Crónicas y Leyendas Juan Manuel Menes Llaguno Cronista del Estado de Hidalgo.
Hasta que salió el Sol Hace exactamente sesenta y tres años, el viernes 24 de junio de 1949, se suscita una de las más grandes tragedias de la que se tenga recuerdo en la ciudad de Pachuca, una inundación, que además de enlutar a muchos hogares, causó verdadero estupor entre los habitantes de aquella población de apenas 58 mil habitantes. El hecho ha sido narrado una y mil veces, por propios y extraños, mas es aun motivo de muy diversas conjeturas y de crónicas que continúan pasmando a quien las lee. Tal es el caso de Erasmo Soto Santos, dueño de uno de los puestos semifijos que existían en el portal de La Constitución, en el que vendía billetes de lotería que le concesionaba la agencia Fregoso de Pachuca. Abría regularmente su puesto Erasmo, entre las ocho treinta y las nueve de la mañana, horario de gran ajetreo, tanto por el ingreso a las escuelas establecidas en aquel rumbo, (La justo Sierra, la Julián Villagrán, la Francisco I. Madero y los Institutos Anglo Español y Lestonnac, entre otras) como por las compras a realizar en los mercados Benito Juárez (hoy Miguel Hidalgo) y Primero de Mayo, amén de las que podían efectuarse desde temprana hora en tiendas de ropa, zapaterías, abarrotes, panaderías y otras de géneros y especialidades diferentes diseminadas, por el primer cuadro de la mancha urbana. Pachuca decía Erasmo, quien murió en el ya lejano 1994, aprovechaba al máximo el horario de sol, era una ciudad que iniciaba sus actividades desde las seis de la mañana, de modo que hacia las once o a más tardar las doce del día, se habían realizado ya la mayor parte de las actividades cotidianas, las horas siguientes solo se veían sacudidas por la salida de los alumnos o por alguna actividad extraordinaria.
Era a partir de las cinco de la tarde y hasta eso de las siete y media u ocho de la noche, cuando nuevamente la actividad comercial se hacia presente, pero ahora acentuada por la compra de efectos de consumo duradero expendidos en comercios como tiendas de ropa, zapaterías, papelerías y otros almacenes de la misma índole, entre los cuales, decía Erasmo, se encontraba el mío, la venta de billetes de Lotería. Por tal motivo, cerraba mi estanquillo sobre las dos de la tarde y regresaba a las cuatro y media, dispuesto a vender el grueso de los billetes que me habían surtido en la Agencia Fregoso. El 24 de junio de 1949, como era costumbre me disponía a sacar el listado de premios un gran conjunto de lienzos de tela impresos con los premios e información de los reintegros, que colocaba en la parte exterior a fin de que mis clientes pudieran consultar en él, los números jugados. Atisbé hacia el norte donde los negros nubarrones permitían presentir una de esas tormentas cotidianas en aquellos días del mes de junio, pero no más allá. Tranquilamente me introduje en el interior del estanquillo, a esperar que la clientela se dejará llegar partir de las cinco de la tarde. No recuerdo bien cuanto pasó, de momento escuché un terrible estruendo en la calle y observé que muchos corrían hacia la calle de Ocampo, fue solo cuestión de segundos, una enorme fuerza tiró por los suelos el puesto, en tanto que un chorro de lodo frio ingresó por varios puntos, quise abrir la puerta, pero atontado por la caída me fue imposible hacerlo. Dos enormes bocanadas de agua lodosa entraron en mis pulmones casi ahogándome, pero pude reaccionar, logré primero, ponerme de pie a duras penas, pues el puesto navegaba entre aquellas asquerosas aguas que arrastraban todo. Cuando pude sacar al exterior la cabeza me di cuenta que llegaba ya a la esquina de Ocampo e Hidalgo, donde el nivel aumentaba peligrosamente, mi puesto o lo que quedaba de él llegó hasta donde un camión de muebles luchaba con su peso de no ser arrastrado, en cuanto pude me prendí a una de sus redilas y salté sobre la plataforma del vehículo mientras mi puesto continuaba a la deriva. El vehículo de carga en el que entonces me encontraba, fue también arrastrado poco a poco, hasta la esquina de Leandro Valle, donde soportó el resto de la avenida de aquellas aguas, entre las que nadaban objetos y cuerpos inertes de animales y personas.
No se cuanto tiempo permanecí sobre la plataforma del camión, señalaba Erasmo, aunque debe haber sido cosa de una hora. Cuando quise bajarme, fue verdaderamente imposible, estaba entumido sin poder mover medio cuerpo de la cintura hacia abajo. Finalmente auxiliado por un grupo de trabajadores del municipio que me conocieron, pude bajarme y fue entonces cuando me di cuenta que sangraba de la cabeza y tenía una pierna rota. Dos horas después estaba en un camastro del Hospital Civil, donde permanecí junto con otros muchos lesionados por varios días hasta que salió El Sol, “El Sol de Hidalgo” cuyo primer número fue dedicado a narrar aquella catástrofe y fue así como me enteré del resto del siniestro. Artículo dedicado a Erasmo Soto Santos y su hijo muertos trágicamente dos meses después de esta entrevista en octubre de 1994.
www.cronistadehidalgo.com.mx Pachuca Tlahuelilpan 24 de junio de 20012
Calle de Leandro Valle esquina con Hidalgo, el 24 de junio de 1949.