George Orwell. 1984.

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George Orwell

1984

CAPITULO V En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston —o creyó saber— hacia dónde se hallaba, aproximadamente, en el enorme edificio sin ventanas. Probablemente había pequeñas diferencias en la presión del aire. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del suelo. La habitación donde O'Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra. Lo más profundo a que se podía llegar. Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Pero Winston no se fijó más que en dos mesitas ante él, cada una de ellas cubierta con gamuza verde. Una de ellas estaba sólo a un metro o dos de él y la otra más lejos, cerca de la puerta. Winston había sido atado a una silla tan fuerte que no se podía mover en absoluto, ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás una especie de almohadilla obligándole a mirar de frente. Se quedó sólo un momento. Luego se abrió la puerta entró O'Brien. —Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo. La puerta volvió a abrirse. Entró un guardia que llevaba algo, un objeto hecho de alambres, algo así como una caja o una cesta. La colocó sobre la mesa próxima a la puerta: a causa de la posición de O'Brien, no podía Winston ver lo que era aquello. —Lo peor del mundo —continuó O'Brien— varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo. Se había apartado un poco de modo que Winston pudo ver mejor lo que había en la mesa. Era una jaula alargada con un asa arriba para llevarla. En la parte delantera había algo que parecía una careta de esgrima con la parte cóncava hacia afuera. Aunque estaba a tres o cuatro metros de él pudo ver que la jaula se dividía a lo largo en dos departamentos y que algo se movía dentro de cada uno de ellos. Eran ratas. —En tu caso —dijo O'Brien—, lo peor del mundo son las ratas. Winston, en cuanto entrevió al principio la jaula, sintió un temblor premonitorio, un miedo a no sabía qué. Pero ahora, al comprender para qué —servía aquella careta de alambre, parecían deshacérsela los intestinos. —¡No puedes hacer eso! —gritó con voz descompuesta—. ¡Es imposible! ¡No puedes hacerme eso! —¿Recuerdas —dijo O'Brien— el momento de pánico que surgía repetidas veces en tus sueños? Había frente a ti un muro de negrura y en los oídos te vibraba un fuerte zumbido. Al otro lado del muro había algo terrible. Sabías que sabías lo que era, pero no te atrevías a sacarlo a tu consciencia. Pues bien, lo que había al otro lado del muro eran ratas. —¡O'Brien! —dijo Winston, haciendo un esfuerzo para controlar su voz . Sabes muy bien que esto no es necesario. ¿Qué quieres que diga?

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