RELATOS DE VERANO 2013 Muchas son las personas que acuden a lo largo del año a la Biblioteca Pública de Albacete: unos buscan fantasía, otros información, otros estudiar…. Y hay quienes encuentran en la Biblioteca un lugar, o un motivo de inspiración, para poder escribir. Son escritores. Son NUESTROS escritores, porque escribir es una voluntad, no un don ni un momento de inspiración pasajera. Y los relatos que forman esta “serie” tienen esa determinación. Tienen, en definitiva, algo que contar. Y lo cuentan. Los relatos que te ofrecemos en las próximas semanas no están escritos por autores que puedan consultarse en una Biblioteca: son lectores que, por esta vez, han cambiado la afición de leer páginas por la de escribirlas. Para la Biblioteca de Albacete es un placer ser mucho más que el lugar donde se guardan los libros: queremos contribuir a ese inmenso patrimonio cultural que es una biblioteca con la vida de quienes nos visitan y nos dan la razón de ser. Añadiendo su obra. Suyo es el mérito, nosotros sólo ponemos la intención y los medios. A lo largo del verano y el otoño te ofrecemos el fruto de quienes, con su silencioso trasiego, habitan esta biblioteca. Estás invitado a pasar a leer, estudiar, investigar y… escribir. Disfrútalo.
MI FANTASMA Luciano Arechederrra Al despertar, una sensación extraña me alertó, acortando el tiempo que normalmente me concedía para espabilarme. No me encontraba tranquilo, y el hecho de que no hubiera razón para ello, me desazonaba más aún. No me sentía mal, y mi cuerpo reaccionaba con la pereza acostumbrada. Al girar sobre mí mismo para evitar la claridad que me saludaba desde la ventana, la extrañeza se recrudeció al intuir que el edredón del lado de la cama que no había utilizado parecía aplastado, marcando la silueta de un cuerpo tan grande y pesado como el mío. “¿Cómo es que no me he dado cuenta que me he movido tanto esta noche? He debido de dormir en el otro lado de la cama y sin embargo he amanecido en el mío. No me había pasado nunca”. Me levanté y fui al cuarto de baño. Al lavarme los dientes el aturdimiento se acrecentó. “¿Porqué si me los lavo con la derecha mi imagen se los lava con la izquierda?” Sospechando que mi desconcierto se debía a que continuaba más dormido de lo normal, y pensando que la ducha terminaría por reanimarme, lo hice con agua algo más fría de lo acostumbrado, pero el efecto que producía al caer sobre la
espalda, era el de un reconfortante masaje. Sin embargo, al girarme para que me mojara la cara y el pecho, caía mansamente, sin dar pie a pensar que algo raro estaba sucediendo. Inconscientemente volví a girarme, y el masaje reaparecía, de arriba abajo, recorriendo toda la columna. Me sequé lentamente, lamentando y achacando mi estado al par de porros que, en recuerdo de Yolanda (más bien en recuerdo de su ausencia), (“¿por qué lo dejamos? ¿tan difícil es la convivencia?”) fumé la noche anterior acompañando de buenos tragos de “Cardhu”. Nunca esa combinación me había afectado tanto, y menos tanto tiempo después. “¿Será le edad?", me pregunté. No conseguía serenarme. Al peinarme marcando la raya a la izquierda, ¿por qué en el espejo aparecía a la derecha?. No controlaba mi cuerpo y mis percepciones se estaban alterando sin previo aviso. Respiré hondo, y tratando de controlarme y prometiéndome tener más cuidado con la maría, fui a desayunar. El descafeinado me tranquilizó, y las noticias de la tele hicieron que me olvidara de lo vivido. Sin dilación, y llevándome la taza a la habitación (eso no era raro; una de mis malas costumbres era mal desayunar), hice la cama –estirando el edredón y haciendo desaparecer la silueta imaginaria-, me vestí, y marché a trabajar. Decidí ir a pié, agradeciendo el frescor matutino en la cara, enfriando, no solo la nariz, sino también el agitado ánimo. Éste sí me vigorizó. Noté que el cuerpo -¡por fin!- volvía a ser el de siempre, y me reconcilié conmigo mismo. Ya me sentía con fuerzas para afrontar otro día de tensiones laborales. A primera hora, como era costumbre, en una breve reunión
organicé las tareas del equipo. Mis colaboradores eran ágiles y eficientes y, salvo el director financiero, trabajaban con diligencia. No había problemas con ellos: habían aprendido mi sistema y los llevaban a efecto sin discusión. Sin embrago, el director financiero me sacaba de quicio. Con él despachaba aparte, pues necesitaba atarle más en corto que al resto. Más que un ejecutivo que se involucrara en las decisiones de la empresa parecía un contable obsesionado con el puñetero Plan General. Para mí que lo confundía con la Biblia, y era imposible tratar de hacer cualquier operación que no estuviera bendecida por la más escrupulosa ortodoxia. Esas reuniones solían terminar con órdenes transmitidas en tono impositivo, sin dar opción a posibles réplicas. El trabajo exigía suficiente concentración como para que el azoramiento del despertar se me hubiera olvidado completamente. Comí en el comedor de la empresa, aprovechando para tratar unos asuntos con el director comercial, y después me encerré en mi despacho para echar una cabezada. -Hola. -Hola ¿quién eres? -Tu fantasma. -¿Mi fantasma? Los fantasmas no existen. -Yo sí existo. Me estás viendo, y soy tu fantasma. -No digas bobadas. Si te estoy viendo es porque existes, y si existes no eres un fantasma. ¿O es que realmente no te veo? -Claro que me ves, pero soy tu fantasma. Si no lo fuera, ¿cómo es posible que duerma a tu lado, me vieras en el espejo o te masajeara la espalda?
-En el espejo me he visto a mí mismo; he visto mi imagen. -¿No te has dado cuenta? Me he despistado y me he peinado con la izquierda y me he hecho la raya a la derecha. -Sï, me ha resultado raro, y aunque he dudado, no se me ha pasado por la cabeza pensar en un fantasma. Es cierto que te pareces a mí, eres igual del alto, moreno y medio calvo, pero tu mirada, tan fría, dura y distante no es la mía. -Te conoces poco. Sí es tu mirada. Habla con tu ex y pregúntale cómo la mirabas cuando la dejaste, o con tus compañeros de trabajo cuando les das órdenes. ¿No te has preguntado nunca porqué te cuesta tanto intimar con la gente? -¿Estaré soñando? Eres una pesadilla; no entiendo nada. -No soy una pesadilla. Soy tu fantasma; Tú me has creado; soy tu necesidad. -Mira: Sé que soy excesivamente racionalista, y todo esto se me escapa. ¿Puedes ser más claro? Tanta fantasía me parece ridícula. -Soy lo que tú no eres y quieres ser. Lo que crees que debes ser y no puedes. Me has creado para que reconstruya lo que has roto, para que dé razón a tu vida. -Me da la sensación que te estás quedando conmigo. Pretendes ser mi conciencia, y como eres un friki, te vistes de fantasma. Lo haces bien; sólo te falta la sábana. -No te hagas líos. Tu conciencia te dirá lo que haces bien o mal; yo no voy por ahí. Eres mi origen y serás mi fin. Aparecí cuando perdiste el rumbo y desapareceré, me esfumaré, cuando no me necesites, cuando te encuentres, cuando logres dar sentido
a tu vida. -¡Basta! Olvídame. Desaparece. Ocúpate de tus asuntos. -Mis asuntos son tus asuntos. No quieres que me vaya; sabes que quieres que te ayude. -¡Está bien!, me rindo. Dime lo que tengas que decirme y déjame tranquilo.... Desperté de pronto, con una fuerte sacudida. Alguien llamaba a la puerta del despacho. Mi secretaria necesitaba la firma en unos documentos. La postura en la que me quedé en el sofá era tan incómoda que me dolía todo el cuerpo. Sobreponiéndome al desasosiego que –como esa misma mañana y también ahora sin saber porqué- me invadía, la hice pasar. -“No me siento bien” me excusé. “Firmaré estos papeles y me irá a casa. Mañana será otro día”. Había dormido más de la cuenta y ya anochecía. Estaba aturullado; desorientado. No sabía qué me pasaba. Me encontraba físicamente bien, y no encontraba razones para ese desasosiego, pero estaba intranquilo al no saber responder a la razón de mi angustia. Recordando que el paseo de la mañana me había venido bien, decidí hacer lo mismo y volver a casa andando. Pretendía serenarme, pero, muy al contrario, a medida que avanzaba, difusas, envueltas en tinieblas, aparecían imágenes que se entremezclaban y me turbaban. Seguí paseando y de pronto, sin previo aviso, me asaltó una pregunta: ¿porque estoy solo? La pregunta me desconcertó, y no estaba preparado para contestarla. Simultáneamente a los pasos que daba, iban apareciendo en un puzzle de piezas inconexas, los rostros de quienes había conocido y con las que ya no tenía
relación. A cada uno de ellos se asociaba una razón que justificaba que la relación no continuara. Al llegar a la plaza en la que debía desviarme para ir a casa, decidí seguir por la alameda, prolongar el paseo y con él mis cavilaciones. Hice un análisis frío, y llegué a la conclusión de que en unos casos era la distancia geográfica, en otros el devenir de los acontecimientos, que nos van separando de unos y otros sin más razón aparente que la vida cotidiana. También aparecieron los -las- que me habían dejado y los de -y las de- quienes yo me había alejado al enrarecerse las relaciones personales. Asomaron, en un "totum revolutum" con los anteriores, los de aquellos que la ruptura se debió a causas societarias. Ensimismado en mis pensamientos, y sin poder ordenarlos como a mí me hubiera gustado -las imágenes se aparecían sin hilazón entre ellas y sin razón aparente- llegué al final de la alameda. Empezaba a refrescar, y previendo un día duro de trabajo, decidí regresar. Me sentía muy cansado, pero el frescor del anochecer y la larga caminata ayudó a que las imágenes se fueran diluyendo, y con ello fui reanimándome. Nada más entrar en casa renació la incomodidad: una nebulosa indefinible empañaba el ambiente. El aturdimiento matutino se manifestó de nuevo. Apelé a mi recurso favorito: no había estado de ánimo ni disgusto que no se superara con la "Serenata Haffner". Me desconcertó que el CD ya estuviera en el reproductor. Le di al play y me hundí en el sofá, resignado, confuso y meditabundo: algo se me estaba escapando de las manos y no sabía qué era. Esta vez Mozart no triunfó: No conseguí tranquilizarme, y decidí acostarme. No sé porqué pero preferí no entrar al cuarto de baño y tener que enfrentarme al espejo y me acosté mirando de reojo a la parte no ocupada de la
cama y cubierta por el edredón. Temeroso de quedarme dormido, e intuyendo nuevas turbaciones nocturnas, traté de leer algo, pero el sueño me venció. -Hola de nuevo. Esta tarde me has despachado sin terminar la conversación. -¡Otra vez tú! Al final vas a tener razón y te vas a parecer a mí: eres tan cansino como yo. ¿Qué quieres ahora? -¿Cómo te ha ido esta tarde? -Dando un paseo desde la oficina me ha pasado algo curioso -Sé a qué te refieres: fui yo quién te planteó la pregunta. -Entonces no hay nada que contar: ya sabrás la respuesta. -Dímela tú. -Le he dado muchas vueltas, y creo que lo que pasa es que en la vida de toda persona se van sucediendo los acontecimientos y las personas, y ésta van apareciendo y desapareciendo en función de las circunstancias. No hay nada -ni el amor- que dure eternamente. -El fantasma, tan parecido a mí, con la misma edad y la misma estatura, la raya en el mismo lado izquierdo de la cabeza y los mismos ojos, me miró por primera vez con afecto, se acercó a mí, y abrazándome, me hizo una última pregunta: "y no has pensado si lo que realmente pasa es que NO TE DEJAS QUERER? Y mi fantasma se desvaneció. Albacete, 27 de Mayo de 2013
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