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Toñi Sánchez Verdejo
RELATOS DE OTOÑO 2016 Muchas son las personas que acuden a lo largo del año a la Biblioteca Pública de Albacete: unos buscan fantasía, otros información, otros estudiar…. Y hay quienes encuentran en la Biblioteca un lugar, o un motivo de inspiración, para poder escribir. Son escritores. Son NUESTROS escritores, porque escribir es una voluntad, no un don ni un momento de inspiración pasajera. Y los relatos que forman esta “serie” tienen esa determinación. Tienen, en definitiva, algo que contar. Y lo cuentan. Los relatos que te ofrecemos en las próximas semanas no están escritos por autores que puedan consultarse en una Biblioteca: son lectores que, por esta vez, han cambiado la afición de leer páginas por la de escribirlas. Para la Biblioteca de Albacete es un placer ser mucho más que el lugar donde se guardan los libros: queremos contribuir a ese inmenso patrimonio cultural que es una biblioteca con la vida de quienes nos visitan y nos dan la razón de ser. Añadiendo su obra. Suyo es el mérito, nosotros sólo ponemos la intención y los medios. A lo largo del verano y el otoño te ofrecemos el fruto de quienes, con su silencioso trasiego, habitan esta biblioteca. Estás invitado a pasar a leer, estudiar, investigar y… escribir. Disfrútalo.
UN GATO DE BROOKLYN Toñi Sánchez Verdejo Este relato, basado en una historia real, está dedicado a los voluntarios de las protectoras de animales, especialmente el Arca de Noé, de Albacete. Bravo por esas personas que, en su tiempo libre, se desviven por darles una oportunidad a los animales abandonados o en situaciones de penuria, abuso e indefensión, especialmente los gatos y los galgos. Los primeros recuerdos de Mosy son el latido de su madre y el olor a leche en la caja de cartón donde nació. También los runruneos de sus hermanos y el suyo propio cuando dormían juntos y calientes, los imperceptibles maullidos de placer o dolor de todos compitiendo por la comida y el espacio y algunas veces, el tacto áspero de unas manos que lo apartaban por un momento del paraíso. Más adelante, la inquietud de su madre al comprobar que el número de gatitos había disminuido o esos momentos, cada vez más frecuentes, en los que alguien ponía su mano cerca de la dócil gata para arrebatarle, por un tiempo o para siempre, alguno de sus preciosos cachorros. También un día alguien se llevó a Mosy.
En su nuevo hogar, Mosy se tuvo que acostumbrar a las noches sin mamá, al sabor de la leche que le daban con una jeringuilla, a los nuevos olores fuera de su caja de cartón. Pronto reconoció a las personas que le cuidaban: eran Él y Ella, una pareja joven que no siempre estaba en casa y que le pusieron un nombre: Mosy. El gatito les cautivó desde el primer momento con su pelo blanco, caprichosamente manchado de tonos pardos en la cabeza, de tal manera que parecía llevar una máscara de superhéroe cubriéndole únicamente las orejas; esas mismas manchas se repetían desde la mitad del lomo hasta la cola, haciendo de Mosy un gato único, irrepetible. A esta belleza se añadían sus ojos verdes, su suave maullido y sus payasadas de cachorro juguetón. Tenía como ajuar una almohada de terciopelo donde se echaba largas siestas, el cajón de arena que desde el primer momento supo utilizar correctamente y un pequeño ratón de olor peculiar que al moverlo emitía un sonido que le intrigaba. También le compraron un collar de color rojo con un cascabel y su nombre escrito junto a un teléfono, por si se perdía. Éstas eran las pertenencias del pequeño gato, aunque él se consideraba dueño y señor de toda la casa, el adosado con jardín de un barrio tranquilo de Brooklyn. Mosy acostumbraba a subirse al alféizar de la ventana y allí, tumbado perezosamente, tomaba el sol durante horas, esperando el regreso de sus dueños. Cuando estos llegaban, acudía a la puerta a recibir sus caricias,
restregándose entre sus piernas con un maullido feliz. Por las tardes le gustaba estar junto a Él en su despacho; se sentaba sobre los papeles, en el escritorio, observándole atentamente durante horas; o se tumbaba cerca de Ella, en el sofá. Escuchaba el latido de su corazón y se sentía tranquilo, recordando que alguna vez, en alguna parte, había sentido algo similar a esa sensación de dulce placidez, de protección. Y así transcurría la vida de Mosy, un gatito casero, acostumbrado a tener su cuenco lleno de comida y recibir los cuidados de sus dueños. No podemos decir qué sucedió para que aquel lunes todo fuera distinto para Mosy. Él no había hecho nada diferente a lo que hacía otros días: no había arañado la alfombra más de lo habitual, ni había tirado ningún jarrón en la difícil escalada al mueble, como sucedió hacía unas semanas y que le costó un susto y una buena reprimenda. No había maullado más de la cuenta ni se había enzarzado en pelea alguna con el papel higiénico. Simplemente, esa mañana muy temprano dormía tranquilo en su cojín hasta que sintió que Él le despertaba con brusquedad, metiéndolo sin delicadeza en una caja y se lo llevaba fuera de la casa. Todo estaba oscuro y, como tenía sueño, a pesar de la confusión siguió durmiendo. Cuando despertó, se encontró en un lugar desconocido y aterrador: estaba solo en plena calle, cerca de una parada de metro. Junto a él, amontonadas como basura, se encontraban sus pertenencias: el cojín, la caja de la arena, su pequeño
juguete… Todo estaba allí excepto la correa de color rojo alrededor de su cuello con su nombre y el número de teléfono que le devolvería a su hogar. Mosy no entendía qué pasaba, pero tenía miedo. Maulló desesperado llamándolos a ellos, a Él y Ella, sus protectores, sus amigos. Pero no estaban. El ruido de los coches de la Avenida Nostrand, donde se encontraba, y la presencia de la gente que caminaba deprisa hacia el trabajo le asustaban cada vez más, hasta que pasó un barrendero que le espantó con su escoba y huyó. Alejándose de lo único que le quedaba con el olor de su casa, se metió bajo los coches. Se quedó afónico de tanto maullar. La ansiedad le paralizaba pero cada ruido extraño le obligaba a huir desconcertado sin saber a dónde ir. Llegó la noche y su situación empeoró: tenía hambre, tenía sed, estaba sucio y cansado. ¿Dónde estaba su casa? ¿Qué había pasado? Tenía sueño pero era imposible relajarse, hasta que se acurrucó entre unas hojas secas de un parque y por fin se durmió. Unos voluntarios de la protectora local lo encontraron al día siguiente. Temblando de miedo, se dejó capturar porque ya no le quedaban fuerzas. Lo llevaron al veterinario y buscaron su microchip: no lo tenía. Le dieron comida y cobijo y, sin saber que se llamaba Mosy, le pusieron por nombre Nostrand. Estuvo un tiempo en una jaula, pasó tristes días de confusión hasta que nuevamente su vida dio un giro, esta vez con mayor fortuna para él.
Ahora Nostrand vive en un hogar feliz, en el mismo barrio de Brooklyn donde había vivido sus primeros meses, el hogar de donde lo expulsaron. Acaba de cumplir un año. Es un gato cariñoso, despierto y tranquilo. Sigue durmiendo en el alféizar de la ventana las mañanas soleadas. A veces, sueña que está en medio de la calle, escuchando el sonido del tráfico y sin saber a dónde ir. Es solo una pesadilla de la que se despierta aliviado, encontrándose en casa. Se estira, bosteza, da un salto y va hasta la habitación donde alguien trabaja escuchando música clásica. Es Sara, la mujer que le cuida, pintora y también voluntaria de la protectora. Viven con ella otros tres gatos. Nostrand busca sus manos, llenas de manchas de pintura y olor a hogar. Sara acaricia su suave pelo, de caprichoso dibujo, manchas grises sobre blanco, inconfundible, raro y bello, como la esencia misma del gato.
FIN
DIA
TÍTULO
AUTOR
4 de julio
La alquimista de los aromas
Adoración M. González Mateo
11 de julio
Me busco en el Montecillo
Iluminado Jiménez Hidalgo
18 de julio
El juego de las runas. The set of runes Freya
25 de julio
Patricia y el mar
Carmen Hidalgo Lozano
1 de agosto
Aquellos veranos azules
Natalia Lucina
8 de agosto
Albacete en verano
Daniel Molina Martínez
16 de agosto
Poemas
Trinidad Alicia García Valero
22 de agosto
Mi cítrica vida
José Antonio Puente Juárez
29 de agosto
Atanpha
Manuel Olivas García
5 de septiembre
Una fantasía erótica mortal
Daniel Peña Medina
12 de septiembre
Aterricé como pude
Sebastián Navalón Morales
19 de septiembre
La gran ceremonia
Fabián Fajardo Fajardo
26 septiembre
Un gato de Brooklyn
Toñi Sánchez Verdejo
3 de octubre
El desconocido del tren
Astrid Avero Chinesta
10 de octubre
Gabriel
Sara Monteagudo Moya
17 de octubre
El libro de las partituras
Carlos Hernández Millán
24 de octubre
Sin billete de regreso
Irene Blanca Sánchez
31 de octubre
San Juan y Toda
Mª Soledad Roldán Márquez
7 de noviembre
Voy en mi canoa
Alejandro Campos Benítez
14 de noviembre
Las nubes también viajan
Mª Ángeles Pérez Marcos
21 de noviembre
Una historia trilingüe
M.J.M. Arellano
28 de noviembre
Otra vez
Bartolomé Sáez Ochoa
5 de diciembre
Un frío invierno
María Martínez Segura
12 de diciembre
El vodevil de Grenelle
Llanos Olivas García