Te salvé Agustina Buscaglia La chica de pelo rosa estaba apoyada en la pared del bar. Había entrado por un par de horas y luego lo había abandonado por puro aburrimiento. El cartel que decía: “Barry Bar” con luces de neón se había encendido hace un par de minutos. Ella fumaba un cigarrillo, mientras se arreglaba el cabello con una de sus manos. Ella vestía un vestido corto y negro, hasta la mitad del muslo. Y unos tacones del mismo color, que la hacían ver más alta. Con sus ojos color avellana, inspeccionaba la calle, sin mover un dedo. Pronto se harían las tres de la mañana, y el bar cerraría. Seguramente habría una pelea de borrachos en medio de la calle, pero la chica ya estaría lejos de allí. Bradley llegaba de una fiesta familiar. Su padre había insistido en llevarlo a su apartamento, pero él se negó, alegando que encontraría un taxi en unos minutos. Su madre quería llamar a uno, pero tampoco la dejó. Por lo tanto, ahora estaba allí. Detrás de un árbol, observando a la muchacha como un psicópata. Algo en ella le llamaba la atención, pero no tenía el coraje suficiente para hablarle. Se fijó en su reloj de mano, y solo faltaban dos minutos para las tres. Tragó saliva y se arregló el cabello, al mismo
tiempo que la chica tiraba su cigarrillo al asfalto y lo pisaba con sus tacones. No le importaba el hecho de que casi eran las tres. Ni lo provocativa que se veía. Bradley pudo darse cuenta de que las luces de las farolas de la calle que la iluminaban le daban un toque más claro a su cabello. El letrero con luces de neón se apagó. Ella posó su mirada en él, y luego en la gente que salía precipitadamente del lugar. Algunas personas borrachas se colgaban de otras, que estaban peor aún. En medio de la calle, tres tipos pasados de copas comenzaron a acercarse a la peli rosada. En sus rostros había una sonrisa macabra. Pero ella estaba mirándolos como si fueran poca cosa. Bradley logró escuchar la conversación que entablaban. — ¡Ey, nena!—Gritó uno, tambaleándose a su lado rápidamente. En una mano tenía una cerveza, y se apoyaba en su pie izquierdo para no caer—Qué bien te ves hoy—. —Un minuto, Cooper—Dijo otro, algo indignado—La otra vez te ligaste a una chica. Déjanos algo a Carter y a mí—. Cooper resopló, rodando los ojos. Qué suerte que no le había dado un ataque de hipo todavía, como todos los viernes a la noche y sábados a la madrugada.
—Carter es un cap... ca... capullo—Refunfuñó—Y tú, Norton, tienes esposa. Deja esto para los profesionales—. —Por lo menos mi esposa no se acuesta con mi mejor amigo—Respondió Norton, enojado—. —No te atrevas a hablar de Lily así o... — ¡Lily es una tremenda...! Antes de que pudiera terminar, Cooper le dio una cachetada. Una que Bradley pudo escuchar, y que seguramente, todo el barrio también. Nadie se había atrevido a tocar a Norton. Jamás. Él, enojado, le dio una patada en su zona privada. Cooper se tiró al suelo, meciéndose como un niño pequeño. Norton estaba distraído con él. La chica lentamente se fue alejando, pero Carter, que había estado atento a cualquier movimiento que ella hiciera, la tomó por los brazos. Le susurró algo que Bradley no logró escuchar. Norton se fijó en ellos dos y sonrió. Cooper seguía en el asfalto, retorciéndose de dolor. Antes de que alguno de los dos pudiera tocarle otra cosa más, Bradley salió de su escondite. Se interpuso entre los tres. Rápidamente, le dio un buen puñetazo en el ojo a Norton, que se balanceó para atrás, tropezó con el cuerpo de Cooper y cayó, lastimándose la cabeza. Carter, dispuesto a pelear con Bradley, soltó a la chica. Por alguna razón, ella se colocó detrás de ellos. Los dos
comenzaron a pelear. Bradley lo golpeó en el pecho. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de él, logró patearlo en el estómago. Carter no se rindió fácilmente. A pesar de estar borracho, era el más consciente de los tres hombres. Y para mala suerte de Bradley, había sido boxeador. Rápidamente, Carter le pegó un rodillazo en sus partes íntimas. Intentó golpearlo otra vez, pero falló por su visión doble. Bradley se repuso como pudo en el menor tiempo posible, y le dio un puñetazo en la nariz. Se oyó un ¡crack! Eso significaba que se la había roto. Comenzó a sangrar, y no lo dejó pensar. Un puñetazo, en el labio, otro en el estómago y cayó. Bradley, lleno de dolor, se volteó para mirar a la chica. Ella estaba estupefacta. No podía creer lo que había pasado. Ladeó la cabeza para mirar a los tres hombres. Inconscientes, totalmente. —Gracias—Logró susurrar—. —No... No fue nada—Dijo él, tragando saliva—. Ella se acercó lentamente. Lo miró con esos ojos color avellana que tanto le volvían loco y que, por mala suerte, él no podía poseer —había tenido ojos marrones toda su vida, y si pudiese cambiarles el color, lo haría—. La chica peli rosada lo ayudó a erguirse. — ¿Quieres que te lleve a tu casa? — ¿Caminando a estas horas?—Preguntó él—.
Ella rio. Pero Bradley no le vio la gracia a eso. —Me refería en mi auto, tonto—Susurró ella, sonriendo. Él se perdió en su sonrisa, y en su pensamiento de que su risa era preciosa y contagiosa—. Ella tenía un auto. Estaba estacionado a una cuadra del bar, Bradley miró a los tres hombres en el medio de la calle. — ¿Y ellos? —Ellos estarán bien. Siempre lo están—Aseguró ella—. El muchacho se encogió de hombros, restándole importancia al asunto. Asintió con la cabeza, y acto seguido, la chica lo guio hasta su auto. Era un Audi negro, totalmente hermoso. Ese auto costaría lo mismo que la casa de los padres de Bradley. Él se sentó primero, y los dos se colocaron el cinturón de seguridad. — ¿Y dónde vives, Em...? —Bradley—Terminó él, acomodándose en el cómodo asiento—. —Bradley...—Repitió. Pudo notar un tono de sorpresa en su voz—Bien. ¿Dónde...?—. —2433, Black Oak Hollow Road.
—Cerca—Murmuró. Ella colocó la radio y sonreía, mientras tarareaba una canción de una banda que sonaba bastante bien, pero que Bradley desconocía—. Él la inspeccionó un poco. Sabía que tenían la misma edad, pero luego de eso, nada. Solo que era hermosa. Y que le gustaba salir. Que no le importaban los riesgos de la noche. Todo lo contrario a él, que casi nunca salía de su apartamento. Seguramente, ella comía en restaurantes con sus amigas o su novio. Pero Bradley comía comida preparada por él en su casa. Y solo salía unas pocas veces al mes —sin contar su trabajo de mesero y sus clases en la universidad de profesorado de biología— a la casa de su amigo Phil para ver algún partido de futbol junto a sus otros amigos. Cuando se dio cuenta, la chica estaba estacionando su Audi en frente del edificio donde él vivía. Se bajaron y caminaron en silencio hasta la puerta bajo las luces de la calle. Él sacó sus llaves del bolsillo trasero de sus jeans gastados y las introdujo rápidamente en la cerradura. Con las manos sudorosas, la sacó. Iba a entrar y luego le daría las gracias por llevarlo hasta su casa. Pero ella entró, dejándolo aturdido. Los dos se encaminaron hasta el ascensor. Bradley presionó un botón y el elevador se abrió. Entraron, sigilosamente. Luego colocó su dedo en el botón “4”. Unos minutos después, el ascensor se abrió y la chica salió de allí, sin una expresión en el rostro. Bradley tomó de nuevo sus llaves y la colocó en la
cerradura de la segunda puerta. Le dio dos giros y entró, seguido de la misteriosa chica. No esperaba que lo siguiera. Las chicas así nunca estaban con alguien como él. Bradley encendió las luces rápidamente. Dejó las llaves en una mesa al lado de la puerta, cerca de un perchero donde descansaba un gorro y un paraguas. Ella le echó un vistazo al apartamento. La cocina estaba situada a la izquierda. Era pequeña, y el papel amarillo de las paredes estaba arrancado. La cocina, el frigorífico y los anaqueles estaban limpios por completo, a pesar del aspecto de las paredes. Unos sofás forrados de tapiz rojo se encontraban en frente y al costado de un televisor de pantalla plana —regalo de sus padres por su cumpleaños número 19—. El baño se encontraba más alejado, pero no era tan pequeño. Su habitación se encontraba al lado de una sala que parecía un comedor rústico y antiguo. La chica se sentó en uno de los sillones, y encendió la televisión con el permiso de Bradley. A esa hora no había nada, excepto películas malas. Ella dejó una que a él no le gustaba, pero sinceramente le daba igual. Encendió la luz de la cocina, mientras Bradley se dejaba caer en otro sillón. —Y...—Dijo ella, observando dentro del refrigerador. Tomó una botella de vino y la inspeccionó. Le hizo una
seña a Bradley y él asintió, dándole permiso para que la tomara— ¿A qué te dedicas?—. —Trabajo de mesero en un restaurante y estudio para ser profesor de biología. — ¿En serio? Eso suena genial. ¿En qué restaurante trabajas?—Por un momento, ella sonó interesada en lo que él decía—. —Ratatouille—Bromeó. Por segunda vez en la noche ella sonrió—Se llama The Black—. —Elegante...—Murmuró ella. Se acercó a él y descorchó la botella—. — ¿Cómo...? —Hace tiempo aprendí a descorchar una botella de vino con una uña. Ahora es como decir el abecedario, ¿sabes? Él asintió. Aunque en realidad no sabía nada de lo que ella hablaba. Ella le entregó el vino y fue a la cocina, para tomar dos copas. Como si supiera dónde las tenía. —Y...—Dijo él— ¿Cómo te llamas?—. —Me llamo Hillary. Como Hillary Duff—Respondió ella, volviendo con las dos copas en las manos— ¿No sabes quién es? No importa—. Bradley no respondió. Simplemente sirvió el vino en las copas y dejó la botella en el suelo de madera, no en la
alfombra debajo de la mesa pequeña y de toda esa sala. Ella se sentó en el sillón en el que antes se había sentado. Poco a poco comenzó a beber. Pero Bradley no había siquiera probado un poco del vino. Hillary se sentó a su lado y le acarició su cabello negro. Se relamió sus labios mientras veía la película. En ese momento, la chica estaba hablando con el que parecía ser su novio. Bradley le echó un vistazo a Hillary. Estaba centrada en la película. Totalmente lo estaba. Él bajó la cabeza, observando su copa de vino llena. El color rojizo de este hizo que inconscientemente volviera a mirar a Hillary, pero esta vez, ella ya se había servido otra vez y lo miraba, mientras tomaba de su copa. Él se acomodó, mientras miraba el reloj. Las cuatro menos cuarto de la mañana. —Gracias por salvarme—Dijo Hillary, en un momento— Quién sabe qué pudieron haberme hecho esos hombres—. Bradley sonrió. —No fue nada, la verdad. —Tuviste mucha valentía en hacer eso por una extraña. Pudo haberte pasado algo. Y además, te lastimaron. —Estoy bien, Hillary—Respondió él, con voz firme—. Lentamente, se levantó y dejó la copa a un lado. Caminó en dirección a su cuarto, y antes de llegar, escuchó el
sonido de la televisión apagándose. Rápidamente, encendió la luz de su cuarto. Mientras se quitaba sus zapatos, observó los libros que se encontraban en la repisa. El armario enorme. Una gran ventana. La cama de madera contra la pared. Y un gran escritorio junto a un basurero enfrente de la ventana. El color de la habitación ya era un poco viejo. Debería cambiarlo a un beige o un marrón. Entró, sigilosamente. Solo quería cambiarse y dormir. Oyó el ruido de las copas chocando, y cerró la puerta. Rápidamente se cambió de ropa y salió, para encontrar a Hillary balanceándose de un lado a otro. La botella ya estaba vacía, y las copas estaban en el piso, con algo de vino en ellas. Hillary caminó lentamente hacia él. A pesar de estar borracha, podía ser muy sensual. Se relamió sus labios rojos mientras sonreía. — ¿Estás...?—Susurró Bradley cuando ella llegó. Se apoyó en él—. — ¿Borracha? Un poco... Es la segunda vez que lo estoy y es... ¡Genial! Encontré una lata de cerveza en el refrigerador. Bueno, dos—Exclamó, acercándose más hasta el punto de incomodidad y excitación de Bradley—. Su sonrisa se agrandó. <<Se ve tan preciosa>> pensó él. Ella le tomó de su remera para dormir y lo atrajo aún más. Pasó sus brazos detrás de su cuello, mientras que él posaba sus manos en la pequeña cintura de ella.
Lentamente, Hillary lo besó apasionadamente. Estaban a punto de entrar en la habitación, hasta que Bradley paró. —Estás borracha—Afirmó—. Ella rio, como si estuviera orgullosa de haber tomado casi una botella de vino. —No puedo hacerlo. Se tambaleó hacia atrás, ofendida. — ¿Por qué?—Hizo un puchero—. —Porque no está bien. —Pero... —Estás borracha—Repitió, firme—No puedes manejar, te pagaré un taxi y mañana vendrás por tu Audi—Hablaba rápidamente—. Hillary suspiró, antes de rodar los ojos. Posó su delicada mano en el pecho de Bradley. —Estaré algo borracha, pero puedo irme por mis propios medios. No necesito que alguien me ayude solo por lástima—Dio media vuelta y se dirigió a la puerta principal. Bradley la siguió—. —No hago esto por... Ella lo miró, esperando a que continuara. Pero cambió su frase.
—Me encantaría hacerlo—Dijo—Me encantaría. Pero estás borracha. No lo haré contigo así. Porque tengo límites—. —Hablas como si te acostaras con una chica todas las noches, Bradley. —No lo hago. —Claro que no—Susurró Hillary—. — ¿Qué tratas de decir? —Nada—Dijo—. Él hizo una mueca, mientras miraba como la chica sacaba otro cigarrillo de su sostén y luego buscó un encendedor en la cocina. —Un placer conocerte—Dijo ella, posando su mano en la perilla de la puerta—. En un momento de adrenalina, la tomó de la otra mano, haciendo que volteara, sorprendida. Sin pensarlo, estrechó sus labios con los de ella. Estuvo tensa por unos segundos, pero luego le correspondió el beso. Hillary se separó de él, y se volteó. — ¿Pero qué...? —Bradley, me gustó, no lo niego. Pero creo que deberíamos ir despacio. Hoy nos conocimos y, aunque lo
parezca, no soy una chica fácil—Él no dijo nada—Espero verte otro día—. —Pero...—Bradley no consiguió decir nada más. Ella le dio un beso en la mejilla y se fue—. <<Las mujeres son muy raras>> pensó. Se sentó en el sillón y prendió otra vez la televisión. FIN