Cuadernoformacionamisericordia

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Diócesis Nivariense

AÑO DE LA MISERICORDIA

Cuaderno para la formación y reflexión

Diciembre 2015 — 2016 Noviembre 1


Sumario

Primererar………………………………………..……......…. 3 Año Jubilar de la Misericordia…………………………...…. 5 OBRAS DE MISERICORDIA DICIEMBRE: Consolar al triste..………………………….… 12 ENERO: Dar posada………………………………….…….… 16 FEBRERO: Dar de comer al hambriento………………………. 21 MARZO: Socorrer a los presos………………………………. 25 ABRIL: Visitar al enfermo……………………………...……. 30 MAYO: Perdonar las ofensas………………………….…….. 33 JUNIO: Vestir al desnudo.……………………………….…… 38 JULIO: Dar buen consejo a quien lo necesita... …………....... 44 AGOSTO: Enseñar al que no sabe. ………………………...... 49 SEPTIEMBRE: Corregir al que está en error. ………………. 52 OCTUBRE: Aceptar con paciencia los defectos ajenos........… 55 NOVIEMBRE: Enterrar a los muertos; rezar por vivos y…….…. 60

ANEXO Misericordiae vultus [El rostro de la Misericordia] ……...…. 67 Bula del Papa Francisco para el Año de la Misericordia.

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PRIMEREAR Este curso pastoral viene muy marcado por el nuevo Plan Diocesano de Pastoral así como por la celebración del Jubileo de la Misericordia. El Plan Pastoral tiene como preferente dirección de marcha ‘una iglesia diocesana “en salida misionera”. Un tiempo apasionante nos espera. Jesucristo nos alienta y acompaña. Dios cuenta con nosotros. Acojamos la insistente llamada del Papa a iniciar un periodo de discernimiento, purificación y reforma, en el que todos y cada uno hemos de emprender un camino de “salida” personal y comunitaria. La conversión pastoral requerida afecta “a todos y a todo”. “Seamos, como nos pide el Santo Padre, “alegres mensajeros de propuestas superadoras” (E.G 168). El curso pastoral 2015/16 nos invita a “primerear”. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Lo ha afirmado el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, explicando que la comunidad evangelizadora "sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos". La palabra "primerear" significa ser los primeros en realizar algo. La invitación del obispo de Roma es clara: "¡Atrevámonos un poco más a primerear!" Y, no olvidemos, que Dios nos primerea a cada uno. Él es 3


quien toma la iniciativa. “Decimos que debemos buscar a Dios, pero cuando nosotros vamos Él nos estaba esperando. El ya está. El Señor nos primerea, nos está esperando. Ante el Señor que nos primerea, la consecuencia, según Francisco, sería que nosotros primereásemos la gracia. Por otro lado, el folleto que ofrecemos para la formación de todos los agentes de pastoral, pretende ayudarnos a vivir este tiempo de misericordia personal y comunitariamente. Proponemos estudiar los motivos de la convocatoria de este Año Jubilar y practicar más y mejor las obras de misericordia, profundizando en una obra en cada mes de este tiempo. “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” – señala el Papa. ¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. Un curso para primereados-primerear, y para irnos capacitando mejor para la futura misión diocesana ahora que iniciamos la marcha hacia el 2019, año en el que celebraremos el bicentenario de la diócesis. 4


UN AÑO JUBILAR EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA María Dolores Ros

Para ayudar a leer la bula “el rostro de la misericordia” Uno de los temas más recurrentes en las palabras del papa Francisco es la misericordia que anida en Dios. El Papa no se cansa de recordarnos que el ser humano debe mirarse en el rostro de Cristo y descubrir en sus ojos misericordiosos que está llamado a la felicidad y a ser testigo de la alegría del Evangelio, en medio de las dificultades y a pesar de las propias debilidades. Misericordiae Vultus (El rostro de la misericordia) es la bula que convoca el Jubileo de la Misericordia, cuyo lema es “Misericordiosos como el Padre”. El texto ahonda en la necesidad de practicar esa misericordia a través del perdón y la acogida de los “hijos pródigos”: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! (n. 5) En estas páginas encontramos algunos párrafos de este documento para poder conocer y vivir este Jubileo de la Misericordia que les invitamos a leer en su integridad y a reflexionar y trabajar en las comunidades. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis 5


en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico en misericordia” (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios (n. 1). Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado (cf. n. 2). Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes. 6


El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción, tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entre podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza (cf. n. 3). He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II (cf. n. 4). El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! “Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia” (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: “El Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el 7


Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados” (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: “El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo” (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón (cf. n. 6). Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión (cf. n. 8). En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el 8


pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,132). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. “Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo. Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible (cf. n. 9). La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo (cf. n. 10). Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso” (Lc 6,36) (cf. n. 13). Así entonces, 9


misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio (cf. n. 14). Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina (cf. n. 15). En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga. Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (61,1-2). “Un año de gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir (cf. n. 16). Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios (cf. n. 24).

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La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Que en este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. Que la Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos” (Sal 25,6).

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OBRAS DE MISERICORDIA DICIEMBRE

Consolar al triste... Experiencia humana La experiencia de la tristeza es universal. Ya sea fruto de las adversidades de la vida, de la frustración, de una crisis personal o laboral, de una dificultad en la pareja o en la familia, de una enfermedad o de la muerte... es una realidad presente. Si además le añadimos, que el sufrimiento de los que queremos también nos llena de tristeza, la labor de consolar y acompañar al triste es algo fundamental, de primer orden, irrenunciable. ¡Quién no ha estado triste alguna vez! ¿Qué has necesitado en esos momentos? ¿Te hubiera gustado que te ayudaran? ¿De qué manera? EL MIEDO DE PABLO NERUDA Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza del cielo se abre como una boca de muerto. Tiene mi corazón un llanto de princesa olvidada en el fondo de un palacio desierto. Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño que reflojo la tarde sin meditar en ella. 12


(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño así como en el cielo no ha cabido una estrella.) Sin embargo en mis ojos una pregunta existe y hay un grito en mi boca que mi boca no grita. ¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste abandonada en medio de la tierra infinita! Se muere el universo de una calma agonía sin la fiesta del Sol o el crepúsculo verde. Agoniza Saturno como una pena mía, la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde. Y por la vastedad del vacío van ciegas las nubes de la tarde, como barcas perdidas que escondieran estrellas rotas en sus bodegas. Y la muerte del mundo cae sobre mi vida Experiencia cristiana. La Palabra de Dios es tremendamente rica en la invitación a consolar al triste. De hecho, la fe en sí misma, se convierte en motor de la alegría. La existencia de Dios, y gracias al regalo de Jesús, del Dios Padre, se convierte ya en sí mismo en “el gran consuelo”. Un Dios que se preocupa por todos y cada uno... "bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco su sufrimiento” le decía a Moisés (Ex 3,7) o como les pedía a los profetas "consolad, consolad a mi pueblo" (Is 40,1), o como los salmos nos lo repiten "esto me consuela cuando sufro: que tu promesa me da vida" (Sal 119)... También Pablo en la 2ª a Corintios, nos dice: "Bendito sea Dios, Padre de nuestros señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en 13


todos nuestros sufrimientos de manera que también nosotros podamos confortar a los que se hallan atribulados, gracias al consuelo que hemos recibido de Dios. Porque, si bien es cierto que como cristianos no nos faltan sufrimientos, no lo es menos que Cristo nos colma de consuelo...". "Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará" (Mt 5,4). ¿Ha sido para mí de consuelo la presencia de Dios? ¿Su Palabra me ha iluminado y fortalecido? ¿Creo que el mensaje del Evangelio es alegría? ¿Por qué? ¿Ofrecer a Dios al que está triste, sirve para algo o lo único importante es resolver la causa de su tristeza? ¿Y si no se puede? Texto-experiencia real "Mientras estaba luchando contra un cáncer de huesos, Carmen se encontró con la noticia de que su nieta Andrea tenía leucemia. Su hijo, que estaba sin trabajo, y que por mucho que había buscado no conseguía nada, le comunica que hay que buscar recursos para poder viajar con la niña en busca de tratamientos que puedan ser más eficaces. Ante tanta adversidad, Carmen comienza a consolar a su hijo, a darle ánimos. Mujer de fe. Le invita a encontrar la fortaleza en la oración y en el contacto con Dios". (Hecho real) ¿Qué te parece su reacción? ¿Es ingenua, confiada, crédula? ¿Puede la fe aportarle algo ante un problema así? 14


Expresión de fe. La fe hecha vida El Dios de misericordia y del consuelo que Jesús nos mostró, nos llama también a nosotros a consolar a su pueblo. No podemos permitir que se endurezca nuestro corazón, que olvidemos la oscuridad que provoca la tristeza. Esta no tiene porqué ser inevitable. La alegría no es contraria a las dificultades, ni la tristeza es inherente a los problemas -tiene su momento, pero no tiene porqué ser permanente-. El evangelio nos propone una alegría más fuerte que cualquier dificultad, no porque la elimine sino porque nos abre al amor del Padre, que nos hace fuertes, que nos cuida con su providencia, que nos sostiene en su misericordia. Reflexiona y comparte en grupo ¿Conozco personas tristes? ¿He intentado acercarme poco a poco? ¿Entiendo con corazón de misericordia su sufrimiento y respeto su tiempo y su proceso? ¿Me preparo para consolar al triste? Es decir, me dejo consolar en la oración, ¿he aprendido de otros que me han ayudado y han sido consuelo? ¿Aprovecho cursos o jornadas de formación sobre la relación de ayuda, el duelo, o el acompañamiento a los que sufren, para capacitarme mejor a la hora de consolar al triste? ¿Tengo paciencia y constancia para transmitir la esperanza del amor de Dios al que está abatido?

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OBRAS DE MISERICORDIA ENERO

Dar posada… Experiencia humana. La hospitalidad clásica de las tribus nómadas y pueblos del desierto exigía, como norma básica, el dar acogida al transeúnte y al extranjero. El darle posada mientras iba de camino, al menos una noche era algo básico de la hospitalidad. Incluso al enemigo necesitado. Hoy las estadística hablan de muchos hermanos nuestros que no tienen casa, que viven en la calle, que son desahuciados, que han huido de sus países en conflicto, que son emigrantes o refugiados... y que buscan posada.... "tan solo un lugar donde pasar con seguridad la noche, donde ser acogido como persona, donde pueda descansar para reponer fuerzas y regresar al día siguiente a la lucha de la vida" (palabras de un transeúnte). La experiencia de estar sin casa, patria, hogar... es demasiado común en nuestro mundo. Ya nos toca de cerca. Incluso cuando pensamos que esto era cosas de los países del mal llamado tercer mundo, nos encontramos que nuestros hijos y familiares también han perdido su vivienda y ahora o regresan a las casas de sus padres, o son ocupas, o están en la calle… 16


Testimonios: “Tienes una vida normal y de pronto pierdes tu trabajo. Eso desencadena un conflicto familiar que acaba en separación y pierdes la custodia de tus hijos y tu casa… De pronto te ves en la calle, no es tan difícil que ocurra”… "Son pasos hacia atrás pero, si no hay más oportunidades, ¿qué vamos a hacer? Yo no elegí vivir en la calle, esta forma de vida me eligió a mí" ¿He pensado alguna vez cómo sería tener que huir a otra tierra? ¿Qué me llevaría a mí a dejarlo todo y marcharme? ¿Sería algo fácil? ¿Qué sentimientos surgirían en mí? ¿Qué me gustaría encontrar en mi destino? ¿Cómo quisiera que me trataran? Recordemos que los canarios han tenido que emigrar a Venezuela, Cuba y otros tantos lugares ¿conozco algún testimonio? ¿Cómo lo vivieron? ¿Y los desahucios? ¿Cómo sería perder mi casa? Experiencia cristiana Ya desde el comienzo, el pueblo de Israel fue un pueblo nómada, un pueblo sin hogar fijo, que hasta llegar a la tierra prometida pasó muchas vicisitudes. Una tierra, un hogar, una promesa. Una esperanza que está en la base de la constitución del pueblo de Israel. Tras cuarenta años en el desierto, y una vez en la tierra prometida, vive tiempos de esplendor, pero tendrá que vivir la experiencia de un exilio obligado a Babilonia 17


lo que casi le cuesta su identidad. Pero el Dios de la promesa les concede, después de seis décadas, regresar a la tierra prometida una vez más. Tampoco Jesús, tuvo siempre asegurado un lugar. Desde su nacimiento: "Y sucedió que, mientras estaban en Belén, se cumplió el tiempo del alumbramiento. Y María dio a luz a su primogénito; lo envolvió en pañales y lo puso en el pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada" (Lc 2, 6-7), hasta su vida adulta "Los pájaros tiene nido, y las zorras madriguera, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8,20), Jesús también tuvo que buscar posada. Los padres de la Iglesia, refiriéndose a la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-35), vieron en la posada ("y lo llevó a la posada"), a la Iglesia misma, pues es casa que acoge, cura y salva. La Iglesia debe ser también lugar que acoge, que integra, que es universal y que debe trabajar por que no falte posada, refugio, esperanza a los que por alguna razón hayan tenido que dejar su hogar, su casa. Y también, para que aquellos que teniendo hogar físico se sienten solos, perdidos, sin referentes. También ahí ella está llamada a ser casa que acoge, acompaña, cuida, dignifica.

Leer la parábola del buen samaritano. ¿Es labor de los cristianos trabajar por dar posada, o eso solo compete a las autoridades civiles? ¿Qué pensamos de los que no tienen casa: los sin techo? ¿Están en nuestras oraciones, los emigrantes, refugiados, sin techo… o los vemos como un problema? ¿Qué labor de acogida hacen nuestras parroquias? 18


Expresión de fe. La fe hecha vida Esta casa que acoge y acompaña empieza en cada uno de sus miembros cuando allí, donde estamos, vivimos y trabajamos, sabemos dar posada, apoyo, espacio para el otro. Nuestro corazón también está llamado a ser posada, donde acoger al otro debería ser algo habitual, donde a pesar de las mil ocupaciones que tengamos, nunca debería faltar un plato de cariño o atención. Por eso, ser casa de acogida, ser posada, no es cosa de otros. Todos estamos llamados a dar posada... Tú y yo somos posada. Mateo 25, 38 nos decía: “¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos? Cuando lo hicisteis a uno de estos mis hermanos a mí me lo hicisteis.”

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Dialoga en grupo En mi sociedad: ¿Cómo hablo de los que están en esta situación? ¿Defiendo y exijo que se les trate como a personas? ¿Cómo me sentiría si tuviera que salir de mi casa, de mi hogar? ¿Se hace lo suficiente por acoger o por apoyar a los que tienen que marchar o pierden su hogar? En mi parroquia: ¿Somos acogedores? ¿Sabemos acoger al que es diferente? ¿La gente que viene, aunque no le podamos resolver siempre su situación, se siente acogida? ¿Nos molestan los pobres? ¿Nos molestan los sin techo? ¿Es verdad lo que dice la gente que entre nosotros nos criticamos, estamos siempre con piques y rivalidades, que no somos abiertos y permitimos que otros nuevos se integren y participen? En mi corazón: ¿El otro es una molestia y me complica la vida? ¿Soy acogedor, posada, consuelo? ¿Tengo tiempo y dinero para compartir con los que no tienen casa, son emigrantes, o refugiados? ¿Hago oración y me sacrifico por ellos, para darles fortaleza?

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OBRAS DE MISERICORDIA FEBRERO

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento Experiencia humana: Las obras de dar de comer al hambriento y beber al sediento son complementarias, y se refieren a la ayuda que podemos dar en alimento o en dinero a aquellos que lo necesitan. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obas espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. CCE 2447 Experiencia cristiana: Los bienes que poseemos, siempre y cuando su procedencia sea lícita, también nos vienen de Dios. Y debemos responder a Dios por éstos y por el uso que le hayamos dado. 21


Dios nos exigirá de acuerdo a lo que nos ha dado: Parábola de los Talentos (Mt. 25,14-30). Por cierto, no es por casualidad, que viene contada en el Evangelio de San Mateo, justamente antes de la escena del Juicio Final, donde habla de las Obras de Misericordia. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá" (Lc. 12, 48).

Esta exigencia se refiere tanto a lo espiritual, como a lo material. Podemos dar de lo que nos sobra. Esto está bien. Pero podemos dar de lo que no nos sobra. Por supuesto, el Señor ve lo último con mejores ojos. Recordemos a la pobre viuda muy pobre que dio para el templo las últimas dos moneditas que le quedaban. No es una parábola, es un hecho real que nos relata el Evangelio. Cuando Jesús vio lo que daban unos y otros hizo notar esto: "Todos dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 1-4). Esta viuda recuerda otra historia del Antiguo Testamente sobre la viuda de Sarepta, en tiempos del Profeta Elías. Ella alimentó al Profeta Elías con lo último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un tiempo de una hambruna terrible. Y ¿qué sucedió? Que no se le agotó ni la harina, ni el aceite con que preparó el pan para el Profeta. (Ver 1 Reyes 17, 7-16). A veces no sabemos a quién alimentamos: Abraham recibió a tres hombres que eran ¡nada menos! que la Santísima Trinidad (algunos piensan que eran 3 Ángeles), los cuales le anunciaron el nacimiento de su 22


hijo Isaac en menos de un año (ver Gn. 19, 1-21). Y, a pesar, de la risa de Sara, así fue. (Por cierto el nombre de Isaac significa: "Aquel que hará reír" o “Aquél con el que Dios se reirá”). Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a quien el Señor le pide de beber. (Ver Jn. 4, 1-45) Expresión de fe. La fe hecha vida Hay que compartir el pan -¡hay tantas hambres!-. Pero no basta. Hay que hacerse pan y pan partido, como hizo nuestro Señor Jesucristo. El pan es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor. Dar de beber al sediento. Dar un vaso de agua es fácil y es bonito. Saciar otra sed más profunda es difícil. Saciar la sed definitivamente es imposible por nuestras propias fuerzas. Pero alguien puede hacer brotar en las entrañas una fuente de agua viva, gozosa, inagotable. Tú puedes ayudar a hacer posible el milagro del agua. En ocasiones pretendiendo hacer algo “grande”, nos olvidamos de los pequeños gestos diarios de cercanía al que lo necesita. Puede que cueste acercarnos al de “todos los días”, al de la “historia de siempre”, pero por aquí tenemos que empezar. Dar de comer y beber nos habla de lo básico, de lo necesario, nada de extraordinario. Hoy, se me pide estar atento a lo ordinario, a lo cercano y las personas de aquí para sentir a las de allí. En definitiva hacer que lo ordinario se convierta diariamente en lo extraordinario de nuestras vidas, no dejarnos absorber por lo de siempre y caer en el gran pecado del conformismo. 23


Es momento de aterrizar las ideas que te han surgido durante esta lectura. Piensa en una persona concreta y pide a Dios que te ayude para saber cómo hacerle llegar su misericordia a través de ti. Piensa en una acción concreta, pequeña pero inicial y disponte a ponerla por obra. Hostia viva Cuando hostia viva me pides que sea miro cuánto cuesta que mi grano muera, qué difícil es que aún con cizaña crezca, cuánto miedo tiene a la hoz que lo cosecha, cuánto le esquiva al triturar de la molienda, cómo se resiste al fermento que lo aleuda, cuánto le teme al fuego que lo incendia y pienso que no habrá pan para tu mesa. Mas cuando veo que tu amor está detrás de que nada malogre el fruto de tu siembra, confío que tú sabes de hacer pan y mucho más, de hacer conmigo… fiesta. (Javier Albisu, sj) Dialoga en grupo Reflexionar juntos sobre las necesidades personales y comunitarias de comer y beber. Además, profundizar en la tarea y campañas, como de la de Manos Unidas, para tener un gesto significativo parroquial durante este mes en relación a esta obra de misericordia 24


OBRAS DE MISERICORDIA MARZO

Socorrer a los presos Experiencia humana. “Lo experimenté, escribió el cardenal Nguyen Van Thuan: en la prisión, todos esperan la liberación, cada día, cada minuto. En aquellos días, en aquellos meses muchos sentimientos confusos me enredaban la mente: tristeza, miedo, tensión…” Si logramos salir un breve instante de nuestras ocupaciones y pensamos en las palabras del cardenal Nguyen, quizá logremos entrar en el corazón de algún hombre o mujer que se encuentran en una cárcel física o encerrado en alguna prisión del alma. Quizá podemos visitarle desde nuestro corazón con una oración, con un recuerdo o, ¿por qué no? con una visita física. Experiencia cristiana. Para un cristiano, visitar a los presos, no es un acto de justicia, ni un mero hecho filantrópico. Visitar un preso es un genuino acto de caridad revestido con un adorno especial que llamamos misericordia. Ser misericordioso es más que un sentido de simpatía, exige una entrega del corazón y de la inteligencia para compadecerse de las miserias ajenas: las obras de misericordia son las manos de la caridad. 25


Cristo, en este mundo, padece frío, hambre, soledad, tristeza, en la persona de todos los encarcelados, como dijo él mismo: “Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25,40). No podemos apartar nuestro pensamiento del sufrimiento y soledad de los prisioneros, pues estaríamos alejando la mirada de Jesucristo escondido en ellos. Expresión de fe. La fe hecha vida “Acuérdense de los que están presos, como si ustedes mismos estuvieran también con ellos en la cárcel. Piensen en los que son maltratados, pues también ustedes tienen un cuerpo que puede sufrir”. (Carta a los Hebreos, 13, 3). Mi primer compromiso podría ser orar por los presos y sus familias. Por las personas que se vieron afectadas por sus acciones. Pero además se nos pide siempre algo más, aquí donde estás, en medio de tu momento concreto, ¿a quién puedes ayudar a liberar? ¿Sabes de alguien que necesita ser escuchada? Liberar de su interior algo que le agobia. Esto implica visitar a los presos y darles ayuda material y muy especialmente, asistencia espiritual (para ayudarlos a enmendarse y ser personas útiles y de bien cuando terminen el tiempo asignado por la justicia).

"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" (Mt. 25,44) 26


ORACIÓN Señor Jesús, Tú siempre te mostraste amigo de los pequeños, de los pobres y de los excluidos: hasta el punto de querer pasar por la experiencia del preso: fuiste denunciado, detenido y apresado en la oscuridad de la noche, conducido a la cárcel y sometido a interrogatorios, insultos, burlas, malos tratos y torturas, juzgado sin las debidas garantías, condenado y ejecutado (como muchos a lo largo de la historia y también hoy). Tu amor te llevó a identificarte con ellos y a permanecer presente en ellos: estuve en la cárcel y viniste a verme. Ante este gesto tan desconcertante nos atrevemos a pedirte por las presas y presos de hoy, ayúdalos en sus necesidades, a sus familias y a las personas que se vieron afectadas por sus acciones: También queremos pedirte sociedad y la Iglesia para que:

por

nosotros,

la

• No rechacen a las presas y presos por el hecho de serlo. • Les respetemos como personas que son. • Te veamos y sirvamos a Ti en ellos. • Los acojamos con cariño y comprensión cuando recobren la libertad. • Les acompañemos y ayudemos a reinsertarse. • Nuestro amor, en definitiva, les ayude a descubrir que Tú les quieres. Te lo pedimos por María, tu Madre y nuestra Madre, que vivió la experiencia de ver a su Hijo preso. Amén. 27


No está en nuestras manos sacar a los presos de la cárcel; pero sí podemos aliviar y orientar a los presos que están en la cárcel. No podemos quitar las esposas de las muñecas; pero sí podemos quitar las cadenas del alma. Hay muchas cárceles y esclavitudes íntimas. Es tarea nuestra, es obra de misericordia, liberar a todos los cautivas: desde el preso al drogadicto, desde el avaricioso al consumista, desde el lujurioso al hedonista, desde el hincha al fanático de lo que sea. “Estaba en la cárcel y me visitasteis” (Mt 25,36). Estas son las palabras del juicio final, contado por el evangelista Mateo, y estas palabras del Señor, en las cuales Él se identifica con los detenidos, expresan en plenitud el sentido de mi visita actual entre vosotros. Dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Esta es la razón principal por la que me siento feliz de estar aquí, para rezar, dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha contado entre las obras de misericordia corporal, la visita a los presos (Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2447). Y esta, para ser completa, exige una plena capacidad de acogida del detenido, «dándole espacio en el propio tiempo, en la propia casa, en las propias amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades» (Cf. CEI, Evangelización y testimonio de la caridad, 39). Querría de hecho poder ponerme a la escucha de la peripecia personal de cada uno, pero, lamentablemente, no es posible; sin embargo, he venido a deciros sencillamente que Dios os ama con 28


un amor infinito, y sois siempre hijos de Dios. Y el mismo Unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, experimentó la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la más feroz condena a la pena capital. Benedicto XVI a los presos, 18 de diciembre de 2011

Dialoga en grupo Reflexionar y compartir las personales y eventuales ‘prisiones’ en las que podemos estar y/o participar. Dar a conocer mejor la realidad de la pastoral penitenciaria en la diócesis. Mejorar la atención pastoral a los posibles reclusos y a los familiares que vivan en la parroquia. Concretar una obra de misericordia para este mes, tanto a nivel personal como comunitario.

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OBRAS DE MISERICORDIA ABRIL

Visitar al enfermo Experiencia humana «Dos hombres avanzan juntos por un camino. Uno de ellos está convencido de que la ruta conduce a la ciudad celeste, mientras que el otro opina que no conduce a ninguna parte; pero como no hay otro camino, viajan juntos. Ninguno de los dos ha recorrido jamás ese itinerario; por ello, ninguno puede decir qué hallarán a la vuelta de cada curva. Durante el viaje viven momentos fáciles y gozosos, pero también momentos difíciles y peligrosos. Durante todo el tiempo, uno de ellos piensa el viaje como una peregrinación a la ciudad celeste. Interpreta los momentos agradables como estímulos, y los obstáculos, como pruebas de su propósito y lecciones de perseverancia, preparadas por el rey de aquella ciudad y destinadas a hacer de él un habitante digno del lugar al que se encamina. Pero el otro no cree nada de esto y considera el viaje como una marcha inevitable y sin objetivo. Dado que no hay opción, disfruta del bien y soporta el mal. Para él no existe ninguna ciudad celeste que alcanzar ni una finalidad que dé sentido a su viaje: existe sólo el camino y las vicisitudes del camino en el buen tiempo y en el malo. Los caminantes no tienen distintas expectativas sobre las cosas que encontrarán en el 30


camino, sino únicamente en su último destino. Al volver la última curva es cuando se verá que uno ha tenido razón todo el tiempo y el otro ha estado siempre equivocado» (O. HICK, Philosophy 01 Religíon). “Un dolor curado, justifica toda la vida de un médico”, afirmaba Marañón. Ese es el sentido y la finalidad de la profesión médica. El reto, en nuestros días, es que con demasiada frecuencia una vez calmado el dolor quedan preguntas abiertas sobre el sufrimiento que se pretenden resolver por la misma vía que las del dolor. No es lo mismo preguntar ¿por qué me duele? que ¿por qué sufro? La visita al enfermo no es sólo cuestión de acordarse de él. Es también ofrecerse a caminar juntos ese camino en busca de una respuesta al sufrimiento. Experiencia cristiana La visita a los enfermos se fundamenta en la palabra y obra del Señor, una de cuyas actividades fundamentales fue la curación de enfermos. Jesús cura las enfermedades, morales y biológicas, y perdona los pecados para romper la nefasta dependencia entre pecado y enfermedad y manifestar que llega, con la salvación, el Reino de Dios. La curación de los enfermos entraña en Jesús una lucha contra la enfermedad con un exquisito amor al enfermo. Para los cristianos la ayuda y acompañamiento al enfermo se deriva del ministerio de la caridad. La visita a los enfermos entonces tiene su fuerza en la evangelización mediante palabras y hechos del mensaje esperanzador y gozoso cristiano. Evidentemente, es una evangelización adaptada al mundo de los enfermos, sin presiones (con libertad religiosa), con 31


tacto (sin disimulos vergonzantes), con realismo (la enfermedad es un mal) y de forma personal (con atención exquisita) y comunitaria (con el ágape eficaz de la comunidad o del grupo apostólico). Expresión de fe. La fe hecha vida Atrévete a visitar a algún/a enfermo/a que sea cercano a ti o visita un centro de mayores. Pero antes de eso, recemos por los enfermos, en especial, por aquellos que conocemos: Señor Jesús, aquel (aquella) a quien amas está enfermo (a). Tú lo puedes todo; te pido humildemente que le devuelvas la salud. Pero, sin son otros tus designios, te pido le concedas la gracia de sobrellevar cristianamente su enfermedad. En los caminos de Palestina tratabas a los enfermos con tal delicadeza que todos venían a ti, dame esa misma dulzura, ese tacto que es tan difícil de tener cuando se está sano. Que yo sepa dominar mi nerviosismo para no agobiarle, que sepa sacrificar una parte de mis ocupaciones para acompañarles, si es su deseo. Yo estoy lleno de vida, Señor, y te doy gracias por ello. Pero haz que el sufrimiento de los demás me santifique Trabajo en grupo: ¿Qué es lo que más me preocupa en la visita del enfermo: su dolor o su sufrimiento? ¿Ofrezco mi persona y mi fe para acompañar a la persona enferma? ¿Cómo poder hacer de la visita del enfermo un ejercicio de caridad y de evangelización? 32


OBRAS DE MISERICORDIA MAYO

Perdonar las ofensas Experiencia humana Texto extraído del libro “Los límites del perdón” 1 donde el autor cuenta su experiencia en el campo de concentración nazi. Siendo preso por ser judío le ordenan cuidar a soldados de la SS enfermos. Allí conoce a Karl, soldado nazi de 22 años enfermo terminal. Él le va a contar todo lo que ha hecho siendo soldado y aquí encontramos parte de su última conversación. Quien narra la acción es Simón, el preso judío, quien habla es Karl: “-Mira, dijo, esos judíos murieron rápidamente, no sufrieron como yo. Aunque no eran tan culpables como yo. En ese punto me levanté dispuesto a irme. Yo, el último judío de su vida. Pero rápidamente me agarró con su pálida mano. ¿De dónde puede sacar tanta fuerza un hombre desangrado? […] Guardó silencio, tratando de encontrar las palabras. Quería algo de mí, pensé, ya que no podía creer que me hiciera ir hasta allí sólo para escuchar su historia. -Cuando todavía era un niño creía firmemente en Dios y en los mandamientos de la Iglesia. Después todo fue

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, WIESENTHAL, SIMÓN, Los límites del Perdón, Ed. Paidós Contextos. 1998.

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más fácil. Si todavía conservara esa fe estoy seguro de que la muerte no me resultaría tan difícil. No puedo morir... sin lavar mi conciencia. Ésta debe ser mi confesión. Pero ¿qué clase de confesión es ésta? Una carta sin respuesta... Sin duda se refería a mi silencio. ¿Qué podía decir? Ahí estaba un hombre desahuciado, un asesino que no quería serlo pero que se había convertido en un asesino por culpa de una ideología asesina. Estaba confesando su crimen a un hombre que quizá mañana muera en manos de los mismos asesinos. En su confesión había un sincero arrepentimiento, aunque no lo llegó a confesar abiertamente. Tampoco era necesario, dada la manera en que se dirigió a mí, ya que el hecho de que hablara conmigo era la prueba de su arrepentimiento. -Créeme, estaría dispuesto a sufrir dolores aún más terribles y penosos si de ese modo pudiera devolver la vida a los muertos de Dnepropetrovsk. Muchos jóvenes alemanes mueren a diario en los campos de batalla. Lucharon contra un enemigo armado y cayeron en el combate, pero yo... yo estoy postrado aquí, con mi culpa. En las últimas horas de mi vida tú te encuentras a mi lado. No sé quién eres, sólo sé que eres judío y para mí eso es suficiente. No dije nada. Lo cierto era que en su campo de batalla también había «luchado» contra hombres, mujeres, niños y ancianos indefensos. Podía imaginarlos envueltos en llamas y saltando por la ventana hacia una muerte segura. Se incorporó y juntó sus manos como si fuera a rezar. 34


-Quiero morir en paz, y por eso necesito... Observé que las palabras no podían salir de sus labios. Pero no estaba dispuesto a ayudarle. Me mantuve en silencio. -Sé que lo que te he contado es terrible. En las largas noches, mientras espero que venga la muerte, he deseado una y otra vez hablar de ello con un judío y rogarle que me perdone. Aunque no sabía si quedaban judíos vivos... »Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero sin tu respuesta no puedo morir en paz. Se hizo un extraordinario silencio en la habitación. Miré por la ventana. El sol inundaba la fachada de los edificios. Estaba en lo alto del cielo. Sólo se veía una pequeña sombra triangular sobre el patio. ¡Qué contraste entre la gloriosa luz del exterior y la sombra de este espantoso momento aquí, en la cámara de la muerte! En su interior yacía un hombre que deseaba morir en paz pero que no podía, ya que el recuerdo de su horrendo crimen no le dejaba descansar. Y a su lado se sentaba otro hombre que también estaba condenado a morir pero que no quería, ya que deseaba ver el final de todo el horror que cegaba al mundo. El Destino había unido a dos hombres que no se conocían. Uno pedía ayuda al otro. Pero el otro no podía hacer nada por él. Me levanté y miré hacia él, a sus manos cruzadas. Entre ellas parecía descansar un girasol. Por último, tomé una decisión y salí de la habitación. 35


La enfermera no se encontraba al otro de la puerta. Olvidé dónde estaba y no regresé por la escalera por donde la enfermera me había llevado. Tal y como solía hacer en mis tiempos de estudiante, bajé por la entrada principal y hasta que no vi las miradas de extrañeza de los médicos y las enfermeras no me di cuenta de que había tomado un camino equivocado. Pero no di marcha atrás. Nadie me detuvo, por lo que seguí caminando hacia la puerta principal y regresé con mis compañeros... El Sol brillaba con fuerza.” Frente a este dilema de este judío, sobre perdonar o no perdonar, te invito a hacer una lista de pros y contras del perdón. Experiencia cristiana La injuria, según el diccionario, es un agravio, ultraje de obra o de palabra. No es algo bueno o indiferente. Es algo malo. Por ello el perdón es difícil. No es justificar algo bueno. Es reconocer que algo está mal, que ha hecho daño pero que hay algo que me hace ser capaz de curar ese agravio. Ese algo no puede ser otra cosa que el amor. Es por eso que para poder perdonar, primero hay que llenarse de amor. “Hasta setenta veces siete” (Mt18, 22), “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)… son expresiones de Jesús que no sólo demuestran el perdón de Dios o el amor de Dios. También demuestran lo infinito de ambos. Sólo un amor así puede venir de Dios, sólo un perdón así puede venir del que no tiene principio ni tiene fin. Para que nuestro perdón se parezca algo a éste, que es verdadero, es necesario unirnos al amor infinito de Dios. Sólo desde la experiencia de un amor que me 36


ama haga lo que haga, pase lo que pase; sólo desde la experiencia de que el amor de Dios es un amor gratuito y no dependiente de mis actos o actitudes, podré empezar a perdonar las injurias que me puedan hacer. Porque habrá un amor primero y mayor que es capaz de sanar cualquier daño. Expresión de fe. La fe hecha vida Oremos juntos por aquellos que nos injurian o nos han injuriado. Pidamos que el Señor nos de la capacidad de abrirnos a su amor para que seamos capaces de perdonar. Se hace un momento de silencio donde cada haga presente la injuria y a quienes se la han hecho y juntos se reza el Padrenuestro, haciendo hincapié en “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Trabajo en grupo: Haz una lista de pros y contras de perdonar y de no perdonar. ¿Qué es lo más valioso? ¿Alguna vez habías reflexionado sobre la necesidad de amar para poder perdonar? ¿Cuáles pueden ser las fuentes donde nosotros vayamos a buscar ese amor, ese perdón? En la difícil tarea de perdonar, ¿cómo valoramos el perdón de Dios? ¿Lo damos por supuesto, por obvio o a qué nivel valoramos esa acción de Dios a favor nuestro? 37


OBRAS DE MISERICORDIA JUNIO

Vestir al desnudo... Experiencia humana Como sabemos, nuestro mundo produce suficientes recursos para que todas las personas tengan lo necesario para vivir dignamente, pero tristemente no existe un reparto equitativo de los bienes. El egoísmo, los intereses, la ambición desmedida dan lugar a la dolorosa paradoja de que mientras la sociedad opulenta derrocha la mayor parte de los bienes, multitud de seres humanos no logran salir de su miseria. Con este planteamiento de fondo, sin embargo, también asistimos desde hace décadas a un movimiento solidario que, superando el pesimismo, trata de poner los medios que están a su alcance para compartir con quien no tiene. ¿Conocemos alguna iniciativa solidaria que se haya llevado a cabo en nuestro entorno? ¿Hemos podido participar de alguna acción en favor de quien lo necesita? “Desde la década de 1990 el mundo de la moda ha sufrido un cambio radical tras el impacto de la globalización económica y cultural: no sólo ha cambiado el sistema de producción, distribución y comercialización, sino que marcó el comienzo de 38


nuevos tipos de relaciones entre los consumidores y los objetos. Lipovetsky, (2007) y Bauman (2007) coinciden al afirmar que los autores los seres humanos nos hemos convertido en seres guiados por el “usar y tirar”, por la creciente sensación de que todo es efímero y que los productos que compramos y utilizamos tienen una vida útil muy reducida: siempre empujados por lo nuevo, por más velocidad, más estilo o simplemente, por un deseo inexplicable “por el cambio”. (Ana Martínez Barreiro, Departamento de Sociología y Ciencia Política y de la Administración, Universidad de la Coruña) “Karibu es una ONG que atiende a inmigrantes subsaharianos en Madrid. Uno de sus servicios más demandados es el ropero, al que acuden miles de africanos que no tienen con qué vestirse. María del Carmen lleva 15 años como voluntaria, dando testimonio entre sus hijos y nietos de la importancia de vestir al desnudo. «Estas personas no tienen ni ropa ¡y son iguales que yo! ¿Qué he hecho yo para nacer en España y no en África? Nada. Entonces, ¿por qué puedo cambiar de ropa cuando quiera y ellos no tienen ni un jersey en invierno? Si no tuviera fe, quizá no estaría aquí, pero creo que vestir al desnudo es una obligación humana». (De www.catholic.net: “vestir al desnudo” (Antonio Rivero, L.C)

Experiencia cristiana “Estaba desnudo y me vestisteis” (Mateo 25, 36). El Papa explicó que en este año Santo se necesita armonizar el hacer con el ser porque: “no basta con 39


hacer obras de misericordia, sino que hay que ser misericordiosos con los demás” y citó a san Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos examinados en el amor”. En este sentido, vestir al desnudo es una obra de misericordia primordial para sacarnos del ensimismamiento (pensar solo en uno mismo). Cabe destacar que no se trata de dar lo que sobra. Es decir, ropa usada en mal estado o que nosotros mismos no usaríamos. El Papa en la convocación del jubileo nos indica a los pobres como los privilegiados de la misericordia divina, entonces se trata de una obra que nos acerca al corazón de la fe, como aproximarse al Dios escondido en las pequeñas cosas cotidianas. En este caso, en la suciedad de la vestimenta, los zapatos rotos o la piel desnuda del prójimo que clama ayuda. (Cf. A. Ramos Díaz) Trabajo en grupo: Cuando Jesús dice “estaba desnudo y me vestisteis”…  ¿Veo su rostro en quienes se encuentran en esa situación? ¿Tengo experiencia de haber obrado como Jesús dice en esa petición?  ¿Cuándo se dice “vestir al desnudo”, aparte de vestido, a qué otras necesidades se podrá referir?  ¿Es posible también ofrecer la fe a quién nos solicita ayuda material? ¿Lo hemos realizado? 40


Texto-experiencia real: Las Claras envían a Angola un contenedor con 20.000 kilos de alimentos y ropa "Gracias a la colaboración de entidades y personas anónimas, las monjas de clausura de Santa Clara llenaron ayer entre las 07:00 y las 12:00 horas un contenedor de 40 pies, con 20.000 kilos de alimentos, ropa, calzado y un importante material sanitario donado por el hospital La Colina y la familia del fallecido oftalmólogo Fornier, que salió más tarde para Angola, donde se piensa que llegará dentro de 20 días. El contenedor fue llenado gracias a la colaboración de 20 voluntarios y la empresa Dyrecto de forma desinteresada, cuyo representante destacó que, gracias al reportaje previo de El Día, la gente de la Isla respondió con tanta solidaridad que en el convento quedó mercancía como para enviar otro segundo contenedor el próximo mes. Lo que todavía hace falta es que determinados organismos oficiales o empresas, como ha hecho Fred. Olsen, den ayuda económica para pagar la totalidad del gasto del envío del contenedor. La superiora del convento de Santa Clara, Sor María Luz, estaba ayer muy contenta con el envío y mucho más su hermana, el alma de este proyecto, Sor María Belén. El hospital La Colina donó una máquina de rayos X, una máquina de respiración asistida, vitrinas, ordenadores y material sanitario como gasas y algodón. Por su parte, la familia del prestigioso y ya fallecido oculista Fornier dio todo el material de su consulta. 41


Es de destacar que el contenedor va precintado y no será abierto hasta que llegue a su lugar de destino que es Luanda, para distribuir el material sanitario en el hospital que tienen en el lugar las monjas Clarisas, mientras que la ropa y los alimentos beneficiarán mucho a los ingresados en la leprosería, a los niños huérfanos que transitan solos las calles y a los pobres. Las monjas agradecen la ayuda a todo el pueblo de Tenerife y especialmente a las donaciones y ayudas del hospital La Colina, Fred. Olsen, Palacio Hindú, arciprestazgo de Taco y el colegio Santa María, cuya ayuda logrará lo que persiguen las Clarisas, como es aumentar la calidad de vida de quienes sufren la pobreza en la localidad de Luanda". (Noticia real publicada en el periódico tinerfeño El Día, el 4 de marzo de 2007)

 ¿Conocías esta acción?  ¿Es posible la colaboración entre la comunidad cristiana y las entidades públicas o privadas?  ¿Podrías poner ejemplos de otras acciones que conozcas? Expresión de fe. La fe hecha vida Cuando hablamos de misericordia no nos quedamos solamente en el plano espiritual, también hay obras llamadas “corporales”, que se materializan en las necesidades reales de nuestros hermanos. Es el Dios de misericordia quien nos invita a actuar con el hermano como aquel Buen Samaritano que se detuvo en su 42


camino para dedicar tiempo, esfuerzo y medios a la atención de quien se encontró herido, tumbado en el camino de la vida (Cfr. Lc 10, 25-37). Reflexiona y comparte en grupo  ¿Me conmuevo ante el hermano que se encuentra desamparado?  ¿Participo en las campañas de ayuda en favor de los necesitados?  ¿Les tengo presente en mi oración?  ¿Conocemos la experiencia de los “talleres de reciclaje textil e inserción socio-laboral” que ofrece Cáritas, así como otras entidades que gestionan Roperos Solidarios e iniciativas semejantes?  ¿Difundimos las campañas orientadas a la recogida de prendas, calzado y otros enseres?

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OBRAS DE MISERICORDIA JULIO

Dar buen consejo a quien lo necesita... Experiencia humana En todas las sociedades encontramos diversos modos de aconsejar, especialmente a través de proverbios, refranes, historias edificantes… La formación humana de cada persona, en el seno de su familia o centros educativos se basa, en gran medida, en consejos transmitidos por la propia experiencia. La persona quiere ser autónoma, y es una aspiración lógica, sin embargo, con los primeros fracasos se empiezan a valorar los buenos consejos que nos orienten en nuestras decisiones fundamentales.  ¿Hemos tenido la experiencia de recibir algún consejo realmente útil en nuestra vida?  ¿Has orientado a alguna necesitara un consejo?

persona

que

“Disponía de media hora antes de tener que preparar la cena de los niños. Así que Elena aprovechó para encender el ordenador y buscar una noticia sobre economía que le habían comentado. Creía que podía resultarle útil para la reunión del día siguiente. Tecleó el nombre del economista en Google y el primer puesto en el largo listado que le apareció en la pantalla era 44


un artículo de marketing. Lo abrió porque también le pareció interesante. Leyó unas cuantas líneas y enseguida vio que en este artículo había varios enlaces hacia otros que pensó debería leer. Mientras estaba pensando en guardarlos, apareció la señal de que alguien le había mandado un e-mail, así que abrió el programa y comprobó que tenía muchos mensajes sin abrir. Por los asuntos, todos parecían de los que tenía que responder y que le llevarían trabajo. Se agobió. Sonó el teléfono. Era una teleoperadora que le quería informar de una oferta de telefonía móvil. Muy educadamente le dijo que no le interesaba” (Tomado del diario “El País”, 8 enero 2012). Esta experiencia muestra la realidad cotidiana que nos toca vivir en la sociedad moderna, hasta el punto de haberse creado el término “infoxicación” para definir el estado de sobreinformación al que nos vemos sometidos a diario, y que no deja espacio para digerir las noticias. En esta situación, también ocurre que múltiples informaciones vanas enmascaran otras de verdadero calado, por lo cual se hace hoy más que nunca necesario, especialmente a la hora de tomar decisiones, un sabio consejo que oriente la sosegada reflexión personal. Experiencia cristiana El consejo es uno de los dones del Espíritu Santo, lo cual nos indica que desde la Fe, tiene categoría de don divino que orienta nuestros pasos. Ya en múltiples pasajes del Antiguo Testamento aparece el creyente esperando esta guía para sus pasos; pero sobre todo, la 45


propia Revelación es una muestra de que Dios se manifiesta a través de múltiples mediaciones para guiar nuestro camino. Pero es en el N.T. donde especialmente podemos encontrar a Jesús –Dios hecho hombresaliendo a nuestro encuentro y presentándose como el camino, la verdad y la vida. Por ello, para el creyente el consejo procede de la escucha atenta de la Palabra. Quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo podrá ser bueno. No se trata de dar opiniones personales, sino de veras aconsejar bien al necesitado de guía. Por ello, quien ha recibido esta luz, tiene la obligación moral de comunicarla. Es aquí donde se presenta como una de las “obras de misericordia” el dar buen consejo a quien lo precisa. Pero, evidentemente, el consejo debe ser ofrecido, no forzado; por ello, la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo sea requerido. Ante la realidad confusa en que vivimos, hay muchas personas que buscan una “palabra de vida”, pero tristemente ocurre en ocasiones que encuentran “guías ciegos”, opiniones sin fundamento o especulaciones con oscuros intereses. Por ello, más que nunca, hacen falta verdaderos creyentes que ofrezcan consejo a quien lo necesita. “Los guías espirituales brillarán como resplandor del firmamento” (Dan 12, 3). ¿Tengo experiencia de contar con Dios a la hora de tomar decisiones? ¿La Palabra de Dios me ilumina en el camino de mi vida? ¿De qué manera? ¿Cómo podemos transmitir un buen consejo a quien lo está necesitando? ¿Y si no se puede? 46


Desde la Palabra: "Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano." (Mt 18, 15-17) ¿Hemos practicado de este modo la corrección fraterna con alguien? ¿La hemos recibido alguna vez? ¿Oras por la persona a la cual aconsejas, a la luz de la Palabra? ¿Lo ves como hermano? Expresión de fe. La fe hecha vida En la sociedad que vivimos, es más cómodo pasar de largo que emplear tiempo y esfuerzo en interesarse por una persona, escucharle, hacerle caer en la cuenta de su error, y darle un buen consejo. Pero los cristianos miramos a los demás como hermanos, debe preocuparnos la situación de la otra persona; por ello Jesús nos invita a acercarnos, con respeto, pero decididamente para tratar de evitar que ese hermano siga cayendo hacia el abismo. Es un acto que se realiza “a solas” o “en privado”, para dar al hermano la posibilidad de defenderse y explicar con toda libertad su acción o actitud. A veces también ocurre que algo que a un observador externo parece culpa, podría no serlo en la intención del que la ha cometido. Cuando no es posible corregir en privado, a solas, hay que evitar el hecho, hablar mal de él o calumniarlo, dando por 47


probado lo que no lo es o exagerando la culpa. La persona que ha cometido la culpa podría ser yo mismo y el que corrige ser el otro. El que decida corregir, orientar o aconsejar a otro tiene que estar dispuesto a dejarse ayudar del mismo modo cuando lo necesite. Reflexiona y comparte en grupo

 ¿He tratado de escuchar y aconsejar a las personas de mi entorno?  ¿He intentado acercarme alguna vez a otras personas con quien tengo menos trato, pero me preocupa su situación?  ¿Me han pedido consejo alguna vez? ¿He buscado luz en la fe para responder a esa persona?  ¿Tengo presente en mi oración a la persona a quien intento ayudar con una corrección o un consejo?  ¿Conozco los recursos disponibles en la Diócesis para las diferentes necesidades: centro de orientación familiar, centro de orientación vocacional, acogida de cáritas, catecumentado de adultos, jornadas de formación… etc.?  ¿Me ha servido algún cursillo o jornada de formación en la Fe para tener más luz a la hora de seguir un consejo o darlo a los demás?

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OBRAS DE MISERICORDIA AGOSTO

Enseñar al que no sabe. Experiencia humana En algunas ocasiones hemos podido oír aquello de “si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo”. Una expresión muy lejana a esta obra de misericordia que queremos profundizar. Todos hemos disfrutado de pequeños aprendiendo de nuestros mayores. Pasar las tardes mirando a mi abuelo remendar zapatos, a mi padre trabajar la madera,.. No soy carpintero ni zapatero, pero de mis mayores he podido ir aprendiendo tantas cosas que me han ayudado en mi vida. Hay alguien que me preguntó una vez si sabía por qué las gallinas no sabían volar. Me contó que un día, alguna decidió que para evitar complicaciones y caídas a sus pequeñuelos pollitos no les enseñó a volar. Desde ese entonces se han olvidado. Lo que no se transmite, acaba por desaparecer. Lo que sabes no es para retenerlo, es para transmitirlo. Es una hermosa obra de misericordia, pero a veces nos encariñamos tanto con ella que queremos dar lecciones a todo el mundo. A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Esto también es ‘obra de misericordia’: saber escuchar y agradecer lo que hemos aprendido. Todos 49


necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, y el padre del hijo, y el empresario del obrero. Enseña, sí, al que no sabe, pero sin humillarle. Enséñale a saber. Y –no hace falta decirlo- para que sea una obra de misericordia se necesita una condición: la gratuidad. Experiencia cristiana [Mc. 1, 21-28] ¿Cómo enseña Jesús? Jesús comienza a enseñar en la sinagoga, la casa de oración, en donde se reunía el pueblo para escuchar y compartir las enseñanzas de la Ley. Cuando Jesús enseña: - se integra a la vida del pueblo - se coloca al alcance de la gente - participa de su vida - les enseña de manera que entienden, su mensaje es claro y transparente. La pedagogía de Jesús nos muestra la importancia de la coherencia. Nadie puede enseñar lo que no vive, y por el contrario si vive enseña mucho. Primero es la vida, luego las palabras. En Jesús hay total transparencia entre lo que predica y lo que hace, por eso su mensaje es su vida misma. Para enseñar como Jesús hay que vivir lo que se enseña, porque el ejemplo de vida es la primera enseñanza que se ofrece a los demás.

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Expresión de fe. La fe hecha vida A la luz del texto nos revisamos…

a) ¿Desde dónde enseñamos? ¿Subidos en la cátedra o desde abajo con la vida? b) Los que nos rodean, ¿descubren en nosotros algo nuevo, distinto, atrayente… ¿la novedad del Evangelio de Jesús está presente en nuestros encuentros? ¿Cómo incluirla? c) ¿Existe coherencia entre lo que decimos y hacemos? ¿Entre lo que enseñamos de palabra y lo que enseñamos con nuestras actitudes y gestos? ¿Qué necesitamos cambiar? ¿Por dónde empezar?

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OBRAS DE MISERICORDIA SEPTIEMBRE

Corregir al que está en error. Experiencia humana

Sabemos por experiencia que una buena corrección ayuda. A nadie le gusta que nos dejen en el error y parecer como “tontos”, seguir por el camino equivocado que no nos lleva al destino. Pero corregir no siempre es fácil. En el refranero se suele decir que ‘quien bien te quiere, te hará llorar’. Hay momentos en lo que corregir a alguien es hacerle encontrar con una realidad no se esperaba. La corrección comporta un modo de amar al prójimo con la pedagogía serena que nace de un corazón sencillo y bien templado. La corrección no sólo se debe someter a pronunciar palabras, puesto que cualquier gesto puede llegar a ser luz para dar pistas de orientación al corregido que valen mucho más que ‘mil palabras’. Nunca un buen ciudadano o un buen cristiano puede quedarse con los ‘brazos cruzados’ ante alguien que está en un error, pero también tenemos que aprender a acercarnos para corregirlo.

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Experiencia cristiana (Mt.18, 15-20) Meditación del Papa Francisco

Las etapas en este itinerario de corrección indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es necesario ante todo evitar el clamor de la crónica y los chismes en la comunidad. Esto es lo primero que hay que evitar. 'Ve, amonéstalo, tú y él solos'. La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano. Porque ustedes saben que las palabras matan. Cuando hablo mal y hago una crítica injusta, cuando descarno a un hermano con mi lengua, esto es asesinar la reputación del otro. También las palabras asesinan. ¡Vamos, con esto, seriamente! Al mismo tiempo esta discreción, de hablarle estando solo, tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre los dos, ningún otro escucha y todo acaba aquí. Y a la luz de esta exigencia se entiende también la serie de sucesivas intervenciones, que prevé involucrar a algunos testimonios y después a la misma comunidad. La finalidad es de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho. (S.S. Francisco, Ángelus del 7 de septiembre de 2014). 53


Expresión de fe. La fe hecha vida

Señor, te pedimos que al corregir, procuremos usar una gran bondad, mansedumbre y miramiento, y de un hondo sentido de la justicia y la equidad. Si somos corregidos alguna vez -pues también nosotros estamos sometidos a autoridad-, no nos rebelemos ni tomemos a mal la corrección, sino con buen ánimo, con humildad y sencillez, según Tus palabras: "Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge" EN LO PRÁCTICO: Estaré atento a mis propios errores e intentaré corregirlos. En mi grupo, movimiento, parroquia, asociación,… intentaré corregir según los criterios del Evangelio.

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OBRAS DE MISERICORDIA OCTUBRE

Aceptar con paciencia los defectos ajenos... Experiencia humana En nuestra vida social, no siempre es fácil la convivencia con las demás personas ya que cada cual tiene su forma de ser que, en ocasiones, puede chocar con la nuestra. Ahora bien, cuando se trata sencillamente de temas opinables, el esfuerzo que hemos de realizar es el de la tolerancia, ya que no podemos pretender que los demás sean completamente iguales a nosotros. Sin embargo, en ocasiones se trata realmente de que la otra persona resulta molesta por algún defecto que no llega a corregir. Por ello, también es un acto de misericordia el llevar con paciencia ese sufrimiento. De hecho, en muchas ocasiones lo hacemos, cuando valoramos más mantener la convivencia en paz, que crear una situación de tensión tratando de arreglar algo que realmente no va a solucionarse.  ¿Cuál es nuestra experiencia ante la convivencia con los defectos de otra persona?  ¿Nos desesperamos o hemos sobrellevado con paciencia tal situación?  ¿Soy consciente de que yo también puedo molestar a otra persona con los míos? 55


“Durante mucho tiempo, en la oración de la tarde, yo me colocaba delante de una hermana que tenía una curiosa manía, y pienso que también… muchas luces interiores, pues rara vez se servía de algún libro. (…) En cuanto llegaba esa hermana, se ponía a hacer un extraño ruido, parecido al que se haría frotando dos conchas una contra otra. Sólo yo lo notaba, pues tengo un oído extremadamente fino (demasiado a veces). Imposible decirle, Madre, cómo me molestaba aquel ruidito. Sentía unas ganas enormes de volver la cabeza y mirar a la culpable, que seguramente no se daba cuenta de su manía. Era la única forma de hacérselo ver. Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y no hacer sufrir a la hermana. Así que seguía quieta y trataba de unirme a Dios y de olvidar el ruidito… Todo inútil. Me sentía bañada de sudor, y me veía forzada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento. Pero a la vez que sufría, buscaba la manera de hacerlo sin irritarme, sino con alegría y paz, al menos allá en lo íntimo del alma. Trataba de amar aquel ruidito tan desagradable: en vez de procurar no oírlo (lo cual era imposible), centraba toda mi atención en escucharlo bien, como si se tratara de un concierto maravilloso, y pasaba toda la oración (que no era precisamente de quietud) ofreciendo aquel concierto a Jesús. (…) Madre querida, ya ve que yo soy una alma muy pequeña que no puede ofrecer a Dios más que cosas muy pequeñas. Con todo, muchas veces me ocurre que dejo escapar algunos de esos pequeños sacrificios que dan al alma tanta paz”. (De la “Historia de un alma”, de Santa Teresita del Niño Jesús -o de Lisieux-). 56


Experiencia cristiana: [Revista Misioneros Tercer Milenio, junio de 2010] “En las relaciones humanas una de las cosas que más cuesta es soportar o sobrellevar los defectos de nuestros prójimos (…) tener paciencia cuando tenemos “atravesados” a aquellos que nos “caen mal”, o a quienes vemos con muchos defectos. La paciencia es la virtud que nos lleva a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Ella nos ayuda a mirar a los demás con corazón amplio y, aun cuando veamos sus defectos, hemos de poner empeño para soportarlos con un corazón misericordioso. Sufrir con paciencia los defectos de los demás es un camino seguro hacia la paz. Este modo de proceder es la de aquellos que apuestan por la santidad. (…) La respuesta siempre es la misma: amar y perdonar. Quien sufre con paciencia los defectos del prójimo no es un masoquista como, a veces, se ha dicho. (…). La paciencia que soporta y sufre los defectos de los demás es fruto de la presencia del Espíritu de Dios. La auténtica caridad es sobrellevar y disculpar los defectos de los demás. Si este modo de proceder falla, se cae en la grave depreciación de la dignidad humana, el ser humano que molesta se convierte en un enemigo irrecuperable. [Mons. Francisco Pérez González, Director Nacional de Oboras Misionales Pontificias – España]

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 ¿He vivido situaciones en que he necesitado ejercitar la paciencia ante alguna persona?  ¿Me he planteado cono virtud el sobrellevar los defectos de los demás?  ¿Tomo ejemplo de Jesús en el Evangelio, para imitar su paciencia en el sufrimiento?  Cuando hemos caído en la cuenta de algún defecto nuestro que hace sufrir a otra persona… ¿hemos procurado corregirlo? Desde la Palabra:

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Lc 6, 41-42) Expresión de fe. La fe hecha vida ¡Qué fácil es ver la paja en el ojo del prójimo y no vemos la viga en el nuestro!. Cuando seamos capaces de disimular los defectos de nuestro hermano, estaremos colaborando en la construcción del Reino del Señor. Tengamos paciencia con los ancianos, los niños, el vecino, el compañero de trabajo y ellos la tendran con nosotros, en nuestros defectos. (Cfr.http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html) 58


COHERENCIA [Florentino Ulibarri] Mirar como Tú miras, con ojos claros y limpios, comprendiendo siempre al hermano, coherencia. Saberse discípulo, no tenerse por maestro y gozar del aprendizaje diario, coherencia. Conocer a los árboles por su fruto, no esperar higos de las zarzas, ni uvas de los espinos, coherencia. Almacenar bondad en el corazón, cultivar una solidaridad real y sentir que nos desborda el bien, coherencia. Reconocer que no todo es tierra firme, construir sobre roca nuestra casa, no tener miedo a huracanes y riadas, coherencia. Admitir la pequeñez y los fallos propios, quitar pronto la viga de nuestro ojo, no humillar al hermano por no ser como nosotros, coherencia. Abrir nuestros ojos al mundo, alegrarse por sus pasos y proyectos, no caer en trampas y hoyos como ciegos, coherencia. Poner por obra tus palabras, hablar con el lenguaje de los hechos, olvidarse de máscaras y apariencias, coherencia. Coherencia, Señor, de un aprendiz de discípulo que, a veces, se atreve a tenerte por Maestro.

Reflexiona y comparte en grupo ¿A lo largo de esta lectura, voy poniendo rostro o nombre a quienes provocan en mí esta situación? ¿Estoy dispuesto a ejercitar la paciencia con ellos? ¿Pido ayuda a Dios? 59


OBRAS DE MISERICORDIA NOVIEMBRE

Enterrar a los muertos; rogar a Dios por vivos y difuntos.... Experiencia humana La experiencia de la muerte está presente en la existencia humana, constituyendo un enigma para todas las civilizaciones ya desde la antigüedad. Tanto la muerte como las fuerzas de la naturaleza son el germen de la religiosidad del ser humano desde la época de las cavernas. Son innumerables los testimonios de ritos funerarios en la sociedad humana de todos los tiempos, desde los más arcaicos –presentes hoy día en los pueblos más primitivos- hasta las creencias modernas, pasando por las grandes religiones. El pensamiento humano, las manifestaciones sociales –embalsamiento, pirámides, camposantos…-, la cultura (panegíricos, odas, poemas, coplas…), etc., prácticamente todos los ámbitos de la vivencia humana manifiestan la conciencia de que el difunto merece un respeto, recibir sepultura digna y, en el caso de la fe, elevar oraciones en su favor. El misterio de la muerte ¿nos invita a la reflexión o preferimos pasar de largo sin hacernos ningún planteamiento trascendente? ¿Cómo es la vivencia de la muerte por parte de nuestra sociedad?¿Oramos por los difuntos? ¿Y por los vivos? 60


Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor (…) Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”. Jorge Manrique (1440-1479) Comienzo de “Coplas por la muerte de su padre”

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Cuando nos toca vivir de cerca la experiencia de la muerte, bien sea por perder a una persona cercana, bien sea por asistir a alguna tragedia que nos conmueve, lo habitual es que, junto al dolor experimentado, surja algún tipo de reflexión. A pesar de que modernamente hay planteamientos filosóficos que niegan la existencia del alma, y que observan al ser humano meramente en su aspecto material, resulta muy difícil no referirse al difunto como alguien que ha sido borrado sin rastro. Aunque la persona no manifieste ningún tipo de creencia, en las expresiones que se suelen usar, se intuye la conciencia de esperar que el difunto aún esté “en algún lugar”, y además, se confía en que se encuentre bien “en paz”. Por eso, no es raro escuchar palabras dirigidas al propio difunto: “allá donde te encuentres…”, o realizar gestos como la visita al cementerio con la conciencia de estar “visitando” a esa persona. Experiencia cristiana Vivir el morir. La vida sigue. ¡No tengas miedo!” “La cultura actual oculta, silencia e ignora la muerte. Pero es una realidad innegable que la muerte forma parte de la vida. Antes o después nos encontramos con ella y tenemos que encararla: el amigo que muere en accidente, el familiar cercano que se va apagando poco a poco en casa o en el hospital, el vecino que murió de repente, el diagnóstico de una enfermedad grave. Hoy es más difícil que en otras épocas afrontar la muerte, vivir el morir y ayudar a los otros a que tengan una muerte digna. Por eso nos preguntamos: ¿nos preparamos para ello?, ¿la actual asistencia sanitaria nos lo facilita? (…) Jesús es modelo y referencia para 62


el cristiano en la vida y en la muerte. En él aprende a morir y a cultivar en su vida actitudes que conducen a una muerte cristiana. La muerte, como acontecimiento decisivo de la existencia humana, no se improvisa. Hemos de mentalizarnos para asumir el hecho de nuestra propia muerte y prepararnos para una muerte cristiana desde una vida que imita la de Jesús. Hemos de alentar en nosotros la esperanza de la resurrección en un mundo en el que muchos hombres viven cerrados a la transcendencia, como si esta vida fuese la única definitiva. Hemos de vivir como resucitados, como hombres que han pasado de la muerte a la vida, amando a los hermanos (1Jn 3,14). Y hemos de dar signos de vida en una sociedad en la que hay tantos signos de muerte, en forma de guerras, odios, hambre, injusticias e insolidaridad, y combatirlos ayudando a que sus víctimas resuciten a una vida digna del hombre y de la mujer, creados por Dios a su imagen”. [Comisión episcopal de Pastoral de la Salud. Conferencia Episcopal Española. Día del enfermo 1993]

 ¿Nuestra sociedad nos prepara para la vivencia del momento de la muerte propia o de nuestros allegados?  ¿Por qué se esconden realidades como la enfermedad o la muerte?  ¿La fe puede ayudar a prepararnos para ello? ¿Qué sentido tiene orar por los difuntos?  ¿Y por los vivos?

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Testimonio real: “En 1953, la madre Teresa construyó el primer hogar para moribundos en Calcuta, donde en veinte años llegó a recoger a más de 20.000 necesitados, viendo morir a cerca de la mitad. También salvó a otros 10.000, dándoles asistencia médica y cuando era preciso, una muerte digna de acuerdo con las creencias religiosas de cada uno. Hasta que la madre Teresa construyó su centro, los pobres morían tirados en medio de las calles y eran comidos por las ratas y los insectos. Poco después abriría una leprosería y después hospicios y orfanatos”. [Teresa de Calcuta, la madre de los pobres, Pedro García, 2013]

 ¿Tiene sentido dedicar esfuerzo a alguien que ya no tiene esperanza de vivir?  ¿Y si es así, comprendemos el valor de la vida hasta el final?  ¿Y la dignidad del difunto?

Expresión de fe. La fe hecha vida Socialmente aún es habitual asistir al funeral de una persona, acompañar a sus familiares o allegados, mostrar condolencias… Pero, más allá del acto social ¿se da una manifestación clara de la Esperanza cristiana para con el que ha sufrido la muerte? 64


Asimismo, suele hablarse peyorativamente de las oraciones “¿para qué tanto rezar?”; sin embargo, ante una dificultad es frecuente acudir a la oración, ritos, o promesas buscando una solución que ya la lógica humana ha descartado. Finalmente, es bueno conocer que nuestra Diócesis ofrece cursillos para ayudar a vivir el duelo, especialmente para personas que han quedado muy desconcertadas. Reflexiona y comparte en grupo

 ¿Cómo nos preparamos para asumir que la muerte forma parte de nuestra vida?  ¿Y a la hora de acompañar a los que pasan por ese trance?  ¿Animamos a orar por los difuntos y sus allegados?  ¿Sabes que las Misas también pueden ofrecerse por los vivos?  ¿Conoces la formación para vivir el duelo que ofrece la Delegación Diocesana de Pastoral de la Salud?

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PAPA FRANCISCO

Misericordiae Vultus [El rostro de la misericordia]

BULA DE CONVOCACIÓN DEL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

11 DE ABRIL 2015

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Misericordiae Vultus BULA DE CONVOCACIÓN DEL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

FRANCISCO, OBISPO DE ROMA, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS A CUANTOS LEAN ESTA CARTA GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ

1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico de misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona2 revela la misericordia de Dios. 2. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. 2

Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 4.

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Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado. 3. Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes. El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza. El domingo siguiente, III de Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Roma, la Basílica de San Juan de 69


Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta Santa en las otras Basílicas Papales. Para el mismo domingo establezco que en cada Iglesia particular, en la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la Concatedral o en una iglesia de significado especial se abra por todo el Año Santo una idéntica Puerta de la Misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los Santuarios, meta de tantos peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia. 4. He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre. Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: «En nuestro tiempo, la 70


Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella»3 . En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la Conclusión del Concilio, se expresaba de esta manera: «Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio… Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas… Otra cosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades»4. Con estos sentimientos de agradecimiento por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera, atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por 3

Discurso de apertura del Conc. Ecum. Vat. II, Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962, 2-3.

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Alocución en la última sesión pública, 7 de diciembre de 1965.

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Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia5. 5. El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros. 6. «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia»6. Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: «Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón»7. Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso. 5

Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 16; Const. past. Gaudium et spes, 15.

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Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.

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XXVI domingo del tiempo ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198).

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“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. 7. “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, 73


sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes. Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de su él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”. 8. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Jesús, delante a la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin 74


guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: «Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo» (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando atque eligendo 8 . Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema. 9. En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es 8

Cfr Hom. 21: CCL 122, 149-151. 75


presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, lo suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: «¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?» (Mt 18,33). Y Jesús concluye: «Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos» (Mt 18,35). La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias 76


para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: «No permitan que la noche los sorprenda enojados» (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo. Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser un palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros. 10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia» 9 . Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer 9

Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.

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paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza. 11. No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios» (n.2). 78


Además, san Juan Pablo II motivaba con estas palabras la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: «Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo ... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo» 10 . Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año Santo. Acojamos nuevamente sus palabras: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora»11. 12. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. 10

Juan Pablo II, Carta Enc. Dives in misericordia, 15.

11

Ibíd., 13.

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La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. 13. Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: «Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida. 14. La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros. 80


El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis» (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad. Así entonces, misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme» (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos 81


de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos. 15. En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo. Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de 82


misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor»12. 12

Palabras de luz y de amor, 57. 83


16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga. Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (61,12). “Un año de gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: «El que practica misericordia, que lo haga con alegría» (Rm 12,8). 17. La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras 84


culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (cfr 7,18-19). Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este tiempo de oración, ayuno y caridad: «Este es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan» (58,6-11). La iniciativa “24 horas para el Señor”, de celebrarse durante el viernes y sábado que anteceden el IV domingo de Cuaresma, se incremente en las Diócesis. Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior. Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante 85


todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido delante de la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia. 18. Durante la Cuaresma de este Año Santo tengo la intención de enviar los Misioneros de la Misericordia. Serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. Serán sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica, para que se haga evidente la amplitud de su mandato. Serán, sobre todo, signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón. Serán 86


misioneros de la misericordia porque serán los artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo. Se dejarán conducir en su misión por las palabras del Apóstol: «Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). Todos entonces, sin excluir a nadie, están llamados a percibir el llamamiento a la misericordia. Los misioneros vivan esta llamada conscientes de poder fijar la mirada sobre Jesús, «sumo sacerdote misericordioso y digno de fe» (Hb 2,17). Pido a los hermanos Obispos que inviten y acojan estos Misioneros, para que sean ante todo predicadores convincentes de la misericordia. Se organicen en las Diócesis “misiones para el pueblo” de modo que estos Misioneros sean anunciadores de la alegría del perdón. Se les pida celebrar el sacramento de la Reconciliación para los fieles, para que el tiempo de gracia donado en el Año jubilar permita a tantos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa paterna. Los Pastores, especialmente durante el tiempo fuerte de Cuaresma, sean solícitos en el invitar a los fieles a acercarse «al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia» (Hb 4,16). 19. La palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente. Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida. Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador. No caigáis en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se vuelve carente de valor y dignidad. Es 87


solo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal. Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar. La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga. Corruptio optimi pessima, decía con razón san Gregorio Magno, para indicar que ninguno puede sentirse inmune de esta tentación. Para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, unidas al coraje de la denuncia. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia. ¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Delante a tantos crímenes cometidos, escuchad el llanto de todas las personas depredadas por vosotros de la vida, de la familia, de los afectos y de la dignidad. Seguir como estáis es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora pensáis. El Papa os tiende la mano. Está dispuesto a escucharos. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia. 88


20. No será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno debe ser dado lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios como juez. Generalmente es entendida como la observación integral de la ley y como el comportamiento de todo buen israelita conforme a los mandamientos dados por Dios. Esta visión, sin embargo, ha conducido no pocas veces a caer en el legalismo, falsificando su sentido originario y oscureciendo el profundo valor que la justicia tiene. Para superar la perspectiva legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios. Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y sus amigos dice a los fariseos que lo contestaban porque comía con los publicanos y pecadores: «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran de don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se comprende porque en presencia 89


de una perspectiva tan liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y por los doctores de la ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos sobre las espaldas de las persona, pero así frustraban la misericordia del Padre. El reclamo a observar la ley no puede obstaculizar la atención por las necesidades que tocan la dignidad de las personas. Al respecto es muy significativa la referencia que Jesús hace al profeta Oseas -«yo quiero amor, no sacrificio». Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su misericordia. También el Apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar a Jesús en el camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera irreprensible la justicia de la ley (cfr Flp 3,6). La conversión a Cristo lo condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los Gálatas afirma: «Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley» (2,16). Parece que su comprensión de la justicia ha cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley. El juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cfr Sal 51,11-16). 90


21. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia. La época de este profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: «Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse» (Os 11,5). Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: «Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo aniquilar» (11,89). San Agustín, como comentando las palabras del profeta dice: «Es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia»13. Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, 13

Enarr. in Ps. 76, 11.

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sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus contemporáneos judíos: «Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree» (Rm 10,3-4). Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva. 22. El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y 92


sin embargo, la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado. La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dos, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (cfr Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de encontrar la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, porque el perdón es extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa. 23. La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Israel primero que todo recibió esta revelación, que permanece en la historia como el comienzo de una riqueza inconmensurable de ofrecer a la entera humanidad. Como hemos visto, las páginas del Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia porque narran las obras que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia. El Islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al Creador está el de 93


Misericordioso y Clemente. Esta invocación aparece con frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. También ellos creen que nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre abiertas. Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación. 24. El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad el misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor. Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende «de generación en generación» (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina. Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la 94


boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. Nuestra plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que han hicieron de la misericordia su misión de vida. En particular el pensamiento se dirige a la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia, interceda por nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la inquebrantable confianza en su amor. 25. Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. 95


Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene. En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos» (Sal 25,6). Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de abril, Vigilia del Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, del Año del Señor 2015, tercero de mi pontificado.

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