George Orwell
1984
CAPITULO VI Por fin, había ocurrido. Había llegado el esperado mensaje. Le parecía a Winston que toda su vida había estado esperando que esto sucediera. Iba por el largo pasillo del Ministerio y casi había llegado al sitio donde Julia le deslizó aquel día en la mano su declaración. La persona, quien quiera que fuese, tosió ligeramente sin duda como preludio para hablar. Winston se detuvo en seco y volvió la cara. Era O'Brien. Por fin, se hallaban cara a cara y el único impulso que sentía Winston era emprender la huida. El corazón le latía a toda velocidad. No habría podido hablar en ese momento. Sin embargo, O'Brien, poniéndole amistosamente una mano en el hombro, siguió andando junto a él. Empezó a hablar con su característica cortesía, seria y suave, que le diferenciaba de la mayor parte de los miembros del Partido Interior. —He estado esperando una oportunidad de hablar contigo —le dijo—; estuve leyendo uno de tus artículos en neolengua publicados en el Times. Tengo entendido que te interesa, desde un punto de vista erudito, la neolengua. Winston había recobrado ánimos, aunque sólo en parte. —No muy erudito —dijo—. Soy sólo un aficionado. No es mi especialidad. Nunca he tenido que ocuparme de la estructura interna del idioma. —Pero lo escribes con mucha elegancia —dijo O'Brien—. Y ésta no es sólo una opinión mia. Estuve hablando recientemente con un amigo tuyo que es un especia lista en cuestiones idiomáticas. He olvidado su nombre ahora mismo; que lo tenía en la punta de la lengua. Winston sintió un escalofrío. O'Brien no podía referirse más que a Syme. Pero Syme no sólo estaba muerto, sino que había sido abolido. Era una nopersona. Cualquier referencia identificable a aquel vaporizado habría resultado mortalmente peligrosa. De manera que la alusión que acababa de hacer O'Brien debía de significar una señal secreta. Al compartir con él este pequeño acto de crimental, se habían convertido los dos en cómplices. Continuaron recorriendo lentamente el corredor hasta que O'Brien se detuvo. Con la tranquilizadora amabilidad que él infundía siempre a sus gestos, aseguró bien sus gafas sobre la nariz y prosiguió: —Lo que quise decir fue que noté en tu artículo que habías empleado dos palabras ya anticuadas. En realidad, hace muy poco tiempo que se han quedado anticuadas. ¿Has visto la décima edición del Diccionario de Neolengua? —No —dijo Winston—. No creía que estuviese ya publicado. Nosotros seguimos usando la novena edición en el Departamento de Registro. —Bueno, la décima edición tardará varios meses en aparecer, pero ya han circulado algunos ejemplares en pruebas. Yo tengo uno. Quizás te interese verlo, ¿no? —Muchísimo —dijo Winston, comprendiendo inmediatamente la intención del otro. —Algunas de las modificaciones introducidas son muy ingeniosas. Creo que te sorprenderá la reducción del número de verbos. Vamos a ver. ¿Será mejor que te mande un mensajero con el 91