14 AGOSTO, 2012. REPORTAJE REVISTA PAULA.
CONSTANZA VIDAL: DE SAN ANTONIO A HARVARD El domingo 19 de agosto, Constanza Vidal, ex alumna de un colegio subvencionado del puerto, parte a estudiar a Harvard. Es la sexta chilena que cursa una carrera de pregrado en la prestigiosa universidad, y la única que no estudió en un colegio privado. ¿Cómo lo hizo? En su natal San Antonio, poco antes de partir, ella y sus cercanos relataron el periplo que la ha conducido al lugar donde ha soñado llegar. Por Bárbara Riedemann / Fotografía: Carolina Vargas
Es el último día de julio y en el colegio Fernández León, un recinto particular subvencionado que funciona hace poco más de medio siglo en Llolleo, el patio está silencioso. Hace pocos minutos sonó la campana alertando a los estudiantes de volver a clases luego del recreo matutino. Constanza Vidal, de 19 años, ex alumna de este recinto, cruza la puerta de entrada con un abrigo blanco y zapatillas negras. Menuda y de tez pálida, si estuviera usando uniforme, bien podría pasar por una colegiala de 15.
No alcanza a dar dos pasos cuando la auxiliar le da la bienvenida con un abrazo afectuoso. Lo mismo ocurre con la secretaria, que se levanta de su puesto de trabajo, e incluso con la subdirectora, María Graciela Flores que, alertada por la presencia de la joven, se acerca también. “Acá está la ex alumna más destacada del colegio”, dice Flores con cierta reverencia. Constanza se sonroja y, con humildad, sonríe y agradece. Aunque solo cursó segundo medio y la mitad de tercero en el Fernández León, Constanza le tiene cariño a este establecimiento. Desde aquí, y con 16 años, partió en agosto de 2009 rumbo a Singapur, a estudiar becada los dos últimos años de enseñanza media en uno de los 13 colegios de alto rendimiento de la United World Colleges (UWC). Fue ahí que se animó a postular a Harvard, la mejor universidad del mundo según el Academic Ranking of World Universities de la Universidad de Shanghai de 2011. Hoy, es la última vez que visita su ex colegio antes de partir a Estados Unidos. Acompañada de la subdirectora, Constanza camina por los pasillos del recinto que luce como nuevo, luego de la restauración que le hicieron después del terremoto de 2010. El colegio tiene solo un curso por nivel, cada uno con aproximadamente 45 alumnos. “Es uno de los mejores de San Antonio”, asegura Constanza. El año pasado el establecimiento obtuvo el tercer lugar de la comuna en el ranking de la PSU, luego del Instituto del Puerto y el liceo Gabriela Mistral, ambos particulares subvencionados donde Constanza también estudió antes de llegar al Fernández León. –¿Crees que puedes venir a hacerles una charla motivacional a los chicos de primero y segundo medio antes de viajar?, –pregunta la subdirectora antes de despedirse. –Me gustaría– dice Constanza, entusiasmada. Desde que se conoció que había sido aceptada en Harvard ha realizado varias charlas motivacionales a estudiantes para transmitirles que su hazaña no es imposible. Hizo una en el Instituto Nacional, otra en el liceo Carmela Carvajal y una tercera ante un grupo de mujeres emprendedoras de San Antonio, donde fue invitada por la Fundación Prodemu. “Hice estas charlas porque quiero impulsarlos a soñar, a que asuman una actitud emprendedora, que busquen oportunidades, que se den cuenta que la construcción del destino depende de cada uno”, afirma con convicción. Alumna proactiva Constanza Vidal, conocida como Cony por sus cercanos, es la tercera de cuatro hermanos y la más curiosa y emprendedora del clan, según su madre. Es hija de Dagoberto Vidal, un reconocido pediatra del puerto y de Cecilia Bustamante, matrona. La familia es oriunda de San Antonio, donde ha vivido Constanza desde que nació; primero, en un sector cercano al hospital Claudio Vicuña, donde trabajan sus padres y luego, en el balneario de Santo Domingo, justo en el límite con el puerto, donde los Vidal Bustamante tienen su residencia desde hace 16 años. “La Cony estaba empezando primero básico cuando me pidió como gran favor que agilizáramos los
trámites para su carné de biblioteca”, cuenta Cecilia, la madre. Si bien en la casa de la familia estudiar era prioridad, nunca tuvieron que estar encima de ella para que cumpliera con sus responsabilidades. “Pasó siempre todos los ramos con promedio siete”, dice Cecilia, quien dejó de trabajar, cuando Constanza nació, para cuidar de sus hijos; este año retomó la vida laboral en la maternidad del hospital de la ciudad. La pieza de Constanza tiene las paredes rosadas, un cubrecama con monitos y muchísimos libros: una biografía de Napoleón y otra de Einstein. También hay obras escogidas de Eduardo Frei Montalva, a quien considera una figura política intachable; y un ejemplar editado en 1954 titulado Ideas y confesiones de Portales, prócer republicano a quien admira. Lejos del estereotipo de esos estudiantes nerds que no hacen más que estar encerrados en su casa estudiando, Constanza fue cinco veces presidenta de curso y participó en diversas actividades extracurriculares, como las competencias interescolares de debate. También fue una destacada deportista en básquetbol y vóleibol y una activa participante en teatro, baile y declamación de poemas. “Aunque suena perno, a mí me encanta estudiar. Lo disfruto porque me gusta mucho aprender. Aprovecho a cada profesor y estudio por mi cuenta cosas aparte. No me quedo solo con lo que me explican en clases”, dice Constanza. Su profesor de Matemáticas del Fernández León, Maximiliano Miranda, lo corrobora: “Como alumna se destacaba y mostraba interés por más: cuando lograba dar con un ejercicio, me pedía otro con el doble de dificultad”. Proactiva en su aprendizaje, a los 14 años supo de un campamento donde solo se hablaba inglés, organizado por el Ministerio de Educación durante las vacaciones de invierno y dirigido a estudiantes de básica y media. Asistió dos años seguidos por iniciativa propia, lo mismo que al Interescolar de Cuentos en Español que organiza la Universidad Andrés Bello y en el que participó a los 15 años. Ahí escribió el cuento ¿Quién lo hizo, Bobby?, inspirado en su vida y que está publicado en una compilación de otros cuentos por la misma universidad. “Quería cambiar aquella ‘selva corrompida’, como acostumbraba llamar al mundo. La gente vivía sumida en el desenfreno, y sus almas estaban consumidas por la ambición, envidia, vanidad y la superficialidad (…) No quería llevar una vida normal, sabiendo que el mundo marchaba directo hacia su autodestrucción y no hacer nada para detenerlo. No, él no descansaría hasta hacer algo por reparar esa desagradable verdad”, dice un extracto de ese cuento que, asegura, la representa muy bien. El colegio para líderes Constanza estuvo un año y medio en el colegio Fernández León, luego de haber estado en el liceo Gabriela Mistral y en el Instituto del Puerto. Tanto cambio tiene que ver con que no estaba conforme con la educación que le entregaban. “Estábamos dispuestos
incluso a matricularla en Santiago, en uno de estos colegios pitucos que son caros y más exigentes”, cuenta su mamá. Sin embargo, el problema no pasaba por el financiamiento: “El tema no era usar faldita en lugar de jumper. Lo que más buscaba en el colegio era pluralismo y diversidad social. Mi inquietud por cambiarme tenía que ver con asumir más desafíos personales”, dice. Pero la gran oportunidad que perseguía apareció en 2009 cuando su profesora de inglés, Claudia Sáez, le informó al curso acerca de unas becas para terminar la enseñanza media en el extranjero. Nadie más que ella se entusiasmó: “Era el desafío que tanto buscaba”, afirma. Se trataba de una beca con todos los gastos pagados para finalizar sus estudios en un Bachillerato Internacional en uno de los 13 colegios internacionales que tiene la United World Colleges (UWC), una fundación sin fines de lucro presidida por Nelson Mandela. Una alternativa que ha sido muy poco difundida en Chile. Entusiasmada, Constanza averiguó en la página www.uwc.cl los requisitos: tener entre 16 y 18 años, estar en tercero o cuarto medio, tener promedio sobre seis y la autorización de los padres. Constanza llenó el formulario de postulación, escribió un ensayo sobre la educación chilena y asistió a un fin de semana de selección en Santiago, donde, con los otros 20 postulantes, tuvo que hacer actividades de debate y liderazgo. Quedó entre los siete seleccionados. Luego tuvo que entrevistarse con una sicóloga. Tras esa entrevista, y con solo 16 años, supo que era una de los cuatro seleccionados chilenos para asistir a esos colegios de excelencia. En agosto de 2009 Constanza se subió a un avión con destino a Singapur, en el sudeste asiático. “Permitir que Cony se fuera fue difícil, pero sabemos que ella nació con metas claras que tiene que cumplir y no podíamos coartarla”, dice Cecilia. En Singapur estuvo dos años. Allí Constanza tuvo que someterse a un sistema de educación muy distinto al que conocía. “Las clases eran en inglés y eran solo 15 estudiantes por sala. El profesor no se paraba adelante a pasar materia, sino que se desarrollaban en conjunto distintos temas de discusión. Había que leer harto para llegar preparado a la clase. Las evaluaciones se hacían en base a ensayos donde hacíamos análisis crítico. Nada de memoria, como se hace acá con las pruebas o con los ensayos, que se basan más en hacer citas de la materia en lugar de exponer tus propias conclusiones”, explica Constanza. Justo cuando llegó a Singapur, en Chile se desataba el movimiento estudiantil que abogaba por una educación de calidad. “Me puse tan contenta y me hubiese gustado ser parte del movimiento. Pero cuando vi que el debate fue decantando en la gratuidad y no en la calidad, me decepcioné. Está bien hablar de financiamiento porque la educación es cara, ¿pero de qué sirve un cartón si no hay calidad? La lucha tiene que ser por la calidad y, si es así, tenemos que darnos cuenta que los estudiantes somos agentes del proceso educativo. Yo tenía compañeros que vivían quejándose
pero que ni siquiera aprovechaban la educación que tenían. Una postura fácil. Era una actitud de ‘qué lata el colegio’, eran flojos y exigían calidad. Eso me parece contradictorio”, analiza. Hoy, Constanza revisa una carpeta plastificada, que sus padres guardan en casa, donde atesora sus hazañas logradas en Singapur: un diploma de estudiante destacada, otorgado por los mismos estudiantes y profesores de la UWC; otro del British Council que la faculta para enseñar inglés; y el más importante de todos, un certificado que la reconoce como la mejor alumna de su generación, egresando con un siete en todos los ramos –la máxima calificación que otorga el sistema–. En Singapur, Constanza organizó una serie de actividades para que los demás compañeros experimentaran la pluralidad, como la semana Latinoamericana, donde se debatían temas de actualidad del continente. También organizó junto a tres compañeras un viaje a Sri Lanka, una pequeña isla contigua a India, donde enseñó por dos semanas inglés a los niños de un orfanato; y se fue por tres meses a Tailandia a trabajar con una ONG para enseñarles sus derechos a minorías sexuales. La exitosa travesía en Singapur la incentivó a seguir por más. Antes de egresar del colegio quiso seguir soñando convencida en que sus capacidades la llevarían lejos. Y así fue. Su cruzada “Ahí va la chica que va a estudiar en la misma universidad que el Presidente Piñera”, dice una pareja que la ve pasar mientras Constanza contempla los pelícanos y lobos marinos que se posan en las rocas del paseo Bellamar. “Es el orgullo de la ciudad”, afirma sonriendo un suplementero de diarios, desde su kiosco contiguo a las pescaderías y locales de artesanía de la costanera. Y es que en repetidas ocasiones, Constanza ha salido en el diario y la televisión locales, cual celebridad, acaparando títulos con los adjetivos de “genio” o “matea”, que dan cuenta del gran salto que se pegará hasta Harvard. Allí se codeará con hijos de ilustres políticos y poderosos empresarios. Pero esto poco le importa a Constanza, quien prefiere bajarle el perfil al tema: “Más importante es saber buscar las oportunidades y aprovecharlas”, dice. Cada año, Harvard recibe alrededor de 35 mil postulaciones al año. Un selecto grupo, solo 1.500 son seleccionados. La universidad ofrece becas parciales y completas, según la evaluación económica familiar. Que el ingreso anual de los Vidal Bustamante fuera de 65 mil doláres, la hizo acreedora de una beca que cubre el ciento por ciento de los costos totales y que incluye pasajes, seguro médico, estadía y materiales. No todos los jóvenes chilenos se ven expuestos a tales dilemas pero, desde Singapur, Constanza postuló, además, a las universidades de Yale y Brown. Quedó en ambas. Las desechó porque “Harvard es Harvard”. Para ello, tuvo que seguir el mismo procedimiento de selección universitaria que los estadounidenses: el SAT, algo así como una PSU de Matemáticas y Lenguaje, en la que obtuvo 2.100 puntos, de un total
de 2.400. Además, tuvo que escribir una serie de ensayos de actualidad, conseguirse cartas de recomendación y dar a conocer sus credenciales, que a su corta edad no han sido pocas. “En uno de los ensayos de postulación escribí sobre la selección universitaria chilena. Que la PSU sea la única herramienta para entrar a la universidad hace que toda la media se base en preparar esta prueba. No desarrolla la capacidad analítica, ni evalúa a nivel integral las capacidades y aptitudes sociales de los estudiantes. Terminan siendo solo un número y no una persona”, critica. Como una forma de devolver la mano, Constanza aprovechó la sugerencia de Harvard, que recomienda a sus seleccionados que se tomen un año sabático para madurar y vivir experiencias enriquecedoras. Se lo tomó a pecho. Se contactó con el Harvard Club Chile –que agrupa a ex alumnos de la universidad– y consiguió una pasantía de tres meses en el área de primera infancia en el centro de estudios del Ministerio de Educación; además, colaboró en el proceso de selección para las becas de las UWC, en las que un liceano de Copiapó acaba de viajar a Singapur a vivir la experiencia. Voluntarió en la fundación Súmate, del Hogar de Cristo, y en Forja Chile, dedicada a hacer talleres de liderazgo para que jóvenes de sectores vulnerables emprendan. Atenta a lo que le depara el futuro, Constanza le escribió al jefe de carrera de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica para que la dejaran asistir como oyente al módulo de siquiatría, junto a los alumnos de quinto año. A punto de partir a Boston, tiene un objetivo claro: estudiar Neurociencia. Por estos días ya está leyendo textos relacionados que están en el programa de Harvard y hace poco descubrió una habilidad que no sabía que tenía. “Nunca pensé que era buena para el dibujo, pero para prepararme para la universidad, comencé a dibujar neuroanatomía y así aprenderme las partes del cerebro. Y, sorpresa: no dibujo nada de mal”. Constanza observa el horizonte desde el puerto de San Antonio. Aunque es invierno, el cielo está despejado y no hace frío. Frente de ella, enormes buques en el mar, mientras los sanantoninos y uno que otro turista pasean por la costa. No sabe cuándo va a volver, pero sí sabe adónde quiere llegar: “Quiero enfocarme en cómo funciona el cerebro en la primera infancia, que es cuando tiene más plasticidad para absorber conocimientos. Creo que allí está la base de la educación. Estimular a los niños desde temprano asegura el desarrollo al ciento por ciento de sus capacidades. Después voy a hacer un postgrado en Políticas Públicas y volveré a Chile, quién sabe, a San Antonio de nuevo para trabajar por una mejor educación. Esa es mi cruzada”.