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18. LA CAIDA DE LA FUNDACIÓN
El capitán Pritcher se tambaleó, pero en seguida se repuso. El hombre solemne que se hallaba en el centro de la habitación, bajo una pecera suspendida del techo, le miró con expresión amable. Su uniforme era totalmente negro; tocó con un ausente ademán la redonda pecera, y ésta osciló violentamente, obligando a los peces de escamas anaranjadas y rojas a nadar con frenesí de un lado para otro. El hombre dijo: -¡Entre, capitán! La lengua temblorosa del capitán tuvo la impresión de que el pequeño globo de metal se hinchaba peligrosamente... una imposibilidad física, como sabía el capitán. Pero estaba en el último minuto de su vida. El hombre uniformado observó -Sería mejor que escupiera esa necia píldora para que pudiera hablar no estallará. El minuto pasó, y con un movimiento lento y cansado el capitán inclinó la cabeza y dejó caer el globo plateado en la palma de su mano. Con enérgica fuerza lo lanzó contra la pared. Rebotó con un pequeño y agudo sonido, resplandeciendo inofensivamente en su trayectoria. El hombre uniformado se encogió de hombros. -Bueno, olvidémosla. En cualquier caso, no le hubiera servido de nada, capitán. Yo no soy el Mulo. Tendrá que contentarse con su virrey. -¿Cómo lo sabía usted? -murmuró torpemente el capitán. -La culpa es de un eficiente sistema de contraespionaje. Conozco todos los nombres de su pequeña pandilla y cada uno de sus planes... -¿Y nos ha dejado llegar tan lejos? -¿Por qué no? Uno de mis principales objetivos aquí era encontrarle a usted y a algunos más. En particular a usted. Podría haberle atrapado hace algunos meses, cuando aún era un obrero de la fábrica de Bearings, pero esto es mucho mejor. De no haber sugerido usted las principales directrices del complot, uno de mis propios hombres lo hubiera hecho por ustedes. El resultado es muy espectacular y bastante cómico. El capitán mostraba dureza en su mirada. -Yo también lo creo así. ¿Ha terminado todo ahora? -Acaba de empezar. Venga, capitán, tome asiento. Dejemos las heroicidades a los insensatos que se impresionan por ellas. Capitán, usted es un hombre capaz. De acuerdo con mi información, usted fue el primer hombre de la Fundación que reconoció el poder del Mulo. Desde entonces se ha interesado con bastante osadía por la juventud del Mulo. Usted fue uno de los que raptaron al bufón del Mulo, a quien, por cierto, aún no se ha encontrado, y por el que se pagará una espléndida recompensa. Naturalmente, reconocemos su capacidad, y el Mulo no es hombre que tema la capacidad de sus enemigos, siempre que pueda convertirlos en sus nuevos amigos. . -¿Es eso lo que pretende? ¡Oh, no! -¡Oh, sí! Es el objetivo de la comedia de esta noche. Usted es un hombre inteligente, y, sin embargo, sus pequeñas conspiraciones contra el Mulo fallan desastrosamente. Apenas puede calificarlas de conspiración. ¿Forma parte de su adiestramiento militar perder naves en acciones imposibles? -Primero habría que admitir que son imposibles. -Se hará -le aseguró suavemente el virrey-. El Mulo ha conquistado la Fundación, y la está convirtiendo rápidamente en un arsenal para el cumplimiento de sus objetivos más importantes, -¿Cuáles son esos objetivos? -La conquista de toda la Galaxia. La reunión de todos los mundos dispersos en un nuevo Imperio. El cumplimiento, obtuso patriota, del sueño de vuestro propio Seldon, setecientos años antes de lo que estaba previsto. Y en este cumplimiento, usted puede ayudarnos. -Puedo, indudablemente. Pero también, indudablemente, no lo haré. -Tengo entendido -replicó el virrey- que solamente tres de los Mundos Comerciantes Independientes continúan resistiendo. No lo harán durante mucho más tiempo; será el último reducto de la Fundación. Usted resiste todavía. -Sí.
-Sin embargo, no lo seguirá haciendo. Un colaborador voluntario sería el más eficiente, pero la otra clase de colaborador también servirá. Por desgracia, el Mulo está ausente; dirige la lucha, como siempre, contra los Comerciantes que aún resisten. Pero no tendrá usted que esperar mucho. -¿Para qué? -Para su conversión. -El Mulo -contestó glacialmente el capitán- des. cubrirá que eso está más allá de sus fuerzas. -Se equivoca. Yo no lo estuve. ¿No me reconoce? Vamos, usted ha estado en Kalgan, de modo que debió verme. Usaba monóculo, una capa escarlata orlada de piel, un gorro muy alto... El capitán se puso rígido por la consternación. -Usted era el señor guerrero de Kalgan. -Sí. Y ahora soy el leal virrey del Mulo. Como ve, es muy persuasivo.
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21. INTERLUDIO EN EL ESPACIO
El bloqueo fue burlado con éxito. Ni siquiera todas las naves existentes podían montar una guardia efectiva en aquel vasto volumen de espacio. Con una sola nave, un piloto hábil y una moderada cantidad de suerte se podían encontrar agujeros por donde escapar. Con una calma glacial en la mirada, Toran conducía una astronave no excesivamente nueva desde la proximidad de una estrella hasta la de otra. Aunque la vecindad de una gran masa hacía más difícil y arriesgado un salto interestelar, también anulaba casi por completo los aparatos de detección enemigos. Una vez dejado atrás el cinturón de naves, procedió a pasar por la esfera interior del espacio inerte, a través de cuyo subéter bloqueado no podía recibirse mensaje alguno. Por primera vez en más de tres meses, Toran no se sintió aislado. Transcurrió una semana antes de que los programas de noticias enemigos emitieran otra cosa que no fuesen los aburridos y arrogantes detalles de un control creciente de la Fundación. Durante aquella semana, la nave acorazada de Toran navegó raudamente alejándose de la Periferia a saltos precipitados. Ebling Mis llamó a la cabina de mando, y Toran alzó la vista de las cartas de navegación. -¿Qué ocurre? -Toran bajó a la pequeña cámara central que Bayta, inevitablemente, había convertido en sala de estar. Mis meneó la cabeza. -Que me ahorquen si lo sé. Los periodistas del Mulo están anunciando un boletín especial. Pensé que tal vez quisieras oírlo. -No es mala idea. ¿Dónde está Bayta? -Poniendo la mesa y eligiendo-el menú... o dedicándose a cualquier otra tarea doméstica. Toran se sentó sobre la litera que servía de cama a Magnífico y esperó. La rutina propagandística de los «boletines especiales» del Mulo era monótonamente invariable. Primero la música marcial, y después la voz almibarada del locutor. Comenzaría con las noticias poco importantes, que se sucederían a ritmo pausado. Luego haría una pausa, y, por fin, sonarían las trompetas y se produciría la habitual excitación creciente y la culminación del parte. Toran lo soportó; Mis murmuró algo entre dientes. El locutor iba soltando, con la fraseología convencional de los corresponsales de guerra, las palabras untuosas que complementaban el sonido y la imagen del metal al fundirse y la carne al destrozarse en una batalla en el espacio. «Escuadrones de rápidos cruceros bajo el mando del teniente general Sammin atacaron hoy durante varias horas a las fuerzas que resisten en Iss...» El rostro cuidadosamente impasible del locutor desapareció de la pantalla para desvanecerse en la negrura del espacio, surcado por veloces naves que hendían el vacío en el furor de la batalla. La voz continuó, alzándose sobre el tremendo fragor: -La acción más destacable de la batalla ha sido el combate del crucero pesado Cluster contra tres naves enemigas de la clase «Nova»... El objetivo se desvió y enfocó el centro de la batalla. Una gran nave lanzaba chispas, y uno de los frenéticos atacantes lanzó un tremendo fulgor, se desenfocó, se tambaleó y cayó. El Cluster describió un furioso vaivén y escapó al golpe de soslayo, mientras el atacante despedía innumerables reflejos. La voz suave y desapasionada del locutor continuó dando cuenta de todos los combates y pérdidas enemigas. Entonces se produjo una pausa, y después apareció la imagen de la lucha frente a Mnemon, a cuya descripción se añadió la novedad de una prolija relación del aterrizaje, la vista de una ciudad bombardeada y el desfile de numerosos y extenuados prisioneros. Mnemon no tardaría en caer. Otra pausa, y esta vez el ronco sonido de las acostumbradas trompetas. En la pantalla se proyectó el largo corredor flanqueado de guardias por el que caminaba rápidamente el portavoz del Gobierno en uniforme de canciller. El silencio era opresivo.
La voz que sonó finalmente era solemne, lenta y dura. -Por orden de nuestro soberano, anunciamos que el planeta Haven, hasta ahora en belicosa oposición a su voluntad, ha aceptado la derrota. En estos momentos, las fuerzas de nuestro soberano están ocupando el planeta. La oposición ha sido desarticulada y sofocada rápidamente. La imagen se desvaneció, y el locutor anterior declaró pomposamente que serían retransmitidos todos los acontecimientos ulteriores a medida que fueran produciéndose. Entonces sonó música de baile, y Ebling Mis pulsó el mando que desconectaba el aparato. Toran se levantó y se alejó con paso vacilante, sin decir una palabra. El psicólogo no intentó detenerle. Cuando Bayta salió de la cocina, Mis le indicó con un gesto que guardara silencio, y dijo: -Han tomado Haven. Y Bayta murmuró: «¿Ya?», con los ojos redondos y llenos de incredulidad. -Sin lucha, sin un mal... -Se interrumpió y tragó saliva-. Será mejor que dejes solo a Toran. No es agradable para él. ¿Y si comiéramos solos? Bayta miró hacia la cabina, y luego dijo con desaliento -Bueno. Magnífico se sentó a la mesa y su presencia pasó desapercibida. No hablaba ni comía, sino que miraba frente a sí con fijeza, lleno de un temor reconcentrado que parecía agotar toda la vitalidad de su delgado cuerpo. Ebling Mis empujó ausente su postre de fruta helada y observó con dureza: -Están luchando dos Mundos Comerciantes. Luchan, se desangran y mueren, pero no se rinden. Sólo Haven... igual que la Fundación... -Pero ¿por qué? ¿Por qué? El psicólogo meneó la cabeza. -Es parte de todo el problema. Cada extraña faceta es una muestra de la naturaleza del Mulo. Primero está el problema de cómo pudo conquistar la Fundación, con poca sangre y esencialmente de un solo golpe..., mientras los Mundos Comerciantes Independientes resistían. La paralización de las reacciones atómicas fue un arma insignificante -hemos discutido a este respecto hasta el hastío-, y no surtió efecto más que en la Fundación. Randu sugirió -y Ebling enarcó sus pobladas cejas- que pudo ser una radiación represora de la voluntad. Esto es tal vez lo que han usado en Haven. Pero, entonces, ¿por qué no lo usan en Mnemon e Iss, que están luchando incluso ahora con tal intensidad que necesitan la mitad de la Flota de la Fundación, además de las fuerzas del Mulo, para conquistarlos? Sí, he reconocido naves de la Fundación en el ataque. Bayta susurró: -La Fundación, y después, Haven. El desastre parece seguirnos, pero sin tocarnos. Siempre da la impresión de que logramos escapar por un pelo. ¿Cuánto durará? Ebling Mis no la escuchaba; estaba argumentando consigo mismo. -Pero existe otro problema..., otro problema. Bayta, ¿recuerdas la noticia de que el bufón del Mulo no había sido encontrado en Términus; que se sospechaba que había huido a Haven o le habían llevado allí sus secuestradores? Bayta, le conceden una importancia que no disminuye, y nosotros aún no hemos descubierto el motivo. Magnífico debe de saber algo que es fatal para el Mulo. Estoy seguro de ello. Magnífico, con el rostro lívido, protestó tartamudeando: -Señor..., noble señor..., le juro de verdad que está más allá de mi pobre entendimiento penetrar lo que desea. Le he dicho cuanto sé hasta la última gota, y con su sonda ha sacado de mi escasa inteligencia aquello que sabía, pero que ignoraba que sabía. -Lo sé, lo sé. Se trata de algo pequeño, de una alusión tan pequeña que ni tú ni yo podemos reconocerla. No obstante, tengo que encontrarla... porque Mnemon e Iss sucumbirán pronto, y cuando lo hagan, nosotros seremos el último resto, el último vestigio de la Fundación independiente. Las estrellas empiezan a agruparse estrechamente cuando se penetra en el núcleo de la Galaxia. Los campos de gravitación comienzan a superponerse en intensidades suficientes como para producir perturbaciones en un salto interestelar, lo cual no se puede pasar por alto.
Toran se dio cuenta de ello cuando un salto lanzó su nave contra el fiero resplandor de un gigante sol rojo al que se agarró obstinadamente, y cuya atracción no pudo vencer hasta pasadas doce horas de insomnio y angustioso esfuerzo. Con cartas limitadas en extensión y una experiencia no desarrollada lo suficiente, ni operacional ni matemática mente, Torar se resignó a días enteros de cuidadoso estudio entre salto y salto. En cierto modo, se convirtió en un proyecto de comunidad. Ebling Mis comprobaba las matemáticas de Toran y Bayta calculaba posibles rutas por medio de los diversos métodos generalizados, en busca de las soluciones reales. Incluso Magnífico tuvo que trabajar con la máquina calculadora para las computaciones rutinarias, un tipo de trabajo que, una vez explicado, le resultó muy divertido y en el que era sorprendentemente hábil. Así, al cabo de un mes poco más o menos, Bayta pudo estudiar la línea roja que serpenteaba a través del modelo tridimensional de la Galaxia hasta medio camino de su centro, y decir con satírico placer -¿Sabes a qué se parece? Da la impresión de ser una lombriz de tres metros con un tremendo caso de indigestión. Eventualmente nos vas a llevar de nuevo a Haven. -Lo haré -gruñó Toran, arrugando la carta- si no cierras el pico. -Y, sin embargo -continuó Bayta-, es probable que haya una ruta directa, rectilínea como un meridiano. -Conque sí, ¿eh? Pues bien, en primer lugar, insensata, lo más seguro es que fueran precisos quinientos años para que quinientas naves dieran con esa ruta por casualidad, y mis asquerosas cartas de navegación no la señalan. Además, tal vez sea conveniente evitar esas rutas directas; es muy probable que estén atestadas de naves. Y otra cosa... -¡Oh, por la Galaxia! Cesa de desvariar y exhibir tu virtuosa indignación -exclamó Bayta, tirándole del pelo. -¡Ay! -gritó él-. ¡Suéltame! -y la agarro por las muñecas derribándola al suelo, tras lo cual Toran, Bayta y la silla rodaron en desordenado montón. La lucha degeneró en un combate de boxeo, compuesto en su mayor parte por risas ahogadas y diversos golpes cariñosos. Toran interrumpió la pelea cuando vio entrar a Magnífico sin aliento. -¿Qué pasa? Arrugas de preocupación surcaban la cara del bufón, y la piel de su nariz estaba tan tirante que parecía blanca. -Los instrumentos se comportan de forma extraña, señor. Sabiendo mi ignorancia, no he tocado nada... Toran llegó a la cabina de mando en dos segundos. Dijo en voz baja a Magnífico: -Despierta a Ebling Mis. Dile que venga aquí. Se dirigió a Bayta, que estaba intentando ordenar sus cabellos con los dedos: -Hemos sido detectados, Bay. -¿Detectados? -repitió Bayta, dejando caer los brazos-. ¿Por quién? -La Galaxia lo sabe -murmuró Toran-, pero me imagino que será alguien armado y apuntándonos. Se sentó, y con voz serena empezó a enviar al subéter la clave de identificación de la nave. Cuando entró Ebling Mis, en bata y con los ojos adormilados, Toran dijo con una calma desesperada: -Parece ser que estamos dentro de las fronteras de un reino local que se llama la Autarquía de Filia. -Nunca la había oído nombrar repuso Mis. -Yo tampoco -dijo Toran-, pero la cuestión es que nos ha detenido una nave filiana e ignoro lo que puede suceder. El capitán inspector de la nave filiana subió a bordo con seis hombres armados a la zaga. Era bajo, casi calvo, de labios delgados y piel reseca. Tosió violentamente al sentarse y abrió la carpeta que llevaba bajo el brazo. La hoja estaba en blanco. -Sus pasaportes y la documentación de la nave, por favor. -No tenemos ni lo uno ni lo otro -repuso Toran. -Conque no, ¿eh? -Agarró un micrófono suspendido de su cinturón y habló con rapidez-: Tres hombres y una mujer. Sus documentos no están en orden. -Hizo una anotación en la hoja mientras hablaba. Preguntó-: ¿De dónde vienen? -De Siwenna -contestó Toran con precaución. -¿Dónde está eso?