AQUÍ VIVÍA YO Se llama Desiderio. Tiene 85 años y vivió hasta los 26 en esta casa de Beroiz. El pueblo ahora está deshabitado, como otros 49 de Navarra. recorremos algunos de ellos.
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“Aquí vivía yo” | 25 De NoViembre De 2015
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esde el hueco que queda en lo que un día fue la puerta de entrada a aquella casona de gruesos muros de piedra se puede uno asomar —e imaginar— la vida de una familia de pueblo. A pesar de los años, el cemento mantiene unidas piedra a piedra las paredes, testigos silenciosos de las biografías de sus huéspedes. La balda más alta de la alacena podría esconder una tableta de chocolate traída por algún familiar de Pamplona que duraba meses en ese rincón. El premio de los domingos venía envuelto, con cuidado, en papel brillante. Como las cosas de valor. Una dulce explosión de sabor que derretía las papilas gustativas de
los tres niños de la casa. Puede que aguardasen sentados, en silencio, y que el sentido del oído se desarrollase sobremanera cada tarde de domingo. Puede que supiesen que, al oír el característico chirrido de las bisagras de la puerta del armario, ya podían bajar las escaleras brincando y, una vez en la planta baja, disfrutar de una onza de chocolate. Cabe la posibilidad de que la alacena encerrase muchas más historias, como la de unas llaves. Las de la motocicleta que el abuelo conseguía arrancar tras varios intentos fallidos, pero también la llave de la hucha del pequeño de la familia, en la que guardaba las monedas de un duro.
ÍnDIce
Puede que en la primera balda de madera, en el centro, como a la madre de la familia le gustaba, se guardase una delicada caja roja de hojalata. Levantar la tapa era dar voz a los recuerdos que se amontonaban en la mente transformados en fotografías. Objetos sencillos de gente humilde que están custodiados por la puerta de ese armario que ahora se abre. Sin necesidad de husmear, se nos muestran las historias que atesoran los restos de los lugares en los que en algún tiempo vivieron familias enteras. También las de aquellos que todavía construyen su historia. Nos invitan a ver desde un rincón, lo que una vez fueron, sus días para no olvidar. Con este suplemento nos hemos asomado a ese hueco. Bienvenidos a Aquí vivía yo.
STAFF Directora
reDactores
fotoGrafÍa
Izania Ollo
Gemma Abadía, Julia Collado, Miguel de Ribot, Pau Fluriach, Blanca Gil de Sola, Núria Jiménez, Blanca Lara, Cristina Latiff, Andrea Miranda y Loreto Sáez
Miguel de Ribot, Iranzu Larrasoaña, Izania Ollo y Gemma Abadía
Diseño
Alberto Molina
4 raDioGrafÍa De la eXtiNciÓN
16 24 Horas eN UNa Villa Para Dos
6 el alma De izaGaoNDoa
20 UNa miraDa NoctUrNa al olViDo
10 el último eN Nacer eN Peña
24 a la ViDa DesDe los escombros
12 tras la Pista De Walker
28 VUelta a la ViDa eNtre ‘irriNtzis’
14 este PUeblo es mÍo
30 arte eN rUiNas
eSTe TrABAJO hA SAlIDO ADelAnTe grAcIAS A perSOnAS cOmO María Jiménez por haber coordinado el suplemento, Javier Marrodán porque desde el primer momento ha estado a nuestra disposición, Javier Errea por los cafés de los jueves y su implicación en el diseño, Fernando Hualde por descubrirnos este mundo hasta entonces olvidado, Desiderio Martínez y su familia por adentrarnos en la vida de los pueblos,
Izaskun Fernández por mostrarnos su proyecto, la familia Ollo-Astiz por abrirnos las puertas de su casa. También a José Antonio Landa Leoz, Carlos Ciaurriz, Ioseba Fernández, Beñat Sorli, Iñigo Pérez de Rada, Javier y Pruden Indurain Larraya, Juan Ayala, Cristina Errea, Mikel Navarro Ayensa, Iranzu Larrasoaña, Santiago De La Puente y Toni Agudo.
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25 De NoViembre De 2015 | “Aquí vivía yo”
Escrito por cristiNa latiff
Navarra es una región que cuenta con una variedad insaciable de topónimos. Cada nombre de cada pueblo tiene una raíz, una característica única, pero más importante aún, tiene una historia detrás que esconde una parte de su pasado. Mikel Belasko, especialista en
toponimia, escribió el Diccionario etimológico de los pueblos, villas y ciudades de Navarra. La obra recopila los criterios por los que se clasifican la mayoría de los nombres de localidades de Navarra. Entre estos se pueden encontrar las diferentes lenguas, la geografía, la relación que tienen con
nombres propios de personas y la doble denominación, precisamente por la coexistencia del castellano y el euskera. Los pueblos escogidos en esta página cumplen estos criterios, con la intención de mostrar la diversidad de orígenes y significados que tienen los nombres propios de lugares en Navarra.
Góngora Localización en el mapa de la página 4
4 Este nombre se debe al tipo de vegetación del lugar. Los pueblos y terrenos que fueron nombrados con sufijo o prefijo –urru compartían una característica en su paisaje vegetal: abundancia de avellanos por toda la zona. Además, hubo personas que adoptaron como apellido Urrutiña que, posteriormente, se embarcaron en viajes hacia América, donde el nombre fue heredado por los hijos de quienes se quedaban aunque, también sufrió algunas transformaciones y se estableció el apellido Urrutia.
Este nombre de lo que hoy son unas pocas calles deshabitadas es también un apellido conocido en España. Como todo, siempre hay una historia detrás. Desde la Edad Media se ponía nombre a las personas, sin embargo, los apellidos no eran como hoy se conocen. El apellido era el lugar en el que había nacido. Durante el siglo XV la situación cambió en el territorio español. Mikel Belasko, experto en toponimia de Navarra, asegura que “los padres comenzaron a dejarles los apellidos en herencia a sus críos”. 101
zArIQUIeTA
168 El topónimo se origina en el El aspecto geográfico del territorio. El agua es un elemento que se ve poco en la toponimia mayor de Navarra, no obstante este se encuentra en nombres de pueblos deshabitados en la actualidad. Del vasco zara, -ki sufijo que en toponimia parece tomar valor diminutivo y el sufijo que indica lugar -eta.
Amaláin gurpegui 28 Este topónimo está formado por el nombre del primer propietario del pueblo y la terminación –ain es el sufijo que lo indica. Pero hay mucho más que solo el nombre del terrateniente. Del prefijo se puede deducir que se estaba haciendo alusión a una mujer. Por lo general era la amada o la hija del propietario inicial. Esto se tendía a hacer como muestra de amor, pero a la vez como señal de poder y dominio sobre el territorio.
ORDERIZ
45 El significado de este nombre hace referencia a cuevas con pequeñas rocas y piedras. Estos elementos incorporan a este topónimo en la categoría de accidentes de terreno que ha hecho Mikel Belasko en su libro. Esas cuevas que se encuentran no solo en este, sino en demás pueblos, fueron utilizadas por diferentes personas para resguardarse de las guerras y diferentes enfrentamientos.
63 Aunque es escasa, no se puede olvidar la presencia del árabe en algunos de los topónimos de España y, específicamente, de Navarra. Gurpegui es uno de los pocos nombres que se conoce con denominación árabe. Dado a la reconquista que marcó la historia española, es difícil encontrar estas características, ya que al establecer el castellano como lengua oficial en el país y el euskera en la región, lo poco que existía de raíces árabes fue reemplazado por dichos idiomas.
Equiza
LARRÁIN
68 La doble denominación de algunos lugares, en castellano y en euskera, pone de manifiesto la convivencia de dos lenguas en un mismo territorio. Una gran mayoría de territorios con nombres vascos no eran reconocidos con esos topónimos, sino con los que se habían adoptado en castellano. “Una de las condiciones que tienen los pueblos que entran en la categoría de toponimia de doble denominación en Navarra es que cambia la ortografía, pero no la pronunciación”, afirma Belasko.
6 Como en el caso de Amaláin, Larráin procede del nombre del antiguo propietario del pueblo, al que se ha agregado el sufijo –ain. Lo curioso que tiene el topónimo de este territorio actualmente despoblado es que además de haber relación entre el sufijo el nombre del propietario, en su denominación también hay raíces de latín y de lenguas romances.
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NOROESTE 8 7
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13 14 21 22 Alsasua
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42 64 55 65
77 78
75 99 100 101 118 117 165
PIRINEO 67
131 158134
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70
69 86 81 80 8384 82 167 108 162 107 103 104 85 106 105 116 102 111 109 112 168 115 1 10 113 159 141 114
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Tafalla
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128 129
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PAMPLONA
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Pamplona
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36 37 38 53 52 62
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121 Estella
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TIERRA ESTELLA
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31 32 33 30
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NAVARRA MEDIA ORIENTAL
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RIBERA ALTA
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Peralta
Corella
Cintruénigo
TUDELA Pueblo abandonado
Tudela
De 1 a 4 habitantes
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De 5 a 8 habitantes De 9 a 12 habitantes De 13 a 16 habitantes
Radiografía de la extinción Este territorio cuenta con 50 municipios despoblados y 119 en peligro de extinción Escrito por Núria jiménez y cristina latiff Infografía por alberto molina
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ay una parte de la Comunidad Foral que podría describirse como fantasma. Está compuesta por 50 municipios que, según los datos del
Instituto de Estadística de Navarra (IEN), se encuentran abandonados o no tienen habitantes. La topografía de la Navarra desierta se completa con los pueblos en los que apenas hay vida: se trata de 119 municipios que cuentan con menos de 16 habitantes. Oficialmente se consideran en peligro
de extinción. Es difícil describir cómo están organizados desde el punto de vista administrativo, por eso hay que explicar algunos conceptos antes de zambullirse a fondo en esta Navarra despoblada. De acuerdo con la Federación Navarra de Municipios y Con-
cejos (FNMC), el municipio es una unidad básica territorial con personalidad jurídica propia. En cada municipio navarro hay varios pueblos con una organización propia para ciertas gestiones, a los que se llama concejos, como sinónimo de ayuntamiento propio. Sin embargo, para otros
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HABITANTES POR PUEBLOS 1 Endarlatsa 2 Aurkidi 3 Santalokadia 4 Urrutiña 5 Azpirotz-Lezaeta 6 Caserío Larráin 7 Ola 8 Quinto Real 9 Señorío de Eraso 10 Aldaz (Iza) 11 Lozen 12 Sorogain-Lastur 13 Larráun 14 Zarrantz 15 Etxaide 16 Leazkue 17 Usetxi 18 Ureta 19 Irabiako Uharka Pantano de Irabia 20 Pikatua 21 Zamartze 22 Murgindueta 23 Zuazu 24 Itsasperri 25 Aguinaga de Iza 26 Aizkorbe 27 Iriberri (Atez) 28 Amaláin 29 Beraiz 30 Idoi 31 Akerreta 32 Irure 33 Setoain 34 Ezkirotz 35 Osteritz 36 Urniza 37 Larraingoa 38 Ardaitz 39 Urdíroz 40 Imízcoz 41 Lusarreta 42 Gorraiz de Arce
43 Andía 44 Anoz 45 Ordériz 46 Eguíllor 47 Ezcaba 48 Garrués 49 Adériz 50 Arleta 51 Egulbati 52 Zaldaiz 53 Urricelqui 54 Caserio Zandueta 55 Arce 56 Venta de Urbasa 57 Urdánoz 58 Caserio Elío 59 Trinidad de Arre 60 Echálaz 61 Eransus 62 Zunzarren 63 Gurpegui 64 Usoz 65 Caserio Muniáin de Arce 66 Osa 67 Uli-Alto 68 Caserío Equiza 69 Jacoisti 70 Ripalda 71 Igal 72 Eriete 73 Otazu 74 Otano 75 Ustárroz 76 Leyún 77 Laboa 78 Janáriz 79 Beortegui 80 Erdozaín 81 Akotain 82 Oleta 83 Górriz 84 Rala
85 Itoiz 86 Ongoz 87 Gallués 88 Iciz 89 Urra 90 Lecáun 91 Irantzu 92 Andéraz 93 Irujo 94 Viguria 95 Muzqui 96 Arguiñáriz 97 Cas. Guenduláin 98 Basongaitz 99 Laquidáin 100 Ilundáin 101 Góngora 102 Mendinueta 103 Liberri 104 Zuza 105 Zuasti de Lónguida 106 Meoz 107 Javerri 108 Epároz 109 Ozcoidi 110 Mugueta 111 Uli-Bajo 112 Larrángoz 113 Turrillas 114 Urbicain 115 Iriso 116 Ayanz 117 Zoroquiáin 118 Zabalceta 119 Oriz 120 Ezperun 121 Señorío de Sarriá 122 Artazu 123 Nª Señora de Codés 124 Cábrega 125 Learza 126 Cas. de Echávarri 127 Arínzano
Abandonado De 1 a 4 habitantes De 5 a 8 habitantes De 9 a 12 habitantes De 13 a 16 habitantes
PUEBLOS ABANDONADOS POR COMARCAS
EN NÚMEROS
50 119
Tierra Estrella Noreste Prineos Pamplona Navarra media oriental 05
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128 Muruzábal de Andión 129 Nª Señora de Andión 130 Oricin 131 Bariáin 132 Eristain 133 Zabalza de Ibargoiti 134 Uzquita 135 Abínzano 136 Sengáriz 137 Vesolla 138 Aldunate 139 Murillo-Berroya 140 Orradre 141 Napal 142 Iso 143 Adansa 144 Sansomain 145 Benegorri 146 Bézquiz 147 Moriones 148 Urb. náutica de Leyre 149 Torre de Peña 150 San Martin 151 Vergalijo 152 Iriberri (Leoz) 153 La Oliva 154 El Bocal 155 Muguetajarra 156 Azkar 157 Egulbati 158 Celigueta 159 Beroiz 160 Peña 161 Gardalain 162 Ulozi 163 Adensa 164 Guerguitiáin 165 Larrángoz 166 Muru 167 Santa Fe 168 Zarikieta 169 Amocáin
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Es el número de pueblos abandonados según en el Instituto de Estadística de Navarra
Es el número de pueblos en peligro de extinción, es decir, que tienen menos de 16 habitantes
Fuentes: Instituto de Estadística de Navarra y elaboración propia.
No es lo mismo que un pueblo se considere abandonado, que esté extinguido administrativamente Es distinto que no viva nadie oficialmente a que no tenga su propio ayuntamiento JUAN J. ECHAIDE Federación navarra de municipios y concejos
asuntos cuentan con un ayuntamiento municipal común. Cada pueblo tiene un "pequeño autogobierno", pero comparte ayuntamiento con el resto. Es una administración dentro de otra, un reparto de obligaciones. En el momento en el que un concejo se queda sin administración propia, todo pasa a ser tarea del ayuntamiento del municipio. Según Juan J. Echaide, responsable de prensa de la FNMC, esta modificación de los municipios y sus entidades ocurre por dos motivos. El primero es debido al escaso número de habitantes. Está establecido que si un pueblo tiene menos de 16 habitantes durante más de tres patrones (tres años) seguidos, pasa a ser del ayuntamiento. Cuando eso ocurre decimos que un pueblo se ha
extinguido administrativamente. Otro motivo de extinción es que los propios vecinos decidan que prefieren que les administre el ayuntamiento municipal o del valle. Se trata de una extinción administrativa, y no de personas. El pueblo sigue existiendo, aunque no sea una entidad jurídica. En cambio, un pueblo abandonado o deshabitado se considera que ya no tiene personas que viven en él. Sigue a cargo del ayuntamiento, pero ya no tiene gastos. En cuanto a la propiedad en sí, puede que el terreno, las casas o los solares las gestione un particular. Por eso, que un pueblo se encuentre vacío no quiere decir que no tenga propietario. Puede pertenecer a personas particulares aunque lo administre el ayuntamiento. Arce, Urraul Alto
y Lónguida son los valles con más pueblos abandonados y con los concejos más pequeños. Asimismo, de acuerdo con la división de Navarra por comunidades geográficas, se puede observar que es sobre todo en la zona pirenaica donde se encuentran la mayoría de los municipios despoblados. La parte del noroeste y las comarcas del suroeste presentan un menor índice de concentración de municipios extinguidos o en peligro. En el primer caso, se puede deber a que en el área más alta o más al norte no se hayan generado tantos enclaves como en el sur por tener menos facilidades o peores condiciones para establecerse. En cambio, en el caso de la zona suroeste, la menor concentración de pueblos abandonados puede obedecer a una razón precisamen-
te contraria. La población suele agruparse en territorios más planos y con mejores condiciones climáticas para la vida y la subsistencia. Es decir, es una zona que sí está poblada, no en la que se hayan creado pueblos que luego han sufrido un éxodo rural. Este éxodo se produce, según las expertas en demografía Carolina Montoro Gurich y Dolores López Hernández, por el crecimiento de las ciudades, la falta de gente joven en los pueblos, y por la búsqueda de un mejor nivel de vida o más dinero. No obstante, de acuerdo con las expertas, también hay causas naturales y ciertos componentes históricos. Aun así, aseguran que en la actualidad se está produciendo un retorno a las zonas rurales y a la vida en el campo.
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El alma de Izagaondoa Desiderio Martínez fue uno de los últimos habitantes que nació en Beroiz, pueblo que actualmente está deshabitado. Vivió allí 26 años, hasta 1956 Escrito por BLanca lara MIGUEL DE RIBOT
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rabajé mucho a lo largo de mi vida, pero disfruté más aún”. Desiderio Martínez Orradre, de 85 años, es una de las últimas personas nacidas en Beroiz. El municipio es un pueblo fantasma del que solo quedan las ruinas que reflejan el paso de los años y que, a pesar de estar muertas por fuera, rezuman energía de muros para adentro. Desde el sofá de su casa de Pamplona, echa la vista atrás y cuenta la historia del lugar en el que pasó una gran parte de su vida. Beroiz es uno de esos pueblos por los que ahora nunca pasa nadie. Pero hace medio siglo era un lugar en el que siempre había movimiento y todo el que se acercaba hasta él, era bien recibido, desde los guardias hasta los mendigos. Hoy, cincuenta años después de que se fuese su último habitante, las paredes de las casas se caen y solo quedan las ruinas del que fue durante décadas el alma del Valle de Izagaondoa. Ahora se puede llegar por carretera, pero hace ochenta años eso era impensable. Todos los acontecimientos importantes llegaban al pueblo a través de las cabalgaduras. Cuando se produjo el levantamiento militar en 1936, la noticia se conoció a través de una caballería que iba de pueblo en pueblo por todo el Valle anunciando el comienzo de la Guerra Civil. Cuando el bando nacional se hacía con una ciudad, las campanas de todos los pueblos repica-
ban, una ceremonia que se repitió durante los tres años que duró la contienda. Por aquella época, Desiderio, con siete años, se preparaba para recibir la Primera Comunión. Era tradición que los niños se hicieran las fotos para recordar aquel día en Pamplona, así que él y su padre se trasladaron hasta la capital foral. Pero cuando estaban yendo hacia la tienda, comenzó un bombardeo y tuvieron que correr hacia el Paseo de Sarasate, donde se encontraba un refugio. Todo quedó en un mal rato para el padre. Pero para el pequeño Desiderio fue una gran historia que contaría el lunes en la escuela a todos los niños. Para la familia Martínez estas dosis de información no eran suficientes. Cada mañana recibían el diario del día y el padre de Desiderio, Javier Martínez, lo
Para mi padre fue mucho tiempo sin saber nada de lo que ocurría más allá del Valle, así que en cuanto la nieve se derritió, cogió el primer autobús que llegó a Beroiz y se fue a Pamplona, donde compró la primera radio DESIDERIO MARTÍNEZ UNO DE LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE BEROIZ
leía para mantenerse conectado con la actualidad. La gran nevada de 1945, que comenzó a finales de diciembre y no terminó hasta principios de febrero, dejó incomunicado durante casi dos meses al pueblo. “Para mi padre fue mucho tiempo sin saber nada de lo que ocurría más allá del Valle, así que en cuanto la nieve se derritió, cogió el primer autobús que llegó a Beroiz y se fue a Pamplona, donde compró la primera radio de todo Izagaondoa para que nunca más volviese a pasar lo ocurrido”, cuenta Desiderio.
Medio siglo juntos
Bailador, dicharachero y músico. Así define Gloria Eslava, de 81 años, a su marido Desiderio, un navarro que ya apuntaba maneras desde pequeño. Ya no es aquel niño que todas las mañanas iba desde Beroiz hasta Ardanaz, el pueblo vecino, para ir a la escuela. Los años han pasado por él, pero recuerda como si fuera ayer ese trayecto que hacían él y sus hermanos de lunes a viernes. “Cuando por la mañana íbamos al colegio, nos montábamos en el ‘coche’, es decir, en la burra. Cuando se enfadaba o se cansaba de nosotros, bajaba la cabeza y nos dejaba caer al suelo uno por uno”. A la escuela de Ardanaz iban niños de los pueblos de Beroiz y de Iriso. Un solo maestro se encargaba de enseñar todas las lecciones básicas a decenas de alumnos que aprovechaban cualquier momento para tirarse piedras o jugar a bandidos. “Teníamos una enciclopedia en la que había de todo, desde geometría hasta historia”, recuerda Desiderio. Tan solo había un aula con unas largas mesas para los párvulos y pupitres para
“Aquí vivía yo” | 25 de noviembre de 2015
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25 de noviembre de 2015 | “Aquí vivía yo”
▶ Desiderio Martínez subiendo al que un día fue su hogar. FOTO: Miguel de ribot
los mayores. También había un armario donde se guardaba bajo llave los libros, los cuadernos y los papeles del profesor. Desiderio comenta que, durante la Guerra Civil, había unos sesenta chiquillos. “Todas las mañanas rezábamos el padrenuestro al empezar la clase y se cantaba el Cara al Sol, con la bandera izada”. Por aquella época, la catequesis era obligatoria. La escuela de Ardanaz se situaba al lado de la iglesia del pueblo, por lo que todas las mañanas el cura iba a hacerle una visita. “A las doce del mediodía llegaba el sacerdote a darnos las lecciones correspondientes”, recuerda Gloria. Desiderio y sus cinco hermanos pasaban todo el día fuera de casa y comían en Ardanaz un bocata que les preparaba su madre, María. “Una mujer de los pies a la cabeza, solidaria y humilde”, la describe su nuera Gloria. A las seis de la tarde los cinco hermanos volvían a Beroiz. “Llegábamos a casa, merendábamos y los tres niños nos poníamos a tocar la guitarra”, recuerda un nostálgico Desiderio. Gloria, como el resto de jóvenes de Izagaondoa, disfrutaba bailando a la luz de la luna los días grandes de las fiestas en los que los hermanos Martínez interpretaban los éxitos de aquellos años. “Tocaban como los ángeles. En muchas ocasiones él y sus hermanos iban de fiesta en fiesta por los pueblos del Valle”, comenta Gloria. En los festejos de Izagaondoa se solían reunir todos los jóvenes y pasaban la noche bailando al ritmo de la orquesta. Cuando las notas musicales dejaban de sonar, los mozos que no cabían en la Casa Nueva dormían
en el pajar que había sido previamente habilitado. “Nos tumbábamos todos, uno al lado del otro, en fila india. Había uno que era el encargado de ir cubriéndonos con paja para no pasar frío”, cuenta al tiempo que se apodera de él una gran sonrisa. Una de las mañanas en las que Beroiz se despertaba llena de invitados, Desiderio y su cuadrilla decidieron gastarle una broma a Pololo, uno de los amigos que había asistido a las fiestas. “Le hicimos desayunar directamente de las ubres de las vacas, pensando él que después todos lo íbamos a hacer, qué inocente fue y cuánto nos reímos”, recuerda con un tono picarón. Fue en uno de esos festejos donde Desiderio, con apenas 16 años, decidió sacar a bailar a Gloria, que tenía doce. Danzaron durante toda la velada del primer día. “Cuando llegué a casa, mi hermana Pilar le dijo a mi madre que había estado bailando con Desiderio y me castigó sin ir al día siguiente a las fiestas, pero me escapé y estuve bailando toda la noche con él”, cuenta Gloria. Aquellos fueron sólo los primeros compases de una relación que acumula más de 55 años de historia. En realidad, Gloria y Desiderio ya se conocían. Iban a la misma escuela y eso, unido a las pocas calles en las que transcurría su vida diaria, hizo que compartiesen muchos de los recuerdos de su infancia. “Uno de ellos, —narra Desiderio— fue la historia de las brujas”. Hubo una época en la que los niños del pueblo pensaban que había brujas sobrevolando las faldas de la solitaria peña de Izaga. Desiderio, con apenas once años,
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“Aquí vivía yo” | 25 de noviembre de 2015
La sonrisa se adueña de la cara de Desiderio Martínez cuando recuerda sus hazañas. FOTO: izania ollo
El trabajo era muy duro, pero alguna que otra vez llegaba a trabajar directamente de una fiesta, era joven y lo podía hacer DESIDERIO MARTÍNEZ UNO DE LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE BEROIZ
también creía en la existencia de aquellos seres fantásticos. Recuerda que una noche, mientras estaba durmiendo en la tercera planta de la casa, escuchó un sonido y lo primero que se le vino a la cabeza fue la presencia de esas brujas de las que en la escuela no se dejaba de hablar. “Pasé toda la noche en vela y a la mañana siguiente, cuando salía para ir al colegio, me di cuenta de que lo que estaba sonando era el viejo acordeón que estaba en la ventana…”.
La vida del campo
Ahora los niños van al instituto, pero por aquel entonces a los doce años los pequeños pasaban a ser trabajadores, es decir, cambiaban el lápiz y el cuaderno por el rastrillo y la pala. Las niñas ayudaban a la madre en casa y los niños se iban a cultivar el campo. “El trabajo era muy duro, pero alguna que otra vez llegaba a trabajar directamente de una fiesta. Era joven y lo podía hacer”, comenta Desiderio entre risas.
“De vez en cuando venían a vernos mis tres tías de Gipuzkoa. Iba a recogerlas a Iriso en las caballerías”, recuerda. Por aquel entonces, se pasaba mucha hambre en toda Navarra y las tías de Desiderio eran víctimas de aquella necesidad que azotaba a algunas zonas de España. “A la hora de comer mis tías se hartaron. Fue tan exagerada la comilona, que mi tía Juliana, incomodada de todo lo que había ingerido, se nos murió esa misma noche en casa”, narra Desiderio. Uno de esos días en los que la familia Martínez estaba por casa, se acercaron un par de guardias a comer. “Siempre había comida para el que viniera, tanto para los guardias como para los mendigos”, dice Desiderio. “La señora María siempre tenía algo para todos, era una mujer caritativa y buena”, apunta Gloria. Una tarde, después de que los Martínez compartieran mesa con los guardias, los agentes los invitaron a cazar. Por aquel entonces en el monte de Beroiz había liebres, codornices y perdices. Los tres hermanos aceptaron encantados y así, Desiderio, con apenas trece años y sin permiso de armas, estuvo cazando codornices toda la tarde. Los guardias desconocían que Desiderio y sus hermanos solían coger las escopetas que había por la casa y se iban al monte a cazar día sí, y día también. Sin embargo, aquellos momentos en que los pequeños hermanos Martínez aprendieron las técnicas de caza se marchitaron hace tiempo. “Desde que nos trasladamos a Pamplona el campo ha cambiado mucho. Ahora hay jabalíes. Nosotros solo vimos uno durante todos los años que
La iglesia de San Martín de Beroiz. FOTO: miguel de ribot
vivimos en el pueblo”. También terminaron, con el paso del tiempo, aquellos momentos en los que Desiderio dedicaba sus días por entero a realizar los trabajos del campo. Son recuerdos que quedaron grabados en su memoria, de la misma forma que evoca, rodeado de fotografías en blanco y negro, sus años de jornada laboral en una oficina. Trabajó durante más de treinta años en la empresa Papelera. “Llegué allí como peón, pero poco a poco y a base de esfuerzo y mucho trabajo terminé como jefe de expediente. Tuve que opositar y todo. El oficio
era menos duro, eran ocho horas que comparadas con la que echábamos en el campo no suponían mucho para mi”, comenta Desiderio. El municipio que un día perteneció a la familia Martínez pasó a manos del marqués de Jaureguizar, el cual vivió allí unos meses y fue partícipe del último nacimiento del pueblo de Beroiz, el de su propia hija Teresa Dulce. Esos fueron los últimos llantos que se escucharon entre los gruesos muros de piedra del pueblo al que Desiderio vuelve para fotografiarse.
Beroiz Año extinción: 1962 Último habitante: Santos Martínez Orgade
Pamplona
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25 de noviembre de 2015 | “Aquí vivía yo”
beroiz DESIDERIO MARtínez, 85 años
“Nueva York al lado de Beroiz es una birria”
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na mañana de noviembre, Desiderio vuelve a Beroiz. Ahora vive en la ciudad y con su edad no puede ir siempre que quiere al pueblo que fue su hogar durante más de cincuenta años. Ya no es aquel chaval que corría por el Valle de Izagaondoa sin miedo a hacerse daño, sino que a sus 85 años necesita de la ayuda de su hijo César. Mientras Desiderio se arregla para emprender esta nueva aventura, Gloria, su mujer, le repite una y otra vez a su hijo: “Ten cuidado con papá porque ya no está para estos trotes”. A la hora acordada, Desiderio baja por las escaleras al rellano y la alegría se adueña de su cara. Antes de salir, tiene que hacer una última parada: se dirige a su coche y saca del maletero su bastón de madera con el que emprenderá un camino hacia el pasado lleno de recuerdos. Los nervios se van apoderando de él y sin haberse montado en el vehículo, mira su reloj, hace algún cálculo mental y dice con la sonrisa dibujada en la cara: “Tardaremos unos treinta minutos en llegar al pueblo”. Cuando el coche entra en Izagaondoa, recuerda cómo se construyó esa carretera serpenteante que lleva hasta Beroiz. “Tres años tardaron en hacer este camino que llega hasta Lumbier, el último municipio. Lo hicieron a base de pico y pala. Ahora, con las máquinas que hay, se haría en dos días”. Pueblo por pueblo, Desiderio va recitando cuál es cada uno. “Zuazu, Reta, Ardanaz… Allí fue donde terminé la ‘universidad’ sin ninguna nota pendiente y salí con trabajo fijo”, dice con un tono guasón. Al dejar atrás Iriso, la última localidad antes de llegar a Beroiz, se incorpora y se pone recto para observar la villa que le vio nacer, crecer y de la que guarda tantos recuerdos, y añade mirando al reloj: “Justo lo que yo había dicho, treinta minutos clavados”. Bastón en mano, Desiderio se
pone en marcha para llegar cuanto antes a la llanura donde tanto tiempo pasó trabajando. Pero antes tiene que subir la cuesta que cada vez que vuelve al pueblo se le hace más empinada. A mitad del recorrido se detiene para coger aire, y señala una iglesia en lo alto de la ladera de Izaga. “Hasta ahí íbamos cada primavera para celebrar la romería de San Miguel de Izaga. Subíamos hasta la iglesia de Zuazu con las cruces, cantando las letanías”, rememora Desiderio. Una vez que coge aire, retoma el camino con cierto nerviosismo, como si de la noche de Reyes se tratase. A cada paso que da la sonrisa se hace más presente en su rostro. Cuando ya se ve una de las casas de Beroiz, el palacio, donde vivían el pastor y su familia, Desiderio cuenta que cuando ellos se trasladaron a Pamplona, los mayorales empezaron a utilizar las viviendas como cobertizo para guardar las cabras y ovejas. Una vez que llega a la explanada, señala con el cayado lo que antes era su casa y dice: “Ahí vivía yo”. Se aproxima al que fue su hogar durante más de veinte años y destaca la fachada tan recta que tiene a pesar de todo el tiempo que ha pasado. A los pies del que fue su hogar cada vez se amontonan más piedras que se van desplomando por la falta de cuidado y por los robos de esas grandes y valiosas rocas. “Dentro de la casa estaba el horno para hacer el pan junto con la amasandería. En la parte de abajo era donde guardábamos el rebaño y las caballerizas. En la tercera planta estaban el resto de dormitorios”, explica. La ventana del cuarto de Desiderio, situado en el último piso, da a donde se celebraban los bailes y las fiestas del pueblo. “Cuántas noches he pasado asomado a la ventana viendo a la gente bailar y disfrutar. Pero en cuanto tuve la edad suficiente para unirme a los festejos, cogía el laúd o la guitarra
Desiderio Martínez señalando la que fue su casa. FOTO: izania ollo
y animaba las noches junto a mis hermanos”. En Casa Nueva, la de la familia Martínez, estaba la bodega, de la que hoy solo queda en pie la torre rodeada de matojos que hacen que no se pueda apreciar su estilo románico. Desiderio pasó muchas horas haciendo vino ahí. “Fabricaba de dos tipos: el bueno y el malo. Una vez, cogí un garrafón y me lo llevé al confesionario de la iglesia. Solo sabía yo que eso estaba allí, así que de vez en cuando iba y le daba un sorbo para alegrarme el día”, recuerda con cara picarona. Desiderio camina con su bastón hacia la iglesia y murmura
Cuántas noches pasé asomado a la ventana viendo a la gente bailar y disfrutar DESIDERIO MARTÍNEZ UNO DE LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE BEROIZ
entre risas: “Nueva York al lado de esto es una birria”. La capilla solo se abría el día de las almas y el día de San Martín. A pesar del mal estado del suelo, es el edificio que mejor se conserva. “Seguramente vinieron los vándalos y levantaron las piedras en busca de oro, ya que antes se enterraban ahí a los muertos”. La iglesia, dedicada a la advocación de San Martín, tenía un coro y un campanario. “Teníamos una imagen de una Virgen y otra de Santa Catalina”, añade Desiderio. Varios representantes del obispado fueron a Beroiz para convencerles de que lo mejor era llevarse la figura de Santa Catalina al Museo Diocesano. Pero la familia Martínez no aceptó. Ya cuando en 1962 el marqués de Jaureguizar era dueño del pueblo, la imagen fue trasladada al museo. Mientras pasea por los caminos, tiene que ir abriéndose paso por las malas hierbas que han ido creciendo por el abandono. Recuerda cómo le gustaba cazar. Uno de esos días en los que la nieve cubría de blanco todo el Valle, Desiderio decidió salir a cazar, pese a que estaba prohibido. Encontró el rastro de una liebre y comenzó a seguirla, pero cuando estaba a punto de dar con ella,
uno de los trabajadores que había por allí, le avisó de que los guardias se estaban acercando, así que tuvo que dejar de seguir el rastro y escaparse. “Me escondí tras un árbol, pero no servía de nada ese escondite, porque estaba rodeado por el rastro de la liebre. Así que tuve que dar un gran salto para despistarlos”, comenta con un tono divertido. “Trabajé mucho, pero no lo cambiaría”, dice Desiderio mientras deja atrás su Casa Nueva y la bodega. Con el cayado vuelve a señalar a otra ladera que rodea la cuenca de Beroiz. “Desde allí bajamos el agua a base de pico y pala. Conseguimos tener agua corriente en toda la casa, un lujo para aquella época y sobre todo cuando llegaba el invierno…”, afirma satisfecho. La felicidad se ha apoderado de Desiderio al igual que sus recuerdos, lo que hace que en su rostro se note la melancolía. Cuando es la hora de bajar la cuesta, Desiderio agarra con fuerza el bastón para no tropezar. Y comienza a bajar cuidadosamente entre las hierbas que cubren lo que en su día fue un camino de piedras. No ha llegado todavía al coche cuando añade: “Pronto volveremos”.
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“Aquí vivía yo” | 25 de noviembre de 2015
peña josé antonio landa, 77 años
“Lo que más echo de menos es la paz”
El último niño que nació en Peña, José Antonio Landa Leoz, recuerda los días que pasó en el pueblo que le vio crecer Escrito por MIGUEL DE RIBOT blanca lara
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osé Antonio Landa Leoz, de 77 años, pasó su infancia a 1.070 metros de altura. Recuerda que, cuando corría cuesta abajo por las empinadas calles del pueblo, su abuela siempre lo perseguía despavorida al grito de “¡Te vas a matar!”. El lugar donde sucedieron aquellas escenas es Peña, un pequeño pueblo de la merindad de Sangüesa, en el que José Antonio Landa fue el último habitante en nacer en 1939. Las casas de Peña, construidas sobre una meseta inclinada, tuvieron que ser obra del mejor de los arquitectos, quien supo cómo levantar los cimientos para que las paredes no acabasen cayendo por el precipicio. La vida ahí puede parecer complicada, pero más allá de los adultos que tenían que trabajar las tierras, por esos lugares se movían tanto niños como ancianos. Hasta los ocho años, José Antonio era uno de esos niños que corría por la ladera de la sierra de Peña. “Esto lo habré recorrido yo unas doscientas mil veces”, dice señalando una fotografía de su pueblo. El fútbol también llegó a este municipio donde los niños crecieron, como cualquiera de su época, creyéndose Di Stefano o Pelé. En sus recuerdos se mezclan
vivencias cargadas de nostalgia con algunos momentos que rozaron la tragedia. Entre estos últimos, hay uno que José Antonio tiene grabado a fuego. “Un día de verano, mientras le daba patadas al balón con unos amigos, la pelota cayó encima de unos matorrales. Cuando fuimos a recogerla, uno de los niños que había venido a pasar las vacaciones, pisó en lo que resultó ser un falso suelo. Fue entonces cuando se produjo el fatal desenlace”, recuerda. El pequeño se hundió y cayó barranco abajo hasta perder la vida. Por las mañanas se despedía a los hombres que se iban a trabajar al campo, mientras las mujeres se quedaban en casa haciendo las tareas del hogar y los niños se iban a la escuela. Pero antes de acudir a las clases todos los pequeños tenían que hacer algunos recados. Con apenas cinco años, José Antonio también tenía sus encargos: “Nada más levantarme tenía que ir a buscar agua para todo el día, los cántaros pesaban bastante y el pozo estaba lejos”. Eran muchas las horas de juego y diversión que había en este pueblo. José Antonio rememora las aventuras que vivió con sus amigos: sus excursiones por los pasillos subterráneos que iban de la iglesia al castillo; o la vez que se fueron al monte sin decir nada y aparecieron por la noche, cuando su abuela, sus tías y varias personas más estaban buscándolos.
“Cuando volvimos nos pegaron una buena paliza”, recuerda entre risas José Antonio. Cada domingo el pueblo tomaba un descanso: no se iba a trabajar, ni a la escuela; sino que se celebraba el día con la familia y yendo a cazar. Todos los días de guardar, el sacerdote subía a caballo. “Cuando lo veíamos venir, tocábamos las campanas para que todos los vecinos se enterasen”. En Semana Santa no podían hacerlas sonar, por lo que sacaban las carracas e iban por las calles para avisar a todos los vecinos de que llegaba la hora de ir a misa. Gran parte de la villa estaba habitada por las familias Leoz
Nada más levantarme tenía que ir a buscar agua para todo el día, los cántaros pesaban bastante y el pozo estaba lejos José Antonio Landa ÚLTIMO NACIDO EN PEÑA
y Landa. En Peña llegó a haber doce casas, pero sus habitantes se fueron yendo hasta que en 1950 sólo quedaron tres. Los primeros de la familia de José Antonio en llegar a este pueblo fueron sus abuelos, tanto paternos como maternos.
Un pueblo, una familia
Por aquel entonces, todos los hombres tenían que cumplir el servicio militar obligatorio. “Cuando mi padre se fue a la mili, en la casa de los Leoz estaban de fiesta por el nacimiento de su última hija, la que años después sería mi madre”, narra José Antonio emocionado mientras mira un retrato de sus progenitores
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25 de noviembre de 2015 | “Aquí vivía yo”
▶ José Antonio Landa narra su niñez en el que siempre será su pueblo. FOTO: izania ollo
que hay en el salón. En esta pareja había una diferencia de 19 años. “El enlace entre mis padres tuvo sus más y sus menos. Mi abuelo materno no era muy partidario de esta boda, pero al final cedió y hoy es el resultado de ese gran momento”, recuerda felizmente. Durante la Guerra Civil, cambiaron las tornas en el pueblo: la mayoría de los hombres, que habitualmente se encargaban de sacar adelante el trabajo en el campo, tuvieron que acudir al frente, por lo que la localidad quedó a cargo de las mujeres. “Cuando la Guerra acabó, todo volvió a la normalidad”, explica José Antonio. Su tío Nicanor retomó su trabajo como cartero: tenía que bajar todos los días a Torre de Peña, coger una bicicleta e ir hasta Sangüesa, donde recogía y repartía el correo por las Bardenas. Por ello, al mismo tiempo hacía de guarda. El resto del pueblo también reanudó sus tareas. Una parte importante de este enclave rodeado de vegetación era el horno donde cada semana las familias se turnaban para hacer pan. Había trabajo para todos: la gente mayor también ayudaba en las tareas, a pesar de las dificultades del terreno. “Abajo, en el barranco, a una hora y media del pueblo, teníamos unos huertos a los que mi abuela iba a buscar las verduras”, recuerda José Antonio. Pero si hay algo que este navarro recuerda como un hecho de especial dificultad eran aquellos momentos en los que algún vecino enfermaba. Entonces, “se montaban en el burro para bajarlos hasta Torre de Peña, un pueblo cercano al que acudía el médico”. No había electricidad, por lo que utilizaban candiles para ilu-
Peña Año de extinción: 1952 Último habitante: Nicanor Leoz
Pamplona
Como no teníamos ningún tipo de contrato, nos tuvimos que ir. Nos fueron despachando uno por uno José Antonio Landa ÚLTIMO NACIDO EN PEÑA
minar las casas. Tampoco tenían calefacción. Utilizaban leña para calentarse en esos inviernos fríos que dejaban grandes mantos de nieve. Y en las casas no había cristales por lo que las ventanas estaban tapadas con trapos. “Debíamos ser más fuertes”, dice José Antonio.
Un cazador de siete años
José Antonio todavía siente ese amor por la caza que le inculcaron desde pequeño. En los años cuarenta, Peña sobrevivía gracias a la montería, una de las grandes fuentes de alimentación para el pueblo. “Más allá de ir a la escuela, lo que hacíamos era tirar piedras e ir con mis tíos a cazar. Con tan solo siete años ya subía a la cima a capturar algún animal”, comenta. A los ocho años ya estaba a tiro limpio con todo lo que corría por el monte. “Te asomabas a las piedras y teníamos conejos y más conejos. Solo tenías que echar un vistazo desde la ventana y matabas lo que querías”, comenta reviviendo aquellos años en los que había una plaga de gazapos. Pese a estar en una zona un tanto inaccesible, en Peña se comía bien y “nunca faltaba de nada”. El pescado era un auténtico manjar que muy de vez en cuando su tío Nicanor traía de Torre de Peña. Otras veces eran las mujeres quienes bajaban a por esta codiciada “carne de mar”. Pero el gran problema que había con el pescado era en verano, porque no tenían nevera y los alimentos no se podían conservar. Lo único que les servía era una fresquera que tenían en la ventana y que mantenía conservado en buen estado los alimentos cuando la temperatura exterior era cálida. Las fiestas de Peña eran un reclamo para todos los municipios de la zona e incluso se acercaba
gente desde Pamplona. Cada 11 de noviembre se festejaba San Martín y se celebraba una misa en honor al patrón del pueblo, además de realizarse una procesión por todas las calles de la villa. Era tradición matar un cordero y se terminaba el día con los bailes al son de los músicos que iban desde Sos del Rey Católico. (Zaragoza). Los primeros que decidieron marcharse de esta meseta fueron los Landa-Leoz, quienes se mudaron a un caserío cuando José Antonio apenas tenía tres años. El pequeño se quedó viviendo con su abuela y estuvo yendo al colegio hasta que tuvo que marcharse. El éxodo de los habitantes de Peña no fue por mero gusto. Los condes de Elio, dueños del pueblo, solicitaron a los vecinos que lo fueran abandonando. Pasaron unas cartas donde decían que ellos mismos querían trabajar las tierras. La idea fue del yerno del conde, que quería poner en práctica su profesión de ingeniero agrónomo. “Como no teníamos ningún tipo de contrato, nos tuvimos que ir. Nos fueron despachando uno por uno”, dice este antiguo habitante. Los únicos que se quedaron fueron su tío Nicanor, que trabajó de guarda y de encargado del correo, y su tía Asunción que se quedó trabajando como agricultora. Vivieron allí poco tiempo más, pero mientras ellos estuvieron ahí, José Antonio seguía subiendo a Peña siempre que podía a cazar. Un tiempo más tarde, en la década de los sesenta, en esas casas abandonadas, se instaló un ermitaño belga que estuvo varios años. Era el padre Arnaldo de Liedekerke, un monje dominico que había sido ingeniero, pero tras sufrir una descarga eléctrica cuando estaba en una torre de alta tensión, su vida cambió de un modo radical y se trasladó a las tierras de los condes de Elio. “Solo comía pan, huevo, trigo y leche. Semanalmente subíamos a dejarle la comida en una encina. Nunca le veíamos pero, -prosigue José Antonio- cuando se ponía malo, sacaba una sábana blanca por la ventana y la dejaba colgada, era su manera de comunicarse”. Hasta pasada la adolescencia, José Antonio no había puesto un pie en Pamplona. “La primera vez que la vi no me causó tanta sensación, aunque se me hizo extraño”, confiesa José Antonio. Cuando
tuvo la edad suficiente pasó a trabajar en la empresa La papelera, donde permaneció 37 años. Asegura que allí se formó como trabajador y creció como persona. Poco a poco iba escalando puestos con mucho esfuerzo. Tras esas décadas de duro trabajo se jubiló y ahora lleva 16 años compaginando lo que más le gusta: estar con su familia e ir a cazar. José Antonio llevó a gala el ser el último nacido en Peña hasta que un trámite administrativo lo hirió en su orgullo. “La última vez que volví a renovarme el carnet me dijeron que ya no existía mi pueblo como tal”. Al parecer,
el municipio que vio nacer al mayor de los Landa no estaba al corriente de pagos, por lo que pasó a depender de Javier, aldea a la que llevaron todos los papeles de Peña tras quedar deshabitado. Aunque en el documento de identidad de José Antonio ponga que él es de Javier, su corazón estará en aquel pueblo que conocía como la palma de su mano. Hoy vuelve abrir ese cerrojo de su memoria que guarda tantos apreciados recuerdos y concluye: “Lo que más echo de menos es la paz que tenía cuando estaba en Peña. Nunca más la he vuelto a encontrar”.
Antiguos compañeros de la escuela a la que iba José Antonio.
Los niños de la vieja escuela José Antonio estuvo en la escuela de Peña hasta los ocho años. Las niñas que venían de Sofuentes tenían por lo menos hora y media de camino para llegar a clase. Allí se juntaban unos diez o doce niños cada día. “El maestro que nos enseñaba era manco, pero era increíble como tocaba el piano”, dice José Antonio. El docente era mayor cuando llegó a Peña, pero se casó poco tiempo después con una tía de José Antonio. A los pocos años, cuando su abuela se fue del pueblo, José Antonio se tuvo que cambiar de escuela y cerrar así una etapa de su niñez en la que había aprendi-
do mucho. “Cuando me cambiaron a la otra escuela, a los dos meses me subieron de curso, porque yo ya sabía multiplicar, dividir… En Peña nos enseñaban de todo”, afirma con orgullo. No solo los niños eran los que aprendían durante esa época. Después de volver de la mili, los padres que habían nacido ahí y que no habían podido ir a la escuela porque no disponían de maestro, recibieron las clases correspondientes para ponerse al día. “Era una escuela nocturna que el maestro había organizado”, relata. Entre aquellas paredes descansan buena parte de los recuerdos de su infancia.
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“Aquí vivía yo” | 25 De NoViembre De 2015
Tras la pista de Walke El piloto británico Donald Cecil Broadbent Walker murió tras estrellar su avión contra un monte de Peña durante la II Guerra Mundial. Documentos inéditos reconstruyen su historia Escrito por PaU flUriacH izaNia ollo
El 11 de noviembre de 1943 la Segunda Guerra Mundial llegó al remoto municipio de Peña. El pueblo, hoy abandonado, está situado a 1.070 metros de altitud al
sureste de Navarra, al borde de un barranco. Por entonces, apenas se contaban doce casas entre sus calles. Sus habitantes vivían ajenos a la contienda en la burbuja de una
España que trataba de mantenerse en terreno neutral. Pero un inesperado suceso los sumergió en la batalla. Aquel día se respiraba un ambiente alegre y jovial en las calles, ya que se celebraba el día de su patrón, San Martín. La gente de los poblados vecinos se acercaba a las fiestas, sobre la cima de una pendiente rocosa casi intransitable cerca de Sangüesa. Algunos in-
cluso venían a caballo. A las 12.30 del mediodía se celebraba la misa como era costumbre y dio comienzo la procesión por las calles de Peña. De repente, se levantó un fuerte viento. Al principio los vecinos no se sorprendieron, por lo desprotegido que está el lugar de las inclemencias del tiempo. Entonces, un avión envuelto en llamas cruzó el cielo dejando a su paso una larga
11 nOVIemBre 1943 cArTA A UnA mADre SOBre el SUceSO Un vecino de Peña le explica en una carta a su madre cómo fue testigo del accidente mortal sufrido por el capitán Walker. Saliendo de misa todo el pueblo vio cómo un avión en llamas cruzaba el cielo hasta chocar contra un monte cercano a la villa.
12 nOVIemBre 1943 ApArece el cOpIlOTO Del AVIón Al día siguiente del suceso de Peña, un agente de la Guardia Civil encuentra en Sos del Rey Católico (Zaragoza) al copiloto, Arthur Maurice Crow, herido junto al paracaídas. Con este telegrama se informa al General Jefe del Estado Mayor del Ejército del Aire situado en Madrid.
21 nOVIemBre 1943 el enTIerrO Del cApITán WAlKer El dueño de la finca en la que chocó el avión escribe una carta al vicecónsul de Gran Bretaña, explicando que le enviará una foto de Peña para que la remita a la familia del capitán Walker y así sepan dónde está enterrado el aviador.
Fuente de los documentos: Mikel Navarro Ayensa, investigador y periodista.
16 mArzO 1950 AcTúA lA cOmISIón ImperIAl BrITánIcA De SepUlTUrAS De gUerrA El cónsul británico envía una carta al duque de Peña, Gabriel María de ybarra, preguntándole quién es el dueño del cementerio y si la Comisión Imperial Británica de Sepulturas de Guerra podría erigir una lápida al piloto. Días después el duque accedería a las peticiones del gobierno británico.
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25 De NoViembre De 2015 | “Aquí vivía yo”
ker estela de humo. El aparato desapareció entre los árboles y se estrelló en el monte. Los habitantes del pueblo fueron a todo correr hacia el avión estrellado, modelo De Havilland Mosquito con matrícula LR478. Se trataba de un vehículo de la Segunda Guerra Mundial hecho prácticamente de madera. Al llegar al lugar del siniestro se encontraron varios restos de la aeronave y del piloto esparcidos por
el terreno. En ese momento nadie sabía que la víctima era el capitán Donald Cecil Broadbent Walker. El capitán Walker era un ciudadano inglés de 28 años que combatió en la Royal Air Force (RAF) con el rango de Wing Comander (jefe de ala). Pertenecía al escuadrón 544 y su número de identificación era el 25.126. Fue alcanzado por baterías alemanas cerca de Toulouse, mientras cumplía la arriesgada misión de fotografiar ciudades ocupadas por los alemanes en el sur de Francia. El plan era aterrizar en las llanuras del río
el capitán Walker falleció a los 28 años y fue enterrado en el cementerio de Peña
Ebro, pero el aparato estaba descontrolado y tanto Walker como su copiloto, Arthur Maurice Crow, escocés nacido en 1921, decidieron saltar en paracaídas. Crow saltó y cayó en Sos del Rey Católico (Zaragoza), pero el capitán Walker no tuvo tanta suerte. Al abrir su paracaídas, se quedó enganchado en la cola del avión y falleció. Los vecinos de Peña lo enterraron en su cementerio, en el que años después la Comisión Imperial de Sepulturas de Guerra de la RAF le colocaría una lápida para honrar su memoria. En el War Memorial de Malton, ciudad de North Yorkshire (Inglaterra), de la que Walker era originario, aparece su nombre junto al de otros soldados que murieron en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Su compañero, Arthur Maurice Crow, falleció el
13 nOVIemBre 1943 lOS pIlOTOS IDenTIFIcADOS
PEÑA Año de extinción: 1952 Último habitante: Nicanor Leoz
Pamplona
29 de diciembre de 1944, a la edad de 23 años, en un bombardeo que tuvo lugar cuando estaba de misión en Berlín. Puede que fuese fruto de la casualidad, o puede que esta historia sea la suma
de ellas, pero un dato es el hecho de que el mismo día de la muerte del capitán, los países miembros de la Commonwealth celebran el Remembrance Day (11 de noviembre). En él, una sencilla amapola decora las solapas de los ciudadanos con el fin de recordar a todos los caídos en el extranjero durante los tiempos de guerra. Lejos de tierras inglesas, en un remoto rincón de Navarra, los caídos en la guerra también reciben su particular homenaje. Aún hay quien asciende hasta el pequeño cementerio situado en la parte más alta del pueblo, para honrar la memoria del capitán el primer día de noviembre. Allí se encuentra, oculto entre los árboles, el camposanto en el que algunos apellidos navarros comparten unos pequeños metros cuadrados con el aviador inglés.
En este informe el teniente del Estado Mayor del Ejército del Aire, Gerardo San Román Alonso, describe la inspección realizada por dos ingenieros aeronáuticos de la base de Logroño a los restos del avión inglés. Por fin se descubren las identidades de los pilotos y algunos detalles del aeroplano.
17 nOVIemBre 1943 DeTAlleS Del SUceSO El gobernador civil de Navarra remite este informe al Jefe del Estado Mayor del Ministerio del Aire en el que se describe la cronología de los hechos y el escenario del siniestro. En este documento se destaca que el cuerpo del piloto quedó destrozado a causa del impacto.
AcTUAlIDAD lA TUmBA De WAlKer Cada 11 de noviembre los vecinos de los alrededores visitan la tumba del piloto Donald Cecil Broadbent Walker y dejan flores en su memoria.
14 JUlIO 1952 lA DUeñA Del TerrenO De lA SepUlTUrA El último documento es una carta del cónsul británico a la condesa de la Casa-Real de Torre de Peña, dueña del terreno en el que está enterrado el aviador inglés.
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“Aquí vivía yo” | 25 de noviembre de 2015
Este pueblo es mío Los dueños de Ulozi y Celigueta tienen visiones distintas sobre la gestión de sus terrenos. El marqués de Jaureguizar recibió Ulozi por herencia mientras que la familia Indurain Larraya compró Celigueta. Uno visita el pueblo a menudo y el otro lo trabaja de sol a sol, pero el objetivo es el mismo: mantenerlos con vida Escrito por loreto sáez Ilustraciones por GEMMA ABADÍA
ulozi
Propiedades para un marqués
zar asegura que la principal amenaza para Ulozi es el embalse de Itoiz: tras inundar el pueblo que lleva el mismo nombre, le preocupa que pueda inundar también Ulozi. “Desde su construcción nunca he estado a favor de esta obra, ha ocasionado demasiados daños sentimentales, culturales y ecológicos”.
Ulozi, heredado por el marqués de Jaureguizar, ha dejado de estar deshabitado para convertirse en un asentamiento okupa
L
a historia de Ulozi está vinculada a la historia de la familia Rada, poseedora del marquesado de Jaureguizar y una de las doce familias de ricoshombres del viejo Reino de Navarra. Hoy, y desde hace más de quinientos años, es uno más en la lista de despoblados de Navarra, pero despoblado no significa abandonado. El actual propietario de Ulozi es el también hoy VIII marqués de Jaureguizar, Iñigo Pérez de Rada y Cavanilles, de 46 años y economista. A él le preceden ocho generaciones de marqueses y marquesas que han ido heredando distintos pueblos de Navarra desde que en 1748 el rey Juan Carlos VII de Nápoles decidiera cederles el título nobiliario como recompensa por sus altos méritos y servicios a la corona. Hoy, los distintos herederos de la familia Pérez de Rada son propietarios de varios pueblos deshabitados de Navarra. Zuza es propiedad de Gloria Pérez de Rada, marquesa de Valdavia y, Mendinueta pertenece a Alberto Pérez de Rada, actual marqués de Zabalegui. Ambos son tíos del actual marqués y hermanos del VII y anterior marqués de Jaureguizar, Francisco Javier Pérez de Rada y Díaz Rubín, fallecido en 2013. La propiedad de los pueblos proviene del título nobiliario heredado hace 267 años y actualmente en la octava generación. Sin embargo, Ulozi queda lejos de mantener cierto aire aristocrático: desde hace tres años es un asentamiento okupa, como los que existen en los pueblos cercanos de Uli-Alto y Rala. Un día que el propietario, Iñigo Pérez de Rada, visitó su pueblo se dio cuenta de la existencia de sus nuevos “inquilinos”. En la entrada del asentamiento cuelga un cartel con un conjunto de letras que él mismo todavía no ha sido capaz de descifrar. Pérez de Rada también comenta que,
“en mi casa han robado el arco de la portalada, justamente desde que los okupas habitaron mi pueblo”. No es cuestión de disputas sino de conciencia. “Me da pena porque está todo lleno de botellas de alcohol tiradas por el suelo, aunque ellos dicen estar muy concienciados con el ecologismo y respeto al medioambiente”, dice el marqués. Él asegura que está dispuesto a que vivan en su pueblo: “A mi no me importa que estén, lo que no quiero son las condiciones en las que están”. Al marqués de Jaureguizar no le preocupa tanto el estado en que puedan estar dejando Ulozi, sino las personas que lo okupan: “Que a medida que
envejezcan pierdan prestaciones en concepto de jubilación y sanidad”. Y este es el punto en el que se encallan las negociaciones entre ambos. Pérez de Rada está dispuesto a dejar que vivan allí, pero firmando un acuerdo: quiere contratarlos y que sean ellos los que exploten las 175 hectáreas de su pueblo, así a cambio de vivienda tienen trabajo y sueldo. Ellos se niegan y el marqués está dispuesto a avanzar por la vía judicial, “aunque no quiero perjudicar a nadie es un tema que se tiene que solucionar”. Pero más allá de los okupas, el marqués de Jauregui-
iñigo pérez de rada, 46 AÑOS MARQUÉS DE JAUREGUIZAR LLENO DE "ME DA PENA PORQUE ESTA TODO ELO" BOTELLAS DE ALCOHOL POR EL SU
"NO me importa que haya oKupas, me preocupa la situación en la que viven" El marqués est PARA REGULARIZá dispuesto a avanzar por la AR LA SITUACIÓN vía DE LOS OKUPAS judicial
e de itoiz "La construcción del embals " ha causado daños ecológicos "ME GUSTARÍA DESTINAR PROPIA GANADERÍA DE LA FINCA AL PASTO DE MI CARNE BOVINA ECOLÓG ICA"
A día de hoy y aunque las tierras todavía no están arrendadas la intención de Pérez de Rada es la de destinar la finca al pasto de su propia ganadería de carne bovina ecológica. La situación en la que se encuentra Ulozi es muy distinta a la de pueblos como Guerguitiain, en el Valle de Izagaondoa, que se ha ido vendiendo por partes y hoy sólo importa a sus propietarios la renta que reciben por el cultivo de sus tierras. Aunque el marqués asegura que le han ofrecido dinero por las tierras de su pueblo, admite no estar dispuesto a vender. “Este pueblo de mi familia está fuera de mercado, nunca lo vendería. No importa el precio ofertado”.
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25 de noviembre de 2015 | “Aquí vivía yo”
CELIGUETA
Con la tierra entre las manos La familia Indurain Larraya es propietaria de Celigueta, un pequeño pueblo del Valle de Ibargoiti que se resiste a engrosar la lista de despoblados de Navarra
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quí venimos a trabajar, aunque no nos lo pongan fácil”. Eso dice Javier Indurain, de 50 años, y uno de los cinco hermanos propietarios de Celigueta cuando comenta sus
impresiones sobre la pista de piedras por la que tiene que conducir todos los días para llegar a su pueblo. Celigueta es, según los últimos datos del Instituto de Estadístca de Navarra (IEN) de 2014, uno de los cinco lugares habitados del Valle de Ibargoiti, situado en la merindad
de Sangüesa (Aoiz). Cuenta la leyenda que en Muguetajarra, pueblo vecino de Celigueta, hacia 1800 había una mujer leprosa que era la dueña de todo, iba pidiendo ayuda y ningún vecino se la ofreció. Se fue hasta un pueblo cercano, Alzórriz, y los vecinos la acogieron un mes en cada casa. Cuando murió, dejó una parte de Muguetajarra a cada familia que la había ayudado. En 1978 el propietario de Celigueta, un militar retirado, compró todas las partes en que se había dividido Muguetajarra y desde ese momento, Celigueta y Muguetajarra son dos pueblos unidos. En 2003, Víctor, el padre de la familia Indurain Larraya, compró las tierras para sus cinco hijos.
Lejos de la civilización
Desde entonces los Indurain Larraya se resisten a que Celigueta sea un número más en la lista de pueblos deshabitados de Navarra. De hecho, nunca lo ha sido. “Desde que nuestro padre nos compró los terrenos a mis hermanos y a mí en 2003, el Ayuntamiento no ha querido saber absolutamente nada”, se queja Javier. La zona de conflicto entre los Indura-
javier indurain, 50 años uno de los propietarios de celigUeta ERRAS QUE solo "Hay muchos dueños de TI rar" quieren arrendarLAS y cob
"EL IMPACTO DE LA SOLEDAD DE LOS PRIMEROS DÍAS NO SE ME OLVIDARÁ EN LA VIDA " ER, REACIA A VEND Y U M S E E T " "LA GEN O NO LO VENDO T S E , ÍO M S E O ‘EST
"HAY FIEBRE POR CULT PAGA AUTÉNTICAS BARBIVAR TIERRAS, LA GENTE ARIDADES"
in y el Ayuntamiento de Aoiz se extiende desde el punto en que la carretera se desvía hacia una pista pedregosa hasta el momento en que una valla cerrada indica “propiedad privada”. Los primeros se quejan de pagar todos los impuestos y que el Ayuntamiento no asuma su responsabilidad de mejorar el camino que separa la carretera del inicio del pueblo. Pero, una vez cruzada la valla, todo está bajo control. Los demás agricultores que trabajan cultivando tierras cercanas, en los pueblos de al lado, han fijado sus propios pactos. Uno de ellos consiste en que todos los tractores pueden pasar por todos los caminos. Cuando los Indurain Larraya llegaron en 2003 a Celigueta, y a pesar de que la finca se encontraba medio abandonada, en el pueblo vivía gente. Estaban Lorenzo, el tractorista de Guerguitiain, y su hermana Alejandra, que vivió en el pueblo hasta que en el año 2008 se rompió la cadera. La trasladaron a una residencia de Pamplona donde falleció poco tiempo después. No supo vivir allí. Igual que al principio Javier y Luis, el otro de los cinco hermanos Indurain Larraya que trabaja en la finca familiar no sabían cómo se actuaba en el campo: “Al principio venías aquí y no tenías idea a qué hora ibas a volver a casa”. No sabían qué hacer cuando una tormenta les fundía los fusibles, ni cómo amaestrar unas vacas pirenaicas acostumbradas a no entrar nunca en una lonja. Ahora ya las tienen doblegadas y aseguran que llegan a dominarlas durante los seis meses que viven pastando fuera. “Llegas a controlarlas por el campo y vienen solas a ti”, afirma. Pero lo que asegura Javier que le costó más asumir fue la soledad. “Yo estaba acostumbrado a trabajar con doscientos y pico operarios en una fábrica, ruido, siempre jaleo y de repente me encontré aquí solo intentando controlar doscientas hectáreas de ganado”. Javier se acuerda de las pateadas interminables por el monte persiguiendo vacas y terneros: “Llegaba a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde seguía con trabajo pendiente”, recuerda. Bajar a Pamplona le parecía “jauja” e ir a Noáin a comprar era como volver a la civilización. “A mi ese impacto no se me olvidará en la vida”, dice Javier. Girando sobre sí mismo, con el brazo extendido y el
dedo índice señalando el horizonte, Javier marca con una línea imaginaria los treinta kilómetros del perímetro de su propiedad —y de sus otros cuatro hermanos— que incluyen Celigueta y el despoblado desde 1960 Muguetajarra. Tienen, aproximadamente, mil hectáreas y la vista no alcanza a visualizarlas todas. Javier apunta que cultivan unas 200 hectáreas de cereal, las 800 restantes son monte y pasto para el ganado.
Vida en el campo
Su familia siempre ha estado vinculada al sector primario, sobre todo del cereal y, como dice sonriente Javier, “tuvimos la suerte de poder comprar la finca entera y no tener que lidiar con más propietarios. El problema que tienen los pueblos es que la gente es muy reacia a vender. Esto es mío, esto no lo vendo. Y si se pone a la venta, siempre lo va a comprar alguien que ya está presente en el pueblo”. Javier conoce al dedillo las propiedades y fincas vecinas a la suya. “Hay muchos dueños de pueblos que los dejan hundirse, hay una gotera y no les importa. Muchos no saben ni dónde tienen sus tierras, solo quieren arrendarlas y cobrar”. Ahora todos quieren invertir en suelo fértil —y este lo es—, lo que perjudica a los pueblos cuyas tierras sirven de fuente de ingresos para los que él define como “agricultores de sofá”, esos que ven el pueblo que un día compraron como una mina de oro. “Hay fiebre por llevar y cultivar tierras, la gente paga auténticas burradas”. Mientras Javier mira al campanario de la iglesia, reconoce que le da pena la falta de corazón que predomina en estos asuntos. Entra y confiesa que hace mucho que no lo hacía. La madera de la puerta se ha hinchado y cuesta pasar la llave para abrir. Los últimos rayos de sol de la tarde no alcanzan para iluminar el altar. Una gruesa capa de polvo recubre el retablo, las réplicas de las imágenes, los ornamentos. En una esquina aguarda la pila bautismal que se utilizó por última vez en 2003, año en que fueron permitidos los últimos bautizos en la iglesia. La madera de los bancos cruje como la leña con solo apoyar el pie. Quién les iba a decir hace cientos de años a los vecinos de Celigueta que tan solo el paso del tiempo dejaría los bancos vacíos. El pueblo sin gente.
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8.00 h
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luisen trabaja desde el amanecer
Luis Enrique Zurbano, de 33 años de edad, es el pastor que trabaja para los Ollo, los dueños de la casa. Todos le llaman Luisen. Aunque sea un empleado es como uno más de la familia. Él se encarga todas las mañanas de alimentar a los animales del establo: cerdos, caballos, burros, corderos... También le toca dar el biberón a los corderitos más pequeños.
9.00 h
José pasea por el establo
La noche anterior había nacido el último cordero en la granja de los Ollo. La placenta de la madre sigue todavía en el suelo cubierto de paja. La cría pesaba siete kilos aproximadamente, algo sorprendente, explican José y Luisen, teniendo en cuenta que su madre con dificultad alcanza
los cuarenta kilos. José Ollo pasea por el establo revisando el correcto aprendizaje del nuevo pastor que lleva apenas unos meses en Murgindueta, a pesar de que tiene experiencia previa con animales. También le ayuda con algunas tareas más tediosas como arreglar el tejado.
24 horas en una villa para dos A media hora de Pamplona se encuentra el pueblo de Murgindueta, en el Valle de Arakil, donde solo viven dos habitantes: el matrimonio formado por José Ollo y su esposa Nieves Astiz Escrito por BLANCA GIL DE SOLA JULIA COLLADO Fotografías por GEMMA ABADÍA Es complicado hallar Murgindueta, ya que no hay ninguna indicación en la carretera. Se encuentra concretamente entre las localidades de Irañeta e Ihabar, en el Valle de Arakil, situado al noroeste de Navarra y a 25 kilómetros de Pamplona. Es un pueblo extinguido, es decir, de su administración se encarga el Ayuntamiento del Valle. En realidad, ahora es una finca formada por una casa y tres grandes naves donde guardan los animales, los tractores y otros utensilios agrícolas. José Ollo, el propietario, explica que antaño era un lugar con mucha vida. La historia de Murgindueta se remonta a los tiempos de Napoleón, donde el ejército francés utilizaba este lugar como paso estratégico entre villas. Sin embargo, los habitantes autóctonos fueron emigrando. En 1930 un señor llamado Carlos Eugui
compró el concejo. Ya entonces sólo quedaban tres familias. El titular de Murgindueta vendió el terreno a una empresa, lo que marcó el fin del pueblo como tal y provocó la marcha de las familias a otros lugares. Las tierras fueron vendiéndose de empresa en empresa hasta que en 1998 la familia Ollo compró el lugar a través de una subasta de la Cámara Agraria Provincial de Gipuzkoa. Desde hace cinco años el matrimonio formado por José Ollo y Nieves Astiz vive en Murgindueta. Se dedican sobre todo al ganado y con frecuencia tienen clientes musulmanes que vienen desde Guipúzcoa a comprarles corderos para celebrar el nacimiento de sus hijos. Esta es una tradición de la cultura musulmana que consiste en fotografiar al carnero en cuestión y sacrificarlo cuando llega al mundo un nuevo niño. Los tres hijos de la pareja, Ioseba, Edurne y Juan Ignacio, están empadronados allí aunque dejaron el pueblo hace años. En la actualidad los dos varones ayudan a sus padres a mantener la granja.
12.00 h la recogida de patatas Al terminar, José y Ioseba se marchan a la recogida de patatas, que tiene lugar una vez al año en un prado cerca de Irañeta. Este terreno de la familia Ollo suele ser alquilado a agricultores para el cultivo de hierba, patatas o cebada. Van alternando la plantación, de esta forma la tierra no pierde su fertilidad. En la cosecha ayudan 17 trabajadores procedentes de Mali, capaces de recoger cada uno 2.500 kilos por día. José intenta recuperar aquellas patatas enterradas que los malienses han dejado atrás.
Una curiosidad sobre la vivienda: se construyó sobre las ruinas de la antigua iglesia de Murgindueta. “El armario de la cocina es la antigua sacristía”, recuerda Nieves. “Esta casa es el fruto de mucho esfuerzo. La hemos construido entre todos los miembros de la familia, con nuestras propias manos”, explica José. La capilla está totalmente destartalada: llena de trastos, juguetes y alguna imagen religiosa. En su interior hay unas escaleras. En el segundo piso se encuentran todo tipo de frutos secos y cajas con aparatos que ya no utilizan. Más arriba está el campanario, aunque sin campanas, ya que las robaron hace años.
15.00 h restos de la antigua iglesia
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11.00 h Recuerdos de Murgindueta
10.00 h la captura de los carneros José, Luisen y Kopeta, el perro pastor, tienen que ir a capturar a cinco carneros salvajes que tienen pastando en un prado cercano. Es una de las actividades más comunes de la rutina de estos hombres. La operación resulta complicada: hay que situarse de forma estratégica para acorralar a los animales y, muy lentamente, conducirlos hasta la zona más próxima al furgón. Kopeta se encarga de juntarlos. Al final, los enganchan de uno en uno y los suben al vehículo.
13.00 h DE CAMINO A CASA
Nieves prepara un suculento almuerzo para todos que consiste en pan, embutido, queso y vino. Mientras tanto, José Ollo enseña con orgullo las fotografías de la antigua Murgindueta, donde había una gran finca llena de habitantes. Explica que se ven mujeres alrededor de la Virgen y los niños sentados junto a ella, con sus calcetines
bien arriba. Era la España de la Guerra Civil. Una fotografía que llama la atención de José es la de algunos trabajadores utilizando la “moderna” tecnología para segar. No le extraña que sacaran una foto de este aparato tan revolucionario, ya que era todo un orgullo para los granjeros de aquella época.
14.00 h comida al rancho
Después de recoger patatas, padre e hijo vuelven a casa para comer. De camino, José recuerda la leyenda del Santuario de San Miguel, situado en las montañas del Valle de Arakil. Esta trata sobre Teodosio, un guerrero condenado a llevar cadenas por matar a sus familiares que acaba enfrentándose a un dragón y salva así a una muchacha que se iba a sacrificar por su pueblo.
Bendicen y empiezan a comer al rancho: colocan la fuente en el centro de la mesa y cada uno coge de ahí directamente. “Está bien si eres rápido, pero si comes muy lento, te quedas sin probar bocado”, explica Ioseba entre risas. “Somos de buen comer”, añade su padre. A José le gusta ha-
16.00 h josé se dispone a hacer recados
blar sobre la vida en Murgindueta: “La felicidad se halla en la sencillez. Me gusta el silencio que hay. Además, ya tenemos mucho movimiento, nunca estamos quietos, por ejemplo, tres veces al día vigilamos a las ovejas, primero a través del GPS y después vamos a verlas en persona”.
José se dirige a Irurtzun en coche, una de las localidades más grandes del Valle. Sorprende un edificio enorme el cual parece abandonado. “El Valle ha sufrido mucho con la crisis. Ese edificio tan moderno es, más bien, era la empresa Inasa. Esta era una gran fuente de ingresos para el Valle, su actividad era producir aluminio y, normalmente, la gente de la zona trabajaba ahí, si no se dedicaban a la ganadería o la agricultura. Ahora solo quedan oficinas abandonadas y pintadas en las paredes”, señala José apenado. Al dejar atrás el pabellón industrial, va hacia una tienda para comprar cartuchos para el techo del establo, que tiene grietas. En este establecimiento suele comprar todas las herramientas.
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17.00 h la sembradora Es hora de echar un vistazo a las ovejas que pastan por los alrededores. José pasa con el coche, aunque tiene otro método para vigilarlas. Puede controlar dónde están desde el ordenador, vía GPS. “No podemos dejar sin supervisión al rebaño que tenemos suelto en los prados vecinos. Por eso, las ovejas tienen un localizador”, comenta. De esta forma, a través de su página de Internet, observa el mapa de la zona, sobre el que hay varias etiquetas que
18.00 h señalan las horas registradas por cada desplazamiento que realizan. “La gente de ciudad no es la única que aprovecha los avances tecnológicos”, afirma sonriendo. Después de realizar una visita rápida a los corderos, vuelve al campo de patatas para comprobar cómo su hijo, Ioseba, lleva la siembra de la nueva cosecha con el tractor. Mientras le admira, explica: “Hay veces que las cosas se nos tuercen, pero si eso pasa, las enderezamos y punto. Las perso-
nas tienen capacidades innatas, pero estas también se construyen. La actitud juega un papel clave ya que, si no te apasiona esta profesión, no duras mucho tiempo”. Así lo confirma después Ioseba, que también se siente orgullosos de su trabajo. A pesar de que es un tractor muy moderno (cuenta con un ordenador y un GPS en su interior), ha surgido un problema: una de las extensiones se ha roto. Los dos hombres hacen un arreglo rápido, usando unas cuerdas.
dos amantes de murgindueta
Para volver a casa, José pasa por unos caminos que frecuenta un amigo suyo: Javier Arrarás, el último nacido en Murgindueta mientras el pueblo pertenecía a Carlos Eugui. Él y sus padres conforman una de las tres últimas familias que se marcharon. “Aunque nunca fue nuestro, yo lo consideraba mi casa. Me dio tanta pena dejarlo que al principio cogía el coche y me iba a visitar la finca para ver cómo estaban
los animales y la huerta que habíamos dejado allí”, confiesa Javier. Por suerte vive cerca, en Ihabar. Se alegra de que su amigo se encargue ahora de lo que era antaño su hogar. José le propone hacer una barbacoa para reunir a todos los que vivían en ese pueblo en la época de Eugui. Javier conoce los apellidos de las familias, sin embargo, prefiere no levantar los recuerdos del pasado. José lo comprende perfectamente.
21.00 h relax después de cenar La familia vuelve a cenar al rancho, como es costumbre en casa de los Ollo. Nieves tiene una mano estupenda para la cocina y los deleita con platos exquisitos. Todos devoran la comida después de un día tan intenso. De vez en cuando el bebé llora, pero hacen turnos para cogerlo y acunarlo. Al terminar, los niños salen disparados hacia el jardín y los adultos trajinan entre la cocina y el salón. Algunos ven la televisión y otros hablan en la cocina. Pero algunas noches de fin de semana deciden cambiar un poco de planes y salir de casa. Cuando quieren ir a tomar algún pincho, se van con el coche al pueblo de San
24.00 h josé vigila el rebaño vía gps
Miguel. Estos últimos cinco años, José y Nieves solo han ido una vez al cine de Pamplona para ver Ocho apellidos vascos. Sus hijos les animan a salir de la zona de confort, pero rara vez lo consiguen. “Aquí estamos la mar de bien, apenas necesitamos ir a la ciudad. ¿Para qué irnos, teniendo ya todo lo imprescindible aquí cerca?”, replica José. También les encanta hacer sobremesa y charlar de la granja, de los recuerdos, de la familia... Hasta que los niños, aburridos, solicitan a su abuelo para que les lleve a hacer algo divertido. A José le encanta que sus nietos lo llamen para jugar. Antes de acostarse, José sube a la antigua habitación de Edurne. Encima del escritorio hay un ordenador, el único en toda la casa. Lo enciende y espera pacientemente, pues al ser antiguo va un poco lento. Se mete en su página de Internet y busca, otra vez, a su rebaño de ovejas que pasta por los prados cercanos y revisa que el mapa indica lo correcto. “Esta es la última vez que reviso las ovejas. Por la mañana volveré a comprobarlo explica José. Este sistema me da mucha tranquilidad, sin embargo, voy cada día en
22.00 h juegos de noche Aparte de la burra y su cría, a Unai y a Lier también les pertenecen unas alas de buitre disecado. El ave cayó en el tendido eléctrico y murió. “Vi desde lejos algo que intentaba escapar de la valla. Me acerqué y allí estaba el buitre. Le corté las alas con un cuchillo, incluyendo el hueso. No fue tarea fácil”, señala José mientras muestra las alas. Sus nietos, orgullosos, miran con los ojos muy abiertos a José cuando explica la historia. Están muy felices de tener este trofeo. persona a comprobar que todo va bien”. Finalmente recogen el salón entre los dos, ya que los nietos han dejado todo un poco patas arriba. Nieves espera a José ya acostada en la cama, agotada por todo el ajetreo de la familia. Se apagan
José busca en Internet su rebaño de ovejas que pasta por los prados cercanos
las luces y la chimenea, dejando un olor a leña que hace más cálido el ambiente. Por la noche no se oye ni un alma en Murgindueta. De vez en cuando ladra algún perro o se nota el crujir de los árboles por el viento, pero nada más. El silencio es absoluto, incluso da cierto miedo. Por la noche el cielo está plagado de estrellas y no hay más luz que la que proviene de la luna. Pero para dos personas que han vivido cinco años así es lo normal y se agradece. No les gusta nada el ruido nocturno de la ciudad.
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20.00 h la familia ollo astiz
19.00 h josé feliz con su trabajo José le propone a su amigo Javier ir a tomar un café. Él acepta y se dirigen hacia el bar más típico de los alrededores de Murgindueta, Irañeta e Ihabar. “Yo no soy un hombre muy de bares, pero de vez en cuando me concedo el capricho para pasar un buen rato con los amigos”, explica José. En el local solo hay tres hombres mayores, como suele ser. Los señores toman algo durante una media hora y se despiden. Han pasado un buen rato hablando del pueblo al que ambos aman tanto. Al
llegar a casa, José disfruta dando un último paseo por el establo y los prados de la familia. Siempre, cuando anochece, revisa que todo está en orden. “Luisen hace un buen trabajo, y mis hijos también, pero me gusta cuidar yo mismo al ganado. No me importa hacerlo, es algo que incluso disfruto”, aclara José. Una llamada interrumpe sus reflexiones. Se trata de un marroquí que quiere un cordero. “Es algo común, mi número va rotando y todos acaban aquí”, reconoce mientras se rie.
Ya están todos en casa esperando a José. “Solemos reunirnos por la tarde o por la noche, mis hijos y nietos nos visitan a menudo”, comenta. Aunque ninguno de los tres hijos vive con sus padres, se ven casi todos los días. Tanto Ioseba como Edurne tienen dos hijos, es decir, José tiene cuatro nietos. También les acompañan sus parejas respectivas. Los pequeños se ponen muy contentos al ver a sus abuelos. Les gusta jugar y corretear por la casa hasta que les llaman para cenar. Además, tienen la suerte de que disponen de muchos juguetes que les han regalado José y Nieves. Los dos mayores, Unai y Lier, siempre lideran las actividades y, cogiendo linternas, se mueven por todo el jardín. Van a ver a la mula y a su cría, ya
que José les dijo al comprarlas que eran un regalo para ellos dos. Les dan de comer y las acarician antes de ir a cenar con el resto. Los hermanos, de nueve y cinco años, también presumen de sus bicicletas. La familia aprovecha este rato para ponerse al día: los adultos hablan de sus trabajos y los niños explican lo que hacen en la
Solemos reunirnos por la tarde o por la noche, mis hijos y nietos nos visitan a menudo JOSÉ OLLO DUEÑO DE MURGUINDUETA
escuela. “Hoy hemos empezado los entrenamientos de fútbol y ya nos han dado la nueva equipación”, comparte Unai con todos. Incluso en la mesa sigue la diversión. El pequeño de dos años, Enai, acapara la atención de todos los comensales: coge el teléfono e inicia una conversación con él mismo en un idioma inventado. Después, el nieto mayor, Unai, pide a José que jueguen al lobo. Consiste en que cada uno imite el aullido de este animal cuando el niño lo indica, aunque suele ser en el orden en el que están sentados. Hasta los mayores se implican y se esfuerzan por meterse en el papel para que los pequeños disfruten. Rompen a reír cada vez que uno se equivoca y, cuando ha aullado el último, aplauden. Finalmente Nieves pone orden y bendicen la mesa.
LA FAMILIA OLLO ASTIZ
23.00 h inspección del terreno Aunque se hace tarde, siguen los juegos, pero esta vez solo participan los dos nietos mayores. Edurne se marcha con sus hijos porque el bebé está muy cansado. José, Unai y Lier deciden hacer un leído. Se trata de subirse al todoterreno de su abuelo y recorrer los campos que poseen alrededor de su finca, en busca de algún zorro al que perseguir. Los niños se lo pasan en grande con José. Se concentran y emocionan por la tensión de descubrir algunos ojos rojos iluminados por los faros del coche. Sin embargo, lo único que encuentran es el rebaño de ovejas, siempre tienen la esperanza de descubrir un animal salvaje. El abuelo aprovecha este rato para explicarles cosas de la granja y del ganado. Tras la aventura, vuelven a Murgindueta. Ioseba, su mujer
y sus hijos se despiden y se van a su casa, que está en un pueblo cercano llamado Huarte. Estos días Juan Ignacio vive en casa de José y Nieves porque está de baja. En realidad reside en Pamplona, pero hace unas semanas tuvo un accidente en la fábrica donde trabaja y se lesionó la espalda. Está pasando estos días de reposo en Murgindueta y así aprovecha para ayudar a su padre. Sin embargo, solamente puede encar-
Sus nietos se emocionan por la tensión de descubrir algún zorro iluminado por los faros del coche
garse de las tareas que requieren poco esfuerzo físico. Él también besa a sus padres y se retira a dormir. José y Nieves se sientan en el salón tranquilamente y se hacen compañía. Ella cose o lee algún libro, mientras él aprovecha para ojear el periódico del día que hasta entonces no ha tenido tiempo de abrir. A veces ven películas que emiten por la televisión o las que tienen en casa. Muchas son infantiles, pero les gusta volver a disfrutar de los filmes que sus hijos y nietos han visto en su niñez. También aprovechan para comentar sus respectivas jornadas. José pone al día a su mujer y le cuenta cómo están los animales y las tierras. Ella se dedica más específicamente a cuidar la casa y de vez en cuando ordena lo que hay en la capilla.
José Ollo, 70 años Es el dueño de la casa y el establo de Murgindueta
Nieves Astiz, 62 años Casada con José y dueña de Murgindueta
Luis Enrique Zurbano, 33 años Es pastor y trabaja para la familia Ollo
Ioseba Ollo Astiz, 39 años Hijo mayor. Ayuda a su padre con la siembra
Edurne Ollo, 38 años Única hija de José y Nieves y madre de los dos nietos más pequeños
Juan Ignacio Ollo, 36 años Vive en Pamplona, pero a veces ayuda a su padre con las tareas de la granja
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Una mirada nocturna al olv El fotógrafo Carlos Ciaurriz muestra cómo es la noche en los pueblos deshabitados navarros
Escrito por MIGUEL DE RIBOT Fotografías por CARLOS CIAURRIZ De normal, cuando el sol se esconde por poniente y la noche empieza a vencer al día, la mayoría de la gente se va a su casa tras largas horas de trabajo. Pero la jornada de Carlos Ciaurriz se alarga un poco más. Con su cámara Canon en mano, dos objetivos, un trípode y un disparador automático, sacrifica horas de sueño para hacer lo que más le gusta: fotografiar. Pero sus lugares de trabajo son algo especiales. Cada noche coge su Mercedes 220 y se dirige a algún lugar abandonado. Durante varias horas se dedica a buscar y a hacer fotos de sitios donde ya no hay nadie, aunque tiene debilidad por los pueblos deshabitados. La afición de Carlos Ciaurriz por las imágenes se remonta hasta donde alcanza su memoria, pero profesionalmente empezó hace cinco años. “Me gustaba mucho el ciclismo y empecé a fotografiar carreras por toda España”, cuenta Ciaurriz. Tres años después abrió su propia tienda de fotografía en la calle Monasterio de Irache, en Pamplona. Más adelante se fue a la calle San Juan Bosco, donde trabaja el resto del día, cuando no está entre ruinas. Comercialmente hace de todo: bodas, eventos, carteles... Aparte de los pueblos, también está especializado en fotografía deportiva, sobre todo ciclismo y fútbol, donde cubría partidos de Osasuna cuando estaba en primera división. Su afición por las instantáneas es muy grande. Y el cariño que tiene a los lugares abandonados es especial. Cada tarde, cuando el sol se esconde, se dirige hacia algún pueblo, del cual ha buscado información previamente. En muchos casos el acceso es claro y fácil. En otros, la localización es más difícil y tiene que hacer horas de camino para llegar a su destino. El material con el que carga, las condiciones del terreno y las horas en las que anda hacen que la salida se pueda alargar más de lo previsto. Y a todo esto se le puede sumar que las condiciones meteorológicas sean adversas. Un cielo nublado hace que sus fotos ya no tengan el valor que busca. Pero hace lo que le gusta, y no hay nada que le pueda impedir que una noche no llegue a su casa con la memoria de la cámara más llena de lo que estaba al salir. La paciencia también juega un papel fundamental en su trabajo, no solo por el hecho de encontrar el pueblo; también es necesario para hacer las fotos. Imágenes que ha llegado a presentar en exposición para dar a conocer la historia viva que pocos conocen.
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vido
AMOCAIN Es un pueblo de difícil acceso. Está en un monte, y solo queda una casa y alguna ruina más. El municipio está muy derruido. "Fotografiar pueblos de día no me dice nada. Por la noche hay un estado especial de abandono", comenta Carlos Ciaurriz, el autor de la galería fotográfica.
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EZPERUN Pueblo que está junto a la carretera de Tafalla. Es un pueblo abandonado, pero le han conseguido sacar algún uso. Aún se utiliza para guardar material y utensilios de ganado, pero ya no queda nadie viviendo en él.
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pamplona carlos ciAurriz, fotógrafo profesional
GUENDULÁIN Famoso pueblo porque era de un señorío y fue comprado por el Gobierno de Navarra. Estaba cerrado, pero ahora ya está abierto y por un camino de unos 500 metros se puede acceder fácilmente. En la foto se muestra el castillo de Guenduláin, y en la parte posterior está la iglesia. Carlos cree que este castillo es una joya que merece ser restaurada.
“Por la noche los pueblos están mucho más abandonados” ¿Por qué después de comenzar a hacer fotos decidió empezar a fotografiar pueblos abandonados? Cada uno tiene una inclinación. Yo siento la obligación de dar a conocer una cosa que ha desaparecido y que no se conoce. Para mí los pueblos abandonados son la historia viva que hay que dar a conocer. No hace falta retroceder 2000 años, en el tiempo de los romanos, para buscar la historia. Tenemos historia reciente aquí mismo. Se está perdiendo y hay que divulgarla con el fin de mantenerla vida. ¿Este cariño por los pueblos abandonados surgió de un día para otro o era algo que le gustaba desde siempre? Siempre me ha gustado la construcción antigua y la historia. Cuando visité los primeros pueblos, que fueron Adansa y Zuza, era de noche y vi que tenían un encanto especial. Era diferente: tenían otro colorido, y el silencio era distinto al del día. Entonces
vi que tenía que enseñar esos pueblos que están abandonados, pero que por la noche lo están aún más. Hay oscuridad, silencio e incluso animales que de día no se pueden fotografiar. He intentado hacer fotos de día, pero no me dicen nada. ¿Cómo llegas a los pueblos que no tienen acceso fácil? Pues lo que toca: andando. Primero hay que investigar, porque muchas veces el GPS puede resultar engañoso y no llegas o te pierdes. Hay ocasiones que he tenido que ir al pueblo más de una vez porque no lo encontraba. A veces no localizo el pueblo y tengo que buscar hasta descubrir que hay algún camino que me puede conducir hasta él. Hay datos que pueden estar equivocados y al ir ahí no hay absolutamente nada. Por ejemplo, en Arce, llegué y no había nada. ¿A qué hora empieza a fotografiar? Cuando oscurece. En invierno
más pronto y en verano, mucho más tarde. Normalmente cuesta unas dos horas hacer unas cinco o seis fotos. Y hay veces que me pierdo y estoy un buen rato sin encontrar nada. Cuando hay que subir a un pueblo en el que el acceso es más difícil, la cosa se alarga. Cuando llegas al pueblo, ¿qué criterio utilizas para fotografiar una cosa u otra? Hay que buscar algo representativo, algo que hable por el pueblo. Si hay una casa que destaque por ser más bonita o diferente que las demás, se fotografía. Luego se intenta dar una idea de todo el pueblo. El estado de abandono cambia las cosas, es una belleza especial. ¿Prefieres fotografiar una casa, una iglesia o algún otro edificio? Me gusta fotografiarlo todo porque todo es historia: las calles, una plaza vacía, la iglesia del pueblo o una casa. Las calles son muy representativas porque se ve cómo la maleza se apodera de ellas y se lo come todo. Hay pueblos por los que no puedes pasar por los callejones porque hay muchísima vegetación. Hay veces que la propia maleza comiéndose al pueblo se convierte en una buena fotografía. ¿Sales cada noche? Todas las noches, a no ser que esté lloviendo y no pueda hacer nada. Cada noche un pueblo, un edificio o una joya que vaya
Cada noche fotografío un pueblo, un edificio o una joya que vaya a desaparecer CARLOS CIAURRIZ FOTóGRAFO PROFESIONAL
MUGUETA Una de las casas preferidas de Carlos, porque es curioso que haya una torre pegada a una casa y que esté tan bien conservada a pesar de estar deshabitada. Se va a través de un camino de piedras.
a desaparecer. Una torre, por ejemplo. También hago fotos de lugares que están abandonados y que no son pueblos: torres o fábricas. ¿Tienes tiempo para dormir? Poco (ríe). Todos los días salgo a fotografiar hasta tarde y, por las mañanas, sobre las nueve y media, salgo en bici a entrenar. Luego trabajo en la tienda y después salgo por la noche a hacer fotos. Y así cada día. Poco tiempo estoy en casa. Una experiencia que recuerdes especialmente de alguna salida a algún pueblo… Las que más recuerdo son las de dos pueblos que me han impresionado, que son Oradour Sur Glane y Las Ruedas de Enciso. Oradour Sur Glane es una localidad francesa y tiene una historia increíble. En la Segunda Guerra Mundial los nazis entraron y mataron a todos sus habitantes. Después de casi ochenta años está todo como quedó el día de la masacre; vas andando por el pueblo y ves todos los utensilios de la gente, coches, las herramientas del carnicero, bicicletas, máquinas de coser… En Las Ruedas de Enciso, en La Rioja, desalojaron el pueblo por la construcción de un pantano y la gente salió corriendo. Todavía están en la calle y en las casas los objetos domésticos, sillas, camas, los juguetes de los niños… A veces parece incomprensible que por culpa de pantanos se puedan perder cosas tan bellas.
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A la vida desde los esco En otoño de 2010 un grupo de diez jóvenes comenzó la rehabilitación de Gardalain, un pueblo que había permanecido 47 años deshabitado. Ellos escriben un nuevo capítulo de su historia Escrito por ANDREA MIRANDA LORETO SÁEZ Fotografías por IZANIA OLLO
H
ace cinco años no era más que un terreno con una iglesia y varias casas en ruinas, apenas visibles debido a la cantidad de maleza y zarzas que no solo cubrían el interior de las edificaciones, sino
que incluso impedían el paso por sus calles. Gardalain, ubicado en la finca Ezprogui, se mantenía en este estado desde 1963. En otoño de 2010, una decena de jóvenes navarros puso en marcha el proyecto de rehabilitación que continúa vigente. Izaskun Fernández, de treinta años, ha participado
en este proceso desde sus inicios, aunque fue hace solo unos meses cuando comenzó a vivir en el pueblo. La joven, natural de Pamplona, no sabe muy bien qué la llevó a vivir en Gardalain. “Lo primero es el medio. Este paraje impresionante ha sido un incentivo muy grande. Pero también me gusta hacer las cosas como yo quiero y tener un proyecto de vida diferente al que me ofrece la ciudad. Que no va a ser perfecto, ojo, pero sí distinto”, afirma.
La primera vez que tuvo noticias de esta localidad fue tras leer un libro sobre sitios abandonados en Navarra. Así fue como ella, junto a los otros nueve jóvenes, después de haber analizado la región y a pesar del acceso casi imposible a las ruinas, decidieron llevar a cabo el proyecto. “Hoy en día vivimos cinco, pero los otros cinco siguen siendo parte de la rehabilitación. Ellos y algunos colegas vienen de vez en cuando”, explica Izaskun. De los diez jóvenes que integran el proyecto, solo
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25 de noviembre de 2015 | “Aquí vivía yo”
▶ Antigua iglesia parroquial de San Vicente, único edificio que mantuvo sus paredes tras décadas de despoblación en Gardalain. Ha sido reconstruida y hoy es una sociedad para los nuevos habitantes.
ombros tres de ellos comenzaron a vivir en Gardalain desde el primer año: Ioseba Fernández, hermano de Izaskun, y los hermanos Beñat y Alvar Sorli. El grupo redactó un informe que luego presentaron al Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Navarra. Era una maniobra para cubrirse las espaldas porque en el documento explicaban la bondad de sus intenciones para no ser expulsados del terreno. Así llegó el turno del trabajo pesado:
devolverle la vida al pueblo. Tras retirar la maleza y los escombros más notables, el primer objetivo era reconstruir una especie de casita al lado de la antigua iglesia parroquial de San Vicente, el único edificio que había mantenido sus paredes tras décadas de despoblación. Esta pequeña casa ha sido hasta ahora un espacio para guardar herramientas, y al principio fue un sitio para quedarse a dormir alguna que otra noche. Luego fue momento de ocuparse de la iglesia, que ahora es
la sociedad, un espacio de convivencia para los nuevos habitantes de Gardalain y en el cual viven provisionalmente algunos de ellos, como Izaskun. En apenas un año se construyó el suelo y un tejado de madera, además de una planta superior. La antigua torre pasó a ser la cocina, en la planta baja, y una habitación comenzó a ocupar la planta de arriba. “Además de reconstruir la antigua iglesia, nuestros objetivos más importantes eran el agua y las fosas para los baños”, explica Izaskun. “Se puede decir que aquí hay bastante agua en los alrededores —continúa—, pero solo hay una fuente que esté por encima. A unos cuatro kilómetros tenemos el manantial y el agua, con ayuda de unas tuberías, baja hasta el depósito grande en el que la acumulamos”. Tras resolver estos asuntos de mayor urgencia, se dedicaron a otros como la electricidad. Izaskun explica que no llega la red eléctrica. “Tenemos placas solares y también unas baterías. Si tenemos que enchufar alguna máquina, usamos un motorcito que va con gasolina. Pero esto es para la comunidad; como todos queremos construir nuestras casas, cada uno se ocupará de sus propios aparatos”, cuenta. Construir casas no es sencillo. Sin embargo, algunos habitantes de Gardalain, como Beñat y Alvar, solían vivir en Lakabe, una ecoaldea a unos sesenta kilómetros de distancia, y fue ahí donde aprendieron a edificar. Son ellos los que han enseñado al resto y poco a poco han conseguido “levantar paredes y echar tejados”, como dice Izaskun. Ella también considera la comida como otro tema de comunidad: “Ya que solo la casa de Beñat está terminada y el resto vivimos en la sociedad, cocinamos en común. Pero en un futuro, cuando las casas sean aptas para vivir, cada quien se encargará de lo suyo. Para la compra no tenemos problemas: bajamos a Pamplona o a algún pueblo cercano muy seguido. Y también tenemos la huerta, que es una iniciativa de Beñat”. “Estos —la sociedad, el agua, la electricidad y la comida— son los puntos de comunidad”, resume Izaskun. El pueblo, aunque es pequeño, tiene espacio suficiente para que cada habitante cuente
Me gusta hacer las cosas como yo quiero y tener un proyecto de vida diferente al que me ofrece la ciudad. Que no va a ser perfecto, ojo, pero sí distinto Izaskun Fernández habitante de Gardalain
con una vivienda propia. Desde los comienzos se han distribuido siete casas, de las cuales solo hay una terminada, pero todavía hay un terreno en el centro donde podrían construirse más. Además de la sociedad, el depósito de herramientas, las viviendas y la huerta, hay una fuente construida por uno de los jóvenes (Adrián Sorli, hermano de Beñat y Alvar), un pozo, una especie de invernadero, una leñería y una pequeña piscina de plástico que solo está activa en verano.
Del abandono a la repoblación
Gardalain es, según el Diccionario de la Academia de la Historia, “uno de los siete lugares que componen la tierra que llaman Vizcaya del Valle de Aybar”. A mediados del siglo XIX, en esta localidad vivían 59 personas, número que comenzó a reducirse a comienzos del siglo XX: en 1900 había 54 vecinos; 44 en 1910; 43 en 1920; 30 en 1930; 26 en 1950 y finalmente 9 en 1960. Tres años después, la Diputación Foral de Navarra adquirió el terreno y este se quedó sin población alguna. “Se supone que esto es una finca del Gobierno de Navarra”, explica Izaskun. “Los pinos salgareños que nos rodean son para venderlos. En realidad, comenzaron a plantarlos desde 1963 o 66. Pero claro, de nada sirve tener pinos, porque un pueblo que no está habitado se cae”. Hoy, Gardalain es parte del Patrimonio Forestal de Navarra, dentro de la finca Ezprogui — de la que también forman parte Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya e Irangoiti—. El camino hasta esta localidad no es del todo fácil. La ruta en coche, a unos 53 kilómetros de distancia desde Pamplona, se corta poco después de comenzar el terreno
oficial de Gardalain, para luego caminar entre cinco y siete minutos por una calle bastante irregular, con polvo, grandes piedras y masas de pinos y robles rodeándola. Pero para los miembros del proyecto de rehabilitación esto no es un problema, pues ya están acostumbrados a este camino e incluso conducen por él. Aunque la rehabilitación continúa, el cambio que Gardalain ha experimentado desde 2010 hasta la fecha resulta impactante. Cuesta imaginar el esfuerzo que tuvo que hacerse para eliminar una enorme cantidad de vegetación y revivir los edificios. Ahora, la sociedad no solo está en pie sino que resulta acogedora. Una pequeña escalinata de piedra lleva a un espacio al aire libre donde hay una mesa y dos bancas, además de plantas, tres botes de gas y algunos utensilios de limpieza. Es un área perfecta para convivir cuando hace buen tiempo, ya sea para almorzar, beber cerveza o fumar un cigarrillo. Luego, al entrar, se observa un salón con varios muebles, y a la derecha un baño y un bar, donde, como dice Izaskun, “se aprovecha para hacer alguna fiestecilla”. Tras el bar está la cocina, amplia y con muchos recipientes y productos. Para llegar a la segunda planta de la sociedad se suben unas escaleras que al principio son de piedra y luego pasan a ser madera. En esa planta hay algunas habitaciones y otro baño en construcción. Este espacio, aunque ahora se emplea como vivienda comunitaria, no lo será por mucho tiempo, solo hasta que las casas estén terminadas. Sin embargo, el tener más habitaciones tiene su porqué. Así lo cuenta Izaskun: “A veces llegan grupos de jinetes y les
Gardalain Año de repoblación: 2010 Primeros habitantes: Beñat Sorli, Alvar Sorli, Ioseba Fernández
Pamplona
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“Aquí vivía yo” | 25 de noviembre de 2015
▶ Casa de Beñat Sorli, la primera terminada en el proyecto de rehabilitación. Beñat, ex habitante de la ecoaldea Lakabe, ha ayudado a los otros miembros en la construcción del resto de edificaciones.
damos media pensión. Pero, para que esto sea así, primero deben ponerse en contacto vía teléfono o correo; todavía no estamos preparados para recibir a personas sin previo aviso”. En la segunda planta también se encuentra el ya mencionado estudio, llamado por Izaskun y el resto de jóvenes como “la torre”. En ella hay escritorios, sillones y varios libros. A la derecha, unas escaleras de madera llevan al tejado. Desde este puede observarse casi todo el pueblo: la casa de herramientas, la leñería, cinco casas y un terreno donde podrían construirse varias más, además de algunas gallinas, dos ocas y un par de caballos que deambulan por las calles alimentándose de toda la hierba que encuentran. Lo que no se observa desde arriba son otras cuatro casas en proceso de construcción, entre ellas la de Izaskun, así como la huerta y la fuente. Detrás también hay un terreno vacío que los jóvenes aprovechan para celebrar las fiestas de Santiago a finales de julio. A estas se unen los vecinos de Moriones, un pueblo cercano a Gardalain. “Moriones está casi deshabitado, tiene solo dos casas, así que sus habitantes deciden hacer las fiestas con nosotros. Uno de los hombres suele traer su guitarra y canta rancheras en este terreno”, cuenta Ioseba.
Un estilo de vida
Los habitantes de Gardalain no solo bajan a municipios cercanos para comprar comida y todo aquello que necesitan, también lo hacen para trabajar. “Te tienes que mover. Por ahora no se nos ha ocurrido nada y aquí no hay curro”, comenta Izaskun. La mayoría de los jóvenes del proyecto están empleados en fábricas cercanas, como algunas en Noáin, y van y vienen cada día. Este es el caso de Ioseba, quien trabaja en el área de investigación y mercados en una fábrica de herramientas. “No me molesta conducir casi cincuenta minutos todos los días”, afirma Ioseba, mientras sostiene dos huevos que acaba de recoger del gallinero. “Es parte de la experiencia y realmente lo disfruto”. Izaskun, por otra parte, “hace un poco de todo, por temporadas”. Su época más libre es el otoño, y la más ocupada, el verano. “Soy profesora de esquí de fondo y también
trabajo en un refugio —explica—. Todo en el Pirineo, pero no por ello dejo de bajar a Pamplona. Vivir aquí no significa que no me guste la gente. Tampoco significa que no nos enteremos de las cosas, porque siempre estamos pendientes de la radio o el telediario”. Si algo ha marcado a Izaskun es lo que ha aprendido desde que comenzó el proyecto. “En la ciudad hay muchas cosas de las que no tenemos que hacernos cargo. No es que nos haya vuelto inútiles, pero al llegar a un sitio como este solo puedes decir: ‘Uf, no sé hacer un montón de cosas”, comenta. “Eso es porque en la ciudad se tiene otro estilo de vida, lo entiendo, pero es genial llegar aquí y aprender a hacer tanto. Además, tengo libertad de ir y venir. Luego ya se verá; cuando tenga hijos sí tendré que moverme”. Pero vivir lejos de la ciudad no significa que se olviden temas como el dinero. “Al final el dinero, nos guste o no, siempre se necesita”, admite Izaskun. “Pero bueno, sí te apañas más al vivir tan lejos. Ahora funcionamos con asambleas y cada uno pone cincuenta euros al mes, y con ese dinero hacemos las cosas que corresponen a un pueblo: ocuparse de la sociedad, de la electricidad, del tubo para el agua... También nos sirve para hacer fiestas”. Gardalain representa otro estilo de vida. Los jóvenes implicados en el proyecto lo han elegido, con todo lo que ello implica, y hoy en día disfrutan no solo de la naturaleza que los rodea sino de saber que “hacen las cosas a su manera”, como afirma Izaskun. “Vamos poco a poco —continúa—, y si alguien quisiera venir a vivir aquí, tendría que comentárnoslo y hacer un poco de convivencia. No solo por nosotros, sino por esa persona, pues debe saber si esto le gusta. Por mi parte, sé que este es mi rollo, y también que, por ahora, aquí me quedaré”.
Dos de las casas en construcción. A la derecha, la de Izaskun Fernández.
Los hermanos Izaskun y Ioseba Fernández, actuales habitantes de Gardalain.
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Una mujer traslada colchones en el centro de Lakabe. FOTO: JULIA COLLADO
Repoblación en verde La historia de Lakabe, un pueblo abandonado del Valle de Arce, esconde la creación de una comunidad que vive en una ecoaldea de forma totalmente autosuficiente Escrito por Núria jiménez JULIA COLLADO Uno se podría preguntar las ventajas de vivir lejos de la ciudad, de las carreteras, de las comunicaciones. Pero no sólo eso, sino compartir, en medio de la naturaleza, la casa, la comida y el trabajo con toda una comunidad de personas que, al parecer, tienen algo en común. La clave está en no poseer nada. Lo que mueve este espíritu es el respeto por el medio ambiente y el rechazo a las formas organizativas tradicionales, más individualistas y ordenadas. Es la experiencia de la okupación rural. No se trata de una ocupación cualquiera, sino que se llama así, okupación, porque consiste en una toma sin contrato de terrenos abandonados o viviendas vacías que no pertenecen a quienes deciden habitarlas. No se plantean cuestiones legales. El principal motivo es denunciar y al mismo tiempo responder a las dificultades económicas que los activistas consideran que existen a la hora de poseer una vivienda. Algunos hacen suyas las moradas en el corazón de la ciudad, otros prefieren perderse entre los montes.
Lakabe, tal y como es conocido ahora, casi nació por casualidad. Lo que hoy es una ecoaldea, antes era un pueblo abandonado, unas ruinas casi perdidas en la espesura del Valle de Arce. En las décadas de los años sesenta y setenta surgió en España una corriente de jóvenes asamblearios y feministas que decidieron trasladarse al campo para poder tener una experiencia más comunitaria y compartida de su forma de ver la vida. En Navarra, el detonante fue en el año 1978. Un grupo de entre catorce y dieciocho jóvenes vivía de alquiler en un caserío en Navarra. Un día, buscando algunas cabras por las colinas, encontraron una serie de casas medio derruidas y escondidas discretamente entre pinos y robles. Lo más interesante era que estaban lejos de la ciudad, de las vías de comunicación. Aisladas. El 21 de marzo de 1980 se inauguró oficialmente la okupación rural del pueblo de Lakabe. Eran catorce personas que el Gobierno ni siquiera se molestó en expulsar de ese enclave, porque daba por supuesto que no iban a poder vivir con los servicios mínimos cubiertos. Los primeros diez años de repoblación consistieron en la
reconstrucción de todas las casas semiderruidas, manteniendo su nombre de origen. Hoy, 35 años más tarde, están empadronadas entre 43 y 49 personas, de las cuales unos quince son niños. La aldea se encuentra al final de una empinada cuesta de grava, sin asfaltar. Una indicación en la carretera con la “c” de Lakabe sustituida por la “k” con un grafiti es la única guía para seguir subiendo. Si no se va con un coche todoterreno no hay más remedio que subir andando. Ya arriba, custodiados por un molino de viento que
Es una aldea autogestionada, integrada con la naturaleza y que forma una vida comunitaria, de modo que todos los servicios y necesidades quedan cubiertos Mauge CañadA
responsable de comunicación de Lakabe
se divisa a lo lejos en la parte más alta de la montaña, se oyen voces de niños gritando y riendo. Los caballos relinchan en los campos más abajo. Al acercarse se puede ver un taller de coches, los niños descalzos entrando y saliendo de una de las furgonetas mientras juegan y el invernadero a lo lejos, al final de un camino de tierra. A la derecha, unas placas de madera llevan el nombre de “Lakabe”, y sobre él “Ongi Etorri. Bienvenidos”. Los gatos aparecen por todas partes, como guardianes silenciosos de la villa. Adentrándose en el pueblo se llega a la zona del huerto y el ganado. Hay plantadas por lo menos mil hectáreas de terreno, y cuentan con unas diez vacas y terneras. Los cerdos, por su parte, se cobijan en el establo. Desde que llegaron los primeros ocupantes en los años ochenta, se fue desarrollando el concepto de ecoaldea, lo cual es, según Mauge Cañada, responsable de comunicación de Lakabe, una comunidad intencional basada en la autosuficiencia (alimenticia, energética y económica), en la integración con la naturaleza de forma responsable y sostenible, y en la construcción de un concepto de vida comunitaria. Este estilo de vida debe sustentarse, según explica Cañada, en tres pilares fundamentales para conseguir que perdure. El primero es la escala humana: todo el mundo se conoce y se comunica con los demás.
En segundo lugar, una completa funcionalidad vital: estudios, trabajo, ocio, necesidades diarias, todo queda cubierto dentro de la ecoaldea. Por último, es de vital importancia la integración con la naturaleza: en definitiva se trata de una vida sostenible. Juan Ayala, habitante de Lakabe desde hace cinco años, explica que cortar leña, subir al monte, trabajar en el invernadero, cuidar a los animales, hacer herraduras para los caballos, elaborar pan o encargarse del mantenimiento son algunas de las actividades que se pueden realizar y que cada uno se organiza según gustos y capacidad física. Además, para el correcto funcionamiento de la villa hay unos mínimos que se deben cumplir, ya que no todo parece tan sencillo como que cada uno haga lo que más le apetezca. Este habitante comentó que hay que considerar como obligatorio “la limpieza de las letrinas, un turno de cocina al mes, en el que se hace la comida y se limpia todo para todo el pueblo, y por último la asistencia a las asambleas”. Nada más. No hay horarios, más allá de la hora fijada para el desayuno y la comida. Tampoco alcaldes o jefes, porque las decisiones se toman de forma comunitaria para evitar liderazgos. Invierten su dinero en perpetuar su modo de vida y en ofrecer, aseguran, un servicio. Porque si ellos no existieran, Lakabe hubiera desaparecido.
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Antiguos habitantes de Mendinueta lanzando el chupinazo.
Vuelta a la vida entre ‘irrintzis’ Casa Txantxo y Casa Mayorazgo se reúnen cada 12 de octubre para celebrar las fiestas de un pueblo ahora deshabitado Escrito por IZANIA OLLO Y BLANCA LARA Fotografías por IRANZU LARRASOAÑA Toni Agudo, de 61 años, corría por las calles empedradas de Mendinueta, en el Valle de Izagaondoa, mientras jugaba con la carroncha, un aro que se empujaba con una vara de metal para tratar de
mantenerlo en pie. Hace cincuenta años, juegos como este eran con los que los hermanos Agudo pasaban las horas mientras el sol se escondía. Cada 12 de octubre este pequeño pueblo navarro se vestía de gala. Era tradición que, durante las fiestas del pueblo, los jóvenes del Valle disfrutasen bailando al son de las canciones interpretadas por los hermanos Olaverri. El día del Pilar, Txantxo, An-
txon, Txiberri y Mayorazgo, las cuatro casas de las familias que habitaban este lugar ahora despoblado, se reunían en una explanada de hierba donde se divertían tirando el chupinazo. Año tras año, coincidiendo con el día de las fiestas locales, la familia Agudo regresa al completo a Mendinueta. Allí se reúnen alrededor de la mesa y aprovechan para recordar anécdotas de aquellos días en los que las casas todavía conservaban sus cimientos. Como si volviesen a ser niños de nuevo, Toni Agudo, junto con su hermano y su vecina, volvieron a escalar la torre medieval que
Las fiestas duraban tres días. Tenían lugar delante de casa Txantxo, donde vivía la familia Goñi, en cuya era se hacía el baile todas las noches Toni Agudo antiguo habitante
formaba parte del palacio. Tras un juicio muy disputado, terminó en manos del marqués de Claramonte. Según el Catálogo Monumental de Navarra, formó parte del palacio Cabo de Armería, propiedad de los Beaumont, en el año 1495. La torre, ahora, resiste el paso de los años rodeada por un abrigo de enredaderas que envuelve sus paredes, pese a los intentos de Toni por conservarla libre de esta planta invasora. Incluso hubo un momento en el que se utilizó como torre-campanario, ya que la atalaya estaba situada cerca de la iglesia. Cuenta cómo uno de los niños del pueblo se colocaba en el interior de la torre con un periódico mientras los demás se situaban en el exterior y veían cómo, a través de un ventanuco, se sucedían una serie de imágenes. Era una improvisada televisión. “En Mendinueta no había agua corriente, por lo que, cuando llegamos a Pamplona, estábamos todo el día con el grifo abierto”, cuenta mientras muestra un curioso invento del pueblo que le vio dar sus primeros pasos. Tras haberse casado con Aurelio Agudo, su madre se trasladó a Mendinueta. Fue allí donde se asombró al ver este artilugio construido por cuatro palos en forma de cuadrado. Este protegía las piernas
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Los restos de la torre que ahora está completamente cubierta de enredaderas.
Las vigas de los techos desplomadas sobre el suelo.
de los golpes que propinaban los cubos llenos de agua. “¡Cuántas veces tuvimos que recorrer esos cincuenta metros que separaban nuestra casa del pozo!”, recuerda nostálgico. Hoy Toni intenta llegar a esa fuente pero los matorrales y las altas hierbas hacen que desista cuando apenas lleva 25 metros. “Las fiestas duraban tres días. Tenían lugar delante de casa Txantxo, donde vivía la familia Goñi, en cuya era se hacía el baile todas las noches”, cuenta Toni mientras degusta panceta, chistorra y costillas de cordero asadas en las brasas de una improvisada barbacoa. Todo esto acompañado
MENDINUETA Año de extinción: 1964 Última familia: Casa Mayorazgo
Pamplona
de una bota de vino que viajaba en volandas de mano en mano entre los 17 comensales que allí se reunieron el pasado día de la Virgen del Pilar. Entre tragos de vino tinto y mordiscos al bocadillo, también había tiempo para entonar algún irrintzi. “Se acerca tormenta”, comentan entre risas al ver las cortinas de agua que viaja en dirección a Mendinueta. No parece importarles, ya que es un día de fiesta, un día para disfrutar. Caen las primeras gotas, pero ellos siguen compartiendo viejos recuerdos. Algunas de las ruinas, incluso, sirven para que quienes están de celebración puedan cobijarse. Se le vienen a la cabeza esas largas caminatas hacia el colegio, situado en Urroz Villa, a una media hora de su pueblo, en las que iba acompañado por sus tres hermanos y las hijas de Casa Mayorazgo, atravesando los caminos cubiertos por el manto blanco en pleno invierno. “Mi madre luchaba cada mañana por mandarnos al colegio, pero era mi abuelo quien a veces nos convencía regalándonos un billete de una peseta”. Toni y dos de sus hermanos nacieron en el pueblo, gracias a la asistencia de una de las vecinas, que hizo de comadrona. “Recuerdo cuando nació el tercero de mis
En Mendinueta no había agua corriente, por lo que, cuando llegamos a Pamplona, estábamos todo el día con el grifo abierto Toni Agudo antiguo habitante
hermanos. Llamaron a la mujer de casa Antxon y a mis hermanos y a mí nos mandaron con las ovejas”, relata Toni entre risas. Cuando escucharon los lloros del recién nacido, fueron conscientes del porqué de tanto nerviosismo en el pueblo durante esos últimos días.
Seis millones de pesetas
En cada una de las cuatro casas había una huerta, campos de cereal, conejos, gallinas, cerdos, bueyes, vacas y caballos. “Los sábados íbamos al mercado antiguo de Pamplona a llevar huevos y alguna gallina”. Por aquel entonces, era normal que en la casa de la familia vivieran los padres del marido. Recuerda que en su casa había cuatro habitaciones: la de sus padres, la de los hijos, la del
Toni Agudo con el invento made in Mendinueta.
mayordomo y la de sus abuelos. Mientras su padre trabajaba en el campo y su madre se dedicaba a las tareas del hogar, ellos pasaban la mañana en la escuela, y a la hora de comer iban a Urbicáin, a la casa de un buen amigo de la familia. “Muchos días llegábamos a casa cuando ya había oscurecido. A nuestros padres se les hacía duro que unos críos como nosotros tuvieran que andar solos a esas horas”. Cuando la gente empezó a marcharse de los pueblos a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida, las cuatro familias tuvieron la oportunidad de comprar todo el pueblo, aunque no llegaron a hacerlo. “Valía seis millones de pesetas. Había una familia —los Txantxo— que no se llevaban bien con todos los vecinos...”, desliza Toni. Sin embargo, las relaciones dentro de este municipio no fueron el motivo que hizo que los habitantes de este pueblo del Valle de Izagaondoa decidiesen marcharse. Si había una razón de peso para que el silencio inundase este rincón en el que habían vivido y disfrutado cada segundo, eran las posibilidades que ofrecía la ciudad. Toni lo sabe bien: “La gente de Mendinueta tenía ganas de irse. Pamplona parecía la repera”.
EN BREVE
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Es el número de viviendas por las que estaba formado este pequeño municipio navarro
Agudo
Apellido de la familia que se reúne cada 12 de octubre en el pueblo de Mendinueta
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De octubre es el día en que los antiguos vecinos celebran las fiestas en honor a la Virgen del Pilar
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Arte en ruinas Vista del municipio de Peña desde el último tramo de la ascensión. FOTO: IZANIA OLLO
Ruta por tres despoblados que conservan monumentos valiosos del patrimonio navarro Escrito por GEMMA ABADÍA “Un pueblo no muere cuando mueren sus casas, sino cuando no tiene quien le llore”, afirma el escritor e investigador Fernando Hualde en su blog despobladosnavarra, en el que recoge un total de 65 noticias sobre distintos pueblos deshabitados de la Comunidad Foral. El blog tiene su origen en los reportajes que se publicaban desde el año 2002 en la sección “Recorridos por el Patrimonio de Navarra” de Diario de Noticias. Peña, Beroiz y Eransus son tres de estos pueblos que se pueden visitar en ruta. Han sido elegidos porque se encuentran a cuarenta y cinco, treinta y quince minutos del centro de Pamplona, respectivamente. De este modo, pueden visi-
tarse todos siguiendo el orden recomendado o solo uno según la disponibilidad horaria de cada persona. El patrimonio cultural de Navarra está compuesto, entre otras obras, de palacios, señoríos, iglesias y castillos. Algunos de ellos han sido reformados, otros han quedado totalmente abandonados con el paso del tiempo. Sin embargo, su riqueza histórica y artística perdura mientras los muros de estos edificios se mantengan en pie en la memoria de algunos. “Han existido durante siglos, han sido casas y calles con vida; pero todos tienen en común que conocieron aquel día en el que alguien cerró la puerta de su casa, y la cerró para nunca más abrirla, y con su marcha el pueblo quedaba deshabitado, casas en soledad, calles en silencio, chimeneas sin humo; solo les queda esperar el expolio, la ruina, para doblegarse con el paso de los años ante la evidencia de que la naturaleza siempre, ¡siempre!, tiende a recuperar su sitio”. En esta descripción, Hualde invita a reflexionar a los lectores de su blog y rinde homenaje a aquellos que hacen que los despoblados perduren vivos.
PEÑA
San Martín de Tours, una iglesia con encanto Peña es un buen lugar para empezar la ruta, ya que es el más lejano y además es necesario ascender a pie por un camino habilitado de la montaña, llamado Camino Viejo, para acceder a las ruinas. Este antiguo pueblo fortificado está construido encima de un peñasco situado a ocho kilómetros al sur de Sangüesa y a más de mil metros de altura. Desde la Edad Media sirvió de puesto de vigilancia en la frontera entre los reinos de Aragón y de Navarra. Antes se podía acceder en coche cuando había romería todos los 9 de mayo, pero hoy solo se puede acceder a pie desde Torre de Peña. El ascenso dura una hora aproximadamente. En la zona más elevada se encuentra el Castillo de Peña, que data del siglo XI. Sancho el Mayor fue quien encargó construirlo para combatir a los musulmanes. Actualmente pueden verse los restos de una torre. Unos cuantos metros más aba-
jo se halla, en perfecto estado, la iglesia parroquial de San Martín de Tours. Se compone por dos cuerpos: uno de ellos está cubierto por un tejado a dos aguas y sus muros de mampostería se apoyan sobre varios contrafuertes. Adosada a este cuerpo se alza una torre. La base de ésta se compone por dos arcos: uno de medio punto y otro de estilo gótico. La parte superior de la torre está coronada por dos campanas y un crucifijo. Hasta hace dos años todavía se abría esta iglesia cada 11 de noviembre para celebrar la fiesta patronal. Hualde tuvo la suerte de presenciar esa celebración en 2009, como relata en su blog: “La situación era surrealista. La casualidad había querido que fuésemos a Peña precisamente uno de los dos días del año que tiene vida”. Descendiendo la montaña pueden verse las ruinas de las doce viviendas que componían el pueblo, entre ellas la de los
Landa y la del maestro, que tenía adosada la escuela a su derecha, pero de la que casi no queda nada. Aún se mantiene el horno comunal en otro edificio. Los peñuscos, como se les llamaba a los que habitaban en estas casas, emigraron casi todos a Sangüesa y a Cáseda en busca de mejores condiciones de vida. Algunas familias también se marcharon porque finalizaron sus contratos de arrendamiento. En 1950 solo quedaban tres familias en el pueblo. Nicanor Leoz, el cartero y Asunción Landa,
Un pueblo no muere cuando mueren sus casas, sino cuando no tiene quien le llore FERNANDO HUALDE EXPERTO EN PUEBLOS ABANDONADOS
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La iglesia de San Martín de Beroiz. FOTO: CEDIDA POR FERNANDO HUALDE
BEROIZ
Tres edificios con mucha historia Beroiz es un antiguo señorío en el que todavía sobreviven las ruinas de su palacio. Según Hualde, la primera referencia documental de este lugar data de 1142 con sobrenombre locativo del señor Aznar Galíndez. A partir del siglo XIII se puede acreditar que estuvo habitado. Curiosamente en el siglo XIV, fue deshabitado por primera vez, pero tan solo temporalmente. Según los censos de población, en 1960 vivían nueve personas y a partir de ese momento vuelve a figurar como deshabitado.
Beroiz se compone únicamente de tres edificios: la iglesia de San Martín, la Casa Nueva, frente a la iglesia, y el palacio, en un montículo separado de los otros dos. Antes también había una torre de vigilancia, donde actualmente se encuentra la carretera, pero no sobrevivió a la segunda mitad del siglo XX. El palacio, al menos en la primera mitad del siglo XX, albergaba dos viviendas diferentes. A una de esas viviendas, según informó a Hualde un antiguo habitante del pueblo, Desiderio
Martínez, se la conoció como Casa Regino, que era el nombre de quien vivía allí. En el Catálogo Monumental de Navarra se describe como “un palacio con fachada rectangular encajada entre dos torreones”. Otro de los nombres con el que se conocía al palacio según el libro Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, de Javier Itulain Irurita, es Casa Vieja. Por su estado de conservación y el deterioro de las vigas, no se recomienda el acceso a éste. La otra vivienda, denominada Casa Nueva, se mantiene mejor que el palacio. Tan sólo está accesible la planta baja, usada por el ganado, y tampoco es recomendable entrar en ella, por peligro de derrumbamiento en su interior. Ahora mismo, el techo de esa planta baja soporta
fueron los últimos en marcharse de Peña en el año 1952 para mudarse a Sangüesa. Aunque, en realidad, el último vecino en irse fue un ermitaño belga, el Padre Arnaldo, que vivió en Peña desde el 1961 hasta 1964, haciendo vida en solitario. Los empleados de la finca más cercana subían a la villa para llevarle comida. Este ermitaño vivía en la Casa Abacial, la más nueva de todas, que se encuentra enfrente de la iglesia. Es un edificio de tres plantas y cubierta a dos aguas, con una imposta que separa los distintos pisos. Por último, siguiendo un camino que asciende por el lateral del castillo, se encuentra un pequeño cementerio.
CÓMO LLEGAR
45 min
Desde Pamplona son 45 minutos en coche por la A-21. Parar en Torre de Peña y ascender andando por el camino de tierra. La duración de esta subida es de una hora.
Un viejo señorío Eransus está hoy prácticamente despoblado ya que solo quedan catorce habitantes censados que viven en el moderno poblado ecológico Goizeder. Sin embargo, no ha sido siempre así, ya que
Eransus fue un antiguo lugar de señorío hasta la renovación administrativa de principios del XIX. Alcanzó su mayor población, 75 habitantes, en 1887. Hualde explica en su blog que
CÓMO LLEGAR
30 min
De Pamplona a Beroiz se tarda 30 minutos en coche por la NA- 2400. Se sitúa en el Valle de Izagaondoa, en dirección a Lumbier, al lado izquierdo de la carretera, a unos cien metros de la misma y sin señalizar.
reformado para reunirse en días festivos. En la calle quedan las ruinas de varias viviendas como Casa Máximo, Casa Leache y Casa Zacarías. Al otro lado se pueden apreciar los antiguos corrales. Entre las casas y el palacio se hallaba la escuela, de la que se mantiene su estructura externa. Un poco antes de llegar al final de la calle está la fuente, con abrevadero y lavadero adosados. Esta construcción se autoabastece de la denominada Fuente Vieja, era el centro social de la localidad, donde se reunían todos los vecinos. Por último, al final de la vía se erige el palacio, con su jardín y sus caballerizas. Sus puertas y ventanas están tapiadas y no queda mobiliario de la planta baja.
Restos de las viviendas de Eransus. FOTO: CEDIDA POR FERNANDO HUALDE
ERANSUS
todo el peso de las ruinas del piso superior, el tejado y parte de la fachada. La lluvia y el hielo han deteriorado las vigas que sostenían ese peso. Nada más atravesar el umbral de la puerta, en el lado izquierdo estaba la amasandería, que era una pequeña habitación en la que se amasaba el pan. Junto a ella, se encuentran los restos de lo que fue el horno artesano. Enfrente de la Casa Nueva se alza la iglesia, dedicada a San Martín. Es el edificio en mejor estado y, en la actualidad, está habilitado para acoger en su interior al ganado. Hualde explica que “donde antes hubo bancos, hoy hay comederos”. El suelo está deteriorado, solo queda la base de la pila bautismal y las dovelas de la portada están erosionadas por las inclemencias del tiempo. Tan solo se conserva la clave central en la que, sobre un cuadrado, hay una cruz de cuatro brazos iguales. En el Catálogo Monumental de Navarra explica: “La sacristía, de planta cuadrada, se adosa a la cabecera por el lado del Evangelio. El exterior, de sillarejo, conserva grandes contrafuertes que llegan hasta la cubierta”. Además informa que en el Museo Diocesano de Pamplona sobrevive, entre otros objetos de culto, una talla de la Virgen procedente de la iglesia de Beroiz.
cualquier época del año es buena para descubrir este “remanso de paz”. “Es una visita que me gusta hacer con cierta frecuencia”, afirma. El pueblo está formado por una iglesia, una calle, unas cuantas viviendas en ruinas, una fuente y los restos del antiguo palacio. En la iglesia de San Salvador de Eransus han entrado varias veces a robar hasta dejarla vacía, pero actualmente algunos de los antiguos feligreses la han
CÓMO LLEGAR
15 min
De Pamplona a Eransus, localidad del Valle de Egüés, se tardan 15 minutos aproximadamente en coche, por la NA-150.
Izaskun, Ioseba, AdriĂĄn, Igor y Asier llenan de vida las calles de Gardalain, un pueblo que hasta hace poco llevaba el cartel de abandonado. Han sido los primeros en volver. No serĂĄn los Ăşltimos.