Juliรกn Alonso
BOOGIE-BOOGIE
BOOGIE-BOOGIE Ficción histórica escrita por Julián Alonso, con dibujos y fotografías de Ángel Cuesta Calvo
© del texto: Julián Alonso © Fotografía y dibujos: Ángel Cuesta Calvo. Se permite la reproducción, sin ánimo de lucro e indicando la autoría.
I Todas las ciudades tienen sus héroes urbanos y no siempre se trata de esos presuntos animales racionales a los que llamamos personas. No. Todos, como cantaba David Bowie, podemos ser héroes aunque sólo sea por un día, pero también hay héroes de cuatro patas.
¿Quién no ha oído hablar del famoso perro Paco, madrileño de finales del siglo XIX, que se convirtió en dicho popular por su sabiduría?. “Es más listo que Perro Paco”, se dice por Madrid coloquialmente, cuando una persona sabe mucho de cómo moverse por la vida. Paco era un perro sin dueño, pero tan querido que acudía sin impedimento al teatro, comía en los mejores restaurantes, le procuraban refugio nocturno en el entonces famoso Café Fornos y, aficionado a los toros, se hizo amigo de Frascuelo y era invitado en muchas ocasiones a presenciar las corridas de las Ventas. Precisamente su afición taurina sería su perdición, pues Paco murió en la plaza, estoqueado por un novillero resentido y su muerte fue tan sentida que hasta le levantaron un monumento en El Retiro, donde fue enterrado.
Como Paco, ha habido y hay muchos animales populares, tanto reales como de ficción, pero hoy quiero hablar de uno netamente palentino, el perro Boggie-Boogie, bautizado así por su dueña, muy aficionada a ese baile, que causaba furor en la primera mitad del siglo XX.
Y como Perro Paco, Boggie-Boogie era un animal singular, no porque le gustasen los toros o el teatro, sino porque era un perro viajero, que desaparecía durante un tiempo, para volver a aparecer cuando menos se le esperaba.
Quienes le conocieron a finales de los años 40 del pasado siglo, que todavía queda alguno, lo describen como un perro “normal y corriente”, de raza indefinida, cariñoso y, como casi todos los perros mestizos, más listo que el hambre en unos años en que eso estaba a la orden del día para las personas y más aún para los perros.
Boggie-Boogie tenía como residencia habitual la casa de La Campanera y por allí y sus alrededores se le veía, cuando se le veía, porque la mayor parte del tiempo andaba desaparecido. Al principio, la dueña se preocupaba, preguntaba por el barrio y más allá del barrio siempre sin resultado, hasta que alguien dijo que lo había visto subir a un vagón del tren. “¿Qué se ha subido al tren?” “Sí, al tren” – le contestó- y ella no se lo creía, pero la voz se corrió por la zona y muchos quedaron pendientes del supuesto perro viajero, al que pillaron varias veces in fraganti deambulando por la estación, unas subiendo y otras bajando de los convoyes de mercancías y los renqueantes expresos de madera con máquina de vapor que circulaban entonces.
Desaparecida casa de “La Campanera” en Palencia
Se avisó a los revisores y a algunos jefes de estación y así pudieron seguir los diversos itinerarios de Boggie-Boogie a lo largo de una geografía cada vez más amplia. Se le vio bajar en Venta de Baños, subir en el tren siguiente, continuando viaje hasta Medina del Campo y regresar de nuevo a su casa como si de un viajero cualquiera se tratara y sin darse la menor importancia; hubo quien incluso aseguró haberle visto tomando olas en la playa del Sardinero. Como quien dice “a la chita callando”, empezó a ser considerado parte de la familia ferroviaria y, como a Perro Paco, le daban de comer y le procuraban un lugar donde dormir entre los equipajes cuando viajaba de noche, mientras que de día llegó a acompañar al
revisor de turno en su paseo para picar los billetes de los nuevos pasajeros y cuentan que animaba con sus ladridos a los fogoneros cuando notaba que la máquina andaba escasa de combustible.
Este era Boggie-Boogie y así me lo confirmó un hijo de la dueña que aún vive entre nosotros. Lo contaba con pena, sobre todo el momento en que lo vio por última vez, una mañana de invierno en que su madre, ante la insistencia de los empleados de ferrocarriles, decidió regalárselo a un maquinista del expreso de Santander. Todavía vieron alguna vez al animal. Iban a la estación cuando sabían que el tren de aquel maquinista paraba y le hacían carantoñas, a las que él respondía con cierto desdén de perro de mundo, pues a esas alturas de su vida viajera, hasta le habían puesto un collar de cuero con una chapita, en la que estaba grabado su nombre, junto al de Palencia y el anagrama de RENFE, pero una mañana ya no apareció y nadie supo dar señales de por dónde podría andar, porque el maquinista había sido trasladado de línea y ya no pasaba por Palencia.
La opinión más extendida fue que Boggie-Boogie se había bajado en Mataporquera y ya no habían vuelto a saber nada de él, a pesar de que en el pueblo, a instancia de los empleados de RENFE, organizaron una batida. Otros contaban que perro y maquinista andaban juntos haciendo la ruta de Madrid a Sevilla, aunque nadie pudo confirmarlo, pero andando el tiempo, el antiguo dueño me contó la historia de cómo volvió a escuchar el nombre del animal de
labios de un taxista, estando de vacaciones nada menos que en Buenos Aires, una historia que yo me limito a transcribir: -
“Buenas tardes, señor ¿adónde le acerco?
-
Me gustaría ir a un buen local de tangos, pero no conozco la ciudad
-
Tranquilo, que soy la persona indicada. Parecés “gallego” y perdón por el voseo pero me empezás a caer bien.
-
Bueno, tanto como gallego no, soy castellano, de Palencia
-
No lo tomés a mal, por acá decimos “gallegos” a los españoles. Se nota a la primera que vos sos de allá y tenés pinta de muy viajao.
-
La verdad es que sí, he viajado mucho, me gusta viajar y me encanta Buenos Aires.
-
Pues, con perdón, te parecés a otro palentino que conocí hace años y se enamoró también de Buenos Aires. Era un perro, pero no tomés a mal la comparación. Por acá dejó un dicho que le decimos a quien se mueve mucho: “sos más viajao que Boggie-Boogie”
-
Ah ¿pero aquí conocieron a Boggie-Boogie?
-
Decímelo a mi, yo era un chofer pipiolo cuando el chucho dormía en mi carro muchas noches, allá en la central de taxis, hasta que el malevo desapareció como había llegado. Dicen que se fue a la Patagonia, a conocer el glaciar del perito Moreno y ya no se volvió a saber más de él por Buenos Aires. De eso hace ya mucho tiempo ¿vos también oíste hablar de Boggie-Boogie?
-
Como para no conocerlo, ¡si fue mi perro cuando era niño!.
-
¡Pero qué decís!, platicame sobre él. Todavía echo de menos a ese otario desagradecido, que se fue para no volver. Y por la carrera ni preocuparse, esta noche corre de mi cuenta.
-
Bien, pues mi Boggie-Boogie era un perro viajero que desaparecía durante un tiempo, para volver a aparecer cuando menos se le esperaba… ¿sabe por que mi madre le puso ese nombre?...
II … y esto es todo lo que puedo contar del perro viajero. Ha sido una sorpresa descubrir que continuó sus andanzas por estas tierras. - Y tanto que las continuó, por lo que contás y lo que yo sé, por acá también le tenía afición a los trenes. Todos los empleados de los “Ferrocarriles Argentinos” le conocían y le consideraban compañero. Algunos le llamaban “El Embajador” por el logo de RENFE que tenía grabado en el collar. Hasta le hicieron un reportaje en el diario “Clarín” “El perro ferroviario” le titularon. si querés podemos verlo en la Biblioteca Nacional. Ahí estaba él, retratado con su gorra de fogonero junto a Evita Perón. - Me dejas admirado, no sabía yo que mi perro hubiera llegado a tanto. La verdad es que era un animal listo como el hambre que pasábamos cuando vivía conmigo y fíjate, el tiempo que hace y aún le echo de menos. Perdona, pero no me quiero poner sentimental. - No digás macanas, el hombre que es hombre se pone sentimental cuando quiere y que ningún boludo diga lo contrario. A vos te lo puedo confesar. También yo lloré cuando el ingrato se fue para no volver, pero esperá, voy a llamar a un antiguo compañero que vive en Ushuaia para ver si es cierto que Boggie-Boogie se fue para aquellas tierras fueguinas. ………………… - Renato, viejo, soy el “flaco” Rinaldi ¿te acordás de mi? Éramos vecinos de carro en el estacionamiento de Corrientes.
- …………… - Ah, te acordás ¿y que es de tu vida? - …………… - ¿Qué ahora sos chofer de colectivos? ¡regio!, dejaste el taxi para pasear turistas. - …………… - Ya comprendo, hay que procurarse la plata para comer todos los días ¡cuánto gusto conversar con vos!. Escuchame, te llamo para preguntarte por una pesquisa que estoy haciendo para un “gallego” amigo. Verás ¿oíste hablar por esos pagos del perro Boggie-Boogie, aquel que dormía a veces junto a mi taxi?. - ………… - Sí, hace muchos años de eso, pero ¿oíste o no oíste? - ………… - ¡Qué me decís! Pero eso es más de lo que te pido ¡me dejás de una pieza! – cubriendo el micrófono- Dice que sí, que por allá anduvo Boggie-Boogie –y volviendo a descubrirlo- contame, contame. - ………… -¿Y no me lo podés mandar” ¿por e-mail? Ok, se nota que en Argentina estamos a la moderna. Tengo línea en el taxi. Espero el envío. - ………… - Chau viejo, te debo una, Chau.
Y volviendo a la conversación con su pasajero, ya amigo y cómplice:
- No lo vas a creer ¿sabés que nuestro Boggie-Boogie pasó sus últimos años en Ushuaia? ¡hasta le hicieron un monumento! - ¡Pero qué dices!. Eso si que no me lo creo… - Esperá, que ya me está llegando el correo. A ver… Qué rápido el viejo, aquí me manda ya un recorte de periódico de “El Diario del Fin del Mundo”. Ya sabía yo que Renato era el informante indicado, siempre coleccionando de todo y con su cerebro de computadora. Mirá, leé lo que aparece en la pantalla. “EL DIARIO DEL FIN DEL MUNDO”. USHUAIA. 20 de Septiembre de 1972 “El perro Boggie-Boogie, de raza indefinida y padre de muchos de los perros de este confín austral, murió el lunes pasado por la tarde, se supone que a una edad no inferior a los 26 años, que correspondería al equivalente de 120 años para un ser humano, informó a nuestra redacción su última dueña “Repentinamente, el animal se negó a alimentarse y mostró dificultades para respirar”, contó Adriana Varela, que cuidó de Boggie-Boogie hasta el final. "Estaba a mi lado desde que llegó a Ushuaia, era como un hijo", explicó la señora Varela, viuda de ferroviario.
"Le estoy agradecida de haber vivido tanto tiempo y porque me recordaba mucho a mi marido", agregó. “Me queda el consuelo de los cachorros que tuvo con mi perrita “Linda” Todos los ushuaienses están consternados porque era un animal muy querido y popular desde que, una lejana mañana bajó del tren en la estación de la ciudad y algunos hablan de llevar a cabo una cuestación popular para enterrarlo dignamente y erigirle un monumento. “Se ha ido a morir precisamente ahora, que le acababa de componer un tango”, declaró Aníbal Santos, nuestro compositor local y director de la banda de música. “Lo interpretaremos en el sepelio en su memoria” - Increíble, amigo. Tengo que viajar a esa ciudad como sea. - Pues tendrás que coger un aeroplano porque está en el último extremo de la nación. Pero no te preocupés, yo se lo digo a Renato para que te ayude. Ahora vamos a escuchar tangos. Me tomo la noche libre y me voy con vos, si no te importa. - Tomemos la noche libre, mañana será otro día. Y fue otro día, un día ajetreado porque hubo que buscar billetes de avión, pero al “flaco” Rinaldi no se le resistía nada. A
punto estuvo de estacionar el taxi y marcharse a Ushuaia con su “gallego”. - No dejés de informarme de lo que averigües, por favor y abraza a Renato de mi parte. - Eso está hecho. En unos días estaré de regreso y nos vemos. El viaje fue largo y accidentado, el avión era una antigualla y las turbulencias australes no dejaban de incomodar, pero llegó al pequeño aeropuerto y allí estaba Renato, esperando con un cartel bien visible y con el colectivo de turistas aparcado a la puerta de la terminal. - Bienvenido “gallego”, estoy a su disposición para lo que guste ¡qué bueno que conociera a Boggie-Boogie!, por aquí es todo un héroe nacional y en esta tierra, donde cuando él llegó apenas había perros, dejó plantada su semilla por todas partes, pero suba al colectivo, no se me demore. Primero vamos a seguir la ruta con los turistas hasta el hotel y luego quedo a sus órdenes, aunque mi idea es ir a visitar a la viuda Varela, que es la persona con quien compartió sus últimos años de vida. - Le agradezco mucho la atención, amigo, de verdad gracias. -No hay que darlas. Los amigos de Rinaldi son mis compadres.
Y subiendo al autobús, enfiló por la avenida 18 de septiembre hasta girar a la izquierda por Yaganes y luego a la derecha, rebasando el hospital Militar, para enfocar la Avenida Maipú y aparcar un momento junto al Banco Francés, justo frente a los jardines que miran al mar. Allí bajaron todos y, comandados por Renato, llegaron hasta un monumento que rodearon
para situarse justo enfrente y
encontrarse con la escultura en bronce de un perro de raza indefinida, tocado con una gorra de ferroviario. Una placa al pie rezaba: “En recuerdo perenne del inolvidable Boggie-Boogie, el perro viajero padre e iniciador de la raza “fueguina”, que se enamoró de este confín austral y aquí decidió quedarse. Los ciudadanos de Ushuaia no le olvidarán nunca”. Y esta vez si, unas lágrimas brotaron de los ojos de su antiguo dueño, que ya no escuchó las explicaciones del guía. Nadie supo explicar por qué lloraba aquel hombre, pero todos respetaron su sentimiento y, cuando los turistas se instalaron en el cercano hotel “Canal Beagle”, habló Renato: - Tranquilo viejo, aún nos queda otra parada pero la vamos a hacer nosotros dos solos. Subieron al colectivo y, tras recorrer varias calles, ya en las afueras, pararon frente a un ranchito con jardín y dijo el guía:
- Ya hemos llegado.
“Tren de los presos� de Ushuaia
III En el capítulo anterior, acababan de llegar a una casita de las afueras de Ushuaia. Bajaron del vehículo y llamaron al timbre. En la puerta había una placa que decía “Adriana Varela, viuda del ferroviario Osvaldo Rodríguez” Les abrió una anciana pulcra y aseada que les recibió con una sonrisa: - Bienvenidos, les estaba esperando pero se demoraron un poco, espero que no se haya enfriado el mate. Pasen, pasen, esta es su casa. La entrada fue otra experiencia para Ángel –así se llamaba el “gallego”- porque presidiendo la pared del recibidor, había una gran fotografía donde la viuda Varela aparecía acompañada de su esposo y, en medio de los dos, se veía la figura de Boggie-Boogie posando impertérrito entre sus últimos dueños argentinos. Ahí volvió de nuevo la emoción, pero la viuda le despertó de su sueño: - Vamos, vamos, siéntense que tenemos mucho que hablar. Así que usted conoció a Boggie-Boogie. Por favor, hábleme de él. Y Ángel comenzó de nuevo con su historia: “Pues verá, Boggie-Boogie era un perro viajero que desaparecía durante un
tiempo, para volver a aparecer cuando menos se le esperaba… ¿sabe por que mi madre le puso ese nombre?... ……………………………………………………………… …… … y esto es todo lo que puedo contar del perro viajero. Ha sido una sorpresa descubrir que continuó sus andanzas por estas tierras.
- Y tanto que las continuó. Aquí se bajó una tarde del tren que llegaba hasta el antiguo penal. Mi marido era el maquinista y vino detrás de él hasta casa. “Mirá Adriana –me dijo- un perro ferroviario. Adoptalo y así, cuando estés sola, te acordás de mi. Ni siquiera tenés que ponerle nombre, ya viene bautizado. Se llama Boggie-Boogie, como el baile”. El chucho nos miraba como entendiendo, con su collar y su gorrita, se ovilló en un rincón de la sala, el que está junto a esa ventana, como tomando posesión del hogar y ya no supe echarlo. No era gran cosa, pero parecía tan lindo y tan bueno… Desaparecía muchas veces y tenía preñadas a todas las perritas de Ushuaia, era su carácter, todo un galán con lo tranquilo que parecía, pero siempre regresaba y me hacía mucha compañía, sobre todo cuando falleció Osvaldo. Desde ese día no se volvió a marchar. Pasamos juntos sus últimos años hasta que el pobre se murió de viejito entre mis brazos, pero créame, no le echo de menos porque me dejó muchos recuerdos. En esa vitrina guardo fotografías,
recortes de prensa, una carta manuscrita de Eva Perón felicitándole la Navidad, su collar de RENFE y su gorrita de “Ferrocarriles Argentinos”, al lado de la de mi marido; pero lo mejor lo tengo en el patio. Acompáñenme ustedes.
Dibujo de Boggie-Boogie
Salieron al patio trasero de la casa y, al momento, se acercaron juguetones no menos de diez perros de distintos tamaños y
edades, pero todos como calcados de Boggie-Boogie. A Ángel le parecía estar viendo visiones. - Esta es la mejor herencia que me ha dejado, la raza “fueguina” que él inauguró por estos pagos –dijo y, agachándose, cogió un pequeño cachorro y se lo entregó al “gallego”-. Si lo querés tomalo, es lo menos que puedo hacer por vos, así la semilla que llegó de España volverá a España y en Ushuaia hay muchos descendientes de Boggie-Boogie, casi todos los perros de la ciudad, de un modo u otro, llevan su sangre. Este es uno de sus tataranietos.
Ángel cogió entre sus manos al cachorro con cuidado, se lo quedó mirando como si mirara cincuenta años atrás y por sus ojos discurrió el edificio de “La Campanera”, el antiguo paseo de Victorio Macho aún sin asfaltar, las asmáticas máquinas de vapor de la estación de Palencia, el tatarabuelo de aquel perrillo que le miraba con la misma mirada de sus recuerdos y se lo entregó de nuevo a la viuda Varela.
- Se lo agradezco mucho pero no puedo aceptarlo. Si Boggie-Boogie llegó hasta aquí es porque aquí quiso hacer su vida y yo no tengo derecho a cambiarle los planes, además, la casa de “La Campanera” ya no existe y este pequeño cachorro se sentiría desamparado en mi ciudad. Estará mucho mejor, con usted, en esta Ushuaia que le vio nacer. Sólo quiero pedirle un favor: que le ponga de nombre Tango.
A mi interés por el tango y la feliz coincidencia con Rinaldi le debo este encuentro.
La viuda volvió a coger al perro, lo posó con cuidado en el suelo y, con Renato de testigo, se abrazó con Ángel, entraron de nuevo en la casa y, sin decir palabra, fue a la vitrina de los recuerdos, tomó el collar de Boggie-Boogie y se lo entregó.
- Pero esto lo tenés que llevar. Es más de vos que mío y no acepto una nueva negativa. Y venga, váyanse que tendrán más cosas que hacer y yo muchos perros que cuidar.
Salieron aún en silencio, con un nudo en la garganta, montaron en el colectivo y a la puerta del hotel se bajó Ángel y se dijeron adiós, fue lo único que fueron capaces de decir.
A la mañana siguiente, allí estaba el chofer, puntual, para llevar al “gallego” al aeropuerto. Seguían sin poder hablar, se abrazaron a la entrada de la terminal y Renato le dijo a Ángel:
- Chau, amigo, saludá a Rinaldi de mi parte. Se ve que tiene ojo para los buenos paisanos. Y me alegro de haberle servido. - Adiós y muchas gracias por todo. Me llevo de Ushuaia más de lo que esperaba encontrar y tu tienes desde ahora un nuevo amigo. No dejes de avisarme si alguna vez vas por España.
En el aeropuerto de Buenos Aires, esperaba Rinaldi, satisfecho y con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿No te dije? ¡qué grande ese Booggie-Boogie! Ya me contó Renato por teléfono. Venís vos a Buenos Aires a ver tango y te cambiás de baile como si nada. - Gracias a ti, amigo, gracias a ti, pero aún tenemos pendiente ir a un par de clubes y esta vez los gastos corren de mi cuenta. - Ok. Tengo toda la tarde y toda la noche para vos y te voy a llevar a lugares que ni te imaginás - Pues vamos allá. Que tiemble la ciudad. Y entre Discépolo y Gardel, el “vasco” Goyeneche y Aníbal Troilo, fue pasando la noche y fue Ángel contándole a Rinaldi su viaje a Ushuaia, sin sacarse una mano del bolsillo, acariciando el collar de RENFE de Boggie-Boogie, hasta que las primeras luces de la madrugada avisaron de que el avión para España salía esa misma mañana y no lo podía perder.
Este cuaderno, impreso el 8 de octubre de 2012, reúne los tres artículos publicados en “El Norte de Castilla” entre julio y septiembre de 2012, dentro de la sección “Los Cuatro Cantones” y es un homenaje a Ángel Cuesta Calvo, primer propietario del perro cuya historia se narra.