Nacido en Madrid en 1945. Licenciado en derecho y empresas por Icade. Graduado en psicología clínica y pedagógica . Publicó su primer libro de poemas “Allá ellos tan entrañables” en 1976 , a los que siguieron “Un abrazo de nuestro tiempo “ 1980 , “Nos agrada “ 1993 y “Regreso al estadio “ 2003.
Al reeditar con Alacena Roja mi primer libro de poemas "Allá ellos tan entrañables " los siento ahora todavía más entrañables, y nunca la impotencia ha sido tan grande (Allá ellos ) ante su suerte. Estos sentimientos encontrados han nutrido con asombro y quizás esperanza, estos cortos poemas narrativos tan encarnados con los "mágicos desvalidos" dibujados por Joaquín de Molina .
José Luis Campos
Título: Allá ellos tan entrañables Autor: José Luis Campos © José Luis Campos 2013 Diseño portada: Luisa Navarrete Ilustraciones Cubierta e interior Joaquín de Molina Edición eBook: Alacena Roja Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de este libro sin permiso previo por escrito del autor. Primera edición digital Abril 2013 –CeutíDepósito Legal: MU- 271 -2013 ISTC : A022013000000189
Allá ellos tan entrañables
José Luis Campos
Prólogo José Luis Campos será el poeta de cabecera de Ray Bradbury. Habla de lo inverosímil con toda verosimilitud, acumula detalles realistas mientras relata una ficción y jamás se asombra de lo asombroso. El presente, esa «poderosa divinidad», lo es sólo en función de la extraña tenacidad que adquieren en su poesía las situaciones imaginadas. Cuenta cosas que pasaron cuya importancia se deduce de su trivialidad aparente y cuya vigencia se deriva precisamente de eso: de que ocurrieron una vez.
En una ocasión el hombrecillo que llegaba el dinero para todos los músicos de España fue robado por dos panaderos hambrientos.
No pone comas José Luis Campos, pero sí algún punto que otro. Sin embargo, no pertenece al gremio de los que quieren hacer inútiles los arduos trabajos de los gramáticos alejandrinos,
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únicamente por pura moda y porque se lleva, sino porque debe de estar persuadido de que se trata de la forma más adecuada para transmitirnos sus alucinaciones. Está claro, por lo demás, que la forma, lo que se viene entendiendo convencionalmente por forma, no le desasosiega. A él sólo le preocupa narrar con toda fidelidad unos sucesos que jamás ocurrieron. A este respecto, su memoria es absolutamente nítida.
Este libro, tan original, tan personal, tan entretenido, si se me permite usar esta palabra, para mí meliorativa porque estoy harto de pelmazos, podía haber sido la antología de una hemeroteca insurgente. Un periódico loco o muchos sueños razonables. José Luis es un cronista de sucesos que nunca ocurrieron; una especie de corresponsal en el mundo que hubiera venido de otro mundo. Pasa también un espejo por el camino, pero curiosamente, es el camino el que refleja al espejo desmemoriado, impasible, neutral.
Tiene José Luis Campos un aire de peso «welter» a quien nadie le hubiera podido quitar, en varios años, el título de campeón. También tiene aire de investigador nuclear. Lo mismo ha podido llegar ayer no más del Madison Square Garden que de
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Cambridge. Personalmente creo que este poeta rigurosamente cierto viene de muchos sueños y habita un mundo suyo, poblado de musarañas y arcángeles, y hasta no me extrañaría que regresara de su infancia o que le acabaran de dar en la nariz con las puertas del paraíso. Su vida profesional va por otras sendas, pero quizá su vida profesional sea ésta, cualquiera sabe. El caso es que José Luis Campos conoces esas cosas que los poetas suelen ignorar y ha oído la famosa sinfonía pitagórica y establece misteriosas relaciones de mercado y descifra intrincadas estadísticas. El albertiano ángel de los números ese que brinda de una a otro por las celestes pizarras, le hace confidencias. Y José Luis que es un hombre de palabras, no ignora las costumbres del dinero, ese maldito vagabundo. Pero el economista tiene una alcancía secreta y sabe por don Antonio Machado que la monedita del alma se pierde si no se da.
Su tesoro de fábulas imprevisibles, acuñadas en soledad, casi en clandestinidad, nos pertenecen ya a todos. Desde este momento el joven poeta José Luis Campos deja de serlo en buena medida. Ya tiene unas credenciales, un aval, un certificado de alucinación. Lo que él ha visto ya puede ser mirado por todos: emigrantes ávidos de
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una gran causa, soldados enemigos todavía niños, regiones culpables de incitantes vientos y monedas que, echadas al aire para inquirir al azar, nunca bajan del aire...
Los poemas de José Luis muy bien podían ser módulos de cuentos, pero como uno no cree demasiado en los géneros, sino en las revelaciones, asegura que estamos ante un libro mágico y amenísimo, como el corazón de un niño en el momento de revisar su merienda. Todo él ha sido hecho con ternura y con una delicada ironía, a veces muy melancólica como cuando alguien dice que «nunca tendremos un pasado prometedor». José Luis es como un sobrino de Kafka que también fuera sobrino de Larra. Y habla de pronto de «un enanito indispensable en un país en que todo crecía» o bien del desconcierto de un hombre que descubre de pronto que en la Biblia no se ríe nade. Los poemas de José Luis nos presentan a mucha gente que siempre deseamos conocer: un psiquiatra escultor que trata a sus pacientes al lado de una hermosa fuente urbana o un ventrílocuo que se advierte lleno de vocación política y desea ser la voz del pueblo. Es curioso que su fantasmagórica reseña se desarrolle íntegramente en España: Gerona, Valencia, Zamora, la orilla del Ebro, su tierra vasca... Es cu-
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rioso todo lo que sucede en este libro, pero además es emocionante y turbador y hermoso. Y como «también la verdad se inventa», además es verdadero. La poesía es siempre la pura verdad.
Manuel Alcántara
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Joaquín de Molina (1952-1986)
Todas las ilustraciones del libro, pertenecen a este artista nacido en Morón de la Frontera (Sevilla) y vinculado desde joven a la ciudad de Málaga donde fallece en 1986. Cursó estudios en la escuela de artes y oficios de Málaga durante dos años colorido y composición y técnicas de grabado-. En 1970, ayudado por el museo provincial de bellas artes de Málaga realiza un viaje de estudios artísticos por Francia. establece su residencia, casi permanente, en Madrid, donde se licencia en ciencias políticas y sociología. durante este periodo se vincula artísticamente a la pintura alemana Son numerosas las exposiciones realizadas de 1971 a 1981.. Hasta 1979 practicó una figuración influida por el neosurrealismo y la figuración fantástica, que conoció a través de Brinkmann y Peinado, como puede advertirse en sus dibujos a tinta sobre papel que ilustran magníficamente cada poema, protagonizados por un grafismo enmarañado y de exquisita sensibilidad,
allĂĄ ellos tan entraĂąables
De repente, vivieron juntos en Valencia, un matrimonio y un viudo, leñadores de toda la vida. Poseyeron una finca, y cultivándola, obtuvieron unas naranjas, tan asustantemente grandes y deliciosas, que se vieron obligados a dar explicaciones, nunca sabidas. Se les acusó, de saber demasiado, acerca, del sexo de los [Árboles. «Morbosos que lo desorbitan todo» así les calificaron, las hasta entonces tranquilas gentes
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A la hora del amanecer, un policía, intentó detener a un coche, conducido por una joven; ella se le resistió, y lucharon, durante algunos kilómetros universales. Por fin, la obligó a frenar. Ella salió despedida. Cayendo, de espaldas a la cuneta. En un instante, el policía, se encontraba mirando fijamente, de pie, a la gran belleza, de la joven tendida y muerta. Llegó el ocaso, y seguía contemplándola, inmóvil, con toda su cara, encendida por el dolor amoroso.
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Una joven de cara aniñada. Sufría, por la excesiva pequeñez de sus manos, pues no la permitían, ninguna actividad manual. Era un gran consuelo para ella, las palabras de sus amigos, en las cafeterías de Princesa: «Que no te crezcan nunca», le repetían enternecidos, «Así, nunca serás vieja para nosotros». Ella, arrobada en su destino, con su mano libre, se arreglaba nerviosamente el pelo.
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Un hombre gozó en Gerona y la mujer con él, como jamás, dos mortales lo hicieron. Y nunca se sabrá, ni cómo se miraban.
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Un arquitecto bailarín, de un lugar español, tuvo tal inspiración, al contemplar a un viejo vagabundo, rezando exhausto, que convenció a toda la alcaldía, de un hermoso, y tradicional pueblito andaluz, para construir, un avanzado proyecto, de iglesia para bailarines.
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Un joven ordenado, y de plácido futuro bajando de noche, las escaleras del metro Callao, encontró, uno tras otro, los ojos, de las cuatro mujeres que había amado, a lo largo de su vida. Le invadió, un repentino ahogo, al sentirse, tan angustiosamente resumido, y tal como deseaba, al llegar el metro, tremendamente lleno, tuvo que apretujarse, para ir con gran alivio, a donde debía.
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Sobre la meseta castellana, un historiador joven y solitario, estaba escribiendo, una renovadora historia de Viriato. Un día, una joven, hija de un comprensivo general, al lado de una hermosa piedra blanca (que ni entre seis hombres hubieran levantado) le pidió ayuda. Pasaron las noches, y seguían juntos, en una de ellas, cumplió un año de vida, un libro, que estaba sobre la mesilla, «Historia amorosa de Viriato».
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En el amanecer de Salamanca, al fondo de la explanada y desde el puente, se vio aparecer una figura, tenuemente acercándose. Era un viejo presuroso, con su librito, pegado al cuerpo como un huesecillo, Llegó al puente, se apoyó en él, y se puso, a leer, totalmente concentrado. Así, largo tiempo, impasible, aunque el viento, alborotó muchas veces, sus melenas blancas. Luego rezongó: «Sin tiempo ni en un lado ni el otro», a la vez, que ponía sobre su «pequeño libro, un pan tre[mendo», callando después, dulce y tristemente.
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Un viejo delgadito, y una mujer melancólicamente gorda, quisieron tener una abuela, cerca del Manzanares. Al despertar, el día señalado, olvidando sus empleos, partieron, para el pequeño río seco, vestidos, de movidas canciones antiguas. Nada más llegar, volcaron el reloj de arena, y comenzaron a jugar: pasado el tiempo debido, a él, le dio vergüenza, separarse como niños, y el delgadito, se congestionó, por su nieternidad perdida. ¡Estúpida!, exclamó, ¡nunca tendremos un pasado prometedor!
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Érase una vez, que por toda Galicia. Aparecían, en los sueños de muchos de sus habitantes, los ojos líquidos, de una viejita solitaria. Si por la mañana, alguien la reconocía. Ella, calmaba su corazón, con el candoroso relato.
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Había una vez en Málaga, un hombre enérgico y previsor. A su hija, de año y medio, que sólo decía, sí o no con ojos intensos, le puso la mano en el fuego, para que, se guardara del mismo. Ella, sin retirar la mano. Sonrió, a su estremecido padre.
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En una pensión de Valencia, vivió un viejito muy dulce, que, cuando le preguntaban la edad, contestaba tristemente, pero con la cara iluminada. «Un amor antes de mi muerte, y dos pájaros más, de lo que esperaba» Nadie, insistía en la pregunta, y él, nunca se repetía, vario como la naturaleza, y esperanzado.
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Estaba, la pareja nocturna de la época, abrazada en el interior de un coche, cuando oyeron fuertes ruidos de metal, muy cerca de ellos, El viejo e intolerante sereno, estaba pegando al poste, con su bastón. De súbito, debió sentir, que algún recuerdo extraño, se apoderaba de él, e irrefrenablemente, comenzó a marcar un ritmo tan irresistible, que todos los viejos y parejas presentes, comenzaron a danzar en la noche.
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En la Barcelona oscura, «Un desconocido y su señora», paseaban los dos embarazados, mirándose con animosidad a los ojos. A los catorce meses, Ambos, tuvieron gemelos sietemesinos. Así, de extrañamente fecunda, fue la unión, de esta pareja, tan cumplidora, en su común profesión.
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Érase una vez, una ciudad española, en que los jueces de menores, todos los miércoles, se escapaban con sus procesados, y los sorprendían los vecinos del lugar, robando manzanas, y persiguiendo mujeres. Por culpa del miércoles, hay jueces, de jueces de menores, en una, por lo demás tranquila ciudad española.
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Adán español dormía y dormía, sin que Eva, lograra despertarle. Como ella, no conocía la muerte, Exclamó: «Esta tierra, lo está ahogando en la pereza»
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En una ocasión, un andaluz ignorante y encarcelado, quiso de improviso, repetir una historia, que le contaron. Pintó un coche, en la pared de su celda, soñando con huir en él, de la cárcel, El infeliz, no tuvo tanta fe en su fantasía, como para ser, práctico en ella. Al olvidarse sus gafas, perdió la vida, estrellándose su vehículo, en los olivares, del campo abierto.
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Un enanito, indispensable en un país en el que todo crecía, se medía desesperadamente, todos los días, pero en vano, el país seguía creciendo, y para él, sólo aumentaba la soledad. Un día, no pudo más, fugándose una noche al «otro lugar», con su enanita, la luna, menguando sin pausa, los fue protegiendo, con la oscuridad.
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En Toledo, hubo un hombre soñador, que tras su primer hijo natural, no cambió casi, su monótona vida, excepto, por dos hábitos nuevos, cuadrar con satisfacción, todos los balances de su empresa, y volar sin alas, con la mano en el pecho, hasta alguna ventana, en la que podía verlo.
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Sucedió, cerca de Barcelona, y muy lejos de Babel; varios hombres de distintas razas, se juntaron, para construir, una torre de apartamentos. Unos parecían moros, guineanos los otros, y andaluces, los de más allá. Entre ellos, nadie sabía, la procedencia de los demás, pues, no cruzaron ninguna palabra, pero como estaban, bien dirigidos, la torre se terminó.
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En Lequeitio, un joven pescador, reciente e inconsolable viudo, pidió a Madrid, un título universitario. A sus compañeros, para que no se enfadaran con él, les explicó: «Sólo para levantar mi moral, frente a la tempestad». Y se recibieron desde entonces, muchas peticiones para, «Universitario contra el mar».
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De vez en cuando, en Zaragoza, permanecen jóvenes, que, a partir de los veinte años, ven aumentar, el número de amigos íntimos, y respetados, muertos hace muchos, muchos años, y con frecuencia, siglos.
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Sobre el mar, en un barco muy lejos de España, un grupo de jóvenes, danzaron durante noches y noches, los bailes de independencia prohibidos. Pasaron muchos años, y de aquellos jóvenes danzantes, sólo uno, vino a España. Llegó a Madrid ya muy viejo. Anduvo muy lentamente, hasta el árbol, más alto de la capital. La multitud, esperaba algunos ágiles pasos, él, sin el menor movimiento, se fue postrando, por último, sonrió y expiró, quedando su mirada en gran paz.
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Aquel pelirrojo, de mirada furtiva, y un gran sentido de lo sagrado, odiaba a los gatos. «Son los más atormentados, por no ser como los hombres», decía, el convencido pelirrojo.
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Un juicioso calvo de Salamanca, se armó de valor, un mediodía lluvioso. «No soy un hombre para ti, nuestras vidas, deben llevar caminos diferentes» le dijo a su ella, que trémulamente rubia, y arrebatada por la pena, se abalanzó sobre él, y abrazándole, derramó copiosas lágrimas, sobre su calva, de la que, sorprendentemente, comenzó a brotar rápidamente, pelo rubio, hasta que, la lluvia ventosa, mezcló en una, su ya frondosa cabellera, con la de ella, la compañera de por vida, la que le escuchó, desde entonces, hablar y hablar del destino.
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En un instante silencioso, hubo un hombre, que logr贸 obtener, con la mirada m谩s amorosa, de su vida, una intensa sonrisa, de su mujer moribunda, en el mismo instante, del tr谩nsito mortal. Desde entonces, busc贸 el amor en las sonrisas, con la gran carga, de su recuerdo.
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Una menuda moribunda, estaba de costado en su cama, del pequeño cuarto español. Su único gesto, era rozar con sus dedos, lo largo de su cabellera, levantando el brazo, por encima de su cabeza. Y así, según balbucía, encontraba un espacio, hermosamente sin límites, en el que esperaba, ser recibida.
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Hubo en Valladolid, seis borrachos, que, sosteniéndose sobre el agua del arroyo, alzaban al nieto de todos, a lo alto, y le cantaban para dormirle; así noche tras noche, mientras los delgados brazos, del niño, se alargaban más y más, hasta que una noche, sus blancas extremidades, tocaron el agua, y sus seis abuelos, no pudiendo mantenerse, sufrieron un grave chapuzón. A partir de entonces, la fama de inquietante generosidad, de un joven, se debió en gran parte, a sus anárquicos ante[pasados.
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En Zaragoza, una delicada mujer, estaba acostada con el dolor. Su acongojado marido, soñaba curarla, con la vocación frustrada de su vida, tocarle melodías suspendidas, con el clarinete. En Madrid, un joven estudiaba la cura de ese dolor, para un examen, incapaz de concentrarse, por causa, de una cara de mujer. El marido de Zaragoza, mientras tanto, buscaba algún reme[dio, cruzándose con un enflaquecido paseante, que de camino a su casa, llevaba un clarinete debajo del brazo, y evocaba el consuelo de su hijo, estudiante de medicina, en Madrid.
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En una ocasión, el hombrecillo que llevaba el dinero, para todos los músicos de España, fue robado, por dos panaderos hambrientos. De todos los rincones de España, se juntaron los músicos, e inspirados, cantaron una desgarrada melodía, que el Poder, obligó a todos los panaderos, a meterla en sus panes. Contra todas las recomendaciones, la gente desconfió largo tiempo, de los panes musicales. Y todavía, sigue el hombrecillo robado, buscando [por mandato, un nuevo instrumento, para recoger de un modo sensato, esa desgarrada melodía, de todos los músicos de España.
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Una noche nevada, el niño, todavía despierto, movido por una claridad, que comenzaba a invadir la casa, se levantó, y fue a la habitación vacía. Allí encontró, a sus abuelos abrazados, pálidos de nieve, interminablemente envueltos, en la blan[cura, observándoles de pie, el niño exclamó: ¿Pero no estabais muertos?
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A un hombre de Logroño, y a su ensimismada mujer, en una calurosa terraza, les tocó el primer pájaronaranja español. Al terminar de cortar él, la monda, ésta, se recogió y echó a volar. ¡Un pájaro así! «Qué forma de vivir, más milagrosamente prisionera», murmuró él. «¿Quieres que te traiga otra naranja, o no?», le dijo ella, volviendo la cabeza. «No, me comeré esta misma», contestó él. Ella, había vuelto ya a mirar, el horizonte caluroso de LOGROÑO.
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Érase una vez el amigo tímido, que, con dos mil pesetas, muy importantes, fue a conocer mujer. Al terminar, tras gran desorientación, ella le preguntó: « ¿Es la primera vez?». No, contestó «Es la segunda». Un tiempo después, de aquel triste amanecer, se acostó con la mirada de mujer, que más le enterneció, en su vida. « ¿Es la primera vez?», le preguntó él, anhelante luego. «No, ─contestó ella─. Es la segunda». La contempló inmóvil, por un momento, y luego, se echó de bruces en la cama, sintiendo, que veía por tercera vez, su desolado interior.
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En Barcelona, se rompió la certera unión cotidiana, de un médico y una mujer. Él, se unió enamorado a una mujer extranjera, y abandonó a su mujer, por largo tiempo. El escándalo, fue solidario de todos, pero él, continuó. La abandonada, al adelgazar tanto por el sufrimiento. Aumentó, de tal forma su belleza, que él, sin poder dominar ya, sus remordimientos religiosos, volvió con ella, amorosamente inflamada por la espera, y la sorpresa.
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En Salamanca, un solitario catedrático. Sensible, y puritano calvo, a pesar de dibujar a oscuras, no podía terminar los cuerpos, aquellos siempre iluminados, en sus ensueños. «Traicionarme a mí mismo, en un “hobby”», exclamaba amargamente, ante sus perplejos compañeros.
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Cerca de Santander, varias personas, pudieron observar, cómo un joven del lugar, bajaba por la colina aterrorizado, y a grandes zancadas, perseguido por una pequeña nube, que descargaba justo sobre él, y de forma incesante, una estrecha columna de agua. El infortunado joven, hubo de soportar posteriormente, muchas preguntas de las autoridades, para las que no tenía, ninguna respuesta.
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A un zaragozano, para el que todo tenía una explicación, y evolución lógica, le ocurrió, a partir de un desengaño amoroso, no poder apartarse, unos pocos kilómetros, del Ebro, sin sentirse de inmediato, increíble, y humillantemente melancólico. Había logrado, que nadie se enterase de ello, luchando apasionadamente, por el orden de su vida, para así, permanecer siempre a la vera del río, en la capital aragonesa.
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Habían reunido, todos sus objetos más íntimos; la guitarra enorme, con el enano descansando, en su interior. La pluma botella, que se servía, en el gran vaso vagabundo, con alas, y la fuente saltarina, que corría por toda la ciudad, Todos, en la plaza de España, oyeron la voz bramante : ¿Qué se puede esperar de una persona así?. ¡Tan irracional, en sus posesiones! ¡Tan estúpida, en su estrafalaria caridad! ¡Tan aguda, para el asombro sin sentido!, Muchos de los oyentes, sin embargo, encontraban hermoso, el desorden e inutilidad, de sus objetos y colecciones, y amaban a su dueño, el gran y deseado ausente, en la ceremonia abusiva. Le amaban en silencio.
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Un ciego de Palencia, con un gran brillo de sol, a través del cristal, sobre su cara, murmuraba, de forma concentrada, a sus compañeros: «Los espejos». ¡Cuánto oímos, a los videntes, de ellos! ¡y con qué ligereza! «Las cosas tan maravillosas, que podríamos hacer, con ellos». La tarde fue declinando, en el silencio, y comenzó, el anochecer. El mismo ciego, ensimismado, volvió a exclamar: «!Enormes espejos! ¡Qué testimonios más maravillosos, [podrían ser!», musitaba, y en la oscuridad del salón, casi no se veían, las sonrisas generalizadas y placenteras.
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1750. Se encuentran por primera vez en Zamora y Alicante. 1826. Alicante. Ella, comienza su carrera de las Esperanzas Rápidas. Él, sigue bajando el Ebro lentamente. Siente que su Sexo, nació antes de él mismo. 1900. Ella termina la carrera. Ya es, sabia en Esperanzas le nace el sexo, sin que nadie lo sepa. Él sale del Ebro, y parte para Alicante. Recuerdan su primer encuentro, con tal fuerza, que sólo desean, encontrarse. SIN FECHA. La sonrisa nocturna del sol, en 1800-1900-2000 y 2040, sobre sus cuerpos abrazados, deben volver. 1950. Él lo hace, y, comienza a reconocerlo todo.
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Ella, ya nunca, dejará de soñar con él, nadie la encuentra. 2010.Él, asombrado, la ve bajar dormida por el Ebro, se tira por última vez, y la besa. Ella se aleja, y se aleja. Ella, comienza a morir en 1722, con intenso sueño de Él. Y Él, en el 2040 con un recuerdo tan intenso, de un beso dormido, que la multitud, siempre paseante, encontró sus cuerpos abrazados, en Alicante y Zamora, con el Ebro, corriendo a sus pies.
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El único hombre triple de España, paseaba numerosamente, por su Zamora natal, acercándose, a una de las pocas personas, a las que no turbaba, su inquietante multiplicidad. El joven ciego de la estación, acababa de tener, su primera noche de amor. «¿Cómo fue?», le preguntó el plural zamorano. «Maravillosa. Ella era toda azul.» «Nunca, me sentí más lejos, de mi bastón. Hubiera querido permanecer, permanecer.» «Permanecer», pensaba a la vez, el plural solitario. ¡Qué tristeza! «Con lo que hubiera hecho, en otro país, un hombre triple como yo.» «Toda azul, toda azul», repetía el ciego. Mientras los seis inquietos ojos azules, del hombre único, rezumaban desolación, en su triple edad.
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Eran, muchos más que entonces, y sin embargo, a pesar del sinnúmero, de palabras y objetos, que trajeron los últimos tiempos, en aquel pueblo, la conversación fue idéntica, a la de dos siglos antes, así, sorprendentemente personal, tuvo que ser, para que, todos enmudecieran, inflamados sin saberlo, de libre historia, bajo la leve, y fina lluvia, quizás también, en algo, repetida.
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A corta distancia de cualquier lugar de España, en la verbena de San Sebastián, bailaba una pareja, con el pelo blanco. «Lo hemos conseguido», murmuró él, «A ti, ya no te duele el costado», dijo ella. «Y tú, nunca tendrás la muerte embarazada», le contestó él, entretanto, no paraban de bailar, ambos sudorosos, dulcemente móviles, únicos, como la noche negra del mar.
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Un emigrante de ojos presurosos, volvió del extranjero, con un gigantesco siete, y lo entregó al poder. «Llévatelo, no nos vale para nada», le contestaron. «Tuve que luchar tanto, contra los extranjeros para traerlo», gimió añadiendo: «Por él, se separó mi mujer». Tanto atrajo la atención, que se lo tomaron, colocándolo, en una llanura de su tierra, con la denominación, de «Curiosa orografía del terreno», y de esta forma, pasó a la posteridad, aquel viudo emigrante, tan ávido de una gran causa.
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Unos osos, surgidos del bosque antiguo, destrozaron a los niños, maldecidos por el profeta Oseas, furioso, al haber sido gritado, por éstos, «Calvo» «Calvo». Mucho tiempo después, en nuestra guerra civil, salió, de un bosque asturiano, un combatiente calvo, para pescar truchas. Al otro lado del río, soldados enemigos, todavía niños iban, con el mismo propósito. Al encontrarse, retrocedieron, ambos en silencio, sin disparar, un solo tiro.
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Debajo, de una mesa colosal, sorprendentemente aparecida, en la calle Alcalá, estaba una mujer, cuya belleza lo tapaba todo, y hablaba así, a los paseantes: « Muchos están arriba, sin querer bajar, porque el mar, ha pasado esta noche, y yo os digo, que volverá, por lo que, tenemos que sirenizarnos, ayudarme entonces, a buscar caracolas de mar, para nuestros oídos». De los que pasaban, unos se agachaban para buscar, mientras los otros, murmuraban: «Qué forma de derrochar inocencia, por esa loca belleza».
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Un hombre responsablemente solitario, ya muchos años aburrido, descubrió una mañana, que en cualquier lugar, ante él, todas las caras, eran desconocidas, y nunca imaginadas. Se entusiasmó: «Mi vida va a ser desde ahora, un continuo hallazgo», exclamaba. No encontró, ningún acompañante, para tan prometedora vivencia, pero nunca, su ánimo fue ya, el de antes, de su removedor hallazgo.
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Sucedió, en un país de Castilla. « Padre, me acuso de haber pecado, con el viento». Hubo un silencio, «Hijo mío, ve en paz, la culpa es de ella, la Región.» Cuando el niño, cerró la puerta, las llamas inclinadas, de todas las velas en la iglesia, iluminaban el pelo alborotado, y el perplejo semblante, del confesionario.
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Un hombre vasco, de mirada fija y muy decidido, estaba en Valencia, por una mujer, sintiendo a la vez, grandes deseos, de volver, a su tierra guipuzcoana. Estando con ella, por primera vez en su vida, dejó una decisión, la de quedarse o volver, al azar, lanzando una moneda, al aire. La moneda, nunca bajó. «El destino», murmuró, mientras miraba hacia lo alto, se agrupó en torno a él, una gran multitud, y arrastrado por ella, con paso vacilante, el resignado vasco, se alejó del lugar.
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Un hombre, siempre de Zaragoza, en la representación, de una tragedia antiquísima, se identificó de tal forma, con la historia que se levantó exaltado, subiendo al escenario, pero se avergonzó, casi inmediatamente, toda la gente se burlaba, y su mujer de siempre, con sus hijos, sentían la furia, de la humillación.
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Hubo un pueblo español, tierra adentro, en el que todos sus habitantes, una noche, se encontraron de repente, en un buque carguero, con rumbo desconocido. Nadie preguntó nada, en el silencio de aquella noche. A la mañana siguiente, en el pueblo, no se comentó nada, ni aquella soleada mañana, ni las siguientes, y debían estar allí.
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En Lérida, una joven pelirroja y sentimental, salió a bailar, con un buen muchacho. De improviso, sintió cinco manos, a lo largo de su cuerpo. Estremecida, acudieron a su mente, mezcladas las palabras sinvergüenza y sobrenatural, «Has tenido algún accidente», le dijo finalmente, mientras le miraba, intensamente a los ojos.
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Érase un vagabundo olvidable por todo, excepto por el enorme tamaño, de su carnet de identidad, pesado para él, hasta tal punto, que un día, agotado, tuvo, que ir a pedir un trabajo fijo, y tranquilo. Esperó tanto, para ser recibido, en la antesala de los vagabundos, que mientras tanto, se construyó, con su carnet de identidad, cuidadosamente doblado, una casita, aunque frágil, acogedora. para vivir, mientras le llegaba su turno. Fue tanto, el eco popular, por el pintoresquismo de la situación, que todo el mundo, acudió de visita a la casa carnet, y él enriquecido con los donativos, pudo viajar, libre y ligero sin su carnet, conocido en todos los rincones.
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Un hombre que amaba los cipreses y, la resignación, se casó con una mujer, silenciosamente alta, y esbeltamente descolorida. Al poco tiempo, él le dijo «Tráete a tu abuela a casa». Algo poco corriente, pensó ella. Llegó pues, la fantástica y diminuta abuela la de los sueños corpóreos y visibles, al quedarse dormida, en su butaca, viendo la televisión. Un buen día, terminadas las emisiones, quedó flotando, la imagen de la nieta embarazada, en el aire. Al llegar a casa, los recién casados y ver el sueño, lo consideraron como una bella profecía. De la misma forma, la abuela soñó su propia muerte. Él, al reconocer el paisaje del sueño, realizó todo, según lo contemplado, la tomó en brazos, y la llevó para que expirara, en el viento de los helechos. Poco tiempo después, la pareja tuvo, el primer hijo, abonado con sueños corpóreos.
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Un joven al borde del Urumea, a la altura de Astigarraga, estaba plasmando en su lienzo, una barca; cuando todavía, no había pintado ningún tripulante, apareció al fondo del río, una bellísima joven, conduciendo una pequeña barquita, en aquella mañana [blanca, él atónito, vio cómo se le iba acercando, ella desembarcó y sin decir una palabra, le invitó a que la retratara, en el interior de la barca. Nunca supo él, cuánto duró aquello, al girar la cabeza, para decirle, que ya había terminado, ella había desaparecido, y la barquita, idéntica, a la del cuadro, arrancó vacía, con sorprendente velocidad, perdiéndose, en la revuelta del río. Él se quedó intensamente quieto, durante largo tiempo, se llevó el cuadro, bajo el brazo, y no se resignó nunca.
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Nunca hasta entonces, se había llenado tanto, en la madrugada, la plaza del Sardinero como el día aquel. Una multitud, llevó a un borracho, y lo depositó en la arena. (Todos, le habían llamado por teléfono antes.) «Para que lo despeje el amanecer», murmuraban. A la mañana siguiente, incomprensiblemente, nadie fue a la playa. Unos, partieron para buscarle a Madrid, Otros, a San Sebastián. y, los más tradicionales, por los Picos de Europa. En la playa, ya no había nadie, y probablemente, perdido por el hombre tan buscado, un papel con la leyenda, «Historia horizontal de Santander».
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En una zona de viejísimos, y venerables vinos españoles, se sintieron, en relación a sus caldos, con tan poco pasado conocido, que pensaron en iluminar su historia. Para ello, comenzaron por la genealogía de un hombre, muy famoso en el pueblo, por sus variopintos antepasados, eligiéndole, pues, como semental para la tradición. Dos amigos suyos, recibieron el encargo, de buscar el árbol genealógico. Aunque, ninguna rama del árbol germinó en pecado, todos los concejales, fueron unánimes en apreciar, erratas fantásticas, sustitutos de los herederos, pintorescos, fecundidad excesiva, y sólo algo, que se continuaba de generación en generación, el hacer dinero a costa del vino, y el relatar grandes aventuras, empapados en él. También, con total unanimidad, se abandonó la búsqueda.
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En San Sebastián hace mucho tiempo, a un joven, con nombre de amigo, se le vio hablar, con una hermosa cabeza de mujer, la cual, se balanceaba con suave cadencia, ante la hipnotizada devoción, del joven. A todos los compañeros, enormemente intrigados, les explicaba: «Dice, que quiere compartir mi pecho, mis brazos y mis piernas. Nadie me había dicho nunca, una cosa así, me siento, muy unido a ella, estoy enamorado a todas las alturas, ¡Ay! si vieras la maravillosa niebla en que se termina su [cuello» Nunca, se supo el final de la historia, pero él, acabó, tomando compañera cotidiana, a su imagen y semejanza.
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Un pueblo de Badajoz, siempre pendiente, de noticias lejanas, esperaba a su cartero, largo tiempo ausente; al llegar éste una mañana, les gritó: «¿Qué podéis hacer por mí? ¡Me dan tres meses de vida!». Gritó de tal forma, que se volvieron, todos los que paseaban por la Gran Vía de Madrid, se levantaron, en el Casino de Sevilla, y se despertaron, todos los bohemios de Barcelona. Luego, todos le dieron su silencio, para ofrecerle a continuación, maravillosas y palpitantes cartas carnales, él, debido a esto, ya sin cuerpo, despegándose del suelo, murmuró: «No sé si llegaré tan alto». En Correos, le dieron por muerto desde aquel mismo día.
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Un grupo de candorosos rusos, vinieron a casi toda España, a buscar, el último recuerdo de un poeta amado, por un motivo muy peregrino, él se había suicidado hacía tiempo, con un revólver español. Él, que cuando le preguntaban, quién era, les contestaba, dibujándoles una jirafa, con la cabeza venda[da. y todos pensaban: «Este es un hombre de dolor elevado». En España, uno de los buscadores, al pasar por Cuenca, vio una jirafa apoyada en el pretil con los ojos tristes, nadie reparaba en ella, como si fuera un ser humano. El buscador ruso, quedóse mirándola. Después, le colocó una venda sobre la cabeza, ella entonces, le contempló con los ojos encendidos. Desde aquel encuentro, no se comentó nada, ni en Cuenca ni en Rusia, del candoroso ruso, y la jirafa casi humana, unidos, a seres y lugares impropios, en la voz del poeta amado, que se suicidó, con un revólver español.
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Una bella joven madrileña, siempre enfermera odiaba todo lo cercano, nunca era la misma, e iba sintiendo, un gran temor, a volverse loca. «Esta sociedad me puede», exclamaba tumbadamente angustiada. Su esperanza, en la turbadora soledad, era la de encontrar una gran causa. Así pues, en algunos países remotos, sentía poder llevar su vida, a tal extremo, de entrega y desinterés, que la pureza, podría combatir a la locura, y a sus terribles enviados.
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España y un hombrecito tan casado como apático, se mojaban musicalmente, en el rítmico aguacero, cuando de repente, apareció ella, la posible amante, y le tomó, llevándole a una vivienda, en la que no estaba casado. Él se quedó mirándola, y le dijo con enormes y temblorosas letras, ¿Y QUÉ HAREMOS AHORA JUNTOS? Ella, sin contestar, aumentó su tierna velocidad, haciéndole unas combinaciones culinarias, tan maravillosas, que él olía, sus gritos amorosos, y mientras cantaba, se oía la luz. Con todo ello, él se fue durmiendo placenteramente, mientras ella contemplándole, se inundaba de felicidad.
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I Antes de su muerte, un arquitecto rico y sensible, agonizante, rodeado de una gran masa, de íntimos pintores y albañiles, mandó llamar, a los médicos del pueblo vecino, como suponían, más de la mitad de la población de la villa, se agolpó, una gran multitud ante su lecho. Impotentes, los médicos compitieron entre sí varios días, hasta que para curarle, se unieron entre sí, juntándose a los albañiles, para formar con sus cuerpos, la torre, tantas veces soñada por el moribundo, el cual, todavía tenía fuerzas para dirigirles. Torpes, sólo mantuvieron su vida, hasta que se desploma[ron dañándose. Tras un fúnebre silencio, los médicos comenzaron a curarse entre sí. Era tan conmovedora la escena, que los pintores, la fueron recogiendo en la llanura abierta, con los albañiles enardecidos, por aquella bella lucha contra [el dolor. De repente ...
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II Un albañil gaviota les avisó, que en el pueblo, estaban dolidos por su abandono, y además les despre[ciaban, porque no había habido ninguna muerte. Anonadados, comprobaron que habían transcurrido, cuatro semanas de médico, veinte días de albañil, una mañana de pintor, y unos pocos instantes, de la muerte del arquitecto. Muy poco, duró el triste silencio, pues en seguida, los albañiles propusieron: «Hagamos una torre, como la que él soñó, aquí mismo, donde nos derrumbamos, para hacer de ella, nuestra vivienda». Con una enorme solidaridad, se distribuyeron en grupos, [para buscar dinero. Pero la gente se mostraba hostil. No confiaban en médicos, con discípulos albañiles, ni en peones, ayudados por devotas cuadrillas de médicos [y pintores.
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Tampoco la escuela de pintura para sanar, prosperaba, por lo que se fueron deprimiendo, más y más. abandonando por último sus esperanzas. En el momento más crítico, la soledad rompió la unión de las profesiones, y sólo, cuando fueron percibiéndose los hombres, de las mujeres que los acompañaban, comenzaron algunas parejas, a librarse, de aquella dolorosa sensación de desamparo. Pasó el tiempo, ningún arquitecto ni hombre alguno, ha vuelto a morir, de forma semejante. Nadie, volvió al lugar de la torre soñada. Quedan, sin embargo, tentaciones comunes, para los más diversos profesionales. Pinturas extrañamente conmovedoras, (como las de la llanura [de la historia). Herencias, en las que como una broma, se pasan de padres a hijos, y a hijos de estos últimos, sucesivamente, el ladrillo aquel, los cristales estos, las alturas
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del color... En toda España, se desconfía mucho, de estas generaciones y genealogías profesionales.
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Un grupo de amigos de la música. Transportaron, el primer piano social, (tan largo, que cuarenta y seis personas podían tocar, y tocaban a la vez en él), a la alcoba, de aquella pálida mujer casada, de la que estaba enamorado, el más virtuoso, entre los [ cuarenta y seis pianistas. Tanta era su pasión, que habían tenido que ceder, tras muchas discusiones, en improvisar unidos, mañana tras mañana, de espaldas ante ella. Escuchándoles, la mujer se iba alejando de su enfermedad; Maravillado, y desconcertado, su marido esperaba.
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Un idealista de permiso, le explicaba a su médico: «En ocasiones me siento muy desgarrado, a la vez estoy en AVILA, ella y yo totalmente entregados, de estatura estrellada, en MADRID, recordando con todos mis amigos, nuestra maravillosa [comunidad futura; en SAN SEBASTIAN, sobre la montaña al mar, escribiendo con solitario [placer de los recuerdos libres». «Usted tiene demasiada ansia, no se puede vivir todo, hay [que limitarse.» «Le voy a recetar unas pastillas muy buenas», le dijo el [médico. Al salir de la consulta, el idealista quedó sumamente per[plejo, al mirar en sus bolsillos, había encontrado tres recetas, con la misma fecha, de tres médicos de AVILA, MADRID [y SAN SEBASTIAN.
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Un hombre que vivía en Málaga, y obedecía en toda España, enormemente prolífico y religioso, cuando oía risotadas, sentenciaba: «En la Biblia no existe la risa. Lo he comprobado», y esto, causaba efecto a todas las edades.
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Un cine del siglo veinte, en Argüelles. En la pantalla, un grupo de personas, se van dando la vida, pasándosela en los labios, de unos a otros. Se besan un hombre y una mujer, en el silencio del cine. Después dos mujeres, continuando el silencio. Por último se besan dos hombres, y estallan en las butacas las risas y protestas. Al salir de la puerta del cine, de repente todos se van sintiendo sin aliento, y se hincan de rodillas, ante la mirada atónita de los pa[seantes. Por una intuición, comienzan a besarse unos a otros, pero varios hombres juntos, murieron por indecisión, llevando en los ojos, sus principios sexuales, más allá de la muerte.
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Un catedrático en Madrid, un hombre de vez en cuando sentimental. Al resumir espléndidamente los programas oficiales, redujo de tal modo, su jornada de trabajo, que pudo, dedicarse por las tardes, a dar en la Universidad, su asignatura: «Las esperanzas de mis amigos». Tuvo tal audiencia, por su apasionamiento, que muchos extranjeros, pedían ser españoles, pero sólo por las tardes. Su intensa entrega, agotándole le hizo morir para la mañana, quedando amontonados sus hábitos, y nadie, excepto su adjunto, notó nada. Años más tarde, murió también para la tarde, sin entierro, ya que, su tumba de las mañanas, permanecía todo el día; tuvo en el recuerdo de muchos, una sustitución maravillosa.
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En el joven Madrid, un psiquiatra escultor. Trataba, al lado de una hermosa fuente urbana, a sus pa[cientes. Entre ellos, destacaba una joven no parecida a nadie, que salía muy confortada de sus sesiones, pero luego, al tener que buscar el dinero para pagarle, recaía. Al repetirse el hecho una y otra vez, él se sintió, muy limitado y humillado, hasta que exclamó: «En vez de pagarme, desde ahora te bañarás en la fuente después de cada sesión». En el instante, de realizarlo por primera vez, él al ver su cuerpo, sintió que era su más maravillosa escultura; desde entonces, ella, sin parecido amoroso con nadie, le hace realizarse plenamente, en sus dos profesiones. .
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Una mañana del Retiro, en la que se iba haciendo cada vez más temprano, un niño, intentaba incorporar a un anciano, muy paciente y sonriente, cada vez, que se deslizaba al suelo. Un joven agarrado a ellos, sólo acertaba, a asir el bastón. Al fondo de la valla, les observaban ya, numerosas personas. En medio, una mujer hermosamente solitaria, quizás ayudaba con su inmóvil belleza. Cada vez, lo intentaban más de prisa, sin parar de caer las hojas, mientras aumentaba la multitud agolpada. Al final, exhaustos, se derrumbaron, cayendo en un profundo sueño. En este momento, llegó a ser tan temprano, que el amanecer, se extinguió: la multitud entró y rodeándolos,
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se fueron durmiendo, casi cubiertos por las hojas: la noche se extinguió, y volvió de nuevo la claridad. Los laboriosos, los ausentes del Retiro, habían recuperado [el día, Así, por la torpeza de un viejecito inútil, se repitió, el único jueves de la historia de España, «festivo», por haberlo soñado en el Retiro.
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Un ventrílocuo, famoso por sus habilidades como tal, y honesto, en una mañana desordenada, se declaró con vocación política. «Quiero ser la voz del pueblo», decía con simplicidad emotiva; provocó las burlas, de gran número de personas, con voz única. «Es además un ventrílocuo espiritual», exclamaban.
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Una tosecita muy débil, sólo eso, frente a los salvajes latigazos de los rayos y el atronador alud de nieve, en la cumbre del Veleta. Así de humilde, respondió a la furia de la Naturaleza, aquel viejo granadino, con movimientos de niño. Había subido a la cumbre, para recordar más de cerca, y convencer a sus antepasados, para pedir todos, por los de abajo. Y bajó sin tablas, con su enorme bufanda dibujándose, mientras se alejaba, al fondo del corredor, de los dormitorios provinciales españoles, donde reposan, los hombres de acción.
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Un hombre ya mayor y afortunado, mientras todos dormían, estaba sentado en su joven butaca. Bastante agotado, le fue entrando la peregrina convicción, de que todos sus encuentros y decisiones felices en su vida, habían sido, estando él de pie. Continuó sentado, sintiéndose muy solo, en el pesado silencio de la noche. De repente, alguien le agarró del brazo, haciéndole dar, un gran respingo, la risa de su nieto, le contagió, se volvió a sentar, lo puso sobre sí, y recordó tanto, deslizándose sobre el filo silencioso de la noche, que fue invadido, por una gran felicidad.
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En Bilbao, no pusieron aquella película, en el cine, al que iban él y ella. No coincidieron, para verla en las butacas, y en la fuerza de las calles bilbaínas, tan ajena a las generaciones, sí, al mismo ritmo, separados, se han cruzado él y ella, todavía jóvenes, innumerables [veces
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Todos los que sonríen, ¡están inmóviles! Los pájaros ¡están suspendidos en su vuelo! ¡No siento mi cuerpo! ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha ocurrido? ¡Oh! ¡ESTO ES UNA FOTO! ¡ESTOY VIVIENDO EN UN CARTEL! «Asturias. Picos de Europa. Junio 1974», cartel de turismo, sobre una valla (en el mismo, un hombre absorto, mira cómo un grupo [sonriente, contempla el vuelo de una paloma). Al fondo del cartel y de la valla, los picos nevados, majestuosamente calmos.
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En Vigo, un hombre, ya con barbas blancas, corría con ridículo apresuramiento, para su edad; preguntado varias veces, respondía, siempre sin parar: «Quiero poner a la par, las esperanzas, con mis recuerdos». ¡Que van delante!
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Ă?ndice
PRÓLOGO............................................................................................................................................................ 7 JOAQUÍN DE MOLINA ...........................................................................................................13 ALLÁ ELLOS TAN ENTRAÑABLES................................................................ 15
De repente vivieron juntos en Valencia ......................................17 A la hora del amanecer, ............................................................ 19 Una joven de cara aniñada, ....................................................... 20 Un hombre gozó en Gerona ...................................................... 21 Un arquitecto bailarín................................................................ 22 Un joven ordenado y de plácido futuro ...................................... 23 Sobre la meseta castellana, ....................................................... 24 En el amanecer de Salamanca,.................................................. 25 Un viejo delgadito ..................................................................... 27 Érase una vez, que por toda Galicia ........................................... 28 Había una vez en Málaga........................................................... 29 En una pensión de Valencia,...................................................... 30 Estaba la pareja nocturna de la época, ...................................... 31 En la Barcelona oscura, ............................................................. 33 Érase una vez ............................................................................ 35 Adán español dormía y dormía, ................................................ 36 En una ocasión, un andaluz ignorante y encarcelado, .................37 Un enanito, indispensable en un país......................................... 39 En Toledo hubo un hombre soñador ......................................... 41 Sucedió, .................................................................................... 42 En Lequeitio.............................................................................. 43
De vez en cuando, ..................................................................... 45 Sobre el mar,............................................................................. 46 Aquel pelirrojo, de mirada furtiva,............................................. 47 Un juicioso calvo de Salamanca, ................................................ 48 En un instante silencioso, .......................................................... 49 Una menuda moribunda, .......................................................... 50 Hubo en Valladolid .................................................................... 53 En Zaragoza, una delicada mujer, ............................................. 54 En una ocasión, el hombrecillo .................................................. 55 Una noche nevada,.................................................................... 56 A un hombre de Logroño, ......................................................... 57 Érase una vez el amigo tímido, .................................................. 59 En Barcelona,............................................................................ 60 En Salamanca, un solitario catedrático, .................................... 61 Cerca de Santander, .................................................................. 63 A un zaragozano, para el que todo ............................................ 64 Habían reunido ......................................................................... 65 Un ciego de Palencia, ................................................................ 67 1750. Se encuentran por primera vez en Zamora y Alicante........ 68 El único hombre triple de España, ............................................. 70 Eran muchos más que entonces, ................................................71 A corta distancia de cualquier lugar de España, ......................... 72 Un emigrante de ojos presurosos, ..............................................73 Unos osos surgidos del bosque antiguo, .................................... 74 Debajo de una mesa colosal, ..................................................... 75 Un hombre responsablemente solitario, ................................... 76 Sucedió ......................................................................................77 Un hombre vasco de mirada fija ................................................ 78 Un hombre siempre de Zaragoza, ............................................. 79 Hubo un pueblo español, tierra adentro, ................................... 80
En Lérida .................................................................................. 81 Érase un vagabundo olvidable por todo, ................................... 82 Un hombre que amaba los cipreses y, la resignación, ................ 83 Un joven al borde del Urumea, a la altura de Astigarraga, ......... 85 Nunca hasta entonces, se había llenado tanto, .......................... 86 En una zona de viejísimos y venerables vinos españoles, ........... 87 En San Sebastián hace mucho tiempo, ..................................... 88 Un pueblo de Badajoz, .............................................................. 89 Un grupo de candorosos rusos, vinieron a casi toda España,...... 90 Una bella joven madrileña, siempre enfermera ......................... 91 España y un hombrecito tan casado como apático .................... 93 I ................................................................................................ 94 II .............................................................................................. 95 Un grupo de amigos de la música, ............................................. 98 Un idealista de permiso, ............................................................ 99 Un hombre que vivía en Málaga, ............................................. 100 Un cine del siglo veinte en Argüelles.........................................101 Un catedrático en Madrid, ....................................................... 102 En el joven Madrid, un psiquiatra escultor, ...............................103 Una mañana del Retiro,........................................................... 104 Un ventrílocuo famoso por sus habilidades...............................107 Una tosecita muy débil,........................................................... 109 Un hombre ya mayor y afortunado,.......................................... 111 En Bilbao, ................................................................................112 Todos los que sonríen, ............................................................. 113 En Vigo, un hombre, ya con barbas blancas,............................. 115
Este libro (e-book) se terminó de editar al cuidado de Alacena Roja ─ Edición Digital ─ en Ceutí, 15 de Abril de 2013
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