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Miguel Angel Calderón Solís Adios a Don Ennio

ADIÓS A DON ENNIO

Miguel Ángel Calderón Solís

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EL FECUNDO MAESTRO

Ennio Morricone ha muerto a los 91 años en su natal y muy amada Roma, de la que nunca quiso irse. La complicación de una fractura que había sufrido recientemente se lo ll evó. Todavía el año pasado, ya bien cumplidos sus 90, había hecho su gira de despedida, dando decenas de conciertos e n varias ciudades de Europa. Desde finales de la década de los 50 ya aparecía su nombre como orquest ador o director de música de películas, y en 1961 ya musicaliza su primer filme, y desde entonces no paró. La fam a lo acompañó muy pronto: en 1964, invitado por Sergio Leone, antiguo compañero de la escuela, hace «Por un puñado de dólares» e inauguran el «espagueti western» con éxito rotundo. Un listado de Wikipedia enumera aproximadamente 350 películas en las que participó, ya sea como arreglista, orquestador, director y mayormente como compositor. Hay que agregar sus trabajos para series de TV, documentales, piezas para la radio, y música para campañas publicita rias. Además, se menciona que compuso 15 conciertos para piano, 30 piezas sinfónicas, una ópera e incluso una misa. Morricone ha sido, sin lugar a dudas, el compositor más prolífico del mundo del ci ne. Pero, lo verdaderamente relevante, no es la cantidad -que es abrumadora- sino la calidad que muy frecuentemente es extraordinaria. Pocos compositores, de cualquier género, pueden presumir esa aparente facilida d que Morricone exhibía como creador de melodías elocuentes y novedades armónicas, que perfeccionó de manera notabl e en su larguísima relación con la cinematografía. (En el siguiente enlace he listado 16 piezas de Don Ennio, de lo que más me gusta . Invito atentamente a los probables leedores para que continúen esta lectura haciendo la reproducción: https://www.youtube.com/ watch?v=PYI09PMNazw&list=PLyAb-jEd-vvXrYe_Z9h2syv4OP8dc-gQP )

EL OESTE ES MÁS ACÁ (El bueno, el malo y el feo)

Los tres son buenos, malos y feos cuando se lo proponen. El bueno es desalmado, el mal o es malísimo y el feo es tan guapo como los otros, y también es malo y ambicioso… como los otros. La guerra los ha traído a los tres, desde diferentes rumbos, atraídos por la ambición, como zopilotes jalados por la carnada fresca, la que languidece en prisiones infames o muere sin remedio y sin lágrimas al lado de un camino pedregoso. La tonada de una canción sin tiempo sale de los pechos esqueléti cos de unos prisioneros que no recuerdan donde la aprendieron, pero que la traen pegada con una melancolía que les ha enseñado una vida, muchas vidas que han quedado allá junto a la casa abandonada y que ya no verán. La tona da la repiten labios resecos, ya sin saliva ni esperanza. La guerra también canta en sus gargantas, pe ro ahora lo hace con cierta misericordia, pegada a los flacos costados de los soldados grises. Ya no saben en qué bando luchaban o de parte de quién van a morir y a ser abandonados para pudrirse debajo de unas piedras amontonadas por manos con cos tras de sangre, bajo un sol que calcina cada mota de polvo. Al final, la guerra no tiene bando predilec to. Un prisionero parece cantar también atrás de una venda inmunda y lo que hace es rogar por su vida, implorar a gente sin clemencia, que seguramente no se parará a saber si ha muerto o si sigue vivo. Nada importa. Los tres han acudido a una cita sin aviso, en un panteón sin nombre. Dónde más podrían j untarse. El cementerio tiene su propia plaza central baldía, y en ella el trío hace su da nza de la vida y de la muerte; en ese redondel bordeado por cruces deformes y carcomidas. La muerte vive bajo cada pal mo de terreno, no solamente bajo los montones de tierra esparcidos por todo el cuadro. Empieza ahora el bailoteo de l as miradas, el salto de seis ojos que cuidan a cuatro ojos. Las notas se han transmutado de pronto en una suerte de marcha desbocada, donde zigzaguean los tres pares de ojos, esos ojos que no quieren morirse, que quieren adivinar , que desean saciar su codicia, que ansían salir de ese panteón dejando a los otros en una tumba recién cavada entre el salitre y la tierra mezquina. El ballet tétrico de los ojos que han visto dolor y angustia, y que quizá al guna vez vieron algo de amor, pero ya lo olvidaron. Ahora hay que estar pendientes de lo que importa, de la vida, de unos sac os de monedas bajo uno de esos montículos olvidados por los hombres y también por dios, y que ahora buscan tres hom bres espoleados por la 7 voracidad que ha sido confundida siempre con las ganas de vivir. El ritmo ma rca la marcha de la sangre que inyecta las miradas. Al final -lo que siempre debe pasar en un western- los bala zos que sellan el destino de los que por allí se asomaron, de este trío que vino a una guerra que no es la suya, que vinie ron a pelear contra enemigos que no son los suyos, y que se encontraron en un trío no deseado por ninguno, pues solamente uno ha de vivir para seguir buscando la forma de volver a esa historia que dejaron allá lejos, junto a un campo de maíz o una acequia fresca, y si se puede qué mejor que con oro entre las manos para intentar endulzar los s entidos. Así que no todos saldrán de ese cementerio malvado. Uno será abatido directamente sobre la fosa tan temida, otro sentirá el miedo de resbalar y morir colgado. Mientras el tercero se va, con el botín y la victori a a cuestas, a caballo como debe ser. Y ese fue el bueno, el bueno que es tan malo como los otros, tan malo como todos…

LA BELLEZA VIVE JUNTO AL MAR SICILIANO (Malena)

Malena vive junto al mar salvaje y henchido de espuma. Sicilia es la isla universal y este pueblo en la costa es el pueblo de esta adolescencia que abruma a los adoradores de Malena; est e pueblo es como cualquier otro, aunque sea sin mar y sin espuma, es donde viven y han morado todas las adolesce ncias, nuestras propias adolescencias que sufrieron los hervores de la carne tierna. Este pueblo de la Sicilia de antaño es también nuestro pueblo de antaño. El amor escaldado en cada latido se magnifica con las campanadas que suenan apenas pasada la infancia, y que nos despiertan a este nuevo huracán de los sentidos. El amor como torbellino que s e aparece con la belleza caminando por las calles empedradas, punteando un concierto que jamás escuchó nadie, na die que no hubiera visto a Malena, con su paso soberbio pero modesto, como queriendo esconder la hermosura que se le ca e a chorros por esa piel tan blanca que deslumbra, por esos ojos tan oscuros que marean, por ese pelo ondulado que hac e más olas con el viento salado.

Malena camina desde su casahasta la plaza y los chicos extasi ados le salen al paso en bicicleta, de tramo en tramo, con el corazón que casi se asoma por sus bocas en cada pedaleada, no por el e sfuerzo sino por la avidez de contemplar la marcha espectacular de esa mujer que es la culmi nación refinada de la hermosura voluptuosa. Por esa criatura, que transita ante sus devotos ojos, Dios es más Dios y los hombre s son irremediablemente sujetos inferiores. La mirada de Malena no se posa en nada ni en nadie, parece no entender el efecto que causa entre los hombres, o parece no importarle. Sus ojos se obstinan en no querer decir, no transmiten ni indiferencia ni coquetería, no emiten desdén ni conmiseración, tampoco juzgan ni rechazan ni condescienden. Simpleme nte miran el camino y aspiran a pasar desapercibidos. Pero eso, en este mundo de hombres, jóvenes y adultos, no es posible. Su presencia aturde, cautiva o enardece. El mito de Malena se ha ensanchado superlativamente en la entraña de e se muchacho, que vive los días y los segundos embriagado con su imagen. Junto al mar omnipresente, sobre una roca milenaria, le escribe líneas encendidas que, desde luego, nunca le entregará. Nadie piensa que Malena puede también sufrir, y menos por un hombre, pero así es. Todo mundo sufre, incluso la belleza encarnada. El amor juega siempre su mismo juego. La canción de Malena es un tema con brisa y con arena, salpicando las ganas de vivir de los que sueñan con los brazos y las piernas de Malena, de la misma Malena que sale, otra vez, a la plaza, a esparcir nuevamente su lindura inacabable. El propio Amor juega otra vez, y sufre, también sufre.

BESOS ENLATADOS (Cinema Paradiso)

La infancia se fundió con el cine, y se quedó también embalada para si empre entre dos tapas metálicas: una cinta que se va resquebrajando poco a poco, y que sin embargo sigue viva, cada día má s viva en la memoria, en la memoria del cine y en la de quien ya no es un niño ni un joven que se fue de la pat ria pequeña. Ahora es un hombre que finalmente encontró al gran cine en la gran ciudad, pero que dejó en su pueblo un cine y su sala que ahora está en ruinas, y un amor que se fue desde la primera juventud, pero quedebe seguir vivo, pues esas ruinas jamás aparecieron. Todas aquellas historias contadas en blanco y negro se imbricaron con la vida contada a todo color; la misma vida infantil y juvenil que es cantada con una música que ha inmovilizado para si empre a la nostalgia.

Sucede que ese hombre regresa a su pueblo y encuentra sus ayeres com o si estuvieran congelados en los rincones de su antigua casa, y al tocarlos es como si reaparecieran en c arne viva. Lo mismo ocurre en las paredes de las calles que recorrió tantas veces, o en los ojos de la gente que lo quiso. Todo está allí a su paso. El antes y el ahora se arrebatan el turno. El amor siempre es el hilo que ha jalado sus días. El am or por su Madre, el amor por su pueblo construido de piedra y de costumbres. El amor por el cine que encontró de la mano de su amigo Alfredo el proyeccionista, con quien pudo iniciar el acercamiento a esas vidas par alelas que corrían fugazmente por el acetato y se volvían primero luz y luego imágenes y luego historias. Pero sobre todo está esparcido por todos lados ese Amor, con mayúsculas, el que encontró a la primera mirada de una muchacha rubia, y que se fue muy pronto y para siempre del pueblo y de su vida. Pero si ese Amor lo ha olvidado, tanto el cine como la música jamás lo harán, pues ese viajer o que regresa quedó atrapado entre cintas y sonidos. Sus años no se cuentan por meses o semanas, sus años se miden por metros de c eluloide o por hojas de papel pautado. Esos tiempos se fueron, pero se quedaron donde los dejó, y allí mismo con una ojeada, con un s uspiro, los incorpora y los siente nuevamente por dentro de la piel. Una sierra microscópica le roe los pulmones cuando respira esos aires del pasado; ya no es quien fue, ni siente lo que sintió, pero los recuerdos son y seguirán siendo mientras le lata el corazón. Ha regresado al pueblo amado a besar a su Madre, a enterrar a su ami go, a ver como se derrumba el cine de sus amores, a decirle adiós al Amor que nunca se despidió. Al volver a su gran ciudad desempaca la póstuma herencia de su amigo, que e stuvo por años guardada junto a un montón de fotos y de filmes, y descubre asombrado la esencia de aquéllos días, la sustancia misma de su existencia: los recortes pegados, en una sola película, de todos los besos que escondió la censura, de todos los besos que nunca pudo ver de niño en aquel cine que ha sido demolido. Ahora esos besos -tiernos, apasionados , serenos o fogososvienen a reafirmar que la añoranza duele, que la evocación alivia, que el amor extraviado lo acuchilló mortalmente en el costado, pero también lo salvó de vivir infructuosamente.

VAYA EN PAZ, DON ENNIO

Sabemos bien que la música y el cine son artes que transcurren en el tiempo, y que de muchas formas están hechos de ese mismo tiempo. Ennio Morricone ha descifrado el lenguaje huidizo de esa inefable dimensión de las horas. Ese excepcional acierto logrado con su arte, le alcanza y le sobra para la posteridad, y a nosotros nos basta para acercarnos con mayor certidumbre al sentido, plural y apasionante, de e sas historias que se traspapelan con nuestra historia. ¡Adiós, Don Ennio!

el dolor?

Victoria Leal

Dedico estas consideraciones psicoanal íticas a la memoria de Hanns Sachs, discípulo del primer círcul o en torno a Freud. Sachs amó y admiró tanto a Freud, que colocó ante su diván de trabajo un busto de su maestro. Hanns Sachs además de una vida piscoanalítica ortodoxa, y apasionada por la estética, aparece inscrito en la línea genealógica directa de mi filiación psicoanalítica. Epígrafes: «…ser psicoanalista implica cuestionarse constantemente la clínica que se practica». Marcela Martinelli «…sólo va a un análisis, aquel que se está muriendo». Helí Morales

Esta comunicación íntima, será en parte una reseña de lo buscado y de lo hallado en torno a la pregunt a que se ofrece como título.

Más bien, hay varias interrogantes. Y ellas tienen un lugar de nacimiento. Ese lugar es el de la clínica en el dispositivo psicoanalítico. 10Así pues, me permito contarles:

Se escuchó primero, con asombro, desde el lugar del analista, una diferencia entre el sufrir y el dolor . Luego esa diferencia vino reiterándose, hasta que se hici eron notar sus efectos, también diferenciados.

Entonces vino una pregunta, al modo de una afirmación: es distinto el sufrir del dolor, pues s e conducen de manera diferente y producen efectos diversos.

El sufrir prolifera y se empeña en más sufrir; el d olor que surge de explorar, de confrontar ese sufrir, tr ae consigo un acrecentamiento y luego, una disminución de ese dolor, con una casi desaparición de un mismo , reiterado y determinado sufrir. Hay también un aligeramiento y un contento, como resultado de haber pasado por un trabajo así de intenso, o simplemente dicho: como consecuencia de esa experiencia vivida en el diván. ¿Qué es el sufrir y qué el dolor? ¿Qué diferencia hay entre el sufrir y el dolor? ¿Acaso no son lo mismo? ¿A qué propósito sirve el sufrir? ¿Qué clase de dol orAlba Sigler: dibujos digitales. es este que produce un alivio y disminuye el sufrir ?

Si se comienza por asomarse a los diccionarios del psicoan álisis, no hay «entrada» alguna para la palabra sufrir ni para la palabra dolor, uno se pregunta ¿p or qué? Quizás porque eso de lo que se trata no puede ahí c aber, se desbordaría y terminaría por invadir todas las «entradas»; tendremos entonces que ir a buscar in directamente, en las envolturas del sufrir y del do lor, es decir en sus metáforas y sus metonimias, en sus tra nsformaciones de Freud a Lacan, pues esa materia prima, o mejor, esa materialidad que parece estar h echa para sentir el sufrir y vivir el dolor, se hal la predominantemente en un orden de intensidades que e s a la vez, cuantitativo, cualitativo e inefable. Así, es importante ahora, desde la lingüística, ir a un libro que sí reconozca esas palabras como prop ias de una «entrada» y que se atreva a definirlas. Aunque antes, véase cómo Freud en El malestar en la cultura , ha constatado lo siguiente: «Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolory la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperp otentes, despiadadas y destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal ve z másdoloroso que a cualquier otro; nos inclinamos a verlo como u n suplemento en cierto modo superfluo, aunque acaso no sea menos inevitable ni obra de un destino menos fatal que el padecer de otro origen» (pp. 76-77) Tenemos aquí una muestra del uso de los términos su frimiento, dolor, y padecer; términos que nos ocupa n y que nos proponemos explicitar como no siendo lo m ismo. Es decir, que una cosa es el sufrir y otra diferente es el dolor.

Viene pues, en nuestro auxilio, el Diccionario de u so del español. Veamos qué se entiende y cómo se usa el verbo sufrir; viene del latín «sufferre», derivado de «fe rre», que es «llevar». Esto es, aguantar, soportar. Por ejemplo, aceptar sin queja o protesta , dolores o molestias físicos o morales. También se emplea sufrir, en lug ar de padecer, aunque su genuina acepción es la de sobrellevar un dolor con fortaleza o resignación. Se trata pues en el sufrir, de un soportar o un agu antar, prescindiendo de una aceptación voluntaria o no. Y en las frases compuestas con el verbo sufrir, se implica el significado de ser víctima u objeto del sufrir. 11 Así por ejemplo: ‘Sufrir un accidente, un contratie mpo, una desgracia, los efectos de cierta cosa, la amputación de una pierna’. Y en el sentido propiamente de padecer, se trata de tener habitualmente o con frecuencia cierto dolor o trastorno físico, por ejemplo: sufre mucho de dolor de estómago, sufre frecuentes ataques. O de afectarse por una desgracia prolongada, preoc upaciones graves, o penalidades, por ejemplo: «Sufr imos mucho en la guerra». «Ha sufrido mucho con su marid o». Y en el sentido de experimentar, se trata de pasar por una cierta impresión desagradable o penosa, com o decir: «Sufrí una vergüenza terrible», o siendo el objeto en que se realiza cierta acción o fenómeno, indiferente o malo, como: «Ha sufrido un cambio gra ndísimo». «Sufrió una operación hace poco». «Sufrir á las consecuencias de su imprevisión». Por otra parte sufrimiento es la capacidad para sufrir. O mejor, es el estado del que sufre física o moralmente, del que aguanta y soporta. En cambio dolor, viene del latín dolerequeestá relacionado con doler, y con duelo; así, es la sensación que es causante de un padecimiento en alguna parte del cuerpo, o de una intensa desazón en el alma. El dol or puede llegar a ser un tormento, y puede ser sentido incluso con violencia. En sumasufrir, en su modalidad de verbo intransitivo es un a acción que recae directamente sobre el sujeto, e implica soportar esa acción, llevarla consigo com o un destino irremediable. Y el padecer se coloca c omo sinónimo de sufrir. Por su parte, el dolor es un sustantivo, cuyo sinónimo y definición al mismo tiempo, puede ser: sufrimiento físico o moral, siendo sufrimiento también, un sustantivo. Ahora,verbo es palabra, que viene del latín vérbum. Pala bra con la que se expresan las acciones, estados de los seres y los sucesos.

Substantivo, refiere a la substancia de una cosa, no a lo adjetivo de ella. Es equivalente a decir esencial o fundamental. Es el nombre, la palabra que designa substancias, seres, que pueden ser sujetos u objeto s de una acci ón, un estado o cualquier accidente expresado con un verbo. (En otro diccionario, ahora de filosofía, encontram os que eldolor es una de las tonalidades fundamentales de la vida emotiva, más precisamente la negativa, q ue a menudo es tomada como signo o indicación del carácter hostil o desfavorable de la situación en l a cual se encuentra el ser viviente.) Por lo tanto, sufrir y padecer, son verbos, palabras, los que expresan los accidentes, los sucesos y las acc iones que recaen sobre los seres, soportándolos, sobrellevándolos, aguantándolos. Y dolor o sufrimiento, son substantivos, nombres que designan la substancia, lo esencial o fundamental; esto es, la sensación que causa un padecimiento y el est ado en que se halla el sufriente.

La diferencia principal se encuentra ahí: uno es ve rbo, el otro substantivo. El sufrir se multiplica en muc hos rostros y el dolor hunde sus raíces de un modo insondable.

Pero éstos no son más que prolegómenos, aunque necesarios, pues se trata de la lengua por medio de la 12cual, o en la cual, vivimos. Y además avanzamos planteando una diferencia.

Ahora vamos a partir de un juicio ético, uno de los dos con los que Lacan concluye su Seminario sobre la ét ica en psicoanálisis; se trata de un aforismo implacabl e que responde a una pregunta: «¿Ha actuado usted, en conformidad con el deseo que lo habita?» (p.373) «Porque de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo.» (379) Se parte de aquí porque siendo el punto de llegada, nos orienta e ilumina cuando del mismo modo trágico que se plantea esa culpa de la que no es posible escapar, del mismo modo, en la otra orilla del divá n, cuando alguien se aproxima por vez primera solicita ndo ayuda, confiando esperanzado en que su sufrir y su dolor podrá ser entendido, aliviado, curado, de igu al manera lo que se plantea a lo largo de muchas sesio nesAlba Sigler: dibujos digitales. y de modo reiterado en los avatares del sufrir, es el fracaso, de una y mil maneras el fracaso de una vid a plena y feliz, donde lo que se anhelaba no pudo ser ,

donde lo que se esperaba justamente de una vida fam iliar se false ó y se degradó, se violentó, se llegó incluso a distorsionar, tanto, que el lugar que deb ió ser preservado para un hijo por esos padres, fue trastocado, incluso a través del abuso en muchas de sus formas. Es decir, si de algo se habla interminablemente en un análisis es de un sufrir, un sufrir que debe se r puesto en palabras una y otra vez, aunque el sujeto que lo experimenta insista en verse colocado de un modo pasivo. Pero gracias al despliegue de sus quejas y sus vici situdes en el sufrir –puestas en palabras-, es posi ble que poco a poco ese padecer quede como una estela en el mar al paso de un barco; es decir, que en la desnudez del relato el sujeto emerja distante y dis tinto, ante tanta contrariedad, tanto agravio. Esa puesta en escena por la vía de lo imaginario, p or la vía del recuento y del recuerdo que tiene por personaje principal al sujeto que habla, es valiosí sima, sirve para hacer la historia del pasado, sirv e para ser cuestionada, sirve para ir más allá del apego y la costumbre del padecer; sirve también para que de es a cadena de estragos, brote algún día, de tanto expon erse, algo todavía más sentido, más denso, algo que se cobijaba y se envolvía con la insistencia de la dem anda, demanda también en un sentido jurídico, pues es como si el ser hablante o parletrante , dijese cada vez con sus quejas: vengo aquí para l evantar una demanda en contra del pasado que ha cometido delito e injusticia contra mí; y una vez que el Acta de l a demanda se ha escrito, o incluso mientras se la esc ribe, adviene algo distinto de lo que ha sido ese s ufrir, se trata de algo más íntimo, más profundo, más elem ental y estructural; emerge el dolor, «el dolor de existir» como lo llamó Lacan, un dolor que se medio dice con palabras y se medio dice con llanto, un d olor que sacude el cuerpo desde las entrañas, que deja mojado el cojín de la cabecera del diván, que tras toca el tiempo y el pensar, un dolor sustantivo que se a propia del espacio mismo al interior del cuerpo, qu e toca las paredes de un presente eterno; un dolor que pue de tener todos los adjetivos sin respeto alguno por las oposiciones, que es blanco y negro a la vez, que pu ede reunir la contradicción de los afectos, pues es capaz por ejemplo de asociar el coraje más intenso con la vulnerabilidad más triste; un dolor que recorre en un instante las grutas del origen mítico y singular de cada historia. Este dolor sirve para curar, porque el sujeto regre sa ligero y contento, aunque se haya ido sacudido y moqueando en silencio. Regresa con nuevas ideas y d ispuesto a reconsiderar el sufrir, incluso criticán dolo 13 y postulándose ajeno a tan necio padecer. ¿Qué ha sucedido? No es fácil explicarlo ni decirlo, pues se trata d e la inclusión de lo real en la práctica clínica, d onde «el analista intenta un decir silencioso oportuno, para que algo ocurra…, intenta una interpretación que n o es del orden de lo simbólico sino de lo real del goce , para producir una modificación, modificación que no puede no vincularse al goce; el analista produce un decir silencioso para que el analizante escuche el goce cascabelear…», así, eso ha sucedido, tal como lo ha dicho Helí en su Seminario. Se trata de la vivencia del dolor de una ex-sistenc ia, además vana, dedicada cristianamente al sufrir. Se trata de una culpa inconsciente, de la cual el suje to puede llegar a sentirse además, «culpable de cul pa», como lo soñó Isak en la cinta de Ingmar Bergman, ti tulada «Fresas silvestres» (Suecia 1957). Se trata de la experiencia del goce. Se trata del c amino que conduce, por la vía de ese dolor que abre espacios, al encuentro con el deseo propio. Pero para que ello sea posible, habrá que abandon ar el sufrir y perder, perder dolor, perder el goc e de ese dolor, un poco cada vez; ese es el precio por allan ar el sendero particular hacia el deseo, hacia ese deseo que una vez descubierto y pronunciado, se volverá l a única exigencia de la vida, lo único que podrá pe dir cuentas al sujeto en su andar; y será lo más tortur ante si a ese deseo no se le permitiera articular t odos los actos del vivir, articulación que implica un arte p or inventar y conquistar. Así es como es posible por ahora, distinguir el suf rir del dolor; y así es como desde aquí, se puede d ecir aproximadamente, de qué sirve sufrir…, de qué el do lor, en un análisis. Aquí termina lo que es el núcleo de lo que quería v enir a decir a Poza Rica, sin embargo, llegó tardía mente a mis manos, y por la fortuna de la amistad, lo que si hubiese leído antes me habría impedido quizás d e decir en crudo, lo que hallé en la práctica clínica , en la clínica del diván.. Escuchen lo que como un envío sobre pedido me llegó y no puedo evitar agregar. Juan David Nasio, psicoanalista, dice en un texto t itulado: «El libro del dolor y el amor», lo que sig ue:

«El dolor psíquico es un sentimiento oscuro, difíci l de definir que, no bien captado se escurre ante l a razón». «El dolor -físico o psíquico, poco importa, siempre es un fenómeno límite, emerge en el límit e impreciso entre el cuerpo y la psique…» «Lacan identifica el dolor con la insatisfacción d el deseo, y lo nombra «dolor de existir». El dolor de existir es el dolor de estar sometido a la determinación de l significante, de la repetición, incluso del desti no.» «Para quien practica el psicoanálisis, se revela c on toda evidencia –gracias a la lupa de la transfer enciaque el dolor, en la médula de nuestro ser, es el si gno indiscutible del pasaje por una prueba.» Y Nasio sugiere: «Cuando aparece un dolor, no vacil emos ni un instante en sentirnos seguros de que estamos franqueando un umbral, atravesando una prue ba decisiva. ¿Qué prueba? La prueba de una separación, de la singularseparación de un objeto q ue, al abandonarnos súbita y definitivamente, nos perturba y nos constriñe a reconstruirnos.» Por último, habla de «dar un sentido al dolor inson dable, a partir de encontrarle y disponerle un luga r en el seno de la transferencia en donde podrá ser gritado , llorado y gastado a fuerza de lágrimas y palabras .»

¿No es maravilloso encontrar lo que se buscaba, des pués de haberlo hallado? ¡Muchas gracias!

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AFRODITA

Judith Lara Zamora

Envuelta en el éxtasis de la profundidad de tus ojos tristes vuelvo a encarnar como cada cien años grises Te olfateo la luz que romper desea tu sombra las alas del silencio que te nombra el filo que rompe y desgarra tu concha étereo aleteo del corazón que sofoca Soy la que arde en la carne la vestal que consume lo que no puedes nombrar la magia negrura que ilumina tus ansias de tocar … El súcubo, el ángel, la virginal de insondable mirar, que llora por sentir voluptuosa antigua encarnación de la diosa protagonista de tus fantasías Venus o Afrodita soy como hoy me has de llamar.

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