Números, cartas e informes económicos volaban y se amontonaban, como las hojas secas en otoño, en una oficina situada en la parte alta de un rascacielos de cristal. Pero, bajo aquel huracán diario, todo parecía haberse detenido en la mesa de uno de aquellos hombres vestidos de traje y corbata. - Daniel, la Abuelita… Murió. El funeral será mañana. Ven. Cientos de kilómetros de distancia. Una llamada de teléfono. La voz lejana de un ser cercano. Las palabras de la madre, volan-
do como las aves, llenan ahora su cabeza de pájaros. El zumbido de la ciudad. El bullicio de la calle. El estruendo provocado por los aviones en el aeropuerto. Todo enmudece alrededor, ocupando un segundo plano. Daniel está ensimismado por un recuerdo. Una voz amable, entonando su canción preferida de la niñez. Un viaje al pasado viaja con él a casa. Durante todo el día la gente fue llegando al funeral de la Abuelita. Las voces susurrantes de los asistentes coincidían en
su espíritu libre y alegre. Su simpatía, elegancia e inteligencia. Su
Durante todo el día la gente fue llegando al funeral de la Abuelita. Las vohumanidad. Una herencia intangible, de la que siempre se habla ces susurrantes de los asistentes coincidían en su espíritu libre y alegre. Su en estas ocasiones, como antesala de la herencia material. simpatía, elegancia e inteligencia. Su humanidad. Una herencia intangible, - “¿Qué te gustaría llevarte como recuerdo de la abuela en este de la que siempre se habla en estas ocasiones, como antesala de la herencia momento?” – Preguntó la madre de Daniel en voz baja. material. - “Lostemuñecos... ¿Están losrecuerdo muñecos arriba?” - “¿Qué gustaría llevarte como de la abuela en este momento?” – “¡Ve! No hay nadie en las habitaciones de la abuelita.”- Asintió Preguntó la madre de Daniel en voz baja.
la madre.
Subió sin problemas aquella escalera de chirriantes escalones
- “Los muñecos... ¿Están los muñecos arriba?” que en su infancia le parecieran muros, apoyando la mano a largo - “¡Ve! No hay nadie en las habitaciones de la abuelita.”- Asintió la madre. de los cálidos y lisos pasamanos de madera. Daniel sabía que iba Subió sin problemas aquella escalera de chirriantes escalones que en su a adentrarse en un lugar especial. Un mágico universo donde la infancia le parecieran muros, apoyando la mano a largo de los cálidos y lisos voluntad de de madera. la encantadora abuelita había creado yenreunido pasamanos Daniel sabía que iba a adentrarse un lugarenigespemáticos cuentos y canciones de todo el mundo. Un sitio entrañable cial. Un mágico universo donde la voluntad de la encantadora abuelita había dondey reunido sus amigos de la infancia personajes creado enigmáticos cuentos (unos y canciones de todoinsólitos el mundo.de Unlugsitio
ares lejanos) habían continuado viviendo hasta este día.
El comienzo de esta historia tuvo lugar muchos años atrás, cuando la abuela regresó de su viaje de Inglaterra. Ella sentó a Dani en sus rodillas y le dijo con tono sereno: - “Querido, ahora eres lo suficientemente mayor y responsable para tener amigos. Te presento a Oliver, que ha venido de Inglaterra para ser tu amigo” . Así fue como el chico conoció al conejo Oliver, el primero de sus tres amigos.
Con esos ojos tan despiertos, al instante comprendió el muchacho que Oliver debía ser el conejo más listo del mundo. Oliver siempre iba acompañado de una bufanda, que Mamá Conejo tejió para él. Con ella calentaba su pequeño corazón para que nunca se olvidara de su hogar y familia, que tanto le querían. Siempre estarían con él. Allá dónde fuera, ellos también. La segunda amiga llegó a casa tras un viaje de la abuela por la Tierra del Sol Naciente. Sayuri, una muñeca de madera ja-
ponesa, cuyo nombre entonaba como una canción la Abuelita. La muñeca tenía su mayor tesoro en forma de una enigmática llave en la cintura, escondida en la seda de sus elegantes ropajes. Solo había que girarla y alguna canción mágica comenzaría a cantar. Su dulce voz cantaba la belleza de las islas de Japón. Donde reluce la hermosura del blanco de la nieve del Fuji. Las flores rosas del Sakura caen en un baile pausado.
Y nuevas canciones y leyendas nacen, temprano, en la mañana, en el aire claro y cristalino y en las gotas de rocío. Cuando la llave se detenía y la canción terminaba, Sayuri ayudaba a la Abuelita organizando una auténtica ceremonia del té. El aroma a jazmín se evaporaba en el silencio, en el que aún quedaba el eco de la canción japonesa. Gerónimo llegó a Dani desde la alegre y soleada Italia. Era un muñeco de brazos y manos excepcionalmente suaves que abraz-
aban a cualquiera que lo cogiese. Una curiosa máscara protegía la mitad superior de su rostro, dejando a la luz una tranquila y amable sonrisa. Sus ojos, aun oscuros como la noche, siempre brillaban a través de los orificios. La Abuelita decía que si se contemplaban de cerca, podía verse cómo la luz plateada de la luna se balanceaba sobre las cálidas y aterciopeladas aguas del Mar Mediterráneo. La noche era una buena compañera de Gerónimo, puesto que era astrónomo. Cuando Daniel no podía dormir, la Abuelita colo-
caba un telescopio orientado hacia el cielo estrellado. Gerónimo abrazaba al muchacho y le hablaba de la Vía Láctea y de los cientos de constelaciones únicas. Y cuando Daniel finalmente se dormía, soñaba con galaxias brillantes lejanas y con cometas con colas de fuego deslizándose por el espacio con una sonrisa estelar. Una vez en la habitación, Daniel contempló con tristeza la bufanda desgastada de Oliver. Seguidamente, detuvo sus ojos en la llave oxidada de Sayuri, que aún conservaba su paraguas. Mien-
tras, un Gerónimo sentado junto a su telescopio, entre sollozos observaba su lente resquebrajada… - Está bien, amigos míos. Vamos a arreglar todo – dijo Daniel, suspirando. - Estamos juntos de nuevo. ¡Y desde ahora para siempre! – Prosiguió, tras tomar aire. Daniel había descubierto CUAL era el gran tesoro dejado por su abuela en aquella casa. Cuando, con nueva fuerza, el dolor
de su corazón hizo un intento por crecer, este fue placado súbitamente por un abrazo de Gerónimo. Aunque aquel niño ahora era todo un hombre, Gerónimo le abrazó con la misma facilidad que hacía en su infancia. Con sus largas manos. Suaves. Entonces, todo dolor se consumió al calor y la luz de los resplandecientes tres corazones fieles de los juguetes. Al día siguiente, Daniel regresó a su ciudad, donde su familia y su trabajo le esperaban. Se llevó de la casa de la Abuelita no
sólo los muñecos. Trajo consigo todos sus recuerdos de la infancia, de las personas que más quiso. Tan poderosos y profundos eran aquellos recuerdos que provocaron una suerte de hechizo tan fuerte como para que todo aquel mundo de vidrio y cemento brillara y resonara alrededor. Los hijos de Daniel adoran a Oliver, Sayuri y Gerónimo. Y a través de los años sigue escuchándose alguna maravillosa canción japonesa.
A través del espacio y el tiempo, la Abuelita sigue abrazando amorosamente a su nieto y a su familia, protegiéndolos de cualquier peligro. Este amor conquista y desvanece todos los problemas y miserias, con sus historias, logrando algo mágico y fuera de lo común.