LIDIA DALEFFE
En Memoria de
(14 de febrero 1943-22 de agosto de 2015)
Queridxs amigxs y compañerxs: A un mes de su desaparición física, puedo decir que la despedida de Lidia no deja sólo sensaciones de pérdida y tristeza, pese a que éstas sean inevitables y necesarias. Los ejercicios de la memoria, especialmente cuando son intersubjetivos, colectivos, posibilitan que la despedida sea también ocasión de una sanadora recuperación y valoración de una experiencia de vida proyectada hacia el futuro. De hecho, de manera totalmente espontánea, con una rapidez y en cantidades inesperadas, recibí una gran cantidad de mensajes de pesar, solidaridad y emocionado recuerdo, cuyo valor excede lo sentimental. Espero poder, más adelante, ordenar, completar y acompañar con algunas fotografías todo ese material. Por ahora, al mes del fallecimiento, quiero adelantar y compartir, porque resultan especialmente significativas, palabras que enviaron compañeros que conocieron y comenzaron a querer a Lidia (“Laura”, como la llamaban allá lejos y hace tiempo) en Lisboa, durante la “Revolución de los claveles”. También Lidia los quiso desde entonces, y siempre estuvieron presentes en su recuerdo y su cariño. Querida e inolvidable Lidia: ¡Hasta el socialismo, siempre! Aldo Casas, 22 de septiembre de 2015
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Desde Portugal: Aldo, querido amigo y compañero, Supe por un mensaje de Nora la triste noticia de la muerte de Lidia. Después leí tu conmovedor adiós, a la que fue compañera de tu vida y madre de tus hijos. Y me acordé de cómo fue Lidia un poco una segunda madre también para decenas de nosotros, y vos un segundo padre. Teníamos, de los libros, alguna vaga idea de lo que sería el internacionalismo. Después vino la revolución y los vimos a Gerry Foley y a Hugo Blanco, que venían, que se interesaban, que preguntaban y que opinaban. Eso nos pareció bien, y estaba bien.
Lidia y Aldo, 1966 Portugal, 1976
Pero después vinieron ustedes, vos y Lidia, con Huguito, que creo que aún ni hablaba, acamparon entre nosotros, se dispusieron a compartir nuestras vidas, a compartir esa revolución que parecía nuestra, por esta casualidad de eclodir en donde vivíamos. Se arremangaron y se pusieron a trabajar con un grupo de teenagers, lo que parecería una apuesta insensata para cualquiera en su sano juicio. Pero ustedes, con ese sano juicio de saber que las revoluciones producen prodigios, enseñaron a estos teenagers como se nada en la corriente de una revolución, no siempre con la corriente, pero siempre buscando orientarnos en el entramado de sus contradicciones. A algunos, nos dejaron un sentido y un para qué que habría de acompañarnos más allá del final de la revolución, durante toda la vida. A algunos, también nos inspiraron a imitarlos y a buscar en otros países y en otros momentos ese olor irresistible que nos había quedado de la revolución de los claveles. No era cualquier cosa, inspirarnos a todo eso. Sí, claro, buscábamos volver a vivir otras revoluciones, después de haber esperado que la “semente, nalgum canto do jardim” floreciese en una nueva primavera, y después de haberse hecho demasiado larga la espera. Pero eso habría sido simple romanticismo, incapaz de inspirar decisiones prácticas, de no tener en la memoria el ejemplo que nos habían dado ustedes y de no haber tenido la fantasía algo pretensiosa de querer imitar ese ejemplo. Me acuerdo de como ustedes se instalaron primero en una casa cerca de Areeiro, que funcionaba informalmente como un segundo centro de nuestra actividad. Me acuerdo de cómo trabajábamos ahí para hacer el periódico, y de cómo fui a esa casa a rendir cuentas de la retomada del local de Saldanha, que un grupo de mercenarios 3
había ocupado, y que nosotros fuimos a recuperar (eso está, de paso, muy bien ficcionado en un librito que publicó hace poco Luís Leiria). Me acuerdo de como ustedes pasaron después a vivir en una parte de la editora Divul, que también se volvió un segundo centro y supuestamente debería mantenerse secreto para la militancia común. Me acuerdo de cómo nuestra inexperiencia y despelote fueron convirtiendo esa casa en un secreto de Polichinelo. Creo que ahí estaban cuando nació Diego y cuando nos visitó Moreno. Me acuerdo de cómo, en la noche del 25 de noviembre, me quedé durmiendo ahí, porque había estado de sitio y toque de queda. En los 40 años que se siguieron, sería imposible que no hubiésemos tenido diferencias. ¡Cuántas tuvimos, y qué grandes, con cuántos compañeros de esos tiempos, y cómo nos alejaron de algunos para siempre! Lo extraordinario es como, con ustedes, siempre hubo después de cada uno de esos alejamientos, la voluntad de retomar el contacto. Por mi parte, esa voluntad siempre venía de estar seguro de encontrarlos luchando. Al perderla a Lidia, al perderla todos nosotros, nos damos cuenta de que ahora ya no la encontraremos luchando, más que en nuestra memoria.
Lidia, 1977 Grecia, 1981
Tengo un escalofrío, cuando miro hacia atrás y me doy cuenta de cómo ustedes compartieron los sacrificios de la militancia en Portugal, los riesgos que siempre hay en situaciones tan volátiles y que el golpe reciente de Pinochet nos agitaba delante de las narices; y especialmente tengo ese escalofrío cuando me acuerdo de que sacrificaban mucho más ustedes, que habían dejado otra vida a un océano de distancia; y que arriesgaban mucho más ustedes, porque en una contrarrevolución siempre los militantes extranjeros son los primeros blancos. Y, sin embargo, en ese momento, en nuestra inmadurez, no había entre nosotros la preocupación, y menos que menos un esfuerzo sistemático, para proteger a las dos personas que, todos sabíamos, eran el corazón y el cerebro de aquel colectivo. Queda una justificación, que es también un homenaje: más allá de nuestra inmadurez, eso se explicaba por como ustedes fraternalmente nos hacían olvidar el abismo entre la cualidad militante que traían y la que vinieron a encontrar. Y hasta nos hacían olvidar que tenían un pasaporte distinto: Lidia fue argentina y portuguesa, tan nacionalizada por la revolución de los claveles, que, aun hablando portuñol, nos hacía olvidar que era también argentina. Ella va a vivir en nuestra memoria mientras luchemos, es decir, mientras existamos. Un gran abrazo António Louçã
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Aldo, aquí de lejos, de Lisboa/Portugal, onde conoci tu companheira, te envio mis pêsames, mi solidaridad y mi carinho que nutria e nutro por los dos que en verdad fueran mis primeros maestros, un abrazo. Gil García Sinto muito, Aldo. Vocês foram importantes nas nossas vidas. Vão continuar presentes. Abraço solidário para vocês. Acacio Pinheiro Lidia y Aldo, 1995 2007
Um grande abraço nesta hora triste, Aldo! Ainda consigo ouvir a voz da Lídia (“Laura”) a pôr-nos na ordem para começar alguma reunião: “Empezamos?!” Antonio Simões Do Paço
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Desde Brasil: Querido Aldo, Recebe estas linhas como o meu abraço, meu primeiro mestre em marxismo, meu camarada de luta, meu amigo querido. Só posso te dizer que Lídia foi insubstituível em minha transformação, me ajudou a crescer, e estará sempre presente dentro de mim. Foi uma grande educadora de minha geração. Foi amada e respeitada. Nunca a esquecerei. Valerio Arcary Caro amigo Aldo, 2008 2010
muito difícil escrever nesse momento. Apenas vou repetir o que coloquei no facebook. “Para Valério, Leiria e todos os companheiros que militaram no saudoso PRT e na antiga minoria do SU da IV Internacional! Lidia nos deixou.”
Valeu a pena trabalhar com você e Lidia na Revolução dos Cravos, Aldo. Nesse tempo de convivência com vocês no exílio restou uma amizade para sempre! Tenho muita honra de ter sido discípulo de vocês dois!” Um grande abraço nessa triste hora, Aldo! Enio Buchioni
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