2 minute read
Segundo interludio
personalidades, las descripciones son blancas o negras, según los intereses del escritor. Yo lo he encontrado totalmente inútil. —Pero se habla de Tazenda. Eso es lo que quise demostrarle cuando le di la película. Es la única que he descubierto que se refiera a Tazenda. —Muy bien. Tienen dirigentes buenos y malos. Han conquistado unos pocos planetas, ganado algunas batallas y perdido otras tantas. No se distinguen en nada. No creo que su teoría sea válida, Channis. —Pero usted ha pasado por alto algunos puntos. ¿No ha observado que nunca formaron coaliciones? Siempre han permanecido al margen de la política de este Extremo Estelar. Como usted ha dicho, conquistaron algunos planetas, pero entonces se detuvieron, y ello sin haber sufrido ninguna derrota de importancia. Es como si ya se hubieran extendido lo suficiente como para protegerse a sí mismos, pero no lo bastante como para llamar la atención. —Está bien —fue la indiferente respuesta—. No me opongo a que aterricemos. Lo peor que puede pasar es que perdamos el tiempo. —¡Oh, no! Lo peor sería una derrota completa, si en efecto es la Segunda Fundación. Recuerde que se trataría de un mundo habitado por quién sabe cuántos Mulos. —¿Qué piensa usted hacer? —Aterrizar en un planeta menor, cualquiera de los sometidos. Averiguar todo lo que podamos sobre Tazenda, e improvisar a raíz de nuestras pesquisas. —Muy bien. No hay objeción. Ahora, si no le importa, me gustaría apagar las luces.
Channis se fue con un ademán de despedida.
Advertisement
Y en la oscuridad de un aposento diminuto, en una isla de metal perdida en la inmensidad del espacio, el general Han Pritcher se mantuvo despierto, continuando los pensamientos que le llevaban a tan fantásticas conclusiones.
Si era cierto todo lo que había meditado tan meticulosamente, y los hechos empezaban a corroborarlo, entonces Tazenda era la Segunda Fundación. No había otra salida. Pero ¿cómo? ¿Cómo? ¿Podía ser Tazenda? ¿Un mundo ordinario? ¿Un mundo sin distinción? ¿Un arrabal perdido entre las ruinas de un Imperio? ¿Una astilla entre fragmentos? Recordó confusamente el rostro marchito del Mulo y su trémula voz cuando hablaba del psicólogo de la Primera Fundación, Ebling Mis, el hombre que, tal vez, averiguó el secreto de ,la Segunda.
Pritcher recordó las palabras del Mulo, llenas de tensión: «Era como si el asombro hubiera sobrecogido a Mis. Era como si algo sobre la Segunda Fundación hubiera superado todos sus cálculos, y le hubiese llevado en una dirección completamente distinta de lo que podía haber imaginado. Ojalá yo hubiera leído sus pensamientos y no sus emociones. Pero las emociones eran claras, y la más sobresaliente era la de una enorme sorpresa.»
La sorpresa era la clave. ¡Algo sumamente asombroso! Y ahora había llegado aquel muchacho, aquel jovenzuelo sonriente, que divagaba ilusionado sobre Tazenda y su vulgar subdesarrollo. Y debía tener razón. Debía tenerla. De lo contrario, nada tenía sentido.
El último pensamiento consciente de Pritcher tuvo un matiz sombrío. El hiperrastreador que había depositado en el tubo etérico seguía estando allí. Lo había comprobado hacía una hora, cuando Channis se hallaba en el otro extremo de la nave.
SEGUNDO INTERLUDIO
Era una reunión casual en la antesala de la Cámara del Consejo, sólo unos momentos antes de pasar a ella, para discutir los asuntos del día, y unas cuantas ideas fueron intercambiadas con rapidez. —De manera que el Mulo está en camino. —Eso he oído yo también. ¡Arriesgado! ¡Considerablemente arriesgado! —No si los acontecimientos se ajustan a las funciones establecidas.