Lalai

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Las pocas casas alineadas al borde de una ladera formaban el Ăşltimo poblado de ese lugar. De la casa de Lalai siempre se asomaba una cortina que daba un poco de color y movimiento a la quietud del lugar. Un suave tono rosado apenas amanecĂ­a,celeste durante el dĂ­a y naranja al atardecer.


En ese momento, cuando las estrellas comenzaban a dejarse ver, la sonrisa de Lalai aparecĂ­a por la ventana. La niĂąa estaba atenta a cada detalle.


AsĂ­ fue como una vez vio a una estrella descolgarse de su lugar en el cielo y avanzar sigilosa hacia el horizonte.


Lalai corriรณ y corriรณ hasta perder el aliento. La ventana se fue achicando detrรกs de ella hasta convertirse en un punto lejano y distante. La estrella, como una corona de plata, estaba sentada sobre una flor amarilla.


—¡Hola! —le dijo porque otra cosa no le salió. La estrella titiló. —Me llamo Lalai ¿y vos? La estrella volvió a titilar y así sostuvieron una extraña conversación. Fue un encuentro luminoso. Lalai invitó a la estrella a su casa y ella aceptó.


Entonces Lalai levantรณ delicadamente a la flor y regresรณ hasta que el punto de su ventana se volviรณ a abrir.


Las cortinas relucĂ­an como plata. La estrella, muy oronda, dominaba el mundo desde su trono de flor.


A la mañana siguiente Lalai le mostró a su mamá la estrella dentro de la flor.

A su mamá la flor le pareció bellísima, la plantó en una maceta, la regó, la cuidó… pero a la estrella no la vio.


Cierto atardecer la flor se iluminó por dentro y Lalai supo que la estrella tenía que regresar a su hogar. Entonces, tomó la maceta y se alejó.

Un súbito viento empujó la cortina que ahora de un verde esmeralda se asomaba con fuerza agitando su adiós.


Caminó lentamente hacía el lugar donde se habían encontrado. Cuando llegaron allí un haz de luz bajó del cielo y la estrella fue subiendo altiva y elegante.


Lali le hizo adiรณs con la mano y la estrella titilรณ tres veces y se acomodรณ en su lugar. Ya estaba oscuro cuando Lalai regresรณ con la flor a su casa y la colocรณ en su ventana..


A la mañana siguiente la mamá la despertó diciendo: —¡Mirá Lalai un cielo de estrellas para vos! Lalai se asomó por la ventana y se maravilló. La hermosa flor amarilla se erguía con orgullo en el medio de la maceta repleta de pequeñas flores que, como estrellitas plateadas, esparcían una fragancia delicada por toda la habitación. La cortina de un pálido azul parecía acunarlas.


—¡Vamos a trasplantarlas al jardín para que tengan mucho espacio para crecer! —dijo Lalai saltando sobre la cama.

Y ahí nomás mamá y Lalai se pusieron a trabajar.




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