RELATOS DE VERANO 2013 Muchas son las personas que acuden a lo largo del año a la Biblioteca Pública de Albacete: unos buscan fantasía, otros información, otros estudiar…. Y hay quienes encuentran en la Biblioteca un lugar, o un motivo de inspiración, para poder escribir. Son escritores. Son NUESTROS escritores, porque escribir es una voluntad, no un don ni un momento de inspiración pasajera. Y los relatos que forman esta “serie” tienen esa determinación. Tienen, en definitiva, algo que contar. Y lo cuentan. Los relatos que te ofrecemos en las próximas semanas no están escritos por autores que puedan consultarse en una Biblioteca: son lectores que, por esta vez, han cambiado la afición de leer páginas por la de escribirlas. Para la Biblioteca de Albacete es un placer ser mucho más que el lugar donde se guardan los libros: queremos contribuir a ese inmenso patrimonio cultural que es una biblioteca con la vida de quienes nos visitan y nos dan la razón de ser. Añadiendo su obra. Suyo es el mérito, nosotros sólo ponemos la intención y los medios. A lo largo del verano y el otoño te ofrecemos el fruto de quienes, con su silencioso trasiego, habitan esta biblioteca. Estás invitado a pasar a leer, estudiar, investigar y… escribir. Disfrútalo.
MÁS ALLÁ DE LAS PORTADAS VERDES Mª Elena Gutiérrez
Todo en silencio, no se oye nada. Sólo los pájaros que acaban de despertar de su descanso entre las hojas de los olmos. Evina disfruta levantándose con el sol, y abriendo cada mañana los postigos de las ventanas y de las portadas verdes de su casa, dejando entrar el aire fresco y respirando el nacimiento de cada día. Revive junto a los tallos de sus innumerables macetas, que llenan todos los rincones de su patio, sus espacios, sus tiempos… Aquellas flores son como Evina, necesitan aire cada día, agua fresca que inunde sus raíces y sol cada mañana para hacer brotar sus más bellas flores, multicolores, y llenar cada minuto de una inagotable alegría. Junto a Amancio, su marido, ya octogenarios los dos, el verano pasado justamente, arreglaban a la puesta de sol aquellas barandillas que en lo alto sujetaban el gran protector de cañizo, para evitarles a las flores el calor acuciante del sol del mediodía. Paciencia, su hija, disfrutaba viéndoles planificar las “obras” del patio como si hablaran del más importante invernadero de toda la región.
Paciencia se llamó así porque tardó casi un día en llegar a ver la luz, y Evina pensó que esa era la mejor manera de llamar a la niña, que años más tarde demostró e hizo buen honor a su nombre. Evina prepara el desayuno y el almuerzo de Amancio, despierta a Paciencia, y se afana porque en la casa esté todo en orden. Cada cosa en su sitio, un momento para cada cosa, guardando todos los acontecimientos diarios una rigurosa secuencia que durante años nada ni nadie ha podido alterar. Luego, a la plaza, a comprar la fruta más jugosa, las verduras más frescas, y los frutos secos más ricos que tanto gustan a Paciencia; cuando el sol se esconde y salen a tomar el fresco al poyo que hizo Amancio el año anterior, es para los tres el mejor momento del día porque comentan sus cosas y otros hechos que han acontecido en las horas previas. A veces no hablan, sólo escuchan la noche, la quietud, las vísperas del merecido descanso nocturno, y esperan que la luna les guiñe un ojo allá arriba para decidir el momento en que se van a dormir. Su vida es plena y repleta de todo cuanto necesita: su casa, su familia, sus quehaceres…los quehaceres de toda buena vida y los placeres del deber cumplido. Pero hoy Evina no se ha levantado. Espera con ansia que Paciencia aparezca en la puerta y le avise que el sol le espera en el patio. Hoy Evina se mueve a cámara lenta porque la vida empieza a escapársele entre los dedos. Sus manos tiemblan y derrama el agua cuando riega sus macetas, y si está cansada porque no ha dormido apenas, ni siquiera puede coger la alcuza para ayudar a Paciencia en la cocina, porque derramaría todo el
aceite que queda… Anda despacio y encorvada, y junto a su hija. Camina con pies susurrantes sobre el suelo de cemento dirigiendo sus pasos a la silla que Amancio ha puesto junto a la maceta de las alegrías, la que más le gusta a Evina,…y allí, cada mañana, se sienta y cierra los ojos, y levanta la cara junto a sus flores esperando que el sol acaricie su rostro y le traiga noticias de otros patios, de otras gentes, de otros olmos que hay más allá de sus portadas verdes…
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