Relatos Kafkianos
Literatura Universal Curso 2020-2021
kafkiano, na adj. Dicho de una situación: Absurda, angustiosa.
(rae.es)
Aina Lansac Lansaquiano: dícese de aquella situación en la que se ha cometido una locura.
Todo empezó el día de mi cumpleaños, el día que cumplí mis 8 añitos. No como todos los niños, yo tuve una infancia pésima y llena de triste. Mi padre se murió cuando yo tenía 3 años y en esos momentos solo me quedaba mi mamá, pero lo mínimo que hacía por mi era alimentarme, ya que mi madre era alcohólica y no podía ni responsabilizarse de sí misma. Al cumplir mis 8 añitos, mi madre murió por exceso de alcohol y me tuve que quedar huérfana. Viví años y años en ese espantoso orfanato, era el último hogar en el que desearía una persona estar. No había muchos niños, la casa era una iglesia gigante con muchos pasadizos y muchas salas, te podías perder perfectamente. El caso, es que en esa escuela no nos trataban que digamos muy bien, solo les importaba el dinero. Basicamente, solo nos regañaban, nos obligaban a comer, hacíamos las tareas de toda la casa y en una hora exacta tenías que irte a la cama, si infringias una de esas normas, te enviaban al sótano dos noches sin comida. Cada vez me iba haciendo mas mayor y no podía aguantar mi vida en esa cárcel. Un día, al cumplir mis 16 años, me escapé. No era consciente de lo que acababa de hacer, hasta que descubrí que más de la mitad de la ciudad me buscaba, ya que, al no tener una familia fija, no me era permitido ser una niña perdida. En esos momentos, solo me quedaba estar escondida ya que era la niña mas buscada de la ciudad, había hecho una grandiosa locura. Corriendo hacia las afueras de la ciudad, encontré a una señora que tenía una casita en un prado pequeño, me acogió, lo mantuvo callado y me cuidó como a su hija. Ahora sigo aquí, tengo 34 años y trabajo con mi nueva mamá en el prado, aún así, hoy en día hay gente que me sigue buscando.
Xavi Cerrato Cerratico/a: dicho de aquella persona o situación caracterizada por una absurda monotonía y/o completa pasividad con cierto punto oscuro y deprimente. FUNDIDO A NEGRO Eran ya las ocho de la mañana y el sol no iba a salir. Te despiertas intentando recordar lo que era sentir la luz, pero esa palabra ha perdido todo su significado para ti. La oscuridad ha dejado de ser algo desconocido para convertirse en lo único que conoces. Abres la puerta de tu cuarto, angosto como el túnel de la más profunda mina, solo para ir a parar en una inmensa estancia catedralicia, casi infinita, en la que topas con una pequeña mesa. No la ves, aunque eso ya no te resulta ni siquiera extraño, pero la notas cuando tu dedo meñique es golpeado por una de sus robustas patas oscuras, tan oscuras como el resto del mundo. Apoyas tus manos sobre ella mientras ahogas tu dolor mordiéndote el labio con tanta fuerza que casi puedes saborear tu propia sangre. Decides sentarte a esperar que llegue ella. Sientes como a cada segundo que pasa la inmensa negrura que te rodea se vuelve más pesada y encorva tu espalda hasta que puedes sentir tu aliento rebotando con la superficie fría y lacada de la mesa. En lontananza, como en el extremo más recóndito de la más terrible de las cavernas, hoyes los metálicos anuncios de un pomo girando lenta e imperturbablemente y el chirrido estridente de unas oxidadas bisagras que preceden a la más dulce de las tragedias. De repente ves el pálido brillo del metal que no refleja más que su propia luz atraviesa el lejano umbral y se acerca a ti con paso firme. Te arden los ojos pero no lloras por eso, hacia tanto tiempo que no veías nada brillar que ya habías olvidado que se sentía. Aunque por alguna extraña razón esa luz no ilumina nada. Quizás es porque no hay nada que iluminar, salvo una mano que parece flotar, pero que está sujeta a una presencia a la que no eres capaz de imaginar. Esa mano es extrañamente delicada, enfundada en un suave guante blanco de seda que parece haber brotado del mismo aire. Te invita a seguirla con una suavidad digna de su
delicadeza y tú al rozar sus dedos enfundados en la fina tela notas como el peso que te mantenía preso de tu cuerpo se desvanece y liviano te levantas de la silla. Cogiendo tu mano con firmeza te guía entre una atmósfera negra que ya te es muy conocida y a la que has cogido un cierto apego hasta que llegas a un punto desconocido en la oscuridad. La mano se detiene y blandiendo virtuosamente la hoz, como una bailarina que grácilmente ha estudiado sus movimientos abre la puerta sin siquiera tocarla. Os adentráis en una negrura si cabe más espesa que la anterior y cuando ella suelta tu mano sientes que flotas. Ya no hay suelo ni paredes solo este vacío sede el que observas inmóvil como se difumina el brillo del metal y como se deshace el fino guante en hilos tan delgados que se vaporizan al desprenderse de esa extraña figura. Estás quieto en la oscuridad y vagando de manera meteórica en ella. Aunque más negra y terrible que la anterior estancia esta te da calma, te da paz y por fin te da descanso.
Alexia Laboria Alexiester: sentimiento de nostalgia, producido cuando dos personas se vuelven a ver después de muchos años. Todo empezó un 20 de agosto, era un día normal de verano, yo me estaba preparando para ir a ver a mis amigas, me pusé un top rojo y unos shorts, después de prepararme, fui al lugar donde habíamos quedado lo que yo no sabía es que habían invitado a más gente, tampoco me quejé por que todos eran muy majos la verdad… Había uno que estaba muy callado, y como no me daba vergüenza me acerqué a hablarle, estuvimos hablando casi toda la quedada y me contó que hacía poco se había mudado y que no conocía a nadie, me sentí muy identificada con él ya que hacía alrededor de 2 años vine hasta aquí, yo antes vivía en México… Al despedirnos, le pedí su instagram para poder seguir hablando, me pareció muy majo aunque después de ese dia no le ví más, le pregunté a todas mis amigas si le habían visto o sabían algo de él pero lo único que me decían era que me olvidara de él, no supe muy bien el porqué, hasta que después de dos semanas apareció de nuevo. Eran las 5 de la mañana, y el móvil no paraba de sonar… Era él, tenía veinte llamadas perdidas y 150 mensajes, pero estaba demasiado cansada como para responderle así que decidí seguir durmiendo y responderle más tarde. Al despertarme, tenía el doble de llamadas y de mensajes, estuve más de una hora respondiendo y la verdad no me enteré de nada, pero fingí que sí, porque me sabía mal… Al rato, me dijo de quedar porque necesitaba hablar y le dije que sí. Me contó que le habían quitado el móvil y que no me había podido avisar antes, obviamente le creí pero no parecía muy convencido… Después de ese día, empezamos a quedar muy seguido, íbamos a comer crepes, robabamos carros, nos colabamos en casas abandonadas, hacíamos todo lo que queríamos, éramos libres. Un día decidimos ir con coche hasta la montaña más lejana que hubiera, llevábamos un montón de comida, al llegar ahí pusimos las toallas en el suelo y
nos sentamos… Empezamos a hablar de un montón de cosas, era como si ya nos conocieramos de toda la vida, me sentía super feliz con él, le conté cuales eran mis objetivos y me animó a cumplirlos, él me dijo los suyos y me contó que tenía miedo de no ser lo suficientemente bueno para poder llegar a ellos pero yo le dije que sí lo era. Más tarde, le dí la idea de hacer una cápsula del tiempo, poner ahí todos los recuerdos, todas las historias, todos los sentimientos, y volver dentro de 10 años a ver qué había pasado y a recordar todos esos momentos… Y así fue, fuimos a nuestro lugar secreto, pusimos un montón de fotos, papeles contando nuestras historias y lo guardamos dentro de una caja roja. Después, lo cubrimos con un montón de arena por encima hasta que estaba bien escondido y nos fuimos con el coche mientras sonaba la canción de Golden de Harry Styles, la empezamos a cantar a todo pulmón con las ventanas bajadas para que nos diera el aire, él me dijo que cada vez que la escuchaba pensaba en mí y que me la dedicaba. Fue lo más bonito que me habían dicho nunca, esta canción era muy especial para mí, pero desde ese entonces lo fue más. Por la noche al llegar a casa, no pude dejar de pensar en él… Nunca me había sentido así, todos mis problemas se fueron cuando él llegó a mi vida. Después de un tiempo, seguíamos con esta amistad e incluso los planes cada vez eran mejores. Pasaron los años y se mudó a Inglaterra por temas de trabajo y desapareció completamente del mapa, no sabía nada de él… Diez años después, un día antes de haber programado la cápsula nos llegó un mensaje para avisarnos, y yo como no tenía esperanzas de verle, fui a abrir la caja… Al llegar ahí, él estaba leyendo las historias que habíamos escrito en los papeles… Fui corriendo a darle un abrazo y me dí cuenta de que por mucho tiempo que no nos hubiéramos visto, siempre quedaría esa bonita amistad y sus recuerdos. Y cada vez que pasaba por nuestro lugar, no podía parar de pensar en todo lo que me hizo sentir.
Andrés Bolart Bolártico: dicho de una situación en que una serie de hechos inconexos, surrealistas, angustiosos y de apariencia onírica dificultan el llevar a cabo una tarea sencilla. DEBERES Hacía un día espectacular cuando la madre de David entró en el cuarto de su hijo:
Nos vamos a dar un paseo por la playa. ¿Vienes? - preguntó la madre.
Mamá, ya te he dicho que este fin de semana estoy hasta arriba de deberes. No puedo ir -contestó David.
Allá tú, nosotros nos vamos -cerró la puerta de la habitación y se fue. David se quedó frente al escritorio meditabundo, llevaba todo el sábado
estudiando y aún no había hecho ni la mitad del trabajo. Se acercaba el mediodía del domingo y seguía sin encontrar las palabras para redactar el texto de opinión que debía leer al día siguiente en la clase de lengua. Tampoco encontraba la solución a aquella parrafada de problemas matemáticos ni tenía claro cómo llevar a cabo sus ejercicios de inglés. El pobre tenía tal nivel de estrés en el cuerpo que, sin darse cuenta, empezó a volverse gris. Todo empezó con una especie de peca oscura que le salió en la mano. Esta se extendió rápidamente hasta cubrir todo el brazo. Pasado un rato, su abdomen sucumbió rápidamente y, pocos segundos después, el resto de su cuerpo devino ceniciento: desde su prematuro pelo cano hasta la uña más pequeña del pie. Sin embargo, él estaba tan absorto en sus pensamientos que no se percató de su transformación. Sin razón aparente, David estornudó. Creyó oportuno usar un pañuelo así que acercó su mano al dispensador que tenía sobre la mesa y agarró la pequeña esquina blanca que sobresalía de la caja de cartón. Esto fue en vano ya que, en cuanto tocó el pequeño trozo de papel, la tierra engulló la caja de pañuelos. “Debo haberlo imaginado”, se dijo a sí mismo justo antes de levantarse de la silla para ir a buscar un pañuelo al baño. Una vez llegó, se sonó
fuertemente, fue entonces cuando se vio reflejado en el espejo y reparó en su nuevo aspecto. Su grisácea piel le habría llamado mucho la atención si no hubiera sido por el tercer agujero que le había salido en el centro de la nariz, el cual deformaba su rostro. Fue a palparlo para comprobar su veracidad pero, pese a estar viéndose reflejado en el espejo, no fue capaz de hallarlo. “Déjate de tonterías. Has dormido poco, eso es todo. Ahora vuelve a tu habitación y acaba con los deberes”, esta fue la única explicación que encontró. Salió del baño cometiendo el craso error de cerrar la puerta tras de sí. Para cuando se dio cuenta de que el pasillo que conectaba el aseo con su habitación se había transformado en un túnel oscuro, la puerta ya había desaparecido. “¿Se puede saber cómo voy a acabar mi trabajo?”, fue su único pensamiento. Como respuesta a su reflexión apareció una escalera de caracol descendiente frente a él y, en un pequeño papel pegado a la barandilla, leyó el siguiente mensaje: “tu escritorio está en el piso inferior”. David pensó que estaba perdiendo un tiempo precioso, pero no le quedaba otra opción, empezó a bajar los escalones con paso firme. Pasaba el tiempo, pero no había manera de llegar al final. David empezaba a estar mareado de dar tantas vueltas y tenía la sensación de no avanzar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que los escalones rotaban en dirección ascendente mientras él los intentaba bajar. Aceleró la marcha, bajando los escalones de dos en dos, pero la velocidad de la escalera también aumentó. Probó a dar grandes pasos de tres escalones y lo único que consiguió fue hacer aumentar el movimiento. Ya como medida desesperada, intentó dar saltos de 4 escalones. Para su desgracia ni su zancada daba para tanto ni la velocidad que alcanzó la escalera era soportable, así que dio un traspié y cayó al suelo. Se levantó lentamente a causa del dolor y observó que había llegado al piso inferior. Detrás suyo la escalera permanecía totalmente quieta, no parecía tener más de veinte escalones. Tal y como rezaba el pequeño papel, su escritorio permanecía delante suyo, frente a las escaleras. Al fin conseguiría acabar con su trabajo, o eso creía, ya que en cuanto se acercó a la mesa las metálicas patas cobraron vida y echaron a correr. La mesa se escapaba hacia el final del túnel, donde brillaba
una deslumbrante luz. A David no le quedó otro remedio que empezar a perseguirla. Ya daba por hecho que no podría acabar sus deberes, pero no perdía nada por intentarlo. El escritorio era muy veloz, pero a pesar de la fatiga provocada por el episodio de las escaleras, David lo era más. No le habría costado darle alcance si no hubiera sido porque el suelo empezó a hacerse pastoso. Al principio sólo notó que sus grises pies chapoteaban un poco al chocar contra el suelo. Después notó que le costaba levantarlos de la superficie. Ya fue tarde cuando se dio cuenta de que el suelo se lo estaba tragando: se estaba hundiendo en una superficie pastosa y oscura. A todo esto, la mesa siguió corriendo sin problema alguno hasta que desapareció en la luz. “Lo que me faltaba, mañana me lloverán los negativos” pensó David. La negruzca sustancia en la que se hundía ya le llegaba por la cintura y él no conseguía hacer nada por librarse de ella. En un intento desesperado por liberarse empezó a hacer aspavientos, pero esto solo empeoró la situación. Aquella pasta le llegó al cuello y pronto le cubrió la cabeza. Creía que se ahogaba, no quería que aquella sustancia que le envolvía le penetrara en los pulmones, así que trató de contener la respiración. Siguió luchando en vano por intentar salir a la superficie, pero acabó desistiendo. Finalmente, no pudo resistir más y no pudo evitar dar una gran bocanada de lo que fuese aquella masa. Fue entonces cuando descubrió la función de aquel nuevo orificio de su nariz, ya que sólo a través de él podía filtrar y respirar aquella masa pastosa. Aprovechando esta nueva habilidad y habiendo comprobado que era imposible nadar hacia arriba, comenzó a bucear tan hondo como pudo. A medida que ganaba profundidad, la sustancia cada vez se volvía cada vez más brillante y ligera. Después de un rato de descenso, prácticamente nadaba en agua. Fue entonces cuando vio una superficie sólida bajo aquel extraño océano y, en el centro de esta, un pequeño tapón de goma. Bajó los pocos metros que quedaban hasta el suelo y, por instinto, quitó el tapón. Acto seguido todo el mar se vació hasta quedarse seco. David salió de la bañera, volvía a estar en su baño. Asustado se dirigió a la salida y pensó: “venga va, que al fin podré acabar con mis tareas”. Apoyó la mano en el mango de la puerta y, como si su nuevo color de piel fuera
contagioso, toda la entrada al aseo se volvió gris. Después de todo lo que había vivido aquella mañana este hecho no le llamó la atención. Salió del cuarto de baño y se aseguró de no cerrar la puerta tras de sí, no quería repetir todo aquel camino, pero no había de qué preocuparse: aquel pasillo era tan normal como siempre había sido. Mientras caminaba hacia su habitación, allá por donde pisaba el suelo adquiría el color del cielo en un día lluvioso. “Venga va, que como mínimo podré acabar la redacción”, se dijo David a sí mismo una vez entró en su cuarto. Se sentó en su silla de estudio, cuyos cojines verde fosforito perdieron automáticamente el color al entrar en contacto con nuestro protagonista, y se apoyó en su ahora grisáceo escritorio, el cual estaba totalmente quieto y milagrosamente había vuelto a su lugar. Cogió un bolígrafo y un papel y empezó a redactar los pros y los contras de un tema cualquiera. Como era de esperar, su redacción también devino gris. A todo esto David se limitó a decir: “esto me bajará la nota de presentación”. Automáticamente después, seguramente a causa de la reflexión, el resto de elementos que le rodeaban y que aún conservaban su color, lo perdieron. Y no sólo en su cuarto, sino que el paisaje urbano que se podía ver desde su cuarto también palideció. Cuando el mundo hubo perdido toda su riqueza cromática, empezó a descomponerse. Si David no hubiera estado tan absorto en su trabajo, habría podido observar como el viento se llevaba volando los edificios vecinos transformados en polvo. Y no sólo ellos, sino que los coches que circulaban por la carretera y las personas que paseaban por la acera también parecían esfumarse. Él no se dio cuenta de esto hasta que la nada llegó a su habitación. Primero desapareció la puerta, después su cama y finalmente su mesa y la silla en la que estaba sentado. Cayó de bruces al suelo, pero no le molestó el dolor puesto que estaba feliz de finalmente tener su redacción acabada en la mano derecha. “Por fin libre”, pensó. Pero poco duró su alegría ya que, igual que el resto del universo, el folio que sostenía no tardó en disolverse en cenizas. “He perdido el día de hoy”, fue su última reflexión antes de que su propio cuerpo desapareciera en una nube gris.
Hacía un día espectacular cuando la madre de David entró en el cuarto de su hijo:
Nos vamos a dar un paseo por la playa. ¿Vienes? - preguntó la madre.
Sí mamá, llevo demasiado rato aquí metido- dijo David-. Ya acabaré los deberes esta tarde, me vendrá bien descansar un rato.
Rut Manero Rutesko: dícese de una persona con suerte o a la que le pasan cosas buenas y con final feliz. UN GOLPE DE SUERTE Manolo como cada mañana se levantaba tarde, casi a la hora de comer, como de costumbre. Se calentó una de las comidas que ya venían hechas del super, y después se sentaba solitario y deprimido en el sofá, que era donde pasaba la gran parte del día. Manolo era un hombre de sesenta y cinco años, sin trabajo y viviendo de la herencia de su madre, la cual falleció hace mucho tiempo. Tampoco tenía amigos ni ninguna afición o pasión por la cual vivir. En conclusión, no había tenido nunca mucha suerte en la vida. Pero él siempre tenía una costumbre muy mala y con la que perdía mucho dinero y era comprar cada semana el número de la lotería, a él le daba igual el número simplemente lo compraba. Un día como cualquier otro, mientras se comía las sobras de la noche anterior, estaba mirando la tele para ver si le había tocado el número ganador esa semana. A medida que iban diciendo todos los números el corazón de Manolo cada vez iba más rápido, ya que todos estaban coincidiendo. Finalmente empezó a gritar de alegría con una sonrisa en la cara porque era el ganador, por primera vez en su vida había tenido suerte. A partir de ese día toda su vida cambió, cada día le pasaban cosas buenas y con ese dinero salió de su casa para viajar, ya que la mayor parte de su vida se la había pasado en el sofá comiendo.
Marina Pérez Pereziano: dícese de una persona muy habladora. PALABRAS DE MÁS Hoy ha sido mi primer día de trabajo y he estado muy nerviosa. Me he despertado muy pronto y me he tomado un café mientras miraba las noticias. Estaba indecisa por la ropa que tenía que ponerme, pero después de probarme medio armario me he decantado por un traje muy formal, no sabía cómo irían mis compañeros así que he decidido no arriesgarme e ir a por lo seguro. Al llegar a la oficina me ha recibido una mujer bastante joven, se le veía con prisas y nada más saludarme ha empezado a darme mucha información la cual por los nervios se me ha olvidado al rato. Me ha presentado a todos mis compañeros y me han transmitido mucha tranquilidad, eran todos muy educados y simpáticos. Después de esto me he instalado en un despacho y la compañera que me había dado la bienvenida ha entrado y me ha explicado todo el funcionamiento de la empresa, añadiendo cosas personales de todos mis compañeros incluso suyas. Después de haber ordenado todo el despacho me ha llevado a ver las instalaciones y de mientras iba explicando cosas generales irrelevantes que, al final ya me han hecho sentir incómoda porque no paraba de hablar y ya me empezaba a doler la cabeza. Al llegar a casa me he tumbado un rato en la cama a pensar sobre todo lo ocurrido en el día de hoy y la verdad que nada me desagrada, al contrario, me ha gustado más de lo que pensaba, aunque espero que a mi compañera no le de por hacerme estas charlas tan largas cada día porque acabaré saturada.
Íngrid Revilla Reviliano: término para las situaciones de crítica hacía el ser humano, las personas diferentes y sobretodo el sentimiento de angustia y soledad que transmiten estas personas además del de sentirse atrapado o hundido por tu misma sociedad o una sociedad totalmente diferente. Ella es una chica talentosa, estudiosa, trabajadora y decidida, con ganas de vivir y de aprender, además de adquirir nuevos conocimientos y experimentar nuevas aventuras. És el ejemplo a seguir de toda la gente de su entorno y de toda la sociedad y aunque parezca mentira, lo hace todo perfecto, sin ningún fallo, sin embargo aunque ella ha conseguido alcanzar la perfección, a pesar de eso, los problemas abundan en su vida ya que el principal problema es que nadie la adora ni le da la importancia que se merece, ni siquiera la comprenden ya que todos tienen una imagen muy clara de como és, se siente atrapada, ya que mucha gente le abuchea y la intenta hundir sin que ella misma se de cuenta y todo por ser diferente y con cualidades diferentes a las de los demás. Un dia se encuentra en la cúspide de la pirámide y al otro, en cambio, se encuentra en la base ya que durante la noche, la hunden sin siquiera darse cuenta, a ella no le da tiempo ni a reaccionar, o quizás lo que parece previsible lo és, pero ella prefiere hacerse la tonta y dejar que las cosas sucedan y sigan el ritmo de la vida ya que sabe que lo que no suceda ahora, siempre puede acabar sucediendo en un futuro y no quiere pasar sus días sufriendo por ello y pensando en lo que está por llegar. Ella está harta de todo esto y aunque tenga aguante, no todo dura para siempre y menos la resistencia de una persona, de un sér humano, que a veces parece que la misma humanidad se olvida de que somos personas y no podemos aguantar estar sometidos por tantas cosas, como ella, necesita descansar, necesita un descanso de la vida, necesita retomar el rumbo de su vida, está atrapada en un hoyo muy hondo del que no puede salir, le agobia pensar en su pasado y incluso en su futuro, se siente vulnerable, no sabe en quién confiar ni en quién creer, sus ideas son muy diferentes a las del resto y nadie parece comprenderla al 100% y aunque parezca estar sola, nunca lo
está, ya que los fantasmas que se dedican a abuchearle, a confundirla, a hundirla... se encuentran siempre presentes en su mente y se apoderan de ella tomando el control.
Júlia Tortajada Juliano: sentimiento de miedo a la verdad o a lo desconocido.
LABIOS COSIDOS Las pequeñas gotas que caían del techo fueron las que la despertaron de su intenso sueño aquella noche. Estas caían sobre su rostro, mientras se deslizaban lentamente por su delicada tez. Marilyn abrió los ojos rápidamente y parpadeó varias veces mientras se secaba las gotas que se encontraban sobre su rostro. Un relámpago hizo que se sobresaltara. Dirigió la mirada hacia arriba y pudo observar como una gran nube gris cubría gran parte de su habitación. Y en ese preciso instante notó la presencia de alguien a su lado. Giró la cabeza y pudo atisbar en el fondo de la habitación un hombre. El cual no pudo reconocer por la oscuridad de la noche. Un escalofrío recorrió su espalda mientras su respiración se aceleraba a cada segundo que pasaba. Marilyn se agarró fuerte a la sábana, como si pudiera protegerse de ello. Se limitó a observar a aquel hombre el cual se iba acercando a paso lento pero firme. Hasta que se detuvo delante de la ventana, donde la penumbra de la noche permitía que su rostro se pudiera ver. Y pudo observarlo con detenimiento. Iba vestido en traje, pero en vez de ojos tenia cosidos dos botones negros y su boca estaba cosida con hilo negro intentando que pareciera una sonrisa. El resto de su físico era igual al de una persona normal. -Hola, soy Mason. -dijo. Su voz parecía dulce y suave. Pero me quedé callada. Simplemente observé esa figura que se encontraba delante de mí. Y él me observó a mi. No entendía cómo podía hablar si tenía los labios cosidos. -Es de mala educación no responder. -volvió dijo él. -Hola. - dije yo con voz temblorosa. -Así me gusta. ¿Cómo te llamas? -intervino él.
- Alison. -le dije. Me inventé el nombre porque tenía miedo. Miedo de él. Y miedo de la situación. Un largo silencio envolvió la habitación. Un silencio lleno de rabia. Hasta que intervino él. -No está bien mentir. ¿No te lo enseñaron tus padres? -dijo, pero esta vez la voz dulce había desaparecido dejando paso a una más enfadada. Mi corazón latía deprisa. No sabía que estaba pasando. Solo quería volver a dormirme y pensar que esto solo había sido un mal sueño. Pero no era así, esta era mi realidad. De repente las paredes empezaron a humedecerse y la nube gris apareció de nuevo. Y Mason me sonrió con malicia. -Te voy a castigar por haberme mentido pequeña. - dijo. -Lo siento, no quería…- susurré tartamudeando. No me dejó acabar la frase. Se abalanzó sobre mí. Y grité mientras intentaba deshacerme de él. -No te va a doler pequeña. -me dijo mientras me dedicaba una sonrisa sarcástica. Sacó de su bolsillo hilo de coser y aguja. Y empezó a coserme los míos, de la misma manera en que estaban los suyos. Empecé a llorar e intenté con todas mis fuerzas quitarmelo de encima. Pero todo resultó en vano. -Si te resistes te va a doler más y no pretendo hacerte daño, simplemente quiero castigarte por haberme mentido. Así no lo harás la próxima vez. Luego simplemente desapareceré -dijo con voz tranquila. Y así fue. Desapareció y me quedé con los labios cosidos tendida en la cama, mientras el reflejo de la luna llena alumbraba mi oscura habitación