Prueba novela

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Tengo dos hijos. O al menos eso creía. Un adolescente de catorce años y una princesa de doce. Mi compañera de vida tres años menor, con la quien llevo compartiendo ya casi veinte años. Era feliz. Tenía un trabajo muy bien remunerado. Era alguien social, conocía bastantes personas y aun así no me gustaba abrirme con la gente. Mis relaciones eran impersonales. Le temía a la intimidad con cualquiera. Seis días a la semana trabajaba, los sábados solo medio tiempo. Me gustaba jugar golf en las mañanas, los martes, jueves y algunos sábados. Mi sueldo pasaba los 300 mil pesos mensuales. Cuidaba muy bien mi dinero, viajaba una o dos veces al año. No tomaba, no jugaba, mi único vicio era el cigarro. Ese delicioso taco de tabaco, me disponía casi una cajetilla al día y gozaba por igual el primero así como el veinteavo. Me acompañaba en mis reuniones, en mis juntas, en mis momentos personales. Marlboro Blancos. Esenciales. Tuve bastantes problemas con quienes me intentaban aleccionar de los daños que te puede causar este mal hábito. “¿Sabías que un cigarro equivale a cinco días menos de vida?” A esta frase siempre le respondía: ¿Fumas? No, muy bien, entonces si ahorita sales de aquí chocas y te matas, ¿sabes cuántos cigarros desaprovechaste? Igual está la muy famosa “¿Sabías que eso da cáncer?” A lo cual siempre contesto: “sabías que tomar coca cola igual, así como tomar café en las mañanas, salir a correr más de dos veces al día. ¿No te das cuenta que todo da cáncer?” El que me dijeran esta última frase me alteraba de sobremanera, la gente me veía como pendejo, o eran ellos los dañados. Claro que sé que el cigarro es malísimo, esa información está en donde sea, inclusive en la misma cajetilla. Al final, siempre reafirmaba que son ellos, los que no fuman, quienes sufren ese daño. Fumar te hace más inteligente. Dejemos en paz este tema que me puedo alargar mucho. Los sábados en la tarde comíamos fuera de la casa, -1-


por lo general en el club, si no, en algún restaurant. Cuando ya estaban grandes mis hijos, cada semana escogía un miembro diferente de la familia el lugar. Mi hijo Tómas tenía una gran fascinación por las hamburguesas, así que cada vez que él decidía, íbamos a un lugar argentino. Catalina mi segunda siempre elegía algo mexicano, ya sean sopes, tacos, lo que sea. Carmen, mi esposa no gozaba de comer, lo hacía para sobrevivir, tenía una obsesión con los smoothies, sobre todo con el de fresa con plátano, habían semanas en las que era lo único que tomaba. Los días de comida siempre me pasaba la bola a mí para que yo decidiera. Me gustaba decidir, tenía dos sábados de los cuatro que había. Por lo general íbamos al club, ahí siempre estaban mis amigos, mis socios, mi gente. Tomás y Cata se iban a jugar, Carmen se quedaba conmigo. Nos retirábamos hasta las 8 o 9 de la noche. Los domingos eran días de descanso. Mis suegros estaban difuntos. Mi padre ya no vivía y a mi madre no le gustaban las visitas. Era más fácil sacar una cita con el presidente de la República (no me refiero a éste, con quien nadie quisiera hablar) que con mi madre. La veíamos una vez por bimestre y a veces, menos. Mi relación con ella nunca había sido buena. Cuando la veíamos, era muy cordial, siempre había un detalle para mi esposa y mis dos hijos. Nunca para mí, no era personal así era ella con toda la gente que quería, distante. Solo una vez me declaró lo que sentía, no fue en un momento especial. Un día de verano, hacía mucho calor. Teníamos una alberca donde siempre jugaba con mis hermanos. Ese día me entraron muchas ganas de hacer pipí, nunca me gustó hacerlo en la piscina. Decidí salirme de la alberca. Para entrar a la casa tenía uno que pasar por una terraza, donde se encontraba mi madre. El piso de ésta era de madera. Corrí mojado para entrar y tropecé, solté una carcajada muy fuerte, me respondió mi madre. “Qué bruto eres”. Me estaba riendo tanto que no me resistí -2-


y me empecé a orinar. Cuando mi madre se percató, no se aguantó y le salió un “cómo te quiero canijo”, mientras moría de risa y me ordenaba que entrara al baño. Siempre nos dejaron ser muy libres, las reglas eran pocas en casa. Desde muy chicos sabíamos distinguir entre el bien y el mal. Mi padre era un hombre de mucho dinero, que siempre se portaba de manera humilde. Nos llevaba los fines de semana a una hacienda que tenía en Xtepen. Era enorme. Había un comedor con capacidad de aproximadamente doscientas personas. Las comidas tenían algo especial, fuera de lo común. Los platillos eran simples. Cochinita, panuchos, poc-chuc, lechón, etc. Siempre se llenaba el comedor porque invitábamos a la mayoría del pueblo a comer. Los que no entraban los sábados, iban los domingos. Acabando de comer siempre se armaba la cascarita. Aproximadamente setenta personas en el jardín, jugando con una pelota. Nunca fui fanático del futbol, mas siempre me impresionó lo que podía lograr. Hacía sonreír a cada uno de los que se presentaba en la cancha. Mi papá era muy querido. Siempre lo admiré mucho. Don Javier. Al final de las comidas, se quedaba a escuchar las necesidades de las personas. Con lo que podía, ayudaba. Una frase que me dejo fue: “No trates de ayudar a todo el mundo, pero a los que ayudes asegúrate que nunca les falte nada”. Así se regía. Le encantaba el alcohol, tomaba desenfrenadamente, era su vicio. Su trago favorito, los mojitos, pero eso si repletos de hierbabuena. Su vaso tenia que estar completamente verde, para que lo disfrutara. Lo que lo termino llevando a su muerte. Antes de morir nos sentó a mi y a mis hermanos y nos dijo “Ya me voy a ir, ¿saben de qué me arrepiento? De nada. Esta cirrosis es la que me lleva y aun así no me cabe la menor duda que cuando muera, seguiré sosteniendo un mojito. Tengan siempre un vicio, no dos, no tres, uno. Y dejen que los mate, por que no habrá mayor placer que morir a lado de lo que amas”. De ahí, los Marlboro blancos. El 20 de mayo de 1999 fue cuando su coctel favorito quedó a la mitad. -3-


Fue difícil de asimilar al principio pero nos dejo mucho más de lo que se llevó, y si uno se queda con eso, es más fácil la partida. Al lidiar con la muerte de manera sana, me dediqué a observar a los demás. Cómo, a cada uno de nosotros, nos pega de diferentes maneras. Me volví mas callado, me gustaba aprender de la gente a través de lo que decían. En el funeral pasó algo que me llamó mucho la atención. Un claro ejemplo de a lo que puede llegar el ser humano. Una señora que no paraba de hablar mal de mi familia. Se regocijaba de todo lo malo que le pasaba a cualquier integrante. Cuando se enteró de la cirrosis de Javier, llamó a mi madre a decirle “Gloria, te dije que te casaras con alguien más sano”. Mi madre colgó cuando acabó la frase. Lo curioso o lógico, no lo sé, fue que en el funeral se paró a decir puras cosas buenas de mi padre. No paró de llorar. Logró ser la que más percató la atención de todos. Conforme he ido madurando, me he dado cuenta que ese estereotipo no falla, la que se nutre de atención en los velorios. ¿Será para redimirse? No lo sé. Espero que de algo les sirva. Existen igual los mas frágiles, para encontrarlos es muy sencillo. Nunca demuestran una sola emoción, por mas cercanos que sean al difunto. En fin, hay todo tipos de personas, y durante una muerte es más fácil descifrarlos. Hay un personaje que es socio del mismo club al que pertenezco que me llamaba mucho la atención. No éramos amigos, mas de vez en cuando se sentaba en nuestra mesa y nos contaba de su vida. Conozco a pocos como a él, a ninguno. Francisco Iturralde Serrano. El FIS le decíamos a sus espaldas. Era un señor de cuarenta y seis años. Jamás lo vi reír, mas siempre estaba sonriendo. Sigo dudando en si es una buena o mala persona. Lo conocí cuando apenas llevaba un año de ser socio, él es tres años menor que yo. Se introdujo de manera muy extraña, tenía la voz muy grave, de locutor. Estaba sentado junto a Carmen, celebrando nuestro aniversario de bodas. Se acercó al lado de su esposa y nos -4-


preguntó: ¿Podemos ser sus amigos esta noche?. Ni Carmen ni yo pudimos decir que no. Se sentaron, y desde el primer segundo este señor se empezó a promover. Nos contó lo bien que hacia las cosas, mientras nos presumía personajes que a lo largo de su vida había conocido. “Tengo un amigo que es panadero” me dijo , ¿Qué puede responder uno ante ese tipo de afirmación? Nada en lo absoluto. Él continuó, al concluir su historia, nos hizo saber que era íntimo del dueño de Bimbo. Decidí no creerle. Me pareció una persona sumamente peculiar, me divertía. Lo sigue haciendo. Les platico de Francisco ya que más adelante jugará un papel sumamente importante en esta historia. Hay una frase que usa bastante el FIS, que les ayudará a identificarlo perfectamente. Puede uno estar sentado, ya sea leyendo, fumando, tomando. Él se acercará y te preguntará: “¿Ya te enteraste?”, a lo cual invariablemente responderás que no. Ante tu respuesta, te dirá cosas como “Ya no comemos gluten en casa”. Sorprendente, lo sé. En mi cumpleaños numero cincuenta y uno me hicieron una comida en el club. Estaban mis hijos, mis cuates, inclusive mi madre apareció. Tiempo después me enteré que Carmen le había pedido que atendiera. Empezó con una partida de golf. En el hoyo trece sufrí un tirón en la espalda, un dolor que nunca había sentido. Decidí retirarme. Recibí unas cuantas mentadas de madre. “Puto”, “ya no aguantas, maricón”, “Ya estás más ruco que Chabelo”. Les pinte el dedo y me trasladé al vestidor. Se me hacía raro sentir tal dolor. Me bañé y me vestí, se me pasó. La comida estuvo muy bien, vi a mucha gente que no veía desde hace un tiempo. La mayoría se emborrachó, yo me dediqué a observar. Entrada la noche, un amigo con el que había jugado en la mañana, se acercó y me preguntó cómo seguía. Le respondí que me estaba empezando a doler otra vez. Me dio la tarjeta del quiropráctico de su hijo , por si la necesitaba, le agradecí. A mitad de semana, después de mi celebración, los -5-


dolores seguían. Llamé al doctor Esteban Uriarte. Programé cita para ese mismo viernes. En la consulta me dijo que el problema no era un músculo estirado, si no, que tenía mal mis cervicales. La cuarta y quinta lumbar. No entendía muy bien, tampoco sabía la razón. Me explicó que esto era causado por estrés. ¿Acaso yo sufría tensión? Mi vida era casi perfecta. El proceso de rehabilitación duraba tres meses. Accedí a ir. Los viernes de 7 a 9 serían mis citas. Los primeros dos meses fui mejorando bastante. Carmen me acompañaba a las terapias. Era magnífica, no me pudo haber tocado mejor persona. Compartíamos muchas cosas, gustos musicales, algunas películas, pero lo más importante era que educábamos a nuestros hijos de la misma manera. Estábamos de acuerdo en casi toda decisión. Si Tómas quería comprar algo, la decisión la tomábamos entre los dos. Si Cata necesitaba ayuda respecto a algún niño, los dos hablábamos con ella. Vivíamos en un viaje, en el cual íbamos siempre sentados juntos. La mejor amiga de la infancia de Carmen cumplía años un miércoles y decidió invitar a tres amigas para pasarlo en Miami, incluida mi mujer. Me preguntó si no me importaba que no me acompañara a mi sesión. “Ve y goza, amor”, le respondí. Ese viernes fue distinto. Me desperté a las cinco y media de la mañana por una pesadilla. Soñé que el avión de mi esposa se caía. Ella sobrevivía, pero estaba perdida, a medio océano. Gritaba “Ayuda, no siento mis piernas”. Yo la podía ver, mas no asistir. Me desperté empapado en sudor. Abrí la regadera, encendí una linterna para no tener que usar la luz del baño. Me metí a bañar, cerré los ojos y me relajé. Sentí una vibración en la espalda. Se pasó de inmediato. Tomás entró a mi cuarto y me pidió faltar a la escuela, quería quedarse conmigo; por supuesto que su petición fue denegada. Algo muy raro en él, nunca me pedía tiempo. Me puse ropa -6-


deportiva: una playera roja de manga corta, unos pants color negro y mi gorra blanca. Acompañe a mis hijos en el desayuno. Catalina me preguntó: “¿Estás bien, pa?”. Algún poder tienen las mujeres, que perciben de manera indescriptible los sentimientos ajenos. Me sentía raro, pero no mal. Se despidieron. Se fueron. Catalina no paraba de observarme. Ese día mi hija me veía con una mirada madre protectora. Quería quedarse conmigo. No lo tubo que decir. Mi princesa hablaba siempre con la mirada. Prendí un cigarro, el primero del día. Ese que dura una eternidad. Recibí una llamada de Carmen. “Amor, mucha suerte en tu fisioterapia”. Al llegar al hospital me encontré al FIS, gozaba el solo verlo. Me gritó desde lejos. Todo el mundo volteó. No le importaba lo que pensaran de él. Al acercarse me facilitó algunos datos. “¿Sabias que yo conozco al dueño?”, “De chico tuve una etapa en la que quería ser doctor, pero ya sabes mi pulso”. Asentí, pero ¿Cómo iba yo a saber de su pulso? “Difícil esto de los hospitales, aquí se nace y se muere”. Se despidió después de tremenda obviedad. Jamás pasó por su cabeza el preguntarme la razón de mi presencia en dicho lugar. Subí el elevador al séptimo piso. Me acerqué al consultorio, pero no quería entrar. Entre. La sala de espera era chica, me senté en una silla, que veía directamente al escritorio de la secretaria. Me pareció una mujer guapa, tenía el pelo chino y ojos verdes; me quede observándolos por un largo intervalo de tiempo. Ella me sonreía, no le importaba, le gustaba. Me pasaron y me acosté en la cama donde me hacían el masaje. Al lado de la camilla se encontraba una mesa, un espacio estrecho dividía los dos objetos. Tantos diplomas en las paredes me daban confianza. Estaba muy nervioso, cada que un dedo del doctor me tocaba, temblaba. Se aproximaba un dolor agudo, me sostuve de una pata de la cama, la agarre con toda mi fuerza; no era suficiente. Le pedí al -7-


doctor alcohol. Accedió y salió del cuarto para irlo a buscar. Me paré, no podía mas. Un mareo se apodero de mí. Choqué contra la mesa, y de ahí me caí de espaldas contra el piso, aterrizando directamente con mi cabeza. El momento había llegado. “Ayuda, no siento mis piernas”, grité. El doctor entró de inmediato. Me bajaron a urgencias. Vaya golpe en la cabeza el que me acababa de acomodar. No veía nada. Solo podía escuchar voces. Pensaba en Carmen, ¿Cómo tomaría esta noticia. Gloria, mi Gloria. Amaba a la canija de mi madre y probablemente ella no lo sabía. Necesitaba hacer pipí. ¿Por qué no escuché lo que gritaba la mirada de mi hija? Pinche Catalina, ella lo sabía. ¿Le valgo madres? ¿Cómo le explicas a una niña de doce años, que un adulto se puede llegar a sentir raro? ¿Cómo explicarle que no tengo todo bajo control? Que hay veces, que las cosas se te van de las manos. Ella lo sabe. ¿Cómo hablarle? Tomás, tremendo cabron, se quería quedar conmigo. Hoy, se quería quedar conmigo, hoy. El estudio está por encima de todo. Hice bien, tenía que ir a la escuela, pero los quiero conmigo ahorita. Que me platiquen. ¿Que sienten? ¿Que piensan? ¿Quiénes son? Tantos años cosechando una familia, y estaba solo. Mi vida no rozaba la perfección. ¿Cuándo voy arreglar todo? ¿En qué momento me conocerán? Pinches dudas pendejas. Dejé de pensar.

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