Entrega 12 b Proceres de mi tierra

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Es difícil comprender, a casi dos siglos de distancia, la situación poco menos que anárquica que vivió nuestra patria a partir de 1825, debido a diferencias conceptuales sobre el origen de la autoridad del mandatario en ejercicio y de la manera de ejercer esa autoridad. Personas interesadas más en crear caos que en ayudar a establecer y apoyar un buen gobierno colocaron la nación en situación de crisis con acusaciones a los dirigentes militares y civiles; para dar solución a las dificultades, Santander se apoyó en la legalidad y para casos específicos, como el de Páez en Venezuela, acudió a la autoridad de Simón Bolívar. De una carta a Bolívar el 8 de octubre de 1826. “Soy amigo de las leyes, sin reparar sino en el origen de donde emanan y soy amigo de usted por gratitud, por convencimiento, por cuantos motivos pueden crear una amistad sincera y Carta a Bolívar, abril 29 de 1827. “Mi muy respetado General. No puedo menos que agradecer a usted mucho su carta del 19 de marzo, en que se sirve expresarme que le ahorre la molestia de recibir mis cartas y que ya no me llamará su amigo. Vale más un desengaño, por cruel que sea, que una perniciosa incertidumbre, y es cabalmente por esto que estimo su declaración. No me ha sorprendido su carta, porque hace más de un año que mis encarnizados enemigos están trabajando por separarme del corazón de usted; ya lo han logrado; ya podrán cantar sus triunfos. Mi conciencia, sin embargo, está perfectamente tranquila; nada me remuerde de que haya faltado en un ápice a la bondadosa amistad de usted; por lo contrario, estoy persuadido de que en las delicadísimas circunstancias de que he estado rodeado, he sido fiel a mis deberes y fiel de la amistad de usted y siempre celoso defensor de su reputación. No escribo más a usted, y en este silencio a que me condena la suerte, resignado a todo, espero

“… Respecto a mi permanencia en la vicepresidencia, he hablado a usted infinitas veces. Ocioso me parece recordarle las protestas sinceras que le he hecho sobre el deseo de separarme y aun de salir por algún tiempo de Colombia. Creo que usted no puede dudar de mi patriotismo, desinterés y desprendimiento, supuesto que me conoce muy a fondo y desde tiempos lejanos, y por lo mismo tampoco debe dudar de que en todas las ocasiones he estado pronto a hacer en las aras de la unión y de la verdadera felicidad de Colombia cualquier especie de sacrificio, y con mucho gusto de alejarme de toda función pública, como que nada me cuesta. Pero toda esta buena disposición de mi parte se altera desde que la facción se obstina en clamar por mi separación, porque yo he meditado mucho, y convienen conmigo muchos excelentes patriotas, en que una semejante complacencia sería el ejemplo más funesto para el futuro, y daría muy mala idea de la firmeza del Gobierno y aun de mi propio carácter. Desde que unos pocos descontentos lograran intimidar a un funcionario público y lo sacasen del puesto en que lo ha colocado la voluntad de la nación o la de sus legítimos y verdaderos representantes, ningún magistrado se creería en adelante a cubierto de los perniciosos efectos del descontento, y la República sería un semillero de facciones y de

cambios de funcionarios… Aparte de esto, hoy complaceríamos a los facciosos de Venezuela que se desesperan por apartar de sí los efectos de mi permanencia en el Gobierno; mañana tendría que complacerlos si solicitaban que se erigiese una monarquía; al otro día si querían que se degollase a todos los bogotanos, y, en una palabra, el gobierno cualquiera que fuese sería el juguete de las voluntades caprichosas de estos perturbadores o de otros. ¿Podría tolerarse un estado semejante de cosas? …Seré vicepresidente hasta que, o voluntariamente dimita el destino ante la autoridad que prefija la ley, o que por los términos constitucionales me destituya el Senado, previa la correspondiente causa; y entre tanto, en el Consejo de gobierno o en cualquier otra función opinaré contra la insurrección del general Páez, sostendré la Constitución y pediré en favor de la República y de la estabilidad del sistema el condigno castigo para quienes nos han causado tantos males, empleando vías de hecho, y la violencia, y la fuerza, y las calumnias.”

fiel. Usted me ha llamado el hombre de las leyes, y juro que no seré nunca desmerecedor de tan bello y hermoso título; usted me ha llamado siempre amigo, y mil veces protesto que no seré infiel a esta expresión tan satisfactoria, ocultándole la verdad.” que en la calma de las pasiones, que son las que han contribuido a desfigurar las cosas, usted ha de desengañarse completamente de que ni he sido pérfido, ni inconsecuente. Gané la amistad de usted sin bajezas y solo por una conducta franca, íntegra y desinteresada; la he perdido por chismes y calumnias fulminadas entre el ruido de los partidos y las rivalidades; quizá la recobraré por un desengaño a que la justicia de usted no podrá resistirse. Entre tanto, sufriré este último golpe con la serenidad que inspira la inocencia. Debo sentir el más vivo pesar al verme defraudado del título de amigo que he sabido cultivar con una larga serie de hechos y pruebas irrefutables de que ninguno otro ha tenido ocasión de darle… Mis votos serán siempre por su salud y prosperidad; mi corazón siempre amará a usted con gratitud; mi mano nunca escribirá una línea que pueda perjudicarle, y aunque usted no me llame en toda su vida, ni me crea su amigo, yo lo seré perpetuamente con sentimientos de profundo respeto y justa consideración.”

Mucho se ha escrito sobre la amistad y la enemistad entre Bolívar y Santander y si este último participó o no en la conspiración septembrina que pretendía acabar con la vida del Libertador. Es célebre la frase de Bolívar, en 1830, casi al final de sus días: “El no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos".

Conclusión

Somos producto de una Historia y gran parte de ella, la de los últimos 200 años, fundamentada en la lucha por la independencia. De las ideas de libertad, de la guerra por obtenerla y de los proyectos para “manejar” esa libertad, tomamos a sus protagonistas como los hombres modelos en quienes se encarnaron valores que debíamos imitar. Estudiados los próceres con ánimo desapasionado podemos deducir que en ellos no hubo intención de conformar grupos que se odiaran o bandos que tuvieran como propósito descalificar al contrario. Todos ellos vivieron, batallaron, polemizaron en tertulias o en congresos, en función de Colombia, en función de patria y del bienestar de todos los ciudadanos. Es reprochable el hecho de que muchos compatriotas de hoy entronicen a uno o algunos próceres en la sala de su casa y a otros los manden al cuarto de san Alejo. Es una

herencia no plausible de los patrioteros del siglo diecinueve que colocaron pregones partidistas sobre la tumba de quienes nos libertaron, sin prever las consecuencias desastrosas que hoy sufrimos. Santander y Bolívar dejaron consignadas en alguna parte de sus escritos notas de reproche a quienes divulgaban la desunión tomándolos a ellos como bandera. Un homenaje de nuestra parte a su memoria puede ser el apoyar a todo ciudadano que honre y engrandezca a Colombia sin miramientos de color, religión, partido o estrato social a que pertenezca.


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