En el décimo círculo Por Alexander Marroquín
Cuando llegué al infierno esperaba el llamado de la lista de por lo menos cinco de los nueve círculos que, como creía saber, eran el final destino para los que como yo, en buen vivir, practicaron el antiguo y noble arte del pecado en su máximo esplendor y profundo placer. Sin embargo, fue tal mi sorpresa al recibir el comunicado, por parte del demonio encargado de este menester, por medio del cual me era asignada una plaza en el décimo círculo de los anillos del patíbulo. Por su puesto mi reclamo no se hizo esperar, “¡cómo que en el décimo círculo!” “¡nunca se me habló de tal lugar!”, “¡mi dedicación en vida fue de gran empresa pecaminosa enfocada a lograr un digno espacio en el círculo de los lujuriosos, en el de los violentos o por lo menos en el de los herejes!”, “¡merezco aunque sea una fosa, la de lo simoniacos me vendría bien!”. El demonio comunicador tomó nota atenta de mis alegatos y continúo con total amabilidad, debo reconocerlo, explicando el porqué de mi designación. Esto no solo me iluminó en cuanto a lo que ignoraba del infierno, me adentró además en una reflexión acerca de cuán equívoco fue mi accionar al creer en vida que mis pecados se ejecutaban de acuerdo a las prioridades sociales demandadas desde las remotas letanías profanas del rock and roll. Resultó pues que pecaba a un nivel supremo, pecaba incluso cuando creía que no lo hacía. El demonio expuso un texto oculto del autor del plan de ordenamiento territorial de ese abismo de tinieblas. En el mismo se puede apreciar como el sabio Dante dedica un décimo círculo del infierno a aquellos seres desdichados que dedicaron su pérfida vida al oficio del diseño gráfico. Este fue excluido de su Divina Comedia por tratarse del más obsceno y cruel de los anillos del averno, cosa que no soportaría ningún ojo de lector humano por perverso que este fuera. En este maldito espacio se encontraban, entre otros transgresores gráficos, los réprobos espíritus de quienes en su perfeccionista lujuria material por Adobe InDesign miraron con repulsión cualquier otro trebejo empleado por la chusma para procesar documentos de impía naturaleza, en particular el que por nombre lleva Word. Aquí son condenados los incontinentes al deseo de esplendor visual, sus extremidades son encadenadas a ordenadores maldecidos con Office y su desgracia eterna consiste en editar textos de infinita extensión e incontables saltos de párrafos, abuso espacios y tabuladores por no mencionar otras mezquindades; todo para ser compilado en un oscuro vademécum contaminado por tablas y gráficas en RGB sin respeto por la armonía del celestial cromatismo; mientras de todos lados son hostigados por demonios que lanzan calendarios putrefactos y relojes envueltos en un afanoso y asqueroso hedor. Ubicado en mi plaza fui marcado en la frente con la marca de esta fosa consistente en dos letras del tradicional alfabeto “OF”, Office Word es su maligno significado. Mi sufrimiento dio inicio y mis lamentos se chocaban con los aullidos de los espíritus en pena de quienes en vida excretaron sobre grafismos salpicados por tipografías malsanas empleadas por el vulgo, llantos de quienes maldecían a lo alto a la vez que escuchaban la palabra “bonito”, clamores de los que esputaban del dibujo como arte y fundamento del diseño... Todos los bramidos se silenciaban ante el peor de mis tormentos, no haber ingresado al círculo de la lujuria en donde pensaba revolcarme en el imperecedero fango carnal junto a Cleopatra, Madonna y Helena de Troya… Ah, y a Luna, una dama que conocí en la despedida de soltero de un amigo.