El hijo del papá del Ahuizote No. 07

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Odium Pipe


El hijo del papá del Ahuizote por el momento es una publicación quincenal encaminada a la difusión de textos literarios de diferente índole. Los autores que contribuyen en la creación de esta publicación son, al igual que tú, querido lector, personajes que en el ejercicio pleno de sus habilidades lúdicas alimentan el imperioso modus vivendi que es la creatividad. El contenido vertido en cada uno de los textos, así como del material gráfico que se presenta en esta publicación, nada tiene que ver con el criterio de AL FIN LIEBRE ediciones digitales, salvo en las ocasiones en las que la edición participa como un autor más. El hijo del papá del Ahuizote es una publicación sin fines de lucro, de manera que, si te intentan cobrar por la visualización, lectura, difusión o reproducción del material aquí vertido, avísanos y haremos lo necesario para partirles su madre. El hijo del papá del Ahuizote No. 07: Odium Pipe: Portada: «La Trahison des Images/Ceci n'est pas une pipe» Autor: René Magritte Técnica: óleo s/tela Año: 1928-29 Medidas: 63.5 x 93.98 cm. Ubicación: Los Angeles County Museum of Art, Los Angeles, California. Autores: § Al fin liebre § Ache Ele § Ángela Sánchez § Artificio § Eben, el señor oso § Froy-Balam § Hernän Brizuela C. § Horacio Montoya Juárez § Luis Josué Lugo § Luis Quijano § Pablo Aguilar § Susano Hernández, el niño señor § ts’ujul


El hijo del papá del Ahuizote

Estridentópolis, La Vieja. jueves, 16 de junio de 2011.

EDITORIAL «Tomé una hoja de papel para escribir mi propio epitafio. Esto salió;/ Porque mi cabeza es un lío/ Porque no hago nada/ Porque no voy a ningún lado/ Porque odio la vida/ Porque realmente la odio/Porque no la puedo soportar/ Porque no tengo amor/ Porque no quiero amor/ Porque los ruidos están en mí/ Porque no soy un good ol'estúpido/ Sepan pues que moriré/ Adiós adiós a todos/ Y sigan mi ejemplo.

Me torné iracundo, imparable. ¡Reconstruyan su templo en un santiamén que yo lo destruiré en tres minutos! ¡Entonces acribillé con fiereza al animal mecánico, lo apuñalé hasta saciar mis devaneos: mis palabras-lanzas se incrustaron en el papel de batalla! —uno de esos marquillados que ya no hacen—, como Waterloo, como Berlin, como Líbano.

Tras firmar con letras claras y grandes, lo colgué -muy visible-- en la pared. Comencé a silbar./ Buscando el revólver.

Sólo después de explorar el encarnizado laberinto de la furia, y sólo después de volver a correr por el camino que lleva a ningún lado pero que es tan añorado, tan perseguido, tan codiciado —como si de placer puro se tratase; como si se pudiera llegar a la cocina y pedir una onza de él; como si se pudiera entrar a un banco y robar una tonelada de él, como si se pudiera poner un poco en de él en la pipa y nos entregásemos en sus cálidos brazos— pude observar en medio de un baño de tinta que escurría por doquier la sentencia dictada desde el pasado en el fondo de mi pecho, ese tropel de libertad liberada a fuerza de libertinaje, ese cardumen de salmones bestiales que subirían cascadas por llegar a desovar en ése bajo vientre: mi Shangri-La, el sígno que me hacía falta para entender esta carcajada de tristeza que es el odio:

Clic, clic, clic.» José Agustín, La Tumba [fragmento]

Me senté frente a la vieja Olivetti heredada de mi bisabuelo a mi madre y olvidada por esta última y sentí el odio que le tenía por haberla dejado a su suerte, enmohecida en la pequeña covacha del hogar. Hasta pude comprender a los bicharachos mecánicos del Almuerzo Desnudo del Burroughs aquél, pude sentir el sopor, la cólera, la ansiedad de ser aplastados — embarrados, apuntalados, empalados—, pude sentir como se erguía en mi cuerpo el torrente sanguíneo convirtiendo mi verga en un mástil impresionante al cual ningún cañón podría lastimar jamás por profundo que fuese; pude sentir la fiereza con la que la cabra se tira al monte; el abandono con el que Sísifo tira su piedra o la ahueca para vivir en ella; la potencia y la rabia con la que el chivo se empina al precipicio y cómo el precipicio tiene hambre de él, (como el abismo tiene hambre de mí); pude sentir la frustración de Ignatius Reilly lidiando con la horda de necios que conspiraban todo el tiempo —¡Dios! Pude sentir el candor de mi garganta exhalando: ¡Oh, Fortuna Imperatrix Mundi! «Semper crescis,/ aut decrescis, vita detestabilis»—; mi piel acarició mis uñas y vinieron las ganas de sangrar de rabia, las ganas de morder mis labios hasta mis propias entrañas y gritar en tono burlón la sentencia máxima:

«Mi exilio es un ave de mal agüero que se va graznando lágrimas abajo, donde el estero huele a iglesias protestantes, cervezas quemadas y niños cortadores de limón con zumo en sus cerebros. Y este jodido atardecer diáfano en la ribera de un nauseabundo río decrépito con su vereda polvorienta entorpeciendo éste, mi pincel puruliento y mis ganas de libarte (...) ¿Y qué si mis ríos se desbordan de mis lagos? ¿Y qué si soy apenas nada para una pálida sombra? ¿Y qué si soy apenas perfecto para ser un fantasma? (...) Yo: Una pálida sombra, que cuánto más me siento hombre, más en fantasma me conviertes.»

«¡¡Ridi, Pagliaccio!!»

AL FIN LIEBRE

Recordé a Schnier tirándose a la locura por un amor frustrado; sentí ganas de inmolar mi músculo cardíaco como si de Isaac se tratase: Una locura total por un dios falaz.

ediciones digitales Estridentópolis, junio de 2011 1


El hijo del papá del Ahuizote

Estridentópolis, La Vieja. jueves, 16 de junio de 2011.

ANVERSO experimentos humillantes, venidos a la vez de su desquiciante inseguridad por amar, por saberse en verdad amado, se puede ser víctima de una paulatina mutilación emocional. Lo que me pasó a mí.

Por Ache Ele. Se destruye lo que se ama. Ahora esta frase podrá percutir contra tus sienes, cuando has visto que sobre el buró de la recámara el papel sobre el cual está escrita, metido en un sobre azul, salta hasta tu mirada. Fue una súbita decisión porque el cadáver sigue allí; el sofocante calor como flama invisible que emana de los muros, el ruido de la excavadora encendida que lleva ya varios días en la calle lateral, todo forma parte de un día común, de un día normal, sólo que el tiempo concentrado en los escasos minutos que llevas allí te dice que únicamente el cadáver es la novedad.

Llegó un día en que el miedo, la ansiedad, la culpa, se fueron amasando en la vasija de una leve comprensión y fui dando forma a un sentimiento de fortaleza que advenía en mí como una postura de orgullo, maléfico al fin, pero reducto de mi esperanza por vivir. Porque había pensado en todo, hasta en desaparecer. Lo que quedó a la vez de ese amasijo sentimental fue una enorme responsabilidad por transformar el único elemento que no me permitía estar en paz, hacer mi vida como si nunca hubiera sido muñeca de su juego estúpido, pero conociendo después un poco más de su vida, me creí capaz de entender que así sería por siempre, que jamás cambiaría porque su máscara y su persona estaban fundidas para toda la eternidad.

La aparente lentitud del charco hemático en los límites del cuerpo, el arma homicida también transcurre allí. Lo que habita con más presencia es tu figura reflejada en el espejo de la cabecera, allí te dibujas entera, sin avistar el recamado lujoso de madera fina, que siempre te tenía un pensamiento de agrado por ser una parte del mueble que se hizo bajo tu exclusivo deseo.

Decidiste abrir el sobre azul, de eso se trataba.

Él yace boca abajo, los hombros como montículos desencajados del cuerpo, rigidez que aún tiene blandura, hasta a ti llega su perfume, su aroma personal, ese vestigio humano que reconoces inconfundible sobre su impecable traje gris, allí como una escueta pincelada sobre la alfombra verde oscuro de tu habitación.

Llegó el segundo en que tu cerebro ordena a tu mano voltear la hoja escrita y encontrar tan sólo un palabra allí impresa, tal vez para que no fuera seguida por algún investigador interesado en descifrar el sentido y la personalidad de la letra manuscrita. Ese sentimiento imposible de mezclar con los demás, allí fue impreso con letra negrita; el miedo, la ansiedad, la culpa, son pequeñas formas del sentir, pero el odio nunca se puede apagar, queda vivo muy dentro. Esa es la palabra que leíste segundos después, entre volver a mirar el cadáver de él, tu figura sobre el azogue fino, frontal y sentir en tus sienes deslizarse el sudor que esta vez no era de placer, sino de una naciente confusión.

Te decidiste a abrir el sobre azul. No has tenido tiempo de meditar en el contenido, pero horas más adelante te darás cuenta de que esas líneas han sido el único sentido escrito ante los hechos, que todos quisieron olvidar porque ese hombre sembró, con sus actos, un mundo de antipatía, alrededor de personas que ya esperaban ese tipo de desenlace, incluyéndome a mí, sólo que yo no parecía capaz de demostrar mi rencor, no, porque a mí además me tocó vivir en cuerpo y alma el maltrato invisible, “normal”, de ese hombre muerto que destruyó poco a poco hasta mi noción de mí misma, de quién soy, de qué soy capaz de hacer.

ODIO

Cuando se sufre día con día mínimos desprecios, engaños, mentiras, ironías; cuando se mira, se escucha, se palpa, cómo el ser amado te ha elegido a ti para ser el laboratorio de sus 2


El hijo del papá del Ahuizote

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CALLADITA TE VES MÁS BONITA… pan de chinos piratería los peines de plástico fluorescente los espejitos las hierbas los tamales dulces tacos tortas cosas de zapatos la Virgen el Micro $3 menos se siente más cerca de casa mensaje de texto en el celular llamadas perdidas y se siente lejos de todo.

En una casa pequeña, para tanta gente, con sólo una recámara ahí ellos vivieron el poco tiempo libre después del trabajo. Para dormir en ese lugar eran 3 personas en la recámara, 2 en el pasillo y 3 en la sala. Al principio era difícil vivir y amarse en esas condiciones, con ronquidos, alguien en el baño, peleando, cogiendo, viéndolos o escuchándolos y tosiendo dando muestras de descontento tratando de decir ¡Ya bájenle! Ahí perdieron tanto de ellos mismos, ahí se perdió ella y él.

Llega por fin a casa, dentro se observa el desorden, nada escapa del caos todo ha caído en él. Ni siquiera las cenizas de un hombre descansan en paz en medio de la sala arriba de la tele. Ella corre al pedacito de cama que tiene para dejar sus cosas se quita los zapatos rebozando de agua sucia, entra al baño pero el olor y la suciedad son insoportables una montaña de papel sucio en el bote y otra flotando dentro del retrete mejor aguanta, aguanta todo, el frío el hambre el dolor, cuando suena la campanita de la puerta ha llegado Él, todo madreado de la obra donde trabaja pregunta por ella si ya llegó contesta su mamá y va directo a verla, la abraza la besa y dice mira lo que te traje un dulce, Ella responde ¡Gracias vamos por el pan! Van por bolillos, medio kilo de huevos y un paquete de salchichas 2 yoghurts con cereal y ya. Ella se va a acostar, él entra al baño y empieza a gritar ¿Por qué está tan sucio? ¡Límpienlo pero ya! Lávenlo saquen agua no sé de dónde ¡órale ya!

Un día de los peores: quincena y en viernes lloviendo, todos salen como ratas huyendo en la mejor dirección retacándose a prisa todo el tiempo a prisa como si cuando llegasen a casa la cena estuviera servida la música vibrando a la luz de velas aromáticas; un día en donde Ella pudo cambiar su cheque del trabajo e ir a otro banco a depositar regresar al trabajo para quedarse pegada al monitor otras 3 horas y media si todo salía perfecto… Ella salió volando del trabajo ya eran 6:45 p.m. y sé que a Él le molesta que llegue tarde, porque Él no entiende que cuando no va por ella siempre sale tarde, salió entre la obscuridad y la prisa sorteando charcos. Desde la esquina se puede ver la Avenida México a todo… Churubusco como un foco encendido de tanto automóvil… Centenario lento lento y ella tiene que llegar rápido caminaba caminaba y corría con tacones sombrilla audífonos corría más ¡al fin! Estación Coyoacán y mil esperando Dirección Indios Verdes vagón de mujeres tantas mujeres salen del trabajo con sombrilla sin sombrilla con audífonos con libro con revista con maquillaje sin maquillaje solas con bolsa o con mochila muchas solas con lo único que cuentan es con su propia fuerza y fragilidad para sobrevivir, en un vagón si una vende plumas otra saca $10 si una llora otra dice que ningún pendejo vale la pena si una toca el tambor otra canta se quita los audífonos y sonríe da $2 y un boleto del metro se ríen eso las salva.

Sólo había agua de 6 a 10 am tenían que llenar cubetas la lavadora cazuelas y ollas para sobrevivir sin agua todo el día. Él se pone a hacer la cena, ella acostada mira la tele su consuelo: ver una novela donde todos viven en casotas; y ella en su cachito de cama… él sirve la cena, 2 cafés negros 2 platos con huevo revuelto con salchicha y 2 bolillos… ella aguarda en silencio… la mamá de él grita ¿Por qué a esa si le das de tragar? Él llega hasta el pedacito de cuarto deja los trastes toma el rostro de ella con una mano una mano fuerte y callosa apretándola y le dice: así calladita quédate calladita… Se da la media vuelta y está en la sala, aplaude fuerte todos hacen un silencio preguntan ¿Ahora a ti qué te pasa? Él va con su mamá le pega en la cabeza principalmente la señora llora grita se queda sentada sabe por qué está pasando todo esto, no se defiende después él va con su hermana le grita ¡Pinche vieja huevona no sirves para nada! la agarra a cachetadas y

Una voz femenina anuncia Próxima estación Centro Médico Ella baja del vagón continua su camino trasborda cambia de línea de dirección de un vagón a otro y sigue entre mujeres… Destino Iztacalco salida a la derecha 3


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avienta contra la pared, el hermano menor agarra una sábana y se tapa, él grita ¡órale tú borracho ladrón drogadicto lárgate ya! La mamá balbucea No, ya no le pegues a tu hermano él contesta que ahí nadie es de su familia y le vuelve a pegar. El hermano se va con su sábana a dormir afuera del metro, la hermana y la mamá se encierran en un cuarto pero se llevan el café, él va hacia el cuarto patea la puerta la golpea con su puño va a su caja de herramientas, ella sólo mira desde la cama, él

toma un martillo y tira la chapa de la puerta entra aventando patadas y con el martillo en la mano pronto ya no se oye nada, él entra al baño que nunca se limpió va al patio por agua y se enjuaga, va hacia ella la abraza la besa dice ya pasó ya pasó ya se acabó, ella cierra los ojos y aprieta el desarmador que sacó de la caja de herramientas a prisa muy a prisa… Ángela Sánchez

Fotograma del cortometraje «El héroe» de Carlos Carrera Disponible en: http://cine-latino.blogspot.com/2008/04/cortometraje-el-hroe.html

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ODIO… Odio tener un chingo de tarea y no poder hacerla por falta de inspiración. Odio no tener ni un peso para comprarme un chocolate y subir mi ánimo. Odio querer pasar mi semestre con buenas calificaciones pero me cuesta esforzarme. Odio no verte todos los días o verte de a ratitos. Odio mi desidia para ir al semáforo a chambearle. Odio mis ganas de no querer hacer nada y quererlo todo al mismo tiempo. Odio bañarme con agua fría, aun cuando hace calor. Odio bañarme con agua caliente en tierra caliente porque no he salido del baño y ya estoy sudando de nuevo. Odio que me choquen tantas cosas de la humanidad. Odio ser tan noble que me agarran de pendeja. Odio encabronadamente las injusticias del mundo. Odio tantas cosas, que la lista es larga y el tiempo tan corto. Odio no salirme con la mía cuando planeo algo bueno. Odio que son las 2 de la mañana y no puedo dormir. Pero Odio más que tuve que ser sincera conmigo misma para decir que me Odio las veces en las que estoy así como ahora, sabiendo cual es la solución a las catástrofes. Odio que tenga que escribir esto del Odio porque es odiosamente más fácil que hacer mi odiosa tarea. Odio que después de todo este rato de escribir, pensar y decir tantas veces la palabra Odio ahora me suene como expresión costeña mal pronunciada (oh Dió). Odio no saber cómo terminar esta cosa del Odio, y Odio terminarla así. Artificio

Escultura de Ron Mueck

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DÉJÀ VÚ Estaba buscando unos papeles que necesito para el trabajo y encontré un sobre con unos dibujos a tinta y una carta escrita en muchos pedazos de papel, iba dirigida a mi Cachanchán 1, comencé a leerla al tiempo que me enojaba por lo que ahí decía, era inaudito que alguien se atreviera a hablarle a ella de esa manera, cuando terminé de leerla y vi el remitente estuve a punto de agarrarme con la pared, pero aquí les transcribo unos fragmentos de la carta. — “Aunque eso signifique que NO TE PERDONO, así es NO TE PERDONO… ¿Qué es lo que no te perdono? No te perdono que si hubieras querido a tu novio la mitad de lo que tratabas de hacer creer a todos no hubiera pasado lo nuestro y si efectivamente no lo querías tanto, por qué continuar la farsa tanto tiempo…” Pero la lectura me dejaba saber que habían tenido mucho en común ellos dos y más me enchilaba por eso. — “Recuerdas que es un déjà vú (claro que si), pues cuando te conocí supe que me fallarías como pareja y como amiga, por eso te acerque a él, por eso fue como brincar un bache para caer a una zanja…” Cuando llegué a esta parte me dieron ganas de hacerle el odio a mi Osa (si cuando es con cariño es hacer el amor, hacerle el odio era como castigarla, que bien que le gusta), resultaba que había sido una cascos ligeros y yo de baboso. — “… qué me garantiza que no me hubieras hecho lo mismo, tal vez es tu naturaleza y aunque a ti te haga daño no puedes evitarla o simplemente no quieres.” Donde me sentí identificado del todo, porque ya hasta me los había imaginado a los dos, haciendo cosas sucias como decía la carta, es el la parte más crítica y sincera (así me lo pareció) del dolor del animal que le escribía a mi (ahora rebajada) vieja y hasta pensé “pobre perro las chingaderas que le hizo mi vieja y todavía se excusa”, “pobre” me repetí. — “sabes no sé cómo llegar a esta parte pero tengo que decírtelo… — ¡TE ODIO COMO NO TIENES IDEA! — TE ODIO por cada vez que lo besabas frente a mí. — TE ODIO porque no perdías excusa para acercarte a mí para recordarme que no eras mía. — TE ODIO por cada beso que no nos dimos. — TE ODIO por cumplir tu capricho de ser tú quien me tronara a 1 día de que te propusiera que nos quedáramos como amigos, sin importarte nada, excepto que fueras tú quien riera al último. — TE ODIO por leer a Poe una semana y a la siguiente al Peregrino. — TE ODIO por pintarte las uñas y vestirte de negro. — TE ODIO porque siempre sonreías al verme como si te burlaras. — TE ODIO porque nunca pude alegrarme sinceramente de tus desgracias. — TE ODIO por hacerme sentir que tenía que huir del dolor que me causaba tu presencia. — TE ODIO por tenerte cerca, pero aun más cerca de ése (que aunque es mi mejor amigo no deja de ser ése cuando de ti se trata). — TE ODIO porque siempre sentí que no pude hacerte daño alguno.

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Cachanchán: Así se llama mi compañera de vida (hasta el momento jojojo, mi vieja pues)

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— ¡TE ODIO PORQUE ME HACES CONSUMIRME EN MI PROPIA IRA!” El tipo todavía le contaba de donde venia su odio y la exhortaba a encontrar juntos una solución al problema, que si ella lo quería, que si solo se amaran, que se perdonarían todo, que si qué era lo que preferirían hacer al tiempo que aceptaba que ella se largara de su lado pero que antes se “despidieran bien, para que ella fuera la primer mujer en su vida” yo sentía que la sangre me hervía con solo leer cómo un cabrón le decía a mi ahora divinizada Cachanchán cómo el cuerpo de él era cubierto con los brazos de ella, mientras este le besaba los pechos y ella le correspondía besándolo en el cuello. Pero el muy animal todavía se daba el lujo de exponer su mente precoz y decir que en él vivían dos personalidades, la que la amaba y la que la odiaba y que no podía dejar de ser una, sin ser la otra y viceversa, pendejete pensé de nuevo al leer su firma final, la cual también transcribo. — “no sé si te pregunté alguna vez, ¿Qué prefieres? Una mentira que te haga feliz o una verdad que te haga sufrir… Pues esta es mi verdad: sigo sin perdonarte, sigo deseándote y seguiré recordándote…” Así terminaba la pinche carta que tanto me había encabronado, estaba fechada hace muchos años, traté de recordar qué estaba haciendo ese día pero no recuerdo pues seguramente andaba en el agua como aquellas muchas veces en esas épocas. En eso que va entrando a la habitación mi vieja y justo cuando le pensaba regresar su “papacito chulo ya está…” con un “jija de tu Osa madre…”, leí mi pinche nombre en el remitente de la carta. Corrí a abrazarla con lagrimas en los ojos (cómo madres no iba a llorar si solito me había encapiruchado), ella me miró extrañada, luego vio en mis manos la carta, me besó en la frente, palmeó mi espalda como si yo fuera un animal necesitado de consuelo, se soltó de mi abrazo y con paso elegante (como solo ella sabe caminar la cabrona) fue a la cocina al tiempo que me decía lávate las manos ya vamos a comer. No sé cómo explicar lo que sentí pero sé que no cometeré el mismo error y si me lo preguntan, ya no creo en eso, se encargó de amarme como soy tanto que olvidé el pasado para hacerme mi futuro con ella, aunque esperamos muchos años. Se los dejo de tarea, aquí les dejo pues quedé de llevarla al bailongo del pueblo… Eben, El Señor Oso

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EL PRETENCIOSO. I

IV

Un juego de lo imposible, una desencadenada treta que no termina, que con los primeros rayos de la nueva mañana se ve fortificada, incrementada, latente.

Gestos de papel que un loable senil ha premiado con las medallas de la literatura nacional, haciendo que el trabajo del poeta pobre en las calles anide, junto a las palomas de los parques: Emplumadas, cagonas y abundantes ratas con alas.

Apostadores de lo vano, de lo impuro, azarosos viejos obscenos con exceso de dinero y de imaginación. Reyes de los casinos, del derroche, de las putas y sus labiales rojos, sus tremendas fauces lacerando los bolsillos ¡Uno y mil Slims por las acciones de Magdalena la puta!

Gestos que —palabras—, se divierten robándole los nombres a las musas, cambiándoles arbitrariamente y sin respeto alguno los calzones para dejarlas a ellas, las más excelsas mujeres del alma, vestidas de tremendas mucamas cachondonas. ¡Hijo de puta tú, premio nobel de la pretensión y el esnobismo! ¡Mejores hijos debisteis de haber parido Juan en aquel Pedro en llamas! V

II

Trozos de trazos que desbaratando el lienzo reposan en la nada, quebrantando las proporciones perfectas de la maquinaria inacabada: El hombre. Dedos enclenques / endebles / enfermizos / y demás sinónimos que se pudieran encontrar.

Ladrones que corretean despavoridos como las cucarachas dentro de la alacena, pero no hay mano o pie inclemente que acallen el tropel de bestias, pequeñas, asquerosas. Un ejército de Kafkas que no quieren transmutar. ¡Glorioso tú, Gregorio Samsa! —führer de las sabandijas y alimañas—.

Líneas aparatosas, ¡De dónde, oh dioses de la mesura, habrá de valerse la estética para enumerar sus nuevos parámetros!

III Crueles dentelladas que diminutas —y acumulables, como las taparroscas de las promociones mundanas— advierten entre todas ellas, un premio escondido. ¡La mentira nuestra de cada día dánosle hoy! ¡Jesús, pendenciero vendedor de ilusiones baratas!

¡De dónde, sagradas deidades del buen gusto, deberá el hombre saborear la hermosura de lo sanamente apreciable! ¡Si tremendo Warhol nos ha destrozado ya los ojos con sus esperpentos! ¡Los dedos debían caérsete de la vergüenza!

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Estridentópolis, La Vieja. jueves, 16 de junio de 2011. mientras en las pompas de la opulencia se regodean sobándose la panza los hijos perdidos del extranjero. ¡Comonfort, Hakim, Ladrón de Guevara, Abraira, Santa Ana, Miramón! ¡Bastardos de la colonia!

VI Habladurías en los pasillos del senado, burócratas jugando a la verdad. Voces encontradas, viejos asquerosos manoseando entre todos a la retórica, masturbándola, sobándole los senos y exprimiéndole los jugos vaginales.

VIII Cualidades todas, unidas con un fin común… regocijar nuestras pupilas, calentar nuestros corazones, sentirlos henchidos de felicidad, hacernos crecer la cabeza con lindas coincidencias, inflar nuestro pecho acelerado, embabucarnos con palabras dignas de un sofista,

Los ojos de lujuria, las lenguas retorcidas, la verdad despojada de toda esencia. ¡Ríete todo lo que puedas, inmenso Protágoras! ¡Repositorio de inmundicias! ¡Proclamador falaz de la justicia! VII

creer.

Aristócratas, burgueses / abolengo, dinero. Qué la heráldica exista para llenar la larga lista de innecesarias obscenidades que, debemos seguir pagando todos los hijos de López, Hernández, Pérez…

IX ¡Te maldigo, una y mil veces! ¡Odiado pretencioso que brindas consuelo a mis blasfemias! ¡Que ni la muerte sea capaz de recibirte en su santo juicio! Froy.

Agostino Carracci, Venus and Satyr, Department of Prints and Drawings, Fogg Art Museum.

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Autorretrato. Sofía Bassi.

ODIO EL ODIO. El odio embravecido fue el que me trajo hasta aquí. El odio de creer, crecer, querer. El odio por soñar, actuar, vivir, morir. El odio del amor y del dolor.

Caigo abatido desde el centro de mi ser. Sentí que las luces se apagaron, hace horas, y a la oscuridad invadiendo, atrozmente, cada espacio donde podría iniciar la búsqueda de las cosas perdidas: el alma, el corazón y la razón.

Pero en este infinito mundo de oscuridad, no me quedará otro remedio que volverme un ser dual de la noche, para volver al mundo finito como aparición de tus sueños terribles y extirpar todo ese odio para salvar a toda la humanidad y nadie más muera entre tus garras.

Mis ojos no se adaptan aún, a pesar del tiempo de mi noche eterna, es mi castigo. Mi martirio. Vivo en la agonía de lo oscuro, de la luz perpetua que sólo ilumina mi recuerdo. La noche y el día se fundieron para volverse un crepúsculo sin misericordia, que azota mis palabras y mis gritos, mis rezos y suplicios, al acantilado de lo infinito.

Seré día y noche de mi oscuridad inmensa. Claroscuro del abandono. Y el crepúsculo sin misericordia se muta poco a poco en amor propio, donde volveré de mis cenizas a esparcir mi voluntad entre mi sangre y tiempo.

Y mientras voy caminado ese precipicio en una cuerda floja sin red, el vacío será la morada donde caerá mi cuerpo. Caída libre sin dolor pues la muerte no llegará pronto.

Donde las paradojas del bien y el mal, del calor y el frío, de la sequía y el río, dejarán ver un atisbo de luz transeúnte por los recodos de mi sueño dual que utilizaré para iluminar: el alma, el corazón y la razón: y así deshacerme, de una vez por todas, de tu odio:

Caer, caer, caer, hasta el fondo del abismo: Recordé que el abismo no tiene fin y por un instante preferí haber muerto antes de llegar aquí:

Odio el odio.

Recordé también que estaba aquí justo por estar muerto: Hernän Bc

El alma, el corazón y la razón llegaron a este punto siniestro por una muerte despiadada.

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AZUCENA Fragmento de una común mañana.

Prolongación de ciertos infortunios.

Recobro un poco el sentido, pero un ruido ensordecedor que me aterroriza aunado a esta vertiginosa descensión hacia la noción de quién soy yo, me hacen volver a recobrar el vértigo y perder el sentido. Arrodillado boca abajo, mi cuerpo permanece en un estado lamentable a la caída estrepitosa de mi infortunio.

Me dirijo hacia el precipicio por mi propia voluntad, pero eso no me garantiza que haya recobrado el sentido completamente y tampoco tengo la esperanza de que me otorguen el indulto pues, no hay voluntad alguna en aquellos fósiles para una resolución a mi favor. Por simple curiosidad me mantengo delirando y en movimiento: el desamparo habita en esta habitación. He abandonado todo para entregarme a las grietas de la miseria que ahondan esta desolada existencia.

La escasa conciencia que tengo de mi terrible situación me hace agonizar, sin embargo, me doy cuenta que han quebrado mis piernas, además, el constante golpeteo de mi cabeza sobre esta húmeda bóveda, —en donde me han enclaustrado— me da la certeza de que no es otra persona sino yo, el que está siendo condenado. Pereciendo estampadas en las deslavadas sombras, me sumerjo en las tinieblas de aquella procesión que con indiferencia me observan. Ninguno de los rasgos de aquel lugar hacen posible que pueda recobrar la memoria y mis sentidos se encuentran fuera de sí; voy tropezando sobre las piedras y paredes de esta húmeda celda.

Me invade el recuerdo de una tal Azucena. Presiento escalofriantemente que ahí se encuentra el motivo de mi infortunio. Siento ser absorbido por el desamparo, me condenarán a habitar en el desprecio de las miradas lúgubres que lanzan los habitantes de este siniestro corredor. Estoy siendo arrastrado a ese espacio vacío por donde transitan los que permanecen en cautiverio. La estructura de mi cabeza se encuentra en total colisión. Mientras el cuerpo se restablece mediante la claridad de los oídos cincelados, la visión viaja sobre histéricos arrebatos de locura.

En el esfuerzo por querer llegar al baño —que se encuentra próximo a la entrada del túnel— voy estrellándome con otro y después contra otro rostro que me juzga cruelmente en esta tenebrosa situación. Me entrego a la perdición de mi suerte para el deleite de aquellos llantos cavernosos que habitan perturbando las sombras de esta habitación. Se apodera de mí la idea de que mi rostro ensangrentado pronto formará parte de aquel séquito; junto a esas siniestras ruinas humanas que, devorándose entre sí, me observan sin deseo aparente.

— ¿Azucena, quién eres en verdad?Camino grotescamente, me restablezco un segundo y al siguiente instante, soy nuevamente arrebatado por un vómito de aire verde. El frío que corre por mis venas seca este esqueleto que me sostiene, estrellándome contra las sombras que nos adhieren a la muerte. No me he recobrado del todo. La presencia difuminada de espectros no la identifico como ajena a mis circunstancias. Los sentidos perturbados me permiten permanecer en vigilia por mi estado en esta celda y junto a lo inanimado. Los oídos son una maldita sierra que trastorna mi equilibrio. Siento que mi cuerpo es conducido hacia un frío espacio, habitado por Azucena; ella me acecha constantemente con una intención clara de aniquilación. Solo la vista es imperecedera por el eco que la mantiene fugitiva entre mis párpados, anunciando tu rostro diciéndome:

Me invade la angustia por no saber cuál será en realidad mi destino… ¿si mi estancia sobre esta plataforma pantanosa que me succiona terminará algún día? Me encuentro en total desolación. Al final del vértigo puedo darme cuenta que es posible volver a intentar pararme y sostenerme en sus deslavadas rocas. Los aullidos de mis débiles esfuerzos recobran intensidad en los recovecos de la bóveda y se mantienen sombriamente resonando en un eco fugitivo que persiste y se prolonga hacia la salida del túnel, en donde una persona con vida se encuentra observándome. Esperándome.

— Azucena— yo soy la expresión de tu odio, que lo has convertido en una realidad aterradora. Delirante fueron tus pensamientos los que hicieron que me desearas; mi fantasía fue de que en tu regreso descendente te perdieras, que no existiera el perdón. El resultado fue el abandono de tu existencia en un llanto que brotó de mi dolor, que tú lo

Yo sin embargo pierdo el sentido y la esperanza, advierto que no me esperará más nada. Con el último suspiro me levanto de la celda y me dejo conducir hacia el único pasillo, en donde se extravía la resonancia de mis lánguidos esfuerzos. 11


El hijo del papá del Ahuizote

Estridentópolis, La Vieja. jueves, 16 de junio de 2011. evitar el dolor: lejos de ser una molestia, aquella sensación resulta bastante placentera. Las heridas producidas dan señal de que mis ojos ya no están en su sitio: se han derramado; un humo viscoso y grisáceo ha ocupado su lugar.

enviaste a que se fuera a las tinieblas. Ahora tú habitas en él. No revivo porque he preferido mantenerme en la espectralidad, como las antiguas expresiones sin conciencia que han habitado en las paredes de esta torre que he heredado. Exorcizar lo mundano para poder dejar de ser una colección suburbana de desechos humanos. ¡Cómo poder comprobar que no se trata de una simple locura el ver mi propia agonía!

Estoy siendo conducido por la manecilla a la profundidad del bosque entre grandes árboles enloquecidos, marcándome hacia la torre para llegar al faro en donde podré conocer mi sentencia. La posibilidad de una explicación es fragmentada en el siguiente instante: continúo sin razón.

— ¡Azucena... haz algo! Apoyo la cabeza en las cadenas de la desesperación. Me interno en lo impenetrable de los pensamientos que yacen ausentes al final del camino. Deambulo grandes distancias alrededor de esta celda y al estar frente al baño forzo la entrada. Tomo agua fresca del grifo y sobre el costado del brazo izquierdo me apoyo sobre el lavamanos para poder beber mejor. Incorporándome, encuentro en el espejo el vacío que alberga en mi mirada; no solo me reconozco bajo esa diferencia cadavérica, sino también por el horror de verme solo con la afilada navaja de afeitar, innegablemente haciéndome daño en la mejilla: una y otra vez.

Los recuerdos van apareciendo ilegiblemente como coronas espinadas, esparciendo sentencias de dolor sobre mi mente, imágenes que son clavadas y después desgarradas por el olvido. Trastornos que me hacen ejecutar actos imprecisos, desequilibrio visible solamente en una persona que sufre de una locura delirante. El no saber quién es ese “ser” quien soy está obligándome a desposeerme de mí: no hay otra salida. Atravieso el bosque avanzando entre la escasa luz que se filtra entre las altas ramas de los árboles; deteniéndose, pereciendo y alumbrando los vapores que se levantan bajo sus copas. Empieza la claridad sintiendo el abrazo escalofriante de Azucena; como una brasa azul que cae desde lo alto del silencio para ejecutar la sentencia fatal, la resolución está determinada.

Silencio. Todo marca una total calma. Irrumpe tempestivamente una colisión. El tiempo se parte fragmentándolo todo. El segundero se transforma en el sepulturero: recobrando su inmovilidad. El espacio se precipita hacia el pasado: perdiendo su calma. Se me están introduciendo los fragmentos de los cristales del espejo en los ojos e hiriendo mi rostro. En el siguiente instante, si acaso lo hay, espero tener una explicación: el presente nos anula de permanecer en la eternidad.

Todo el trayecto lo deambulo con las piernas rotas y los ojos como tripas escurriendo entre mis manos. Mi cuerpo es arrastrado por el viento, de la misma forma en que arroja a las ánimas hacia los opacos rayos del sol. Recorro el bosque guiado por el eco de los lamentos y entre la bruma que se levanta escandalizada por el llanto de Azucena. El frío matutino recorre el viento a través de mis ojos, “petrificando los recuerdos de unas lágrimas en agonía”. ¿Acaso la respuesta se me presenta de esta manera, “con el recuerdo de las lágrimas de Azucena sobre su seno”? ¿Qué significan estas delirantes apariciones en mi mente?

Procesado a la errante sepultura. — Azucena, calla. ¿Acaso no has acabado de sepultarme en tu dolor?Han cesado de caer los cristales sobre mi rostro y la furia de los llantos que permanecían en la habitación han aminorado, esparciéndose por el bosque en el amanecer. Abatidos rostros de gente demente, que sale de entre los árboles, me miran salir entre los escombros del cuarto que acaba de ser demolido: la maquinaria se ha liberado de su eterno transcurso del tiempo. Me parece que esas miradas invocan un continuo ir hacia las sombras que nos arrastran por el camino; inherente a la sensación del retorno hacia el vacío.

— Azucena, acógeme en tus frías entrañas.Todo se encuentra en mal estado, recobro el sentido aún debilitado y la atracción hacia Azucena es contundente, me dejo ir agonizante en busca de una explicación que sé, he de encontrar en el faro. Torre siniestra en la que el espanto se anuncia como verdugo de mis recuerdos secuestrados en aquel lugar. — ¿Por qué me encierran en esta angustia? Estoy seguro que el alarido compenetrado en la bruma del bosque al amanecer fue el de la Azucena-.

Me sacudo los cristales del rostro sin poder evitar el daño, extraigo con lentitud los que se encuentran clavados; con precisión, sí, pero sin poder 12


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Estridentópolis, La Vieja. jueves, 16 de junio de 2011. encuentra en la oscuridad en total desesperación, se agita posesionado por cadenas de locura, sólo resta esperar a que la angustia acabe totalmente con su mente. La tiniebla no es visible, sólo es un conducto para poder llegar más allá: no desesperarse.

¡Qué inútil y difícil es tratar con enfermos mentales!, ¡peor aún siendo uno de ellos! Un día, tan sólo un día para poder dormir en paz. Inevitable descensión

El delirio es habitáculo de la única esperanza para darle razón a sus actos. Anda errante en un pensamiento extraviado, rebotando sin sentido sobre las paredes que albergan petrificados gestos agonizantes. Al querer ser persuadido por la persona que se arrastra del otro lado del corredor en un estado lamentable, me hace vulnerable a sus pretensiones: quién no se sentiría libre de asesinar en una noche como la de hoy; la tormenta lo borra todo. Tiro desesperadamente con una cadena su cabeza ensangrentada, sujetado al eslabón que lo condena. Él es el que ahora habita del otro lado de mi existencia.

Una agonía me atraviesa mientras me aproximo al acantilado con los últimos rayos del sol. El ocaso se filtra en una indeleble marca para el tiempo, transcurso y retorno del eterno fugitivo. Me dirijo hacia la torre para alcanzar al faro que presiento se encuentra en mal estado; porque ya no es necesario, ya no hay tiempo para conducir a ningún navío extraviado ni a náufragos que habitan en el mar. Las señales no pueden ser para los enfermos mentales que pernoctan en el bosque, ellos ni siquiera saben en dónde se encuentran ni hacia dónde se dirigen; su destino tampoco es la sepultura. La oscura niebla que habita en sus ojos, proyecta a las ánimas hacia las sombras de sus mentes, es la anhelada eternidad.

¡Se incorpora!, se queda observándome. Silencio. Hay una total calma.

Me petrifican unos débiles aullidos que arrastrándose se escapan de la vieja torre. Azucena se ha marchado: lo sé. Los gemidos me hacen recobrar la conciencia un instante, el que espero arroje una respuesta al pasado de mis recuerdos. La tormenta se anuncia por el este, dirección por donde deciden todos guarecerse. El viento se torna más violento cuando se escuchan los aullidos, alterando a las ramas de los árboles ensombrecidos: el mal tiempo es eminente cuando se desea saber. Cae la noche en el silencio.

La fragmentación de la estructura empieza a desencadenarse como afuera la ramificación eléctrica de los rayos se quiebran en la noche alumbrando la tormenta. La lluvia se precipita entre las grietas que ceden con prisa, desgarrando a los rostros que ahí eternamente han habitado. Grietas que se expanden a todo lo largo de la torre mientras que las columnas dan paso a una inclinación sin reverencia. Haciéndose más anchas nos llevan a una fatal colisión. Mis oídos identifican el eminente derrumbe de la torre y con el estruendo de la colisión recobro el sentido: me han hecho volver en mí.

Me acerco debilitado a la puerta de la torre que da hacia el norte, temblando de frío o de espanto por la sensación que provoca aquel terrible lugar. Adentro los objetos palpitan luz y vida en una calma indefinible, nunca en total tranquilidad. Me detengo en el marco de la puerta y del otro lado del corredor observo a una figura siniestra con movimientos imprecisos en sus gestos, anunciando los terrores que lleva dentro y en sus ojos el delirio vacila cavando una fosa en donde se sumergen sus remordimientos. Espera a que ocupe su cuerpo. El espectro se

Ya recuerdo: “puse los dedos sobre su cuello, y en el último suspiro se fue mi Azucena; arrojándome hacia el precipicio, regresándome al espacio en donde se reproduce mi condena…”. “No hay nada que hacer, ya lo dije: estoy enfermo”. Horacio Montoya Juárez

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POEMA SIN REMITENTE Poema sin remitente bañado en aguas saladas respirando tu aroma enfermo por… ¿última vez? . Las poetiza sirena ha callado fue arrojada a la piedra maltratada de la soledad oí sus quejas, me llené de su sangre ¡oh, delicia de su cuerpo despellejado¡ . Por las calles derramé silencio contenta la decadencia por su “no olvido” derramé un suspiro en su cabello contentos sus laureles, de engaños e hipocresías . Mientras te enlazas al presente yo soy fiel amante del pasado cuando la sonrisa emerge de tus falaces labios yo caigo sobre la madre del abandono tú dejas de lado mis palabras yo sumerjo cada parte de ti en un papel te llevaste mis ojos en tu espalda vejaste mi posibilidad de ver a alguien más. . Creo que he vuelto a creer en una ofrenda de falsedades las nubes comprenden: el diluvio ha llegado sobre mi cuerpo se derraman las gotas toman mis latidos había olvidado como humedece el corazón como blasfema en silencio mi interior. . Me engañas con tu blancura Yo no debo estar aquí Disfrutas de tu libertad Yo, viajo sin camino, como queriendo no saber nada. Luis Josué Lugo

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¿SE OLVIDÓ? Veo mi cuerpo caer en tu silueta Al olivo dejar de lado su reconfortante soplido ¿Cómo quieres que despierte sin la locura del viento? Desapareció, junto a tu aroma y tu lujuria. La luna se rompe al verme y te recuerda junto a mí Juntos nos emborrachamos de dolor y retrocedemos Mi mano partida intenta escribir sueños y es imposible Se quebrantan, simplemente se olvidan. Grito y nadie escucha, hablo y nadie lo nota ¿Sirve el dolor ante la indiferencia de su causante? No te acuerdas de mis dedos se rompen, caen uno a uno entre mi demacrado cuerpo Junto a la mano se olvidan Supeditados a un horizonte incierto y obscuro. Ayer fue mía, hoy no es mía, mañana quiero que sea mía Me da miedo el esplendor con el que te veo Se ha extraviado tu esencia Y el agua; acaece sobre mis sucios pies. ¿Se olvidó que nuestro vaso derramaba gotas de sutil amor envenenado? ¿Se olvidó que sobre mi alfombra recaen sus miedos y ahora me he quedado con ellos? ¿Se olvidó que aquella rosa ha perdido color desde que usted no la ha regado con sus dulces y tiernas palabras? ¿Se olvidó que nuestras palabras viajaban y las dejó en el cielo sin un rumbo fijo? O tal vez las este pisando; ellas se quejan y sollozan en silencio pero usted no lo ha notado. ¿Se ha olvidado que yo no olvido ni olvidaré? Luis Josué Lugo

PALABRAS VACÍAS para desencadenar la palabras que provoquen el movimiento de tu rictus (siempre tan tuyo).

Preludio Te miro, pero tus ojos no me responden; se pierden en la luna, que sigilosa aguarda tu mirada de refugio perene. Y yo, busco el motivo

El cielo se apaga en tus labios, quienes ante su deseo no concluido, no logran mirar la 15


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sonrisa que quiere cobijarlos, —el canto que desea seducirlos—. ¿Vez el brillo sobre tus cabellos? Es la luz de tu cómplice que rodea cada movimiento de la exquisita ciudad alojada en tus pensamientos

Mirada al retrovisor del tiempo: vuelvo a ser ese pequeño frente a esa pequeña que tanto le gusta, y no sabe cómo actuar, pues ante cualquier descuido, puede ser descubierto, puede ser burlado por el tiempo sin memoria.

Tus ojitos naranjas roban de mis dedos la esencia trasnochada de tu recuerdo implacable. Espero el momento de abordarte, de clavarme en ti y provocar una reacción encadenada (tu cabello rozando mis labios, tus labios recargados en mi hombro, tus recuerdos alojados bajo mis pies, los miedos deslizándose por nuestros cuerpos y nuestras lenguas cercamente), pero es complicado; caminar por primera vez junto a tus pasos, clavar mi palabra en una respuesta —tuya, desde luego—, que quizá me consuma, que quizá me transgreda.

Mientras tanto tú, esperas silabaria, esperas callada a que la vida pase frente a nosotros y revele nada de nuestros pasados, nada de nuestros futuros, nada y sigue nadando esa sensación por tenerte tan cerca de mí (tan cerca en vida, tan lejos mi alma). Te pegas más y más, mis vuelos ya no pueden aguardar en tierra. ¡Ey tú¡ También tengo respuestas biológicas, que no se le olvide a tu mirada que no deja de mirarme y pronunciar palabras silenciosas. Tercer acto: el final de nuestro inicio

Primer acto: carta sin destinatario

Tercera sonrisa y tercer ataque de olvido a conciencia. Sólo siento, no puedo decir palabra alguna, imposible ante tus brazos que me toman por tres segundos, delicadamente; me mueves/me conmueves. –Es latente el cariño de ambos, tan correspondido, tan posiblemente imposible.- Recuerda: dos más dos no serían cuatro si los números no se hubieran lanzado el uno contra el otro para hacerse uno mismo.

Ya cuando tu esencia me absorbe, una llama entrelaza nuestros dedos en soledad. Cerca de la voluntad, una duda me carcome. No sé si será lo correcto, no me atrevo a perturbar mi razón para sabernos alejados del anhelo: en un cuerpo mío a través de nuestros cuerpos y en un cuerpo tuyo después de una amistad poco amistosa (venga cariñito, yo no te podría querer así nada más; como carta sin destinatario, como pluma sin tinta, como verso sin poeta, como cielo sin edén).

Me sabes, me deshaces, me tienes, me sostienes; me besas con gran recelo en la mejilla izquierda y por dos segundos la nuez de tu oculto pensamiento truena encima de nuestro encuentro –tan amorosamente kafkiano-. Ya con el tiempo sobre nuestros cuerpos, las miradas se alejan y nuestros dedos se desprenden. Pudimos acelerar/arriesgar/disfrutar, y preferimos aguardar por aguardar.

¿No palpas lo que mis ojos desean escuchar? A veces me desesperas: no das muestra de vida mía vivida en tu interior; mis dedos, que apenas te tocan, se desconciertan con el suspiro tuyo que mi boca siente (a escasos centímetros nos sentimos).

Ya al final de nuestro inicio, nos convertimos en un remolino que siente la cerrazón de aquellos sentimientos y arrastra la construcción de aquella blanca oscuridad, donde el soplido del todo nos arrojó hacia la nada para permanecer inmóviles; a la espera de un nuevo abrazo, separados de la realidad, como dos labios que se juntaron sin que debieran juntarse, como dos bobos que se abrazaron y se hablaron con palabras vacías.

Por efecto de la mutis en tu exterior (sé que en tu interior no es así), soy un dodecaedro inconcluso al sabor de tus mejillas coloradas, al sabor de tus dedos abate frialdades, al sabor de aprehender tu aroma y esperarte en cada cuerpo abrazado. En esta inocente noche ya tus pechos me rozan, y mi abdomen se contrae con tal fervor, que de tu rostro escapa la primera sonrisa. Siempre yo tan evidente, siempre tú tan desconcertante y atractiva, tan indiferente y atractiva, tan altiva y atractiva.

-Luis Josué Lugo-

Segundo acto: los vuelos aguardan 16


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SE ACABÓ EL AMOR Miras, lees, sientes siempre amor, todo amor: ‘el mundo sería mejor con amor’ amor a ti, amor al prójimo, amor a un Dios pérfido: las palabras no se crucifican por amor ni el hijo dará a luz una paloma engrandecida. Me exasperan quienes viven de amor; los versos que mueren en el amor las personas que respiran amor el poeta que se convierte en todo por amor. Diré lo que son: sucios demagogos personas carentes de vida vivida débiles de espíritu jugando a ser poetas. Ensucian las metáforas convierten en Dios al anticristo hacen de la suciedad un limpio aposento escuchan lo que viven sin atrapar lo que hablan. A esos amorosos que mueren en el amor les diré que pueden joderse con su noble corazón ha llegado el día en que los poetas despiertan ha llegado el día en que las flores del mal retornan ha llegado el día de la miseria y la revolución ha llegado el día que ustedes tanto han detestado ha llegado el día en que la letra muerta ha resucitado. J- Lugo

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I Te odio como me enseñaste con todo el amor del triperío al aire fresquito, brillante, tierno para que las moscas no duden en llevarlo en pizquitas hasta tus labios así nada más ¡Ay animal de lengua azucarada! que vigilas desde tu palacio como quien invita te odio boca a boca cuero a cuero con el afán único de tragarte como me enseñaste con el tierno y amoroso triperío al aire Luis Quijano

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FICCIÓN ¿Cómo fue que llegué a este punto?

¿Cómo pudiste tú, quien decías amarme, quien me sonrío, me acarició, me agradeció y me cuidó cuando fui débil y vulnerable; encender tanta ira en toda esta gente, quien ahora me atraviesa con miradas como cuchillos, que truena los dientes mientras espera su turno para contribuir con sus golpes a terminar con mi vida?

Siempre pensé que el odio era un destilado que se juntaba gota a gota; negro, apestoso y tóxico, producto de la frustración acumulada. Al sentirlo en mí, buscaba limpiarme para no enfermar, para no sentir ese tirón en las tripas, esa opresión en el pecho, para no despertar tras un ataque de furia, y darme cuenta de que con mis actos aumentaba mi dolor.

¿Cómo pude despertar esto en todos ustedes? No lo sé, tal vez nunca lo sabré. Me entrego y descanso porque sé, que con su odio, he cumplido.

Ahora entiendo que no es un proceso lento, que no siempre se puede entender la razón; sino que es como un demonio que te atrapa, que te ciega y te domina sin que lo percibas.

Pablo Aguilar

Salvador Dalí. s/r

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LA TIRA DOMINICAL DE DIMITRIUS MORITZ Por Susano Hernández, El Niño Señor. dominical, al inicio de la pequeña trama Benny remontaba por una colina una rueda de caucho con las manos; en el tercer recuadro Gilda aparecía sobre un árbol, hasta la cima de la colina; en el cuarto recuadro se unían en la imagen los dos protagonistas, claro, el apresurado y sudoroso Benny continuaba empujando la rueda, así de manera fugaz los dos estaban cercanos el uno de la otra; en el quinto recuadro se podían observar las espaldas de los dos y para el quinto sólo la rueda estaba dibujada e iba bajando en rápida velocidad contra una niña; la sexta y última viñeta se trataba de cómo esa vez el objeto iba a dar contra la figura de la pequeña, y la tinta seca expresaba el azoro, el brusco golpe contra la humanidad inadvertida, esa vez en un soberbio trazo aparecía la niña recibiendo contra su cuerpo la rueda, el dibujo de su muñeca saliendo expelida contra el lago cercano, y cómo el rostro de la infanta expresaba sorpresa y aflicción o, más bien dicho, franco terror. Y así, esa sexta casilla alguna vez fue la de un gato despanzurrado por un botinazo, otra vez un anciano sorprendido por un freesbe contra la nuca, alguna otra una carreola con un bebé berreando ante el estruendo de un cohete al estallar, en otra edición una sopera humeante, vista contra una ventana abierta, era alcanzada desde afuera por un gato pachón y asustadísimo, arrojado por el diestro movimiento de Benny.

En 1956 Dimitrius Moritz tenía ya ese manejo suave y agresivo, de las líneas en las viñetas que se correspondían con los escasos textos de la serie The Little Fools y que en el diario La Guarida, aparecían cada domingo, muy cerca de Peanuts y de otras historias diminutas que mi memoria ha reservado en el archivo del olvido. Dimitrius era un tipo sexagenario cuando inicio la serie de The Little Fools, me enteré platicando con un conocido de él (cuando un admirado tuyo tiene notable fama, siempre es posible encontrar a una persona que mantenga contigo diálogos furtivos sobre la identidad de aquel; escribí furtivos porque mi informante, el pequeño Rodolf, aparte de borrachín consuetudinario, ya a los 14 años, pero aparentando más de 20, solicitaba ante cada pregunta mía le proveyera de un buen trago de whiskey en el bar La Foca, que estaba en la esquina inmediata, siguiendo una línea recta, de más de 400 metros, de la oficina de la Guarida. Rodolf me mantenía así, estrictamente al tanto de algunos aspectos de la vida del historietista y no aceptaba en cada encuentro conmigo más allá de una sola pregunta. ¿Era un ser despreciable Rodolf? Sin duda, sólo que para poder conocer algo acerca del huraño Dimitrius bien valían la pena esos encuentros, que empezaban a minar mis ya de por sí precarias finanzas) y justo cuando pude enterarme de algo más, digo aparte de la edad, las condiciones lamentables en que vivía y trabajaba, su ateísmo, algunos datos apenas esbozados sobre su vida solitaria, la adhesión del artista a ideas políticas de extrema derecha, su paso apresurado y abortado al fin por el arte pictórico… la súbita muerte de Dimitrius terminó con esos encuentros con mi informante, los whiskeys compartidos y las tediosas idas al bar La Foca.

Dicen que la muerte de Dimitrius fue en condiciones extrañas. En su momento Rodolf me dijo que el artista no tenía ningún vicio, no fumaba, no tomaba, no era afecto a las tertulias para desvelados. Un domingo me enteré de la muerte de mi cartonista favorito, del año 1956, por una nota escueta sobre la tira dominical de The Little Fools, que publicó la Guarida; no vale la pena transcribir el texto, al fin algún empleado del diario tuvo que cumplir ese encargo, sólo les diré que en esa última secuencia una sola imagen, horizontal que cubría todo el marco, describía el rincón de un cementerio sumamente rústico, pleno de ortigas y maleza, juntos Benny y Gilda tomados de la mano llevaban un diminuto ramo de flores a colocar sobre un montículo terroso, en cuya cabecera aparecían las iniciales D.M., la fecha de nacimiento y deceso como es la costumbre, y más al fondo de esta imagen una máquina motoconformadora, en plena marcha, avanzaba contra una cerca justo detrás de la tumba de Dimitrius Moritz. La palabra Fin en un ángulo justo a la izquierda del marco, con letras blancas sobre fondo negro.

El formato de la historieta The Little Fools era siempre de 6 recuadros. En el primero aparecía con letra grande, muy estilizada, el título de la tira de esa edición; abajo a la derecha el nombre del creador y curiosamente la fecha. La primera viñeta, el cuadro segundo, casi siempre se trataba del encuentro entre Benny y Gilda, los pequeños tontuelos que a veces aparecían jugando a la pelota, mirando hacia las nubes, montando caballos de carrusel, disparando con rifles de corcho a aves en lo alto, o simplemente los dos con las manos detrás mirando hacia el lector. Pasara lo que pasara, de los recuadros tres al cinco sucedían diminutas secuencias en la vida de la pareja de niños, para tener un estupendo remate en la sexta casilla. Una vez y sólo por describirles una tira 20


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DEL FOTOGRAMA DE ODIO DE MÍ Y DE TI. “You make this all, go away you make this all, go away. I´m down to just one thing and i’m starting to scare myself”

-¡Pero yo no quiero, no tengo por qué estar obligado a recibir lo que me ofreces! ¡Yo no te quiero y no tiene caso, no tengo nada que compartir contigo, es más no sé por qué estoy aquí, si ni me gustas!

(Something i can never have, NIN)

Y con tus sentencias ya estaba desarmada, ¿qué podía hacer ante ello? Nada. Con ello la negación a ser lo mejor que pude, lo único bueno que pude ser. Aún siento como si se paralizara mi vida en ese momento.

Me descubrí absorta sentada en la mesa del comedor frente a la taza de café que me había servido minutos antes. Seguía aquí. Una vez más me sorprendía de que siguiera en esta realidad que últimamente olía a comida descompuesta, que se dibujaba impertinente a caos, a desorden. Moscas, cucarachas, chopepes celebrando el festín del descuido.

La anulación, la negación vino a mí por consecuencia. Obscuramente se cocinaba este sentimiento de odio rabioso que había hecho que los pocos espejos en casa se cubrieran con ropas. No quiero verme. Me avergüenzo de mí. Me enoja pensarme tan tonta e ingenua mientras te decía que te amaba.

Y sobre toda esa putrefacción, yo con mi sombra aún nos movemos. Nunca antes había llegado a tal extremo, era la reina del orden, de la limpieza. Pero desde hace varios días (he perdido la cuenta ya) nadie puede entrar a casa, parece que me hubiese marchado, yo no estoy para nadie.

Desde entonces, todos los días se parecen a la profundidad de un pozo del que no se puede salir. La boca al cielo lejos, inalcanzable.

Me revuelco en una sórdida, obscura, pestilente inmundicia. Me regodeo entre envases de caguama vacios y tirados por todos lados de la casa.

Las imágenes se asoman en mi cabeza delineando tus enormes pestañas, pintando el color de tu piel, sintiendo tus caricias y palabras cariñosas que tintinean en mis oídos cuando iniciamos; las flores, tus palabras en las cartas y de pronto otra imagen sustituye a todos ellas, yo, con martillo en mano destrozándote, matándote. ¡Puta madre, estoy llorando otra vez como una niña desamparada! Tanto dolor, tan pinche insoportable, me han hecho pensar que sólo el dolor físico lo podría quitar, pero ni las cortaduras en el brazo lo han quitado. Esta agonía, enfermo tormento de ser reducida a la nada es tal que otras imágenes vienen a mi cabeza, soga, pastillas, abismo, una y otra vez. Me desconozco, no sé quién soy ahora, yo también soy un recuerdo, empiezo a tener miedo de mí.

El sabor amargo baja caliente por mi garganta mientras pienso -¡Maldito seas!, ¡Mil veces, maldito seas! ¡Ojalá te mueras, maldigo toda tu humanidad! Los recuerdos se agolpan sin cesar. Tú, sentado frente a mí, desenfundabas la navaja automática de tu voz y hundías sin tregua, (con el peso de un hacha) tus palabras blandiéndolas sin piedad en lo más hondo de mi pecho, destazando mis adentros, mi corazón, por cierto. Esa tarde te expuse decidida y segura el sentimiento que se volcaba hacia ti y te dije que si tú querías cuidaría de ti. Que te amaba tal y cual eras, que estaba convencida y sabida de que no había nada eterno pero que quería pasar todo el tiempo que se pudiera a tu lado.

He pensado que ni matándote como tanto desearía se acabaría este odio, el que nunca tuve, el de toda la humanidad, se iría: seguirías presente. Sólo desapareciendo yo, podría escapar y acabar con todo él. Mis cenizas, mis deshechos habrán hecho a la tierra infértil, un hoyo negro, donde solo mala hierba crecerá si es que llega a crecer algo.

El sentimiento más puro, el de la entrega desnuda del corazón, el amor tal y como es, mi mejor parte, lo que me hace ser mejor persona, honesta, sincera estaba ahí sin máscara alguna. Yo toda entera para ti. Soltaste de manera seca, cruda 21


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Cuando eso pase, cuando me haya ido no quiero que lo sepas, ni siquiera cobrará importancia para ti. Te odio tanto que no te daré el privilegio de saber más de mí, de todos modos

nunca fui nadie, aunque fui todo lo mejor que pude. Ya no importa, porque ya no recuerdo quién era. ts’ujul

Shirtlesscow, «Hate», Abril de 2006.

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KRAWAT VERSION INTERNAUTE (Imagen del interior del fanzine by Troll)

Hace algunos días uno de nuestros colaboradores [casi] asiduos fue publicado en un Fanzine francés titulado «Krawat», según tenemos entendido, esta publicación es mayormente impresa pero a esta redacción ha llegado una versión virtual que ponemos a su disposición, así como las ligas necesarias: Link de descarga del Fanzine: < http://www.megaupload.com/?d=I3KMUCEI > Contacto directo con Krawak (a través de zupaficus): < http://zupaficus.deviantart.com/ > 24


« Odio la lengua que me nombra/ Odio el tiempo que me atrasa/ Odio de cuervo hastiado del hígado de Prometeo/ Odio puro como la belleza/ como un frasco de luces/ como una esquina de ciegos que chocaran/ como el sueño de los muertos/ Intenso alambre que conduce voces de un rincón a otro de ti mismo/ Me celebro y me odio a mí mismo/ Odio azul que se confunde con el cielo/ con tus ojos/ con el mar/ con la cola del cometa Kohoutek/ Odio rabioso,/ sarnoso, leproso/ Odio chancrado, atónito/ Odio en su propio vaso/ Odio en su baboso pulpo/ Odio amoroso combatido/ Viento del Sur del Norte/ Soplo de alas/ pájaro herido y piedra que lo hiere/ Odio como el rocío sobre la cabeza de la yerba que crece en las axilas/ Oh Dios Oh/ Qué traje para el domingo/ Odioso odio Oh Dios Oh» Orlando Guillén


Se termin贸 de digitalizar el jueves, 16 de junio de 2011 en Estrident贸polis, La vieja.

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