Cuento Erase una vez un pueblo lejano de la civilización. Lo bordeaba un inmenso y hermoso río, el cual servía de alimento y diversión de todos aquellos que vivían allí. Quienes lo habitaban habían aprendido el arte de la pesca. Todos los días, muy de madrugada, o a veces en la noche, se reunía un buen grupo de hombres que en sus barcas se adentraba al río con el fin de pescar lo suficiente para comer y poder vender. Era una vida muy tranquila, sin grandes acontecimientos. En medio de esa tranquilidad en que vivía el pueblo existía un hombre de avanzada edad que era el más conocedor del arte de la pesca. Él siempre había afirmado, con base en toda su experiencia y después de pescar tanto, que los peces más pequeños que habitaban en este río eran de ocho centímetros. Todos acataban esta verdad y se dedicaban a pescar, pero el que quisiera constatar esta verdad, siempre se encontraba con la misma respuesta: efectivamente, los peces más pequeños eran de ocho centímetros. Todo transcurría normal en esta población, hasta que un día apareció un joven cuya apariencia hacia pensar que no era de la región. Un día él se animó a pescar con el grupo de hombres del pueblo. De repente, la tranquilidad con que se desarrollaban las labores se vio interrumpida por algo que llamó profundamente la atención todos los pescadores. Con una voz fuerte el joven aclamaba que había atrapado un pez de siete centímetros. Al comienzo nadie lo podía creer, todos murmuraban. El primero en indignarse fue el anciano que siempre había dicho: “en este río los peces más pequeños son de ocho centímetros”. El hombre de avanzada edad fue el primero en alejarse y tras él uno a uno fue haciendo lo mismo. Esto tendría que ser un artificio del joven o una gran mentira, pensaban todos, al punto que intentaron agredirlo y sacarlo del pueblo, pues estaba afectando la tradición casi sagrada que se mantenía allí. Pero el joven con un gran esfuerzo trató de mantener el orden y les enseñó una gran verdad que cambiaría la vida de todos los que vivían en este lugar. Efectivamente había peces de siete centímetros, no era magia, ni mentira, ni ningún tipo de artificio. No se trataba de agredir las tradiciones existentes, pero realmente había una gran verdad detrás de todo. La red con la que el joven pescaba era diferente a la de los demás. Tenía los huecos más pequeños...