16 La despensa de la ardilla

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Autor: Georg Dreissig Derechos de reproducción cedidos por la editorial ING

16 LA DESPENSA DE LA ARDILLA En otoño, la laboriosa ardilla había recogido muchas nueces y las había escondido en varias madrigueras. Las cubrió cuidadosamente con hojas secas, tierra y ramas para protegerlas y ocultarlas. Pero tuvo un problema: las nueces estaban tan bien escondidas que, cuando las fue a buscar, ni la misma ardilla pudo encontrarlas. Cuando llegó el invierno y la mesa de la Madre Naturaleza, que en verano había estado cubierta de abundantes y sabrosos manjares, ofrecía escasos alimentos, la ardilla tuvo que soportar mucha hambre a pesar de que sus despensas estaban llenas. ¡Qué tristeza! A la ardilla no le quedó más remedio que hacer algo que no le gustaba nada: acercarse a las casas de los seres humanos para encontrar comida. En una ocasión la ardilla fue testigo de una escena desagradable. Una pobre pareja había llamado a la puerta de una casa para pedir limosna, pero la dueña de la casa los había echado con malos modos. Al ver las caras apenadas de la pareja la ardilla se entristeció mucho y deseó de todo corazón poder ayudarles. “¡Si pudiera recordar dónde he escondido mis provisiones!”, pensó. Rápidamente corrió al bosque para volver a escarbar y buscar y ¡qué sorpresa! esta vez fue muy fácil encontrarlas. No es que la ardilla hubiera recordado de repente dónde las había escondido sino que ahora, en todos los escondites donde se encontraban las nueces, brillaba una pequeña luz. La ardilla comenzó a rascar y escarbar allí donde las luces alumbraban, llenó sus carrillos con las nueces y rápidamente alcanzó a los pobres caminantes. Al principio estaba un poco asustada, pero al sentir la dulce mirada de María y José desapareció su timidez. Se les acercó ligera y colocó dos nueces a los pies de cada uno.


Vosotros quizás penséis que esto es poco para un estómago hambriento. Sin embargo, lo que se regala con amor siempre es más de lo que aparenta. María y José le dieron las gracias a la ardilla, comieron las nueces y ya no sintieron el dolor del hambre. Desde aquel día le fue muy bien a la ardilla. Siempre que buscaba sus escondrijos las lucecitas brillaban en la tierra y nunca más tuvo que buscar sus despensas en vano.


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