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15. EL PSICÓLOGO
Diminutas figuras; como llamas trémulas que bailaban y se retorcían a millares; que se desvanecían y volvían desde la nada; que se perseguían unas a otras y se fundían en un color nuevo. Incongruentemente, Bayta pensó en los pequeños puntos de color que se ven de noche cuando uno aprieta los párpados hasta que duelen, y mira a continuación fijamente. Se apreciaba el viejo efecto familiar del desfile de los pequeños puntos cambiando de color, de los círculos concéntricos contrayéndose, de las masas informes que tiemblan momentáneamente. Todo aquello, pero más grande, más variado; y cada puntito de color era una minúscula figura. Se precipitaban contra ella por parejas, y ella alzaba las manos con un súbito jadeo, pero se derrumbaban, y por un instante ella se convertía en el centro de una brillante tormenta de nieve, mientras la luz fría resbalaba por sus hombros y por sus brazos en un luminoso deslizamiento de esquíes, escapándose de sus dedos rígidos y reuniéndose lentamente en un brillante foco en medio del aire. Debajo de todo aquello, el sonido de un centenar de instrumentos fluía en líquidas corrientes y le resultaba ya imposible separarlo de la luz. Se preguntó si Ebling Mis estaría contemplando lo mismo, y, de no ser así, qué vería. La extrañeza pasó, y luego... De nuevo Bayta estaba mirando. Las figuritas... ¿Eran figuritas? ¿Diminutas mujeres de ardientes cabellos, que se envolvían y retorcían con demasiada rapidez para que la mente pudiera enfocarlas? Se agarraban en grupos como estrellas que giran, y la música era una risa ligera, una risa de muchacha que empezaba dentro mismo del oído. Las estrellas giraban juntas, se lanzaban una hacia otra, iban aumentando lentamente de tamaño, y desde abajo se alzaba un palacio en rápida evolución. Cada ladrillo era de un color diminuto, cada color una diminuta chispa, cada chispa una luz punzante que cambiaba las pautas y hacía subir los ojos al cielo hacia veinte minaretes enjoyados. Una resplandeciente alfombra se extendió y dio vueltas, arremolinándose, tejiendo una telaraña insustancial que abarcó todo el espacio, y de ella partieron luminosos retazos que ascendieron y se transformaron en ramas de árbol que sonaban con una música propia. Bayta se hallaba totalmente rodeada. La música ondeaba a su alrededor en rápidos y líricos vuelos. Alargó la mano para tocar un árbol frágil, y espiguillas en flor flotaron en el aire y se desvanecieron, cada una con su claro y diminuto tintineo. La música estalló en veinte címbalos, y ante ella flameó una zona que se derrumbó en invisibles escalones sobre el regazo de Bayta, donde se derramó y fluyó en rápida corriente, elevando el fiero chisporroteo hasta su cintura, mientras en el regazo le crecía un puente de arco iris, y, sobre él, las figuritas... Un lugar, y un jardín, y minúsculos hombres y mujeres sobre un puente, extendiéndose hasta perderse de vista, nadando entre las majestuosas olas de música de cuerda, convergiendo sobre ella... Y entonces... hubo como una pausa aterrada, un movimiento vacilante e íntimo, un súbito colapso. Los colores huyeron, trenzándose en un globo que se encogió, se elevó y desapareció. Y volvió a haber solamente oscuridad. Un pie pesado se movió en busca del pedal, lo encontró y la luz entró a raudales: la luz inocua de un prosaico sol. Bayta pestañeó hasta derramar lágrimas, como anhelando lo que había desaparecido. Ebling Mis era una masa inerte, con los ojos aún abiertos de par en par, lo mismo que la boca. Sólo Magnífico estaba vivo, acariciando su VisiSonor en un dichoso éxtasis. -Mi señora -jadeó-, es realmente del más fantástico efecto. Es de un equilibrio y una sensibilidad casi inalcanzables en su estabilidad y delicadeza. Creo que con esto podría realizar maravillas. ¿Le ha gustado mi composición, señora? -¿Es tuya? -murmuró Bayta-. ¿Tuya de verdad? Ante su asombro, él enrojeció hasta la misma punta de su considerable nariz. -Mía y sólo mía, señora. Al Mulo no le gustaba, pero la he tocado una y otra vez para mi propia diversión. Un día, en mi juventud, vi el palacio... un lugar gigantesco de joyas y riquezas que vislumbré desde lejos durante el carnaval. Había gente de un esplendor
inconcebible y una magnificencia que jamás he vuelto a ver, ni siquiera al servicio del Mulo. Lo que he creado es una pobre parodia, pero la limitación de mi mente me impide hacerlo mejor. Lo llamo El recuerdo del cielo. Ahora, a través de la niebla de aquellas palabras, Mis retornó a la vida activa. -Escucha -dijo-, escucha, Magnífico. ¿Te gustaría hacer lo mismo delante de otros? El bufón retrocedió. -¿Delante de otros? -repitió, tembloroso. -De miles -exclamó Mis-, en las grandes salas de la Fundación. ¿Te gustaría ser tu propio dueño y honrado por todos, y... -su imaginación le falló-, y todo eso? ¿Eh? ¿Qué dices? -Pero ¿cómo puedo ser todo eso, poderoso señor, si no soy más que un pobre payaso ignorante de las grandes cosas de este mundo? El psicólogo hinchó los labios y se pasó por la frente el dorso de la mano. -Por tu manera de tocar, hombre. El mundo será tuyo si tocas así para el alcalde y sus grupos de comerciantes. ¿Te gustaría? El bufón miró brevemente a Bayta. -¿Seguiría ella estando conmigo? Bayta se echó a reír. -Claro que sí, tonto. ¿Cómo iba a dejarte ahora que estás a punto de ser rico y famoso? -Sería todo suyo -replicó él seriamente-, y es seguro que la Galaxia entera no bastaría para pagar mi deuda por su bondad. -Pero. -intervino Mis en tono casual- si primero me ayudaras... -¿De qué manera? El psicólogo hizo una pausa y sonrió. -Con una pequeña prueba de superficie que no duele nada. Sólo tocaría la piel de tu cabeza. En los ojos de Magnífico apareció una llamarada de pánico. -No será una sonda... He visto cómo se usa. Absorbe la mente y deja el cráneo vacío. El Mulo lo usaba con los traidores y les dejaba vagar por las calles sin cerebro, hasta que los mataba por misericordia. -Alargó la mano para apartar a Mis. -Eso era una sonda psíquica -explicó pacientemente Mis- incapaz de dañar a una persona..., a menos que se empleara mal. Esta sonda que te pro pongo es superficial y no perjudicaría ni siquiera a un niño de pecho. -Es cierto, Magnífico -apremió Bayta-. Sólo es vara ayudarnos a vencer al Mulo e impedir que se acerque. Una vez lo hayamos hecho, tú y yo seremos ricos y famosos por el resto de nuestras vidas. Magnífico extendió una mano temblorosa. -¿Me sostendrá la mano mientras dura? Bayta la cogió entre las suyas, y el bufón contempló con ojos muy abiertos los bruñidos discos terminales. Ebling Mis descansaba cómodamente en la lujosa butaca del despacho del alcalde Indbur, sin agradecer lo más mínimo la condescendencia que se le mostraba, y observando con antipatía el nerviosismo del alcalde. Se sacó de la boca la colilla de su cigarro y escupió un trozo de tabaco. -Y, a propósito, si quiere algo bueno para su próximo concierto en Mallow Hall, Indbur dijo-, puede tirar a la basura esos artefactos electrónicos y dejar a ese payaso que toque el Visi-Sonor. Indbur..., es algo que no parece de este mundo. Indbur replicó, enfurruñado -No le he hecho venir aquí para que me dé una conferencia sobre música. ¿Qué hay del Mulo? Dígame eso. ¿Qué hay del Mulo? -¿Del Mulo? Bien, le diré que he usado una sonda superficial con el bufón y he obtenido muy poco. No puedo usar la sonda psíquica porque el payaso le tiene un temor de muerte, por lo que su resistencia fundiría probablemente sus conexiones mentales en cuanto se estableciera el contacto. Pero he obtenido esto que le contaré si deja de tamborilear con las uñas. En primer lugar, no sobreestime la fuerza física del Mulo. Puede que sea fuerte, pero es probable que el miedo obligue al payaso a exagerar. Dice que lleva unas extrañas gafas y es evidente que posee poderes mentales. -Esto ya lo sabíamos al principio -comentó agriamente el alcalde. -Pues, entonces, la sonda lo ha confirmado, y a partir de eso he estado trabajando matemáticamente.
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-¿Ah, sí? ¿Y cuánto durará su trabajo? Sus discursos acabarán por dejarme sordo. -Creo que dentro de un mes tendré algo para usted. Pero también es posible que no averigüe nada. Sin embargo, ¿qué importa? Si todo esto no se halla incluido en los planes de Seldon, nuestras posibilidades son incalificablemente pequeñas. Indbur se volvió con fiereza hacia el psicólogo. -Ahora le he atrapado, traidor. ¡Mienta! Diga que no es uno de esos criminales fabricantes de rumores que siembran el derrotismo y el pánico por toda la Fundación, haciendo mi trabajo doblemente difícil. ¿Yo? ¿Yo? -murmuró Mis con creciente cólera. Indbur profirió una maldición. -Porque, por las nubes de polvo del espacio, la Fundación vencerá... la Fundación tiene que vencer. -¿A pesar de haber perdido Horleggor? -No fue una pérdida. ¿También usted se ha tragado esa mentira? Nos superaron en número, nos traicionaron... -¿Quién? -preguntó desdeñosamente Mis. -Los apestosos demócratas del arroyo -le gritó Indbur-. Hace tiempo que sé que la Flota está minada de células democráticas. La mayoría han sido desarticuladas, pero aún quedan las suficientes como para explicar la rendición de veinte naves en plena batalla. Las suficientes como para provocar una derrota aparente. A propósito, deslenguado y simple patriota, epítome de las virtudes primitivas, ¿cuáles son sus propias conexiones con los demócratas? Ebling Mis se encogió de hombros con desprecio. -Está usted desvariando, ¿lo sabe? ¿Qué me dice de la retirada posterior y de la pérdida de medio Siwenna? ¿Otra vez los demócratas? -No, no han sido los demócratas -sonrió el alcalde-. Nos retiramos, como se ha retirado siempre la Fundación bajo el ataque, hasta que la inevitable marcha de la historia se ponga de nuestra parte Ya estoy viendo el final. La llamada resistencia de los demócratas ya ha publicado manifiestos jurando ayuda y lealtad al Gobierno. Podría ser una estratagema, un ardid que encubra una traición mayor pero yo la utilizo muy bien, y la propaganda basada en ella producirá su efecto, sean cuales fueren los planes de los traidores. Y algo aún mejor... -¿Algo aún mejor, Indbur? -Júzguelo usted mismo. Hace dos días, la Asocia ció» de Comerciantes Independientes declaró la guerra al Mulo, y con ello la Flota de la Fundación se ve reforzada, de golpe, por mil naves. Compréndalo, ese Mulo ha ido demasiado lejos. Nos encontró divididos y luchando entre nosotros, y bajo la presión de su ataque nos unimos y adquirimos fuerza. Tiene que perder. Es inevitable... como siempre. Mis seguía demostrando escepticismo. -Entonces dígame que Seldon planeó incluso la fortuita aparición de un mutante. -¡Un mutante! Yo no le distinguiría de un ser humano, ni usted tampoco, si no fuera por los desvaríos de un capitán rebelde, unos jovenzuelos extranjeros y un juglar y bufón que no está en sus cabales. Olvida usted la evidencia más concluyente de todas: la suya propia. -¿La mía? -Durante un momento, Mis se quedó asombrado. -Sí, la suya -se burló el alcalde-. La Bóveda del Tiempo se abrirá dentro de nueve semanas. ¿Qué dice a eso? Se abre en una crisis. Si este ataque del Mulo no es una crisis, ¿dónde está la crisis «verdadera» por la que se va a abrir la Bóveda? Contésteme a eso, bola de grasa. El psicólogo se encogió de hombros. -Está bien. Si eso le hace feliz... Pero concédame un favor. Por si acaso..., por si acaso el viejo Seldon pronuncia su discurso, y es un discurso desagradable, permítame que asista a la Magna Abertura. -Muy bien. Y ahora salga de aquí, y permanezca fuera de mi vista durante nueve semanas. «Con incalificable placer, horroroso engendro», murmuró Mis para sus adentros mientras se iba.
18. LA CAIDA DE LA FUNDACION
Había una atmósfera en la Bóveda del Tiempo que escapaba a toda definición en varias direcciones a la vez. No era de podredumbre, porque estaba bien iluminada y acondicionada, con colores vivos en las paredes e hileras de sillas fijas muy cómodas y diseñadas al parecer para su uso eterno. No era ni si quiera de antigüedad, porque tres siglos no habían dejado una sola huella visible. No se había hecho ningún esfuerzo por crear un ambiente de temor o respeto, pues la decoración era sencilla y vulgar; de hecho, casi inexistente. Sin embargo, después de sumar todos los aspectos negativos, algo quedaba... y ese algo se centraba en el cubículo de cristal que dominaba media habitación con su transparencia. Cuatro veces en tres siglos, el simulacro viviente del propio Hari Seldon se había sentado allí y proferido unas palabras. Dos veces había hablado sin auditorio. A través de tres siglas y nueve generaciones, el anciano que había visto los grandes días del Imperio se proyectaba a sí mismo; y todavía comprendía más cosas de la Galaxia de sus tataranietos que ellos mismos. Pacientemente, el cubículo vacío esperaba. El primero en llegar fue el alcalde Indbur III, conduciendo su coche de superficie reservado para las ceremonias por las calles silenciosas y expectantes. Con él llego su propia butaca, más alta que las colocadas en el interior, y más ancha. La situaron delante de las otras, y así Indbur lo dominaría todo, incluido el transparente cubículo que tenía delante. El solemne funcionario que estaba a su izquierda inclinó respetuosamente la cabeza. -Excelencia, se han ultimado los preparativos para que vuestra comunicación oficial de esta noche se extienda lo más ampliamente posible por el espacio subetéreo. -Bien. Mientras tanto, deben continuar los programas especiales interplanetarios relativos a la Bóveda del Tiempo. No se harán, como es natural, predicciones o especulaciones de ninguna clase en torno al tema. ¿Sigue siendo satisfactoria la reacción popular? -Muy satisfactoria. Los odiosos rumores difundidos últimamente han disminuido aún más. La confianza es general. -¡Muy bien! -Ordenó al hombre, con una seña, que se fuera, y se ajustó escrupulosamente el adorno del cuello. ¡Faltaban tan sólo veinte minutos para el mediodía! Un selecto grupo de los grandes financieros de la alcaldía -jefes de las grandes organizaciones comerciales- apareció con la pompa adecuada a su posición social y su situación privilegiada en el favor del alcalde. Se fueron presentando a éste uno por uno, recibieron una o dos palabras amables y ocuparon el asiento que tenían reservado. De alguna parte llegó, incongruente en aquella solemne ceremonia, Randu de Haven, que se abrió paso, sin ser anunciado, hasta la butaca del alcalde -Excelencia -murmuró, haciendo una reverencia. Indbur frunció el ceño. -No se le ha concedido audiencia. -Excelencia, la he solicitado durante una semana. -Siento que los asuntos de estado que implica la aparición de Seldon hayan... -Excelencia, yo también lo siento, pero debo pedirle que derogue la orden de que las naves de los Comerciantes Independientes sean distribuidas entre las flotillas de la Fundación. La interrupción había hecho enrojecer violentamente a Indbur. -Este no es momento para discutirlo. -Excelencia, no tenemos otro momento -murmuró Randu con urgencia-. Como representante de los Mundos Comerciantes Independientes, he de decirle que esta orden no puede ser obedecida. Ha de ser derogada antes de que Seldon resuelva nuestro problema. Una vez haya pasado la emergencia, será demasiado tarde para la reconciliación, y nuestra alianza quedará deshecha. Indbur miró a Randu con fijeza y frialdad. -¿Se da cuenta de que soy el Jefe de las Fuerzas Armadas de la Fundación? ¿Tengo derecho a determinar la política militar o no lo tengo?
-Excelencia, lo tiene, pero hay cosas que no son prudentes. -No veo en esto ninguna imprudencia. Es peligroso permitir que su pueblo tenga flotas separadas en esta emergencia. La acción dividida redunda en favor del enemigo. Tenemos que unirnos, embajador, tanto militar como políticamente. Randu sintió que los músculos de su garganta se ponían rígidos. Omitió la cortesía del título. -Ahora que Seldon va a hablar, se siente seguro y se vuelve contra nosotros. Hace un mes era amable y condescendiente, cuando nuestras naves derrotaron al Mulo en Terel. Debo recordarle, señor, que la Flota de la Fundación ha sido derrotada cinco veces, y que son las naves de los Mundos Comerciantes Independientes las que han ganado victorias para usted. Indbur frunció peligrosamente el ceño. -Su presencia ya no es grata en Términus, embajador. Esta misma tarde se solicitará su traslado. Además, su conexión con fuerzas democráticas subversivas en Términus será, de hecho ya lo ha sido, investigada. Randu replicó -Cuando me vaya, mis naves se irán conmigo. No conozco a sus demócratas. Sólo sé que las naves de su Fundación se han rendido al Mulo por traición de sus altos oficiales, y no de sus soldados, demócratas o no. Le diré que veinte naves de la Fundación se rindieron en Horleggor por orden de su vicealmirante, sin haber sido vencidas ni sufrido daños. El vicealmirante era amigo íntimo de usted; presidió el juicio de mi sobrino cuando éste llegó de Kalgan. No es el único caso que conocemos, y nuestros hombres y naves no pueden correr el riesgo de ser mandados por traidores en potencia. Indbur silabeó: -Le haré arrestar cuando salga de aquí. Randu se marchó bajo las silenciosas miradas despectivas de los dirigentes de Términus. ¡Faltaban diez minutos para el mediodía! Bayta y Toran ya habían llegado. Cuando Randu pasó, se pusieron en pie y le hicieron señas. Randu sonrió. -Estáis aquí, después de todo. ¿Cómo lo lograsteis? -Magnífico fue nuestro mediador -sonrió Toran-. Indbur insiste en su composición del Visi-Sonor, basada en la Bóveda del Tiempo, y con él mismo, sin duda, como protagonista. Magnífico se negó a asistir sin nosotros, y no hubo modo de disuadirle. Ebling Mis está también aquí, o, al menos, estaba. Seguramente anda por ahí. Entonces, con un repentino acceso de gravedad, añadió-: Pero ¿qué ocurre, tío? Pareces preocupado. Randu asintió: -No me extraña. Nos esperan tiempos malos, Toran. Cuando hayan acabado con el Mulo, me temo mucho que nos tocará el turno a nosotros. Una erguida y solemne figura vestida de blanco se acercó y les saludó con una rígida inclinación. Los ojos oscuros de Bayta sonrieron mientras alargaba la mano. -¡Capitán Pritcher! ¿De modo que está usted de servicio en el espacio? El capitán tomó su mano y se inclinó aún más. -Nada de eso. Tengo entendido que el doctor Mis es responsable de mi venida aquí, pero se trata de algo temporal. Mañana vuelvo a mi puesto de guardia. ¿Qué hora es? ¡Faltaban tres minutos para las doce! Magnífico era la viva imagen del sufrimiento y la más profunda depresión. Tenía el cuerpo encogido, en su perpetuo esfuerzo por pasar desapercibido. Su larga nariz se arrugaba en el extremo, y sus ojos se movían con inquietud de un lado para otro. Agarró la mano de Bayta, y cuando ella bajó la cabeza, murmuró: -¿Cree usted, mi señora, que tal vez todas estas autoridades formaban parte del auditorio cuando yo..., cuando yo tocaba el Visi-Sonor? -Todas, estoy segura -afirmó Bayta, dándole unas suaves palmadas-. Y estoy segura de que todos piensan que eres el intérprete más maravilloso de la Galaxia y que tu