INTENTO DE CONSTRUIR SILENCIOS Almudena Anés
Ahora que ya no estamos. Ahora que se nota el silencio y la habitación ya no calla. Ahora, por fin, me pregunto por qué siempre intentamos no escucharnos. Siempre había ruido: la televisión encendida a la hora de comer, las películas de media tarde, las discusiones políticas para quebrar la reunión familiar de los domingos, la playlist para follar.
Ahora que todo está callado y ya no hay gritos ni música. Ahora que sé cómo existe el silencio. Ahora me pregunto por qué nunca pudimos compartir estos momentos, esta quietud, y tan sólo mirarnos muy lentamente los cuerpos desnudos tendidos en el sofá.
Ahora me pregunto por qué nos fuimos tan sordas, tan ciegas, tan mancas, cuando la verdad es que nos queríamos.
¿Puede darme alguien una respuesta, por favor?
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I. Recuerdo aguantar las ganas, recuerdo pasarme horas mirándome a través de ti para saber si era suficiente. Tu mirada siempre era igual, más triste que honesta.
El miedo es el sentimiento de perderse en el abrazo amigo.
Al final, traicionar casi soluciona las heridas. No creo en salvadores y recordar es retorcer la entraña corazón. No merece la pena pero perdura el dolor en la mirada que nunca me reconoció como una persona similar. Recuerdo que tú siempre cerrabas las ojos.
Todo iba mejor así.
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II. Éramos golpes de polvo y sudor. Sobrevolaban la cama restos de piel, las serpientes mudaban de bragas para limpiar los sexos, la furia y el deseo. ¿Te acuerdas de aquel hotel? Habitación 131. ¿Te acuerdas de follar en la ducha y saber que llovía fuera? Destrozamos tantas veces el medio ambiente en pro de nosotras que ahora el mundo está demasiado enfermo como para arreglar el futuro. Total, nunca íbamos a tener hijos.
En algún momento, algo debió de cambiar. Nos transformamos en seres distantes. Cambiamos hacia mantis religiosas y el pasado todavía revolotea como una mosca enfrente de la luz. Ambos, tiempo e insecto, desconocen que tú y yo ahora devoramos.
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III. Una vez encontré una rata en nuestro cuarto. Supe que jamás volveríamos a dormir entre esas sábanas. ¿Te acuerdas de luchar con la fregona contra la cola esquiva entre los armarios? ¿Te acuerdas de los bomberos a las cinco de la mañana porque el feminismo no venció a nuestro terror? Seguro que te parecí la persona más cobarde del mundo. Al menos, te reíste durante meses.
Ahí fue cuando empezamos a dejar de escuchar el silencio. Comenzamos a perdernos como el animal arrojado a la basura buscando hogares más amables. ¿Cuándo apagaste el fuego? ¿Fueron también los bomberos? ¿Tan asustada estaba que no me di cuenta del frío? Si sólo me hubieras apartado de ti un segundo y alguien hubiera cerrado la ventana, si no me hubieras abrazado cuando gritaste, si tu risa hubiera sido una garantía.
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IV. Hacías trampas jugando al póquer. A veces robabas chicles en el Mercadona porque era divertido después salir corriendo y recordar que éramos jóvenes aunque no fuésemos al gimnasio como todos los demás. Quemábamos todas las calorías después en el sofá para acabar en la cocina o en el baño. Te encantaba rozar. Ahora me da vergüenza tocarme y pensar que aún estás ahí delante, mirándome, sonriéndome y desnudando a mi memoria. ¿No es esto violar tu recuerdo? Nunca me diste el permiso de volver a tocar tu sombra. Los fantasmas también nos pertenecen, hubieras dicho.
Sin embargo, no puedo evitarlo. Tu olvido me roza aún más que tu piel. Tanto que escuece.
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V. Vuelve a contarme la historia de los cuartos impropios, anda, porfa, vale, vale, todo empieza con una carta en la que dice que dos personas no podrían haber sido más felices que tú y que yo... Te reías entonces y me besabas y decías que éramos nosotras mientras pensaba en Virginia Woolf y me entraban ganas de llorar porque nunca entendías lo que te quería decir. Pero entonces esto no era más que un espejismo y yo volvía a contarte una desgracia como si fuera un cuento, incluso hacía gracias porque me gustaba verte sonreír. A menudo me pregunto por qué tú nunca te esforzabas en sacarme una sonrisa, ¿tan seria era? ¿Aún lo soy? Tampoco te pregunté. Me arrepiento de no haberte destrozado con la verdad de un suicidio sólo porque tu madre se tiró por un puente cuando eras pequeña. ¿Luego yo era la seria, la callada, la hermética? Lo cierto es que jamás paraba de hablar, de contar historias, de inventar fantasías para que no te sintieras sola porque nada era suficiente. Porque te aterraba el silencio y volver a escuchar quebrarse los huesos de tu madre contra el asfalto.
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VI. Si hubiera sido cruel, te hubiera comido el corazón para que no sintieras ni el pulso y sólo quedara el eco de la ausencia. Para que no supieras si estabas viva o muerta. Ahora ya nunca lo sabremos porque no me dio tiempo a hacerte daño.
Primero me lo hiciste tú a mí y mira el socavón que dejaste en el suelo, con la caída más brutal. Siempre decías que echabas mucho de menos a tu madre.
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VII. Todavía quemo sartenes en la cocina para que el humo me nuble los sentidos. Es mi forma de retroceder en el tiempo. Si no siento que no estás, que no vas a volver, si desconozco los motivos, si yo dejé de quererte y nunca supe decírtelo, si saltaste por vencer a la figura maternal y convertirte en heroína o en ángel...
Si te fuiste por mí porque me descubriste y esta fue tu condena a mi poca temeridad... Si ya no sirve de nada pensar las respuestas, ¿por qué continúo jugando con fuego sin abrir las ventanas?
¿Tanto miedo tengo de seguir tus pasos?
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VIII. Me comes y me muerdes y el dolor es placer. Mis sueños huelen a sangre menstrual. Poco a poco, pasa el tiempo y yo envejezco sin ti porque no estás y el silencio lo inunda todo de peso. Me cuesta llegar a fin de mes, el salario se ajusta a mi seguro de decesos. Sigo recordando en mis horas libres pero cada herida se siente como si un santo poco devoto hondara en las llagas de mi cuerpo. Supongo que para comprobar hasta qué punto ha llegado mi sufrimiento, rozar las antípodas de responsabilidad y mi culpa.
Decías que eras una muñeca rota y tuve que juntar todas las piezas para que te incineraran. Qué puzle más horroroso, todo parecía un chiste de humor negro, aquellos que tanto te hacían reír.
Hoy me río por no llorar.
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IX. Solías desayunar granadas los domingos, apenas amaneciendo. Me gustaba observar cómo el líquido rojo iba resbalando por tu garganta, entonces yo era vampiro y tú te dejabas llevar por olas de placer. Qué ilusas al creer que toda la vida era así de bonita. Qué bucólico e inocente. Deberíamos haber seguido los preceptos de la sociedad. Deberíamos haber sido normales y no felices. La gente normal no comete acciones que hacen daño a los demás. Intentan sobrevivir. Nadie nos enseñó las consecuencias de vivir a nuestra manera. Te quise tanto y luego dejé de quererte. Te amé hasta que no pude más. Nunca te lo dije. Fue tarde después. Sin embargo, al no decirte entonces lo que me pasaba, no comunicarte que me había cansado de complacerte sabiendo que jamás iba a poder llenarte, todo lo que vino después, aquella muerte, desastre desproporcionado, me unió para siempre a lo que quedó de nosotras. Cuando saltaste, ¿cómo podías intuir que me arrastrabas a mí contigo?
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X. En el agua hay silencio. Me lanzo al vacío y sólo resta la calma. Es mar, es saber que hay paz incluso después de todo este ruido. Ojalá hubiéramos sido capaces de callarnos y hablar diciendo. Diciendo verdades. Pero todo se lo ha llevado el agua y ha quedado limpio. Empiezo a tener un dolor aséptico. Casi neutral, los síntomas van remitiendo.
Una vez me dijiste que cuando eras pequeña ejercías natación. Te encantaba nadar en la piscina, sumergir la cabeza y no sentir ni escuchar nada más. Te perdías en la presión y la atmósfera del agua con cloro. Luego decidiste que era buena idea hacer salto de trampolín y yo, tirando de la costra, me pregunto...
¿Estabas practicando cómo ibas a suicidarte?
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