VOLUMEN 23 - CAPÍTULO I
EL FUTURO FORTUNA CHILE - ABR 2013
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EL FUTURO
E
n junio de 1975, se realizó la ceremonia de colocación de la piedra fundamental señalando el inicio de la construcción del Jardín de Infantes Soka de Sapporo. En agosto, se decidió el lema de la escuela: “Crecer fuertes, rectos y sanos”. En otoño, los integrantes del comité preparatorio comenzaron a repartir folletos en varias zonas aledañas para congregar alumnos. Dado que la educación humanística de las Escuelas Soka y la Universidad Soka ya tenía una excelente reputación, había gran interés y expectativa. El 30 de noviembre, se llevó a cabo la ceremonia de terminación del edificio. Ese día, sobre el predio cubierto de nieve fresca, se izó por primera vez la bandera del jardín de infantes; tenía estampado el emblema de las Escuelas Soka en color rojo rodeado por seis hojas verdes de acacia que formaban un copo de nieve simbolizando a Sapporo. El diseño entrañaba la esperanza de que los estudiantes crecieran fuertes, rectos y sanos sin dejarse vencer por el riguroso entorno natural.
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El 2 de diciembre, se llevaron a cabo las pruebas de admisión y al día siguiente se anunciaron los resultados. Fueron aceptados ciento cincuenta y cinco niños que serían distribuidos en una clase para los más pequeños y tres, para los mayorcitos. El jardín de infantes obtuvo su acreditación oficial el 18 de diciembre. Los preparativos para su apertura estaban en la etapa final. En enero de 1976, se fundó el Hoju-kai (Gemas preciosas), un grupo de voluntarios de la localidad que se encargaría de cuidar la escuela. Además del personal del establecimiento y de los padres y tutores, el apoyo de la comunidad es un componente crucial en la creación de un buen entorno educativo. La unión y la cooperación de los vecinos son la base para construir una sociedad sana. La prevención de desastres y delitos, las mejoras comunitarias y la ayuda y asistencia mutuas sólo son posibles cuando existe unión y comprensión entre los integrantes de una comunidad. Para ello, el diálogo es vital. El 26 de marzo, se organizó una ceremonia para celebrar la inauguración del jardín de infantes. Fueron invitadas más de cien personas, incluyendo residentes de la localidad e individuos que se desempeñaban en el ámbito educativo. La amplitud del patio, el luminoso y agradable interior de la escuela y el cuidado que se había puesto en las instalaciones para garantizar la seguridad de los alumnos dejaron impresionados a todos. En cada detalle resplandecía la filosofía de la educación Soka. Las aulas del Jardín de Infantes estaban en la planta baja, a lo largo de un pasillo tan espacioso como el de una escuela primaria. Además de los estantes para zapatos en la entrada, había repisas adicionales en el pasillo para que los niños pudieran cambiarse el calzado a la hora de salir a jugar al patio de recreo. En las aulas, las puertas de los armarios estaban diseñadas para servir también de tablero de anuncios. Como el edificio era de hormigón armado, las paredes y las columnas habían sido cubiertas con material
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acolchado para evitar que los pequeños se lastimaran si chocaban con ellas. Todo había sido diseñado pensando en los alumnos. Quienes habían trabajado en la construcción y los vecinos que se acercaban para visitarlo expresaban cuánto les gustaría que sus hijos estudiaran allí. En su conversación con las maestras, durante la primera visita realizada el 15 de abril de 1976, Shin’ichi Yamamoto dijo, en tono pensativo: —Quiero que este jardín de infantes sea el mejor del Japón y del mundo. El requisito más importante para alcanzar esa condición es asegurar que cada egresado tenga una vida feliz y satisfactoria. El Jardín de Infantes Soka de Sapporo es el punto de partida de la educación Soka, y su objetivo es forjar líderes humanistas en bien del siglo XXI. Miró atentamente a cada una de las docentes y agregó: —Al ser aún jóvenes quizás se sientan inseguras ante la responsabilidad que implica estar a cargo de una clase, pero no se preocupen, pues en el proceso adquirirán experiencia. Por favor, trabajen unidas como si fueran hermanas y disfruten de su labor. “Gozar con los desafíos, es un punto clave en la vida. Todo esfuerzo implica un arduo trabajo y presupone toda clase de dificultades; la clave es no lamentarnos ante las adversidades, sino enfrentarlas con alegría. Ese es el secreto para abrirnos paso hacia la felicidad. Si nuestra única motivación es el sentido del deber, no podemos extraer todas nuestras fuerzas y potencial. Quienes encuentran regocijo en los retos de la vida y se esfuerzan con actitud positiva son imbatibles. Mientras mantengan un espíritu entusiasta, verán crecer fuertes y sanos a sus alumnos. Una de las maestras le preguntó a Shin’ichi cómo debía ser su relación con los educandos. —Ese es un tema muy importante —dijo, mientras asentía con la cabeza. La respuesta fue clara: —No hace falta que se haga planteos complicados. Lo primordial es que los niños le tengan cariño. Si crea una buena relación con sus alumnos, habrá cumplido la mayor
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parte de su misión como educadora. También es importante que les agrade a los padres. Para ello, tiene que ser positiva y alegre, y respetar y cuidar a los pequeños. Jamás debe menospreciarlos por ser niños; la sensibilidad de ellos supera a la de los adultos, y, al igual que éstos, poseen pensamientos y emociones. Luego contó una anécdota. Cierta vez, llevó cerezas al jardín de infantes al que asistía uno de sus hijos. Eran las primeras cerezas de la estación y quería convidar con ellas a los alumnos y a los maestros. Al llegar a la escuela, un integrante del plantel fue a llamar a su pequeño. Como Shin’ichi había estado fuera de Tokio y tenía varios días sin verlo, agradeció el gesto, y aguardó allí. —Pero cuando mi hijo me vio —relató Shin’ichi—, todo lo que dijo fue: ‘¡Ah, pero si sólo es papá!’; y de inmediato se fue donde estaban sus amigos para seguir jugando. Me sentí muy desilusionado. Pero entonces entendí que los niños tienen su propio mundo, y que los adultos no tenemos derecho a irrumpir en él según nuestra conveniencia. “Espero que todas ustedes respeten a sus alumnos y que los traten como iguales y como individuos con su propio carácter. La educación se desarrolla a través de la interacción humana. El estímulo que surge a través de ese proceso es lo que lleva a los niños a crecer. Shin’ichi daba gran importancia al diálogo con los profesores. Los intercambios entre el fundador y el personal son cruciales para transmitir los ideales y los principios educativos de una institución. Shin’ichi Yamamoto le dijo a Kozo Tateno: —Tal vez le preocupe no tener experiencia como director de jardín de infantes y quizás deba enfrentar muchas dificultades, pero, pase lo que pase, siempre asuma con gusto cada desafío, considerándolo parte de su trabajo. Por favor, dé lo mejor de usted y haga florecer aquí todas sus vivencias y esfuerzos. Saque el máximo provecho de sus experiencias pasadas. Su vida hasta ahora ha estado encaminada hacia este preciso objetivo. —Sí, yo también siento así —dijo Tateno con determinación. Luego, en respuesta a la sugerencia de Shin’ichi de plantar árboles el día de la ceremonia de ingreso, agregó: —Quisiéramos sembrar un árbol de cerezo en honor a usted, como fundador. —También plantemos cerezos dedicados a ustedes —propuso Shin’ichi—, uno en honor al Director y otro, a los profesores. Y hagamos lo mismo para los niños. ¿Qué tal si llamamos a éstos: “Cerezo Príncipe” y “Cerezo Princesa”? Y para los padres de los alumnos plantemos el “Cerezo de los Padres” y el “Cerezo de las Madres”. Año tras año, el crecimiento de estos árboles se convertirá en una fuente de esperanza para todos. Plantar árboles es como sembrar sueños. Tateno dijo feliz: —Muchas gracias. Así lo haremos. Seguramente los habitantes de la comunidad también se pondrán muy contentos cuando los cerezos empiecen a florecer. —Sería realmente maravilloso. Por favor, siempre sea atento con los vecinos. Podría, por ejemplo, organizar
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algún evento conmemorativo una vez al año e invitarlos a participar en él. Es importante mantener buenas relaciones con la comunidad. Shin’ichi siguió brindando consejos concretos sobre numerosos temas. Apreciaba mucho el jardín de infantes y estaba profundamente interesado en su futuro crecimiento. Por eso, estaba decidido a no desatender ningún asunto y hacer de cada detalle algo verdaderamente significativo. De allí que en su mente surgía una interminable corriente de ideas y proyectos. Después del intercambio con el plantel del jardín de infantes, Shin’ichi recorrió nuevamente el lugar y, a pedido del director Tateno, le dio nombre al corredor y a otros espacios de la escuela. Al pasillo que llevaba a la sala de juegos lo llamó Túnel del Arco Iris, a la pequeña colina que había en el patio, Colina del Príncipe y la Princesa, y a la pajarera con techo azul que se hallaba en el predio la llamó Pajarera de Todos. También escribió en dos tarjetas decorativas el lema de la escuela —“Crecer fuertes, rectos y sanos”— y la palabra “Sonrisa”, respectivamente. Aguardaba con ansiedad el día siguiente, 16 de abril, fecha en que se realizaría la ceremonia de ingreso en el jardín de infantes.
Estaba parado en la entrada esperando la llegada de los niños, cuando fue divisado por la madre de uno de los alumnos. —¡Sensei! —exclamó la señora acercándose a él con una expresión mezcla de sorpresa y alegría. —Recuerde que hoy los protagonistas son los niños —le dijo Shin’ichi. Y se arrodilló para hablar con el pequeño que estaba junto a su madre. —Gracias por venir. Felicitaciones por tu ingreso en el jardín de infantes. Por favor, conviértete en una excelente persona. Lo abrazó, le palmeó la mejilla y se sacó una foto con él.
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Luego, se sentó en una silla en el vestíbulo y continuó dando la bienvenida a los niños que llegaban. Decidió tomar asiento para poder estar a la misma altura que ellos. Susumu Aota, director general de las Escuelas Soka, emocionado, le dijo al director Tateno: —Hasta este punto llega la consideración del presidente Yamamoto por los alumnos. Ese es el espíritu del fundador. La escena quedó grabada en el corazón de Tateno. Al día siguiente, con el deseo de transmitir ese espíritu, él mismo recibió a los alumnos con una cálida sonrisa en la entrada del establecimiento. Y al final de la jornada los despidió del mismo modo. Siguió haciéndolo cada día, incluso bajo la lluvia y la nieve, convirtiendo ese gesto en una tradición del Jardín de Infantes Soka de Sapporo que aún hoy se mantiene viva. Los niños que habían llegado para la ceremonia de ingreso se reunieron en las aulas mientras los padres esperaban en la sala de juegos, donde se llevaría a cabo el acto. Después de recibir a todos los alumnos, Shin’ichi Yamamoto fue a saludar a los padres. Se dirigió a ellos con profundo respeto y les expresó su sincera gratitud por haber enviado a sus hijos al Jardín de Infantes Soka de Sapporo. Como una humilde muestra de su agradecimiento interpretó para ellos la canción Sakura (Flores de cerezo) en el piano. Luego, los niños ingresaron en fila con las manos en los hombros de quien tenían delante, de modo de no salirse de la hilera. Caminaban lentamente y lucían tensos. La escena era más bien sombría. Shin’ichi le pidió a una responsable de la División Juvenil Femenina que sabía tocar el piano que interpretara alguna canción. Comenzó a escucharse la melodía de la tonada infantil Musunde Hiraite (Abran y cierren las manos). Los padres empezaron a batir palmas y los niños, a avanzar sonrientes al ritmo de la música. De repente, el ambiente se volvió alegre y festivo. No sólo en la educación, sino en todos los ámbitos es crucial tener la capacidad de reaccionar adecuadamente según las circunstancias e imprevistos. No se puede esperar que en la práctica todo funcione tal cual se ha planeado. Saber actuar rápidamente conforme a las condiciones es primordial; la adaptabilidad es producto de la sabiduría y del sentido de responsabilidad. Shin’ichi salió de la sala y se paró cerca de la puerta para saludar a los niños a medida que ingresaban. Volvió a entrar con el alumno que cerraba la fila y se sentó en la última hilera de sillas reservadas para los pequeños. Tal vez, como fundador de la escuela, hubiera sido más apropiado que se sentara mirando a los padres y a los alumnos, pero Shin’ichi eligió no hacerlo. Era su modo de transmitir a los niños que, junto con sus padres, velaría por ellos toda la vida. Confiaba en que algún día comprenderían sus sentimientos. El educador indonesio Ki Hajar Dewantara (18891959) señaló que la labor del maestro consistía en ejercer una influencia positiva a la vez que se daba apoyo en las sombras.1 Con los niños ya relajados tras haberse movido al ritmo de la canción Musunde Hiraite, comenzó la primera ceremonia de ingreso del Jardín de Infantes Soka de Sapporo.
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El acto se inició con las palabras del director Tateno. —¡Hola todos! —exclamó. Los niños contestaron con energía explosiva: —¡Hola! Luego de expresar cuán feliz lo hacía el poder celebrar esa primera ceremonia de ingreso en presencia del fundador, pasó a presentar a las maestras y a los empleados. Manifestó su deseo de hacer del Jardín de Infantes Soka de Sapporo una escuela ideal que llevara a la práctica el lema “Crecer fuertes, rectos y sanos”. Luego, Susumu Aota, director general de las Escuelas Soka, entregó certificados de agradecimiento y obsequios conmemorativos a quienes habían trabajado y contribuido desinteresadamente con miras a la inauguración del Jardín de Infantes. Señaló que cuando llegara el siglo XXI, los integrantes de la primera promoción tendrían alrededor de treinta años, y explicó que el Jardín de Infantes Soka de Sapporo había sido establecido con el objetivo de forjar líderes capaces de llevar sobre sus hombros el siglo venidero y de construir una sociedad pacífica. Al dirigir la mirada hacia el futuro, las alas de la esperanza se despliegan en toda su amplitud. La educación —la labor de construir el mañana— es una empresa colmada de expectativas. En ese momento, una niña empezó a llorar. Shin’ichi fue de inmediato a su lado, la cargó, la sentó en su regazo y le dio jugo. Fue una ceremonia muy agitada. Criar niños es una tarea ardua. Pero la alegría de la educación se halla en el constante esfuerzo para mejorar y avanzar con un firme ideal, mientras se batalla en medio de la realidad cotidiana. Aota concluyó rápidamente sus palabras: —En adelante debemos asumir el serio compromiso de hacer que esta institución se desarrolle. Apelo a las maestras y a los padres para que se unan y juntos construyan una excelente tradición que se convierta en el espíritu primordial del Jardín de Infantes Soka de Sapporo. Para finalizar, en nombre de Shin’ichi, se entregaron sendos ramos de flores a dos alumnos que representaban a la clase para los más pequeños y a las clases para los mayorcitos, respectivamente. Era encantador verlos sonreír tímidamente mientras sostenían los ramos que eran casi del mismo tamaño que ellos. Tras la ceremonia de ingreso, los alumnos se tomaron fotos conmemorativas con Shin’ichi Yamamoto. Los niños fueron sentados en cuatro hileras. La sesión con el primer grupo se realizó sin grandes complicaciones. Pero al segundo grupo le llevó algo más de tiempo ubicarse en los asientos. Cuando finalmente todos estaban listos, una niña empezó a llorar. Shin’ichi la consoló y la sentó en sus rodillas. En el momento en que el fotógrafo se disponía a actuar, otro niño exclamó que tenía que ir al baño. La madre corrió presurosa para llevarlo. Mientras todos esperaban que volviera, la pequeña en el regazo de Shin’ichi dejó de llorar, se bajó y trató de caminar. Él la sujetó abrazándola. Justo en ese momento se escuchó el disparador de la cámara y de inmediato alguien gritó desde la entrada: “¡Falta el niño del baño!”. Todos estallaron en risas.
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Cuando terminó la bulliciosa sesión fotográfica, los pequeños empezaron a salir de la sala de juegos rumbo a sus aulas, pero esto desembocó en una gran confusión. Algunos se salieron de la fila y terminaron sin saber a dónde ir; pronto el vestíbulo estaba lleno de niños alborotados. Shin’ichi sintió que tenía que hacer algo y tomó el micrófono. —¿Quién pertenece a la Clase Rosa? —preguntó—. Bueno, vengan por aquí. Ahora, caminemos todos en línea recta. Bien. ¡Los estudiantes de la Clase Girasol dónde están? Por favor, levanten la mano. —¡Aquí! —gritó otro grupo de alumnos. —Muy bien. Ahora, por favor, pónganse en una sola fila. Al observar esto, Susumu Aota pensó: “Cuando ocurre algo imprevisto, no importa cuál sea nuestra posición, debemos actuar de inmediato y no quedarnos con los brazos cruzados contemplando lo que sucede. Esto es lo que el presidente Yamamoto nos está enseñando a los encargados de las escuelas Soka, a través de su propio ejemplo”. Y también empezó a indicar a los niños hacia dónde debían dirigirse. La iniciativa de Shin’ichi se convirtió así en una importante lección para los adultos. Después de haber sido ubicados en sus respectivas aulas, los alumnos se juntaron nuevamente en el patio para participar en la ceremonia de plantación de árboles. Shin’ichi y los niños, asiendo juntos la misma pala, ayudaron a plantar el Cerezo Príncipe y el Cerezo Princesa, mientras que representantes de los padres y tutores se encargaron del Cerezo de los Padres y del Cerezo de las Madres. Sobre ellos, ondeaban los gallardetes con forma de carpa que habían sido izados en el patio de la escuela. Luego de finalizados todos los actos del día, los niños y sus progenitores se tomaron fotos junto a un letrero en la
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entrada que decía: “Felicitaciones por tu ingreso al jardín de infantes”. También lo hicieron junto al transporte escolar, un ómnibus color crema que tenía pintados conejos, elefantes, monos, jirafas, ardillas y otros animales. Los niños se acercaban, tocaban los dibujos y se asomaban por la puerta para ver el interior del vehículo. Parecían fascinados. Shin’ichi le preguntó al director Kozo Tateno: —¿Se usará hoy? —Empezará a funcionar mañana por la mañana, para traer a los niños. —Ya veo. Los pequeños parecen tan interesados en él… ¿Sería posible dar una vuelta de prueba? Yo los acompañaré. —¿Lo haría! —exclamó Tateno. Shin’ichi asintió. El Director sonrió y anunció a los alumnos: —Hoy, Yamamoto Sensei irá en el ómnibus con ustedes y los dejará en sus casas. Los niños y los padres lanzaron vivas. Shin’ichi deseaba comprobar personalmente las condiciones en las cuales se llevaría a cabo el traslado de los pequeños. Sabía que no podría velar por su bienestar, a menos que estuviera al tanto de detalles como qué ruta seguiría el ómnibus, cuánto tiempo insumiría el recorrido, y si el ascenso y descenso de los pasajeros se realizaría de manera segura. No descuidó el más mínimo detalle. Era muy consciente de que un simple descuido podía llevar a graves accidentes. El genuino sentido de responsabilidad se refleja en esa postura de atención a pormenores que nadie tomaría en cuenta, con el afán de asegurar que todo se desarrolle exitosamente y sin percances.
El ómnibus del Jardín de Infantes estaba programado para realizar tres recorridos de aproximadamente cuarenta a cincuenta minutos de duración. En cada ruta se habían
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fijado varias paradas donde dejar y recoger a los niños. Ese día, se decidió hacer sólo uno de los recorridos. Los niños se sentaron alrededor de Shin’ichi, y cuando el vehículo empezó a andar, éste les propuso: —Cantemos Musunde Hiraite. —Está bien —contestaron todos y empezaron a entonar la melodía. Para cuando terminaron, ya estaban rebosantes de ánimo. —¡Ahora juguemos a las adivinanzas! —sugirió alguien. Shin’ichi asintió. —¡Hurra! —exclamó el pequeño—. Empiezo yo. ¿Qué tiene alas grandes que se mueven hacia arriba y hacia abajo? —¿Una mariposa? —contestó Shin’ichi. —¡Sí! Cada vez que llegaban a una parada, Shin’ichi despedía a los niños diciéndoles: —¡Adiós, nos vemos mañana! —y los saludaba agitando las manos. —¡Gracias, Yamamoto Sensei! ¡Adiós! —contestaban felices, mientras sus madres los llevaban de la mano rumbo a casa. Cuando el ómnibus paró en un semáforo, se escuchó un sonido ahogado y el motor se apagó. El conductor giró la llave de encendido varias veces, pero sin éxito. Detrás, empezó a formarse una larga fila de vehículos. El joven conductor se puso pálido, bajó y verificó el estado de la batería. Para impedir que los niños se asustaran, Shin’ichi continuó proponiendo adivinanzas y otros juegos. Las madres, al ver su calma, se sintieron tranquilas. Sonriendo, éste les dijo: —En el hogar, cuando ocurre algún imprevisto, si la madre permanece serena y relajada, los niños se sienten seguros. Tener esa clase de entereza es un reflejo de su amor y también la manera de brindarles protección. El conductor descubrió que uno de los electrodos se había soltado de la batería. Lo conectó nuevamente; y al girar la llave de encendido, el motor arrancó sin dificultad. Había venido probando el ómnibus desde hacía diez días, recorriendo las rutas varias veces y confirmando los puntos en que debía recoger y dejar a los niños. Como en todo ese tiempo el motor jamás se había apagado, ese día se descuidó y no revisó el vehículo. Sólo porque algo ha funcionado bien hasta ahora, no significa que hoy también lo hará. La clave para evitar cualquier accidente es realizar un control diario, previendo toda eventualidad. Ya en la escuela, el joven chofer fue a la oficina del personal docente donde estaba Shin’ichi para disculparse. Complacido por su sincera actitud y genuina preocupación, éste le dijo: —Lo primordial es la seguridad. Jamás debe caer en la negligencia. Establezca reglas para garantizar que todo marche sin contratiempos y aténgase a ellas rigurosamente. Mañana voy a ir otra vez para acompañar a los alumnos de los otros dos recorridos. ¡Cuento con usted!
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“Tengo la convicción de que esos niños convertirán el siglo XXI en un fértil campo de dicha y de paz. Estoy decidido a cuidar esas preciosas semillas hasta que, como sanos retoños, den paso a maravillosos árboles de insuperable fortaleza. El conductor tomó conciencia de cuán profundos eran el amor y la preocupación de Shin’ichi por los alumnos. Justo ese día, en el mirador que se encontraba en la cercana colina de Hitsujigaoka, se inauguró una estatua de William Clark (1826-1886), el primer subdirector del Instituto de Agricultura de Sapporo (actual Universidad de Hokkaido), en honor a las contribuciones que el educador estadounidense había hecho a Hokkaido. Después del regreso de Clark a los Estados Unidos, uno de sus estudiantes le escribió una carta en la que decía: “Las semillas que sembró aquí han empezado a germinar muy bien. Sin duda darán buenos frutos cuando llegue el momento apropiado”2. Shin’ichi tenía la certeza de que los alumnos del Jardín de Infantes Soka de Sapporo también darían excelentes frutos con el tiempo. El día siguiente a la ceremonia de ingreso, por todo el establecimiento resonaban las agudas voces infantiles. Shin’ichi Yamamoto, que se disponía a visitar las aulas, le dijo al director Kozo Tateno en el vestíbulo: —¡Qué animado! Es maravilloso que los niños rebosen de tan bulliciosa energía. Así impregnan de vitalidad a quienes están a su alrededor. Me recuerda la fábula del rey Rinda que se cita en el Gosho. Cuando los familiares y vecinos escuchan las vivaces voces de los pequeños, se sienten revitalizados e invadidos por un sentimiento de ternura que los impulsa a protegerlos. Esto se convierte en una fuerza que funciona en bien del crecimiento y la prosperidad de la sociedad. En uno de sus escritos, Nichiren Daishonin señala que el rey Rinda cobraba vigor cuando escuchaba el relincho de caballos blancos. Éstos, a su vez, sólo relinchaban cuando veían cisnes blancos.3
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Shin’ichi visitó primero el aula de los más pequeños, la Clase Rosa. Después de contarles que había preparado pasteles y jugo para convidarlos, dijo: —Ahora, permítanme hacerles una pregunta: ¿cuál es el nombre de su maestra? —¡Profesora Kondo! —respondieron todos al unísono. —Correcto. ¿Sabían que la profesora Kondo es la mejor maestra del mundo? Son muy afortunados. Por favor, siempre escuchen atentamente lo que les diga. Yo también cuidaré de ustedes hasta que crezcan y se conviertan en excelentes individuos. Del mismo modo, recorrió las otras tres aulas y alabó a las maestras frente a los alumnos. Estaba haciendo, a su manera, todo lo que podía para infundir confianza en las jóvenes docentes y asegurarse de que los pequeños les tomaran cariño. Ese día, al regresar a casa, uno de los niños le dijo a su madre: —Mamá, nuestra maestra es la mejor del mundo. ¡Soy muy afortunado! Podría decirse que la esencia de la educación humanística está en inculcar el respeto por los demás. Como escribió la autora británica, precursora de los derechos de la mujer, Mary Wollstonecraft (1759-1797): “La base de todo sentimiento noble es el respeto por la humanidad, como humanidad”4. Llegó la hora de que los niños retornaran a sus hogares. Ese día, Shin’ichi acompañaría a los que realizarían los recorridos segundo y tercero. Una de las maestras estaba verificando los nombres y los rostros de quienes integraban el segundo grupo, cuando se percató de que faltaba una niña. Shin’ichi fue a buscarla y descubrió a la pequeña parada en la puerta de entrada sin saber a dónde ir. —Vayamos al ómnibus con tus compañeritos —le dijo, tomándola de la mano. Ya en el vehículo, pasó el micrófono entre los pequeños, que empezaron a cantar tonadas infantiles y temas de sus programas de televisión favoritos. Era como un viaje de excursión. Shin’ichi se les unió. También jugaron a las adivinanzas. Cuando el ómnibus volvió al jardín de infantes, subieron los del tercer recorrido. Shin’ichi fue con ellos y disfrutó de otro agradable momento con los pequeños. Estaban bastante retrasados, debido al tiempo que había llevado confirmar los nombres de los alumnos en cada parada. Algunas madres habían estado esperando cerca de media hora. Shin’ichi lamentó mucho el inconveniente y pensó que tal vez sería necesario reconsiderar el horario del transporte escolar. Al despedir a los niños, verificaba cuidadosamente la intensidad del tráfico y la seguridad alrededor de cada parada. Entre lo ideado y la realidad siempre surgen discrepancias. Por eso, es esencial ir al lugar de los hechos y comprobar la factibilidad del plan que se haya trazado. Shin’ichi siempre había obrado así. Cuando se pone en práctica un plan basado en teorías abstractas, los resultados
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no siempre serán los esperados y es posible que surjan problemas. En algunos casos esto, incluso, puede derivar en accidentes. Por eso, es vital formular los planes en base a las condiciones reales, y someterlos reiteradas veces a un minucioso proceso de verificación. Esa tarde, después de despedir a los niños en el ómnibus, Shin’ichi Yamamoto asistió a la reunión que se celebraba para conmemorar el vigésimo aniversario del establecimiento del cabildo Sapporo. Luego, volvió al jardín de infantes para dialogar con los docentes y los empleados. En esa oportunidad, los instó a compartir cualquier solicitud que tuviesen; una de las docentes expresó el deseo de que le pusiera un nombre al transporte escolar.
—Decidámoslo juntos —propuso Shin’ichi—. Por favor, escriban ahora mismo las sugerencias que tengan. Leyó la lista que le entregaron y dijo: —Llamémoslo “Esperanza”. Todos aplaudieron. —Si tienen algún otro pedido, por favor, sientan la libertad de decírmelo. Haré todo lo que esté a mi alcance para apoyarlos, a ustedes y a los alumnos. Aunque quizás solo pueda satisfacer una mínima parte de sus necesidades, sepan que este es mi sentir. Todos asintieron en silencio. Tras haber observado sus acciones desde el día anterior a la ceremonia de ingreso, eran más que conscientes de los sentimientos de Shin’ichi. El director Kozo Tateno pensó: “Como docentes, debemos ser capaces de transmitir a los niños ese espíritu del fundador y educarlos para que puedan percibirlo por sí mismos”. El primer paso en la educación humanística es forjar niños capaces de comprender el sentimiento ajeno. De un corazón sensible nacen el agradecimiento, la alegría y la satisfacción. Un corazón fuerte y generoso es capaz de construir su propia felicidad. No se puede hablar de verdadera educación sin forjar el corazón de las personas.
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Al día siguiente, 18 de abril, Shin’ichi volvía a Tokio. Era domingo, así que el jardín de infantes estaba cerrado. Antes de partir, le dijo al director Tateno y a los demás empleados: —Mañana, si los niños preguntan por mí, díganles que tuve que regresar a Tokio por asuntos urgentes, pero que les dejo muchos saludos. Le preocupaba entristecer a los pequeños con su ausencia. Después de volver a Tokio, Shin’ichi les envió a los alumnos del jardín de infantes una pareja de faisanes Lady Amherst. La cabeza del macho era de color verde y la adornaba una cresta roja. En el cuello, las plumas eran blancas con festones azul oscuro. La hembra era marrón y su tamaño se aproximaba a la mitad del macho. A principios de junio, también les envió un faisán dorado. Se trataba de un ave impresionante cuyo pico y cresta parecían de oro. A Shin’ichi le hacía muy feliz imaginar cómo disfrutarían los niños observando estos animales, con sus ojitos brillándoles de curiosidad. El 20 de junio, se realizó el primer encuentro deportivo del jardín de infantes. Ese día se inauguraron dos monumentos de piedra en el establecimiento; en uno estaba inscrita la palabra “Educación” con la caligrafía de Tsunesaburo Makiguchi, creador del sistema pedagógico Soka; en el otro, el lema de la escuela: “Crecer fuertes, rectos y sanos”, con la caligrafía de Shin’ichi. Los niños habían aprendido a recitar de memoria este lema. Mediante ese esfuerzo se les estaba proporcionando un ideal o guía que les permitiera cultivar un espíritu invencible frente a los desafíos de la existencia, discernir lo correcto de lo incorrecto y forjar una personalidad alegre y positiva. Las pautas de vida adquiridas en la infancia son la base sobre la cual se va formando la personalidad. Una de las principales metas de la educación preescolar es proveer dichas guías. La siguiente visita de Shin’ichi al Jardín de Infantes Soka de Sapporo fue el 26 de octubre de 1976. —¡Sensei está aquí! —exclamaron los niños. Al verlo llegar en auto pasado el mediodía, los pequeños brincaron y corrieron hacia él. Shin’ichi los abrazó y les acarició las mejillas, feliz de volver a verlos. Ese día, se realizó una fiesta para los alumnos que cumplían años en octubre. Cada clase presentó diversas actuaciones, incluyendo bailes de la India y la China, e interpretaciones musicales en xilófono y melódica. Shin’ichi no pudo ocultar su alegría al ver cuánto habían crecido y aprendido en apenas medio año. Los niños también le obsequiaron una guirnalda hawaiana que habían hecho de todo corazón para conmemorar la visita. Al final de la fiesta de cumpleaños todos entonaron la canción del Jardín de Infantes Soka de Sapporo, que había sido estrenada en mayo. Las dulces voces infantiles acompañadas por el piano se escucharon en toda la sala: Un techo azul en la colina Hitsujigaoka, los pájaros cantan alegremente mientras el cerezo contempla apacible desde lo alto el esplendoroso camino del príncipe y la princesa.
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Shin’ichi Yamamoto se les unió mientras observaba sonriente a esos encantadores “príncipes y princesas” que, con las bocas bien abiertas, ponían toda su energía en la canción de su escuela.
como en su propia casa, protéjanlo y cuídenlo de por vida. Siempre estoy orando por la felicidad de todos ustedes’.
El Túnel del Arco Iris, el Reloj de Flores… Llenos de grandes sueños prometemos, Sensei, crecer fuertes, rectos y sanos. Cuando terminaron, Shin’ichi tomó el micrófono y dijo: —Me hace muy feliz ver lo bien que se están y cuánto han crecido. Tocaron y cantaron muy bien. Este jardín de infantes tiene los mejores alumnos del Japón y del mundo. Espero que cada uno de ustedes sea dichoso sin falta. Todos tienen derecho a la felicidad. “Desde el año que viene, tendrán muchos hermanos y hermanas menores. Por favor, sean obedientes con sus maestras y llévense bien con sus nuevos compañeros. “Ya sea que haga frío o calor, que nieve o que no les guste algo, sean perseverantes y no se dejen vencer. Forjen amistades de por vida con sus compañeros. “El 3 de noviembre habrá una ceremonia para celebrar el inicio de la construcción de una escuela primaria en Tokio. Una vez terminada, tendremos un jardín de infantes, una escuela primaria, escuelas de segunda enseñanza básica y superior, una universidad e institutos de posgrado. Dispondremos del mejor sistema educativo integral. “Vendré nuevamente para encontrarme con ustedes. Por favor, envíenles mis saludos a sus familiares. Esa tarde, recorrió las aulas con el principal Kozo Tateno. En ellas se exhibían las obras de arte de los niños, por ejemplo los dibujos de una visita al zoológico. Shin’ichi se sentó en una de las sillitas y empezó a conversar con las maestras. Miró detenidamente los álbumes que éstas habían preparado con fotografías del primer “Festival de los Niños del Futuro”, de la excursión de otoño y de otras actividades. A través de esas imágenes pudo apreciar el crecimiento que habían experimentado los niños. Luego de preguntar qué día terminarían las clases en diciembre, agregó: —Me gustaría obsequiar a cada alumno un ejemplar del cuento infantil que escribí, El árbol de cerezo, como regalo de Año Nuevo. Me encargaré de tenerlos listos a tiempo para el último día de clase. Con todo el trabajo que debían realizar diariamente, los empleados del jardín de infantes ni siquiera habían tenido tiempo de pensar en cómo celebrar el Año Nuevo de los pequeños. Les impresionó ver cómo Shin’ichi jamás dejaba de pensar en los alumnos a pesar de los incontables compromisos que tenía como presidente de la Soka Gakkai. Al final de la conversación, Tateno dijo: —Como partirá hoy, me pregunto si podría dejar un mensaje para los niños. Shin’ichi asintió: —Por favor, transmítales lo siguiente: ‘Durante mi ausencia, les confío el jardín de infantes. Piensen en él
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Para los presentes fue una verdadera sorpresa escucharlo instar a los pequeños a proteger y cuidar su escuela. Cuando las personas toman conciencia de su misión pueden desarrollarse. Shin’ichi trataba a los niños como a iguales y quería que asumieran el mismo compromiso que él, como fundador. Quería sembrar en ellos la semilla de una clara misión en la vida, porque tenía la convicción de que esa era la clave de la educación. En marzo de 1977 se realizó la primera ceremonia de graduación del Jardín de Infantes Soka de Sapporo, y en abril, la segunda ceremonia de ingreso. Aunque Shin’ichi Yamamoto no pudo asistir a estos actos, envió sendos mensajes de felicitación a los alumnos. Ese año, la cantidad de grupos aumentó a seis, dos correspondían a los niños más pequeños y cuatro a los más grandes. Shin’ichi fue a la escuela en septiembre para encontrarse con ellos y participar en la fiesta para los alumnos que cumplían años ese mes. En abril de 1978, se realizó la tercera ceremonia de ingreso y, también para esa ocasión, Shin’ichi envió un mensaje. En él, les pidió a los niños que le prometieran tres cosas: 1) aprender a ser independientes; 2) llevarse bien con sus compañeros y 3) saludar con alegría y entusiasmo a los demás. A partir de 1978, el alumnado se distribuyó así: dos grupos de los más pequeños y seis de los mayores; era el doble de la cantidad con que había empezado el jardín de infantes. Ese año, Shin’ichi permaneció en Hokkaido desde el 8 hasta el 23 de junio; el 12, participó en una conferencia con los empleados de la escuela, en Sapporo. Luego, visitó el establecimiento el 20 de junio. Durante esta cuarta visita, se tomó fotos conmemorativas con los alumnos. Al acercarse, un montón de manos menuditas se extendieron hacia él. “¡Gracias!” “¡Cuídense mucho!” les decía Shin’ichi,
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mientras estrechaba las que llegaban a su alcance. Al final de las sesiones fotográficas, un representante del alumnado le obsequió un ramo de flores. Luego, descubrieron juntos una enorme placa en la que estaba inscrita la canción del jardín de infantes. Durante el acto, después de interpretar la canción, los alumnos recitaron las “tres promesas” que le habían hecho a Shin’ichi. Hacían esto en clase todos los días después de saludar a sus maestras. Las promesas son las semillas del crecimiento. Asumir un compromiso y esforzarse diariamente para cumplirlo conduce al desarrollo personal. “Quienes tienen esperanza en el futuro son felices. Quienes se esfuerzan por un mañana mejor disfrutan de una vigorosa fuerza vital. ¡Remonten vuelo hacia un futuro brillante, en bien de la paz y la victoria de la humanidad!” Esta era la expectativa de Shin’ichi y el llamado que siempre hacía en su corazón a los alumnos y egresados del Jardín de Infantes Soka de Sapporo. Con su apretada agenda, no tenía muchas oportunidades de ir al Jardín de Infantes. Su quinta visita fue en junio de 1982; la sexta, en julio de 1990; la séptima, en agosto de 1991; la octava, en agosto de 1992 y la novena, en agosto de 1994. Aun así jamás dejó de preocuparse por los asuntos de la escuela. Para las ceremonias de ingreso y graduación enviaba mensajes que escribía pensando en los alumnos. Y en cada oportunidad que tenía, les enviaba tarjetas y artesanías que traía de sus viajes por el mundo, así como útiles escolares y muñecos de felpa. Lo hacía con el sincero deseo de que su corazón llegara a los niños. Las maestras, por igual, se dedicaron con esmero a su labor decididas a abrir el camino de la educación preescolar Soka. Leían asiduamente el Soka Kyoikugaku Taikei (Sistema pedagógico para la creación de valores) del fundador de la educación Soka, Tsunesaburo Makiguchi, y el Ningen Kyoiku no Shishin (Principios de la educación humanística) escrito por Shin’ichi. A fin de hacer realidad el lema “Crecer fuertes, rectos y sanos”, estudiaron e investigaron métodos que les permitieran ofrecer una educación que respetara el potencial ilimitado de cada niño y los ayudara a adquirir autonomía y confianza en sí mismos. Para lograr esto, ante todo, es importante inculcar en los pequeños buenas costumbres que les sirvan como base en la vida. Por eso, las maestras se esforzaban en hacer que los alumnos asumieran las tres promesas de: 1) aprender a ser independientes; 2) llevarse bien con sus compañeros y 3) saludar con alegría y entusiasmo a los demás. Para enseñar los fundamentos de algo se necesita perseverancia. Es un trabajo arduo y exigente que con frecuencia pasa inadvertido, pero que es la clave para un futuro desarrollo.
NOTAS 1 Véase Tamaela, M.J.: Tamansiswa 30 Tahun, 1922-1952, Indonesia, Yogyakarta: Percetakan Tamansiswa, 1981, pág. 67. 2 Véase Clark, William: Kuraku no Tegami (Correspondencia de W.S. Clark y sus estudiantes japoneses), editado y traducido al japonés por Masahiko Sato, Naoki Onishi y Hideshi Seki, Sapporo: Hokkaido Shuppan Kikaku Senta, 1986, pág. 267. 3 Véase Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 1030. 4 Véase Wollstonecraft, Mary: A vindication of the Rights of Woman: With Strictures on Political and Moral Subjects (Vindicación de los derechos de la mujer), Londres: J. Johnson, 1976, pág. 282.
... Continuará.
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