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Bartolomé Sáez Ochoa
RELATOS DE OTOÑO 2016 Muchas son las personas que acuden a lo largo del año a la Biblioteca Pública de Albacete: unos buscan fantasía, otros información, otros estudiar…. Y hay quienes encuentran en la Biblioteca un lugar, o un motivo de inspiración, para poder escribir. Son escritores. Son NUESTROS escritores, porque escribir es una voluntad, no un don ni un momento de inspiración pasajera. Y los relatos que forman esta “serie” tienen esa determinación. Tienen, en definitiva, algo que contar. Y lo cuentan. Los relatos que te ofrecemos en las próximas semanas no están escritos por autores que puedan consultarse en una Biblioteca: son lectores que, por esta vez, han cambiado la afición de leer páginas por la de escribirlas. Para la Biblioteca de Albacete es un placer ser mucho más que el lugar donde se guardan los libros: queremos contribuir a ese inmenso patrimonio cultural que es una biblioteca con la vida de quienes nos visitan y nos dan la razón de ser. Añadiendo su obra. Suyo es el mérito, nosotros sólo ponemos la intención y los medios. A lo largo del verano y el otoño te ofrecemos el fruto de quienes, con su silencioso trasiego, habitan esta biblioteca. Estás invitado a pasar a leer, estudiar, investigar y… escribir. Disfrútalo.
OTRA VEZ Bartolomé Sáez Ochoa “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”.
Por mi parte puedo jurar que hice todo lo posible por no meterme en líos. Durante un largo tiempo no me dediqué a otra cosa que mis cursos y a la instrucción en el noble arte de la docencia, a díscolos discípulos, más prestos a la juerga y el pasatiempo, que a la dicción. Después ocurrió lo inevitable, empecé a aburrirme. Si es de ser sincero, estaba hasta las narices, no solo de las clases , sino también, de soportar y no comprender a estos jóvenes imberbes y “jóvenas barbis” más pendientes de sus hormonas que de las asignaturas y demás zarandajas que yo les contara. Entonces un buen día, me dije: ¿por qué no probar éxito?, ¿por qué no volver a las andadas? Poniéndome filosófico pensé que en mi situación no
puede haber circunstancia por adversa que sea que no pueda empeorar el momento. En toda partida de cartas siempre hay un primo; si después de jugar unas cuantas manos no has dado con él, eso significa que el incauto puedes ser tú. Es curioso, pero he observado que los problemas suelen presentarse como las cerezas, de dos en os y enredados entre ellos, sin embargo hasta la fecha el culpable de todos había sido yo, razón por la cual no estaba acostumbrado a padecer las adversidades provocadas por los demás. Pero qué demonios eso había sido antes, en otras circunstancias, y además los recuerdos estaban lejanos, así despertó en mí, el guerrero cual ave fénix dispuesto a reverberar viejos laureles, a echar un órdago al amor y al destino. Quiero pues hablaros del amor, o de esa actividad libidinosa que impregna el espíritu, atolondra la cabeza y adormece el corazón, algo parecido a una erupción volcánica desprovista de lava que irremisiblemente conduce al sexo. Pero esa mujer era diferente, tenía algo especial, algo sideral; una tremenda hermosura adornada con lo hondo de su mirada, la lumbre de sus labios y una
leve sonrisa a medio camino. La vi por primera una mañana de domingo que andaba errante por las calles visionando escaparates por aburrimiento. Debía tener los treinta y cinco veranos, tenía el pelo negro azabache ahora caoba “botella”brillante y descansando la media melena sobre sus hombros; suelto al viento resaltaba en ella más que en ninguna, faltaba escaparate, sobraba mostrador para mostrar su presencia y resaltar su belleza. Los ojos oscuros y enormes, el talle ondulante, una silueta con cintura de avispa que me mareaba alrecorrerla con la vista; y un rostro tan perfecto y hermoso que invitaba a la adoración, la dueña de aquellas facciones tan perfectas únicamente podía ser una deidad de allá, una reina de acá. Cómo podía aspirar a conquistar a una mujer así, si hasta hace poco, no me afeitaba, ni me lavaba los dientes; no me perfumaba, ni llevaba camisas planchadas y a veces los sobacos y aliento me cantaban. Se llamaba, aunque eso lo supe más tarde, Rocío y me parecía la mujer más bonita del orbe … Caminaba despacio, con elegancia, dando pausa a sus armoniosos movimientos, el mostrador era su reino.
Aparentemente ajena a las miradas de admiración que yo le dirigía, ella continuaba con su tarea, más que caminar parecía levitar, como si su cuerpo estuviera por encima de esta existencia. No podía apartar los ojos de aquella mujer, notaba que a ella no le era indiferente, también me sonreía y me miraba con lascivia. Comencé a sudar, el corazón se puso a latir con tal velocidad que temí lo peor, llegué a sentir mariposas en el estómago y mis glándulas iniciaron un trepidante torbellino de producción hormonal, el vello se me erizó. Media hora más tarde, mi sirenita cerraba el negocio, para mi una eternidad aquel tiempo de espera, y acompañada de otra compañera, caminaba hacia un bloque de viviendas próximo, se despidieron. Avanzó lentamente hacia la portería, se detuvo en el umbral y entonces hizo algo inesperado, ante mi atónita mirada y observancia, volvió la cabeza, me miró directamente a los ojos y me dedicó la más de las fascinantes sonrisas. Un paraíso apareció instantáneamente a mi alrededor, las campanas comenzaron a repicar en mi mente, un coro de querubines amenizaban el momento y una lluvia de pétalos caían sobre mi. Por desgracia aquello sólo duró un instante, un portazo me devolvió
a la realidad. Permanecí unos minutos embobado frente a su casa y luego como un alma en pena me dirigí hacia la mía. Iba en una nube, la mujer más bella se había fijado en mí y hasta me había hecho un requiebro. Era de todo vital saber algo más de ella, averiguar quien era, cual era su situación; aparecieron las dudas y los temores, pero comencé a realizar indagaciones. Aunque a fin de cuentas poco importaba su pasado, su presente me había secuestrado el seso, cómo anhelaba un futuro con ella. Pero por desgracia descubrí que no hay rosal sin espinas, pues aquella mujer tenía el defecto de estar casada. Aunque me importaba un bledo. El marido de aquella diosa se llamaba Antón y era un bárbaro mamporrero de las caballerizas de un importante potentado de la región, más bruto que un “arao” y para el cual su domicilio era una prolongación de la yeguada y su mujer , mi adorada, su yegua preferida a montar. En fin puede que más de uno piense que hace falta estar loco para aventurarse en un trance igual con la esposa de un mamporrero, de un hombre de tal alcurnia. Pero sea que estaba loco de amor y de
lujuria. Y, además un poco atolondrado. Así que desoyendo consejos y a la voz de la prudencia, me propuse como objetivo principal y final de mi existencia doblegar resistencias y conquistar el corazón de Rocío. Ahora, quiero hablar un poco de mí y hacerlo sin falsa modestia. Por aquel entonces yo tenía cincuenta y dos años bien llevados según mis conocidos, medía más de uno con setenta y tres centímetros, tenía el cabello entrecano, el rostro equilibrado, los ojos expresivos y un cuerpo delgado y atlético. Pero sin lugar a dudas mis labios y mi sonrisa eran los que seducían, eran mis mejores armas. Tengamos en cuenta que tuve un buen maestro, un buen adiestrador en el arte del embaucamiento, a lo cual ayudo yo con el dominio de juntar palabras y mejor narrarlas. Podía decir a las mujeres exactamente lo que deseaban oír. Sabía espaciar, sabía susurrar, alagar, lisonjear, embelesar con palabras, intrigar con promesas y artimañas, en definitiva sabía mentir como un tunante. Aunque debo confesar en mi defensa que las palabras de amor que más tarde le susurré, los regalos que le obsequié y las rosas que le envié a
Rocío fueron actos llenos de sinceridad, fruto del gran interés contraído, había caído en su tupida red. En fin no quiero aburrir a nadie contando los pormenores de este galanteo. Dedicaba todo mi tiempo libre a rondar la tienda, me hacía el encontradizo, la seguía a una prudente distancia para no despertar sospechas. Un día mientras paseaba siguiendo el hatajo al cobijo de las balconadas, ella y fingiendo no verme salió a la puerta y dejó caer en el suelo un anillo de plata con una “R” grabada. Lo cogí, se lo entregué, hablamos por primera vez, charlamos un rato juntos y … En fin ya se lo pueden imaginar, comenzamos a vernos cada vez más a menudo, en secreto, hasta que un deslumbrante día cuando nos hallábamos en el parque bajo la sombra de unos sauces llorones, al descuido de una sombra, juntamos nuestros labios. Lo demás llegó después. Aún recuerdo el sabor de aquel beso y la calidez del esbelto cuerpo de Rocío al estrecharlo entre mis brazos. Pero eso fue solo el aperitivo pues el verdadero banquete estaba por llegar, cuando aprovechando que el mamporrero, su marido, estaba ocupado en la yeguada, la intrépida me acogió en su vivienda, y todavía mejor en su alcoba. A partir de
entonces quedábamos, nos veíamos y lo hacíamos siempre que se podía o no se podía, eran auténticos actos homéricos, era como un tornado que saliendo del océano, con virulencia penetraba en el continente. Llegado este punto, y como un caballero nunca debe decir sus batallitas con una dama y menos aún si esta es casada, me permitirán omita y silencie algunos detalles. Baste decir que de mis más intimas amigas aprendí muchas cosas tácticas sobre el amor, pero ninguna me enseñó tanto como Rocío, auténtica maestra, ingeniera y estratega en estas lides. Estaba enamorado, y cuando cupido lanza sus flechas en nuestro corazón, enturbia la razón, el tiempo se convierte en un vendaval, en un torrente impetuoso que nubla la vista y ofusca la mente, perdiendo uno las entendederas. Debemos aprender a ir donde nos invitan, pero no meternos en propiedad privada, ni airear lo ocurrido, pues no hay secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz. Debía tener más cuidado a la hora de elegir bajo que sábanas me metía, pero el hechizo me había invadido. Acabó mal, el marido se enteró, ella se lo dijo, la muy chivata se lo contó todo, entre lágrimas, ruegos de perdón y promesas de fidelidad infinita para el resto de sus días; y alguna que otra hostia que recibió. Sabedora de que aquel bruto me buscaría, me encontraría y me
arreglaría las cuentas (el muy cornudo) como así fue. Cerraba aquella cruel y mala mujer un círculo: yo que había puesto los cuerno, ahora era el cornudo y apaleado. Sabía que el mamporrero la perdonaría, la volvería a fornicar;y así pasé de amante a cornudo y si me descuido sexador. Esta es la historia, yo siempre haciendo lo que no debía y eso que omito cosas, pues lo que tú hayas hecho los demás no lo saben, no des pistas, ellos no lo saben. Durante un tiempo odié con toda mi alma a Rocío, quella amante traidora , pero luego me convencí de que no valía la pena perder más tiempo odiándola. Ademas, vaya en su defensa que, aunque estuvo a punto de producir un cataclismo en mi vida, a punto de mermar mi integridad física y casi hasta anal, poniendo en entredicho mi honra y fortuna; también me proporcionó algunos de los mejores momentos y experiencias amorosas de mi vida. Así que, aceptando que lo uno compensaba lo otro, me dispuse a borrar de mi pensamiento a la señora “mamporrera” y a su violento marido.
FIN
DIA
TÍTULO
AUTOR
4 de julio
La alquimista de los aromas
Adoración M. González Mateo
11 de julio
Me busco en el Montecillo
Iluminado Jiménez Hidalgo
18 de julio
El juego de las runas. The set of runes Freya
25 de julio
Patricia y el mar
Carmen Hidalgo Lozano
1 de agosto
Aquellos veranos azules
Natalia Lucina
8 de agosto
Albacete en verano
Daniel Molina Martínez
16 de agosto
Poemas
Trinidad Alicia García Valero
22 de agosto
Mi cítrica vida
José Antonio Puente Juárez
29 de agosto
Atanpha
Manuel Olivas García
5 de septiembre
Una fantasía erótica mortal
Daniel Peña Medina
12 de septiembre
Aterricé como pude
Sebastián Navalón Morales
19 de septiembre
La gran ceremonia
Fabián Fajardo Fajardo
26 de septiembre
Un gato de Brooklyn
Toñi Sánchez Verdejo
3 de octubre
El desconocido del tren
Astrid Avero Chinesta
10 de octubre
Gabriel
Sara Monteagudo Moya
17 de octubre
El libro de las partituras
Carlos Hernández Millán
24 de octubre
Sin billete de regreso
Irene Blanca Sánchez
31 de octubre
San Juan y Toda
Mª Soledad Roldán Márquez
7 de noviembre
Voy en mi canoa
Alejandro Campos Benítez
14 de noviembre
Las nubes también viajan
Mª Ángeles Marcos Pérez
21 de noviembre
Una historia trilingüe
M.J.M. Arellano
28 de noviembre
Otra vez
Bartolomé Sáez Ochoa
5 de diciembre
Un frío invierno
María Martínez Segura
12 de diciembre
El vodevil de Grenelle
Llanos Olivas García