Venir por la tarde nos vuelve locos

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VENIR POR LA TARDE NOS VELVE LOCOS Alumnos 1ºA Bachillerato EASDSegovia

VIERNES 23 DE ABRIL EASDSEGOVIA [Dirección de la compañía]


SEMILLAS Yo, contento en mi jardín, porque había llegado la temporada de siembra y, como todos los años, me gusta plantar el huerto. Empiezo a hacer semilleros cuando me doy cuenta de que me faltan algunas semillas de verduras como pimientos, lechugas y pepinos. Me voy a coger las llaves del coche, arranco y me dirijo a la tienda que suelo comprar mis cosas de jardinería. Estoy mirando por el pasillo siete, pasillo en el que se encuentran las semillas, cuando me percato de que no queda la variedad de pimientos que a mí me gustaba, esta variedad es la “california pechuguera”, y no se encuentra en cualquier lado al ser muy buena a la hora de producir pimientos en gran cantidad con cualquier condición climática, pero con la condición de tener un sustrato específico que constaba de materia orgánica como hojarasca y… bueno una serie de ingredientes secretos que no todo el mundo está dispuesto a obtener. Se solía encontrar entre los pimientos italianos y los pimientos del piquillo (estante tres debajo de las semillas de lechuga y encima de los tomates), me dirijo al mostrador y pregunto que si tenían, pero el señor me dice que no, que las ultimas semillas se las había llevado un hombre con aspecto peculiar: pelo canoso casi blanco, excepto la zona de la coronilla, ya que carecía de pelo en ella, barba blanca y descuidada, con una verruga en el moflete izquierdo y junto a sus ojos marrones casi negros una cicatriz en el derecho. Las semillas no las repondrían hasta el verano siguiente, ya que tenían que pasar dos años enteros para poder recolectar sus semillas. El pueblo en el que vivía no era un pueblo muy grande. Mi pueblo es el típico pueblo alejado de la ciudad (a unos 30 minutos) en el que nos conocemos todos, pero hace ya unos tres años se había construido una carretera muy cercana por la que pasaban al día un montón de camioneros. Alguno se hospedaba en el hostal de la Juanita para pasar alguna noche cuando el viaje era largo, otros pasaban el día aquí y partían por la noche cuando el tráfico se había reducido. Esto iba a ser una complicación que añadir. Me pongo a buscar a la persona que el dependiente de la tienda me había dicho para comprarle las semillas. Me daba igual el dinero que me costaran. Pregunto a María Jesús, la panadera del pueblo, pero no le había visto nunca. Cojo el coche y me dirijo al bar de Faustino, no me sirvió de nada su respuesta, ya que solo le había visto dos veces entrar a comprar una cajetilla de tabaco. Entonces, mi última opción fue ir al supermercado y preguntar a las cajeras. Pregunto a la primera, la de la caja uno, y me dice que no le había visto nunca o si le había visto no se acordaba de él. La segunda, estaba atendiendo y parecía que no me va a hacer mucho caso, cosa que la que estaba comprando, sí que estaba haciendo. Acabó de comprar y me llama, me tiré hablando un rato con la señora, ya que me escuchó decir a la cajera lo del hombre y me dijo que ella sabía que vivía en el pueblo cerca de la casa de su nieta Saturnina, pero que no sabía la casa exacta a si que me dio la dirección de su nieta. Yo, contento porque después de toda la mañana dando vueltas por el pueblo, tenía algo de información que me servía para algo, cojo el coche dirección la casa de Saturnina. Toco el timbre y empujo la puerta que esta entreabierta. La casa. toda de madera, con un pasillo muy largo y oscuro con puertas a lo largo de los laterales que 1


daban a parar a distintas alcobas. Me grita una voz dulce que pase al fondo. En la cocina al final del pasillo, había una mujer en silla de ruedas. Me presento, a lo que me responde que me estaba esperando que ya le había contado su tía abuela que vendría. Después de tomar un café con bizcocho casero que había hecho y unas cuantas palabras, en las que descubrí que la casa apartada del pueblo -esa casa grande, esa casa recubierta por una verja de barrotes metálicos con unas puertas gigantes de al menos 8 metros de alto -era de él. Si del hombre peculiar con pelo canoso, a excepción de la coronilla, barba blanca descuidada, con una verruga en su moflete izquierdo y junto a sus ojos marrones casi negros una cicatriz en el derecho. Me dirijo ya cansado, pero con ganas de encontrarlo. Toco el timbre y espero en la puerta un pequeño instante, pero suficiente para que se me hiciera eterno y pudiera escuchar hasta el bufido de unos gatos peleándose en el bosque de detrás de la casa. Me presento como si nada, pero el extrañado me contesta que no esperaba visita alguna, así que me podía largar por donde había venido. Me cerró la puerta en la cara, volví a llamar insistentemente explicándole que solo venía a hablar. Consigo convencerle para que me deje pasar. Pasado un rato, después de contarle mi día tan ajetreado, me lanzo a decirle lo de las semillas. Intento ir al grano lo más rápido posible, pero es cuando me interrumpe para ofrecerme algo de beber. Le digo que no, que solo había venido por las semillas. Él se quedó con cara de…, no sé, con una cara que no podría definirte, a lo que me responde -que semillas-. Yo instantáneamente “las semillas, sí, las últimas semillas que quedaban en la tienda de pimientos california pechuguera. Te las llevaste tú y estaría dispuesto a comprártelas”-Él mientas se ponía de puntillas para coger un vaso, me dice que no, que muchas gracias por mi visita, pero que no quería venderlas. No me extrañaba nada que no las quisiera vender, ya que tanto él como yo sabíamos lo valiosas que eran. Me levanto de la silla de forma brusca para intentar convencerle a lo que se le cae el vaso al suelo y se rompe en mil pedazos. Lo fue a recoger. Me dispongo a ayudarle cuando, con voz nerviosa, me dice que no, que ya he hecho demasiado. Yo cabezota, insisto. Él al intentar quitarme el trozo de cristal y yo oponerme, hago que se corte de tal manera que el dedo pulgar se queda colgando bajo un río de sangre. Yo me dirijo a coger un trapo de cocina para intentar parar la hemorragia y un cuchillo, ya que yo sabía que ese dedo no se podía salvar. Era la mejor opción para que no se infectase, a lo que el asustado al ver su sangre, un dedo colgando y a mí con un cuchillo, se intenta escapar. Consigue abrir la puerta de madera de la casa, pero antes de dar dos pasos más, se tropieza con una maceta del jardín y no consigue llegar a las puertas de metal. Antes de que yo le cogiera, se me nubló la mente y en ese instante la única opción que veo es clavarle el cuchillo. Veo como acabo encharcado en sus lágrimas de sangre, hasta que el corazón deja de latir. Varios meses después me dispongo, en la época de recolecta, a recoger la cosecha de este año, año en el que la producción se había disparado demasiado, pero noto que no todo va bien cuando mis ojos me empiezan a fallar. Se me nubla la mirada y me los froto con intensidad. Puedo ver que los pimientos empiezan a presentar verrugas y algún que otro pelo blanquecino grisáceo. Todo estaba en mi cabeza. Sabía que era él,

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el cuerpo del hombre que había estado todos estos meses abonando mi cultivo, abonando las semillas.

Alejandro Egido Egido

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AITANA GIL RODRÍGUEZ 1º A

EL MÚSICO DE LANROUSSE Esta historia carece de sentido alguno y se me acusaría de enajenado, si no lo reconociese. Por suerte, nada de eso va a pasar. Mi mente no sufre desvarío alguno. Quizás tan solo busco la manera de calmar mi conciencia. El crimen que cometí me tiene atormentado de tal manera, que alguna que otra vez, se me ha presentado la idea de suicidio como la única manera de poner fin a esa serie de pensamientos perturbadores que apenas me dejan conciliar el sueño. Incluso, podrían ser enviados por el mismísimo diablo con el único objetivo de torturarme con ellos. Aún así no me definiría a mí mismo como un demente. Claramente, no lo soy. Y dudo que alguien piense tal cosa de mí. Hay una parte de mi ser a la que no le aquejan los remordimientos y, gracias a ella seré perfectamente capaz de contar mi historia. Desde muy joven sentía una inexplicable afición por la música. Con ella, la vida parecía mucho más fácil y soportable, conseguía que mi mente y mi cuerpo estuviesen en una calma casi indescriptible. Toda mi familia detestaba mi gusto por la música, con la única excepción de mi hermano menor. Al cumplir los dieciocho, no tardé en irme de casa. Durante los primeros meses de estancia en mi nuevo hogar, ni una sola vez recibí una visita de mi querida familia. De pronto, una mañana sin previo aviso, oí un ruido que provenía del timbre de la casa. Detrás de la puerta aguardaba un joven con ojos color miel, pelo castaño con reflejos dorados y un perceptible olor a vainilla. No tuve ninguna duda de que se trataba de mi hermano. Solamente traía consigo un estuche de guitarra. Me expresó sus intenciones de instalarse en mi casa. Como es de esperar, acepté su petición. Durante las semanas siguientes, me llegaron algunas cartas y muchas de ellas provenían de la misma dirección. Las cartas más hostiles y amenazantes eran para mí, el resto para mi hermano. Esperé a que volviera a casa para dárselas. Pasábamos todas las tardes juntos: Yo tocando el piano y él acompañándome con su guitarra. Me gustaba pasar tiempo con él. No teníamos por qué hablar y eso me resultaba reconfortante, porque nunca se me dio demasiado bien hacerlo. Cada jueves por la noche, iba a tocar el piano a la cafetería Lanrousse, para los clientes. No me pagaban mucho dinero, pero me bastaba para cubrir mis gastos. Allí me sentía genial, imparable, como si en ese lugar todo fuese posible. Por el aniversario del café el dueño me invitó a tocar: Podía hacerlo solo o acompañado y cobraría una gran suma de dinero por ello, puesto que se preveía que mucha gente acudiese ese día al evento. Tal y como se esperaba, casi todo el vecindario asistió. El café estaba repleto de gente. Por suerte para mí, mi hermano accedió a tocar conmigo. 4


Un hombre entró y se sentó entre el público, se trataba de nuestro padre. En ese momento en mi mente se formaron miles de preguntas. Tomé la mano de mi hermano antes de salir para calmar mis nervios. No pude evitar mirarlo varias veces durante nuestra actuación, pero él, sin embargo, en ningún momento me miró a mí. Cuando acabó la actuación, se dirigió con pasos firmes al escenario y se mostró orgulloso de mi hermano dándole la enhorabuena y este le respondió que sin mi talento con el piano no habría salido tan bien, pero sus esfuerzos por darme reconocimiento fueron inútiles, porque nuestro padre decidió ignorar sus palabras al igual que a mí. Un enorme nudo lleno de rabia y frustración se formaron en mi garganta. Salí del establecimiento y me fui a casa. Fue en ese momento de completa soledad cuando hallé la solución a mi desgracia. Matar. Matar era sin duda la única solución. Aguardé a que llegara la noche y, con ella mi hermano. Vimos una película y se quedó dormido sentado en el sofá. Me levanté sigilosamente. Cogí la guitarra y le di un fuerte golpe en la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Después quité dos de sus cuerdas y lo ahorqué. Empecé a pensar qué hacer con el cadáver. Al final decidí descuartizarlo y ocultar sus manos en el interior de la guitarra y el resto del cuerpo en el interior de mi piano de cola. Una vez escondidos sus restos, me dispuse a irme a la cama. No pude dormir esa noche, debí suponerlo. Había pasado totalmente desapercibido para mí, que el día siguiente del asesinato era el cumpleaños de mi hermano. Me di cuenta en el momento, en que mis padres que no habían venido a visitarme antes, aparecieron en mi puerta con regalos y una tarta casera que, por supuesto, no era para mí. Actué con normalidad. Les dije que se había ido de viaje con unos amigos para celebrar su cumpleaños. A pesar de que se lo creyeron, insistieron en querer pasar. Les puse té con pastas. Mi padre siguió sin dirigirme la mirada, pero, sin embargo, mi madre se mostró amable y comprensiva. Todo iba a la perfección, ninguno de los presentes sospechaba nada, hasta que se me ocurrió la estúpida idea de decir que en esta ciudad hay muy buena música. Y me levanté para para tocar las teclas de mi piano. Estas no sonaban porque el cuerpo descuartizado de mi hermano les impedía hacerlo. Empecé a escuchar al cabo de un rato un sonido muy fuerte, tan fuerte que estaba seguro de que los demás también lo oían. Era la guitarra. La guitarra donde estaban las manos de su dueño. La misma melodía que él utilizó para acompañarme en varias ocasiones. No pude soportarlo más. -

¡Yo, yo lo hice! ¡Lo maté! – grité- ¡Mirad dentro de la guitarra! ¡Ahí están las manos que solían tocarlo!

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POLVO

Permítanme no ensuciar el apellido de mi familia. He de hacer la limpieza de todas las semanas sin derramar un líquido permanente sobre el suelo, ya que esas manchas son difíciles de quitar, por eso acostumbro a poner una base de papel grueso sobre el frío suelo de piedra. Mi gato y yo somos los únicos que vivimos en esta casa alejada de la ciudad, pero cerca de las personas. Hoy es un día muy reluciente, por suerte no llueve, tengo que ir al mercado y hacer una visita. Ya en el mercado me llama al teléfono la persona a quién haría la visita más tarde. -

Buenos días, ¿podría ir yo esta tarde a tu casa? *me dice* Me ha surgido un inconveniente. Sí, no te preocupes. *Respondo tranquila y cuelgo aquella llamada*

Acabo de llegar a casa y, mi gato negro como el carbón, se me acerca a acariciarme los tobillos como hace siempre que vuelvo a casa. Le doy de comer y miro el reloj y veo que aún es pronto así que decido limpiar un poco la casa antes de que llegue la visita. Me gusta presumir de la limpieza de mi casa. Soy yo la que limpia, no dejo a nadie que me la limpie o que me la ensucie demasiado sino, me enfado. Soy muy cuidadosa con ello. La primera y última vez que una muchacha vino a ayudarme a limpiar porque me hice daño en la pierna, no se la volvió a ver el pelo ni en mi casa ni en ningún sitio; de hecho, al que espero es a su padre. Suena el timbre y yo me preparo, me dirijo a la puerta y la abro. Por alguna razón se me ponen los pelos de punta al ver a dos agentes de policía con mi esperada visita, pero me intento tranquilizar para no causar sospecha. -

Pasen. *Les digo muy amablemente y me aparto para dejarles entrar* Espero que no te importe que les haya traído, van a venir a revisar la casa, ya que fue el último sitio donde estuvo mi hija.

Hago un gesto dando a entender que pueden revisar mi casa, pero antes les pido que se pongan unos guantes. Ellos ante la petición y, por mí fama de “loca de la limpieza”, acceden sin decir nada. Empiezan a dar vueltas por la casa sin obtener ningún resultado hasta que uno de los agentes se percata de una puerta blanca diferente del resto y decide entrar. Al entrar a aquella habitación, ve un pequeño cofre negro con una descripción: “Aquí descansa mi fiel compañero”. Al levantar la vista ve una cortina, la corre y enfrente de sus ojos hay un ataúd de cristal con una mujer dentro. Mi visita al ver el cuerpo dice: “Esta no es mi hija. ¿Dónde está?” Al pronunciar eso le digo: “Bienvenido a casa papá, ha pasado tiempo. Esa mujer lo dejó todo lleno de polvo y yo lo arreglé.”

SOFÍA LAFORA SANZ

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ESPERO VUESTRA PRÓXIMA VISITA

Desde que era pequeño, siempre oí hablar de historias de fantasmas. Algunos familiares contaban anécdotas sobre sucesos extraños que les pasaban. Sinceramente, nunca presté mucha atención, ni creí en ello. A pesar de eso, me daba miedo oír hablar de aquellos temas. Se me erizaba la piel de tan solo pensarlo. Esta era una de las razones por las que no le prestaba atención. Después de todo, son simples tonterías sin sentido. Si mis nietas oyeran hablar de dichos temas, tampoco se lo creerían. Ellas dos son muy listas para caer en semejantes tonterías. Ya lo creo, listísimas, a pesar de ser tan jóvenes. La mayor se llama Erika y tiene trece años. Cuando tenía cinco siempre la llevaba a dar paseos por el parque, bueno, más bien me llevaba ella a mí. Ya que siempre fue una niña muy enérgica y amable. Yo con los años cada vez estoy más débil y cansado, pero siempre me acaban dando ese empujón de energía entre las dos. La pequeña de nueve años, se llama Rocío. Se lleva genial con su hermana y lo comparten todo. Parecen dos gotas de agua, las dos morenas de pelo rizado, ojos verdes, sonrisa radiante. Dos solecillos encantadores, sigo teniendo colgados en la nevera los dibujos que me regalaron. Ya que desde hace tiempo no me traen ninguno. En concreto dejaron de venir hace un mes. De todas formas, ya no tengo la energía que tenía antes para poder levantarlas y jugar con ellas “a que son hadas”. Por levantar, ahora me cuesta hasta levantar un vaso. Con estos brazos tan débiles, casi ya ni siento lo que toco. Hace poco escuché ruidos en la casa y me hicieron darme cuenta de que si alguien llegara a entrar e intentar hacerme daño ya no tendría fuerzas para defenderme. Después de todo, vivo solo y mi hijo no vuelve a visitarme. Solo quiero volver a ver a mis nietas de nuevo. Verlas y jugar con ellas, tener a alguien con quien hablar, solo estamos yo, sus dibujos, y ese sonido. Ese fastidioso sonido proveniente de ningún lado. Llevo horas dando vueltas por la casa tratando de encontrarlo. Casi no me mantengo en pie, estoy cansado, ya no tengo edad para estas cosas. Si tan solo se callase... A estas alturas llegué a pensar en la posibilidad de la existencia de fantasmas. Creo que me estoy volviendo loco. ¡Qué estupidez! Lo último que escuché fue el sonido de la cerradura de la puerta. Tal vez todo provenga de mi cabeza. El estar tan cansado me está afectando. Traté de calmarme bebiendo un vaso de agua, pero ni eso podía hacer. Mis manos débiles y frías solo me dificultan las cosas. Tampoco ayuda que mi cabeza me haga imaginar más sonidos, puertas, pasos. El vaso se volcó en un intento de agarrarlo. Este rodó por la mesa y cayó al suelo rompiéndose. Durante un segundo todos los sonidos

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se calmaron. Un silencio escaso que rompió con un grito. Me sobresalté. Al girarme, vi de donde procedía aquel grito. Era de mi hijo. Debió abrir la cerradura, mientras yo me volvía loco pensando en fantasmas. Nunca me sentí tan estúpido, ¿cómo pude llegar a pensar en semejante barbaridad? Lo que aún no entendía era la razón de aquel grito. ¿Fue por el sonido del vaso? Él estaba en la cocina cuando yo lo tiré. Él me vio volcar el vaso y traté de preguntarle, pero me ignoró. Pasó frente a mí y actuó como si yo no existiera, como si nunca me hubiera visto tirar aquel vaso, como si el propio vaso se hubiera caído solo por arte de magia. Como si lo hubiera tirado un fantasma. Tal vez sí hay un fantasma en la casa. Uno débil, frío y que añora a sus nietas.

INÉS WIEDLOCHA OSIECKA

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Mi amigo Me encontraba en la inmensa oscuridad. Una voz me palpitaba en mi cabeza, desde hace tiempo. Llevaba días y días sin saber cómo comportarme. Dentro de mi fallaba algo. Así le conocí .Dentro no solo había una voz, si no también otra persona: con altura, pelo o incluso ojos distintos. No tenía tan seguro que le vieran los Demas. Llevaba encerrado aquí desde hacía mucho. No sabía el tiempo exacto, pero sabía que mucho tiempo. No veía la luz del sol y mi piel estaba tan pálida que parecía un fantasma. Los doctores me había ducho mucho tiempo atrás, que me darían el alta, pero desde que mi amigo apareció y desde aquel suceso, me encerraron en esta habitación, sin casi nada, solo un colchón. Todavía puedo recordar el suceso: los gritos y sollozos de los enfermeros, médicos y visitantes. Después de aquello, la comida sabia diferente, pero, normalmente, no me la como, aunque sé que podría morir de hambre. Mi único entretenimiento es mi amigo. Cada vez que me rio con él y, si cerca están los médicos, se van corriendo a avisar a algún doctor. Ellos vienen y me ponen en una cama, me atan y me empiezan a dar escalofríos por todo el cuerpo. Mi parte favorita es cuando esa electricidad me recorre todo el cuerpo, aunque la hora del baño tampoco esta tan mal. El agua o está muy fría o muy caliente. En esos momentos mi amigo me sustituye. A veces sale al exterior y me cuenta que ha visto el sol, la luna y las estrellas, como hacen los animales, el sonido del viento y como es el mar. Siempre me cuenta anécdotas sobre el mundo. Pero muchas veces él quiere que lo vea yo mismo, y yo ya le he dicho que los doctores no me dejan salir. Ninguno entendemos pno volvi a ver a la enfermera.Me enfadé con mi amigo, porque por eso me encerraron aquí, aunque ya le perdoné. No es su culpa. Ayer, mi amigo me dijo que es muy listo y me dijo que, si quemamos la habitación, saldríamos y podríamos ver mundo. Yo solo le hace caso a él, es el único en el que confió. Cuando los médicos o enfermeros me vengan a salvar, yo empezare a morderles los cuellos, las orejas y con el tenedor me defenderé de sus posibles agresiones. Si que lo hare, quiero ver mundo. Después, correré por todo el pasillo y mi amigo me guiara hacia la salida. Entonces, notare el sol o la luna y correremos muy lejos para no volver aquí. Se abrió la puerta, cogí una cerilla y en la otra mano el tenedor, mi amigo dice que lo hará mejor el, así que yo me protejo, mientras él hace todo y nos saca fuera. No puedo verlo. Cuando el me sustituye es como si yo durmiera y no puedo ver qué pasa. Cuando mi amigo me deja salir de nuevo, yo noto claridad. Al abrir los ojos veo el sol ardiente. Me paro unos segundos, al girarme veo correr a mucha gente detrás de mí. Algunos tienen miedo, se les puede notar. Mi amigo me dice que corra y yo le hago caso. No nos atraparan. Noto el aire, los preciosos sonidos de la naturaleza, veo el mundo. Después de correr, nos paramos en el acantilado. No

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nos podemos mover, nos tienen rodeados y puedo ver el mar. Mi amigo dice que salte, que así toda ira mejor, que seré libre y yo le hago caso. De repente veo oscuridad, no puedo mover el cuerpo y mi amigo ya no me habla. Estoy de nuevo en la habitación a oscuras, me duele la cabeza. Pero aun así estoy feliz, pude ver el mundo.

Julia Luengo 1A.R

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WONDERWALL

La ventana

Mi canción favorita, cómo no. No podía faltar en una tarde soleada de primavera, reproduciéndose mi playlist de mis artistas favoritos como Oasis, Pink Floyd, The Fray... Había escuchado mil veces esa playlist, y aún no me cansaba, así que hoy no sería una excepción. La luz brillante del sol entraba por la ventana de mi habitación, y creaba un resplandor que recorría mi cama y acababa alumbrándome la cara. Normalmente me hubiese molestado y hubiese acabado bajando la persiana, pero hoy era distinto. Mientras disfrutaba de mi canción, escuché como alguien tocaba la puerta de casa. Por un momento me quedé en silencio, con los ojos cerrados, intentando sacar las fuerzas necesarias para incorporarme e ir abajo a abrir la puerta. Volvió a sonar, y con un soplido, finalmente me levanté y me dirigí a abrirla. No esperaba a nadie, pero no sería la primera vez que me visitaban sin previo aviso. Era algo que me fastidiaba, pero a lo que me estaba empezando a acostumbrar. Finalmente abrí la puerta, mi facción de la cara cambio de forma que mostraba sentimientos extraños. No había nadie, detrás de la puerta no había absolutamente nadie, mire alrededor de la calle. Nada. Cerré la puerta sin darle importancia y me dirigí a la cocina a beber un poco de agua para despejarme la mente. Golpes arriba. Se me cayó el vaso al suelo del susto y empezándome a poner nerviosa, subí a la parte de arriba. Los golpes venían de mi habitación. Entré lentamente. No puede ser. Me había asustado de la manera más tonta. Luke, mi mejor amigo, se encontraba mirándome con esa sonrisa de oreja a oreja que tanto le caracterizaba, y que tanto me gustaba, a través de mi ventana. - Ábreme inútil- dijo Luke, dirigiéndose a mi con cara de broma. - Me has asustado, ya pensaba que me había vuelto loca- Como tardabas demasiado en abrir la puerta, he tenido que optar por llamar a través de tu ventana- me explicó mientras quitaba los cascos de teléfono y dejaba sonar en alto Wonderwall, que seguía sonando. Con aún los nervios de lo ocurrido, Luke se sentó en mi cama, no sé de qué estaba hablando. Lo que sí sé es lo que estaba viendo a través de la 11


ventana, ya que me había parado para cerrarla. Un hombre con la cara blanca y vestido de negro, me miraba desde la ventana de mi vecino, con una sonrisa espeluznante, ésta era parecida a la de Luke, pero no me hacía sentir lo mismo. Sentía pánico y a la vez miedo. - Hasley, ¿me estás escuchando?- Sí, perdóname, creí haber visto algo, pero no es nada- le dije, frotándome los ojos, y dejando de ver esa silueta que me había puesto los pelos de punta. Dejando de lado lo que había visto, me senté al lado de Luke. Me encantaban esos momentos en los que pasábamos juntos la mayor parte de la tarde viendo películas o simplemente hablando de nuestras cosas. Ésta vez fue Insidious, ya habíamos visto esa película, pero nunca fallaba cuando no encontrábamos otra cosa mejor que ver. - Eres idiota, me has asustado - me quejé dándole un pequeño empujón en el hombro a Luke. - Vamos Hasley, hemos visto esta película mil veces, ¿ Cómo te puedes seguir asustando?- me preguntó burlón, devolviéndome el pequeño empujón que anteriormente yo le había dado. Continuamos viendo la película. Golpes. No puede ser, otra vez. Esta vez fue más extraño. Me giré para mirar a Luke, estaba quieto, disfrutando de la película. ¿Sería que no lo había escuchado? Golpes aún más fuertes se escucharon, esta vez, volvían a venir de abajo. Y cómo no, Luke seguía quieto, sin expresión alguna. Me levanté de la cama, con la excusa de que tenía que ir al baño. Luke no le dio importancia y me hizo un gesto con la mano, dándome a entender que volviese rápido para no perderme la película. Salí de la habitación y me dirigí a la parte de abajo. Antes de abrir la puerta, miré por la mirilla. No. No puede ser. Estaba soñando. El hombre. Ese hombre al que había visto ya hace una hora y media, dos aproximadamente, se encontraba en frente de la puerta, mirando por la mirilla, con una sonrisa aún más espeluznante que antes, cómo si supiese que yo también miraba por el agujero de la puerta. Miles de pensamientos se pasaron por mi cabeza. Decidí no abrir y echar el pestillo. Luke, Luke estaba en mi habitación, él no había escuchado nada. ¿Me estaba volviéndo loca? ¿Estaba soñando? Qué importa. Quise no darle importancia. Últimamente había tenido una semana extraña. Subí a la parte de arriba. No. Ahora sí que no. Luke no estaba. En su lugar estaba aquel hombre, en mi cama, riéndose a carcajadas. Esa risa me aterrorizaba.

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Me quedé paralizada en el pasillo, observando a ese hombre, si es que se le podía llamar así. De repente, esa risa dejó de sonar, temía que algo malo iba a ocurrir. El hombre se giró y se me quedó mirando, sin dejar de sonreír. Se levantó de mi cama, y se acercó lentamente hacia mi. No me podía mover, estaba paralizada en el pasillo. Lo peor de todo, Luke. Dónde estaba Luke. Eso ya no importaba. El hombre se encontraba en frente de mí. Sin dejar de sonreír, levantó su mano llena de sangre. Su mano chorreaba de sangre. Miles de pensamientos pasaron por mi cabeza. Sin dejar de mirarme y sonreír, apoyó un dedo sobre mi frente. Grité. Simplemente grité, se me acababa la respiración. La puerta sonó, me incorporé de un salto cogiendo aire, con la respiración acelerada. Wonderwall, sonaba Wonderwall, ya acababa la canción. ¿Estaba soñando? ¿Dónde estaba, dónde estaba el hombre? No había nadie, había aparecido en mi cama de repente, como si todo hubiese sido un mal sueño. La puerta sonaba. Esta vez miré por la ventana de mi habitación, había empezado a llover. Una figura familiar se encontraba en la puerta de casa. Luke. Suspiré y bajé corriendo a abrirle. No le dejé terminar de saludarme cuando le abrazé fuerte. Él no entendía qué pasaba, pero me devolvió el abrazo, y pasamos al salón. Todo había sido un sueño, o eso me parecía. Me sentía mareada. No sabía que era lo que acababa de ocurrir. Pero estaba con Luke. Estaba a salvo, o eso quería pensar, no le di importancia.

Anónimo

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Alba Pérez Vera

Rostro de Póker Cara seria, sin demostrar emoción alguna, así eran todos los días desde hace tiempo atrás. Mi vida, a pesar de lo que pueda parecer, no era nada monótona. Cada día era distinto al anterior. Cada respiración era distinta a la anterior. Cada cara era distinta a la anterior. Mi día a día se había convertido en esto: mirar al dealer repartir y observar las expresiones de cada persona al levantar sus cartas. Había gente que no sabía disimular, otras sí, pero ninguna persona a día de hoy ha podido superarme, ni lo hará. No dejaré que eso suceda. Durante días he estado entrenándome para no demostrar ningún tipo de emoción, hasta tal punto que casi ni puedo sentirlas. Me niego a dejar ni por un mínimo instante a que mis rivales sepan o puedan deducir lo que pienso. Me niego. Al principio, todo había sido un hobbie, algo para pasar el rato sin pensar en lo que pasaba fuera de la partida. Pero, poco a poco, todo se convirtió en más que un simple pasatiempo. Ahora esto es mi vida. El dealer empezó a barajear las cartas y seguido empezó a repartirlas por la izquierda; dejando dos cartas ocultas para cada jugador, aunque, cuando llego a la persona situada a mi lado, su movimiento de mano fue distinto a los anteriores y cogió la carta puesta en quinta posición. Para cualquier persona ese movimiento habría sido secundario, algo que pasara desapercibido. Para mí no lo fue. Levanté la vista y ví las miradas que compartieron el dealer y el jugador, sabía que estaba trucado. Sin embargo, no dije nada y simplemente observé. Observé cómo el dealer se giraba en mi dirección para repartir me y cómo mi oponente curvaba ligeramente la comisura de su boca. Ese fue su primer error. Fue su primer error, porque a pesar de que podrían pensar que ese gesto fue por buena suerte o porque estaba confiado de sí mismo, ese levantamiento formando esa sonrisilla que tuvo en su rostro durante apenas un segundo eran de superioridad, de que pasara lo que pasara nos iba a ganar. ¡Qué pena que fuera mi rival!, ¡Qué pena qué hubiera elegido ese día y esa hora para jugar!, ¡Qué pena que le hubiera pillado! Pronto el dealer terminó de repartir y empezaron las apuestas. Vi cómo la persona situada a mi lado mostró falsamente un poco de inseguridad 14


para, seguido, apostar más de la mitad de sus fichas. Yo sabía que estaba actuando, pero también sabía que sus cartas eran de un valor superior a las mías, lo sabía por como sujetaba sus cartas; con el dedo índice situado en la tercera carta sin ni siquiera un leve temblor, casi como si fuera un cirujano haciendo su operación más importante y riesgosa. Decidí no apostar nada de valor y esto levantó sus sospechas hacía mí. El resto de personas sin darse cuenta de nada a su alrededor apostaron, en su mayoría, como su la vida les fuera en ello. Evidentemente, y como pensaba, él se llevó todas las ganancias apostadas por lo que procedí a mi plan de emergencia para guardar las cartas más valiosas en mi manga. Tire “accidentalmente” un par de botellas al suelo y, aprovechando la distracción, cometí mi operación. Seguido, me fijé en las cartas de mis oponentes memorizándolas y sabiendo en qué posición fueron dejadas desde el principio hasta el final de la baraja. Cuando por fin continuó la partida, conté cuántos movimientos de mano hacía el dealer y cuántas cartas eran movidas. Después, procedí a observar y contar. Esta vez apenas noté nada, apenas porque nuevamente al llegar a la persona a mi lado, vi cómo hizo otro movimiento raro a la hora de repartir y cómo algo brillaba dentro de su chaqueta negra. Un espejo que era casi inapreciable a la vista a menos que supieras que estaba ahí. De esta forma el tramposo podría observar las cartas de sus rivales. Incluyendo las mías. Todo me empezó a cuadrar, sobre todo, él porque había sospechado de mí cuando no había apostado nada a pesar de mis buenas cartas. En el momento en que vi cómo dirigía si vista a sus cartas procedí a hacer el cambio. Todo salió tal y como lo había planeado y para su desgracia sabía que esta vez le iba a ganar. Me fijé y vi cómo hizo prácticamente lo mismo que la partida anterior, demostraba inseguridad para seguido apostar la mayoría de sus fichas como el resto de oponentes. Como me quedé para el final, aposté todo lo que tenía y aprecié de reojo como su boca se abrió levemente al mismo tiempo que sus ojos demostraban sorpresa. Al enseñar las cartas evidentemente y como había pensado, gané y vi en su expresión una furia contenida apretando su mandíbula hasta tal punto que una vena parecía que le fuera a explotar. Después de recoger las fichas, me incliné ligeramente como reverencia a mis rivales y miré al dealer y al impostor con una mini sonrisilla parecida a la que había puesto en la anterior ronda el impostor a la vez que guiñé el 15


ojo y miraba en dirección al espejo. Vi este acto cómo les dejó sorprendido justo antes de darme la vuelta y dirigirme a cobrar mi recompensa. En el exterior y paseando por un callejón vi de reojo como esos dos iban detrás de mí con un aspecto furioso y algo filoso en sus manos. Metí la mano en mi bolsillo sacando una casta de joker y mostrándosela. Demostraron una especia de risa burlándose, así que sin pensarlo mucho la lancé acabando con la vida del falso dealer. La metí otra vez en el bolsillo para coger otra, mientras el tramposo intentaba huir más no lo consiguió. Lentamente me giré y continúe con mi camino sin ninguna expresión en mi rostro y sorprendentemente para algunos, sin sentir nada. Únicamente con mis manos metidas en los bolsillos y una expresión de póker en mi rostro.

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Julia Pytlowska

EL CUADRO Me siento bastante afortunado de tener un mueso tan extravagante en la ciudad. Un museo tranquilo, al que poder ir a relajarte y admirar cada obra por varios minutos. Hace unos años y también de niño mi pasatiempo favorito era pasarme a admirarlo cada día, cada tarde, cada minuto que podía y pasar mirando rápido todas las obras que analizaba cada día, todas menos una, un cuadro situado en el pasillo 13 mucho más interesante que todos los demás. La primera vez que vi, me dieron dolores de cabeza e intenté evitarlo con cada sentido de mi cuerpo. Sinceramente no sé por qué hacía algo tan absurdo, si luego me quedaba pensando en él las todas las noches. La vez que me pare a mirarlo detenidamente me di cuenta de lo hermosa que era en realidad: con sus colores tibios y el contraste que hacían con un amarillo lima en las luces. Jamás hubo un cuadro tan ilustre que me hiciera pensar que todas las demás obras no tenían ningún sentido. Deje mi trabajo y me mude de casa con tal de estar más cerca de ese cuadro y poder admirarlo por más tiempo, por más horas. Ahora vivía en un piso demasiado amplio para mí y demasiado caro, pero gracias a insistir mucho pude empezar a trabajar de guardia en aquel museo situado en el centro de la ciudad. Cada día podía despertarme por la mañana he ir a trabajar a ese museo, vigilando algunos pasillos hasta que por fin me tocaba el pasillo 13 y no hacer nada más que mirarlo, esos colores etc. Me sentía más feliz que nunca con solo estar cerca de él y no tener que pensar en nada más. Aun así, el ambiente era muy pesado, de alguna manera todos los demás cuadros me empezaron a parecer irritantes e innecesarios ¿para que los querían? Solo ocupan espacio y eran irrelevantes siempre y cuando existiera ese cuadro tan hermoso. No entiendo por qué, pero empezaba odiar un poco aquel museo tan maravilloso que visitaba cada día de mi vida, empezaba a odiar no solo las demás obras si no también el ambiente y los pasillos. Todo me parecía horrible, pero ese cuadro al menos alegraba cada día de mi vida.

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A veces, otros guardias me llamaban la atención y era frustrante pero lo que más rabia me daba eran los domingos. Esos horribles días en los que no podía hacer absolutamente nada y apenas dormía o comía. Nada tenía sentido esos días. Un domingo ya no aguanté más y tuve que rescatar de alguna manera el cuadro de ese museo tan odioso. Ese día no había visitas y por la noche solo unos cuantos guardias, así que no me pareció muy difícil conseguirlo, casi ni utilicé luz porque me sabía cada rincón de memoria y así las cámaras no me detectarían. A la mañana siguiente ya lo tenía en casa, era algo que debía de haber hecho hace muchísimo tiempo, esas personas tenían tan poco aprecio por este cuadro que casi ni se percataron de que ya no estaba. Era demasiado feliz, esa semana no fui al trabajo, aunque me hiciera parecer sospechoso y ya habían empezado a buscar culpables. La gente era demasiado molesta y además muchas personas seguían yendo al museo aun faltando el único cuadro bueno en todo el lugar. Yo era feliz sí, pero había cosas que me seguían incomodando y no me dejaban tranquilo: la ignorancia, las personas, las calles, los pasillos, las demás obras y en general todo lo que tuviera que ver con ese horrible museo. Tenía que destruirlo todo, todo era completamente innecesario. Mi plan era incendiar de laguna manera el museo, rellené una botella de agua de alcohol y, mientras me paseaba por cada zona esparcía un poco alrededor. Acabé rápidamente de poner en cada rincón y mi segundo paso era correr por todo el edificio tirando cerillas e incendiándolo poco a poco todo. La gente me vio, pero estaban ocupados corriendo y bullendo de las llamas sin saber cuál era la salida. Por desgracia empezaron a funcionar las bombas de incendio y vinieron policías y bomberos. Me subí a lo alto del edificio. Ya nada tenía sentido, cuadros y personas se salvaron del incendio y yo iba a ser arrestado sin poder ver nunca más aquel hermoso cuadro que tanto añoraba.

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