ELPIDIO RUIZ HERRERO
El desorden del aire
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ELPIDIO RUIZ HERRERO
El desorden del aire Selecciรณn e introducciรณn de Manuel Bores. Ilustraciรณn portada de Germรกn Calvo.
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Idea, diseño y dirección: Julián Alonso © los autores Imprime: Edición virtual de “Cero a la Izquierda” Ilustración de portada: Germán Calvo Depósito legal:
Datos del autor: Elpidio Ruiz Herrero nace en Alba de Cerrato, (Palencia) de el 24 de febrero de 1944. De niño ingresa en el Seminario Menor de Palencia, Lebanza y Carrión de los Condes, dónde estudia los cursos de Humanidades. Luego pasa al Seminario mayor donde estudia los cursos de Filosofía y Teología. Es ordenado sacerdote en Sevilla el año 1968. Aquel año pasó a ejercer el ministerio sacerdotal en Venta de Baños, como Coadjutor de la Parroquia y como Capellán del Colegio de los HH Maristas. Cinco años después, fue nombrado Párroco de la Unidad Pastoral de Cevico de la Torre, donde estuvo hasta la jubilación. Ahora jubilado mira con sosiego la luz del campo y el silencio de la brisa. Ha publicado estos libros: “Un río de turbia soledad”(Premio Jorge Manrique de la Casa de Palencia en Madrid, 1989), “Cien robles al dolor curtidos” (Palencia, 1991), “Versos a Pandora” (Ed. Lisse, Madrid, 1993), “Los signos de la piedra”( Ed. Cálamo, Palencia, 2001), “Donde el silencio lleva” (Palencia. 2002), “Esta esperanza” (Ed. Cálamo, Palencia, 2003), “Cevaceral” (Palencia, 2005), “Donde esperan los sueños”(Ed. Lisse, Madrid, 2007) y “Aliento de la aurora”(M de S, Palencia, 2015) También las plaqettes: “Dos sonetos”, “Catorce por catorce” “Y lo llaman amor”. Ha participado en numerosas antologías y publicaciones conjuntas, como: “Diez Poetas palentinos”, “Avalon”, “A propósito de octubre”, “Espacio colectivo.”, “19 poetas, Antología de poesía palentina del siglo XX”, ”Hojas de luz”, “Codo con codo”, “Veinte otoños”... Perteneció al Grupo Astrolabio Su obra literaria ha merecido prestigiosos premios.
EL POETA EN EL OBSERVATORIO El autor de los poemas que siguen a estas palabras cambió hace unos años de paisaje. Dejó la humilde casa-refugio en un pueblo por metros cuadrados en Venta de Baños y empezó a poner en orden sus cosas, teniendo cerca las vías de tren que van hacia el mar. Hace poco, ha vuelto a mudar de aposento. Se ha acercado a la ciudad. Ha mudado encinas por chopos, arroyuelos por el río Carrión, la teja y la piedra por un entorno más industrial y urbano; el patio y el corral por un observatorio con periscopio de casi 360º: ve cerros, páramos, chopos, encinas, bloques de pisos, el discurrir de los días y las altas estrellas… Con años cumplidos, el poeta, que es sabio, ve el tiempo que se desliza a través de su mirada sensitiva y de una lúcida consciencia Su estancia tiene algo de celda también. Ahora, más que nunca, piensa, pues casi nunca tuvo tiempo para la reflexión. La lectura y la audición de música lo acompañan en esa especie de retiro. Y la escritura es su forma de trascender y hacer tangible el tiempo y la vida. En algunos de estos poemas hay una fenomenología del existir, un escribir “a cada instante” el sentido de los días, el frío, la lluvia, las nieblas, el silencio de la cocina, “la soledad sonora”… Esos breves poemas, levemente hilados, parecen tener de fondo el acompañamiento del violonchelo. Conforman una suite para cámara. En otros, se hace una acuarela del paisaje fugaz. Su sensibilidad se ha ido aguzando y rezuma los acendrados sabores del campo. Escribe Azorín en una sus muchas páginas sobre escritores: “Hay
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en el cuarto un escritorio y un armario con libros. ¿Qué libros figuran en el armario del poeta? ¿Cuáles son las lecturas del poeta?” El pensamiento y la sensibilidad del poeta son estéticos. Más que pensar, siente, más que sentir, lee, relee (“Releer es leer por primera vez”, dice el maestro de Monóvar). Ha sido un ávido y ejemplar lector: ha degustado a los clásicos, ha catado lo que le han sugerido, lo que le han regalado y lo que ha encontrado en las librerías, sin ningún prejuicio ni prevención: desde la poesía de la experiencia hasta el erotismo místico y barroco de Devocionario (Ana Rosetti)… E incluso ha libado en la novela, sea en Mateo Díez o en El evangelio según Jesucristo, de Saramago; y también en el cine: Bajo el cielo protector, El secreto de Adaline… Con estos ingredientes ha forjado una sensibilidad transversal y una actitud vital muy humana, ya que han sido aprendizaje, deleite y evasión a la vez, en tanto iba sorteando sobresaltos y amarguras; y conteniendo silencios y alegrías…Pues, como escribió su amigo Lope: No estoy ni bien ni mal conmigo; / mas dice mi entendimiento que un hombre que todo es alma / está cautivo en su cuerpo. Ahora, estando ya su casa sosegada, volvemos a Azorín: “Sobre el escritorio resalta un ancho pliego blanco. Unos cuantos renglones lo ennegrecen.” ¿Qué estará escribiendo el hombre, el amigo, el vecino, el apicultor, el amante del órgano, quien es capaz de cantar un gregoriano dulce y apacible…? Manuel Bores
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Elpidio Ruiz Herrero
EL DESORDEN DEL AIRE Nada como el silencio en esta soledad que me persigue. Nada como la tenue luz que queda en esta habitación tan despoblada de sueños. Aquí estoy yo, tan yo como la piedra y el barro y la ceniza. Apenas el calor de un viejo libro, el desorden del aire, la tristeza de un verso atravesado, y poco más, si acaso, la sombra de un responso sobre la mesa del olvido. Y es que nada como el silencio en esta soledad donde se hace oración la levedad del polvo. [5]
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POR LA TARDE Andábamos al aire de las piedras, al revuelo del sol y las esquilas que suben por la calle hasta la noche. Teníamos los ojos al calor de los rebaños, siempre en el oscuro caminar al unísono del tiempo. Eran días de clara libertad para el refugio de las nubes. Éramos estrellas devorando los azules cabellos de la tarde. La elevada armonía de un cielo, casi luz, siempre suspiro ante el amor que nace. El ascenso de aromas presagiaba fuego de labios, vibración de espigas, linde sagrada o roble mensajero. Rompíamos la línea del rubor, la trayectoria curva de las ramas y el último recodo del silencio. Y entre tanto, la noche nos tendía el tacto del amor, visible y puro, al vivo resplandor de la palabra. [6]
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RAZÓN DE MI CANTAR Escucho, una y otra vez, la viva verdad del corazón que se instala en la cumbre gozosa de los signos, la cadencia de voz, la transparente calma que deja en el paisaje la caricia de montes entregados al amor, mientras cae la tarde y es otoño. Reconozco el lugar y la palabra, el torrente de luz que llena la memoria, la claridad que invita a recorrer los espacios del alma, donde engendre el amor el más limpio perfil de las verdades. Vuelvo a escuchar. Visible invitación a emociones secretas, a esplendores soñados, como algo palpitante y misterioso en esa cercanía del amor por donde sube el cauce del deseo. Ahí estoy. Estamos. El otoño en las ramas reinando sobre el valle, y el cielo azul mirando al infinito. [7]
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LOS FINES DE SEMANA Me están cayendo mal los fines de semana. No sé por qué. Tal vez sea porque los pájaros inundan las ciudades con nobleza infantil, o porque el aire rompe la cadencia del valle, o quizás porque sale la luna y no me entero. Pueden tener la culpa las palomas que llenan tranquilas los aleros de la torre silente, o los niños sin pan, porque todo les sobra, o el deterioro gris de mi frente cansada. No sé, pero lo cierto es que me caen mal. Pudiera ser, también, la danza de silencios entre la herida abierta y la memoria viva, o la desolación de las paredes tristes, o el destierro inquietante del amor que sutura el invernal deseo de manos seductoras. Tal vez, quién sabe, el tiempo. Pertinaz laberinto de la mente, sin plumas ni cera para el vuelo, o el estremecimiento de la noche que grita, o la ausencia de labios que protejan las horas con la cálida bruma de un sueño contagiado. Los fines de semana son jaula de aposentos oscuros, donde el aire resiste en soledad el curso indiferente de nubes empedradas,
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o carencia de asombros hacia el reino tangible del amor, luego fruto, que hiere la semilla en el surco otoñal de un campo de recuerdos. No sé. Quizás tu voz, o el claustro de tus labios, o el celaje del río bajo la bruma gris de tus ojos distantes, lo cierto es que los fines de semana me visto con harapos de niebla, con vacíos de sol y sed de tu palabra. (De “Los signos de la piedra”)
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ESTA ESPERANZA En esta paramera, cuando la tarde enciende los silencios, solo el dolor se escucha de un viento sin tu aroma.
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La piedra, el agua, el fuego, los rastrojos… ¿Qué sería de mí si las tormentas no vinieran, de siempre, por el pico aquel donde las nubes anidan encubando aromas de otoño?
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No se mueven las ramas, las hojas verdes, los perfiles quietos. A través del cristal los chopos arden. Son torres de quietud perenne. Callan, sin más, bajo el suplicio.
¿Quién resiste la ceniza que sube por la tarde? Todo es herida con el sol clavado en la garganta de los surcos nuevos. Quisiera respirar. No pueden las espigas.
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Era la soledad un plato limpio, habitual en la mesa, con visibles heridas en el borde y un espejo de sombra atormentada bajo la tenue luz de un cuerpo en la penumbra. Era, tambiĂŠn, un vaso apenas triste.
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De tu afilada voz me queda aquel acorde que inflamó mi delirio. Déjame así. La noche está inspirada en la infinita línea del olvido.
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¡Qué lenta luz penetra en el aposento del olvido! Lejano el sol. Ausencia.
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Llueve. ยกCรณmo templa la nube las cuerdas del viento! Se deshace la noche con el agua como un largo recuerdo que lleva al olvido. Sin embargo, la lluvia en el cristal se asombra de mi insomnio y sigue salpicando, tal vez curiosa de ver por dรณnde van mis pensamientos.
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Al norte la terraza, frente al mar, bebiĂŠndose de un sorbo el horizonte gris de una tarde llena de deseos. El agua era el jinete sobre el potro de las rocas. Y nosotros allĂ, sensibles como espejos mojados, no de mar, sino de nubes.
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Pero hemos elegido la cadencia granada de la tarde, como el nĂşmero exacto de un golpe de fortuna. Hemos llenado el tiempo de atardeceres limpios, de sĂłlidas sonrisas, de distancias sin luz en cada labio. Y estamos esperando que se pare el sol encima de los sueĂąos y el ocaso se alargue sin pudor, hasta la densidad de lo infinito.
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He vivido la inmensidad de la blancura, el infinito instante de la nieve, la deseada pulcritud del agua en la patena virgen de los sueños. Y estabas tú en cada copo.
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Más allá del Camino de los Pozos, a las afueras de la luz, donde la cuesta asoma hacia la tarde, yo te vi, como siempre, cargada de tomillo y de aire nuevo. (De “Esta esperanza”)
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SUITE DE LOS SUEÑOS ¡Qué sabrosos instantes! ¡Qué melódicos frutos aparecen en las ramas del sueño! Tus ojos que destilan la sonrisa frutal de la belleza y el dulce aroma que me dan tus labios.
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Hervía la sartén. Estaba solo. A infancia era el aroma de la cocina, cuando los ojos se volvieron tostas para el manjar de la soñada noche. Todo era igual, pero distinta mano.
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Morder la pulpa azul de tus manzanas ¡Oh sabroso manjar en mesa de jardín enamorado! Mojar los labios en tus dulces ríos, y así quedar en éxtasis de aurora hasta el advenimiento del día que esperamos.
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He mirado la noche. También tenía luna llena, y estrellas, y silencios. Se fue la mano y encontró la brisa. ¡Y estabas tú también, como aquel día!
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Está la noche llena de pájaros en vuelo, mueven sus alas, buscan horizontes y ponen rumbo hacia el amor que esperan. Cierro los ojos, mido la distancia… ¡Quiero volar siguiendo mi destino!
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Está la tarde fría, oculto el sol, las nubes bajas, y el silencio cubre de quietud las calles. Pienso en ti. Cuento los días. Merman los temores.
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Esta vez el jazmín abrió su aroma intenso y te llenó de auroras la terraza. Volvió la lluvia a suavizar la brisa, y el siseo del mar abanicó tu frente. Daba vueltas el aire. Tú dormías. Soñabas que la paz era la noche.
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Está mejor en el rosal y aspira a ser el signo de tus labios rojos, con la dulce fragancia de la luz en su corola.
Mírala bien y espera. Tal vez no mueran ni el color ni la ternura, de tanto abrir los ojos para amarla. (De “Donde esperan los sueños”)
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Te digo, amor, que amarte es lo primero que pongo en el altar de las ofrendas. Te digo, amor, y quiero que lo entiendas, que eres el pan, el vino y el cordero. Te digo, amor, que soy tu prisionero y fiel guardián de tus sagradas tiendas; que soy, amor, para que tu lo enciendas, leña que corta tu mejor montero. Para seguir amándote, yo corto, amor, las ramas de mi viejo roble y un manojo te ofrezco cada día. Que el tiempo es corto, amor. El tiempo corto y un deseo de ti, desnudo y noble, quema mi corazón de mediodía. (De “Catorce por catorce”. 1999)
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“EL DESORDEN DEL AIRE”, de Elpidio Ruiz Herrero, se editó de manera virtual en noviembre de 2017, como número 29 de la colección “CUATRO CANTONES”, colección de mini antologías de poetas palentinos, dirigida por Julián Alonso y editada virtualmente por “Cero a la Izquierda”
Cuaderno número 8 de la edición virtual
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Títulos publicados: 1.- Tocad su corazón José María Fernández Nieto 2.- Árbol del paraíso Juan José Cuadros 3.- Una palabra menos Felipe Boso 4.- ¿Estás contenta? Cres Sanz Ruipérez 5.- In memoriam Santiago Amón 6.- Versos ocultos Juan Manuel Díaz-Caneja 7.- Paraíso y exilio Jesús Alonso Burgos 8.- Memorias y reincidencias Javier Villán 9.- Fechas retenidas Marcelino García Velasco 10.- Casi una vida - Versos e imágenes Antonio L. Bouza 11- Pasos contados Manuel Carrión Gútiez 12.- Cierta cantidad de silencio Joaquín Galán 13.- Campo a través Fernando Zamora 14.- Sonetos Gabino-Alejandro Carriedo 15.- Ecos del alma Carlos Urueña González 16.- Aire de un tiempo moderadamente vivo Manuel de la Puebla 17.- Palabra o claridad Manuel Bores Treceño 18.- De acá para allá Jesús Aparicio 19.- De niños. Poemas Esperanza Ortega
20.- Como un lento veneno Julián Alonso 21.- Exilio César Muñoz Arconada 22.- Señas de identidad Mariano Íñigo 23.- Micropoemas Ajo 24.- La voluntad del paso Julia Gallo Sanz 25.- Itinerarios Victorino Martínez 26.- En cuatro idiomas Gregorio San Juan 27.- Mientras dure la nieve Amalia Iglesias Serna 28.- Naturaleza accidental Jesús López Santamaría 29.- El desorden del aire Elpidio Ruiz Herrero