George Orwell. 1984.

Page 158

George Orwell

1984

CAPITULO IV Sentíase mucho mejor. Había engordado y cada día estaba más fuerte. Aunque hablar de días no era muy exacto. La luz blanca y el zumbido seguían como siempre, pero la nueva celda era un poco más confortable que las demás en que había estado. La cama tenía una almohada y un colchón y había también un taburete. Lo habían bañado, permitiéndole lavarse con bastante frecuencia en un barrerlo de hojalata. Incluso le proporcionaron agua caliente. Tenía ropa interior nueva y un nuevo «mono». Le curaron las varices vendándoselas adecuadamente. Le arrancaron el resto de los dientes y le pusieron una dentadura postiza. Debían de haber pasado varias semanas e incluso meses. Ahora le habría sido posible medir el tiempo si le hubiera interesado, pues lo alimentaban a intervalos regulares. Calculó que le llevaban tres comidas cada veinticuatro horas, aunque no estaba seguro si se las llevaban de día o de noche. El alimento era muy bueno, con carne cada tres comidas. Una vez le dieron también un paquete de cigarrillos. No tenía cerillas, pero el guardia que le llevaba la comida, y que nunca le hablaba, le daba fuego. La primera vez que intentó fumar, se mareé, pero perseveró, alargando el paquete mucho tiempo. Fumaba medio cigarrillo después de cada comida. Le dejaron una pizarra con un pizarrín atado a un pico. Al principio no lo usó. Se hallaba en un continuo estado de atontamiento. Con frecuencia se tendía desde una comida hasta la siguiente sin moverse, durmiendo a ratos y a ratos pensando confusamente. Se había acostumbrado a dormir con una luz muy fuerte sobre el rostro. La única diferencie que notaba con ello era que sus sueños tenían así más coherencia. Soñaba mucho y a veces tenía ensueños felices. Se veía en el País Dorado o sentado entre enormes, soleadas gloriosas ruinas con su madre, con Julia o con O'Brien, sir hacer nada, sólo tomando el sol y hablando de temas pacíficos. Al despertarse, pensaba mucho tiempo sobre lo que había soñado. Había perdido la facultad de esforzarse intelectualmente al desaparecer el estímulo del dolor. No se sentía aburrido ni deseaba conversar ni distraerse por otro medio. Sólo quería estar aislado, que no le pegaran ni lo interrogaran, tener bastante comida y estar limpio. Gradualmente empezó a dormir menos, pero seguía sin desear levantarse de la cama. Su mayor afán era yacer en calma y sentir cómo se concentraba más energía en su cuerpo. Se tocaba continuamente el cuerpo para asegurarse de que no era una ilusión suya el que sus músculos se iban redondeando y su piel fortaleciendo. Por último, vio con alegría que sus muslos eran mucho más gruesos que sus rodillas. Después de esto, aunque sin muchas ganas al principio, empezó a hacer algún ejercicio con regularidad. Andaba hasta tres kilómetros seguidos; los medía por los pasos que daba en torno a la celda. La espalda se le iba enderezando. Intentó realizar ejercicios más complicados, y se asombró, humillado, de la cantidad asombrosa de cosas que no podía hacer. No podía coger el taburete estirando el brazo ni sostenerse en una sola pierna sin caerse. Intentó ponerse en cuclillas, pero sintió unos dolores terribles en los muslos y en las pantorrillas. Se tendió de cara al suelo e intentó levantar el peso del cuerpo con las manos. Fue inútil; no podía elevarse ni un centímetro. Pero después de unos días más —otras cuantas comidas— incluso eso llegó a realizarlo. Lo hizo hasta seis veces seguidas. Empezó a enorgullecerse de su cuerpo y a albergar la intermitente ilusión de que también su cara se le iba normalizando. Pero cuando casualmente se llevaba la mano a su cráneo calvo, recordaba el rostro cruzado de cicatrices y deformado que había visto aquel día en el espejo. Se le fue activando el espíritu. Sentado en la cama, con la espalda apoyada en la pared y la pizarra sobre las rodillas, se dedicó con aplicación a la tarea de reeducarse. Había capitulado, eso era ya seguro. En realidad —lo comprendía ahora— había estado expuesto a capitular mucho antes de tomar esa decisión. Desde que le llevaron al Ministerio del 158


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.