¿Entre dos fuegos? Neutralización de la lucha Ixil en David Stoll y la cuestión de la memoria revolucionaria en Guatemala (1970-1983).
Crítica al libro Between two armies in the Ixil towns of Guatemala de David Stoll.
Por Sergio Palencia Frener1
Introducción. I. Un antropólogo en búsqueda del Shangri-la. II. Crítica al marco conceptual: La violencia como colisión de estructuras y la lógica de la neutralidad ixil. III. La rebeldía ignorada tras la masacre y el estado de sobrevivencia. IV. Sobre la posibilidad de confluencia de la lucha revolucionaria y la discusión sobre la guerrilla. V. El ser aniquilante de la historia.
Introducción. La historia que escribe el poder mira hacia el pasado con la seguridad que le da el saberla acabada. Construye su respectivo sitio y orden, llama a los interesados en el pasado a que vean cómo se ve la habitación inmaculada. De esta forma la historia del poder sabe barrer las esquinas que le interesan y ocultar debajo de los manteles aquello que no pudo en su momento sacar. No es casualidad que su más alta expresión sean los museos oficiales, precisamente ahí donde cada cosa tiene su lugar y estas se convierten en atracciones de un recorrido fabricado. El museo oficial expurga el conflicto o lo relega al pasado, saliendo siempre vencedor el estado actual de cosas o la gloria de la patria. Pero sucede algo que ni siquiera la historia del poder, ni sus gendarmes, historiadores o museólogos, pueden hacer: aquello que consideraron poco importante, o simple 1 Sociólogo guatemalteco. Actualmente (2011) realizando estudios en el Instituto Alfonso Vélez Pliego de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.
1
basurilla arrimada junto los eventos reafirmantes, suele salirles una y otra vez al paso, irritándolos y obligándolos a ocultarlas debajo de los sillones o en las esquinas marginales de la habitación. La basurilla es necia, lo olvidado regresa, lo ridiculizado se enfrenta a las escobas, armas y libros de la amnesia, sobrevuela el orden y se posiciona, resistentemente, contra el mismo. Eso que ellos consideran basura o no-central, para la memoria es el alfa y omega de la revolución. Hace algunos años Margarita Hurtado, revolucionaria guatemalteca, escribió: « Ha llegado el tiempo de rescatar los pequeños y grandes esfuerzos, los enormes sacrificios de aquellos años en que miles de personas humildes se unieron en un afán común de cambio social. La fuente testimonial de los diversos protagonistas, incluidos aquellos contrarios a la lucha o que pretendieron ubicarse al margen, es requisito indispensable. Sólo así podrá irse armando colectivamente el gran rompecabezas del acontecer con todas sus partes, de diferentes tamaños, formas, colores, matices y texturas. De esa manera, las versiones hasta ahora difundidas como verdades absolutas, se ubicarán adecuadamente dentro de un espectro más amplio y sólido de sistematización y análisis de la historia.» (2009: 33; cursiva propia) El momento ha llegado, bien lo dice Hurtado, de romper las verdades absolutas que se han dado por cómodas y justificantes, para desvelar la amplia miríada de las rebeliones y el movimiento revolucionario en Guatemala y Centroamérica. La tarea es enorme y suele contradecir las prestigiosas cátedras de historia, las rigurosas etnografías de antropólogos internacionalmente reconocidos, los prejuicios del sentido común y los recorridos museológicos del Estado. En este sentido, la historia no es importante porque describa un pasado acabado, sino porque denota un presente que busca referencias y horizontes. Pero ¿qué horizontes nos han pintado la gran mayoría de cátedras, libros antropológicos y conversaciones del sentido común sobre los años de levantamiento social en Guatemala, especialmente entre 1978 y 1983? Eso que Hurtado llamó las “verdades absolutas” de la historia de Guatemala son, justamente, las que deben ser cuestionadas. Dentro de los libros sobre los años del levantamiento social y el exterminio militar en el país, resulta paradigmático Between two armies in the Ixil towns of Guatemala (1993) escrito por el antropólogo estadounidense David Stoll. Este libro se constituye como paradigmático debido a que ha dado un 2
carácter fáctico y científico a ideas que suelen asociarse sobre los indígenas Ixiles, la guerrilla y el ejército en Guatemala. Dentro de la academia norteamericana sus interpretaciones etnográficas sobre la guerra han sido respaldadas por antropólogos como Pierre van den Berghe, Robert Carmack, Richard Adams, John Watanabe. Así, por ejemplo, en la contraportada del libro de Stoll en cuestión, Carmack ve como fortaleza del estudio que «desmitologiza la noción romántica de que los mayas se convirtieron en revolucionarios convencidos»2. Por su parte, Adams concibe como mérito el que Stoll haya producido «el primer examen intensivo académico de la revolución guatemalteca en tanto afectó una gran parte de la población maya»3. Más lejos aún exalta van den Berghe el libro como, citémoslo en su idioma original, «anthropology as its best», mientras se posiciona de acuerdo a una de las tesis más famosas de Stoll, aquella que muestra al «pueblo maya atrapado entre el arrasamiento asesino del gobierno guatemalteco y la provocación manipuladora de un movimiento guerrillero externo.»4 Por último, en la reseña que elaboró Watanabe, nos comenta lo siguiente: «The strength of this book lies in its effort to present the Ixil in their terms, not those dictated by humanitarian or ideological concerns. Stoll's indictment of both sides in the ongoing "situation" (as it is called) in Guatemala will displease those already convinced that the Left-or the Right-has God on its side, but this is his point: if we suspend judgment of postcounterinsurgency Maya as heroic revolutionary martyrs, downtrodden peasant victims, or hopelessly reactionary dupes, what might we see instead? Much of what he relates rings true to what I found elsewhere-a Maya community bitterly disillusioned by both sides, not out of ignorance or fear but by the intrusive betrayals of outsiders uncommitted to local concerns and constraints […]» (Watanabe, 1994)5 2 «Demythologizes the romantic notion that the Mayas became ideological revolutionaries […]» Carmack (1993). 3 «The first intensive scholarly examination of the Guatemalan revolution as it affected a sizeable Maya population.» Adams (1993) 4 «[…] a detailed account of a Mayan people caught between the murderous rampage of the Guatemalan government and the manipulative provocation of an external guerrilla movement.» van den Berghe (2003). 5 «La fuerza de este libro reside en su esfuerzo por presentar a los Ixiles en sus propios términos, no aquellos dictados por preocupaciones humanitarias o ideológicas. La acusación de Stoll de ambos lados en la “situación” en curso (como la llama) en Guatemala desagradará a aquellos convencidos de antemano de que la Izquierda – o la Derecha – tiene a Dios de su lado, pero este es
3
De similar manera el trabajo de Stoll ha provocado polémica, especialmente en la academia norteamericana de “guatemalanistas”6. Algunas de estas críticas fueron hechas por Arturo Arias, Victoria Sanfor o Carol Smith, aunque la mayoría de ellas, exceptuando estas tres críticas, van dirigidas especialmente a su otro libro sobre Rigoberta Menchú. No obstante en las críticas que he leído sobre Stoll, escritas predominantemente por científicos sociales estadounidenses, se resaltan problemas metodológicos, etnográficos y de generalizaciones del autor, pero no se suele abordar la cuestión de las luchas sociales indígenas y su relación con la guerrilla como momento sumamente complejo de levantamiento social. Menos aún se refieren a problemas centrales como las diversas formas de rebeldía y actividad liberadora en aquella época, las relaciones en confluencia o conflicto entre comunidades indígenas y movimiento guerrillero. Precisamente la pregunta por el pasado revolucionario es ignorada incluso en aquellos que se posicionan críticamente frente a Stoll. En este ensayo crítico partimos del cuestionamiento de absolutizar en los indígenas Ixiles su carácter de víctimas, de acomodados al poder en boga, de neutralidad o simple encierro entre dos fuegos. Resulta mucho más importante referir aquel momento de intensidad social rebelde a través de conceptos teórico-críticos que sepan matizar y abrir lo que se ha aprisionado como simples explicaciones causales y estructurales. Para esto necesitaremos abordar conceptos a través de los cuales propondremos explicaciones de dicho momento histórico, del flujo de dominación que atravesaba la configuración social en la Guatemala de ese entonces, así como los motivos y horizontes negativos que pretendían abrir una organización social distinta, cargados de sueños y contradicciones, en un
el punto: si suspendemos el juicio de los mayas de la poscontrainsurgencia como mártires heroicos revolucionarios, víctimas campesinas oprimidas, reaccionarios embaucadores sin esperanza, ¿qué otra cosa podríamos ver? Mucho de lo que dice se constata en lo que he encontrado en otros lugares – una comunidad maya agriamente desilusionada por ambos lados, no por ignorancia o miedo sino por traiciones intrusas de foráneos no comprometidos con las preocupaciones y restricciones locales […]» (Watanabe, 1994; traducción propia). He decidido, en la mayor parte de la crítica, citar en inglés directamente. Esto lo hago para que aquellos que manejan este idioma lean directamente expresiones y matices que utilizan los citados, lo cual considero muestra no solo los argumentos de los autores, sino también la manera cómo expresaron los mismos. Pero también he traducido cada una de las citas y las he colocado en notas al pie de página, proviniendo la mayor parte de las citas de Stoll de la traducción en español que tiene en internet. 6 Término utilizado por Stoll (1993: 20)
4
camino distinto a lo que finalmente terminó como el mayor exterminio social de la América Latina contemporánea. Este ensayo surgió literalmente In dubio pro reo, a partir de la duda que confiere nuevas posibilidades al condenado, encarcelado y olvidado por la historia. Más no se espere que se sigan los principios jurídicos. Cuando se encierra a la misma memoria en la cárcel del dato y la ridiculización, su defensa es el ataque y su modo de atacar la crítica. Toda lucha por liberar la experiencia de la memoria revolucionaria debe estar convencida de que frente a ella el mundo se le ha construido como resignación, vergüenza y apatía bajo la forma de datos (del vencedor o de la cosa como dato que vence). Es tarea de la crítica tomar el dato y abrirle el horizonte vivo de la experiencia, sólo de esa manera la memoria cobra vida y se construye históricamente por la redención humana. El presente trabajo pretende formar parte del esfuerzo colectivo de recuperación histórica y conceptual de la lucha en Guatemala, iniciado especialmente por Hurtado (2009) y Tischler (2005). Es decir, esta es una crítica que busca hacerse parte de la pregunta por el cambio social radical en la actualidad. En el primer apartado consideraremos las circunstancias sociales en las cuales David Stoll decide hacer su trabajo doctoral en la región Ixil. A través del análisis de las motivaciones para hacer su etnografía en Nebaj, las cuales relata en su libro, mostraremos lo que a nuestro entender es la constitución de la subjetividad burguesa en la ciencia social y cómo dicha subjetividad coloca las bases para su posterior interpretación de dicho momento histórico en Guatemala. En el segundo apartado desentrañaremos cómo sus presupuestos teóricos suponen una separación entre la actividad social conflictiva y el marco estructural que reifica el movimiento del conflicto y la lucha. Para esto elaboraremos una crítica a las estructuras con las que suele categorizar el movimiento social, subsumiendo lo no-idéntico al canon inerte de una explicación que delimita a la guerrilla y al ejército como estructuras foráneas y conceptualiza de manera homogénea las luchas sociales indígenas bajo la categoría de “población”. En el tercer apartado nos detendremos en eso oculto, no-idéntico, que rebasa y fractura el modelo estructurante / formal de la antropología de Stoll. Para esto evidenciaremos, con los mismos resultados etnográficos del autor, cómo se ocultan luchas y 5
actividades rebeldes que no pueden enmarcarse en la especificidad de la forma guerrilla. Es decir, en este apartado escudriñaremos la conceptualización muerta de David Stoll que sólo puede ver resignación, acomodamiento y sobrevivencia, contrastándolo con las múltiples expresiones de actividad liberadora llevadas a cabo por algunos sectores en el área Ixil. Mientras la mediación estructural de Stoll sólo entiende de formas osificadas de la actividad social, veremos cómo su mismo libro ignora las aperturas rebeldes y las acciones vitales, subjetivas, de desafío al poder y al orden social que ha recopilado en su misma etnografía. En el quinto apartado elaboraremos un breve análisis de cómo se puede entender la crisis de la totalidad desde el quiebre particular, lo que puede entenderse para el área Ixil como la crisis de dominación y la emergencia de una socialidad en levantamiento desde la localidad y, al mismo tiempo, reflejando el cuestionamiento generalizado de la forma estatal en la Guatemala rebelde de aquellos momentos tan intensos. Para esto contrastaremos la interpretación que hace Stoll de la guerrilla con lo que, según consideramos, debe entenderse a través de la forma organizativa, así como el carácter contradictorio entre la nueva socialidad en levantamiento y la tendencia jerárquica propia de su forma militar. Este resulta un punto central en la reflexión del momento histórico que nos competa, aunque debo anticipar que en gran medida sólo exponemos punto iniciales de reflexión sobre la cuestión de la guerrilla y la relación con las comunidades indígenas. Es decir, aquí nos referimos a la forma guerrillera a través de la negación determinada (Adorno, 1975) de la aprehensión conceptual estructurante de Stoll. Finalmente, en el sexto apartado, haremos la crítica de la antropología à la Stoll, es decir, como el paso firme de la historia que sólo describe el ser aniquilante de la historia, de lo llegado a ser como dictadura de la dominación ad aeternum, supuestamente legitimado en la rigurosidad de su método etnográfico y sus entrevistas. Relacionarnos con el pasado dista mucho de una historiografía sin pasión y enmarcada en lo dado. Una aspiración revolucionaria solamente es histórica en su esfuerzo por compenetrarse con un momento de quiebre que hable de lo distinto, de lo esperanzador y del dolor de su extirpación. Teniendo esto en cuenta, comencemos.
6
I. Un antropólogo en búsqueda de Shangri-la
En noviembre y diciembre de 1982 el antropólogo estadounidense David Stoll realizó una visita y un breve trabajo de campo en las regiones conflictivas del Altiplano indígena guatemalteco. En ese momento trabajaba como periodista y estaba interesado en profundizar sobre el “nuevo dictador evangélico Ríos Montt” (Stoll, 1993: 7). Además, estaba investigando el papel del Instituto Lingüístico de Verano (Summer Institute of Linguistics) en América Latina, así como los procesos de cambio religioso, político y social. Fue de esta manera como, durante una breve estancia en el noroccidente de Guatemala, específicamente en la región Ixil del departamento de Quiché, conoció de primera mano uno de los momentos más álgidos de violencia contrainsurgente en Guatemala. Stoll estaba arribando a una de las regiones consideradas “rojas” por el Ejército de Guatemala, región conflictiva por la presencia del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Este territorio se veía como un bastión del movimiento revolucionario, con un apoyo masivo de la población local a la guerrilla. Para finales de 1982, momento en el cual Stoll llega, la población había sufrido una inmensa persecución por parte del Ejército de Guatemala, institución que llevó a cabo masacres contra aldeas consideradas subversivas y base social de la guerrilla en el área. Un año antes, en diciembre de 1981, luego de haber abandonado varios puestos fijos durante algunos meses, el Ejército impulsó una estrategia contrainsurgente que desplegaría desde la región central de Guatemala para retomar el control de las áreas en rebeldía, especialmente en el Altiplano indígena. En el mismo momento que Stoll llevaba a cabo sus giras periodísticas en diciembre de 1982, estaba concluyendo uno de los periodos más crueles de violencia, exterminio de aldeas y desplazamiento masivo de sobrevivientes de América Latina contemporánea, violencia que no había concluido pero que ya no sería llevada al grado que alcanzó entre junio de 1981 y finales de 19827.
7 «Entre junio de 1981 y marzo de 1982 fueron cometidas 179 masacres (diez meses, para un promedio mensual de 18). Mismo número de masacres que va de abril a diciembre de 1982 (nueve meses, para un promedio mensual de 19). Con todo, 1982 es el año que más masacres se ejecutaron, 271 en total (doce meses, para un promedio mensual de 23).» (Vela, 2008: 22)
7
En ese contexto tan duro Stoll tuvo sus primeras impresiones sobre “la situación”8. Según afirma, a partir de esta breve experiencia fue que pudo contrastar la realidad argumentada por la guerrilla, la solidaridad internacional, la Iglesia Guatemalteca en el Exilio de lo que, finalmente, sería la experiencia local de la guerra. Así nos lo comenta: «From my first visits to Ixil country, at the end of 1982, I sensed that its experience of a failed revolution differed greatly from the claims being made by the left as well as the right.» (Stoll, 1993: xi; cursiva propia)9. Stoll nos plantea sus ideas sobre la revolución fracasada y la gente que vivió, experimentó y sufrió la violencia de “la situación”. No hay que olvidar el hecho de que este antropólogo haya tenido sus primeras impresiones a partir del plan de contrainsurgencia más terrorífico del hemisferio, esto que recalcamos es central para entender las implicaciones de su trabajo investigativo. Para 1987 David Stoll estaba regresando a la región Ixil en Guatemala, en esta ocasión para estudiar, hacer entrevistas y llevar a cabo su trabajo de campo, teniendo como residencia personal el pueblo de Santa María Nebaj. Como todo buen antropólogo, Stoll sometería su experiencia teórica interpretativa con el hallazgo directo del trabajo de campo, con sus entrevistas, logrando así cotejar los discursos de la izquierda con su propia recopilación biográfica de los indígenas ixiles. Fue así como entre 1987 y 1989 Stoll visitó repetidas veces el área ixil del noroccidente de Guatemala, en ocasiones residiendo hasta un año con su familia en el pueblo de Nebaj. «Now I was in graduate school, at the Stanford Department of Anthropology, and looking for a place to do fieldwork. Like many foreigner before me, I was fascinated by Nebaj for all the wrong reasons. My motives for going there were inadmissibly romantic, of the kind that get shot down in seminars. The Ixils fit the nostalgic image of a people apart, holed up in their mountains against the twentieth century. The narrow road into Ixil country switchbacked up the massive wall of the Cuchumatanes, then wound through
8
Título que da al primer capítulo de su libro y que, comenta, retoma del término que utilizaron los entrevistados en su investigación para referirse a la violencia de dicho momento. 9 «Desde mis primeras visitas a la región Ixil, a finales de 1982, percibí que su experiencia de una revolución fracasada difería grandemente de las declaraciones hechas tanto por la izquierda como por la derecha.» (Stoll, 1993; edición electrónica en español disponible en http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html)
8
afternoon cloud banks and over the pass, to the lip of a wet, green valley. Far below lay a town of whitewashed walls and red-tile roofs, which could be from centuries ago […] This was the nearest I would get to Shangri-la.» (Stoll, 1993: 8; cursiva propia)10 Lo más cercano a Shangri-la, Nebaj como un paraíso terrenal que reconcilia los deseos nostálgicos de aquel que busca “un lugar para hacer trabajo de campo”. Esta breve introducción de los motivos de investigación de Stoll son clave para comprender la perspectiva del antropólogo extranjero y cómo sus “primeras impresiones” nostálgicas, emocionales, atraviesan el mismo núcleo central de su marco conceptual y su interpretación sobre el aplastamiento de la revolución en Guatemala. Mientras para Stoll era idílico un trabajo etnográfico en el Shangri-la guatemalteco de la región Ixil, los dirigentes y pensadores de la Universidad de San Carlos eran desaparecidos, torturados entre 1978 y 1989, así también el Ejército ocupaba las instalaciones universitarias en 198511. La antropología del extranjero todavía podía ser factible en Nebaj, siempre y cuando el Ejército tuviera bajo control la subversión y el clima revolucionario fuera reprimido, dejando a las guerrillas en áreas selváticas que no afectaran ni las fincas de la Costa Sur ni el Trabajo académico autorizado. La ciencia social de antropólogos como Stoll, muchos de ellos procedentes de Estados Unidos y Europa, puede hablar sobre la violencia, la denuncia social de los estudiantes en Guatemala de aquel entonces la enfrentó y la sufrió.
10 «En ese momento yo estaba en la Universidad de Stanford, haciendo mis estudios de posgrado en el Departamento de Antropología, y buscaba un lugar para mi trabajo de campo. Como muchos de los extranjeros que llegaron antes que yo, estaba fascinado por Nebaj. Mis motivos para ir allí eran más bien románticos, de la clase que no se admite en un seminario universitario. Los Ixiles encajaban perfectamente en la imagen nostálgica de un pueblo aparte, todavía protegido por sus montañas y resistiendo al siglo XX.» (Stoll,1993; edición electrónica en español disponible en http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html) 11 En mayo de 1984 fueron desaparecidos los estudiantes miembros del Comité Ejecutivo de la Asociación de Estudiantes Universitarios, Carlos Cuevas, Marilú Hichus, Gustavo Castañón, Otto Estrada, Héctor Interiano. En septiembre de 1985 miembros del Ejército allanaron la Universidad de San Carlos. Entre agosto y septiembre de 1989 diez líderes universitarios fueron desaparecidos y sólo la mitad de ellos apareció asesinado. Estas son las condiciones del quehacer académico de la Guatemala de aquel momento. Nótese que contrasta plentamente con la realidad del académico extranjero en esos años. Consúltese: Caso Ilustrativo No. 30. Ejecuciones arbitrarias y desapariciones de estudiantes en 1989. Comisión para el Esclarecimiento Histórico. http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/anexo1/vol1/no30.html
9
«I also calculated that, despite its status as a war zone, Nebaj would be safer politically than many other areas. There were a number of reasons for this, the most important being the army’s confidence that it controlled the population. Not only was the army relatively restrained in and around the town: it regarded Ixil country as a showcase for its pacification efforts, to the point of tolerating North Americans and Europeans taking up residence there. […] During my visits to Nebaj at the end of 1982, I was greeted like the first goose honking northward in spring. I was a sign that foreigners were coming back, of returning peace and stability.» (Stoll, 1993: 9; cursiva propia)12 Stoll quería evitar la intranquilidad de los países del “tercer mundo”, los secuestros en la capital y las enfermedades de la Costa Sur. Luego tomó la sabia decisión de ir a un pueblo pintoresco del altiplano que, además, proporcionaba la seguridad que sólo un Ejército en campaña contrainsurgente puede dar. Esto es similar en la actualidad a la desintegrada ciudad de Guatemala, donde las familias cierran sus colonias para evitar esa nube negra de violencia y crimen. Al mejor estilo de las familias criollas en sus guetos de riqueza, el antropólogo Stoll quería vivir lo auténtico de su Shangri-la guatemalteco desde la seguridad de las armas del Ejército. Después de todo, él se sentiría a gusto desde la torre de su objetividad metodológica, su criterio de verdad frente a la violencia por igual del ejército y la guerrilla, la neutralidad valorativa en este pueblo de Nebaj, lugar estratégico para la contrainsurgencia y la estabilidad estatal. Así pues, Nebaj fue para Stoll un “comfortable billet”, es decir, un cómodo alojamiento desde donde podía apreciar todo lo que pasaba, el «enough was happening» de sus aspiraciones de recopilación etnográfica. (Ibidem. 8)
12 «Yo también calculé que, a pesar de su estatus de zona de conflicto, Nebaj podía ser mucho más segura políticamente que otras áreas. Había un número de razones para esto, siendo la más importante la confianza del ejército en que controlaba la población. La presencia del ejército no sólo era relativamente limitada en el pueblo y sus alrededores: consideraba la región Ixil como una muestra de sus esfuerzos de pacificación, al punto de tolerar la presencia de norteamericanos y europeos que quisieran residir allí.[…]Durante mis visitas a Nebaj, al final de 1982, fui recibido como la primera señal de la primavera. Fui un signo de que los extranjeros estaban regresando, del retorno de la paz y la estabilidad.» (Stoll, 1993; edición electrónica en español disponible en http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html)
10
Más ¿qué era eso que pasaba suficiente entre 1982 y 1989 en Guatemala? Para responder a esta pregunta no partiremos del periodo en el cual Stoll fue concretando y realizando su proyecto de investigación, el punto de inflexión e intensidad a partir del cual hacemos la crítica se produce entre 1978 y 1982, periodo de lucha social en diversas partes de Guatemala y Centroamérica. Quien parte de lo dado en 1982 como horizonte cerrado de la historia factual puede caer en el error, como lo hizo Stoll, de entender las contradicciones, las oportunidades y los límites de la lucha social a partir del sablazo exterminante del Ejército. Toda rebeldía, resistencia y actividad liberadora en el área indígena Ixil de aquella época puede pasarse por alto e, incluso, formar una historia que niegue la fuerza emancipatoria, en sus diversos grados e intensidades, para terminar homogenizando la socialidad en lucha bajo cánones de batallas entre estructuras inertes. Veamos brevemente ese momento histórico de intensa lucha social. Para esto mencionaremos algunos eventos sumamente importantes entre 1978 y 1982 que fueron ellos mismos expresión del ambiente de rebeldía y deseos de transformación que Stoll no sitúa en el contexto de su libro. Primero podemos mencionar la marcha de los mineros de Ixtahuacan. Dicha marcha se realizó en noviembre de 1977 cuando alrededor de 72 sindicalistas, atravesaron más de 300 kilómetros desde el noroccidente hasta la capital. Resulta verdaderamente impresionante como dicho grupo inicial fue recibido y apoyado a lo largo de su camino, llegando a ser respaldado por una masiva manifestación en ciudad de Guatemala, con la presencia de más de 150,000 personas. Segundo, las luchas por la tierra se habían intensificado desde mediados de la década de 1970, sobre todo ante la paulatina expropiación finquera y el crecimiento demográfico que hacía muy dura la sobrevivencia. Entre los muchos casos de conflicto agrario, las comunidades de Panzós, Alta Verapaz, decidieron manifestarse en mayo de 1978 contra las amenazas, expropiaciones y presiones de un expropiador local. Ante el temor de una revuelta, dicho finquero coordinó sus contactos con el Ejército para sostener su dominio en el área. Ante la manifestación de indígenas q’eqchies y el ambiente conflictivo que se había generado, los soldados dispararon contra los manifestantes, masacrando a 37 campesinos y muriendo otros 25 ahogados en un río. Tercero, movimientos fuertes y comprometidos de estudiantes y sindicalistas protagonizaron en la capital largas luchas, 11
denuncias y huelgas. Los estudiantes denunciaban abiertamente las masacres como la de Panzós y los sindicalistas incluso lanzaban consignas revolucionarias contra el gobierno militar de Lucas García el 1 de mayo de 1980. Cuarto, distintas comunidades indígenas del Altiplano luchaban contra la represión y por la autodeterminación. Así por ejemplo en 1979 el Ejército llegó al pueblo de Chupol para obligar a los jóvenes de la comunidad a enlistarse, lo que suele llamarse las “agarradas” en los pueblos. No obstante la costumbre de dicha práctica, en esa ocasión la comunidad se había organizado en distintas instancias y, finalmente, un grupo de mujeres enardecidas impidieron las agarradas con palos, gritos (McCallister, 2005). Quinto, la convergencia entre Acción Católica, inspirada en la teología de la liberación, el movimiento campesino y la guerrilla dieron origen en 1978 al Comité de Unidad Campesina (CUC), organización que articularía demandas locales de las comunidades, con un fuerte impulso de dirigentes, catequistas, sacerdotes católicos, así como miembros del Ejército Guerrillero de los Pobres. Quinto, el CUC convergió con sindicatos y grupos de trabajadores descontentos en la Costa Sur para organizar una de las huelgas más grandes de la historia de Guatemala. Trabajadores y jornaleros organizados de las fincas de café, algodón y azúcar de la Costa Sur – punto neurálgico del capitalismo en Guatemala – pusieron al régimen militar en una posición difícil, el cual buscó solucionar el descontento social mediante un aumento de salarios, a pesar de las críticas de los propios finqueros y economistas anticomunistas del país13. Todos estos estallidos sociales y organización generalizada han tendido a ser ignorados en la percepción de aquellos años. Stoll mismo ni siquiera menciona este ambiente de abierta rebelión y levantamiento social, desde distintas posiciones y lugares en Guatemala. De igual forma ha acontecido específicamente con la rebelión suscitada en el Altiplano indígena entre 1980 y 1982 donde, precisamente, convergieron distintos movimientos de reivindicación y lucha. En lugar de mostrar la diversidad de las expresiones activas de liberación en el Altiplano indígena de la Guatemala de aquel momento, la historia oficial ha tendido a subsumir las distintas expresiones al canon simplista y homogeneizante de la dicotomía estructural Ejército / Guerrilla. Dicho canon ha hecho tabula rasa de las 13 Para una visión general de cómo interpretaron algunos economistas y miembros de la clase dominante el aumento salarial provocado por la huelga de la Costa Sur, léase el libro: Ayau, Manuel. (1993). La década perdida. Guatemala: CEES / Litorama. 134 pp.
12
condiciones conflictivas en la localidad, su expresión particular y su relación distinta con la guerrilla en cada pueblo o aldea. Al reducir el movimiento revolucionario a su especificidad guerrillera, se destacan unos puntos que son ciertos en muchos casos pero, erróneamente, se ignoran o simplifican relaciones de potencialidad liberadora en confluencia. Así se afirma que la guerrilla tendía a totalizar y sustituir las diversas luchas bajo cánones de orden militar, jerárquico y étnico, lo cual efectivamente sucedió en diversos lugares. Pero, asimismo, olvidan las relaciones que posibilitaron la confluencia y conjunción social de sectores históricamente separados, confrontando prejuicios racistas o de clase en pos de la lucha. Por eso uno de los objetivos en el rescate y actualización de la memoria revolucionaria es, justamente, derribar el esquematismo que, bajo supuesta objetividad y apegó al dato, terminó justificando el aplastamiento de la rebelión y cerró con candado la gran fuerza emancipadora silenciada por la Tierra Arrasada. En esta breve crítica nos enfocaremos en mostrar las contradicciones y potencialidades ocultas bajo los argumentos de David Stoll, específicamente en el área de población indígena Ixil. Veremos cómo su misma forma de investigación parte de ignorar y menospreciar las luchas como movimiento que rebasa y conforma actos de liberación en distintos momentos. Observaremos cómo la multiplicidad de las luchas de aquellos años no necesariamente se pueden subsumir bajo la lógica guerrilla-ejército. En el siguiente apartado mostraremos las principales conclusiones de este libro de David Stoll. Evidenciaremos cómo sus interpretaciones parten de una mediación conceptual que subsume la variedad de la actividad liberadora al canon determinado de choque de estructuras. Debido a la conceptualización muerta de la lucha social como estructuras en colisión, relacionaremos cómo la misma conlleva lógicamente a aprehender los conflictos bajo categorías definibles y homogenizadas como “población”, sustituyendo las múltiples expresiones sociales de la lucha de clases por el de un posicionamiento neutral “entre dos fuegos”.
13
II. Crítica al marco conceptual: La violencia como colisión de estructuras y la lógica de la neutralidad ixil.
Stoll se apasiona por el mundo como dato. Es más, cuando se legitima con la información recopilada en sus múltiples entrevistas y encuestas en el área, pareciera que comprende la “verdad” como un simple menudeo etnográfico que constata lo real. Pero el mundo como datum no es afirmación de una verdad ontológica, sino por el contrario, puede llegar a mostrarnos la contradicción de la totalidad. En este sentido nuestro sherpa estadounidense comenzó su investigación con una doble actitud, la primera de supuesta empatía al relatar sus motivaciones emocionales para hacer su trabajo de investigación en Nebaj (Stoll, 1993: 8, 12), la segunda el cientificismo que manifiesta a lo largo y ancho de su obra, claro engaño del antropólogo que busca desvelar la “verdad inmanente” de la realidad mediante la mera legitimidad etnográfica (Adorno, 1969). En todo caso, es importante que nos centremos en los principales argumentos de este libro de Stoll para ir comprendiendo cómo la aparente incompatibilidad entre la emoción solipcista y el cientificismo omnisciente son los movimientos constitutivos de su subjetividad burguesa, en este caso expresada desde la decisión nostálgica de vivir en un pueblo alejado, reprimido, pero seguro, y la obsesión por buscar la supuesta verdad que muestra la realidad. Empero, ¿cuál es la “realidad” que interpretó Stoll y las conclusiones a las que abordó después de haber realizado varios años de investigación sobre la región Ixil? En primer lugar, Stoll asegura que esta región no fue un bastión de la guerrilla y, más bien, fue el escenario de un conflicto entre dos ejércitos, donde la población Ixil se esforzó por no verse involucrada en ninguno de los dos bandos. Esto es lo que Stoll llama la «in-between position»14 (Stoll, 1993: 139) que explica para él la disposición de los indígenas del área para vivir en las aldeas modelo (Ibídem. 157). En segundo lugar, afirma que el apoyo masivo de indígenas ixiles al EGP es cuestionable y que, cuando lo hubo, no fue por un convencimiento ideológico sino más bien por dos factores: a) la guerrilla aprovechó la violencia del Ejército para justificar su Guerra Popular Revolucionaria y adherir nuevos combatientes a la organización, b) la represión del Ejército 14
Posición de en medio o intermedia.
14
orilló a la población local a desplazarse y buscar apoyo en la guerrilla (Ibídem. 4). En tercer lugar, Stoll polemiza con las organizaciones de Solidaridad con Guatemala y de Derechos Humanos (Ibídem. 16, 122, 197), así como con el posicionamiento de la Iglesia Guatemalteca en el Exilio (Ibídem. 194). Con esto, Stoll asegura que su interpretación romperá con la percepción de los indígenas en tanto que revolucionarios ideológicamente convencidos. En lugar de esta idea Stoll prefiere relatar, a partir de la recopilación etnográfica, cómo los indígenas ixiles estuvieron realmente atrapados entre dos fuegos (Ibídem. 20, 302), sin una participación comprometida y mucho menos de convencimiento ideológico de lucha revolucionaria. Negando la participación generalizada y convencida en la lucha social y de haber resistido al Ejército, Stoll concluye que la estrategia de los indígenas ixiles fue la neutralidad (Ibídem. 132, 301, 306), el no querer molestar a los grupos poderosos (1993: 305), es decir, un doble discurso y práctica frente a la guerrilla y el Ejército para no molestar a ninguno de los dos. En cuarto lugar, Stoll comenta cómo la violencia “llegó” a la región ixil con la entrada de la guerrilla (Ibídem. 14, 64, 262, 312), lo que repercutió en la escalada de represión del Ejército que, a su vez, castigó a las comunidades que supuestamente apoyaban al EGP. De esta manera, Stoll culpa al Ejército Guerrillero de los Pobres de haber llevado la violencia al área ixil (Ibídem. 64, 259) y de haber reprimido de igual forma, aunque en menor medida, a la población que no quería participar en la llamada Guerra Popular Revolucionaria. Estos argumentos generales nos indican algunos puntos base de toda su interpretación y, de igual manera, nos dan indicios de su entendimiento conceptual. Stoll nos refiere la llegada de la guerrilla en la región Ixil como la detonante de la violencia. No obstante, en Stoll dicha violencia termina siendo una amalgama indiferenciada de asesinatos individuales, secuestros, torturas, ajusticiamientos, masacres, pero los argumentos del autor no nos explican la conformación del poder en la localidad y su relación intrínseca con el orden estatal. Stoll sólo se interesa en relacionar directamente la llegada de la guerrilla al Ixcán y el Ixil como explicación de la violencia estatal en el área, es decir de las acciones del Ejército. Si bien cita la interpretación de la guerrilla sobre la violencia estructural en Guatemala, el autor no hace mayor hincapié en revelar cómo la historia del Estado y, en general, de las relaciones de poder en Guatemala, se hacen presentes en los conflictos expresados en la localidad. En lugar de 15
relacionar los sectores en pugna en la región ixil, no hace más que pasar del vaivén de los finqueros, contratistas y trabajadores migrantes, a las emboscadas de la guerrilla y la represión del Ejército. De igual manera se homogenizan las diferencias y las luchas bajo la categoría de “poblaciones” indígenas Ixiles. En el trabajo de Stoll se aprecian múltiples sectores insertos en una formación antagónica que ni siquiera se busca comprender y no se le cuestiona frente a la actividad rebelde de ciertos grupos sociales en el área. Desde esta perspectiva, Stoll nos muestra de manera dispersa y sin explicación los conflictos locales, esto debido principalmente a que subsume todo poder de dominación y lucha al mismo conflicto entre Ejército y Guerrilla. Es así precisamente como Stoll nos pone a la vista las carencias de su análisis conceptual, sobre todo de aquello que presupuso con la varita mágica de su trabajo etnográfico sin someterla a una reflexión crítica más profunda. ¿De qué sirve el dato duro y comprobado si no se le penetra? Tomemos la interpretación que Stoll posee de la guerrilla. Esta es vista como externa a la comunidad, al igual que el Ejército, homogenizando ambas facciones armadas en tanto que estructuras que no conllevan una compleja intrincación social. Con este proceder se evita comprender las luchas sociales como emergencia social contra la forma estatal y la intensificación de la expropiación capitalista. De manera que Stoll no ilumina la conformación social de la guerrilla en tanto que forma contradictoria en sí misma, sino más bien la simplifica como mera organización de lógica militar y de diferenciación étnica de la jerarquía. El problema es que deja de lado, bajo el carácter unidimensional y formal de la estructura, lo que conllevaba la guerrilla en aquellos tiempos, es decir, expresión de socialidad revolucionaria no necesariamente cernida a una lógica aplastante, sino en tensión constante. La guerrilla es ignorada como organización que negaba el orden impuesto, un movimiento contra la propiedad latifundista y las relaciones serviles mantenidas por la mediación de la finca y el caudillaje local. Stoll no se molesta en acercarse al abismo de la desesperación, del hambre y del asesinato, simplemente nivela la actividad social del ejército y la guerrilla puntualizando una mayor represión cuantitativa del primero por sobre el segundo. En tanto que estructuras que compiten por el poder estatal, tanto el ejército como la guerrilla son lo mismo para este antropólogo. La conformación estatal y finquera de los conflictos locales no le interesa, ni la complejidad que 16
emerge cuando los individuos no están atrapados entre estructuras muertas que sólo les dejan margen de reacción y acomodamiento. Conceptualmente, Stoll está al mismo nivel de cuando llegó con su aventurerismo a Nebaj en 1982 y 1987: fascinado por las procesiones religiosas casi medievales (Ibídem. 8), intrigado por las caras de aquellos indígenas que no se han convertido en consumidores modernos15, buscando entre la violencia alguna razón para que su Shangri-la guatemalteco siga constituido por figuras ahistóricas, apartadas, que no se concretizan dentro de categorías de derecha ni izquierda porque les son externas (Ibídem. 259). Si es claro que Stoll aprehende al Ejército y la guerrilla como estructuras que subsumen y ponen en peligro a la población local, al mismo tiempo termina haciendo de la categoría “población” indígena ixil una tercera estructura, sin decisión propia, ni subjetividad, externa hasta de sí misma y de las condiciones de opresión que vivía gran mayoría. Las formas antagónicas de la lucha son obviadas y reducidas a cánones cerrados no contradictorios dentro de sí mismos. En definitiva, la comprensión de los indígenas ixiles como estructura cerrada y externa, además de población no atravesada por los conflictos de clase, deriva lógicamente en las conclusiones de Stoll sobre la neutralidad ixil (Ibídem. 132, 301), de la posición entre dos fuegos (Ibídem. 20), de la violencia dual (Ibídem. 95), de los ixiles como enteramente víctimas (Ibídem. 302). Como mencionábamos anteriormente, solo una cosificación del movimiento y del conflicto conduce a la conclusión de que la violencia llega con el arribo de la guerrilla. Al cosificar y congelar el movimiento contradictorio propio de la forma específica de la guerrilla, hace que su contrario sea, a la vez, una estructura homogénea, en este caso el ejército. El movimiento impositivo de la propiedad privada individual, finquera, casi-señorial en sus relaciones de opresión, es externo a su entrañable explicación del choque de las estructuras muertas y la población intermedia. De este modo, el recurrente despojo agrario y las instituciones de cuadrillas finqueras, alcaldías administradoras de trabajo indígena, mandamientos, son descritas por Stoll en su libro pero no analizadas en su interrelación y, por lo tanto, se pierde el conflicto como relación, quedándose sobre la mesa el cascarón roto de una estructura muerta, del olvido de mediación conceptual de los extremos en lucha. Se habla de ladinos apoyados por el Estado que expropiaban tierras de 15
«[…] the faces of the men who had never become modern consumers.» (Stoll, 1993: 8)
17
Cotzal, pero no se le relaciona directamente con el proceso expansivo de expropiación y construcción del ethos finquero (Tischler, 2001). Se mencionan los Principales indígenas entregando listas de muerte al Ejército, pero no se les vincula como personificaciones estatales y de poder local indígena. De esta manera se cumple el deseo del sherpa, encerrar su Shangri-la allá arriba en las montañas del ixil y vincular la violencia como externa a una historia que, a todas luces, ha sido en realidad un proceso continuo de violencia y lucha desde lo local. Ahora bien, toda explicación de la violencia implica una comprensión específica del poder como actividad humana. Stoll lo da por sentado en su aparente objetividad y búsqueda de la verdad muerta del dato. Para nosotros el poder de dominación debe entenderse a partir de la escisión sujeto-objeto, en tanto que actividad enajenada y enajenante que se vuelca contra y a través de la actividad social y que, por lo tanto, constituye realidad social relacional. El hecho de que sea relacional implica que no existen estructuras unilaterales que conformen a su voluntad la socialidad humana, a manera de una ontología de la violencia y la pasividad, sino que la misma escisión sujeto-objeto se conforma históricamente. Así por ejemplo, en las condiciones actuales el capitalismo se nos presenta como un proceso de expropiación y apropiación continua del plusvalor, esto a través de la explotación y subsunción de la fuerza de trabajo en el proceso productivo y realizado en la circulación, lo que conlleva la necesidad del capital por reproducirse en escala ampliada (Marx, 2006: 435-468). Para la teoría crítica, los extremos de esta relación, es decir capital / trabajo, dejan de ser mediaciones neutrales de una normalidad basada en el valor sino, por el contrario, se evidencian como relaciones conflictivas, de explotación o, potencialmente, en lucha por la liberación de la actividad social humana de todo marco cerrado que le imponga el destino de ser “factor” de la valorización del valor. Es así, pues, como la actividad humana no está determinada absolutamente por los mecanismos mismos de reproducción sistémica, su liberación no es la constatación de una lucha entre sistemas paralelos antagónicos sino, por el contrario, por las formas contradictorias que, a partir de las relaciones conflictivas, atraviesan el cuerpo social y evidencian el movimiento por la dominación o, potencialmente, por su superación. Si el poder se entiende como flujo de dominación, por un lado 18
su movimiento es el de la separación y la escisión, por el otro conforma modos de estado (aparentemente fijos) donde se desea petrificar la relación contradictoria y darle la autoridad, el estatuto, de relación naturalizada y fija. Así pues, el flujo de dominación se mueve en la lucha por imponerse y expropiar, a la vez que busca defender, encauzar e imponer nuevamente la relación de dominio como normalidad y ley. Pero, ¿frente a qué o quiénes se mueve como imposición, encauzamiento y se estatifica como norma, ley, categoría, clasificación? Si el poder de dominación es la actividad enajenada y enajenante, como subsunción de lo no-idéntico a su lógica unilateral, luego las diversas luchas contra el poder de dominación, contra su subsunción o encuadramiento, contra su clasificación, pueden llegar a constituirse como actividad liberadora. El carácter de apertura de nueva socialidad y contra las conformaciones fijas que imposibilitan la comunidad humana universal, hacen que la actividad liberadora se amplíe como proceso de liberación y lucha contra la enajenación (o su fruto, la propiedad privada-excluyente). La actividad liberadora no es un estado de cosas sino la creación de camino humano, de éxodo, desde la contradicción y en apertura de lo nuevo, su horizonte no se busca como síntesis sino como horizonte de superación de toda relación de dominio, de humillación, de apropiación. Su horizonte es amplio y profundo, su motor la contradicción, su concreción se manifiesta en la socialidad nueva a partir de la lucha y la negación. En tanto que proceso de lucha y apertura que surge desde la reflexión de la contradicción, su batalla es contra la determinación de estructuras aparentemente fijas y externas, contra la propia reproducción de las mismas en tanto que imprimen el poder como destino16. Solamente una particularidad en apertura revolucionaria puede irrumpir contra la fetichización de lo determinado históricamente como legítimo. La estructura determinante es la prisión de la humanidad, la lucha deberá tenerla en cuenta para abrirse paso hacia la autodeterminación
16 Toda lucha es una relación de poder, la diferencia estriba en que aquella que pretende hacerse liberadora busca romper con la totalidad de dominación y, en su momento dialéctico, defender lo nuevo de la socialidad comunista. La reflexión de los momentos de poder y organización desde la socialidad en apertura revolucionaria es imprescindible, ya que si sus formas de organización a la vez reproducen la dominación como nuevo destino y no como diálogo en marcha hacia lo distinto, entonces puede la rebeldía convertirse en estado de cosas, legitimarse y favorecer nuevos tipos de explotación y mediación. No hay pureza en la socialidad revolucionaria, precisamente por eso la reflexión dialéctica de su contradicción es la única que le permite irse transformando y no terminar cosificando lo que en un principio motivó su quiebre y ruptura respecto del poder como flujo de dominación.
19
consciente, pero no concebirla como totalidad enteramente externa a la actividad social que la produce. El error en Stoll, según consideramos, es el de haber petrificado el carácter móvil del poder y la lucha contra el mismo. Dicho de otro modo, en las estructuras congeló el movimiento de la escisión violenta, relegando el conflicto consciente y la subjetividad de los seres humanos concretos a las estructuras muertas y, consecuentemente, remitiendo la pasividad, el acomodamiento y la estrategia del “quedar bien” a la categoría de población indígena ixil. Hemos visto en este apartado como Stoll cosifica la violencia que se muestra como proceso histórico de expropiación y de reducción al trabajo forzado de la forma estatal finquera. Su análisis de la violencia sólo reside en lo evidente y manifiesto de una guerrilla que “llega” al Ixcán y a la región Ixil, así como en la respuesta contrainsurgente del Estado guatemalteco a través del ejército. Luego Stoll estudia el poder en choque como enfrentamiento desde las armas, secuestros y asesinatos, pero no se compenetra en la misma conformación socio-histórica del poder de dominación. De manera análoga sucede en la crítica de la violencia del capitalismo cuando este se expresa en las guerras por los recursos o mercados, pero no se le concibe desde el mismo proceso de producción y circulación en tanto que violencia constitutiva, como expropiación y ansia de acumular la plusvalía social (Marx, 2010: 58). Es decir, desde la forma de socialización explotadora. Podemos entender el capital entonces como violencia hecha cosa y como proceso de cosificación violenta, siendo ambos momentos necesarios para criticarlo en tanto se realiza desde la misma lucha de subsunción. Ahora bien, para el momento histórico de 1978 a 1983 en Guatemala, podemos ver ambas instancias en la profundización y articulación del capitalismo. La crisis internacional del capital como forma keynesiana – desde 1971 sobre todo –, su influencia en la economía agroexportadora y de comercio, el crecimiento demográfico, la crisis del latifundismo y las luchas por la tierra. Todos estos factores nos revelan cómo las condiciones ampliadas del capitalismo en Guatemala impulsaron la violencia expropiadora, de disciplinamiento social y exterminio. Sin embargo, no hay que olvidar que la preponderancia de la forma finquera, asociada a la cultura estamental de la tierra, la familia y el señorazgo, también se hizo sentir como violencia contra lo súbdito negado, desde sus distintas configuraciones, pero ampliada en el exterminio social contra los grupos indígenas asociados al 20
miedo colonial de la Montaña que baja. El ejército, en este sentido, es forma estatal y momento de disciplina capitalista, pero impulsado por la configuración represiva de mentalidad finquera y articulada internacionalmente desde el anticomunismo y la guerra contra modelos como la URSS, Cuba o Nicaragua. Luego, la violencia estatal y del capital en Guatemala propiciaron condiciones de enfrentamiento directo, desde lo local como centro de lo estatal-finquero. Por eso el exterminio social de la contrainsurgencia fue un proceso que constituyó orden, disciplina y desmoralización, bases necesarias para que el capital que había huido desde 1980, regresara a medida que Washington demandaba nuevos gobiernos civiles en Latinoamérica y una nueva legitimidad de gobernabilidad, de dominación, desde la reconfiguración del capital neoliberal17. No obstante, si vinculamos la crisis económica de 1980 a 1983 en Guatemala con la forma específica de crisis social que evidentemente se dio, tendremos todo un panorama distinto de lo sucedido en esos años. Esta crisis no fue exclusiva de Guatemala y Latinoamérica, sino se le puede considerar una recesión de escala mundial. Para el contexto de Guatemala se combinó el enorme peso de la crisis mundial del capital con la crisis del modelo agroexportador que, dicho sea de paso, no resultó de meros factores económicos, en tanto que formas sociales cosificadas, sino fue expresión, a su vez, de las luchas sociales de aquellos años, de la insubordinación en el Altiplano indígena y del malestar en la Costa Sur, evidenciado en 1980 con la Huelga que imprimió temor al régimen militar de Lucas García y los grupos finqueros. Si rompemos con el molde petrificado de la crisis meramente económica, veremos que efectivamente en ese momento entraron en crisis de legitimidad los patrones tradicionales de dominación, la justificación finquera y el régimen anticomunista surgido del Golpe de Estado a Jacobo Árbenz en 1954. Esta vez la manifestación del descontento no era predominantemente de la ciudad capital, sino realmente un reclamo y un levantamiento de machetes desde lo más profundo de la sociedad guatemalteca.
17 Para un análisis más detallado de este periodo consúltese mi trabajo titulado «Conformación contemporánea del capitalismo en Guatemala (1983-2010)», publicado como tercer capítulo en la investigación Reconfiguración del capital en maquilas de confección y call center en Guatemala (2010).
21
¿Cómo se expresó esta crisis contra el régimen militar y la articulación capitalista finquera en la región ixil? Si nos atenemos a Stoll, se plantearía que la resistencia no fue el eje central de las estrategias de la “población ixil”, sino más bien trataron de mantener neutralidad frente a ambos grupos armados. Esto corroboraría, supuestamente, que los ixiles estuvieron situados entre dos fuegos, entre violencias-duales causadas por una guerrilla exterior a cualquier movimiento local de reivindicación y el Ejército. «In the case of Ixil country, widely presumed to have been a revolutionary stronghold in the early 1980’s, I have argued that revolution came from outside, with less reference to Ixil experience and aspirations than has often been assumed, and that local population became involved mainly because of the polarizing effect of guerrilla actions and government reprisals. If violence came from outside Ixil country, instead of welling up from within, it helps explain the paradox of a local situation that, thanks to the power of the Guatemalan army and the persistence of the URNG, continues to be ruled by death squads. The Ixil experience also suggests that it is time to question the academic priority of excavating “resistance”. There is no lack of resistance to be found in Ixil country, but what I am questioning is how central it is to Ixils.» (Stoll, 1993: 313; cursiva propia)18 Bajo el pensamiento de Stoll, la revolución no surgió o emergió desde adentro (welling up from within) de los ixiles, sino fue promovida por la ideología del EGP que, finalmente, los envolvió en una guerra polarizada. Luego las experiencias y aspiraciones ixiles locales (Ibídem. 64, 65) no se veían reflejadas en la guerrilla ni en una lucha ixil conscientizada (Ibídem. 259) a favor de cambios radicales. La dicotomía fundadora de teoría en
18
«En el caso de la región Ixil, que a principios de los ochentas estaba considerada un bastión revolucionario, he afirmado que la revolución provino del exterior, con menos referencias a las experiencias y aspiraciones Ixiles de las que por lo general se asumen, y que la población local se vió envuelta en la violencia principalmente a causa del efecto polarizante de las acciones guerrilleras y las represalias del gobierno. Si la violencia no se nutrió en la región Ixil, sino llegó de fuera, puede explicarse la paradoja de una situación local en recuperación, pese a que la situación nacional, gracias al poder del ejército guatemalteco y a la persistencia de la URNG, sigue estando controlada por los escuadrones de la muerte. La experiencia Ixil también sugiere que ha llegado la hora de cuestionar las prioridades académicas en lo que a sacar a la luz la "resistencia" se refiere. En la región Ixil no falta la resistencia, pero me pregunto qué tan importante es para los Ixiles.» Capítulo X. Versión electrónica. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html
22
Stoll hace que lo interno y lo externo sean mutuamente excluyentes, en este caso lo interno fetichizado como población indígena local y lo externo como guerrilla y ejército. Lamentablemente, este suele ser un error común de la antropología norteamericana donde se suele elevar el carácter inmaculado, diáfano de los pobladores locales de la comunidad, frente a lo contaminado y externo del Estado y el capitalismo. Las raíces de confluencia de la lucha y la represión se entienden separadas, así como mutuamente excluyentes, evidenciando una simplicidad analítica que no comprende las formas organizativas en su movimiento contradictorio que, potencialmente, pueden articular lo particular con una concepción de la totalidad (ambas según se conceptualicen históricamente). De aquí se desprende que sea tan falso absolutizar la participación ixil en el movimiento rebelde y/o revolucionario armado, como lo contrario, es decir, absolutizar una neutralidad generalizada de la población ixil. Los momentos concretos históricos de lucha son los que rompen la posibilidad de absolutización que siempre contiene el concepto, sobre todo si se deslinda de su contraste dialéctico. Así pues, la misma categoría de “población” conlleva homogenizar realidades y relaciones sociales distintas, experiencias de explotación o de privilegios jerárquicos dentro de la misma etnia Ixil. Si no se parte del carácter conflictivo de las relaciones sociales, que por cierto atraviesa toda la sociedad, la lucha de clases puede degenerar en una comprensión estructural generalizadora o bien en nuevas subsunciones categóricas bajo conceptos liberales-burgueses como sociedad civil, tal como lo hace Stoll (1993: 262). Por eso en este escrito no planteamos la lucha en términos de estructuras externas a la actividad social, sino como conflictos entre la tendencia del flujo de dominación a conformar formas y estructuras de dominación, y la actividad social liberadora que se expresa bajo formas no necesariamente subsumidas a estructuras preestablecidas, sino en conflicto y conformación. Esto precisamente porque puede ir abriendo paso hacia lo nuevo contra el canon que establece el flujo de dominación y, por lo tanto, que estabiliza normas de lo debido y correcto. En este apartado hemos querido resaltar el carácter mistificado de la comprensión de lucha y neutralidad en Stoll. Hemos visto que su concepción de la realidad social está enmarcada en estructuras inertes que chocan entre sí y dejan en medio a una tercera estructura pasiva, la “población” ixil. Solamente un análisis regido por la lógica formal, de cuño 23
aristotélico, puede considerar los extremos como mutuamente excluyentes, eliminando el carácter contradictorio y conflictivo en la afirmación del ser. Pero no nos interesa solamente el ser dado de la historia, sino lo no evidente, lo oculto, aquel baleado, torturado y asesinado, la valentía extirpada, la dignidad que confronta, la rebelión, el alzamiento, la noidentidad con la podredumbre de la historia. Esa es la contradicción de la cual parte la teoría crítica o, en términos de teología dialéctica, la evidencia de la Cruz en y desde el mundo (Moltmann, 2010: 98). En el siguiente apartado propondremos cómo entender lo sucedido entre 1978 y 1982 en la región ixil y otras partes del Altiplano indígena, pero no bajo la interpretación estructural inerte de la neutralidad, los dos fuegos y la victimización, sino como momento de intensidad social, desacato y rebeldía. Para esto nos adentraremos brevemente en un análisis de la guerrilla como forma social organizativa, mostrando tanto sus potencialidades represivas e identificadoras en su forma militar y su contexto de lucha contra el ejército, pero también rescatando la oportunidad de confluencia de la lucha con comunidades indígenas rebeldes y en resistencia. Veremos que, lejos de afirmar una homogenización de la “población” ixil, la lucha se llevó también al interior de la misma y contra las figuras representativas del poder local y finquero estatal, fuesen o no indígenas ixiles. Lo revolucionario y liberador de un movimiento revolucionario fallido – «failed revolutionary movement» (Stoll, 1993: 311) – puede atravesar como experiencia histórica insustituible el pecho de tantos hombres y mujeres, pero también, puede ser vapuleado por una historia que ridiculiza al alzado y castiga con la ironía hasta los propios muertos. Para adentrarnos en lo extirpado es necesario que leamos a uno de sus extirpadores, en este caso David Stoll, quien mientras tapaba tumbas olvidó su pala en el campo de su libro. La crítica, en este punto, se encargará de desenterrar lo enterrado con la propia pala del extirpador.
24
III. La rebeldía ignorada tras la masacre y el estado de sobrevivencia.
Tres supuestos teóricos en Stoll son los que terminan absolutizando una posición neutral, acomodada y sin lucha de la “población” Ixil. Primero, la lucha de estructuras elimina la lucha desde las relaciones sociales. Segundo, la neutralidad solo emerge de una visión homogénea que subsume la conflictividad en las relaciones sociales por categorías fijas como “población” o “indígenas” en general. Tercero, la violencia dual y los dos fuegos sólo se percatan desde la estrechez dicotómica de estructuras externas a una “población” interna. Estos tres argumentos de Stoll no le impiden compenetrarse en conflictos y situaciones que evidentemente pasaron, es decir, sus datos etnográficos pueden ser de gran relevancia. Pero lo que supone una valiosa recopilación desde la localidad, se topa con una interpretación presta para hacer del dato una verificación de verdad por si sola, haciendo de la particularidad un fetiche que termina, para el colmo de los males, no siendo más que una representación cerrada de estructuras homogenizadas. Por no penetrar la conformación de la totalidad en lo particular termina mistificando éste último bajo el sustituto de la comprensión dialéctica, es decir, el de la estructura cosificada e inerte. Es pues común en Stoll que nos brinde recopilación etnográfica e histórica certera pero que, rebasando su mismo argumento, termine siendo pasada de alto frente a los tres pilares mencionados de su libro. Ahí donde su etnografía muestra subjetividad, rebeldía autónoma o resistencia de indígenas ixiles, las aprehende como algo secundario, no “central” (Stoll, 1993: 313). Lo “central” es lo evidente del dato recopilado y de las palabras de la entrevista. Lo “central” son los dos fuegos y la neutralidad. Lo “central” es la tesis que argumenta formalmente y la negación del carácter “verdadero” o científico a los discursos revolucionarios y la teología de la liberación. Stoll es “central” en tanto lleva la batuta de esta verdad negada: los ixiles estuvieron entre dos fuegos, la violencia llegó con la guerrilla, la reconstrucción de la región Ixil no es resistencia sino sobrevivencia y evasión del enojo del ejército. Más lo realmente explosivo de lo no-central, de lo marginado, de lo subterráneo es que, desde su posición como piedra rechazada, puede poner en peligro el edificio entero.
25
«We might presume that, beneath the polite manners of subordinates, there always lurks a hidden transcript of rebellion that requires excavation by researchers. In a situation like that in Nebaj, the ambiguity of survivors requires more than a hunt for the hidden transcript. It is not just that expeditions to expose secrets can endanger survivors, by exposing them to retaliation from offended power holders. Or that we hardly serve the interests of subordinate groups by ferreting out their secrets for the benefit of whoever wishes to consume social research. Or that ambiguity provides a discursive vacuum into which it is easy to project a foreign agenda, whether of the counterinsurgency state or the insurrectionary Left. A deeper problem is that “resistance” often fails to focus on the kind of target scholars and activist deem appropriate, such as a dictatorship or plantation owners or the dominant ethnic group.» (Ibídem. 306; cursiva propia)19 Es llamativo como Stoll, al final de su libro, realiza críticas sobre las implicaciones de mostrar la resistencia Ixil. Significativo resulta el que Stoll se preocupe sobre las posibles consecuencias o peligros de evidenciar las resistencias, asumiendo una posición crítica frente al académico y su investigación social. Después de todo la «ambigüedad provee un vacío discursivo que es fácil de proyectar para una agenda foránea», en este caso para justificaciones del ejército o de la guerrilla. Entonces el dilema de Stoll quedaría resuelto no enfocándose en la resistencia, pues sería secundaria a las estrategias ixiles según plantea, sino en la reconstrucción de la “sociedad civil” en Nebaj y la neutralidad ixil frente al ejército y la guerrilla. De nuevo nos vemos frente a los límites conceptuales de Stoll al subsumir la resistencia al plano de las consecuencias para la neutral 19 «Podemos asumir que, tras la cortés conducta de los subordinados, subyace siempre una transcripción oculta de rebeldía que los investigadores deben desenterrar. En una situación como la que prevalece en Nebaj, la ambigüedad que priva entre los supervivientes exige bastante más que la búsqueda de la transcripción oculta. El problema no radica solamente en que la divulgación de tales secretos pone en peligro a los supervivientes, exponiéndolos a represalias de los grupos de poder ofendidos. O en el hecho de que sacar a la luz los secretos de los grupos subordinados para beneficio de aquellos interesados en el consumo de investigaciones sociales difícilmente sirve a los intereses de tales grupos. O que el vacío que la ambigüedad ocasiona en el discurso facilita la proyección de una agenda externa, provenga del estado contrainsurgente o de la izquierda insurrecta. Un problema más profundo es que a menudo la "resistencia" no se concentra en los blancos que los estudiosos y activistas considerarían apropiados, como dictadores, finqueros o el grupo étnico dominante.» Capítulo X. Versión electrónica. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html
26
“población” ixil, dejando completamente afuera la reflexión sobre un tipo de estudio que muestra a un pueblo con las características que describe. Todo esto termina siendo un círculo vicioso. Su argumento seguiría la siguiente lógica: la población ixil se vio inserta en un contexto de violencia provocado por la incitación revolucionaria de la guerrilla y la represión militar, debiendo sobrevivir a través de una doble negación y acomodamiento, dependiendo de los poderes dominantes en el área. Subsecuentemente, cuando el Ejército realiza las campañas contrainsurgentes más fuertes y retoma el control del área, la “población” ixil debe ingresar a las Patrullas de Autodefensa Civil y, paulatinamente, retomar el control y un margen discreto de decisión aún dentro del contexto de presencia militar. A lo largo de toda esta estrategia de neutralidad y entre dos fuegos, la “población” ixil buscaría sobrevivir sabiéndose ajena a estos grupos exteriores y buscando la capacidad de propia decisión a medida que el conflicto adquiría menores grados de represión. Pero, ¿qué hay de la memoria de la lucha? ¿Acaso la misma debe culpabilizarse como lo ha pretendido la contrainsurgencia militar? Stoll se queda en la sed que impone el desierto, en la necesidad que impone el poder, pero descarta con esta interpretación toda posibilidad de una memoria que busque horizonte y reflexión para un nuevo caminar en lo desconocido. Otro punto importante con referencia a la penetración conceptual de la realidad histórica en Stoll. La estrechez teórica de algunos antropólogos estadounidenses como él o su falta de interés reside en que, ante la gran diversidad y carácter contradictorio de las luchas sociales, prefieren salvar su incomprensión utilizando el término «ambigüedad» mientras dejan sin conexión y sin explicación la compleja maraña de relaciones sociales a las cuales se han enfrentado20. El peligro de definir lo social bajo el concepto de ambigüedad no es que presente una explicación totalmente falseada sino, más bien, que su análisis unilateral sólo muestre verdades a medias, verdades convenientes, priorizando explicaciones estructurales por encima de los conflictos que se expresan desde las relaciones sociales. Al eliminar el carácter contradictorio de lo social como motor dialéctico y reducirlo a una simple serie de “ambigüedades”, estos antropólogos no hacen más que reforzar el carácter unilateral de una investigación formal, excluyendo 20 Véase por ejemplo: «La ambivalencia conceptual de Charles Hale Crítica del libro ¨Más que un indio”. Ambivalencia racial y multiculturalismo neoliberal en Guatemala» Palencia, S. (2010)
27
el despliegue del conflicto entre lo particular y la totalidad y rebajando su movimiento a una explicación causal de estructuras. Es precisamente ante la aparente fuerza del dato de la realidad que todos sus argumentos parecieran adquirir una fuerza innegable, respaldando sus investigaciones con la evidencia recabada, suelen apegarse a la realidad absoluta de lo dado. Por eso los argumentos de Stoll respecto a los dos fuegos, a la violencia dual, a la neutralidad como estrategia de sobrevivencia es, en efecto, una realidad que tocó vivir a tantos y tantas en la región Ixil. Pero tan real es una bala que atraviesa el pecho de un rebelde o un inocente, como las palabras que describen ese hecho. ¿En qué reside este postulado? En la dificultad de hacer historia sólo de lo llegado a ser y de teorizar absolutos que concatenan lo dado con lo reducido a escombros de un pasado que pintaba distintos horizontes. Es así que la rebeldía, la resistencia, la actividad liberadora dejan de ser no-centrales y se postulan como pilares de la crítica. Jamás para hacer simplemente una historia de o sobre las rebeldías, las resistencias, las luchas por separado, sino porque comprendiendo dialécticamente lo llegado a ser, a partir de la extirpación de lo no-idéntico, es que, hoy en día, la revolución podría actualizarse. El sufrimiento y la revolución aplastados no deben ser recuentos para una historia descriptiva de la escisión sujeto-objeto, dicho de otra forma, recuentos de un tema más dentro del dolor actual de la sociedad de clases, sea la historia de los dominantes o dominados por separado. La oportunidad liberadora no reside simplemente en conocer el objeto como dado por sí en lo llegado a ser, sino en penetrarlo hasta las mismas profundidades que evidencien, asimismo, la comunidad histórica y transhistórica en lucha por la dignidad y la humanidad. Vincular la actividad liberadora conociendo y penetrando el objeto nos lleva entonces a encontrar una pregunta en su actualización histórica: ¿sufrimos como comunidad / individualidad humana negada? ¿Qué haremos a partir de ello? Para el caso que nos ocupa, Stoll describió el objeto de su investigación y encontró un ser apático, un grupo social, decepcionado, engañado. Stoll llevó avante la pureza del dato etnográfico para contrarrestar las pasiones, las tergiversaciones y las teologías (Ibídem. 194), hallando por ejemplo ex guerrilleros que querían regresar a trabajar a las fincas como único horizonte luego del exterminio (Ibídem. 306). ¿Acaso su mismo marco conceptual no se entremezcló con su deseo y, como resultado, encontró 28
lo que buscaba: renegados, víctimas, neutrales, decepcionados? Pero, más importante aún, ¿acaso su misma actividad de excavar y tapar tumbas solamente nos muestra eso cuando leemos? De nuevo, su pala sirve para penetrar el objeto y abrir la tierra a quienes, desde adentro, quieren salir todavía desde la injusticia. Desde luego, la definición de lo central implica toda una conceptualización jerárquica de las luchas y, en general, una subsunción a un canon legítimo de lo aceptado como actividad liberadora. Si Stoll no encuentra la centralidad de la resistencia en la “población” ixil es que ha subsumido la importancia de dicha actividad social al involucramiento directo y consciente de la guerrilla como estructura revolucionaria. Conlleva igualmente a su despotricada conclusión de que los ixiles no se manejaban en las mismas categorías de revolución a las cuales aducía el EGP en el área, por lo que no existía confluencia de lucha. Tal postulado toma lo posible verdadero de lo primero para encerrarlo en una conclusión que invisibiliza la propia decisión y participación activa de indígenas ixiles en la lucha, fuese o no dentro del marco de la guerrilla. De manera que si los indígenas ixiles no discurrían en los mismos términos conscientes de la revolución, su actividad en rebeldía no correspondería a una experiencia propia de lucha social. Como vemos, la visión de estructuras inertes penetró hasta el hueso mismo de su libro y de sus conclusiones, lo cual desde ya nos coloca ante la siguiente interrogante: ¿acaso las luchas sociales en la región Ixil no rebasan el mero canon estructural de una guerra “entre dos fuegos”? Si así fuera, ¿qué acaso la propia actividad social de lucha no atraviesa las mismas categorías que fijan posturas parciales y limitadas? Respondamos estas interrogantes con algunos argumentos contrapuestos que el mismo Stoll compila en su investigación. Para este antropólogo el discurso y la práctica revolucionaria vino directamente de la guerrilla, específicamente del Ejército Guerrillero de los Pobres en la región Ixil que estudia. Sostiene que esta guerrilla representa cómo los foráneos (outsiders) proyectan sus agendas en poblaciones campesinas (Ibídem. 14), provocando la violencia política bajo el supuesto de representar un movimiento popular (Ibídem. 19). Más aún, Stoll llega a afirmar que la violencia no fue consecuencia de luchas sociales locales, sino el resultado de los insurgentes de haber escogido la región como 29
retaguardia. Consecuentemente, según Stoll, las predecibles reacciones de las fuerzas de seguridad ayudarían a las guerrillas para iniciar un movimiento. Lo que Stoll está deduciendo es que la estrategia foquista del EGP (Ibídem. 67) llevó a implementar en la región ixil una retaguardia para el movimiento revolucionario, siendo ajenos a las luchas locales y calculando los efectos de la violencia contrainsurgente para adherir masivamente combatientes a la Guerra Popular Revolucionaria21. Así lo afirma en el objetivo que plantea para el desarrollo argumentativo del Capítulo III: «In this chapter I will argue that the violence in Ixil country was not an outgrowth of local social struggles. Rather, it was the result of insurgents choosing a backward area where state authority was weak. The predictable overreactions of security forces would help the guerrillas start a movement.» (Stoll, 1993: 64, 65; cursiva propia)22 Otro argumento de Stoll, con similares consecuencias, se evidencia en las críticas que hace al movimiento de apoyo internacional que cataloga como Solidaridad. Atribuye a dicho movimiento el haber minimizado la brecha entre políticas revolucionarias a nivel nacional y políticas del altiplano occidental. Stoll, además, nos refiere cómo los indígenas mayas han jugado un rol menor en movimientos revolucionarios en Guatemala, 21 Puede que muchos revolucionarios pensaran la guerrilla como vanguardia e instrumentalización de los campesinos, pobres y trabajadores, con la idea de adherir combatientes mediante la represión del ejército. Ahora bien, estoy seguro de que más que la regla, esto no puede describirse como el espíritu mismo de la guerrilla. Generalizar que el EGP tuvo como política organizativa provocar al ejército para que este reaccionara contra las poblaciones en autodefensa reducida es, a mi parecer, satanizar un movimiento revolucionario que se debatió entre las contradicciones propias de una guerra contra el Estado contrainsurgente más cruento del hemisferio. Sin olvidar, claro está, que en gran medida el propio Gobierno de Estados Unidos, junto a los gobiernos de Israel, Argentina, ayudaron a fortalecer las tácticas contrainsurgentes en Guatemala y el resto de Centroamérica. Consecuentemente, no puede demonizarse todo el movimiento revolucionario guerrillero y dejar en el aura de la normalidad la represión cruel y sistemática del ejército de Guatemala, así como de otras instancias del Estado y finqueros / empresarios anticomunistas recalcitrantes. En este punto Stoll pasa de tapar tumbas teóricamente a avalar la violencia como normalidad del ejército y, por lo tanto, a justificarla, a pesar de querer llevar la batuta de la neutralidad valorativa y el trabajo antropológico que “cuenta lo que ve”. Con afirmaciones tan simplistas se ha construido la memoria en Guatemala, la cual hace falta revolucionar cuanto antes. El cientificismo de Stoll está contagiado por la cultura anticomunista norteamericana en la cual se igualaba revolución con stalinismo, creando dicotomías apocalípticas entre la democracia occidental y la dictadura oriental. 22 «En este capítulo sostengo que la violencia en la región Ixil no fue el resultado de luchas sociales locales. En lugar de ello, fue el resultado de que la insurgencia escogiera un área atrasada en donde la autoridad del estado era débil. La reacción previsible de las fuerzas de seguridad podría ayudar a la guerrilla a montar su movimiento.» Versión electrónica, Capítulo III. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html
30
salvo en tumultos, siendo las revoluciones de 1920 y 1944 más bien de iniciativa ladina o, cómo las cataloga él mismo, «ladino affairs» (Ibídem. 89), sin siquiera detenerse brevemente para analizar las implicaciones de estos procesos, sobre todo de la Revolución de Octubre. De nuevo, hasta el cansancio, el modelo unidimensional de revolución en Stoll hace que se minimicen los levantamientos indígenas de otros momentos históricos y se priorice la forma clásica de revuelta contra el Estado. La verdadera pasión en Stoll pareciera, por momentos, el querer desvincular de toda relación “externa” a los pueblos indígenas, dejándolos como espectadores de políticas estatales-nacionales y pintando su situación como aquella de los habitantes del Shangri-la atacado por foráneos. El mismo esquematismo se lee en el argumento de entender la izquierda y la guerrilla compuesta por ladinos primordialmente y, por el otro lado siempre exterior, a los indígenas sin posicionamiento político o consciente de su lucha. Para Stoll la relación política revolucionaria a nivel nacional y la política del altiplano occidental, o política local, se infiere como la división cuasi-étnica entre «ladino-dominated Left and Mayan Indians»23. Concebir la izquierda y la guerrilla como eminentemente ladina y la “población” indígena como indígenas mayas posee dos problemas fundamentales. Con estas interpretaciones incautas a lo que finalmente se llega es, primero, a demonizar la guerrilla como estructura étnica ladina y a crear la imagen, igualmente estructural y romantizada, de los indígenas como no definibles bajo políticas “occidentales” o “externas”. Esto posiciona a los indígenas como estructuras, como polos totalmente otros en prácticas sociales que, de por sí, deben entenderse más allá del simplismo de izquierda y derecha. Al contrario de hablar de los indígenas en general, lo cual le encanta al poder y el Estado para someterlos, la teoría crítica debe evidenciar la misma relación conflictiva de lucha entre, por un lado, el proceso de expropiación, dominación y clasificación y, por el otro, el rompimiento de los cánones del poder, apropiación comunitaria, levantamiento y desclasificación, pudiendo llegar a constituirse como movimiento en liberación. El poder no es estructura dual sino proceso, movimiento de dominación e imposición, así como fijación de la dominación en formas estructurantes o estatales. Así pues los extremos no se separan por las características de su ser histórico, sino por la lucha contra la determinación 23
«Izquierda dominada por ladinos e indígenas mayas.» Nótese que dicha dicotomía ni siquiera esta expuesta en términos comparables, sino solo como contraste étnico que afirma que los ladinos dominaron la izquierda y que los indígenas eran mayas, sin otro característica.
31
del mismo ser histórico y por la apertura de nuevas socialidades que rebasen los cánones y estructuras de poder. Si se entiende la guerrilla como ladina y las “poblaciones” indígenas étnicamente, luego se pierde la importancia crucial, viva, en conflicto o apertura, de la socialidad en relación. Luego el meollo no está en negar que no haya existido racismo, jerarquización y subordinación de campesinos indígenas dentro de la guerrilla, dirigidos por comandantes foquistas y con aires de superioridad étnica, esto se constata históricamente que pasó en muchos casos. El núcleo de la teoría contra el fetichismo, es decir, de la teoría dialéctica, nos remite asimismo a buscar las potencialidades de liberación como las potencialidades de reproducción del poder subordinante. De igual modo se debe evidenciar el flujo de dominación en las supuestas formas sociales reivindicativas como también, ver los puntos de convergencia, diálogo, socialidad nueva, respetuosa y revolucionaria a pesar del dolor del ser histórico y de la división del trabajo. Esto lo constata de manera realmente hermosa Margarita Hurtado en su ensayo Organización y lucha rural, campesina e indígena: Huehuetenango, Guatemala, 1981 (2009) donde nos relata la confluencia de lucha entre jóvenes universitarios ladinos pertenecientes al EGP y guías espirituales indígenas, Mamines, dialogando y construyendo revolución. Con la teoría dialéctica cualquier instancia que se pretenda fija e inmutable, tradicional o legitimada por el progreso, pasa a reflexionarse críticamente en su carácter relativo, producido, creado. En el caso de Stoll que fetichiza como estructuras fijas a la guerrilla, al ejército y a las “poblaciones” de indígenas ixiles, la crítica abre las tres instancias para mostrar el grado de socialidad en conflicto, posible apertura, o formación social de represión. Incluso al interior del ejército existen roces, contradicciones, negatividades, más su norma institucional, en este caso de Estado contrainsurgente, hace que la socialidad en apertura sea menos evidente y su proceso de conformación de orden, de enseñanza de mando y obediencia24, de despliegue de agresividad ordenada y consolidación de grupo a través de la negación del individuo, dé cómo resultado un carácter que se pretende y presupone asimismo fijo, jerárquico, subordinante y represivo. El objetivo en este escrito no es analizar detalladamente cada una de estas instancias, eso lo haremos con 24 Véase la tesis de doctorado de Manolo Vela (2009). Los pelotones de la muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco. Colegio de México.
32
mayor amplitud en un próximo trabajo. A continuación criticaremos la homogenización de la lucha social bajo la categoría de “población” indígena Ixil, la cual suele utilizar Stoll. Será hasta el Apartado IV donde nos detendremos en un análisis breve de la forma organizativa guerrillera, sus contradicciones y potencialidades y así mostrar los límites de los análisis de Stoll. Ahora retomemos el análisis crítico de la categoría de “población” indígena Ixil a través de la constatación de la lucha de clases al interior de la misma y los subsecuentes procesos de represión y rebeldía en tensión. Para esto contrastaremos la categoría “población” con la forma histórica comunitaria indígena, sobre todo a partir de sus contradicciones y potencialidades. Lo comunitario de los grupos sociales indígenas no se puede explicar a través de una ontología del ser indígena. Toda relación social debe comprenderse a través de los procesos históricos que la han conformado, por lo tanto cuando mencionamos el carácter y organización comunitaria de un grupo social debemos entender las condiciones en las cuales se extiende y reproduce una socialidad determinada. Para restringir esta breve explicación, es necesario que situemos los pueblos indígenas ixiles en las transformaciones profundas que se suscitaron a través del siglo XX. Para esto es necesario tener en cuenta cómo las comunidades indígenas de la región ixil, como de otras regiones del Altiplano Indígena, entraron en múltiples relaciones con la forma expansiva del poder desde la organización estatal finquera liberal a inicios del siglo XX. Dicha forma estatal finquera (Tischler, 2001) se constituyó como momento nacional de vinculación al capitalismo mundial, eso sí, a partir de relaciones de producción directas, no mediadas por el trabajo libre y asalariado, sino bajo formas de coacción estatal y finquera expresadas en las áreas donde se inició el proceso de expropiación territorial, como de la organización represiva para imponer trabajo, ciclos temporales y espaciales de trabajo coaccionado. Incluso para una región tan alejada como la ixil en el norte de Quiché, los procesos de expropiación territorial fueron penetrando y se fueron regulando instancias administrativas para suplir el trabajo en la localidad y la migración a fincas de la Costa Sur. Fue así como la reglamentación del trabajo de indígenas ixiles, como su posterior administración, fue llevada a cabo tanto por las instancias locales de representación estatal – monopolizadas por ladinos a través de décadas –
33
como por autoridades indígenas asociadas a sistemas tradicionales y vinculados a rituales religiosos sincréticos25. La organización indígena debía responder tanto a las exigencias de orden y resolución local, como a las formas institucionalizadas de lidiar con la administración centralista, tanto durante la Colonia como durante la forma estatal finquera del siglo XIX y XX. Lejos de leer unilateralmente en la organización Tradicional indígena una institucionalización de la resistencia al “poder exterior” colonial / finquero o una institucionalización opresiva de gerontocracia e intereses particulares, la forma organizacional comunitaria de los pueblos indígenas respondía a ambos extremos dependiendo de los momentos específicos y de las relaciones de poder expresadas en las decisiones comunitarias. Esto nos remite a un punto central para una comprensión no-estructuralista de las relaciones de lucha al interior y a partir de las comunidades indígenas. Primero, lo comunitario es un momento organizativo que conlleva un reconocimiento identitario que alterna contra lo externo o no-idéntico, pudiendo ser potencia para una defensa de las tierras o de moralidades igualitarias, como también para reprimir la disidencia y la crítica de los mismos miembros de la comunidad. Segundo, la producción en las comunidades indígenas estaba asociada al cultivo de maíz, frijol y otros productos agrícolas, de artesanía y crianza en menor escala, dicho de otro modo, giraba en torno a la producción de valores de uso (Marx, 1980), de autoconsumo, de trabajo para las propias necesidades individuales y comunitarias, no dependiendo enteramente de la producción de valores de cambio, aunque esto se va transformando paulatinamente sobre todo a partir de la década de 1950. Tercero, las figuras basadas en la tradición, en los ciclos, en los equilibrios naturalezahombre se pueden hallar en diversas sociedades basadas en la producción de valores de uso. Esto puede implicar un patrón de sacralización de la tradición que permite tanto formas sociales reguladas de moralidad, deber y reciprocidad comunitaria, como también la negación de lo no-idéntico del individuo por la identidad sacralizada de lo comunitario como figura autoritaria. Si estas dos potencialidades se conciben formalmente, sin la mediación concreta de sus extremos, la interpretación puede degenerar tanto en una idealización de lo comunitario como en su demonización unilateral. Pero nuestro sherpa Stoll 25 Para el caso de la organización laboral y la relación Estado-localidad en Chupol, cantón de Chichicastenango, Quiché, véase el trabajo de Carlota McCallister (2005: 3,4) ya citado.
34
ni siquiera nos conduce a esta cuestión, pues sencillamente evade la pregunta por los extremos contradictorios en la constitución social y relega todo al «saco de papas» (Marx, 2005) de la estructura homogeneizante. Para Stoll fue demasiado fácil hablar de “población indígena ixil” y no explicar ninguna de estas complejidades sociales en lo comunitario indígena del siglo XX. Con el solo hecho de ignorar la conflictividad social al interior de la “población indígena local” y su momento como represión estatal, Stoll eludió el proceso real de lucha, las personificaciones estatales, finqueras y finqueras al interior de la propia comunidad indígena y, finalmente, las luchas contra dichas personificaciones a través de la negación de los deberes de trabajo forzado, de respeto a la propiedad privada y de levantamiento social que incluso rebasaban la forma organizativa guerrillera. Su maraña interpretativa se concentró en ver víctimas neutrales de la violencia dual entre dos fuegos, pero desatendió la profundidad no representada de la lucha de tantos indígenas y no indígenas en la región ixil. Mientras se enfocaba en corroborar su tesis de los dos fuegos y de la neutralidad Ixil, el autor recopiló sucesos históricos que rebaten sus propios argumentos de pies a cabeza. A veces se daba cuenta de ello y decidía poner al final de su libro, en las notas y referencias lo que evidenciara una búsqueda comunitaria de la lucha o los acercamientos de catequistas, ancianos y comerciantes a la guerrilla. Justamente esto sucedió en Cotzal cuando por lo menos dos comerciantes fueron enviados por decisión comunitaria en una reunión de Acción Católica a conocer a la guerrilla. Esto no lo vemos en el texto de los capítulos, sino en la nota No. 27 de la página 323. ¿Qué significa que varios indígenas hayan llegado a los campamentos guerrilleros para conocer su lucha? ¿Acaso esta pequeña nota marginal no pondría en cuestionamiento la interpretación aislada de los ixiles y, más bien, los convertiría en buscadores del cambio social, incluso en el camino guerrillero? ¿Es esa la figura del “engañado” por la guerrilla que impuso el ejército o la del indígena ixil que no quiere molestar al patrón? Respecto al desafío a los principales indígenas, patrones y figuras jerárquicas, esto sucedió de manera generalizada entre 1980 y 1981, como nos lo muestra indirectamente el mismo Stoll. En las rebeliones los órdenes se trastocan, se rompen, se cuestionan, se hace lo prohibido y se prohíbe lo que acostumbradamente hace el poder. Así Stoll nos cita el ejemplo de varios indígenas ixiles, colonos en la finca de la familia Herrera, 35
en Cotzal, donde habitualmente se les impedía sembrar café para no hacerles competencia a sus propios dueños y que, durante el ambiente de rebelión y quiebre de normas de dominación de 1980 a 1981, decidieron sembrar y cultivar café a pesar de las restricciones (1993: 242). ¿Es esa la imagen del indígena Ixil entre dos fuegos que Stoll nos plantea? Así también en esos mismos años Stoll describe cómo se generalizó la práctica en la cual los trabajadores engañaban a los contratistas de las fincas al haber recibido el adelanto y luego no haber cumplido “sus deudas” en los centros de agroexportación? (Ibídem. 204-207). Esta situación de malestar y rebeldía social, lejos de constituir un hecho aislado a las luchas guerrilleras en su mismo periodo de intensidad y efervescencia, constituye una expresión particular no representada de negación al orden social, de subversión del trabajo como destino, de engaño y burla a las autoridades. ¿Es esta la “población” indígena que no se expresaba y no asumía las “categorías de la izquierda”? Lejos de normativizar la lucha a la forma organizacional guerrillera, el reto ahora es abrir las historias a las rebeliones sociales y quiebre de normas que, desde la experiencia individual y comunitaria, estaban desafiando al estado de cosas represivo en su conjunto. Fácilmente se podría argumentar que el trabajador que evadía al contratista de las fincas y se quedaba con el dinero no representaba en sí una práctica revolucionaria. De la misma manera, se podría incluso ridiculizar el que unos colonos decidieran sembrar café en una finca donde era prohibido realizar dicha agricultura. ¿Acaso con eso estaban apoyando a la guerrilla o volvían locos a los gobernantes en el Palacio Nacional? Esta pregunta presupone la unidireccionalidad de los términos revolucionarios, encerrándolos en la perspectiva de una verdadera consciencia o de una comprensión cerrada de lo político. Por el contrario, cuando nos referimos a estos dos ejemplos que el mismo Stoll escribe en su libro sin darle mayor importancia, identificamos cómo el orden se subvirtió y se desafíó en aquel momento de intensidad social entre 1980 y 198226. Lejos de ser la rebeldía un monopolio discursivo y práctico de la guerrilla, vemos cómo se manifestaba en prácticas y luchas que, desde lo particular, ponían de cabeza la normalidad del orden social, de las 26
He encontrado varios ejemplos más de estas subversiones en el libro de Stoll. Sin embargo, he considerado referirme a ellas en un próximo trabajo en un contexto más amplio al expuesto en esta crítica.
36
relaciones finqueras, tutoriales y serviles (González Ponciano, 2006), dicho de otro modo, de la totalidad específica de las relaciones de dominación en Guatemala y desafío al capital. Con esto alcanzamos un punto crucial en la crítica: la crisis de la particularidad expresa el movimiento crítico contra las formas de dominación de la totalidad, lo cual significa que la subversión del poder desde las relaciones sociales particulares lleva un potencial momento revolucionario hacia la normalidad de sus formas de poder como totalidad. Sólo quien ve en la subversión de lo particular un momento de crisis y posible derrocamiento de la totalidad, puede penetrar las potencialidades sociales de lucha desde la experiencia propia de quienes son negados por el flujo de dominación y su expresión histórica-contemporánea como Estado/capital. De semejante modo, quien aprende a ver la totalidad en la particularidad, en los detalles, en los dichos y experiencias subjetivas, puede aprehender el momento de constitución del flujo de dominación que conforma orden entre la categoría, clasificación, división y la correspondiente actividad subordinada que se espera como respeto, sumisión, trabajo. Tal vez nadie haya reflexionado con mayor acuciosidad en Guatemala las palabras, dichos, refranes e insultos finquero-liberales como Ramón González Ponciano. Así por ejemplo, González relaciona los prejuicios de la cultura finquera con todo un modus práctico para someter a los considerados inferiores al trabajo y la posición distintiva dentro de la sociedad guatemalteca. «El guanaco, el rural, el indio y el indio aladinado pertenecían a los estratos de población redimibles únicamente a través del trabajo forzado y de la mano dura. Con el objetivo de disciplinar a la fuerza laboral de la economía de plantación, la reforma liberal mantuvo la división social en indígenas y no-indígenas, facilitando el alineamiento ideológico y cultural de los ladinos a los valores de la blancura, que en las décadas posteriores proveyó el soporte hegemónico necesario para la reproducción de la jerarquía socio-racista sobre la cual descansa la modernización regresiva del Estado y de la economía en Guatemala.» (2006: 48; cursiva propia). Luego observamos cómo entre 1980 y 1982 se desató todo un ambiente rebelde y contestatario, casi apocalíptico para militares y elites finqueras /empresariales. Su mundo (inverso) estaba siendo desvanecido en sus posiciones, tiempos y deberes acostumbrados: los “indios” no quería trabajar, los “deudores” huían para no pagar, los “sudorosos” demandaban mejores condiciones de trabajo, los “indios 37
colonos o mozos” no hacían caso a las órdenes del finquero. Esa rebelión, tan profunda y desde tan abajo, estaba nada menos que atentando contra el destino y el mito de la constitución formal del ser social, escuchándose las voces y gritos de quienes se considera que no hablan, topándose con el desacato de quienes “deben” obedecer, exigiendo dignidad de quienes se establece que su vida no vale nada. La negación particular no es, pues, una expresión meramente individual, sino que alberga su experiencia como socialidad manifiesta y en espera de comunicación que amplíe su transformación. Hemos arribado a la pregunta por la confluencia histórica de la negatividad social en la Guatemala entre 1978 y 1982. El recuerdo de la lucha de los pueblos indígenas constata quiebres y levantamientos específicos, muchos de ellos expresados como comunidad en rebelión desde sus propias comprensiones, organizaciones, especificidades sociales. No obstante, los variados estudios y recopilaciones históricas de esa época, poco se ha reflexionado de cómo ese momento de intensidad social irrumpió como ruptura del ser constituido, apertura y viaje desde lo social establecido hacia el riesgo, la oportunidad y la confluencia de lo revolucionario. Pasemos entonces al siguiente apartado donde discutiremos la guerrilla de manera contraria a la expuesta por Stoll en su libro. Básicamente nos detendremos en la conceptualización dialéctica de la forma organizacional de la guerrilla, así como en sus potencialidades y contradicciones al momento de la confluencia con la lucha social en la región ixil y el Altiplano Indígena guatemalteco.
IV. Sobre la posibilidad de confluencia de la lucha revolucionaria y la discusión sobre la guerrilla. La ciencia social, en tanto cierne su legitimidad sobre lo objetivo de la realidad que interpreta, puede conferirle a lo llegado a ser la categoría de verdadero. Se crea con esto la identidad plena entre verdad y dato, el hecho o cosa como parangón, ambas implicándose mutuamente bajo la normalidad de lo que “efectivamente pasó” o donde, finalmente, “están situadas formalmente las personas”. El marxismo estructural, cernido a lo 38
dado como serie de elementos en conflicto, tendía a repetir ese mismo error positivista al homogenizar la actividad al ser, estado o estrato determinado que lo subsumía. La lucha de clases terminó siendo una batalla entre estructuras homogéneas contrarias y definidas por medios objetivos de conflicto, es decir, su posición económica, su posición frente a los medios de producción o la distribución de ingresos. Pero este peligro no se limita solamente al positivismo en la ciencia social ni al marxismo estructural, sino que se introduce en todo estudio que parta desde una comprensión de relaciones sistémicas. Dicho de otra forma, el peligro reside en la aprehensión sistémica y de relaciones entre estructuras que determinan la sociedad. En lugar de comprender las llamadas estructuras o clases a partir de la lucha y de las contradicciones sociales, de los momentos conflictivos que generan antagonismo, se invierte el movimiento y se le oculta bajo el orden conceptual que explica la interrelación de los “elementos o factores” de la sociedad27. Por esa razón, cuando la lucha de clases, la conflictividad social o la violencia se infieren de estructuras sociales preestablecidas, puede el análisis degenerar en la explicación homogénea de lucha de estructuras que aglomeran individuos. Para el caso de Guatemala, este ha sido el proceder formal de quienes afirman que la principal contradicción surge entre ladinos e indígenas, entre ejército e indígenas, entre pobres y ricos, entre burguesía agraria y campesinado. Todas estas explicaciones penetran la contradicción pero la cosifican en uno de sus posibles momentos. Así comienzan el viaje de manera correcta, pero una vez tomado cada uno de los trenes dejan por sentado los rieles que, al final, los dirigen a estaciones que les reflejarán lo que están buscando: su contradicción no mediada dialécticamente como meta de todo cuanto ven. Así ven opresión y resistencia de acuerdo al marco conceptual que les pinta el horizonte a su imagen y semejanza. El procedimiento crítico y el esfuerzo del concepto ante lo distinto se dejan de lado, la categoría toma vida propia y, como un zombie, obedecen más al hambre por la lógica que a la concreción dialéctica que contrasta históricamente la contradicción. Por eso los zombies en la academia terminan siendo 27 «Las definiciones de roles como “proletario” o “burgués” (o, de hecho, “hombre”, “mujer” o “ciudadano”) no representan la solución para Marx, ni en la teoría ni en la práctica; al contrario, aparecen como uno de los problemas que “clase” en su designación marxista tendrá que resolver.» (Gunn, 2004: 25)
39
idealistas y hablando de absolutos ahistóricos basados en lo concreto, pero en lo concreto cosificado y vuelto idea en el marco de un concepto que tomó “vida” propia. Desde ya toda aseveración de una contradicción principal o primordial conlleva el riesgo de totalizar conceptualmente y jerarquizar la realidad. No obstante, eso pasa solamente si la contradicción deja de ser dialéctica en y para consigo misma, pero sobre todo si se aparta de una reflexión constante sobre la escisión sujeto-objeto, si no logra aprehender sus distintos momentos a través del proceso de escisión. Este planteamiento se puede remontar a las reflexiones de Marx en los Manuscritos económicofilosóficos de 1844 donde se refiere al proceso histórico de enajenación humana y la constante separación entre el trabajador y los medios de producción, de la naturaleza y de sí mismo en el proceso de trabajo. La actividad enajenada se despliega a través del proceso de enajenación, expropiación, control, disciplina, subordinación contra la potencial actividad distinta, no-idéntica. Este movimiento enajenado y enajenante es la concreción del poder de dominación, el cual hemos conceptualizado como flujo de dominación. Ahora bien, como veíamos anteriormente, no es solamente proceso de expropiación y separación sino, a su vez, fijación de lo expropiado como normalidad y separación como ley. En este caso el movimiento expropiador tiene su momento congelado en la propiedad privada, en la legislación abstracta, en la institución. Proceso de expropiación y propiedad privada son dos caras del mismo movimiento del flujo de dominación, las cuales bajo la configuración histórica actual se basa en el capitalismo. La contradicción parte de la configuración histórica del poder, del movimiento de escisión, del proceso de expropiación y separación frente a todo trabajo / trabajador que todavía mantiene autonomía, que no es controlado y explotado. Si se entiende la contradicción entre proceso de expropiación y producción de plusvalía, luego la comprensión del carácter histórico de las relaciones de poder podría ampliarse, desde ya, a los distintos momentos en los cuales el flujo de dominación impone, controla, institucionaliza su proceso de inferiorización y legisla la inferioridad, así como constituye asimismo el proceso de superiorización y legisla la superioridad. El poder elimina el carácter conflictivo de la contradicción de quien reflexiona sus cadenas, sustituyendo la lucha por lo tradicional o el contrato.
40
Sin embargo, ¿para qué nos sirve la reflexión dialéctica de la contradicción en un mundo que produce idealmente estabilidades, equilibrios y equivalentes? Precisamente para evidenciar la herida, es decir, para inestabilizar, desequilibrar y romper la equivalencia, lo cual quiere decir romper lo sistémico y el sistema que se basa en la explotación y la humillación social de unos, frente al supuesto orgullo y prestigio erigido sobre el fango y la sangre de otros. Luego la teoría crítica no debe ser la constatación unilateral de conflictos estructurales –solamente— sino la dialéctica entre lo llegado a ser como opresión fijada y el proceso de opresión hecho violencia indiscriminada. La lucha de clases entendida dialécticamente partirá de la escisión misma como momento fijo y proceso, partiendo de la contradicción para comprender la doble constitución conflictiva de ser y actividad. El ser no conceptualizado como ontología, sino como ser social determinado y determinante, la actividad como proceso social que a su vez va transformando el ser. Sustantivo y verbo no se excluyen, más bien se mueven a través de la contradicción y, si la lucha social amplía su horizonte, hacia la liberación misma de toda identidad que defina unilateralmente el ser y la actividad. Luego para la teoría crítica la clase no parte de la comprensión estructural del lugar o espacio que ocupa un determinado grupo homogéneo sino, al contrario, la clase se concibe como relación social y, por lo tanto, como lucha de clases. La clase surge de la lucha de clases, no de la predeterminación estructural que la supondría. Richard Gunn lo dilucida así: «Si las clases no son ni grupos ni lugares sino relaciones de lucha, entonces en la medida en que el conflicto revolucionario toma la forma de un conflicto entre grupos (aunque siempre de una manera imperfecta e impura), esto debe ser interpretado como el resultado de la propia lucha de clases. No debe ser entendido sociológicamente, como, por ejemplo, una emergencia de clases preestablecidas --¡por fin! – en su no menos preestablecida “verdad” teórica y política. La cuestión planteada al individuo no es en el lado de quién, sino más bien en qué lado (qué lado de la relación de clases) se encuentra; e inclusive esta última pregunta no debe ser entendida como una elección entre lugares o roles socialmente preexistentes.» (Gunn, 2004: 26) Para el caso específico de los diversos levantamientos y rebeldías intensificadas entre 1978 y 1982 en Guatemala, la teoría dialéctica nos posibilita abrir con ímpetu el marco cerrado y apático de interpretaciones como las de Stoll o Le Bot. Más allá 41
de simplemente ver choques de estructuras, una inferior a la otra militarmente, o de concebir la conflictividad como una “guerra sin batallas” (Brett, 2007)28, es necesario atravesar la sociedad a través de la conflictividad social que se constituye desde el proceso mismo lucha, el cual nos confiere romper con categorías preestablecidas y mostrar lo diverso-contradictorio de dicho momento de intensidad. Para la especificidad de la región ixil, la evidencia etnográfica e histórica de Stoll rebasa por mucho las conclusiones a las que llegó. Si en el apartado anterior la piedra que derriba su edificio es la rebeldía social que rebasa la forma guerrillera, en este momento el río de las luchas terminan por resquebrajar el dique que había construido. La triada estructural explicativa de Stoll, Guerrilla – Población indígena Ixil – Ejército, dique de su interpretación, no es más que la operación absurda de ordenar la diversidad entre las tres cajas de zapatos de su marco conceptual. Con esto no negamos la conformación organizacional de la guerrilla y del ejército, solamente criticamos la aparente externalidad de estas formas sociales y la nula relación que Stoll hace de la confluencia de luchas y represiones desde lo local como fragmento, en gran medida, que se entiende a partir de la totalidad del momento histórico. Lo que estamos planteando es que las relaciones particulares en la localidad están atravesadas por el flujo de dominación histórico, por la relación entre figuras locales de autoridad, de expropiación, de mediación del trabajo y explotación, así como del conflicto que estas relaciones de poder directa generan a medida que crean y se crean las condiciones de ampliación y extensión de la lógica capitalista de explotación. La sujeción personal, los 28 Este es otro libro que analiza la guerra en Ixcán y la región Ixil. Si bien se postula críticamente frente a algunos argumentos de Stoll, su marco liberal no le permite penetrar dicho momento de lucha y sólo puede aspirar a criticar el posterior exterminio selectivo del Ejército en términos de “crítica” desde los derechos humanos y violación de convenios internacionales. Parece absurdo hablarle de leyes y normativas internacionales al Estado contrainsurgente que quemó la Embajada de España, que asesinó a varios líderes políticos, violó extranjeras, nacionales e impulsó la mayor campaña de exterminio contrarrevolucionario de América Latina. Nuestro buen englishman Brett no pasa de un análisis descriptivo, superficial y, de nuevo, legitimado en la cantidad de entrevistas. Pareciera que se ha vuelto una generalidad la legitimidad del científico social que habla con los locales, práctica para nada deleznable, pero que por sí sola no implica el esfuerzo y la lucha conceptual, la reflexión crítica de las categorías, el rompimiento del carácter no cuestionado de lo dado – en este caso el discurso liberal-estatal y de legislación internacional. Si algún día Mr. Brett quiere penetrar la violencia feroz que se experimentó en Guatemala, primero deberá dejar de lado el chocante título de «Especialista en temas de movimientos sociales, democratización, conflicto armado, derechos humanos y justicia y racismo». Segundo, deberá desde el inicio criticar la misma conformación del poder en su doble constitución como capital y Estado, y no terminar hablando de redención político-legislativa mientras olvida la conformación de la explotación desde las relaciones sociales en conflicto.
42
privilegios finqueros, la expulsión de las tierras comunitarias, actos represivos aparentemente desvinculados de la lógica capitalista de transformación de la fuerza de trabajo en mercancía, en realidad puede verse como un momento en proceso que constituye el orden capitalista de expropiación y racionalización del proceso de trabajo como proceso de producción de plusvalía. Esto lo analiza Marx en su estudio sobre la acumulación originaria en el primer tomo de El Capital. El hecho de que ahora se le entienda como momento del proceso de expansión y profundización de las relaciones capitalistas, no quiere decir que haya existido una linealidad como destino. En su momento las relaciones de poder no implicaban directamente dicho camino, al contrario, estamos viendo que entre 1978 y 1982 se quebró en gran medida la legitimidad de la dominación y se puso en jaque, en duda, lo que sólo pudo venir como imposición tras los planes de contrainsurgencia asesina de 1982 y 1983, como del disciplinamiento social bajo las Patrullas de Autodefensa Civil y las Aldeas Modelo, a las cuales por cierto Stoll gusta llamar «Resettlement villages.» (Stoll, 1993: 156), es decir, aldeas de reasentamiento [!]. Pero, ¿cómo se configuraban las mismas relaciones de poder dentro de las comunidades indígenas? La sujeción personal o relación de poder directa en la región ixil puede entenderse, específicamente a partir de la Revolución Liberal de 1871, como una relación ampliada entre autoridades locales, muchas veces asociadas a la tradición y conformación de nuevos señorazgos vinculados a la forma estatal finquera, como los ladinos expropiadores. Si bien la diferenciación étnica de indígena y ladino fue fundamental, es necesario recalcar que el flujo de dominación, en conformación estatal-finquera, atravesó dicha diferenciación creando relaciones de dominación de ciertos grupos indígenas, asociados muchas veces a la tradición y de administración laboral indígena, como de ladinos finqueros, alcaldes y militares, con límites locales a los primeros y facultades generalmente ampliadas para los segundos. La complejidad de este momento histórico reside en dos puntos: a) el Estado finquero –liberal conformó categorías de dominación basadas en la diferenciación ideal de ladino como representante de ese orden cuasi-estamental, pigmentocrático y del indígena como sector laboral destinado a cumplir faenas y trabajo estacional en las fincas de los grandes terratenientes; b) el rebasamiento de dicha dicotomía de poder bajo conformaciones que atravesaban la misma dicotomía, esta vez como momentos de 43
administración laboral, expropiación de tierras comunitarias y control social desde lo permitido por la tradición. En el primer momento la forma estatal presupone la diferenciación categórica entre ladino e indígena, en el segundo momento las relaciones de poder van ampliando y rebasando la dicotomía. Luego la categorización liberal del indígena como mano de obra de la finca fue un hecho, pero no implica que no existieran grupos indígenas en la localidad que se beneficiaban de esta forma estatal con el control y administración de otros indígenas dentro de las comunidades. De la misma manera la figura del ladino como personificación del orden finquero- estamental-pigmentocrático fue también un hecho histórico, un momento de las relaciones de poder, pero también sería erróneo identificar en todo aquel categorizado “ladino” una expresión ontológica de la dominación, si bien es bastante fuerte el prejuicio que existe – aún hoy con gran fuerza – frente al otro categorizado como “indio”. Resulta central comprender a cabalidad la categorización como proceso de dominio y el rebasamiento de la categoría por el impulso mismo de las relaciones de poder. En la historia de Nebaj, Cotzal o Chajul, por referirnos a los pueblos principales de la región ixil, el flujo de dominación se articuló históricamente dependiendo de la emergencia o mantenimiento de personificaciones de las relaciones de explotación o administración. Así se puede sostener cómo los finqueros ladinos del área estuvieron asociados a la explotación, asesinato y relaciones con el ejército29, pero también hubo principales indígenas terratenientes locales, colaboradores del ejército y autores de listados de muerte contra supuestos subversivos, indígenas o ladinos30. Con la sola constatación de 29 Caso paradigmático resulta ser el del Tigre de Ixcán, José Luis Arenas, quien fue un prominente anticomunista guatemalteco y propietario de la finca La Perla. Fundador del Partido de Unificación Anticomunista (PUA) durante el gobierno de Árbenz, Arenas ocupó más tarde cargos públicos con el gobierno liberacionista así como de Arana, lo que le ayudó a posicionarse en puestos que le permitieron apropiarse de vastas tierras en el Ixcán. Conocido por su brutalidad en sus fincas de Ixcán, sería ajusticiado por el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) en junio de 1972. Fuente: http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/anexo1/vol2/no59.html Según el EGP " (...) El nombre de este señor feudal estaba vinculado a toda suerte de despojos y arbitrariedades. En algunas de sus fincas utilizaba cepos para castigar a los indios rebeldes (...)" .http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/cap2/vol4/vida.html 30 En este sentido puede verse la figura del llamado Principal de principales, Sebastián Guzmán, quien se encargara en muchas ocasiones de elaborar listados de muerte de supuestos subversivos y de colaborar directamente con el Ejército ofreciendo en muchas ocasiones sus propiedades para la institución armada. Fue ajusticiado por el EGP en 1981. En un comunicado del EGP se dice: "Su muerte adquiere una doble dimensión: la del ajusticiamiento de un jerarca indígena traidor a su etnia y la del exponente de una clase que se derrumba definitivamente, los explotadores" http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/cap2/vol4/vida.html.
44
ladinos foráneos e indígenas locales asociados a la represión local y al ejército como institución nacional, la dicotomía entre lo exterior y lo interior a la “población” Ixil de Stoll se desbarata. Esto debido a que revela cómo el flujo de dominación articula su movimiento represivo como identidad entre lo particular y la totalidad en un momento determinado. Luego las categorías formales de exterior e interior a la “población” indígena Ixil sólo terminan reforzando la visión estructural de la guerrilla y el ejército como exteriores. Si el carácter represivo e incluso la lucha misma atraviesan las relaciones sociales como polos de antagonismo en constitución, luego la triada Guerrilla – Población indígena - Ejército se puede encontrar dentro de los mismos conflictos de la región Ixil. El horizonte dialéctico deberá encontrar su momento de convergencia y distinción en las relaciones conflictivas mismas, evidenciando cómo los polos de antagonismo atraviesan la sociedad pero, a la vez, penetrando en las posibles perspectivas de la lucha propias de la identidad de considerarse parte de la guerrilla, del ejército o de otra situación. Incluso estas identidades mismas son un proceso tumultuoso de irregularidades y de conflicto con lo que se espera del que forma parte de la guerrilla o del ejército. Lejos de hallar respuestas fáciles y generales de la lucha de clases en los pueblos y comunidades ixiles, como lo hace Stoll, se nos plantea un escenario difícil donde las categorías analíticas de la lucha de clases son contradichas continuamente con excepciones. Este es el verdadero motor de la dialéctica, la excepción. Así también la dicotomía de Stoll entre exterior e interior a la “población” indígena tiene una carga ética indudable. ¿Qué significa ser exterior o interior a una comunidad indígena? ¿Acaso solamente el origen natal, geográfico, de clase del individuo o la organización hacia la comunidad? Si la socialidad se puede plantear éticamente como interior a la comunidad en tanto que busca su bienestar y lucha contra la injusticia, contra el hambre a la que se ve sometida, luego la mera descripción geográfica de “foráneo” (outsider) deja de ser central y se establece más bien la pregunta por los caminos de confluencia, transformación, posible diálogo, bienestar y combate de las condiciones sociales que imponen la muerte. En todo caso no puede existir una completa identidad hacia y con la comunidad pues ésta también está atravesada por el dilema de lo que es interior o exterior asimisma desde el horizonte de su liberación. La división social, la apropiación, el carácter social (Fromm, 1974) son procesos que atraviesan lo comunitario 45
en conflictividad y coincidencia. Si no se entiende la comunidad como procesos de socialidad en contradicción, entre acuerdo y desacuerdo, entre imposición y lucha, puede degenerar dicha concepción en una nueva estructura. Tanto las estrategias de sobrevivencia con el más fuerte como la decisión compartida de levantamiento revolucionario, hacen que la pregunta por la sobrevivencia o la liberación de la comunidad sea realmente desgarradora, sobre todo en el contexto de represión totalizadora del Estado y las estrategias guerrilleras contra las personificaciones locales consideradas enemigas. Desde la complejidad de la violencia y las luchas por la liberación, es preferible ir refinando las preguntas que apresurar las respuestas. ¿Acaso es sencillo dar un juicio absoluto sobre el carácter ético de quienes decidieron no participar para sobrevivir, a pesar de pasar hambre, explotación y humillación en su vida, pero lograron sobrevivir? ¿Acaso es fácil reflexionar sobre lo “atinado” de las comunidades o grupos que decidieron sublevarse para romper con el hambre, la explotación y la humillación histórica, más fueron asesinados por el Estado junto a sus niños? Ninguna de las dos preguntas puede permanecer dentro del campo de una ética formal, ontológica, sino debe abrirse a la pregunta histórica y al aniquilamiento o redención de la humanidad. Aún en este punto de reflexión toda respuesta que se tiene por segura de sí misma es complicada y puede llegar a justificar lo contrario de lo que pretende. La actitud y la actividad del sobreviviente durante o luego de la guerra, la pregunta por quien murió luchando por lo negado y un nuevo horizonte: la respuesta a esta dificultad se pregunta históricamente tanto en el contexto de su momento como del horizonte de posible liberación. Por ahora sólo se ha planteado la enorme complejidad que envuelve lo que Stoll generaliza como “la violencia” y termina homogenizando como “violencia-dual” (1993: 95), neutralidad ixil (Ibídem. 132) o situación “entre dos fuegos” (Ibídem. 20, 302). No sólo en términos de posición sociológica e histórica, sino por lo que representa una interpretación teórica de una situación tan complicada desde la misma decisión de levantarse contra la historia de opresión, de buscar la sobrevivencia, de tratar de vivir en medio de una guerra. La cuestión del sobreviviente como la del asesinado conlleva una reflexión que, dado su mismo origen y dolor histórico, rebasa la simple autoridad de un dato recopilado con pretensiones objetivistas. Esta pregunta por el pasado como herida abierta desde los muertos y la 46
carga del sobreviviente la pasa por alto completamente David Stoll, prefiriendo el esquema del Shangri-la Ixil (neutral, interno, entre dos fuegos) al de la contradicción desde las mismas relaciones antagónicas y la posible apertura transformadora de la lucha social. Después de lo analizado hemos visto que la violencia no viene como externalidad solamente, sino que se conforma y recrea, se resiste y se le lucha desde lo particular como expresión que refuerza o pone en crisis la totalidad. En este sentido Stoll cosifica la violencia histórica llegada a ser relaciones de dominación local, propiedad privada, explotación del trabajo, todas ellas mediadas, de alguna u otra manera, por la forma estatal en su conjunto. Stoll ni siquiera se preocupa por querer explicar el hambre o la sobrevivencia en el límite, precisamente porque da por sentado dicho límite. Observamos entonces que las condiciones que imponen el hambre y la necesidad no son exteriores a la comunidad, sino se reproducen mediante la imposición cotidiana desde la localidad. Hemos visto que la contradicción atraviesa la misma conformación social, en tanto despliegue de luchas no cernidas a su representación estructural, empero ¿cómo podemos comprender la peculiaridad organizativa y de horizonte de la guerrilla como forma social? Justamente Stoll ha sido paradigmático en sus interpretaciones de la guerrilla. Dicho estudioso pretende dar carácter científico a ideas como las siguientes: la revolución vino de afuera de la población indígena Ixil (Ibídem. 312), los mayas no se rebelan fuera de lo local (Ibídem. 89), los guerrilleros eran foráneos a la población indígena (Ibídem: 14), la violencia llega al área ixil por la guerrilla y no por luchas locales (Ibídem: 64, 262, 259), el apoyo indígena a la guerrilla se debió a la represión y no como decisión autónoma (Ibídem.19, 307). La manera de conceptualizar la guerrilla como estructura hace que los argumentos de Stoll tiendan a repetir hasta el cansancio lo externo y lo interno, la localidad y lo foráneo, la violencia activa y la pasiva, la iniciativa de las estructuras organizativas y la neutralidad de las poblaciones indígenas. En lugar describir simplemente lo acontecido con respecto a la guerrilla a partir de la campaña contrainsurgente de finales de 1981, resulta imprescindible reflexionarla desde lo que significó en su momento histórico y el tipo de relaciones sociales que establecía a medida que iba ampliando su horizonte por un cambio social radical. Todo aquel que 47
reflexione la cuestión de las guerrillas sin partir del contexto histórico-político de 1954, de la posición del Estado en Guatemala como bastión anticomunista y, posteriormente, contrainsurgente, puede inferir la organización guerrillera como una de las vías radicales de contestación y no ahondar en la articulación que pudo haber tenido en los conflictos sociales generados desde la localidad como movimiento expropiador y represor de las relaciones de poder sostenidas por el Estado guatemalteco. Surge una cuestión fundamental, si la violencia constitutiva de la intensificación capitalista entre 1954 y 1980 son vistas desde la localidad, luego se rompe con el Shangri-la stolliano y su argumento que culpa a la guerrilla de llevar la violencia a, en este caso, la región ixil. El malestar social por la expropiación territorial, por la explotación del trabajo en las fincas, por la anquilosada pobreza de las comunidades, por las “agarradas” al cuartel, todas ellas, son formas sociales violentas constitutivas del hambre y de la desesperación a medida que las formas redistributivas del Estado contrainsurgente no remediaban la imposición local de nuevos señorazgos y comunidades enteras despojadas continuamente. Grandin (2007) evidencia este conflicto constitutivo desde la localidad de Panzós, Alta Verapaz, arguyendo que si bien existían vínculos con organizaciones sindicales e incluso algunos contactos con facciones guerrilleras, las comunidades de Panzós protagonizaron sus luchas como decisiones propias contra la expropiación de un expropiador finquero apellidado Monzón. La contraposición desde la localidad no es la de guerrilla – ejército, sino más bien una complicada maraña social entre la personificación finquera de le expropiación, Monzón en este caso, y las comunidades despojadas de las tierras. En su libro se detallan las relaciones de Monzón con el Estado guatemalteco de 1978 y cómo se articularon las condiciones para que el ejército defendiera en la figura de Monzón el statu quo generalizado de la forma estatal finquera-anticomunistacontrainsurgente. Cuando el 29 de mayo de 1978 los manifestantes q’eqchies se presentaron en Panzós para hacer formales sus reclamos y evidenciar su descontento, las armas que dispararon contra ellos se hicieron uno con la expropiación finquera, la defensa de la propiedad privada territorial, la subordinación indígena al Estado y la prebenda del finquero sobre sus posibles mozos levantados31. La síntesis de la represión
31 Ese día fueron asesinados 34 campesinas y campesinos q’eqchies. Posteriormente, al tratar de huir, murieron ahogados o disparados otros 25 en el Río Polochic. Véase también Sanford (2009).
48
desde lo local y lo estatal, desde la particularidad y la falsa totalidad, se imprime en el asesinato, en el exterminio. Cae por su propio peso, entonces, negar la tesis de Stoll de que la guerrilla llevó la violencia unilateralmente, como si la misma no fuese un proceso histórico presente y en conflicto con los mismos individuos y grupos sociales. Más que partir de una afirmación que identifica formalmente guerrilla como generadora de violencia, la pregunta más bien reside en cómo las condiciones violentas de expropiación fueron contestadas históricamente por la forma guerrillera en tanto que esta emergía y se justificaba como violencia revolucionaria. La guerrilla como forma social es implícitamente contradictoria, en tanto que su presupuesto son las mismas condiciones de violencia y poder impuestas, en este caso específico, desde la forma estatal constitutiva de la expropiación y explotación como proceso y estado desde la Revolución Liberal de 1871 y la institucionalización del Estado contrainsurgente luego de 1954-1966. La violencia, expropiación y explotación expandidas contra poblaciones indefensas, o con poca capacidad de defensa ante la fuerza estatal y finquera, son entendidas aquí como bofetadas anteriores que generan preguntas por el qué hacer de los indignados e indignadas ante los atropellos del despojo y la muerte por hambre. Una respuesta histórica para este cambio radical se encontró en las posibilidades de hacer una revolución social a través de la toma del poder estatal, inspiradas para nuestro contexto latinoamericano por Cuba en 1959. La forma social guerrillera era expresión de rebeldía frente a la injusticia y su lucha buscaba la transformación radical de la sociedad. Por supuesto que su forma militar y de organización particular imprimía contradicciones a las mismas relaciones sociales que se establecían desde el conflicto y contra el Estado. Pero más que verlas unilateralmente como expresiones que se fatalizan desde la constatación de la derrota revolucionaria y lo que la historia llegó a ser en su extirpación de lo no-idéntico, es más revelador entenderlas como procesos que en su momento eran tanto pregunta como respuesta, tanto seguridad como incertidumbre, aunque la guerrilla misma no se considerara así. Esto remite a comprenderla como forma social que pretendía la transformación social desde la tensión de, primero, su momento militar, organizacional, jerárquico y, segundo, su momento de apertura, de ideal seguido y de misión revolucionaria. Quien solo se queda 49
en uno de estos dos momentos que constituyen su forma histórica, o bien se concentrará en la muerte que provoca la pólvora o se quedará en las aves idealistas que surcan un cielo azulado. Ambos momentos se encontraron en tensión, su derrota militar no pudo justificar su momento de apertura y sueño como lo fue en Cuba, la muerte le terminó expropiando sus motivos de defensa y transformación social dejándoles a los sobrevivientes y a la historia solamente su fracaso en las armas, en la incapacidad de defensa y en la culpabilización de los asesinatos del ejército. Así de unilateral es el poder, el juicio de la historia es categórico, es o no-es y con ella se lleva las otras posibilidades. La guerrilla, en este caso el EGP, se propuso articular el malestar y la lucha desde lo local con la vista puesta en la toma del poder. Con esto pretendía articular lo local rebelde y transformador con la lucha nacional contra el Estado y el capital32. El reto para el EGP sería generalizar una guerra de guerrillas mediante la Guerra Popular Revolucionaria, la cual implicaba un apoyo desde lo local – el cual llegó a tener entre 1980 y 1981 en gran parte del Altiplano Indígena – y la conducción del malestar social, mismo que le rebaso de diferentes maneras. Su mismo movimiento constitutivo de revolución nacional iba abriendo posibilidades para una identificación de sí misma, como guerrilla, como posibilidad de defender y de potenciar la lucha desde la localidad contra finqueros y fuerzas estatales reconocidas como enemigas. Es de por sí evidente que la guerrilla estuvo lejos de ser solamente esa estructura a la que se refiere Stoll en su libro y, por el contrario, emerge como forma social que potenciaba una determinada lógica de lucha que tenía la posibilidad de confluir con el malestar social, la indignación y la experiencia de rebeldía, de liberación, de los propios individuos y comunidades indígenas. Dejando el modelo estructural unilateral, el reto radicará en si logramos penetrar la constitución contradictoria de la
32
Esta vinculación entre lo local y lo nacional no era exclusiva de la guerrilla, podía verse como un impulso social y estatal más amplio como proceso histórico Guatemala, desde la misma presencia y mediación estatal, partidista, hasta los grupos reivindicativos como el Comité de Unidad Campesina (CUC), Acción Católica, las experiencias de los comerciantes, estudiantes. Considero personalmente que a partir de la década de 1960 la intensificación de las relaciones capitalistas y su articulación con formas de expropiación / explotación finqueras producen condiciones que promueven la relación y la reflexión entre lo local y lo nacional, situación que tendrá un impulso tremendo a partir de las campañas de reconstrucción luego del terremoto que azotó Guatemala en 1976.
50
guerrilla como forma que potenciaba la transformación social en tensión con la lógica militar y organizacional jerárquica, tanto en sus momentos particulares como en su tendencia organizativa bajo el contexto de la represión militar. La constatación central radicará en comprender cómo la intensidad de la lucha social y la represión conllevó, especialmente entre 1980 y 1983, un margen más estrecho de actividad de liberación a medida que se pasaba del impulso de rebelión social en el Altiplano desde 1980 al plan de contrainsurgencia iniciado, sobre todo desde junio de 1981. Cabe aclarar que esta reflexión no solamente se limita a la guerrilla y la multiplicidad de luchas, sino también para la transformación de las mismas prácticas y políticas contrainsurgentes militares entre 1978 y 1981. Solamente un rebasamiento de los conceptos políticamente correctos como “conflicto armado interno” o “guerra civil” permitirá comprender las formas sociales conformándose a través de sus momentos de intensidad de lucha. Es decir, una teoría dialéctica histórica posibilita entender los momentos de lucha en la conformación del flujo de dominación a través de las formas sociales, así como las resistencias, actividades no-idénticas, rebeldías. En esta crítica a Stoll solo nos enfocamos en mostrar las complejidades que evade su interpretación. En la actualidad estoy preparando un análisis más detallado de lo que se ha esbozado en este ensayo, aunque aquí se exprese más como crítica particular de lo que Stoll entierra, pasa por alto o simplemente ignora de la complejidad histórica de ese momento en Guatemala. Antes bien, resulta central mostrar que la conformación de la guerrilla estuvo atravesada, dependiendo del momento de la lucha, por el flujo de dominación y la actividad liberadora. Nunca como polos puros discernibles de manera a priori o meramente conceptual, sino en constante contraste con el momento histórico33, tarea que está pendiente. 33 La actividad liberadora nunca será pura, tampoco desde la constitución social de la guerrilla como implícitamente contradictoria. Por eso mismo habrá que develar dialécticamente el momento histórico de la lucha contra el Estado y el capital, en tanto que flujo de dominación, constatando las contradicciones y buscando si existieron momentos de tensión entre la actividad liberadora y las formas cerradas, autoritarias, de impulso de poder revolucionario que reproducían formas de dominación. El carácter de lo liberador y de apertura social contra el Estado podrá verse en la guerrilla a través de, por ejemplo, las siguientes expresiones sociales: a) la guerrilla como expresión armada de la rebeldía, b) la concepción de totalidad enfocada en la toma de poder estatal, c) rompimiento de la legitimidad de la violencia y el hambre: horizonte social distinto, d) estimulo de la vinculación de las luchas, con el peligro de poder subsumirlas. Cada una de estas expresiones sociales de lo distinto, en apertura, generadoras de crisis de dominación, puede transformarse en nuevas formas de dominación, sobre todo si su misma forma organizativa se basa en lógicas como las siguientes: a) lo militar como proyecto predominante de la revolución, b)
51
Pasemos pues, al último apartado donde reflexionaremos las implicaciones de la historia escrita por Stoll y su complicidad con lo llegado a ser tras la contrainsurgencia del Estado guatemalteco.
V. Reflexiones finales. El ser aniquilante de la historia
Hemos llegado al punto donde reflexionamos sobre las consecuencias de la antropología, o cualquier ciencia social, al momento de interpretar lo llegado a ser en la historia. Pareciera que lo llegado a ser o a definirse históricamente no implica problemas para las ciencias sociales, es tan evidente el carácter objetivo de lo concreto que no se le vislumbra como problema. Sin embargo la historia humana no es sólo el recuento de lo históricamente dado, de la secuencia de eventos que demarcan claramente un pasado que construyó un presente y marca los horizontes de un futuro. La linealidad es en el pensamiento moderno una de las características del paso demoledor del capital contra todo lo no-idéntico, como normalidad extirpadora del progreso. La violencia constitutiva de la dominación y, contemporáneamente, expresado en la expansión capitalista y su articulación / transformación de relaciones de poder, imprime el carácter lineal y progresivo a lo concreto, terreno sobre el cual la historia y las ciencias sociales construyen en la mayoría de los casos. La violencia constitutiva determinada como hecho concreto se transforma en dato en las ciencias sociales, tomando como punto de partida situaciones históricas que, en su momento, implicaban conflictos, formas no terminadas, horizontes y relaciones sociales no cernidas al momento donde el poder terminó dictando el final.
posible instrumentalización de las personas, c) jerarquización y reproducción de la división social del trabajo como dictamen opresivo, del ser constituido, d) el peligro de los polos identificantes y extirpables que provoca la guerra, es decir, del sí o no revolucionario, e) la guerrilla como potencial forma Estado en la concreción unidireccional de la revolución. Esto es sumamente complejo y aquí solamente lo esbozamos.
52
El final, para el caso concreto del periodo revolucionario en Guatemala entre 1978 y 1983, fue la victoria de los planes sangrientos de contrainsurgencia militar, la derrota del movimiento revolucionario, como guerrilla y aspiraciones populares (estudiantiles, campesinas, sindicales). El final de ese periodo repleto de luchas diversas y múltiples, de ilusiones y esperanzas, de temores y enfrentamientos, fue el del mayor exterminio social de la historia contemporánea de América Latina. Es en ese contexto repleto de dolor de muerte y sobrevivencia que llega el segundo paso de la derrota, es decir, la construcción de la historia. Para el caso específico del libro de David Stoll, sus argumentos hacen del final contrainsurgente una historia por ser explicada a través de la derrota de la guerrilla – como totalización del movimiento revolucionario – y el triunfo del ejército, de los capitalistas y finqueros (aunque estos últimos pocas veces los menciona y no les da carácter presencial en su estudio). Una de las últimas balas de la contrainsurgencia es, a nuestro parecer, el estudio antropológico de David Stoll. Pero qué acaso no es demasiado fuerte un juicio como este para un antropólogo que se dice asimismo identificado con la “Left” (Stoll, 1993: 305) y que escogió Nebaj por ser lo más parecido a su Shangri-la soñado. No, creemos que en este ensayo hemos mostrado que no es exagerado identificar al libro Between two armies in the ixil Towns of Guatemala (1993) como una historia y una interpretación científico-social que se hace una con la configuración social de lo llegado a ser luego de la contrainsurgencia. Primero, la decisión de estudiar la región ixil a partir de un romanticismo anacrónico es desde ya evidencia de la manera como iba a interpretar la violencia en Guatemala. Este detalle, tan pasado de alto en todas las críticas que se le han hecho a Stoll, es fundamental ya que muestra la contradicción entre la separación constitutiva del sentimentalismo /aventurerismo burgués y la racionalidad cientificista del dato. Su estudio se inicia como fotografía turística y termina queriendo darle un pleno carácter de objetividad etnográfica a la misma. Sólo una racionalidad instrumental puede romper con la pregunta del por qué de la historia, del dolor de la misma, hacer una investigación que implícitamente haga de menos el movimiento revolucionario por haber sido derrotado. Segundo, la antropología que describe lo llegado a ser sin penetrar en el carácter contradictorio que guarda la historia de violencia, puede degenerar en una legitimación implícita, no manifiesta, de lo inocuo del levantamiento 53
social, de priorizar el carácter de víctimas entre dos fuegos y culpabilizar la “llegada” de la violencia, ignorando el carácter sumamente violento que constituyó los conflictos desde la localidad y lo nacional. Tercero, al homogenizar las luchas dentro de la localidad, crea subsecuentemente estructuras contrapuestas e intermedias que son mostradas como cerradas, sin contradicciones, delegando el carácter de la lucha entre las estructuras y no desde las relaciones sociales. Así termina diciendo que la estructura-guerrilla llevó la violencia, la estructura-ejército reaccionó y castigó de manera generalizada, la estructura-población ixil se vio entre dos fuegos y se adecuó al momento en que cada una de las primeras estructuras-externas fuera preponderante para su sobrevivencia. Este esquematismo se parece más a un instructivo de Lego que a un contraste serio y conceptual de la realidad social. Cuarto, la separación entre lo interno y lo externo ignora la expansión del poder y la personificación del mismo dentro de las comunidades. Lo local es identificado como lo interno y lo nacional como lo externo, sin siquiera pensar que la expansión del poder implica un mayor control sobre lo local en conexión con los intereses nacionales, es decir, de la imposición de institucionalidad local que responda a los intereses finqueros / capitalistas / estatales de ese momento histórico. Stoll deja de lado que las luchas locales no pueden subsumirse uniltaralmente a la lógica de estructuras guerrilla-ejército, sino que pueden rebasarla o tomar caminos diversos. Los ejemplos que citamos del carácter rebelde de ese momento histórico en la región ixil nos hablan de otra cosa que meras víctimas y adecuados al poder, nos refieren a grupos sociales que cuestionaban las normas del poder, que las desafiaban, que buscaban transformaciones a través del quiebre de lo que propiamente experimentaban como injusto, como humillación. La lucha local se constituye pues como negación de la totalidad de la forma estatal específica, su momento particular de quiebre de la ley y lo establecido es tan real como una guerrilla. De ahí que la guerrilla no fuese solamente un grupo foráneo (outsider), sino un posible camino para organizar la rebeldía y la insatisfacción, así como los deseos por una organización social sin explotación y de respeto, a pesar de las contradicciones que ya hemos referido de la propia guerrilla. Quinto, la violencia adquiere en Stoll un aspecto impuesto por las estructuras guerrilla-ejército y no se busca penetrar un proceso histórico 54
que ya en la localidad mostraba fuertes conflictos a través de la expropiación y la resistencia a la misma. Afirma el autor que el acceso a la tierra era ya un problema para las comunidades indígenas (1993: 48, 227), donde la división de la pequeña propiedad imponía la necesidad a muchos campesinos indígenas de sobrevivir una parte considerable del año en los duros trabajos de las fincas agroexportadoras de la Costa Sur. Los esfuerzos locales por evitar estos trabajos en las fincas se dieron en las Cooperativas, tal como fue el caso en Ixcán con la organización del párroco Luis Gurriarán y los proyectos de su primo en Nebaj, el también sacerdote, Javier Gurriarán. No obstante los conflictos entre las formas tradicionales de poder, representadas en muchos casos por principales indígenas y ladinos terratenientes, contra las nuevas formas sociales de producción y articulación, comerciantes y catequistas indígenas, ladinos contra el poder tradicional, generaron un enfrentamiento que no se puede reducir a la dicotomía guerrilla-ejército. Como hemos mostrado en esta crítica, los conflictos y la lucha de clases fue a su vez formando opciones propias del momento histórico con alianzas de principales indígenas y ladinos apoderados, así como de aldeanos y campesinos desposeídos de tierra con la guerrilla. Estamos lejos de enfrentarnos a un escenario de personas sin capacidad de decisión y de reflexión sobre las posibilidades históricas de lucha, atrapadas entre dos fuegos. Claro, para Stoll es más fácil decir que los planes de contrainsurgencia fueron igualmente revolucionarios en lo que respecta los cambios de poder en la “sociedad civil” ixil y el desplazamiento ladino de la municipalidad que la fuerza revolucionaria de aquellos años34. A tal punto ha reificado Stoll la violencia que conlleva la propiedad privada como proceso fijado de expropiación continua que, a pesar de su simpatía por la “Left”, tuvo como primera hipótesis de que los 15,000 muertos en la región ixil posiblemente aliviarían la problemática agraria. Si bien cambia este argumento tan insultante, sostiene cómo la violencia provocó que varios finqueros vendieran sus tierras y los campesinos pudieran comprarlas. Stoll comenta sobre el plan estatal de romper fincas para ganar impuestos, pero sostiene que el problema de la pequeña propiedad siguió estando latente. Leámoslo directamente:
34 Otros cambios luego de los años de la guerra son los siguientes para Stoll: a) ya no dominan partidos militares sino Democracia Cristiana con liderazgo indígena; b) ladinos poderosos huyen por la violencia; c) antes el comercio era kiche y ladino en el pueblo, ahora es ixil; d) antes no habían contratistas de finca ixil, ahor sí hay en mayor cantidad. (Stoll, 1993: 198-200)
55
«Burgeoning families and dwindling inheritances are so central to the growing land poverty of Ixils that, at the start of my fieldwork, I wondered if the dead and destruction of the war could alleviate the pressure by lowering the person/land ratio. Consequently, this chapter explores the impact of the violence on population and land tenure. I will argue that, despite huge apparent losses, the violence has not made much difference in the amount of land available per person. The war has indeed had an impact on land tenure, but not through expelling peasants from their plots. Instead, the violence encouraged many finca owners to put their land on the market, making it possible for campesinos to recover part of their previous land base. The Guatemalan state has even pursued a modest program of breaking up fincas for back taxes. Yet parceling out such land to Ixil maize farmers has not addressed their long-term problems; it has reinforced the dominant pattern of ever-smaller, belowsubsistance holdings known as minifundio.» (Ibídem. 227)35 Como a lo largo de todo su libro, para Stoll la violencia solo es evidente en las armas guerrilleras y del ejército, pero no en el proceso de expropiación y mucho menos en la reproducción de las condiciones de pobreza, minifundismo y desalojo que incita a miles de campesinos a buscar trabajo estacional en las fincas agroexportadoras, otrora con posibilidad de producir valor de uso. Toda crítica de la violencia que no tomé en cuenta el proceso de expropiación y la paulatina entrada en la “legalidad” capitalista, no hace más que abrazarse de las formas concretas que provocan la sufrida hambre de miles de personas, el desarraigo poblacional, las migraciones y los desalojos policiales. Una
35
«Las familias que estaban multiplicándose y la reducción de las herencias son factores tan importantes que contribuyen a la escasez de tierra entre los Ixiles que, al principio de mi trabajo, me preguntaba si la muerte y destrucción de la guerra aliviaría la presión al disminuir la proporción de personas/tierra. Por esta razón, este capítulo explora el impacto de la violencia sobre la población y la tenencia de tierras. En mi opinión, a pesar de la enorme pérdida de vidas con la violencia, no se ha dado mucha diferencia en la cantidad de tierra disponible por persona. Por supuesto que la guerra ha tenido impacto en la tenencia de tierras, pero no a través de la expulsión masiva de campesinos de sus terrenos. En vez de esto, la violencia empujó a muchos finqueros a poner en venta sus tierras, lo que hizo posible para los campesinos recuperar parte de lo que anteriormente les perteneció. El estado guatemalteco incluso llevó a cabo un modesto programa de parcelamiento de fincas para recuperar los impuestos en mora. Sin embargo, la entrega de estas parcelas a los campesinos Ixiles no ha resuelto sus problemas a largo plazo, sino que más bien ha reforzado el patrón dominante de propiedades cada vez más pequeñas y debajo del nivel de subsistencia, conocidos como minifundismo.» Capítulo VIII. Crisis ecológica en el área Ixil. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html
56
crítica social en Guatemala y en el mundo debe estar presta a romper el carácter inmaculado de la propiedad privada y mostrar las bases mismas de la violencia histórica cosificada. El hecho de que la violencia de la guerra haya provocado pánico en los finqueros del área no quiere decir que el problema de la gran propiedad territorial haya desaparecido, sino más bien, como acota encarecidamente Stoll, pasaron a su forma de valor de cambio en el mercado, es decir, del movimiento expropiador hecho mercancía y negación a la comunidad tangible. Esa violencia de la forma expropiadora y su mediación mercantil pasa tan desapercibida en este investigador como en cualquier economista liberal. La violencia reificada tiene la particularidad de que vuelve con más fuerza contra quien no la reflexiona. El poder, en tanto que movimiento de imposición y fijación, es un proceso que expropia, enajena, separa las condiciones del ser humano para la concreción de su propia subjetividad. En la particularidad histórica de Guatemala, como de muchas otras sociedades, la expropiación territorial va creando las condiciones de despojo y pobreza de aquellos que fueron, paulatinamente, expulsados a látigo y fuego. No tomar en cuenta esto y ver la violencia como un huracán que llega, tal como lo hace Stoll, es ignorar que las mismas condiciones que propiciaron el huracán se fueron creando históricamente en el proceso de expropiación territorial, de conducción y explotación del trabajo. La propiedad privada es la cosificación del proceso constitutivo de la violencia, sangre coagulada en los registros de propiedad inmueble, casquillos debajo de las bardas con púas, cementerios ocultos en libros como el de este antropólogo. La ciencia social que parte de este olvido hace de su etnografía y de sus censos, simples legitimaciones del proceso de violencia. Peor aún, como en los argumentos de Stoll donde la violencia llega del exterior, donde se ignoran las luchas locales, donde se desvincula el malestar generalizado y la participación en las luchas. En esta crítica hemos mostrado cómo la perspectiva de “entre dos fuegos” partió, en primera instancia, de una homogenización y abstracción de las luchas sociales, de los conflictos desde lo local. Ahora bien, como relatamos al inicio de este apartado, los argumentos de Stoll tienen, a nuestro parecer, algo más que una simple interpretación de la historia local en una región indígena en Guatemala, entran en consonancia con lo llegado a ser históricamente. ¿A qué nos referimos con esto? Estamos afirmando que los argumentos de Stoll han modelado una historia asfixiada, una antropología 57
de la derrota y la resignación. Al ser incapaz de penetrar el carácter conflictivo de dicho momento histórico y explicar la violencia como choque de estructuras, Stoll hace una etnografía sin sujeto, por paradójico que parezca, pues precisamente va tejiendo alrededor del cientificismo y de la legitimidad unilateral del dato una historia de víctimas, de conveniencias y nula experiencia revolucionaria. Las muertes y las torturas quedan abandonadas bajo el nihilismo que lleva adherida en la espalda toda ciencia social del dato. Las luchas, desde sus múltiples motivaciones, terminan siendo ridiculizadas por el dato que confirmó su derrota histórica, el pesado fardo de los años que siguen asintiendo la victoria del ejército y el sinsentido del alzarse, de la tragedia de la víctima inocente y de un pasado que oscurece ante el brillo de las insignias triunfantes de militares, finqueros y empresarios. Es decir, el pasado aplastado por los poderosos. Desde esta posición es fácil acusar a la guerrilla y generalizarla como forma violenta, en igualdad de condiciones que el Ejército, sin siquiera hacer el menor esfuerzo por los matices que cambian el mundo. Los revolucionarios, en libros como el que acabamos de analizar, no son más que la contrapartida idéntica del mismo poder, ilusos, fracasados, provocadores de la furia de la bestia. Al concebirlos como completamente externos a las luchas sociales, se evidencia una doble mentira, a los locales indígenas se les oculta su propia historia de lucha y decisión, de apoyo o contradicción con el movimiento armado; a la guerrilla se le nivela con el ejército y se le conceptualiza como radicalmente distintos a los locales indígenas. La guerrilla es aprehendida como un grupo de foráneos (outsiders), étnicamente distintos, de clase media y citadinos. Stoll explica el mundo como al poder le encanta, viendo en lugar de contradicciones, antinomias, en lugar de posibilidades de lucha en común, externalidades. Los otros grupos en rebeldía, ya sea la Iglesia Guatemalteca en el Exilio (IGE) o el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), son descalificados como organizaciones con discurso no sociológico de teología de la liberación (Stoll, 1993: 194) o bien como simple maniqueísmo. Veamos lo que dice del GAM: «Standing out for their willingness to confront the security forces, they had a strong consciousness of themselves as groups apart with a special mission. With the same Manichean perspective as the foreign solidarity movement, they foresaw a dramatic transformation of society in which they would play a central role.» (Stoll, 1993: 300)36. Es tan 36 « Notorias por su disposición a enfrentar a las fuerzas de seguridad, contaban con una intensa consciencia de si mismos como grupos de vanguardia. Con la misma perspectiva maniqueísta del
58
grande el cinismo en Stoll que tacha de maniqueos a los grupos en lucha como el GAM, sin haber percibido que muchas de las ideas centrales de su libro están atravesadas por generalizaciones y homogenizaciones sociológicas. El cuchillo objetivante con el que Stoll marca los límites entre lo ideológico y lo factual termina convirtiéndose en espejo que evidencia sus errores interpretativos, sus reificaciones y generalizaciones. Más no es cuestión solamente de un marco conceptual inverso, sino perverso en cuanto que el lenguaje de Stoll crea una identidad entre lo llegado a ser por la violencia y las posibilidades de la historia dentro de lo que marca el poder. En este sentido los términos con los que califica la realidad sustentan la contrainsurgencia como norma factual de lo necesario del poder que la guerrilla provocó. La mitología ahora se justifica por ser histórica. Ananké, por encontrarse adherida a la fuerza del dato, es horizonte único en Stoll. O, como diría en otra oportunidad, en las realidades del poder. Stoll hace mención de cómo los ixiles no adoptan el punto de vista del ejército sobre la situación, pero si aceptan sus definiciones por su propia experiencia del poder: «While Ixils around the three towns have not adopted the army’s point of view, they do accept its definition of what is possible in these two basic respects because it is corroborated by their own experience of the realities of power.» (Stoll, 1993: 164; cursiva propia)37. La experiencia del dolor sufrido, resistido, enfrentado por muchos indígenas y no indígenas es, en Stoll, reducido a su identidad de lo posible en la historia. El sufrimiento no guarda más posibilidades que las permitidas por el ejército y el poder en general. La unidimensionalidad de dicho sufrimiento es, a todas luces, concreción y promesa de que el sufrimiento seguirá mientras siga dictado por las leyes de lo posible desde el poder. Por eso, muy a pesar de lo “Left” que se considere Stoll, ha hecho de una realidad compleja de luchas una descripción acumulativa de datos en el contexto de la sobrevivencia luego de la derrota. Así pues, su libro se convierte en un cementerio, no porque haya mostrado los muertos o los haya nombrado para preservar su memoria social, sino porque ha movimiento de solidaridad extranjero, predecían una dramática transformación de la sociedad, en la que jugarían un papel fundamental.» Capítulo IX. La lucha por reconstruir la sociedad civil en Nebaj. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html 37 «Los Ixiles alrededor de los tres pueblos todavía no han adoptado el punto de vista del ejército. Pero sí aceptan su definición de lo posible en estos dos aspectos básicos porque pueden corroborarse en su propia experiencia de la realidad del poder.» Capítulo V. De la montaña a la aldea modelo. http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html
59
enterrado en la ignominia, la absurdidad y la razón de las armas la experiencia viva, contradictoria, amplia, de grandes sectores indígenas durante las rebeliones de 1978 a 1982. Después de todo, su conclusión de indígenas ixiles neutrales, en medio de dos fuegos, preocupados en no enojar a sus patrones, una imagen retomada hasta la fecha por diversos grupos sociales en la actualidad. Desde la conveniencia del ejército en que se muestre que los indígenas fueron engañados y no se levantan por sí mismos, hasta la chata memoria estatal de reconciliación de la sociedad civil, pasando por los mayanismos estatales que etnizan la guerra y culpan a los ladinos guerrilleros del asesinato masivo de indígenas en el Altiplano. Stoll ha dado carácter científico a los prejuicios de la configuración del poder en aquellos momentos, de las rebeliones sociales y de la respuesta estatal a las mismas. Este ensayo no se pretende solamente como una respuesta a un libro en particular, a la manera de una mera puesta en posición conceptual. Más bien busca romper con lo que se ha construido como historia, como sentido común, a falta de una memoria colectiva que se atreva a cargar con sus muertos y aún sueñe con darles una redención. Quien toma la muerte como última palabra de la historia, tiende a olvidar la experiencia particular de tantos alzados, alzadas, inocentes, todo aquello que se encaminaba como vida y esperanza, como no-identidad con la muerte. Quien no acerca su oído a la tierra no puede percibir, menos escuchar, lo distinto, lo esperanzador del pasado, lo amplio, los sueños y las injusticias que sufrieron tantos y tantas en aquellos años de rebelión. El libro de Stoll ha contribuido al sentido común del fracaso en Guatemala, a la ridiculización de las luchas, a la razón de los vencedores y el sinsentido de los alzados, alzadas. Peor aún, no contento con crear identidad entre los vencedores y lo posible dentro del poder, ha pasado su resignación incluso al camposanto de los muertos. La frase que da título al último capítulo de este libro, Let the Dead Bury the Dead (Ibídem. 304) – deja que los muertos entierren a sus muertos38 – es desprovista del carácter salvíficoescatológico del Evangelio y posicionada con la frialdad de un indiferente sepulturero. Después de todo, para alguien que no gustaba de la Teología de la Liberación en los mensajes de la Iglesia Guatemalteca en el Exilio, es poco probable que le de continuidad transformadora a este pasaje, menos aún que quiera descubrir que dicha frase prosigue con un llamado 38
Tomado de la Nuevo Testamento, especialmente de Mateo 8, 22. Lucas 9, 60.
60
para anunciar y construir el Reino de Dios, como especialmente se enfatiza en Lucas 9, 60. En esta crítica hemos arremetido contra varios postulados propios de la antropología desarrollada por este investigador. No lo hemos hecho generalizando que toda antropología es ahistórica y romántica en su aproximación a su pretendido Otro. Si bien es cierto que se ha tendido a reproducir este posicionamiento en muchos trabajos antropológicos en Guatemala, es necesario aclarar que críticamente dicha ciencia social puede aportar mucho desde su evidencia de las particularidades, de las diferencias culturales y la experiencia recopilada en la etnografía. El reto de la antropología en específico será romper el fetichismo de lo local y vincularlo con el movimiento amplio de expropiación, de relaciones de poder nacionales e internacionales, de vincular lo que no se muestra aparente desde una población alejada de la ciudad o considerada aún distinta de los llamados cánones occidentales. De manera más amplia, ha sido nuestra intención mostrar los peligros de toda ciencia social en general, su tendencia a encerrar sistémicamente la realidad a partir de lo llegado a ser, su énfasis por describir y analizar lo dado, más dejar en el olvido las posibilidades no llegadas a ser, lo no-idéntico arrancado. La ciencia social debe rebasarse dialécticamente en tanto que hace del ser de la historia su campo de análisis par excellence, pero deja sin cuestionar la violencia que conlleva la misma como proceso de extirpación social y, por consiguiente, pasa por alto el vinculo entre lo extirpado en el pasado y la liberación social en la actualidad. Por último, en este ensayo hemos querido abrir algunas reflexiones que no están para nada agotadas en lo expuesto. Así, por ejemplo, será necesario reflexionar con más detenimiento las contradicciones históricas de la forma guerrillera en Guatemala, la tensión entre su organización político-militar representativa y el caudal rebelde, de lucha contra el estado de cosas que tanto creó afinidades con ciertas comunidades y grupos en aquella época. Para esto será central analizar con detenimiento los distintos momentos de lucha de la guerrilla, así como situar en el contexto de la contrainsurgencia las transformaciones e impulsos a la forma violenta, armada, de su lucha. En este punto el problema de la violencia revolucionaria, siempre polémico y las más de las veces interpretado de acuerdo a un statu quo presente, como afirmación o 61
negación, será analizado en un trabajo posterior que realizo en la actualidad. El objetivo en esta crítica no ha sido una apología de la guerrilla contra la descalificación de Stoll, eso sería reproducir los cánones conceptuales que el mismo Stoll utiliza, ocultando la contradicción, generalizando a su conveniencia. Hemos querido resaltar el carácter sumamente complejo de la guerrilla en tanto que relación y forma social, negando la unilateralidad de la estructura externa que, como hemos mostrado, conlleva una visión dicotómica y homogenizadora de los conflictos y las luchas sociales. Además, contrario de nuevo a Stoll, hemos partido de la constatación del movimiento rebelde y en rebelión en el Altiplano Indígena, sea como apoyo a la guerrilla o a través de diversas expresiones sociales de malestar, negación, lucha no representada. Para esto ha sido necesario ir evidenciando lo reducido de la interpretación de Stoll, quebrar con la visión de los dos fuegos, de la violencia dual, como respuestas absolutas y legitimadas. La memoria se construye a partir del conocimiento histórico. Eso ha sido el gran aporte en Guatemala de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) y de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH). Ahora bien, la memoria se nutre de conocimiento histórico, de lo oculto hasta la fecha, de las voces que se aprestan para testificar, pero también de algo que, a partir de su conocimiento, rebasa el recuento o la descripción. Eso es la expectativa, los momentos del recuerdo, del dolor y la esperanza39. Por eso la memoria no se puede reducir al canon objetivista de una sucesión de hechos, por importante que sean. La memoria es proceso vivo, que no experimenta un sujeto abstracto nacional, ciudadano, sino hombres, mujeres reales, comunidades, con historia propia, aquellos que envejecen, que temen pero también que esperan. La memoria es potencialidad humana, no realidad ya dada. Se necesitan las fuentes para conocer la historia, pero también es proceso social e individual de reflexión del recuerdo, de confrontación con la crueldad
39
Esto mismo lo comparte el teólogo protestante Jürgen Moltmann en su comentario sobre la especificidad escatológica del recuerdo y la esperanza: «Partimos para ello de una relación cambiante del método histórico y escatológico: en la línea de la exposición histórica, el nacimiento precede a la vida y ésta a la muerte. Lo pasado puede narrarse, y toda narración comienza, como la enumeración, con el principio para acabar con el fin. Pero en la línea de la anticipación escatológica lo último tiene que ser lo primero, el futuro precede al pasado, el final explica el principio y se cambian las relaciones objetivas del tiempo. No pueden contradecirse, sino que tienen que completarse la “historia como recuerdo” y la “historia como esperanza” en aquella “esperanza en el modus del recuerdo” que determina la fe cristiana.» (Moltmann, 2010: 139)
62
humana, con la soledad, con las fuerzas que empiezan a crecer en todo aquel que se veía desconsolado y débil. Por eso es vital para nosotros la memoria de los muertos, porque su recuerdo todavía nos eriza la piel y nos entusiasma, porque sonreímos al saber lo que les gustaba comer los domingos, porque al barrer la casa todavía vemos sus huellas y, si viven con nosotros, también sabemos que con su fallecimiento ha muerto algo importante en nosotros, pero también que en nuestra lucha por la vida hemos reconocido su palpitar al unísono del nuestro. La memoria es posibilidad, no algo dado. Cuantas veces les huimos a los muertos, cuantas veces nos duele tanto su recuerdo. Recordar también es decisión, plenificar su vida en la nuestra es una construcción humana en comunidad, paciente, sutil, perseverante. Ellos y ellas no están, ella no está, él no está. ¿Pero acaso nos dice eso nuestro pecho y nuestro pesar por ellos? ¿Qué acaso con esta sola experiencia rompemos el vertiginoso abismo del dato y la historia del ser aniquilante y, contra toda posibilidad, nos reconocemos en plural y singular como amantes de la vida a pesar de la muerte? Proust ha captado de manera preciosa lo escondido del pasado como fuerza posible en la experiencia de la memoria: «Je trouve très raisonnable la croyance celtique que les âmes de ceux que nous avons perdus sont captives dans quelque être inférieur, dans une bête, un végétal, une chose inanimée, perdues en effet pour nous jusqu’au jour, qui pour beaucoup ne vient jamais, où nous nous trouvons passer près de l’arbre, entrer en possession de l’objet qui est leur prison. Alors elles tressaillent, nous appellent, et sitôt que nous les avons reconnues, l’enchantement est brisé. Délivrées par nous, elles ont vaincu la mort et reviennent vivre avec nous.» (Proust, 1999: 44)40 Las posibilidades del particular residen en su comunicación, experiencia y apertura social. La memoria en comunidad es tanto reflexión individual como esfuerzo social, su vivencia tiende a romper los extremos discernibles 40 «Encuentro muy razonable la creencia céltica de que las almas de aquellos que hemos perdido están cautivas en algún ser inferior, en una bestia, un vegetal, una cosa inanimada, perdidas en efecto para nosotros hasta el día, que para muchos no llega jamás, en que nos encontremos pasando cerca del árbol, entrar en posesión del objeto que es su prisión. Entonces ellas se estremecen, nos llaman y tan pronto como nosotros las hemos reconocido, el encantamiento se destroza. Liberadas por nosotros, ellas han vencido la muerte y regresan a vivir con nosotros.» (Proust, 1999: 44; traducción propia).
63
de la normalidad y crea nuevos espacios, momentos de expresión sincera y confluencia con nuestros muertos. Comunidad en marcha, éxodo, las cáscaras de la historia pesimista, cernida en la seguridad castrense de que los muertos sigan muertos, que no salgan de sus tumbas y hablen de dignidad, de respeto, de revolución, comienzan a caerse. No caen por el tiempo, éste último más bien está a su favor. Las hacemos volar en pedazos, abriéndoles paso a la reflexión y la empatía, al concepto y al amor, fortalezas humanas liberadoras. La memoria dejará de reproducir simplemente lo llegado a ser, más bien podría algún día, si persistimos, mostrarse como lo que siempre ha sido: movimiento creador, revolucionario, abierto, que desde el pasado se hace actividad y sueño, resurrección de los muertos, mundo y experiencia potencialmente nuevas y redimidas.
Puebla, México Mayo 2011
Bibliografía Adorno, Theodor. (1975). Dialéctica Negativa. España: Editorial Taurus, pp. 330 Adorno, T.W. (1969). «La sociedad» (pp.23-43) en: La sociedad. Lecciones de sociología. Buenos Aires: Editorial Proteo. 205pp. __________. «Sociología e investigación empírica» (pp. 183-202). En: Escritos sociológicos I. (2005). Obra completa tomo 8. España: Akal. 544pp. __________. «Apunte sobre la objetividad sociológica» (pp. 221-227) En: Escritos sociológicos I. (2005). Obra completa tomo 8. España: Akal. 544pp. Arias, Arturo. «¿Hacia dónde nos dirigimos desde aquí? Consecuencias teóricas de la actitud de Stoll para los estudios culturales centroamericanos.» Universidad de Redlands. Sitio web: http://collaborations.denison.edu/istmo/n03/articulos/consec.html Brett, Roddy. (2007). Una Guerra sin Batallas: Del odio, la violencia y el miedo en el Ixcán y el Ixil, 1972-1983. Guatemala: F&G Editores, pp. 258 Comisión de Esclarecimiento Histórico. (1999) Guatemala: Memoria del Silencio. Caso Ilustrativo No. 30. Ejecuciones arbitrarias y desapariciones de estudiantes en 1989. http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/anexo1/vol1/no30.html Fromm, Erich. (1974). El miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidos.
64
Sitio
Web:
González Ponciano, Ramón (2006). «“No somos iguales”: La “cultura finquera” y el lugar de cada quien en sociedad de Guatemala». En: Revista Istor. Guatemala y su historia. CIDE. Año VI. No. 24. México. Grandin, Greg. (2007). Panzós: la última masacre colonial. Latinoamérica en la Guerra Fría. Guatemala: AVANCSO, pp. 321 Gunn, Richard. «Notas sobre clase» (pp. 17-32) en: Holloway, John et al. (2004). Clase = Lucha. Antagonismo social y marxismo crítico. Buenos Aires: Ediciones Herramienta, pp. 128. Hurtado Paz y Paz, Margarita. (2009) Organización y lucha rural, campesina e indígena: Huehuetenango, Guatemala, 1981. Guatemala. Versión electrónica. Marx, Karl. (2005). El 18 brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Longseller. 221pp. __________ ; (2001). El Capital I. Crítica de la economía política. México: Fondo de Cultura Económica. 849 págs. __________ ; (2006). El Capital II. Crítica de la economía política. México: Fondo de Cultura Económica. 623 págs. __________ ; (2010). El Capital III. Crítica de la economía política. México: Fondo de Cultura Económica. 953 págs. McCallister, Carlotta. (2005). «Rural Markets, Revolutionary Souls, and Rebellious Women in Cold War Guatemala». En: CERLAC Working paper series. York University. http://www.yorku.ca/cerlac/documents/McAllister.pdf Moltmann, Jürgen. (2010). El Dios Crucificado. La cruz de Cristo como base y crítica de la teología cristiana. Salamanca: Ediciones Sígueme, pp. 383. Palencia, Sergio. (2010). «La ambivalencia conceptual de Charles Hale. Crítica del libro ¨Más que un indio”. Ambivalencia racial y multiculturalismo neoliberal en Guatemala» (pp. 45) en: Revista Albedrio. Sitio Web: http://www.albedrio.org/htm/articulos/s/spf-014.htm Proust, Marcel. (1999). «Du côté de chez Swann. Combray, I.» en : À la recherche du temps perdu. Paris : Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, pp. 2401. Sanford, Victoria. (2009). La masacre de Panzós. Etnicidad, tierra y violencia en Guatemala. Guatemala: F&G editores, pp. 176 Smith, Carol. «Stoll As Victim» en: Latin American Perspectives, Vol. 26, No. 6, If Truth Be Told: A Forum on David Stoll's "Rigoberta Menchu and the Story of All Poor Guatemalans" (Nov., 1999), pp. 81-83. Sage Publications, Inc.Stable Sitio Web: http://www.jstor.org/stable/2633928 Stoll, David. (1993). Between two armies in the Ixil towns of Guatemala. New York: Columbia University Press. pp. 383
65
__________. «Porque es imposible que Me llamo Rigoberta Menchú sea fabricación de Elisabeth Burgos». En: Revista Electrónica Albedrío. 30 de enero 2011. Sitio Web: http://www.albedrio.org/htm/articulos/d/ds-001.htm Tischler, Sergio. (2001). Guatemala 1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal. 2nda. ed. Guatemala: F&G editores. pp. 353 __________. « Rigoberta Menchú: memoria y sujeto. El tiempo roto de la nacionalización revolucionaria del indígena y el campesino en Guatemala.» en: Memoria, tiempo y sujeto. (2005). Guatemala: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y F&G Editores, pp. 176. Vela Castañeda, Manolo. (2008). «Notas para el estudio de la relación entre la rebelión y el genocidio en Guatemala». (pp. 21-31) en: Espacios Políticos, Año I, número 0, junio 2008. __________. (2009). Los pelotones de la muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco. Tesis doctoral Colegio de México, pp. 460 Watanabe, John. «Reseña del libro- Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala by David Stoll», en: American Anthropologist, New Series, Vol. 96, No. 3 (Sep., 1994), pp. 738739. Publicado por: Blackwell Publishing on behalf
66