Relato Breve

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Un Palmo y Medio

A su edad no le hacían bien aquellas estrechas escaleras de caracol, pero sabía la ilusión que me hacía subir pegado a su espalda escalón a escalón, cuidando de caernos el uno del otro, agarrados a la barandilla metálica como si de una atracción se tratase, hasta llegar al estudio, cerrado con llave. Abrió la puerta, encendió todas las luces y después de echar un vistazo me dejo pasar. En el estudio siempre se entraba por primera vez, contaba con tantos millones de cosas de tal modo esparcidas que era imposible recordar con exactitud como lo dejaste cuando te fuiste. Los posters de sus películas se alternaban con los recortes de periódicos, los guiones despachados con los guiones que aprovechar, en algún momento llegue atisbar los pechos descubiertos de una mujer en una de las revistas amontonadas por el suelo, poco después discretamente cubierta por una de las figuritas de bronce que utilizaba como pisapapeles. - Estoy bastante seguro de que vi unas hace unos meses por una de las mesillas, tú quédate ahí y no toques nada que te conozco. - ¿Podemos volver ahora a por las zanahorias? - A las zanahorias les queda todavía. - ¡Pero lo verde ya casi me llega hasta la rodilla! - Hasta la rodilla um. - Sí hasta aquí de alto. - Haha, te voy a tomar la palabra. Míralas. Sacó un paquete de tiritas de una de las cajoneras y torpemente comenzó a ponérmela en el dedo. - Au me estás poniendo la pegatina en la herida. - Perdona majo, si es que…al final las cosas que se te hacen más difíciles son las que menos te esperarías. Ala.


- ¿Te han dado algo? - ¿De tus cromos? No me suena, creo que esta semana solo me han mandado discos. Rebuscó entre varios de los periódicos que ya tenía gastados y subrayados y sacó un par de películas todavía cubiertas en plástico. - ¿Te gustan las de tiros? - ¿Está Godzilla? - ¿God qué? - Godzilla la película del dinosaurio. - Ah hijo mío esas cosas ya no las veo. Dejó todo en el estante más cercano y comenzó a apagar las luces. - ¿No te chivarás a tu madre de que te dejado la navaja? - No. Pero me pienso chivar de qué haces trampas en la piscina. - Bueno eso no me preocupa, yo hago trampas en todos sitios, vamos. Bajamos las escaleras cogidos de la mano, cada uno con sus miedos y tembleques y volvimos al jardín. Ya casi caía la tarde y supuse que faltaría poco para que me vinieran a recoger así que trate de acelerar el paso para llegar cuanto antes al huertecillo. Habíamos recogido todos los tomates y la tierra tenía poco más que ofrecer. - ¡Mira ves como salen! - A ver ponte al lado de uno. Firme. Me coloqué frente a una de las zanahorias como un palo, por el rabillo del ojo le miraba agacharse entre respiraciones cortadas y farfulles. Tras unos segundos se incorporó a mi altura con las manos en alto. - ¿Ves esto? Un palmo y tres dedos. - ¿Entonces se pueden sacar? - Esto es lo que mide tu imaginación, créeme que las zanahorias miden mucho menos.


- Pero yo las quiero ya. - Bueno, saca una y vemos. Apresuradamente agarre uno de los tallos y tiré de él hasta desterrar un pedacito de bulbo del que sobresalía un impotente hilillo lleno de tierra. Según lo vi, triste como era, decidí decepcionado meterlo de nuevo, pero lo había roto y ya no había manera de enmendarlo, lo veía en su mirada, poco sorprendida. - No hay nada que hacer, déjalo ahí que se lo coman los pájaros. Si ya te lo digo yo, se vive mejor de la imaginación, aunque ya solo te queden un par de dedos. El sol terminaba de ponerse, ya era hora de volver a casa.


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