LA PRIMERA FOTOGRAFÍA DEL MUNDO
ALDÁN
Muchas veces el hombre sueña con abrir una ventana a otras épocas y contemplar
con sus ojos lo que el tiempo ha borrado. Es la fascinación de lo irrecuperable. Del instante que al pasar se desvanece como si nunca hubiese existido, evaporándose en rumor, junto a todo lo incierto. Nadie puede saber ya cómo eran realmente Julio César o Platón, Beethoven o Napoleón, hoy reducidos a biografías, pero las personas concretas que fueron, alejadas del mito, con su intimidad y sus desvelos, existieron, y por inverosímiles o fabulosas que hoy resulten su época o sus gestas, ocupamos los mismos lugares en que fueron ciertas.
H
ubo un tiempo, no hace mucho, en que el mar era sólo un sueño para quienes vivían tierra adentro. En que para ver qué había al otro lado del horizonte había que andar hasta él, y cruzarlo. Los pueblos enterraban a sus reyes sin saber cómo habían sido, y se contentaban imaginándolos a partir de retratos o canciones. Todo lo que escapaba a la experiencia se representaba, y la vida se fundaba así más en la subjetividad y la creencia que en la objetividad y la ciencia, humanizando de algún modo la visión del mundo. Saber cómo eran las cosas requería estar en su presencia. Las regiones lejanas, las fuentes de los grandes ríos o el corazón de las selvas, guardaban para sí su aspecto, visible sólo al que se adentrara en ellas y oculto de nuevo cuando partía y lo traducía a un relato o un recuerdo. Con la historia ocurría lo mismo. Nadie podía conocer el rostro de sus antepasados o el aspecto de otras épocas más que echando mano de la imaginación, la pintura o la literatura. Todo lo ocurrido en el mundo se perdía en la corriente del pasado sin medio de retenerlo. La historia y la geografía imponían límites al hombre, preservando la originalidad y superioridad del mundo frente a la imagen que aquél iba forjando de él. «La resistencia de la materia aún prevalecía sobre la voluntad humana» (ZWEIG, 2002). Hasta que llegó la fotografía. Por primera vez, la realidad tal como se aparece a la vista podía ser capturada, es decir, reproducida –no representada– ya que era la propia naturaleza la que se reflejaba a sí misma –por medio de la luz que emitía– en un espejo, un espejo a prueba de tiempo. Las primeras fotografías se remontan al siglo XIX, por eso antes de él no tenemos idea precisa de cómo eran las cosas, y todos los que vivieron allí se han perdido en el borrador del pasado, quedando sólo retratados por esa larga memoria iconográfica que llamamos Historia del arte. 34
Las primeras fotografías son pues para nosotros, hoy, la única ventana fidedigna a ese mundo invisible que nos precedió. Son la única prueba visual que nos queda de él, dando cuerpo y realidad actuales a la fantasmagoría del pasado. Así, la fotografía crea un antes y un después en la historia: a partir de ella la película de la humanidad empieza a grabarse, a registrarse visualmente. Antes de ella se ha perdido. Así lo expresa Rolland Barthes en su deslumbrante libro La cámara lúcida (1989): «Quizá tengamos una resistencia invencible a creer en el pasado, en la Historia, como no sea en forma de mito. La Fotografía, por vez primera, hace cesar tal resistencia: el pasado es desde entonces tan seguro como el presente, lo que se ve en el papel es tan seguro como lo que se toca. Es el advenimiento de la Fotografía, y no, como se ha dicho, el del cine, lo que divide a la historia del mundo»1. Si hubiese fotos de la Antigüedad hoy podríamos saber cómo fue realmente Troya, el coloso de Rodas o la biblioteca de Alejandría. ¿Quién sabe si podríamos ver la ciudad que inspiró la Atlántida? De los tiempos de la piratería, fabulados por la literatura y el cine, veríamos sus auténticos galeones, sus puertos y sus islas, primitivas y vírgenes. Ante el retrato de Napoleón sabríamos la impresión que hoy nos causaría su rostro, y ante el de Julio César veríamos por fin, encarnado, el sueño siempre evocado de Roma. Igual que hoy vemos fotos de Nueva York veríamos sus calles llenas de vehículos, el Coliseo en su esplendor, y el trajín urbano de los romanos inmortalizados en la instantánea.
1 R. BARTHES, La cámara lúcida, Paidós, Barcelona, 2006, p. 135. Revista Atticus CUATRO