sombra, si es verano; en la terraza de la residencia.
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Le recordé, la primera vez que fue a visitarlo, que le hubiera envidiado el mismísimo Pablo Neruda, quien hubiera cambiado el título de su obra Residencia en la tierra por el de Residencia en la edad de oro; y en vez de imágenes cortantes y duras, hubiera escrito de enfermeras con cuerpos dorados, de jóvenes y expertas doctoras de bucles divinos, y de alguna jovencita filipina, que pasea a su señora impedida, por el patio, para que no falte el punto exótico a lo picante y vital del medio ambiente de la residencia. - Ésa deja una estela en popa que raya la mañana, dice el poeta. De Andrés nunca he sabido su edad geológica, se instaló, desde que lo conozco, en una edad aproximada, fotográfica, de varón maduro. En una ocasión, hace ya 15 años, en que asistíamos los dos a una cena donde debíamos pagar cada cual el cubierto, le oí tirar de su habitual ironía y, con su acento mallorquín, que no ha perdido a pesar de estar viviendo en Murcia desde que llegó con el infante Pedro allá en el siglo XIII, dijo a la camarera: “¿Que no hacéis una rebaja a los de la tercera edad?”. A lo que la joven respondió: “cuando se te note, Andrés”. Verdad es que otros días en que he ido a visitarlo le he notado algún signo que otro de haber entrado en tercera, pero lo mismo puede haber cambiado a una cuarta o quinta edad, porque este hombre es de raza longuínqua. Mantiene una lucidez de castor saltando por encima de la corriente de tiempo. Mucho tiene que ver con esa juventud perenne su afición constante a leer, porque no para de leer en la residencia, incluso lee en su memoria todo el rato, y te recuerda frases enteras de Rulfo o de García Márquez, o de la Yourcenar, que lee en francés. Una tarde de Bando de la Huerta, fui a visitar a Andrés a su domicilio, en una de las casas bajas por el barrio del Infante; por allí empezaba el ronco tropel huertano. Y me encontré a Andrés paseando con un libro, por la acera de su calle: estaba leyendo una novelita francesa que le había traído de París Francisco Jarauta. Mi más reciente visita al poeta y lector ha sido esta semana. Para mi sorpresa, me pidió un cigarrillo y se lo fumó enterito, con el mejor estilo de Bogart, delante de los médicos y enfermeros enfrente de nosotros en la terraza. Yo, que me estaba reprimiendo de fumar en el recinto de la residencia, además de darle uno le puse en el bolsillo, con cierta clandestinidad, medio paquete de Pallmall: “Dosifícalos”, le dije con cierta culpabilidad, cuando ya Andrés exultaba humo. “¿Qué estás leyendo, ahora, Andrés?”, le pregunté y me dijo que “una novela francesa que he encontrado en la biblioteca de la residencia”; y, como esperaba, también otras de García Márquez y de Juan Rulfo, el mexicano que apenas escribió Pedro Páramo. “Cada vez tengo más claro que Gabriel es el escritor de nuestra época. Solo puede haber otro mejor: Juan Rulfo, pero escribió muy poco”. Ya. Las novelas francesas las regaló Andrés a la biblioteca de la residencia de ancianos, junto con una buena parte de sus libros. (Publicado en LA OPINIÓN de MURCIA, 28-9-2013)
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Novela actual alemana La crítica de Anna Rossell: recensiones de “Mis años de asesino”, de Friedrich Christian Delius, y “En tiempos de luz menguante”, de Eugen Ruge.
Anna
Rossell (Mataró, Barcelona, 1951), ha sido Profesora de literatura alemana en el Departamento de Filología Inglesa y Germanística de la Universidad Autónoma de Barcelona hasta diciembre 2009. Desde 1978 se ha dedicado a la enseñanza de la lengua y la literatura alemanas, así como a la traducción literaria del alemán al español, a la crítica y a la investigación literarias, sobre todo en Barcelona, Bonn y Berlín. Colabora asiduamente como crítica literaria y articulista en Quimera. Revista de Literatura, Culturas (La Vanguardia), Contemporary Literary Horizonts, Revista de Filología Alemana , entre otras. Entre sus obras no académicas se encuentran los libros de viajes Mi viaje a Togo (Montflorit, 2006), Viaje al país de la tierra roja (inédito), los poemarios La ferida en la paraula, (Montflorit, 2010), Quadern malià / Cuaderno de Malí (2011), Àlbum d’Absències (2013), Microscopios eróticos (obra colectiva de microrrelatos (Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2006) y las novelas Mondomwouwé (2011) y Aquellos años grises (2012).
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ÁGORA DIGITAL /BIBLIOTHECA GRAMMATICA/ La crítica de Anna Rossell/ Nueva narrativa alemana
NAZISMO CON PIEL DE DEMOCRACIA
Friedrich Christian Delius, Mi año de asesino Traducción de Lidia Álvarez Grifoll, Sajalín Editores, Barcelona, 2013, 330 págs.
No defrauda esta novela del autor alemán Friedrich Christian Delius (Roma, 1943) –galardonado en 2011 con el prestigioso premio Georg Büchner-, la última traducción de este escritor, a quien sigue de cerca el sello editorial Sajalín, que también ha publicado El paseo de Rostock a Siracusa (2010) y Retrato de la madre de joven (2011). Como las anteriores, también ésta aborda un tema histórico que, más allá del interés que suscita su glosa, trasciende el marco concreto de los acontecimientos narrados y plantea cuestiones universales fundamentales.
Delius sabe bien de lo que habla: publicada en Alemania en 2004, Mi año de asesino es una novela de impronta autobiográfica, que narra los sucesos en torno al grupo “Unión Europea”, en el que se constituyeron un puñado de resistentes contra Hitler, cuyos nombres más conocidos fueron Robert Havemann, Paul Rentsch, Herbert Richter y Georg Groscurth con la idea de combatir el totalitarismo en Europa a favor de la verdadera democracia. Consecuentes con su ideal, sus componentes arriesgaron su vida ayudando a perseguidos en los terribles años del nazismo. El eje central de la acción se sitúa en 1968, cuando se da a conocer la noticia real de la absolución de R. ( HansJoachim Rehse), un ex juez nazi responsable de doscientas treinta condenas a muerte, entre ellas la del padre de un amigo de infancia de Delius, Georg Groscurth, guillotinado en 1944. De la mano de un personaje ficticio con quien el autor empatiza -un joven estudiante de filosofía de su propia generación, que indignado por la noticia se propone asesinar al liberado y escribir un libro que será su confesión-, Delius desvela pormenorizadamente los entresijos de la guerra fría y el calvario que habrá de soportar la viuda, Anneliese Groscurth, quien, terminada la guerra, se ha propuesto reparar la memoria de su marido. Si bien el grueso de la novela focaliza con mayor intensidad la época de la posguerra inmediata hasta los años setenta, la narración imbrica, en retrospectiva y avanzando, tres momentos temporales: de la posguerra en adelante, los años de nazismo y resistencia, y el presente desde el que narra el protagonista.
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La verdadera heroína de la novela es Anneliese Groscurth, que por su honradez, su humanidad, su valentía, su consecuencia y su perseverancia merece la simpatía del autor. Ella, que, como su marido, actuó contra el nazismo no por razones políticas sino por principios humanitarios; ella, que sigue fiel a los mismos principios, se encuentra después de la guerra tan fuera de lugar como durante los años del nacionalsocialismo. Su historia de larga resistencia en la posguerra pone de relieve que el fin de la contienda bélica no supuso el comienzo de la democracia en el oeste -defender los valores del humanismo democrático y actuar según ellos suponía en aquellos años ser acusada de comunista y de poner en peligro la convivencia constitucional- ni la justicia igualitaria en el este, y que quien no hiciera el juego al discurso de uno u otro lado quedaba fuera del mundo y sin lugar. Pero la narración de Delius incide sobre todo en la República Federal Alemana y no tanto en la República Democrática. El estudio histórico de Delius nos recuerda hasta qué punto en Alemania occidental altos cargos nazis, muchos, siguieron en sus puestos y hasta prosperaron, sobre todo en el ámbito de la aplicación del derecho, y que no es lo mismo aplicar el derecho vigente que administrar justicia. Por ello mismo el libro plantea también la cuestión fundamental de si es lícito condenar a alguien que aplica la ley, incluso cuando ésta vulnera los derechos humanos. Delius, que se documentó con entrevistas y estudió a fondo las actas de los procesos en los que se vio envuelta Anneliese Groscurth, rehúye las ideologías y las tomas de partido interesadas, no elude temas espinosos que en su país aún levantan ampollas y le han valido críticas negativas ajenas a criterios literarios, como la caracterización del carismático Robert Havemann o la de la generación del 68 a la que él mismo pertenece, pero lo hace sin ira, sopesando sus afirmaciones y sólo en la medida en que el contexto lo requiere. Sin duda una novela muy recomendable, tanto para amantes de la historia como de la literatura. Anna Rossell
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DE LA UTOPÍA SOCIALISTA A LA REUNIFICACIÓN ALEMANA
Eugen Ruge En tiempos de luz menguante. Novela de una familia. Título original en alemán: "In Zeiten des abnehmenden Lichts" Traducción de Richard Gross Anagrama,Barcelona,2013,394 págs.
Encomiable esta novela de inspiración autobiográfica de Eugen Ruge (Sosva, Urales, 1954) que, de modo parecido a La Torre, de Uwe Tellkamp –publicada también por Anagrama-, narra la evolución de la República Democrática Alemana a través de cuatro generaciones de una saga familiar perteneciente a la nomenklatura. Partiendo de una historia que es la propia, Ruge arma con maestría la trama novelada de la que fue su vida y la de su familia, desde la emigración de los abuelos comunistas a México, su regreso para contribuir a la construcción de la nueva república alemana, hasta poco después de la caída del muro y la reunificación, ambientada ya en la nueva Alemania, en la que crecerá el biznieto. El autor reúne a sus actores en escenarios idóneos para su fin, las fiestas familiares a las que asisten representantes gubernamentales, para mostrar la diferencia ideológica entre personajes y sobre todo entre generaciones. Medio siglo de historia desfila ante nuestros ojos: la construcción de la RDA, la huída de los hijos a Moscú, la deportación a un campo siberiano, la reestalinización, la perestroika y el final del sueño socialista. Como avanza el título, que condensa bien el contenido, el lector asiste a la degradación del socialismo utópico, convertido en socialismo real, a través de los representantes de cada una de las cuatro generaciones. Sin embargo el autor no se debate con sus predecesores en un ajuste de cuentas. Lejos de afanarse en culpabilidades, aunque sin rehuir los naturales reproches políticos de los hijos a los padres, sabe dibujar con fino sentido del humor y distancia los defectos de sus personajes, consiguiendo una narración ecuánime y objetiva según el punto de vista de cada cual, al tiempo que muestra sin ira el trazo caricaturesco que tenían muchas actuaciones de la primera generación de adictos al régimen acólito de la Unión Soviética.
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Eugen Ruge. Foto de Tobias Bohm. Fuente: http://www.boersenblatt.net/457689/
Si bien Ruge se integra a sí mismo en la ficción bajo la figura de Alexander Umnitzer –Sasha-, nacido como él en 1954 y como él emigrado al oeste en 1989, la narración no adopta como eje su punto de vista. Uno de los méritos de la novela es precisamente su arquitectura perspectivista, que no responde a un tiempo lineal, sino que organiza los capítulos saltando cronológicamente hacia delante y hacia atrás, sirviéndose para cada uno de un personaje central distinto. Ruge, que a partir de 1989 se dedicó exclusivamente al teatro, hace gala de sus conocimientos dramatúrgicos, tanto en la organización escénica del material narrativo como en el virtuosismo que despliega en el dominio del estilo indirecto libre y de los diferentes registros que maneja en función de la edad y el carácter de sus protagonistas, estilo que vierte con muy buen arte al español la traducción de Richard Gross. Cuando se publicó en su país de origen, en 2011, la novela ha sido merecedora del premio alemán de literatura más prestigioso, el Deutscher Buchpreis. Eugen Ruge, que acaba de publicar en su país su segunda novela, Cabo de Gata (Rowohlt), es autor de numerosas obras dramáticas para la escena y la radio, así como traductor especializado en Chéjov.
Anna Rossell
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EL CAZADERO DE LOS LIBROS. Cuaderno de crítica de f.M
SUAVE ASOMBRO: LA GUERRA DE INVIERNO Ariadna G. García La Guerra de Invierno. Hiperión, Madrid, 2013
La Guerra de Invierno es un libro de poemas de Ariadna G. García (1977) con el que obtuvo el premio de poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana, en la primavera de 2013. En la poesía de Ariadna García hay un sonido de fondo: el asombro. En todos sus textos se entra y se sale con esa sensitiva de haber presenciado el lector, en vivo, el paso fugaz de una ceremonia asombrosa. La magia de esta poeta se encuentra ahí precisamente, en invitarnos y seducirnos a un espectáculo de sonidos y sensaciones que, no obstante su preparación y elaboración cuidadosa, aflora ante nosotros como un manantial insólito. Tres etapas de asombro controlado disponen las páginas de La guerra de invierno; nunca has de esperar vértigo en esta poesía, pero sí el peligro de ser salvado por la belleza después de caminar un cierto espacio por entre bosques de hielo, bajo una avalancha blanca, o de sentirte arrastrado por el trineo que “avanza por la nieve a gran velocidad” (p. 62).
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La primera sección del libro la componen poemas brevísimos, espejos intensos, que son notas de un viaje a Helsinki. “Un idioma es encuentro, asombro, plenitud. Buscas en otra lengua remontarte a un misterio, la promesa de prolongar tus límites. Un artista trabaja en sus retratos para pintar el alma de la gente, tú aprendes un idioma para sentir el alma de una tierra”. (p.22)
Conscientemente he citado este poema (fragmento VIII de la primera sección, y en cuyo apunte introductorio reza: Oficina de turismo de Helsinki) por parecerme el texto mejor logrado en cuanto a apertura al otro y lo extraño, en cuyo contraste madura toda la sensibilidad interior, que es mucha, de la poeta. Lo anecdótico y las breves ráfagas narrativas en este diario de lo extraño que se va pareciendo a uno mismo, en esta Guerra de invierno, están, sin duda, transfigurados por el recorrido interior que la poeta desvela al lector, a la vez que va descubriendo para sí. Una guerra que es símbolo de un latente fragor, en estos poemas de apariencia tranquila; de un conato por abrir lo otro en la experiencia de la escritora y por no conformarse a una identidad demarcada; aunque también se intuye una lucha por retener la juventud, el clásico tema del dolor por el paso del tiempo inexorable, y un eco y versión actualizada del mito de Atalanta. La complejidad sobre la superficie casi suave de las palabras de Ariadna G. García se desvela cuando se deja oír el rumor de esos temas, y aun más, cuando la reflexión insinúa, por un momento, otro nuevo contraste, que irrumpe en la
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misma expectación ante lo otro, objeto del impulso liberador.
I Golfo de Botnia “El agua congelada. El cielo blanco. Sé que enfrente está Suecia, pero no la distingo hay mucha niebla. Me encuentro dentro de una enorme caja. Ninguna coordenada fija mi posición. Tanta blancura ciega.” (…) (p. 49)
La calidad del decir poético de Ariadna G. García, y su saber renunciar a la retórica sentimental y a la profusión textual, colaboran también en el logro de unos poemas deslumbrantes, más asombrosos aún en su brevedad en el marco de la página, casi no rozada en su blancura.
Fulgencio Martínez
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LA ATENAS, DE JUAN VICENTE PIQUERAS Juan Vicente Piqueras Atenas Colección Visor de Poesía Ed. Visor, Madrid, 2013
La lectura sigue sus propias órdenes. Hace un rato leía en un blog un texto de José Ángel Cilleruelo sobre Dublín. ”Los mercadillos callejeros, donde se siguen voceando las frutas igual que en el Ulises (…). Recorro Temple Bar y solo entro en un café vacío que se traspasa”. La ironía soporta a sus espaldas todo, parece como si hubiera de antemano decretado que todo viaje sea el de Ulises y, también, que, a pesar de deshacer mil veces ella, la ironía, el rostro de Odiseo, este vuelva a dibujarse ante nosotros, cuando baja la marea, en la arena. Así es: la ironía lo deja todo igual y diferente (“se siguen voceando las frutas igual que en el Ulises…), se siguen sucediendo los pasos de Ulises en la vida de cada hombre. Al cabo, por más que los poetas desmonten a Ulises (Joyce lo hizo con genialidad y ácido menudeo), la metáfora vive. Como si, apoderándose del brazo de la ironía, señalase a un lugar exacto, justo debajo de nuestros pies: mira ahí donde pisas, ahí no hay firme nada, eres tú el que cambias y no llegas nunca a nada. Una ironía más profunda decreta, de antemano, que el recurso a la ironía
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no consiga desmitificar al héroe, sino hacer que nos sepamos más vulnerables que él. Como si la identificación con Ulises tuviera, al fin, que pagar esa tasa: una modesta, aunque desmesurada para nuestro yo, contribución a la municipalidad.
Estas reflexiones rápidas me llevan a entender ahora mejor el libro Atenas, del poeta valenciano Juan Vicente Piqueras. Mi anterior lectura (en el pasado mes de junio) de este libro de poemas, me pilló desorientado. Perdido bajo el tono elegíaco de algunos versos y la anécdota personal del autor que abandona el lugar donde ha vivido cinco años, solo acerté a ver en Atenas la desolación. El poeta - como otro insigne maestro del 27 en el exilio republicano, Luis Cernudaasimila su sentimiento de desolación con el del lugar que deja; se trata de un recurso de gran arte. Pero, en mi primera lectura, algo fallaba, veía demasiado a las claras el truco o me parecía que no había ahí, en Atenas, un tronco fuerte, una sustancia que no fuese verde subjetividad, hoja y hojaldre de buen poeta con oficio; al contrario de lo que encontraba en Desolación de la Quimera, con el discurso moral del poeta sevillano sobre la edad humana y el desengaño sabiamente vinculados con la historia de un hombre contemporáneo, español porque no podía dejar de serlo. El abuso de la anáfora y la morosidad que otorga al poema la repetición de versos brillantes, casi sentencias, al inicio de varias estrofas; como si fuera una llamada de atención que, a base de repetirse en primeras estrofas y en últimas, y durante varios poemas, deja de ser atendida por el lector; la música medida del alejandrino con cesura perfecta y bien calados
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compartimentos o hemistiquios, combinado a veces con heptasílabos; y el endecasílabo, en otros poemas, circulando a buen trote métrico (“Tiene el cansancio su felicidad / como la enfermedad tiene su extraña / manera de decirnos que no hay nada,”), interrumpido por la concatenación repetitiva (“no hay nada en este mundo / que valga más que la mediocridad (…)”. Casi siempre el orden de las lecturas tiene razón, y he necesitado volver a reunirme con Joyce, Ulises, Yanni Ritsos y su poema “Grecidad”, para ponerme en oración ante este libro de poemas de Juan Vicente Piqueras, y encontrarle, en una nueva lectura, su fondo. Deslumbrante. Con aliento de gran poesía. Me llega ahora nítida la comunicación con el libro: abierto a dos vías, que se cubren con sendas y diferentes metáforas, para reanudarse, finalmente, en una. Por un lado, algunos poemas se internan en la meditación sobre la experiencia humana, el desarraigo y la ausencia de identidad, metaforizados en el viajero y rey de Ítaca –observemos este detalle: nunca olvida Odiseo, en su trajinado viaje, su posición, su origen, su pequeño reino-. La meditación tejida sobre esa metáfora sufre una adaptación contemporánea, y como ya enseñara el Ulises de Joyce, el libro Atenas la vierte en la vida de un hombre cualquiera, vale el propio hombre que escribe los versos de ese libro donde se despide de la ciudad de Atenas y se siente unido en desolación a esa ciudad y a Grecia cuando mira en el laberinto de su vida. También, aquí en este libro de Piqueras funciona la ironía y la desmitificación del héroe homérico, pues solo con ese distanciamiento y veladura aparente puede transformarse el rey de Ítaca en uno de nosotros. Quizá ya el genio de Homero dio pie a esto, al hacerle decir a Ulises su verdadero nombre: Nadie. Varios poemas en Atenas remarcan el tratamiento irónico sobre Ulises, pero, sobre todo, el que lleva por título “Testimonio del gaviero” (pp 36 y 37). Una impresión posterior a su lectura nos sugiere que es un poema antiuliseico; ya no solo irónico y desmitificador como el texto de Joyce, donde siempre hay ternura de fondo hacia el personaje (Ulises-Bloom), sobre la acidez y la caricatura. Además, en Atenas, el tratamiento distanciador, casi diríamos que demasiado belicoso, hasta el punto de poderse considerar profiláctico, se extiende sobre los otros protagonistas de la Odisea (las sirenas, los marineros de Ulises envidiosos, la misma fiel Penélope, etc), en una línea acorde con el tratamiento desolado que Juan Vicente Piqueras otorga a los “lugares” sagrados de la geografía y la historia
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griegas; lugares previamente identificados como “dioses”, de los que solo quedan la “cenizas”, un lugar de ruta turística que hace más evidente la desolación. El poema “Súplica” (p. 56), donde Ulises pide a Penélope “sigue tejiendo, amor, y destejiendo”, termina con estos dos versos: “Y cuando llegue a ti ya no sabrás quién soy./ Cuando te abrace abrazarás el aire”. Una reflexión sobre la cultura presenta, ya en los primeros poemas del libro, la segunda vía. “Museo de la Acrópolis”, uno de los mejores poemas que hemos leído últimamente, desvela el sentimiento –desolado también- de pérdida de identidad cultural del hombre de nuestra cultura occidental, en estas décadas primeras del siglo XXI: Admiramos lo desaparecido. Tal vez nuestra cultura nace de estas ausencias, de lo vacío, de lo que no hay. También nosotros somos lo que queda de nosotros, lo que nos falta, el hueco que nos cuida. ("Museo de la Acrópolis". p. 17)
Lo que queda de nosotros, lo que nos falta, el hueco que nos cuida: estos trazos soberanos nos llevan a pensar y repensar en el significado de Ulises, y, sobre todo, en el otro icono: Penélope. ¿Qué son para cada uno de nosotros? En esa última estrofa de “Museo de la Acrópolis” está resuelto el acertijo de la gran poesía que emana Atenas, está el tronco que une las dos orillas (la personal y la cultural) y cada orilla con su árbol, de presente y pasado. La Atenas actual, con su realidad desolada, y la histórica Atenas de los monumentos que evocan el margen de la Desolación, desde su indiferencia y su irónico aceptar la compañía de sus visitantes. La Atenas del tiempo vital del poeta (“Ya me he muerto en Atenas, ya he desaparecido / de sus calles”. “Adiós Atenas”, p. 66) que vuelve
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sobre el tiempo lineal biográfico, hecho de despedidas y nuevos encuentros (¿Quién sabe adónde va cuando se va? (…) / Soy lo que se va en mí.” “Travesía nocturna”. p. 13). “Lágrimas distintas” se vierten por un lugar (un dios) diferente y el mismo; por el que pudimos ya ser y por el que vamos siendo “entre el polvo y las pavesas”, dice el poeta Juan Vicente Piqueras en un espléndido poema inspirado en Heráclito (pp. 46 y 47). Un poema que nos recuerda que la ironía suprema consiste, quizá, en que la ironía deja todo igual y diferente. Así, desde Ulises vamos con el camión de mudanzas: “Sobre los hombros de todos los hombres cae el polvo y las pavesas que despiden la lucha y el incendio de otros hombres (…) El mundo es fénix, sabe renacer de sus cenizas, breve e infinito, feliz de ser fugaz”. ("Lágrimas distintas")
El poeta viajó de Atenas a Argel, en el sur de Atenas. Como dice la “Nota del autor”, que abre el libro que comentamos: “Atenas no es el tema de este libro. Es la ciudad donde llegó hasta mí una bandada de pavesas fénix que se fueron posando, una a una, en la palmera con sombra de ciprés que soy cuando escribo”. Yannis Ritsos, en su poema “Grecidad”, canta a un árbol y a un paisaje duro y silencioso, a un hombre sufrido que lucha por la libertad de Grecia, y, curiosamente, como Juan Vicente Piqueras, evoca Ritsos el paisaje griego en la figura del “ciprés”. “Sus ojos están rojos por el desvelo, / una profunda línea encajada entre las cejas/ como un ciprés entre dos montañas al anochecer”. “Su lengua es acre como la nuez del ciprés”. Como lector de poesía agradezco este libro a su autor: el que éste haya dejado posarse en su palmera la “sombra de ciprés que soy cuando escribo”, y que nos haya permitido compartir su Atenas: su memoria vital y reflexiva de la Hélade. No es, finalmente, un libro de derrotado sino de luchador, que logra transmitirnos, en sus versos, pasión y nostalgia de Grecia con la lección de un poeta grande, de hoy y de mañana. FULGENCIO MARTÍNEZ
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CRÍTICA DE MAXIMILIANO HERNÁNDEZ MARCOS El poeta y profesor de Filosofía de la Universidad de Salamanca Maximiliano Hernández Marcos presenta un artículo crítico sobre El año de la lentitud.
EL AÑO DE LA LENTITUD, UNA POÉTICA DEL AMANECER CONTRA EL FINAL DE LA HISTORIA Fulgencio Martínez. El año de la lentitud. Huerga y Fierro editores, Madrid, 2013.
La
nueva entrega poética de Fulgencio Martínez sorprende al lector
contemporáneo,
sobresaturado
de
aceleración,
por
su
título
enigmático,
a
contracorriente de la experiencia cotidiana: El año de la lentitud (Madrid, Huerga & Fierro, 2013). Que tal denominación no es azarosa ni gratuita lo da a entender el propio autor, cuando en una de sus confesiones al final del libro señala que inicialmente iba a llamarse “Vocabulario de alimentos”. El cambio es, pues, intencionado e indica que el poeta, en la reelaboración reflexiva de la versión final, ha divisado una perspectiva nueva en su material poético desde la que cabe contemplar si no el conjunto, al menos la mayoría de los poemas que nos ofrece. Y digo esto porque no puede descifrarse el sentido del título a partir de la suma total de poemas que componen el libro, como si en él se concentrase la quintaesencia de todos y cada uno de ellos o constituyese la exacta abreviatura de su diversidad. Quien conozca a Fulgencio Martínez sabe que sus libros no son monotemáticos ni de estilo único ni de
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tono monocolor; dan testimonio de su heteronomía literaria, suelen ser polifónicos o polivalentes; en ellos, como en la vida, se da cita la pluralidad del hombre y del escritor. El año de la lentitud confirma esta personalidad múltiple de su concepción y quehacer poéticos, pues en él volvemos a reconocer al fustigador de la miseria humana, y, en particular, de la sociedad actual, a través de la sátira y la ironía, la crítica de la injusticia, la pobreza y la opresión crecientes en el mundo de hoy, al lado del creador ingenioso y lacónico, o del personaje burlesco y humorístico. También identificamos ahí esa predilección por el uso coloquial y la oralidad del lenguaje que su “maestro Andrés Acedo”, seguidor del Marqués de Santillana, le inculcó como un nuevo arte o modo de hacer (o cazar ) con las palabras: la “poetría”. Las tres secciones finales del libro: “Notas para una música futura”, “Sátiras y autografías” y “Humor acediano”, dan voz claramente a este Fulgencio combativo y zumbón, que oscila –combinándolo a vecesentre lo satírico y lo cómico, entre el compromiso ácido con la realidad y la risa liberadora que le hace llevadera aquella carga. De estas secciones no quiero dejar de recomendar al lector algunos de los poemas, para mi gusto de los más indicativos y logrados, como “Discurso de acogida a los imputados electos”, “Control de pasaportes”, “Villancico del indiano” o “Retractación de Berengario”, este último de un humor absurdo, surrealista, pero de raigambre popular, que raya en la astracanada y desata sin remedio la hilaridad. Para adivinar el sentido del título y dar con el enfoque que preside su latido literario hay que mirar, pues, a lo que aporta –o quiere aportar- de diferente este nuevo libro. Lo primero que llama la atención, además de la ausencia casi por completo de la mirada elegíaca que ocupaba buena parte de su libro anterior, Prueba de sabor (2012), es el papel central, notoriamente dominante, que juega ahora, especialmente en las cuatro primeras secciones, la metapoesía, siempre presente, sin duda, en los poemarios precedentes de Fulgencio, pero nunca quizás con esa enfática comparecencia, en extensión e intensidad, que hace de ella, en este libro, el tema y a la vez su modo de tratamiento, el horizonte de contemplación y lo contemplado mismo. Hay una sección entera, la cuarta, titulada “Un oficio que hace amigos”, que se dedica en exclusiva a la
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meditación sobre el significado y la tarea de escribir; ella es, sin embargo, sólo el colofón de cierre de las tres primeras secciones, en las que de algún modo se justifica la necesidad de la escritura y la manera de llevarla a cabo, de ejercerla en y desde nuestra candente actualidad. Y si bien es cierto que, en consonancia con la heteronomía coral de Fulgencio, su reflexión metapoética se hace eco de la realidad proteica de la poesía, de esa variedad de tonos y perspectivas vitales que define la versatilidad de su decir y concita a los más diversos autores y lectores (hay, por ejemplo, una poesía de los quince años –véase el poema “El lector de Bécquer”-, lo mismo que una poesía del compromiso social y político –véanse los poemas “Oración por Antonio Machado” y “Derecho a manifestarse”-, o una poesía épica –véase el poema “Invitación a la épica”- o cómica y burlesca...); no conviene olvidar, sin embargo, que esa pluralidad de prácticas y sensibilidades poéticas cobra sentido y veracidad si en ella la palabra suena “desde todo lo humano” (p.89) y sale al encuentro de su indigencia existencial e histórica, que se redime o se agrava necesariamente en la ciudad, en el espacio ético de una comunidad de vida. El año de la lentitud rubrica a este respecto el compromiso de Fulgencio Martínez con una poesía cívica, que pone los pies “en la realidad” (p.9) y alza su voz a pie de calle, entre el gentío, como un clamor popular. Mas, lo que ahora define el sentido y marca la orientación peculiar del trabajo poético, el motivo que impulsa la meditación metapoética del libro y modula su mirada cívica es la específica experiencia del tiempo histórico que caracteriza a la sociedad de hoy y al hombre del presente: la experiencia de la lentitud. Más allá de los ciclos naturales, con su incuestionable simbolismo, que hacen acto de presencia en el poemario (verano, otoño, invierno, primavera...) y de los ritmos socioculturales que los secundan (fiestas populares, fechas emblemáticas, etc.), la clave de comprensión reside, a mi entender, en esta original indagación sobre la relación de la poesía con la historia, o mejor, con nuestra vivencia actual del movimiento histórico, que Fulgencio certeramente diagnostica recurriendo a la imagen del tiempo lento, ralentizado, detenido, en el que vive y se constituye la subjetividad colectiva y su imaginario social en nuestros días, haciendo suya tal vez la sintomatología del nuevo tiempo histórico de Hans Ulrich Gumbrecht en su obra reciente Lento presente (2010).
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Resulta, en este aspecto, llamativa –no puede ser azarosa- la manifiesta sintonía de este diagnóstico con las teorías filosóficas de las últimas décadas que, tras el declive del pensamiento político revolucionario y de las esperanzas utópicas en Occidente, hablan del “final de la historia” y cifran esta paralización del pulso histórico y de sus latidos de cambio en una percepción de la vida colectiva como un presente continuo, que no mira hacia atrás, porque no necesita –o eso cree desde su altanera y bárbara estupidez- la memoria del pasado para afrontar los retos ex nihilo que las innovaciones tecnológicas plantean cada día, o para satisfacer las burdas necesidades consumistas, compulsivas e inmediatas; ni tampoco espera del futuro algo más que la prolongación de este hedonismo vacuo (véase el poema “Tedioso entretenimiento”) y del destino errático y depredador del crecimiento económico que lo sostiene. Ahora bien, para Fulgencio este tiempo de la lentitud no es -contra los pregoneros ideológicos del mundo establecido y la idolatría dominante- el tiempo de la plenitud, sino el tiempo de una nueva forma de indigencia humana, frente a la cual se justifica a la manera de Hölderlin -el poeta y pensador que hila, en conversación constante, junto a Pessoa, la metapoética de El año de la lentitud- el quehacer poético como la tarea de decir que hay futuro (no exánime estancamiento en la inmediatez pseudonatural del presente), porque es posible esperar y celebrar siempre algo nuevo bajo el
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sol. La poesía preserva así, intacta, toda la promesa redentora que encierra la imagen del amanecer, con su luz tenue pero vivificante rasgando la oscuridad de la existencia para anunciarnos experiencias aún inéditas y abrirnos cada día a un mundo siempre renovado. Hay dos poemas en el libro que reclaman con nitidez esta poética luminosa del alba: el titulado “Sol en Éfeso”, que glosa el dicho heraclitiano “el sol es nuevo cada día” en forma de invitación a buscar “ahí fuera”, en la naturaleza y los otros hombres, la verdad siempre nueva “de la sensación” (p.67); y el que recreando un verso de los Salmos se titula “Cada mañana del mundo” y dice así: “Cada mañana, te destruiré y te crearé de nuevo, hasta que llegue la hora del Reino de Dios, y de la justicia y la paz..., hasta que llegue esa hora y vuelvas para cumplir tu promesa. Te crearé. Y te destruiré.” (p.57)
Este diagnóstico sobre la lentitud del presente histórico y la propuesta de una poesía del amanecer que luche precisamente contra el estancamiento naturalista de la vida mediante la animación y recreación constantes de los más íntimos anhelos e ideales del espíritu humano forman el núcleo teórico de las cuatro primeras secciones y dotan a éstas de una cierta estructura narrativa, como mostraré a continuación. Las dos primeras secciones dibujan claramente ese cuadro desalentador del presente, describen el lenguaje, por así decir, del tiempo que nos habita (“La letra del año” es el significativo título de la primera sección), así como la lucha del poeta con su entorno y consigo mismo para salir, como Ulises, de ese estado de encantamiento natural que afecta también a la poesía de hoy (“Odisea de la lentitud” se titula no en balde la segunda sección). De esta sombría “encrucijada” de dudas y tentaciones que cuestionan y amenazan el sentido de la palabra poética en nuestra época inerte, no cabe otra salida que la de un acto de voluntad: la “decisión” heroica de sentirse vivo,
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de poner en marcha de nuevo el tiempo de la historia (léase al respecto el crucial poema “La larga sombra del Miércoles de Ceniza”). Lo que significa esta opción por la vida y por el movimiento histórico, que es en realidad la opción por el hombre de espíritu frente al hombre de la mera pulsión natural, se va desvelando literariamente en las dos secciones siguientes, en las cuales se desgranan de algún modo esos “alimentos”, tanto humanos como estrictamente poéticos, que dan color, sabor, sentido, genuina novedad a nuestra existencia. Merece la pena detenerse un poco en ver cómo Fulgencio despliega simbólica y literariamente este nudo argumentativo en esas cuatro primeras secciones. La descripción de la lentitud del presente se inicia con la representación del contraste entre el colorido de la vida en la calle, que marca la experiencia del ayer, y la detención de esa vitalidad social para dejar paso a “un tren de mercancías lento”, que define la percepción actual del mismo turista en la misma fecha simbólica y sobre el mismo lugar (quizás también simbólico): Lisboa y el Primero de Mayo. El lector, como un turista más, contempla así, extrañado, cómo el tranvía de la historia que aireó sus pulmones “veinte años” atrás haciéndole sentirse “camarada” y “hermano” del hombre corriente y de su vivo trajín diario, se ha parado ahora, en nuestro tiempo, perdido entre las “avenidas metropolitanas” de un mundo mercantil de “Hoteles y Corporaciones / y Bancos nacionales” (p.15). Este tiempo culturalmente estancado, convertido en una “calzada lenta”, en la que se ha enfriado el ritmo memorial y expectante de las fechas que pautaban y enardecían el corazón moral de la historia, y todo transcurre ya apático e inmóvil, como un eterno presente, sin matices cualitativos, con esa indiferencia exacta hacia los hombres y las cosas que impone, monótona y displicente, la prisa tecnológica del lucro y del deseo frívolo y tiránico, merece para Fulgencio, con certera precisión simbólica, el calificativo de “nueva edad del Hielo” (pp. 29-30).
Más descorazonadora aún es, para este “turista en la metrópolis” (así se denomina el poema inicial), la imagen del hombre del presente que viaja frente a él en ese tren mercantil, y sobre la que se proyecta finalmente también el rostro del poeta (simbolizado en Pessoa): es un “hombre sin historia”, un “hombre gris”, errático, que carece de alma, porque la ha entregado al diabolismo del consumo y de los poderes
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económicos, que ahora “escriben”, “detienen, aceleran” y, en definitiva, “disuelven” la “Historia” (p.14). Su falta de interioridad personal procede de su incapacidad para lo Otro, para ver, escuchar y asimilar el mundo externo por el que transita como un zombie, ciego de deslumbrarse a sí mismo en el vacío infinito de su egolatría. No es un ser vivo, de carne y espíritu; es una efigie ambulante, una “imagen rudamente animada”, el “huésped de una ficticia realidad” (p.37). El narcisismo constituye la forma de existencia de este hombre hedonista, encerrado en su feliz autoengaño, quieto de moverse siempre en torno a sí, no apto para amar o para que el amor llegue a buen puerto debido a su impotencia para abrirse a lo ajeno (véase el poema “Pantalla en blanco”). Fulgencio lo caracteriza muy bien con el símbolo de los espejos (léase “Conjuro para hacer desaparecer los espejos”) o con la figura mitológica y literaria de “Circe embaucadora”, que lo domestica para desplazarse cada día inerte como una sombra ( v. “Tedioso entretenimiento”). El problema, sin embargo, no es sólo antropológico y social; también es estético, y esto por añadidura golpea fieramente al poeta. ¿Qué sentido tiene escribir poesía, la voz señera del espíritu, cuando su palabra no puede llegar ni molestar a nadie (p.22), porque el hombre de hoy no está en condiciones de acogerla? Quien quiera seguir escribiendo en este tiempo lento de la circulación mercantil, parece quedar expuesto irremediablemente a convertirse en un “caballero de la triste literatura” (p.45), cuyo decir desnudo se transforma por contagio en un exótico y extravagante “bazar / donde todo se adultera” (véase “Probación”). Fulgencio denuncia, como lo ha venido haciendo en sus últimos poemarios, esta tendencia casi masiva y endémica del quehacer poético, socialmente celebrada desde hace décadas, al ensimismamiento y la evasión (así, por ejemplo, “El poeta del monólogo en el espejo”), en palmario mimetismo cómplice de un hombre volcado hacia su ilimitada pulsión de ego. Hay, en este sentido, un poema que destaca, no obstante, por su ingeniosa ironía y su acendrado simbolismo: “Nocturno de Ulises”. Simulando una conversación telefónica de noche en una hot line, el poeta, encarnado ahí por el héroe homérico, echa de menos a la musa poética que una vez cantó en su cuerpo, porque ahora aquella sirena se ha transformado en una “estatua fría” y frívola, que afianza con su canto la falsa euforia de la felicidad reinante, y en vez de alentar el ardor humano y airear sus desechos seduce ya únicamente“ en la línea
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del Hielo” (p.30). La frialdad hedonista, la lentitud del tiempo ególatra que impone el monoteísmo capitalista, parecen no dejar resquicios por los que fluya de algún modo el calor, la inquietud espiritual de la palabra poética. ¿Significa esto que el “final de la historia” lleva consigo también “el final de la poesía”? La segunda sección del libro, titulada “Odisea de la lentitud”, se halla traspasada por esta duda, que sumerge al poeta en una crisis personal no sólo en relación con el sentido de la escritura en nuestra lenta edad del hielo, sino sobre todo en relación con su propio decir poético. Fulgencio se mira a sí mismo (“Espejo de mis treinta años” es aquí el poema clave) y en el recuento reflexivo de su trayectoria literaria no logra encontrar, entre el “orgullo” y la “vanidad”, más que variantes evasivas de la palabra que únicamente afirman su yo individual: son –escribe- “un triunfo solo para mí”. ¿Se trata, una vez más, de ensimismamiento o, por el contrario, de un decir solitario? La ambigüedad no queda despejada en el poema, pero conviene al menos dejarla abierta para no ser quizás tan severos como lo ha sido consigo mismo en su juicio el propio autor. Lo que sí queda claro es que Fulgencio “no se acepta” (p.23) en cualquiera de las dos alternativas: él quiere un decir solidario, en el contenido y en la forma, por su origen y por su destino. Este acto de voluntad le saca heroicamente de sus cavilaciones internas y, por supuesto, de aquel estado sonámbulo de lentitud e irrealidad históricas en el que cree haberse encontrado antaño, al unísono con la época y sus cantores, como “poeta insolidario, egoísta, ensimismado” (p.9). La salida de aquel encantamiento conlleva obviamente una mutación de la sirena poética, su reconocimiento ahora como “la salud / de esta edad de Hielo tan temida” (p.29), lo que se traduce, a lo largo de las dos secciones siguientes del libro, en un ánimo vital bien distinto y en un tono literario nuevo. La apuesta decidida de Fulgencio Martínez por una poesía de compromiso cívico, realista con el presente se concreta así en una lucha contra la lentitud de nuestro tiempo histórico, en una poesía, pues, que, al igual que el castor, trata de construir obstinadamente su hogar contra “la usurera corriente” del mundo (p.51). Esta propuesta está ya en el segundo poema del libro y la formula un Pessoa puesto al día y erigido en interlocutor del poeta:
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“- Si te duele la hoja del calendario, es porque todavía hay trabajo que hacer. Arde la lentitud. Pero, nosotros, poetas del pueblo, ¡celebramos este día!” (p.18)
Dos preguntas estarán probablemente rondando la mente del lector a propósito del desafío poético de Fulgencio. ¿Cómo es posible seguir escribiendo honestamente, en qué se funda realmente la decisión de un decir solidario y a contracorriente, aparte de en la buena voluntad del poeta? Y esta otra: ¿En qué consiste propiamente esta poesía en la que “arde la lentitud”? La primera cuestión, que exige la justificación y viabilidad de una palabra poética con sentido en nuestra edad de Hielo, tiene en El año de la lentitud una respuesta que se remonta a la tradición filosófica idealista y se repite en el pensamiento crítico contemporáneo: el sufrimiento humano, refutación sensible de la ideología de la felicidad tecnológica y consumista, indica que las aspiraciones más profundas, los deseos más íntimos de los hombres no están cumplidos, de manera que “todavía hay trabajo que hacer”. La poesía se justifica, y sigue siendo factible, sólo como promesa de redención (recuérdese el poema ya citado “Cada mañana del mundo”), que surge de la experiencia insoportable del dolor: “la sirena no canta en la felicidad” (p.30); “Las musas [.../] no vuelven sus favores / sino al producto final del dolor” (p.17). Con todo, Fulgencio, en un poema con cierto soplo apocalíptico –“Himno al miedo”-, invita a la sublevación invocando la desesperada experiencia colectiva del miedo, compañero del dolor, como dando a entender que también está legitimado hoy escribir desde este sentimiento tan elemental pero precisamente para vencerlo con la palabra poética –como él ha dicho en otros lugares.
Ahora bien, escribir desde el dolor no implica necesariamente hacer una poesía agónica, apesadumbrada, precursora del llanto, ni siquiera elegíaca; aquí siempre acecha el peligro del narcisismo victimista. Si se busca la redención del sufrimiento, si
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se quiere vencer el miedo, tal vez no quepan, siendo realistas, más que paliativos, alivios, calmantes o compensaciones emotivas que nos sitúen en ese espacio familiar de una sensibilidad reconocida y de un espíritu sereno y reconfortado. Creo que en El año de la lentitud, en las secciones tercera y cuarta, se opta por esta vía, y se hace de dos maneras que implican una reorientación de la mirada y, a la par, un cambio en el tono de voz. Así, por un lado, se procede a desplazar el ojo del sujeto poético desde la oscuridad del yo autocomplaciente, estancado en su hiperestésica ansiedad, hacia la vida exterior de la naturaleza y de los otros hombres, de donde siempre viene la luz renovadora de cada día, el alimento que, a pesar de ser finito y perecedero, conforma y sostiene el alma humana (remito al hermoso poema “Tabula in naufragio”, con su talante de gratitud y serenidad). Se trata de dar muerte al “nombre”, a la imagen, al delirio del espejo propio, para que en la apertura dialógica al cuerpo de lo Otro goce “el hombre vivo” (p.40). El amor, la amistad, las tradiciones y fiestas populares, la contemplación de la belleza natural en su caduco y renovado esplendor...; he aquí algunas de las experiencias que alimentan de veras el espíritu del hombre atento al mundo externo, receptivo a él, y que por sí solas dan sentido a la magia de escribir, merecen el canto compartido de esos poemas que Fulgencio les dedica en la sección titulada “Desde que somos una conversación”. La cita de Hölderlin que la precede e inspira no es baladí: la observación y el diálogo son, sin duda, los antídotos contra el vaciamiento compulsivo del alma y su suplantación por el esnobismo tecnológico y productivo. Pero junto al diálogo con las cosas está también el diálogo con los otros hombres y, en poesía, especialmente el diálogo con la tradición literaria. El año de la lentitud está escrito, a este respecto, a modo de conversación constante con otros escritores y poetas. No parece un gesto meramente culturalista; más bien constituye la estrategia original para poner en juego esa poética contra la lentitud somnolienta de nuestro tiempo que parte de la convicción, muy próxima al primer romanticismo alemán, de que, lejos de ser cada uno un ego solitario, todos formamos, somos una comunidad de vida. Este aprendizaje o Bildung que proviene del contacto con la exterioridad requiere, por otro lado, un tono literario menos sombrío y estridente, una voz más serena y cordial,
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que transmita y dé a conocer de modo plácido la armonía sensible y renovadora de la naturaleza y de la vida humana. La rebeldía del poeta, su compromiso con el presente se canaliza ahora, pues, a través de un decir suave (“Desde ahora, hablaré suavemente / como el lagarto rubio en la cima del cielo” –p.56), que invita reiteradamente al canto y a la celebración de la novedad que cada día se nos otorga en su grandeza minimalista, incluso a sabiendas de lo efímero tanto de lo vivido como la palabra que lo recrea (véase el poema “Fugaces”). Estamos por ello –he aquí el núcleo quizás de la sección cuarta- ante una poética de la luz o del amanecer, que no sólo vislumbra en la poesía la fuente luminosa de conocimiento del mundo y de alimentación del espíritu, sino también el lugar donde se festeja la claridad de esos mínimos sabores. En el poema –dice Fulgencio en “Invitación a la épica”, homenajeando a Homero- tiene “su hogar” la luz; allí “se la espera siempre / como la primera vez / que la presentó al mundo un canto épico” (p.58; cf. p.55). Se reivindica, por tanto, en buena medida un retorno a los inicios, al momento homérico, al alegre tarareo infantil que canta ingenuamente el descubrimiento maravilloso del entorno. Tal parece ser la consigna: “Balbucea, de nuevo, pequeño niño” (p. 63).
MAXIMILIANO HERNÁNDEZ MARCOS
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