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TRABAJO DE INVESTIGACIÓN DEL MÁSTER EN HISTORIA ECONOMICA (UB-UAB-UZ)

AGROECOLOGÍA Y SABERES TRADICIONALES ¿UNA VÍA PARA ENFRENTARSE A LA POBREZA CAMPESINA Y LA CRISIS ECOLÓGICA? EL CASO DE MÉXICO

Autor: Albert Folch Flores Tutor: Domingo Gallego Martínez1

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Quiero mostrar mi gratitud al profesor Domingo Gallego (UZ) por la sabiduría e interés con que ha guiado este trabajo, y por sus siempre valiosos consejos y asesoramiento. Asimismo estoy agradecido por las referencias bibliográficas que me han sido suministradas desde México, en particular: Aida López, profesora de la UACM, Víctor Pérez-Grovas, ex asesor de Coopcafé y de Unión de Ejidos Majomut, Verónica Ramírez de la organización ISHCC,SC, Dante Ariel Ayala de la UMSNH y Laura Gómez de la UACh. Cualquier insuficiencia que pudiera contener el presente texto es de mi entera responsabilidad.


RESUMEN En los países menos desarrollados persiste una población campesina empobrecida, asentada en zonas de alta biodiversidad y con gran experiencia en el manejo del medio natural. La agricultura surgida de la Revolución Verde ha degradado los ecosistemas y no ha impedido que perduren en el campo elevados niveles de pobreza y marginación. En México, desde los años 1980 tiene lugar un movimiento agroecológico que aprovecha el cambio en las pautas de consumo de la población occidental, y busca mejorar las condiciones de vida de la población campesina conservando al mismo tiempo la enorme biodiversidad que contiene el país. El café orgánico, producido mayoritariamente por pequeños campesinos indígenas, ha adquirido un gran desarrollo. No obstante las administraciones del país no han ayudado a que el proceso se extienda y profundice. Palabras clave: pobreza rural, biodiversidad, México, comunidades indígenas y campesinas, agricultura orgánica, café ecológico

ABSTRACT

An impoverished rural population persists in less developed countries, living in areas of high biodiversity and experienced in the management of the natural environment. Agriculture that emerged from the Green Revolution has deteriorated ecosystems and has not prevented the permanence of high levels of poverty and marginalization in the countryside. In Mexico since the 1980s an agro-ecological movement takes place, which benefits from the changing in consumption patterns in Western countries, and seeks to improve the living conditions of the rural population while preserving the enormous biodiversity of the country. Organic coffee, mainly produced by small indigenous farmers, has acquired a great development. However federal and state governments have not helped the process extends and deepens. Key words: rural poverty, biodiversity, Mexico, indigenous and peasant communities, organic agriculture, organic coffee

1.- INTRODUCCIÓN En las zonas rurales vive la mayor parte de la población empobrecida del mundo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés)2, que considera factores esenciales que impiden salir de la pobreza rural: infraestructura y servicios básicos precarios, dificultad de conseguir créditos, y debilidad de las instituciones. En las áreas rurales se encuentran asimismo las zonas más biodiversas del planeta, y las comunidades 2

Ver http://www.fao.org/about/what-we-do/so3/es/ 1


indígenas y campesinas poseen valiosos conocimientos acerca de su gestión, acumulados durante milenios. Esa riqueza natural puede actuar como una palanca que impulse una estrategia de desarrollo basada en una gestión sostenible de los sistemas naturales por parte de la población rural. En las últimas dos décadas se ha consolidado una nueva visión sobre la conservación biológica que la concibe en continua interacción con las áreas contiguas y los fenómenos externos, y por tanto en íntima correlación con el desarrollo y las actividades productivas (Toledo, 2003). En este contexto la agroecología se vuelve una práctica donde confluyen conocimientos tradicionales e innovación tecnológica, y se convierte en un movimiento social, político y cultural. Esta triple dimensión hace de ella no sólo una epistemología crítica e innovadora, sino también una práctica productiva opuesta a la agronomía convencional (Toledo, 2012). El auge del movimiento agroecológico ha promovido el debate sobre qué tecnologías y modos de organización de la producción agraria deben permitir a la agricultura ecológica ser una alternativa global, ante la erosión que sufre el paradigma surgido de la Revolución Verde. Efectivamente, tanto en el mundo académico como en amplios sectores sociales se extiende la preocupación por conocer cómo las actividades productivas afectan a los sistemas naturales, a medida que la investigación científica presenta nuevas evidencias del impacto humano sobre los equilibrios del planeta. Tello y Jover (2014) señalan que los sistemas basados en extensos monocultivos funcionan completamente desconectados de los agroecosistemas que les son contiguos, la mayoría de los inputs externos que utilizan (fertilizantes químicos de síntesis, plaguicidas, petróleo, piensos y similares) simplemente circulan a través de un territorio que actúa como una plataforma inerte, pero que sufre los efectos perjudiciales de esos inputs. Esto da lugar a un muy bajo rendimiento energético, un uso de la tierra ineficiente, y como resultado crecientes niveles de contaminación y degradación del paisaje. Altieri y Nicholls (2000) advierten que la cada vez mayor susceptibilidad de los agroecosistemas a las plagas está ligada a la adopción de grandes monocultivos, que aumentan las áreas disponibles para la inmigración de plagas y concentran recursos para herbívoros especializados. La simplificación resultante de los monocultivos también ha reducido las oportunidades ambientales para los enemigos naturales de las plagas. A pesar del creciente uso de plaguicidas y fertilizantes, su eficacia es decreciente y los rendimientos por unidad de superficie cultivada en la mayoría de los cultivos importantes están estancados o disminuyendo. González de Molina y Toledo (2011) desarrollan el concepto de metabolismo social, ya que toda sociedad humana produce y reproduce sus condiciones materiales de existencia mediante su metabolismo con la naturaleza. Éste engloba el conjunto de procesos por medio de los cuales los seres humanos organizados en sociedad, se apropian, transforman, consumen y excretan, materiales y energías procedentes de la naturaleza, así como la combinación de elementos intangibles (instituciones, conocimientos, etc.) que soportan tales procesos y con los cuales se determinan 2


recíprocamente. Una apropiación óptima supone obtener un flujo máximo de energía y/o materiales del mundo natural sin poner en peligro su capacidad de renovación: cualquier apropiación efectuada por encima de dicha capacidad, fuerza el ecosistema. Este forzamiento se acaba expresando bien en un descenso de la producción a corto, medio o largo plazo, bien a través de los efectos indeseables que generan los mecanismos utilizados para impedir el decremento productivo (por ejemplo los agroquímicos que intentan paliar el deterioro de la fertilidad natural de los suelos). En el seno de Naciones Unidas, tanto la actual Relatora Especial para el Derecho a la Alimentación, Hilal Elver, como sus predecesores en el cargo, Olivier De Schutter (2008-2014) y Jean Ziegler (2000-2008), se han manifestado partidarios de una agricultura familiar de pequeñas explotaciones. Constatan que todavía hoy más del 70% de la producción mundial de alimentos depende de pequeños agricultores, que se concentran en menos del 25% de la tierra cultivable: la mayoría de ellos posee menos de dos hectáreas de tierra. Naciones Unidas considera prioritario proteger sus derechos para garantizar la seguridad alimentaria, y afirma que debe valorarse igualmente el papel central que la agricultura familiar desempeña en el tejido social de muchas sociedades responsables de la protección de la biodiversidad mundial y del uso sostenible de los recursos naturales. Los intensos flujos migratorios del campo a la ciudad, en muchos lugares descampesinizan la agricultura y suponen una pérdida de capital humano que atesora una apreciable sapiencia en el manejo del territorio. El objetivo de este trabajo consiste en valorar la viabilidad de la agroecología para mejorar las condiciones de vida de la población rural al mismo tiempo que esta población preserva la biodiversidad de los espacios que utiliza. Analizo la experiencia de México a partir de los años 1980. Se trata de un caso relevante ya que se encuentra entre los principales productores y exportadores mundiales de café ecológico, fruto de un proceso multidimensional en el que hay que subrayar la íntima relación entre diversidad biológica y cultural, que se manifiesta extensamente en el centro y sur del país3. Se trata de un café producido mayoritariamente por campesinos indígenas con explotaciones de menos de tres hectáreas. Veremos que la fragilidad de los servicios públicos y la ineficacia de las instituciones frenan el desarrollo del México rural y mantienen a la población indígena y campesina en una situación de alta marginalidad.

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Según la FAO, la agricultura ecológica, orgánica o biológica, es un sistema holístico de gestión de la producción que fomenta y mejora la salud del agroecosistema, y en particular la biodiversidad, la actividad biológica del suelo y los ciclos biológicos. Véase http://www.fao.org/organicag/oa-faq/oa-faq1/es/ 3


2.- CARACTERIZACIÓN DEL MÉXICO RURAL INDÍGENA

2.1 Contexto geográfico, ecológico y cultural, patrones de asentamiento en el territorio, y formas de tenencia de la tierra 2.1.1. Diversidad geográfica, ecológica y cultural, y pautas de asentamiento Administrativamente México consta de 32 estados o entidades federativas. El Trópico de Cáncer divide el territorio mexicano en dos partes que se diferencian entre sí tanto más cuanto mayor es la distancia respecto a la citada línea, de forma que los estados de la mitad sur del territorio quedan dentro de una zona climática tropical, y los del norte en una subtropical y en términos generales considerablemente más árida que la del sur. La línea del trópico pasa por el extremo sur de la península de Baja California y atraviesa los estados de Sinaloa, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo León y Tamaulipas.

Mapa 1. División política de los Estados Unidos de México

Fuente: http://www.paratodomexico.com/geografia-de-mexico/division-politica-de-mexico.html

La diferenciación entre el norte y el sur del territorio es relevante y tiene importantes consecuencias como se verá, ya que la mayoría de idiomas y de especies animales y vegetales, esto es la mayor diversidad cultural y biológica del planeta, se encuentra entre los límites de los trópicos.

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México se cuenta entre los 12 países del mundo denominados megadiversos, los cuales contienen entre el 60 y el 70 por ciento del total de biodiversidad del planeta (Mittermeier y Goettsch, 1992). México por sí mismo contiene el 10% de la biodiversidad encontrada en el planeta (Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010). La ubicación de las principales cordilleras de México convierten en peculiar su geografía: Sierra Madre Oriental está dispuesta paralelamente al Golfo de México, mientras que Sierra Madre Occidental y Sierra Madre del Sur transcurren frente a la costa del Pacífico, y en el sur del país las dos cadenas montañosas tienden a converger. Las vegetaciones neotropicales y neárticas confluyen en forma de embudo, lo que da lugar a una compleja red de localizaciones biogeográficas, que ofrecen innumerables nichos dispuestos a la manera de mosaicos y que son de un tamaño relativamente pequeño: en México los paisajes naturales y culturales cambian en cortas distancias (Boege, 2008). Los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Michoacán, todos ellos en el centro o en el sur del país, aglutinan la mayor biodiversidad. Tienen en común una muy accidentada orografía, lo que da lugar a la existencia de un gran número de pisos ecológicos. El centro y sur del territorio aúnan a su enorme riqueza biológica una gran diversidad cultural por la permanencia en ellos de la mayor parte de los pueblos originarios que han sobrevivido en México. Diversidad biológica y población indígena se encuentran unidos a través de unos lazos inextricables, unas relaciones complejas y multidimensionales que configuran lo que se ha llamado diversidad biocultural. Distintos autores han aportado una amplia reflexión sobre esta correlación, que desborda el marco de México y es aplicable a numerosas áreas del planeta con población indígena. Oviedo, Maffi y Larsen (2000) observan cómo a lo largo del tiempo los pueblos indígenas han coevolucionado con los ecosistemas naturales seleccionando algunos rasgos de animales y plantas y descartando otros. La supervivencia de las poblaciones indígenas fundamentada en la agricultura depende del uso de los ecosistemas y de la forma en que interactúan con ellos para satisfacer sus necesidades básicas. En México, la variabilidad climática, las barreras naturales en las regiones montañosas, y los diferentes estratos ecológicos en distancias muy cortas, han obligado a fomentar estrategias agrícolas basadas en la biodiversidad. Perales, Benz y Brush (2005) han verificado la reciprocidad en la región de Los Altos del estado de Chiapas entre diversidad biológica del maíz, elemento central en la dieta de la población mexicana, y diversidad cultural. Argumentan que los grupos culturales ocupan a menudo distintos entornos naturales, y los rasgos distintivos de las culturas pueden ser definidos por prácticas productivas, hábitos alimentarios y rituales que utilizan los productos de sus cosechas. Un componente esencial de las culturas lo constituyen los mecanismos que organizan los flujos de información esenciales para la supervivencia: las culturas desarrollan conocimientos tradicionales 5


basados en la experiencia y en la adaptación a hábitats locales. Por lo tanto los conocimientos tradicionales están altamente desarrollados en lo que respecta a recursos genéticos, ya que la agricultura es de una importancia vital para la continuidad de las comunidades, y la transmisión de este acervo está muy influenciado por el lenguaje y otras diferencias culturales locales. Harmon apunta a factores biogeográficos que podrían explicar esta correspondencia: extensas masas de tierra con una gran variedad de terrenos, climas y ecosistemas; islas territoriales debidas a las barreras geofísicas; y clima tropical que alberga un gran número y densidad de especies. Deduce un proceso de coevolución de los grupos humanos con los ecosistemas locales, a través del que los humanos interaccionaron estrechamente con su entorno, modificándolo en la medida en que se adaptaban a él y desarrollando conocimiento especializado sobre él, así como formas especializadas de transmitir información acerca de él. Como resultado las lenguas locales, a través de las cuales este conocimiento fue codificado y transmitido, resultaron moldeadas por su entorno socioecológico al tiempo que se adaptaban a él (Harmon, citado por Maffi, 2005). Toledo y Barrera-Bassols (2008) sostienen que los saberes sobre la naturaleza son una dimensión especialmente notable de todas las expresiones que emanan de una cultura, pues reflejan la riqueza y minuciosidad de las observaciones sobre el entorno efectuadas, mantenidas, transmitidas y mejoradas durante largos períodos de tiempo, sin las que no hubiera sido posible la supervivencia de los grupos humanos. Señalan que son saberes transmitidos de generación en generación por vía oral. El resultado final de estos procesos de perfeccionamiento a lo largo del tiempo se encuentra actualmente en los pueblos indígenas. Documentan los estrechos vínculos entre la diversidad biológica, genética, lingüística, cognitiva, agrícola y paisajística. Al conjunto de todas ellas lo denominan el complejo biológico-cultural, que de alguna manera representa la memoria biocultural de la especie humana, ya que es la expresión actual de un largo legado histórico de interrelaciones entre los humanos y su entorno natural. En México, cada especie vegetal o animal, cada tipo de suelo y paisaje casi siempre tienen una correspondiente expresión lingüística, una categoría de conocimiento, un uso práctico, un significado religioso, un papel en los rituales, y una vitalidad individual o colectiva (Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010). México ha proporcionado un lazo histórico entre la diversidad cultural y la biológica mediante la generación de uno de los más singulares e importantes polos civilizatorios de la humanidad: la Civilización Mesoamericana (Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010). Una civilización que se alimenta de experiencias que son producto de hacer frente a una variadísima gama de situaciones, tanto por la diversidad de nichos ecológicos como por las características variables de los pueblos que a lo largo del tiempo ocuparon esos nichos (Bonfil, 1987). Como consecuencia de ello, y de acuerdo a los datos de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), los pueblos de Mesoamérica domesticaron el 15% de las especies vegetales que 6


componen actualmente el sistema alimentario mundial (CONABIO, 2008). Este extraordinario logro civilizatorio fue conseguido mediante la gestión de paisajes y sistemas productivos, y a través del uso de múltiples recursos naturales. Tal cúmulo de conocimientos sobre el entorno natural, enormemente

perfeccionado durante casi 9.000 años, constituye el grueso del patrimonio

biocultural que existe hoy en México (Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010). El campesinado hablante de alguna lengua indígena posee una superficie que se estima en 28 millones de hectáreas, el 14,31% del territorio mexicano (Boege, 2008). En esa superficie se hallan las selvas y bosques mejor conservados, un elevado número de regiones productoras de agua, y la mayoría de los sistemas de agricultura tradicional, la cual conserva una gran riqueza genética (Toledo, 2012). Cuantiosos trabajos de investigación (Oviedo, Maffi y Larsen, 2000; Toledo, 2003; Halffter, 2005; Boege, 2008; Toledo y Barrera-Bassols, 2008; Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010; Toledo, 2012) aconsejan el reconocimiento de los pueblos indígenas como actores centrales para la gestión de los recursos naturales. Sin embargo han sido continuamente ignorados en la definición y ejecución de las políticas de manejo del territorio. El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas ha documentado la existencia de 11 familias lingüísticas y 68 agrupaciones lingüísticas, que a su vez se subdividen en 364 variantes lingüísticas (INALI, 2008), lo que hace de México uno de los países del mundo con un más alto grado de diversidad cultural y el país de América con más cantidad de lenguas originarias habladas en su territorio.

Con el objeto de corroborar el solapamiento entre diversidad biológica y cultural,

interesa conocer cómo se distribuye la población indígena en el territorio mexicano. El más reciente Censo de Población y Vivienda efectuado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) data del año 2010. Aplicándosele los criterios que utiliza la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) de México para estimar la población indígena, un 9,91 % de la población mexicana, esto es 11.132.000 de personas, eran consideradas población indígena en el año 20104 (CDI, 2010). Catorce estados cuentan con un porcentaje de población indígena superior al 5%, todos ellos ubicados en el centro y el sur del país. En el año 2010 concentraban casi el 87% de la población indígena del país. Ese mismo año, el 94% de la población indígena vivía en alguno de los estados del centro y del sur. En la mitad sur de México, por tanto, se superponen de forma muy notable la diversidad biológica y la cultural (ver Mapas 2 y 3).

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Si bien el artículo 2º de la Constitución define a los pueblos indígenas en función de principios de tipo histórico que se remontan a la época precolonial, en la aplicación de políticas públicas las administraciones utilizan el enfoque de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México (CDI), basado en criterios lingüísticos y de pertenencia a hogares indígenas. Se puede consultar la metodología de la CDI en: https://www.gob.mx/cdi/documentos/indicadores-de-la-poblacion-indigena 7


Mapa 2. Porcentajes de población indígena en las entidades federativas de México

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la CDI (2010)

Mapa 3. Localización geográfica de regiones bioculturales prioritarias para la conservación

Fuente: Toledo, Boege y Barrera-Bassols (2010)

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Un elevado porcentaje de los territorios habitados por indígenas está encuadrado en algún tipo de prioridad para la conservación de sus ricos recursos biológicos. Entre los motivos estratégicamente importantes que justifican la necesidad de preservar estas áreas, destaca el hecho que entre el 23% y el 25% del total de agua capturada en el conjunto de México se obtiene en estas áreas consideradas prioritarias en cuanto a conservación. La mayoría de esta agua es recogida en cuencas hidrográficas que reciben el impacto directo de fenómenos atmosféricos como ciclones o vientos del norte, de tal suerte que estas áreas actúan de esponjas que capturan el agua, y por esta razón proporcionan servicios ecológicos de alto valor (Toledo, Boege y Barrera-Bassols, 2010). Ello confirma a los pueblos indígenas como un actor clave que en buena lógica ameritaría ser tomado en cuenta en las políticas de gestión del territorio mexicano. Toledo y Barrera-Bassols (2008) afirman que las poblaciones indígenas han sido capaces de existir en un mismo sitio durante cientos e incluso miles de años gracias a que han logrado mantener una tradición mediante la continua adición de elementos novedosos. A pesar de los intensos procesos de industrialización de la producción primaria y de urbanización, aún existen multitud de casos en los que las comunidades indígenas efectúan un uso prudente de los ecosistemas. Toledo y otros (1994) han registrado en una comunidad del norte del estado de Veracruz una biodiversidad útil (número de especies utilizadas) de 622 especies, entre plantas (más del 60% de las especies), hongos, mamíferos, aves, reptiles e insectos, gracias al manejo de mosaicos paisajísticos y de los procesos ecológicos que tienen lugar en ellos. Durante las últimas décadas, en efecto, el patrón de distribución territorial entre la ciudad y el ámbito rural ha seguido una doble pauta: por un lado, una creciente concentración de la población en los centros urbanos por causa de la migración procedente del campo, y por otra parte, la permanencia de un entorno agrario de pequeñas localidades rurales, atomizadas y con un alto grado de dispersión, que ocupan más de la mitad del territorio y poseen la gran riqueza natural ya descrita. Este modelo esparcido se reproduce con más intensidad en los asentamientos de población indígena: el 62% de los hablantes de lengua indígena de 3 años o más habita en poblaciones de menos de 2.500 habitantes (CEDRSSA, 2015). Un poblamiento tan disgregado, así como las características de muchos territorios habitados por la población indígena, han reforzado la tendencia a una menor dotación de infraestructuras y equipamientos sociales por parte de las administraciones públicas. Las regiones más accidentadas o de difícil acceso en México (selvas, montañas, áreas desérticas) están habitadas por población indígena (Serrano Carreto, 2006). La dispersión poblacional se hace extrema en el sur del país, ya que en el norte el clima árido va asociado a un patrón poblacional más concentrado que en el sur. A pesar de las dificultades en la provisión de determinados servicios públicos que entraña este modelo poblacional diseminado, es preciso resaltar los servicios ambientales que provee una 9


biodiversidad tan sumamente rica, y la capacidad de los pueblos indígenas de preservar esta riqueza natural pese a los cambios inducidos por la industrialización y la urbanización.

2.1.2. Formas de tenencia de la tierra y sus implicaciones en las prácticas agroforestales En México la propiedad social de la tierra abarca más de la mitad del territorio y tiene significativas implicaciones en el modelo de gestión de los recursos. Las dos figuras que puede adoptar la propiedad social son el ejido y la propiedad comunal. Los ejidos consisten en núcleos de familias campesinas nacidos de la repartición de la tierra y sus recursos, en virtud de diversas leyes agrarias promulgadas con posterioridad a la Revolución Mexicana iniciada en 1910, mediante las que el estado dotaba de tierra a los campesinos para que tuvieran propiedad de cultivo, quienes la recibían en usufructo y pasaba a ser inalienable. La tierra se repartió entre los jefes de familia, pero la propiedad ejidal pertenece al grupo beneficiado, aun cuando las unidades de dotación fueran asignadas a cada una de las familias del grupo. La propiedad comunal supone la restitución y/o confirmación de la tenencia de las tierras de las que fueron desposeídos los campesinos, los beneficiarios son las comunidades que de hecho mantienen un funcionamiento comunal. Este tipo de propiedad se remonta en algunos casos a la época de la Colonia, cuando los Virreyes creaban encomiendas o fundaban pueblos con sus respectivas tierras. Todavía hoy se producen litigios por tierras comunales que deben su existencia a títulos expedidos en tiempos de la Colonia. La propiedad social posee hoy 106 millones de hectáreas, lo que supone el 54% del territorio mexicano, y tanto en ejidos como en comunidades se rige por reglas de acceso, posesión y transmisión que descansan sobre un uso comunitario y equitativo. Este funcionamiento ha sobrevivido a la contrarreforma agraria que en 1992 impulsó el ex presidente Carlos Salinas de Gortari5, que pretendía privatizar la propiedad social y posibilitar el acceso a la posesión legal de la tierra a las sociedades mercantiles mediante la modificación del artículo 27 de la Constitución de México (Toledo, 2012). Con anterioridad a esta reforma la legislación imposibilitaba la compraventa o arrendamiento de suelo ejidal o comunal. El Censo Agropecuario más reciente fue llevado a cabo por el INEGI durante el año 2007, comprende el VIII Censo Agrícola, Ganadero y Forestal, y el IX Censo Ejidal. Revela que de la totalidad del territorio que detenta la población indígena, el 92% está bajo el régimen de propiedad social en forma de ejidos o comunidades, y el restante 8% corresponde a propiedad privada (INEGI, 2007). La forma de propiedad social predominante entre la población indígena es el ejido. La causa radica en que los pueblos a los que se les privó de sus tierras, para lograr su restitución debían demostrar la propiedad de las mismas, así como las circunstancias y fecha del despojo. Al no poderse cumplir estas condiciones en muchos casos, la legislación previó que en caso de no ser 5

Presidente de los Estados Unidos Mexicanos entre 1988 y 1994. 10


posible la restitución, se procediera con la dotación ejidal. Debido a la frecuencia con la que se dio esta circunstancia, en los núcleos agrarios con población indígena donde impera la propiedad social, el 75% son ejidos y el resto son propiedades comunales (Robles Berlanga, 2000). Si bien en el conjunto del país el ejido predomina entre las formas de propiedad social, existen notorias diferencias en la estructura de la propiedad agraria entre el norte y el sur del país. En los estados del norte los núcleos agrarios son muy extensos, predomina la propiedad privada, y en la composición de ejidos y comunidades hay una importante participación de las tierras comunitarias. En el centro y el sur prevalece el minifundio, hay una mayor presencia de la propiedad social, y la participación de las tierras comunitarias dentro de ejidos y comunidades es escasa: prevalece la propiedad ejidal6. Del total de tierra en propiedad de la población indígena, el 33% corresponde a bosques, selvas y vegetación diversa, el 32% está tipificado como superficie agrícola, el 27% se compone de pastizales, y un 8% sin vegetación u otros usos. En relación a la media nacional, los indígenas poseen mayor proporción de tierra agrícola, generalmente las de menor calidad, y un porcentaje significativamente mayor de superficies forestales (CEDRSSA, 2015). La menor calidad de la tierra agrícola de los pueblos indígenas se relaciona con fenómenos históricos de expulsión y desplazamiento hacia zonas menos fértiles. Una presencia tan remarcable de la propiedad social implica que México sea, conjuntamente con Nueva Guinea y China, uno de los tres países del mundo con un mayor porcentaje de selvas y bosques gestionados de forma comunitaria. Más de siete mil comunidades y ejidos poseen entre el 70 y el 80% de los bosques y selvas de México. Aun así, estas masas boscosas fueron explotadas durante largos períodos por empresas estatales y compañías privadas, que dejaron escasos beneficios a sus poseedores locales (Toledo, 2012). Esta forma de explotación ajena a las prácticas de los saberes locales ha derivado en un acusado deterioro de la cubierta vegetal del territorio mexicano, por la superficie arrasada y por la pérdida de calidad ecológica de muchas masas boscosas. En los últimos tres decenios, sin embargo, un importante número de comunidades han recuperado el control sobre sus áreas boscosas y selváticas. Este hecho ha posibilitado el impulso de incontables proyectos forestales productivos de carácter ecológico, tanto de productos maderables como no maderables. La apropiada explotación forestal de varios de estos proyectos ha sido

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Estas diferentes características han sido inducidas por la presión social traducida en demanda de tierra, más intensa en el centro y el sur del país, por la disponibilidad del recurso, mayor en el norte, y por las diferentes tipologías del clima, al ser muchas tierras áridas o semiáridas del norte más aptas para agostadero que para cultivo, y por lo tanto más susceptibles de ser tenidas en régimen comunitario. Para la formación de estas diferentes formas de propiedad, véase Robles Berlanga (2000). 11


certificada por el Forest Stewardship Council

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(Toledo, 2012). La apropiación por parte de las

comunidades indígenas y campesinas de los recursos naturales y del proceso productivo se convierte en un poderoso incentivo para la gestión sostenible de la riqueza natural, ya que la vocación de estos colectivos es la de permanecer en el territorio establemente y de ahí su interés en la adecuada conservación del mismo. La diversidad biocultural y las formas predominantes de tenencia de la tierra crearon condiciones idóneas, desde los años 1980s, para emprender proyectos comunitarios y sostenibles destinados en buena medida al mercado, tanto forestales como agrícolas, en un contexto de políticas públicas de desarrollo del mundo rural continuamente fracasadas durante buena parte del siglo XX, un aumento de la demanda de productos alimentarios saludables y de calidad por parte de Europa, Japón, Estados Unidos y Canadá, y una situación de pobreza extendida entre los pueblos indígenas, como puede apreciarse en los indicadores que se muestran a continuación.

2.2 Estructura laboral y económica: una sociedad polarizada Históricamente la inserción de las economías indígenas en el desarrollo económico nacional de México ha creado un conjunto de asimetrías y desventajas para los pueblos originarios que los gobiernos federal, estatales y locales mayoritariamente no han revertido: el desarrollo económico mexicano no ha solucionado el problema de una sociedad dual. González Casanova (1969) inaugura una línea de reflexión que evidencia la paradoja de Estados nación modernos que mantienen relaciones coloniales en su interior. Habla de colonialismo interno, las naciones que se independizan conservan el carácter dual de su sociedad y un tipo de relaciones asimilables a las de la sociedad colonial. Las formas internas del colonialismo en México continúan vigentes tras cambios sociales como la reforma agraria posterior a la Revolución, la industrialización, la urbanización y las migraciones. Afirma que "El colonialismo interno corresponde a una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos, distintos. Si alguna diferencia específica tiene respecto de otras relaciones de dominio y explotación (ciudad-campo, clases sociales) es la heterogeneidad cultural que históricamente produce la conquista de unos pueblos por otros […]" (González Casanova, 1969, p.197). Bonfil (1987) asevera que una vez implantado el régimen colonial, la sociedad y el espacio se dividieron en dos polos opuestos e irreductibles: la ciudad se consolidó como el espacio del poder colonial, y el campo como el asiento de los colonizados, los indígenas. Esta división posibilitó la 7

Organización creada en 1993 y actualmente con sede en Bonn. Establece unos estándares de gestión forestal sostenible que deben cumplir los productos maderables que se comercializan. El Forest Stewardship Council (FSC) en sí no emite certificados, sino que son entidades de certificación independientes las que realizan las evaluaciones de manejo forestal que conducen a la certificación FSC. 12


permanencia de formas de organización social propias del mundo indígena, que a su vez permitieron la continuidad de la cultura mesoamericana. Las relaciones entre ambos polos nunca fueron de igual a igual, sino de sometimiento. Para Bonfil esta relación inequitativa perdura hasta la actualidad. De acuerdo con Loeza (2015), la experiencia colonial originó la construcción de una alteridad que sentó las bases de la desigualdad y la injusticia social, las cuales pervivieron a la Revolución Mexicana. La desigualdad y la injusticia social son procesos históricos de larga duración que continúan rigiendo las relaciones sociales del país. Quijano ha readaptado la noción de colonialismo interno para desarrollar el concepto de colonialidad del poder, un modelo hegemónico que combina la epistemología de la dominación colonial y las estructuras de relaciones sociales y de explotación que se crearon tras la Conquista. Los procesos de independencia no han dado lugar a Estados nación modernos, sino que han rearticulado el poder colonial sobre nuevas bases institucionales (Quijano, citado por Loeza, 2015). Los indicadores laborales y económicos así parecen confirmarlo. En el año 2010, la población indígena en edad de trabajar se estimaba en 5,4 millones de personas. Esta cifra representaba el 78% del total de población indígena, porcentaje superior al promedio nacional, que era en ese año del 75%8. Sin embargo la tasa de participación de los indígenas en las actividades económicas productivas era sensiblemente inferior al promedio del país9. Tales disparidades en la condición de ocupación se acentúan en el caso de las mujeres y más intensamente entre las mujeres indígenas, cuya participación en la Población Económicamente Activa era en el 2010 del 22% (CEDRSSA, 2015). Ello resulta de la mayor dedicación de las familias indígenas, especialmente de las mujeres, a tareas relacionadas con el manejo de la propia explotación o tareas artesanales de autoconsumo. Asimismo indicaría que las facilidades para la inserción laboral son menores en los territorios de la población indígena, dificultad acrecentada en el caso de las mujeres. Tabla 1. Condición de ocupación de la población de 15 años o más en 2010

POBL.ECONÓM.ACTIVA POBL. NO ECO. ACTIVA

PROMEDIO NACIONAL 56,60% 43,40%

POBLACIÓN INDÍGENA 48,80% 51,20%

Fuente: CEDRSSA (2015)

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Las administraciones de México consideran edad de trabajar 15 años o más. La población en edad de trabajar se ocupa en actividades generadoras de bienes o servicios cuyo destino es el mercado (Población Económicamente Activa), o en actividades no vinculadas con el mercado (Población No Económicamente Activa), que incluye a población que se dedica a labores del hogar, a estudiar, y personas que por cualquier razón (invalidez, salud, etc.) no realizan actividades de ningún tipo. 13 9


Del mismo modo en la estructura de ocupación entre sectores de actividad se producen diferencias remarcables entre los municipios indígenas (40% o más de población indígena) y el total nacional, en el primer caso con una dedicación mucho más intensa a actividades primarias.

Tabla 2. Estructura ocupacional de la Población Económicamente Activa en 2010

13,40%

MUNICIPIOS INDÍGENAS 43,70%

24,50%

19,70%

19,20% 42,90%

12,40% 24,20%

MEDIA NACIONAL Actividades Primarias Manufacturas y Construcción Comercio Servicios diversos Fuente: INEGI (2010)

En las localidades con una población inferior a los 2.500 habitantes, que es donde reside la mayoría de la población indígena que permanece en sus lugares de origen, el 83% se ocupa en actividades primarias, artesanales, o de apoyo y elementales. Por el contrario en los centros urbanos tiene menor presencia ese tipo de empleos y mayor peso los de profesionales y técnicos, funcionarios, ocupados en actividades administrativas y empleados en actividades de comercio (INEGI, 2010). También existe evidencia de que la población indígena asigna una mayor parte de su tiempo a actividades de producción primaria o secundaria para el hogar en comparación con los individuos no indígenas. Son actividades que pueden consistir en: elaboración o tejido de ropa, manteles, cortinas u otros; acarreo o almacenamiento de agua; cuidar o criar animales de corral; siembra o cuidado del huerto o parcela; recolección de frutas, hongos o flores; y recolección, acarreo o almacenamiento de leña. En sus estimaciones sobre la renta per cápita regional en México, Aguilar-Retureta (2015) traza una distribución de la renta fuertemente polarizada entre el norte y el sur de México, con niveles de renta sensiblemente inferiores en el sur (ver Anexo 1). Entre los diez estados con menor renta per cápita, sólo uno, Zacatecas, se encuentra en la mitad norte del país. Deben reseñarse en el sureste las excepciones de Tabasco y de forma muy destacada Campeche, por la presencia de la industria extractiva de petróleo. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), en sus informes más recientes abunda en la polarización de la pobreza en México. Para la medición multidimensional de la pobreza10, el CONEVAL entiende las carencias sociales como el nexo entre 10

Puede consultarse la metodología para la medición multidimensional de la pobreza en México en: www.coneval.gob.mx 14


el no ejercicio de derechos sociales fundamentales y las situaciones de pobreza, de tal manera que identifica cinco carencias sociales básicas: retraso educativo, carencia en el acceso a los servicios de salud, carencia en el acceso a la seguridad social, carencia por calidad y espacios de la vivienda, y carencia en el acceso a la alimentación (CONEVAL, 2014). Agrupa en la situación de pobreza moderada aquella población cuyos ingresos son insuficientes para satisfacer las necesidades tanto alimentarias como no alimentarias, y con al menos una carencia social. Engloba dentro de la pobreza extrema a quienes sufren al menos tres carencias sociales y sus ingresos mensuales son inferiores al coste de la cesta básica de consumo. El Mapa 4 ofrece los resultados de la medición de la pobreza moderada en los 32 estados. Se aprecia que Chiapas, Oaxaca y Guerrero, obtienen un valor para este indicador por encima del 65%, y siete estados más, seis de ellos en el centro y sur del país, registran un porcentaje superior al 50%.

Mapa 4. Población en situación de pobreza moderada por entidades federativas (en %), 2014

Fuente: CONEVAL (2015)

Además de considerar el eje geográfico Norte-Sur, el CONEVAL tiene en cuenta el vector étnico no indígena-indígena, a partir de las bases de datos del Módulo de Condiciones Socioeconómicas de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (MCS-ENIGH). El cálculo de los indicadores de pobreza y pobreza extrema para la población indígena y la no indígena entre los años 2012 y 2014 muestra de igual manera resultados muy contrastados entre ambos segmentos de población, de forma más acusada en el porcentaje de población en pobreza extrema,

15


con valores porcentuales para la población indígena que multiplican por cuatro los de la población no indígena, como puede comprobarse en el Gráfico 1.

Gráfico 1. Porcentaje de población indígena y no indígena en pobreza, 2012-2014

Fuente: CONEVAL (2015)

Los datos comparativos del bienestar de los pueblos indígenas con el del resto de la sociedad mexicana manifiestan unas políticas públicas no sólo ineficaces, sino probablemente sesgadas. Esta tendenciosidad se manifestaría en algunos datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México del año 2010: 39,1% de la población indígena encuestada consideró que ellos soportan mayores dificultades para obtener trabajo que la población no indígena; 33% respondió en el mismo sentido ante la posibilidad de conseguir algún tipo de prestación del gobierno; 27,1% lo hizo respecto a recibir servicios de salud; y 26,2% a propósito de recibir educación (CONAPRED, citado por Loeza, 2015). En relación al sistema educativo, sin embargo, y a raíz de su estudio sobre la desigualdad étnica en la calidad de la educación recibida, Creighton, Post y Park (2015) han concluido que en las promociones recientes más que la etnicidad son las desigualdades socioeconómicas lo que se ha convertido en la principal fuente de la menor movilidad educacional de la población indígena. Un estudio del INEGI (2004) matiza esa conclusión. Aunque en las generaciones más jóvenes se atenúan las diferencias en el grado de alfabetización entre indígenas y el conjunto de la población, al mostrar los porcentajes de asistencia a clase de niños y niñas entre 6 16


y 14 años, se aprecia que las diferencias son más ostensibles en los más pequeños y los mayores: los niños indígenas se incorporan más tarde a la escuela y la abandonan antes. Hay que señalar que el INEGI (2004) subestima las diferencias en los niveles de educación ya que la población indígena no la compara con la no indígena, sino con el conjunto de la población mexicana (ver Anexos 2 y 3). Es en este contexto de marginalidad de la población campesina e indígena y de crisis permanente en el campo mexicano, que en las últimas décadas está cobrando vigor la agroecología como una forma de hacer viable la vida de las comunidades en el ámbito rural.

3.- LA AGRICULTURA SOSTENIBLE EN MÉXICO. CASOS ALENTADORES DE DESARROLLO DE PROYECTOS SUSTENTABLES ANTE UN INSUFICIENTE APOYO INSTITUCIONAL

3.1. La agricultura ecológica mexicana frente a las estrategias de las grandes corporaciones y los cambios en los patrones de consumo: evolución y situación actual A mediados de los años 1980 empezaron a darse en la agroindustria unas tendencias a escala mundial que contribuyeron a impulsar la agroecología mexicana como estrategia para buscar nichos de mercado más remuneradores de la producción. El proceso de oligopolización mediante fusiones y adquisiciones, que ya tenía lugar en el ámbito de los territorios nacionales, a partir de 1985 supera los límites fronterizos y adquiere dimensión planetaria (Delapierre, 1996; Etxezarreta, 2006). Las grandes corporaciones desarrollan a partir de la segunda mitad de los años 1980 una estrategia de abastecimiento global diversificando sus fuentes de aprovisionamiento, cosa que les permite sustituir fácilmente unas por otras. En el sector del café, elemento medular en la agricultura del centro y sur de México, los avances técnicos permiten a los grandes torrefactores transnacionales reemplazar el café procedente de un país por otro con similares características gustativas (Renard, 1999). Las dificultades para los productores se agravaron a partir de 1989 por la no renovación del Acuerdo Internacional del Café (AIC) y el descenso de precios que le siguió, lo que obligó a los actores a redefinir su estrategia (Ver Anexo 4). Regía desde 1962 y tenía como objetivo estabilizar el precio del grano en los mercados internacionales mediante un sistema de cuotas de exportación. Las corporaciones han venido presionando a la baja los precios obligando a los productores a competir, en el mercado global, en una situación de manifiesta debilidad ante el poder oligopsónico de las grandes firmas. Paralelamente se está dando en la alimentación lo que algunos autores (Bonanno y otros, 1994; Renard, 1999; Pipitone, 2009; Hernández Moreno y Villaseñor, 2014) denominan una transición "postfordista" hacia el consumo de productos de calidad, que se inició tímidamente en los años 17


1980s y paulatinamente se está consolidando con vigor. Renard (1999) matiza que lo que sucede es una superposición del modelo de producción y consumo masivos fordistas, y otro que está emergiendo con formas variables de producción y consumo diferenciados, más individualista. Linck (1999) conecta este fenómeno con dos tendencias: por una parte la segmentación de mercados y la diferenciación de productos, desde el momento en que los alimentos dejan de ser exclusivamente una fuente de nutrientes para pasar a incorporar también valores simbólicos que reflejan la posición social de los consumidores; y por otra, la sensibilización de determinados sectores de la población occidental y muy particularmente del centro y norte de Europa, que están dispuestos a pagar algo más caros los alimentos si se les garantiza que han sido producidos de forma sostenible y, en el caso de los que provienen de países en desarrollo, si incorporan la certificación de que han sido producidos y comercializados lejos del control de las multinacionales, en condiciones que favorezcan un desarrollo equitativo y autónomo. Linck encuentra ejemplificador de sus planteamientos el dinamismo en Europa del mercado de alimentos ecológicos, solidarios y de proximidad. Renard (1999) constata que determinadas corrientes de análisis de la agricultura que beben de la sociología marxista y de la economía política no tienen en cuenta a los consumidores, es decir sus estudios de la cadena alimentaria finalizan en la transformación de los productos o en la distribución final. La autora se hace eco de la descripción de las nuevas pautas de consumo de Wathmore "La conciencia que un gran número de consumidores, organizados o no, han cobrado de las consecuencias sobre el medio ambiente, sobre la seguridad alimentaria y sobre la salud, del sistema agrícola industrial y productivista dominante durante la época fordista, aunada a la sobreproducción agrícola y a los problemas financieros derivados, han puesto en tela de juicio la supremacía de este modelo agrícola intensivo y han originado una creciente desconfianza hacia la calidad de los productos alimentarios" (Wathmore, citada por Renard, 1999, p.71). Estas preocupaciones de los consumidores, en particular en lo que concierne a la salud, la nutrición y el medio ambiente, encuentran su contraparte en el desarrollo de organizaciones campesinas en las zonas de producción. Focalizado en el caso del café, Linck (1999) considera que la producción de café biológico requiere de los productores el cumplimiento de exigentes normas técnicas, la comercialización a través de canales reconocidos y transparentes, un funcionamiento colectivo en organizaciones de tipo asociativo, y la aceptación de los dictámenes de las agencias certificadoras. El autor remarca que estos requisitos se dan con mayor facilidad allá donde prevalece la lógica de la cooperación y el funcionamiento comunitario, y se adoptan reglas y valores comunes. Todo ello ha sido determinante en el éxito en los últimos treinta años de la 18


producción de café ecológico en las regiones indígenas de México, y esencialmente entre sectores con tradición de luchas sociales y fuerte reivindicación identitaria. Linck (1999) y Renard (1999) concluyen que los cambios en los métodos productivos y el esfuerzo que supone la aceptación de las estrictas normas del mercado de productos orgánicos, en buena medida se superan gracias a los recursos organizativos de las sociedades rurales indígenas y a su capacidad para movilizarlos. Zamilpa, Ayala y Schwentesius (2015) respaldan la localización de la agricultura orgánica en las regiones indígenas y destacan que Oaxaca y Chiapas, los dos estados con más población indígena en valor absoluto y entre los cuatro primeros en números relativos, fueron pioneros en el tránsito hacia la agricultura ecológica y actualmente lideran en México la producción en este subsector agrícola. Subrayan que este tipo de experiencias se consolidaron ante todo en regiones donde los productos químicos de síntesis se venían usando escasamente. Existieron en definitiva un cúmulo de factores que en la segunda mitad de los años 1980 y primera mitad de la siguiente década acrecentaron el desgaste del paradigma dominante en el campo mexicano, tales como: pobreza rural y marginalidad indígena duraderas, ineficacia o dejación de las administraciones mexicanas respecto a la mejora de las condiciones de vida en el campo, oligopolización de las corporaciones agroalimentarias transnacionales con la consiguiente pérdida de poder negociador de los productores agrícolas, y progresivo cambio de preferencias por parte de los consumidores occidentales hacia modalidades más responsables de consumo. En las regiones indígenas se daban condiciones adicionales que permitían el despegue de experiencias alternativas al modelo agrícola hegemónico: amplia tradición autoorganizativa de las comunidades, y sabiduría en el manejo de recursos naturales acumulada durante miles de años. Es por lo tanto pertinente conocer qué propone el modelo alternativo que se está fraguando alrededor de la agroecología y cuál es su estado actual en México. Toledo (2003) mantiene que del análisis de un gran número estudios de caso, se desprende que las comunidades rurales sólo consiguen superar la crisis si adoptan un funcionamiento híbrido que combine la sabiduría de la "tradición" con los logros positivos de lo "moderno". Otorga relevancia a lo que denomina la estrategia del uso múltiple, que combina el autoabastecimiento familiar, comunitario y regional con la venta en el mercado de productos de alto valor añadido, estrategia que por ende garantiza el mantenimiento de la biodiversidad local. Según Toledo es el fenómeno que se está dando en las regiones tropicales húmedas de México. Schwentesius y otros (2014) inciden también en la importancia de combinar el saber tradicional con las nuevas técnicas agrícolas, señalan que se pueden obtener rendimientos mayores que los de la agricultura convencional cuando las organizaciones de productores consiguen cubrir las necesidades de formación y capacitación en escuelas propias, y se rescatan y ponen en práctica los conocimientos productivos ancestrales.

19


Consideran una prueba de ello el que los rendimientos por superficie cultivada en los cultivos ecológicos de café y cacao sean mayores que en los convencionales. En su versión más completa y perfeccionada, la estrategia del uso múltiple no sólo implica el mantenimiento de mosaicos donde conviven fragmentos de selva madura con áreas agrícolas, agroforestales, pecuarias y de vegetación secundaria, sino el manejo del proceso de sucesión (Toledo, 2003). Existe de esta forma una propensión a mantener un uso múltiple de los recursos como estrategia para articularse con éxito a los mercados, manteniendo y a menudo aumentando la biodiversidad. Asimismo los mosaicos productivos reducen la incidencia de malezas y plagas, aumentan la resistencia de los sistemas naturales intervenidos, y en suma favorecen el acoplamiento de la actividad de los productores con los ciclos naturales. Bajo una estrategia de uso múltiple, la intervención humana en los ecosistemas toma la forma de una mínima artificialidad, lo cual minimiza los riesgos tanto económicos como ecológicos de los sistemas productivos (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). En México, por consiguiente, los proyectos agroecológicos no se limitan a la agricultura y la ganadería, sino que comportan un manejo ecológicamente adecuado de los recursos naturales, incluidas las áreas de selvas, bosques o matorrales, y la conservación de la agrobiodiversidad. De ahí que en México las experiencias agroecológicas se confundan con las iniciativas de sustentabilidad comunitaria (Toledo, 2012). Se observan numerosos indicios que relacionan la concepción sostenible de la gestión de los recursos locales con la pervivencia de los lazos comunitarios propios de las comunidades indígenas. Esto ayudaría a que la implantación de la agricultura ecológica sea más relevante en el centro y sur de México. Existe una grave escasez de datos actualizados sobre el sector orgánico de México, las administraciones públicas que tienen competencias sobre esta actividad, o no disponen de datos, o bien ofrecen una información precaria en sus respectivas páginas web y en sus servicios de respuesta por correo electrónico. Aunque el Censo Agropecuario del INEGI del año 2007 incluye por primera vez datos del sector orgánico, como también lo hace su análisis sobre el sector alimentario en México del 2014, los estudios más exhaustivos sobre el sector han sido confeccionados por los investigadores del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias para el Desarrollo Rural Integral (CIIDRI) de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), en el estado de México. Los últimos datos verificados por el CIIDRI hacen referencia al periodo 2007-2008, si bien existen estimaciones de este centro para el año 2012. Las cifras disponibles avalan un importante avance de la producción agroecológica en México en los últimos veinte años, con tasas de crecimiento anual acumulativo de dos dígitos en los diversos indicadores contemplados.

20


Tabla 3. Agricultura ecológica en México: incremento medio anual en porcentaje

1996

21.265

13.176

13.785

EXPORT.(US$ 1.000) 33.984

1998

54.457

27.914

32.270

71.352

2000

102.802

33.587

60.918

138.150

2005

307.692

83.174

150.914

268.069

2008

378.693

128.862

172.293

390.603

2012 (estimación)

512.246

169.570

245.000

600.000

SUPERFICIE(ha) PRODUCTORES

% INCREM.ANUAL

22,00

17,31

EMPLEOS DIRECTOS

19,70

19,65

Fuente: Gómez Cruz y otros (2010), INEGI (2014), CNPO (2015) y elaboración propia

Schwentesius y otros (2014) remarcan que este auge agroecológico se ha dado simultáneamente a una grave crisis del campo mexicano, y señalan su potencialidad en la generación de empleo y divisas. Calculan que la práctica de la agricultura orgánica requiere un 30% más de mano de obra por cada hectárea cultivada. Frente a unas exportaciones estimadas en 600 millones de dólares, el volumen del mercado nacional se estimaba para el 2012 en 92,4 millones de dólares. De acuerdo con el Consejo Nacional de Producción Orgánica, CNPO (2015), Estados Unidos y Europa son los principales destinos de las exportaciones. El CNPO (2015) brinda algunos datos sobre el perfil de los productores agroecológicos que de nuevo remiten a pequeños productores indígenas. Así, 9 de cada 10 son pequeños productores, y 8 de cada diez son indígenas. Asimismo 3 de cada diez productores orgánicos son mujeres. Según Schwentesius y otros (2014), para 2007/08 los pequeños productores constituyen el 99,9% de los productores orgánicos y concentran el 93,9% de la superficie, con un promedio de 2,9 hectáreas por productor. Al tratarse de explotaciones difícilmente mecanizables, la producción ecológica, intensiva en mano de obra y con métodos productivos no agresivos hacia los suelos, acuíferos, etc., se ha ajustado muy bien a las condiciones del sur del país. La distribución geográfica de la superficie orgánica cultivada por entidades federativas exhibe con nitidez el predominio del sur del país: siete estados del centro y el sur comprenden el 84% del total de superficie cultivada, y dos de ellos, Oaxaca y Chiapas, el 49% de dicha superficie.

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Gráfico 2. Distribución de la superficie orgánica cultivada por entidades federativas, 2007/08

Fuente: Gómez Cruz y otros (2010)

Si geográficamente la superficie cultivada muestra una notoria concentración, en lo que respecta a la distribución de superficie por tipos de cultivo el café acapara la mitad de la superficie cultivada. Sin duda ello obedece a la potencialidad comercial de café.

Gràfico 3. Superficie de los principales cultivos orgánicos, 2007/08

Fuente: Gómez Cruz y otros (2010)

Toledo (2012) considera que los dos ejes que vertebran el movimiento por la sostenibilidad en México son las comunidades cafetaleras y las forestales. Constata que la suma de las comunidades con proyectos agroecológicos y de sostenibilidad registradas en los estados de Oaxaca, Chiapas, Puebla, Quintana Roo y Michoacán rebasa las mil, y estima que agregando experiencias similares en el resto de estados la cifra alcanzaría las dos mil.

22


A partir de esta caracterización que nos muestra una agroecología comunitaria indígena, de pequeños productores y radicada en el centro y sur del país, resulta interesante detenerse en aquellas experiencias que se han consolidado y que han permitido una mejora socioeconómica de las comunidades que las impulsan.

3.2. Experiencias exitosas de desarrollo de proyectos sostenibles: el café orgánico en el sur de México Durante el periodo de vigencia del Acuerdo Internacional del Café, y en el marco de la política de industrialización en Latinoamérica conocida como política de sustitución de importaciones, los países de la región subordinaron la agricultura a la industria, ya fuera como proveedora de alimentos y materias primas baratas, ya como fuente de divisas procedentes de la exportación. Los productos tropicales como el café se convirtieron en una importante fuente de ingresos. En casi todos los países latinoamericanos productores de café se implantaron organismos que centralizaban, o controlaban totalmente, las exportaciones. En México estas funciones recayeron en la Comisión Nacional del Café creada en 1949, que en 1971 derivó en el Instituto Mexicano del Café (INMECAFE), en funcionamiento hasta 1993. A partir de 1973 asumió amplias competencias y se encargó de la investigación agronómica, la asistencia técnica, la prefinanciación de la cosecha, el acopio del café, la asignación de cuotas de exportación a los productores, los trámites para la obtención de licencias de exportación, y la representación del país ante la Organización Internacional del Café11. Desde finales de los años 1970 se extendió entre los productores de café el malestar por el funcionamiento del INMECAFE, al que achacaban lentitud burocrática, manejo irregular de las cuotas de exportación, y falta de transparencia en la administración de los recursos y en la fijación de precios. Celis Callejas (2009) afirma que el INMECAFE acabó siendo un instrumento de control político y económico de los productores. Empezaron a crearse organizaciones de productores que tenían la voluntad de controlar el proceso de producción, obtener créditos, autogestionarse al margen de la tutela estatal y en suma seguir actuando como motores del desarrollo comunitario. Posteriormente se agruparon en organizaciones regionales que tuvieron la capacidad de fundar sus propias uniones de crédito y cajas de ahorro (Renard, 1999). A partir del año 1986, ante la brusca bajada del precio del café en el mercado mundial (Ver Anexo 4), en el seno de numerosas asociaciones de productores se empieza a adoptar la estrategia de la conversión al café ecológico para situarse en un nicho de mercado más propicio. La organización pionera en la producción de café orgánico y en su exportación a Europa fue la Unión

11

Creada en 1962 y con sede en Londres. 23


de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) 12, ubicada en la región del Istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca. Esta organización ha ejercido una influencia enormemente positiva sobre otras de Oaxaca y de los vecinos estados de Chiapas y Guerrero e incluso del norte de Guatemala, tanto en forma de capacitación técnica a equipos de otras asociaciones, como mediante la exportación, bajo su marca comercial, del café de organizaciones todavía no consolidadas comercialmente. El modelo de desarrollo integral, autogestionado y sostenible de UCIRI ha tenido continuidad en muchas otras organizaciones de pequeños productores indígenas. UCIRI ha sido objeto de un estudio de caso por parte de la FAO (s/f), que presenta como logros exitosos: desarrollo de una agricultura orgánica certificada internacionalmente, organización democrática y transparencia en la gestión de los recursos financieros, defensa en el ámbito político de los derechos indígenas, y preservación de lenguas y culturas. Pérez-Grovas (2001), Gómez Cruz y otros (2010), Schwentesius y otros (2014) y Hernández Martínez (2014) advierten que la producción de café bajo el sistema orgánico rescata elementos de la agricultura indígena tradicional. Pérez-Grovas (2001) enfatiza el que se consiga producir el café con los recursos disponibles en las fincas campesinas, reduciendo así los costes de explotación; asimismo se produce un efecto de sinergia al extender la agricultura orgánica a otros cultivos como el maíz, el frijol o las hortalizas. La experiencia de los equipos técnicos de las organizaciones ratifica la idea de la exitosa combinación de tradición y modernidad. En el momento de apostar por la conversión hacia el café orgánico, durante las sesiones de formación los técnicos constataron que muchas de las técnicas transmitidas a los campesinos eran conocidas por éstos, a pesar de que habían ido quedando relegadas tras la Revolución Verde13. Pérez-Grovas (2001) atribuye importancia a la calidad del café obtenido y a su buena aceptación en los mercados internacionales, ya que se sitúa en la categoría de otros arábicas suaves, por detrás de los arábicas colombianos14. Renard (1999), Pérez-Grovas (2001), Toledo (2003), Moguel y Toledo (2004), Toledo y Barrera-Bassols (2008) y Hernández Martínez (2014) remarcan las características sostenibles del proceso productivo del café orgánico: lucha fitosanitaria no química contra las plagas, uso de abonos orgánicos, composteo mejorado, utilización de árboles de sombra (relacionada con la intercalación de otros cultivos), y construcción de terrazas para evitar la erosión de los suelos.

12

Fundada en 1982 a partir de una iniciativa conjunta de campesinos indígenas de la etnia zapoteca y de la Diócesis de Tehuantepec. 13 Testimonio oral recogido a través de conversaciones con los técnicos de la organización Unión de Productores Orgánicos Beneficio Majomut S. de P.R. de R.L., que cuenta con aproximadamente mil socios-productores de café ecológico distribuidos en treinta y cinco comunidades indígenas en la región de Los Altos del estado de Chiapas. 14 En el mercado internacional los cafés se distribuyen en cuatro categorías (de mayor a menor calidad): arábicas suaves colombianos, otros arábicas suaves (producidos, entre otros, en México, Centroamérica y Caribe), arábicas sin lavar o brasileños, y robustas. 24


Los árboles de sombra y la intercalación de otros cultivos constituyen un aspecto muy relevante de la cafeticultura mexicana. Perfecto y otros (1996) han comprobado los graves efectos que tiene sobre la biodiversidad el pasar del policultivo tradicional con sombra diversificada al monocultivo bajo el sol. En México el café orgánico es producido mayoritariamente mediante sistemas agroforestales de café bajo sombra, se trata de paisajes cafetaleros insertados en densas masas boscosas. Los estudios realizados muestran su valor como refugios de biodiversidad y su papel en la reforestación de áreas forestales degradadas mediante el manejo de los paisajes locales por parte de los productores indígenas (Toledo, 2003). El café bajo sombra, al conservar la cobertura forestal en zonas de pendiente, evita la erosión de los suelos, capta agua y con ello mantiene los cursos fluviales, captura CO2, y actúa como un área de reserva de la biodiversidad (Toledo y BarreraBassols, 2008). Hernández Martínez (2014) califica los cafetales bajo sombra como policultivos arbolados, y hace notar su idoneidad para resistir plagas y enfermedades, heladas, vientos, sequías o episodios de grandes precipitaciones pluviales. Los estados que producen más cantidad de café (Chiapas, Veracruz y Oaxaca) son los que presentan mayor biodiversidad, poseen el mayor número de áreas recomendadas para la conservación, e incluyen una parte importante de las regiones en las que los cafetales bajo sombra se han convertido en los últimos refugios de una flora y una fauna amenazadas gravemente por la desforestación (Moguel y Toledo, 2004). Respecto a la plaga de la roya que desde el 2013 está afectando severamente los cafetales del sur del país, representantes de la organización Campesinos Ecológicos de la Sierra Madre de Chiapas (CESMACH) afirman que en las matas tratadas con agroquímicos y fertilizantes las afectaciones llegan hasta el 70% de los cultivos, mientras que los productores orgánicos de CESMACH calculan que tan sólo el 10% de sus matas se encuentras afectadas por el hongo (Mariscal, 2014). Los rendimientos que se consiguen en la producción de café orgánico ascienden en promedio a 15 quintales por hectárea (Pérez-Grovas, 2001), y en algunas fincas se llegan a conseguir 30 quintales por hectárea (Renard, 1999)15. Se trata de rendimientos que en muchos casos superan los de la agricultura convencional altamente consumidora de inputs químicos. A los beneficios que supone eliminar la compra de inputs químicos se añade el sobreprecio que se obtiene cuando el café está certificado como ecológico (Renard, 1999; Pérez-Grovas, 2001). En ciertas coyunturas de muy bajos precios del café, el precio de venta del café en el nicho de mercado orgánico ha supuesto doblar la cotización del café convencional en la Bolsa de Valores de Nueva York (Renard, 1999). Las ganancias que obtienen las organizaciones de productores son reinvertidas en equipo e infraestructura: plantas de procesamiento, centros de capacitación, vehículos de transporte,

15

Un quintal equivale a 57,5 kg de café cereza (café recolectado que todavía conserva la pulpa) o 46 kg de café pergamino (café al que se le ha separado la pulpa y parte del mucílago). 25


maquinaria de torrefacción para el café que no se exporta, y en algún caso maquinaria para la elaboración de café soluble destinado al mercado nacional. Es indudable que en el éxito de este tipo de organizaciones de base ha tenido una gran importancia el que los campesinos se apropien del proceso productivo y hayan podido tener acceso a los recursos, muy especialmente a la tierra. La tradición organizativa comunitaria ha sido un elemento fundamental para la implicación de los miembros de las organizaciones con el proyecto que las mismas encarnan, así como para el crecimiento del número de socios productores y de la producción. Las organizaciones de pequeños productores han debido conciliar un funcionamiento empresarial que permita organizar una complicada logística y responder ágilmente a las señales del mercado, con los mecanismos de funcionamiento asambleario de las comunidades indígenas. Para Renard (1999), que analiza el caso de la asociación Indígenas de la Sierra Madre de Motozintla (ISMAM) en Chiapas, el acomodo de ambas dinámicas se ha conseguido gracias a una clara delimitación de funciones entre todos los miembros de la organización. También es evidente que el reducido tamaño medio de las explotaciones, aunado al elevado crecimiento demográfico, establece límites a los impactos positivos de la agricultura ecológica sobre el nivel de renta de los pequeños productores. Esto plantea un reto importante a las organizaciones campesinas de base indígena para seguir mejorando la condiciones de vida de sus socios productores, y la diversificación de actividades productivas (manufacturas artesanales, ecoturismo) puede constituir una vía que amplifique el desarrollo y le dé continuidad. La favorable evolución del café orgánico contrasta con la crisis sin precedentes que está viviendo la cafeticultura convencional, a causa de la volatilidad en el precio, el envejecimiento de las plantas, y la incidencia de plagas y enfermedades que están creando resistencias a los agroquímicos. La producción en el conjunto del país ha descendido de 6,22 millones de sacos en la temporada cafetalera 1999-2000, a los 2,4 millones de sacos que la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC) estima para el periodo 2015-2016 (Barragán, 2016)16. La CNOC prevé que la importación de café ascienda a 2,7 millones de sacos en el 2016 y supere la producción nacional, un hecho insólito en la historia de este cultivo en México. Como resultado de esta crisis, las exportaciones de café mexicano por parte de las organizaciones de pequeños productores han quedado prácticamente reducidas al café ecológico (Celis, 2009).

3.3. Políticas públicas concernientes a la agricultura mexicana El sistema de partido casi único imperante en México a lo largo del siglo XX incidió en las comunidades indígenas. Los gobiernos nacionales y estatales apoyaban a los caciques locales y les

16

Un saco de café contiene 60 kg de café verde, el cual se obtiene tras el secado y eliminación de la cáscara del café pergamino. 26


permitían ejercer con violencia su poder a cambio de proporcionar votos al partido oficial (Navarrete Linares, 2008). Las autoridades ejidales integraban la base de la estructura piramidal de la Confederación Nacional Campesina, con lo que los campesinos ejidatarios se hallaban bajo una doble jerarquía política: la del partido y la del gobierno (Stavenhagen, 1968). Pipitone (2009) muestra para el estado de Oaxaca cuáles han sido los efectos de un sistema político autoritario y con rasgos paternalistas, que creó una densa red de vínculos entre partido y gobierno, y entre ellos y el entramado corporativo construido alrededor del Partido Revolucionario Institucional (PRI)17. En Oaxaca el gobierno del PRI se extendió desde 1929 hasta el 2010. En la mayoría de indicadores sociales y económicos Oaxaca obtiene los peores resultados, sólo por delante de Chiapas. Las narrativas públicas respecto a los pueblos originarios utilizan categorías que en la práctica los desproveen de voz y de representación en los espacios de toma de decisiones. Estas políticas se plasman en la frecuente desatención a las demandas en defensa de sus territorios, históricamente una de sus reivindicaciones principales (Loeza, 2015). En el terreno medioambiental, las diversas instancias de gobierno se ven superadas por la naturaleza transectorial, multidisciplinaria e interrelacionada de las problemáticas socio-ambientales (Galán y otros, 2012). No puede sorprender, por consiguiente, el poco acompañamiento que han tenido las organizaciones campesinas en su proceso de adopción de la agricultura orgánica en las últimas tres décadas, así como la escasa predisposición que han mostrado las administraciones para aprovechar los conocimientos de los campesinos en el manejo del territorio. Tras la desaparición del INMECAFE, el costo de formación y capacitación ha recaído absolutamente en los campesinos empobrecidos y en sus organizaciones (Pérez-Grovas, 2001). Las iniciativas gubernamentales insisten en promover viveros centralizados y tecnificados, fertilizaciones masivas y genéricas, y subsidios altamente fragmentados que se diluyen entre las diversas necesidades económicas de los productores (Hernández Martínez, 2014). Los costos asociados a la adopción de la agricultura ecológica y el que sean absorbidos por los productores son hechos a los que no prestan atención los organismos públicos. En los sistemas agroecológicos que permiten la recirculación de los materiales, la transición hacia la agricultura orgánica consigue reducir los costos de producción. Sin embargo, en sistemas que no reúnen esas características, los procesos de transición comportan la asunción de unos costes considerables, entre ellos los trámites y documentación que exigen los organismos certificadores18. De manera que se da una paradoja: la agricultura ecológica paga por no contaminar, mientras que la convencional no paga por hacerlo. 17

El PRI, bajo sus actuales siglas o con otras denominaciones, ostentó el gobierno federal desde 1929 hasta el año 2000, y de nuevo desde el año 2012. Asimismo gobernó en las 32 entidades federativas desde 1929 hasta 1989, cuando por primera vez perdió una gubernatura, la del estado de Baja California. 18 Información facilitada por Marta Astier Calderón, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental del Campus Morelia de la UNAM. 27


4.- CONCLUSIONES El paradigma agrario hegemónico desde la implantación de la Revolución Verde no ha impedido que coexista una persistente pobreza en numerosas áreas rurales del planeta con un deterioro de los sistemas naturales que no tiene precedentes. La agricultura altamente consumidora de productos químicos de síntesis practicada en grandes extensiones de cultivo está erosionando la capacidad productiva de los sistemas naturales, presenta una variedad genética cada vez más pobre, y el rendimiento energético que ofrece su relación output/input es notoriamente bajo. En México, la degradación de los ecosistemas convive con unos pésimos indicadores socioeconómicos entre el campesinado. Los cambios en los patrones de consumo de ciertos sectores de población de los países industrializados a partir de los años 1980 abrieron posibilidades de desarrollo allí donde había potencialidad para la consolidación de la agricultura ecológica, principalmente en la mitad sur del país, donde se da una extraordinaria combinación de diversidad biológica y cultural. Esta modalidad de producción agrícola ha sido fundamental para mantener la biodiversidad y las funciones ambientales de los espacios utilizados. El proceso encuentra dificultades para generar claras mejores en los niveles de renta per cápita de los principales estados productores. Un sistema político y de partidos con graves déficits democráticos, y el desinterés en apoyar las iniciativas de las organizaciones campesinas no vinculadas al andamiaje corporativo de los partidos políticos, provocan una precaria dotación de bienes públicos esenciales y un nulo acompañamiento técnico. El sector del café ilustra cómo los campesinos indígenas han sido los principales actores del desarrollo de la agroecología en México. El éxito productivo y exportador del café orgánico procedente de pequeñas explotaciones discurre paralelo al acusado declive del no ecológico o convencional. Sin embargo, el reducido tamaño de las explotaciones y la insuficiente diversificación productiva merman el desarrollo. Existe una multiplicidad de líneas de acción para diversificar la actividad que evitarían el fragmentar más las explotaciones y en las que sería deseable el apoyo público, en ausencia de éste las iniciativas campesinas seguirán siendo el camino para salir de la pobreza. Los municipios y comunidades productores de café ecológico y los que no lo son forman un mosaico muy heterogéneo, lo que hace difícil detectar estadísticamente las mejoras en los niveles de vida propiciadas por el sobreprecio del café ecológico. Sería adecuado efectuar un trabajo de campo que permita una observación detallada para valorar los impactos de la adopción de la agroecología y de iniciativas incipientes como el ecoturismo. Si bien el caso mexicano es relevante, es necesario abordar una casuística diversa que englobe más contextos geográficos y políticos para obtener conclusiones con mayor grado de certeza sobre las potencialidades y debilidades de la agroecología como modelo de desarrollo. 28


ANEXO 1 PIB per cápita regional 2010 (México=1) Ciudad de México

2,27

Norte Baja California Norte Baja California Sur Chihuahua Coahuila Nuevo León Sonora Tamaulipas

1,22 1,03 1,11 1,04 1,31 1,90 1,05 1,12

Pacífico Norte Colima

0,88 1,01

Jalisco

1,01

Nayarit Sinaloa

0,65 0,85

Centro-Norte Aguascalientes Durango San Luis Potosí Zacatecas

0,85 1,10 0,86 0,79 0,63

Golfo de México Campeche Tabasco Quintana Roo Veracruz Yucatán

1,72 4,39 1,41 1,28 0,68 0,84

Centro Guanajuato Hidalgo Morelos Puebla Querétaro Estado de México Tlaxcala

0,76 0,84 0,61 0,77 0,69 1,14

Sur Chiapas Guerrero Michoacán Oaxaca

0,51 0,44 0,52 0,63 0,45

0,72 0,53

Fuente: Aguilar-Retureta (2015)

29


ANEXO 2 Porcentaje de la población de 15 y más años, y de la hablante de lengua indígena, alfabeta, por grupos quinquenales de edad, 2000

Fuente: INEGI (2004)

ANEXO 3 Porcentaje de la población de 6 a 14 años, y de la hablante de lengua indígena, que asiste a la escuela, 2000

Fuente: INEGI (2004)

30


ANEXO 4 Precios del café "Otros arábicas suaves" en el mercado internacional (precios promedio en dólares de 1990)

Fuente: Flores de la Vega y otros (2002)

31


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