El último
rockero sur del mundo Hasta hace algunos años Charly García ofrecía maratónicos conciertos de culto en su bar Say No More. Tocatas sin fecha ni anuncio, recitales que los fans tenían que cazar. Eso sí, había una pista: siempre partían a las cuatro de la madrugada y terminaban cuando los parroquianos ya llegaban a las oficinas. Cada una de esas noches, los presentes experimentaban la verdadera declaración de principios, y de amor, de Charly. El periodista Julio César Rodríguez lo vivió y estuvo ahí compartiendo el mito y el rito con García. Meses después escribió este artículo que Revista P reproduce en exclusiva para ustedes.
34 p l a t i n u m
del
platinum
35
Por Julio
César Rodríguez
E
ran casi las cuatro de la mañana y Charly todavía no llegaba. La impaciencia en el club Say No More ya tenía síntomas de dramático: “parece que figura no viene, che”, decía desencantada Natalia, una de las tantas “veinteañeras” que había en el local. Era lógico, casi prudente, que García no llegara: al otro día volaba muy temprano a Córdoba porque tenía que cerrar el Festival de Cosquin. De pronto los meseros se empezaron a movilizar vertiginosamente, llegó un taxi con dos teclados y los tipos de la puerta empezaron a abrir paso. Nadie lo podría evitar: Charly García empezaría otro de sus “conciertos caseros”, esos imprescindibles: los que no cuestan dinero. La puerta se atochó de gente y los aplausos, y gritos, no se hicieron esperar cuando la figura desgarbada e inmensa de Charly se bajó del taxi Renault. “Qué hacen aquí” y “Say No More”, eran las únicas frases que dijo al entrar. Es esta movida no hay puertas traseras, ni guardaespaldas, ni salidas secretas. García entra por el mismo acceso que todos y se hace paso entre las mesas para acomodarse en un sucucho trasero, mientras conectan los teclados Roland. Ezequiel, el administrador del local, no para de trabajar para que el músico esté cómodo y una Coca Cola bien helada, con una pizza mozarella-jamón le dan la bienvenida en la pequeña mesa redonda, rodeada de tres sillas de plástico, que está en la cocina. “Con esta quedo a punto”, dice Charly mirando la pizza con cara de hambre. Cuando Charly cumplió 50 años los celebró en grande, con dos conciertos a tablero vuelto en el pantagruélico Teatro Coliseo, ese donde sólo actúa Les Luthiers. No faltó nadie: ahí estaban los amigos, músicos, productores, fans, el público fiel, estaban todos. “Sabes, uno se acostumbra tanto a que lo quieran que pierde la noción de todo el rollo. Es como una rutina y no bajas a la tierra de verdad. Entonces esto de mi cumpleaños me emocionó mucho, me pegó sentir que el cariño es de verdad, viste”. La situación en el pub se pone dura y los chiflidos denotan la impaciencia. Luis Alberto, un muchacho que está en el club, llevó su guitarra firmada por Charly para que toque esta noche con ella. Está emocionadísimo porque su ídolo la está afinando en la trastienda. Un wisky llega a la mesa a petición de Charly. “Este año quiero sacar dos discos y nada, no estoy tan viejo. Uno es doble y son conciertos, claro que los voy a desarreglar en el estudio con mi propia forma de ver esta etapa, o sea, no es un disco más, están ahí los sonidos de la verdad, no de los estudios que arreglan todo. Yo también puedo trabajar para hacer menos perfecto el sonido y el resultado final, porque eso es y no porque deba ser de otra forma. Me entiendes, es una cosa de ser, de honestidad”. Charly es hijo, y también padre, de la generación de los ochenta. En él están todos los vicios y las fortalezas de los que se tuvieron que tragar las dictaduras, que empezaron a convivir con la cultura pop y que hoy buscan un poco de autenticidad, de honestidad en lo que hacen.
platinum
37
Los ojos de Charly están alargados y brillantes, y no para de afinar la guitarra de Luis, que lo mira desde afuera con una admiración casi patológica: “Charly es un bueno, es un grande, es un tremendo, yo no sé. Si ahora toca con mi guitarra yo ya no quiero nada más en la vida, nada más”. García mueve la cabeza, como afirmando, y deja a punto el instrumento. “Quiero sacar un disco que se llame Dos Edificios Dorados y son temas inéditos y sobre todo muchas improvisaciones, viste. Quiero que salga en los kioscos con una revista que tenga escrita la música, para que los chicos vayan tocando en casa. Es prácticamente sólo piano y el nombre del disco es de un tema de David Lebón y una referencia a todo, viste, a todo, lo que ha pasado desde septiembre hasta todos los días de los días”. Charly se para de sopetón, vaso en la mano, y traspasa la puerta de hule. Se apresta a subir el escenario pero antes nos guiña un ojo. “Cuatro fotos, sólo cuatro fotos, para que se lleven algo”. La orden es taxativa y la experiencia dice que lo mejor es no pasarse de listo.
+ SOY TU VICIO El músico, que anda con jeans, zapatillas y una camisa celeste de mezclilla, juguetea con los teclados antes de empezar, está sólo en el escenario. María Gabriela Epumer, guitarrista de García, me había dicho un par de horas antes en el Club Niceto, mientras veíamos un acústico de Miguel Mateos, que “Charly no necesitaba a nadie para hacer un concierto: es un genio. Se sabe mil canciones en español, ingles y hasta alemán. Usa dos teclados, con uno hace sólo el piano y con el otro los efectos y los pre - grabados. Lo mejor está en su capacidad de improvisar de sorprender, puede hacer cuatro versiones de la misma canción, en una noche”. Y así fue, ahí estaba García y sus teclados sobre un cajón blanco con el logo de Say No More escrito con sprite rojo. No había luces, ni escenografía, ni banda, ni artistas invitados, ni mesa de sonido, sólo los teclados y unos parlantes. “Basta de nada”, grita García y los primero acordes de Yo Era el Rey no se hacen esperar y empieza la versión más sicodélica nunca antes tocada de ese clásico de Sui Generis. “Bueno, yo lo inventé y lo re-invento cuando quiero”, punto. Termina el primer tema y Charly pregunta algo insólito: “Alguien quiere ir al baño”. Contesta cualquiera: “Si tú quieres, todos entramos Charly”. “Sí, pero nadie entra, hijos de puta. Mejor canto”, dice murmurando García. En ese momento nadie entendía nada, pero lo más notable era que un poco antes que Charly llegara al Say No More, el Club estaba a la mitad de su capacidad, pero cuando salió a tocar no cabía una aguja en el local. “Es que la gente se corre la noticia aquí mismo en el barrio (Palermo Viejo), a telefonazo todos se informan y siempre es así. Charly acostumbra a venir al club, viste que aquí lo adoran, lo aplauden, lo gritan, están las pendejas de veinte que lo miman. Viene a inyectarse de amor, que es lo único que él busca siempre”, me cuenta Lucas, uno de los propietarios del local junto a Virginia, sobrina de Charly, y al propio músico. Charly no ha podido dejar las drogas, más bien convive con ellas. Trata de manejar esa parte de su vida que parece ya no le presiona
38 p l a t i n u m
platinum
39
40 p l a t i n u m
platinum
41
tanto. En el reconocimiento, el amor, busca el equilibrio. La búsqueda de ese afecto es como otra droga, menos dañina, pero que a veces por su obsesión también lo lastima. “Puedo ir y sentir/ puedo ir y sentir, y decir: algo ha cambiado / para mi no es tan grave. / Yo no voy a correr / yo no voy a correr, ni a escapar: de mi destino / de mi propio camino. / Si está hecho para mí lo tengo que saber / pero es muy difícil ver / algo controla mi ser. / En el fondo de mí / en el fondo de mí hay temor, hay sospechas, con mi fascinación nueva / Yo no sé que decir, que decir... puedo confiar en ti”, canta un nostálgico Charly, en lo que será la tónica de toda la noche, perdón, la madrugada. El día anterior el manejador de García, Francisco Cerdán, me había dicho que el músico “anda en una onda muy interna, muy buena. Hay que entender sus estados de ánimo, pero está tocando bárbaro, tiene hechos unos nuevos hits tremendos. Lo que pasa es que está trabajando tranquilo, tocando doce horas diarias, está en lo que le gusta”. Charly retoma con tres frases del planeta García: “Destierren a las modelos de la faz de la tierra”, “quiero café” y “preséntenme al presidente”. Sacamos la quinta foto y su mirada se clava en el flash y dice: “ni una más”. Tiene todo bajo control. Son las seis y llega el momento de los Beatles. Tres canciones alternativas del repertorio de los británicos, que son ovacionadas por los asistentes, son la dosis. El humo es insoportable en el minúsculo local. Después de cantar toma el micrófono, piensa y dice: “Cuando John (Lennon) murió me dejó muy sólo, pero aquí estoy... tocando”. Sin comentarios. El final es delirante. Toca pegadas sólo éxitos de los ochenta. Se mezclan sin parar largas y distorsionadas versiones de Un Símbolo de Paz, el Rap de las Hormigas, Éxtasis, En la Ruta del Tentempié, Inconsciente Colectivo, Hablando a tu Corazón y termina con la insinuadora y egocéntrica Soy Tu Vicio, en una versión catártica, que la concurrencia aplaude de píe y a rabiar, a pesar que ya son un cuarto para las siete de la mañana. “Yo me voy, ustedes sigan. Say no More, Say no More”. El flaco sale rápidamente del escenario y se mete a la cocina. “Viste, esta es la música y no hay más. Ahora los muy hijos de puta compran pro – tools (programa computacional para hacer grabaciones, para editar) y los afina, los corta, le cambia las notas, les inventa una canción con una nota, ¿y qué es eso? Uno se rompe para que la música quede, para que salga como la hace”. Charly da unos golpes en la muralla, hace una reverencia y dice “Chau, Chau, Chau”. Son las siete y cinco, ya está aclarando. El mismo Renault, de la parada de enfrente de su casa en la calle Coronel Díaz, lo espera. Sale piola y se marcha. En Buenos Aires empieza a llover nuevamente y el cemento de las inmensas avenidas emite ese olor a humedad que sólo se puede encontrar cerca del Río de la Plata. De urgencia paro un taxi, una señora resulta ser la conductora. “¿Estaban en lo de Charly?”, pregunta de entrada. Sí, contesto con orgullo. Da vuelta la cara y despacha sin vaselina: “Che, pero qué manera de perder el tiempo”. RP
42 p l a t i n u m
platinum
43