El 煤ltimo invierno
Pedro G贸mez
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Altea Grau
El Ăşltimo invierno
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Pedro G贸mez
El 煤ltimo invierno
Ilustraciones de Altea Grau
…A la vida, que me ha dado tanto. (Violeta Parra)
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En una primera recopilación de algunos de los poemas que ahora se publican añadí un subtítulo: ‘Versos de pupilaje’. Quería expresar mi convencimiento de ser un aprendiz de versificador, yo, que nunca me había atrevido a adentrarme en esta faceta creativa tan compleja como es la poesía. Me sentía, y me siento, un neófito aprendiz, actitud que he querido mantener en cualquiera de los diversos picoteos que me han ido saliendo, y también en mi profesión de enseñante, ya cumplida, como un pacto de compromiso. Aprender cada día, en cada momento, en cada ocasión. Aprendiz, pero de poeta, casi nada, teniendo como guía y maestros a los grandes autores leídos, amados, en nuestra juventud; a la cuantiosa y fenomenal pléyade de versificadores de este nuevo siglo de oro que está viviendo actualmente la poesía. Aprendiz de poeta hoy y siempre, con la humildad que permite enmascarar el pudor que siento al ver mis versos, cual desnudo ruborizado, en manos de otras personas; con la inseguridad de no poder calibrar si alcanzan los mínimos exigibles a cualquier manifestación estética; con la incertidumbre, en fin, como todo primerizo, de desconocer si las confesiones que se traslucen en los versos son meras bagatelas, imposturas banales. Versos que hablan de experiencias, de evocaciones, de sueños, en este bello atardecer de la vida que estoy viviendo. Porque no me puedo desprender de estos sentimientos, tengo que agradecer sobremanera los reiterados apoyos que he recibido de amigos y amigas, buenos lectores todos ellos y buenos creadores, a los cuales, en un arrebato de confianza, les he pedido que leyeran y valoraran los poemas, sabiendo que su opinión iría mucho más allá de la complaciente lisonja. Entre ellos, José Manuel, quien me animó e invitó a embarcarnos en esta edición. Y, de manera singular, a Altea, una artista muy joven cuyo presente creativo ha alcanzado cotas excepcionales y cuyo futuro es, simplemente, inimaginable. Sus opiniones favorables primero, y su participación después con sus magníficas ilustraciones, son impagables. P.G. ...//...
A ESA MUJER LOS OJOS A esa mujer los ojos no le caben en la cara. Son negros, profundos, inmensos, abundantes como el agua. Ojos suaves de mirada lenta, serena y clara. Mirarlos es sumergirse en un apacible mar en calma, que cautiva, que te envuelve y que te lleva a ignotas presencias, a experiencias extrañas. Te miran y un escalofrío te impele a desviar la mirada, con magnética tensión, con resistencia vana. Imaginarlos es velar su tez morena, su perfil de avellana, su nariz menuda y firme, su boca grana. A aquella mujer los ojos no le cabían en la cara.
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LLEGO TARDE Llego tarde. A mi propia soledad, al hierro, al rumor suave. A los reflejos metálicos de tu pelo negro. Tarde para romper con tu aliento el aleteo del aire, para intuir fatalmente el trueno del cielo. Tarde para mirar al trasluz tu cálida esfera de jade. No puedo: llego tarde. Aunque con ciclópeo afán volara el vuelo del ave, y sus etéreas plumas al oído me alentaran seguiría sin poder tocar el velo del alba, oler la esperanza vana que corona la semblanza, sentir el empuje físico que arranca llamas de grana. Llego tarde... y no pasa nada.
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CREO QUE DIOS NO LO SABE Creo que Dios no lo sabe, pero Me inunda un duro silencio Que arranca las alas al cielo, Cuando a un niĂąo sin rostro Le ahogan sus gritos de miedo. Creo que Dios no lo sabe, pero Negras agujas de hielo Queman los ojos del clero, Cuando la agenda divina Impone el burka en su credo. Creo que Dios no lo sabe, pero Profundas grietas de fuego Taladran el costado izquierdo, Cuando el refugiado sin nombre Se arrastra, agoniza en su infierno. Creo que Dios no lo sabe, Ni el mĂo, ni el tuyo, ni el de ellos.
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ÚLTIMO INVIERNO El gélido viento clava en mi cara sus colmillos. Hiere el invierno en el costado: hace frío y huele a soledad, a macilento azul, a deshilado olvido. Nada se oye. Sólo el metálico crujir del suelo en el camino o el agónico ulular del animal extrañado en el portal vacío. Nadie nos ve, los árboles están dormidos. La tarde nos pertenece pero, por favor, guarda las manos en los bolsillos. Hace rato que pasaron las cornejas, las sombras se han detenido. ¿Dónde está la flor del estramonio? Su espinado fruto, ¿por qué lo he perdido? Prueba sin prisa su narcótico elixir, y en este postrero invierno, llévame contigo.
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LA CONCIENCIA BIEN GUARDADA Grandes y negros mastines encarcelan mi conciencia. Los tres la impiden fluir tal cual es: mediocre y seca.
El miedo. La vanidad. La soberbia.
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PENOSA PENA Escamas de azabache revisten su patética presencia: irisan la suave luz que se cuela en la familiar estancia y reciben la cruel obscenidad del pez que impávido la mira con caleidoscópicos ojos. Vuela impenitente el insecto hacia la luz: sigue su genética huida y, como ella, no sabe de los límites que imponen los habitantes del bosque oscuro. Presa de su existir, de su envoltura, desconoce, en su soledad, que es ella misma - vulgar, voluptuosa, ajada e inmadura -, la que encarcela, elegante, su vivir. Penosa pena.
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CANTARES DEL MONO BORRACHO 1 Los sauces alargan sus brazos hacia el suelo. Se han ido las comadres. Queda sólo el espantajo gordo y mullido, bien armado, ahuyentando mudo y ciego al extranjero que intenta alcanzar el sol del mediodía: todo aparece correcto en la alameda vacía. 2 Ya han dispuesto lo estrictamente necesario para que nadie perturbe nuestro sueño; todo está bien en tanto que el dueño, a los que dan de comer al simio solitario, reparta beneficios en metálico o en especie, mirando de soslayo al humano que viene. 3 Vuelve la peligrosa noche, sin estrellas, y con ella, ¡oh gran mono!, el momento decisivo. ¡Serán tantos los que se acerquen con lo mínimo! Vendrán a dejarnos con grilletes en las piernas, a beber de nuestros ríos, a darnos lengüetazos, y a mostrarnos sin pudor sus desportillados cazos.
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4 No os engañéis, que no os delaten: el gran mono borracho ya está alerta. Ha puesto el retrato de Dios en la alacena para cuando los harapientos lleguen y se afanen. Tiene el encantador discurso preparado para que los mandriles lo escuchen con agrado. 5 Ese día cuando llegue será un hermoso lunes, la nación clamará por su destino; todos nos pondremos el traje de los simios y adornarán los balcones exquisitos azules. Nos crecerá la cola en la entrepierna con la nueva condición de ser más bestias. 6 Los extraños quedarán fuera de la estancia, no estarán invitados al singular convite aunque tengan el papel con el sello que decide. Cantó los mágicos versos, dictó sentencia el Gran Mono Borracho en su delirio. ¡Hasta el cielo se alegra del prodigio!
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LA MANO TENDIDA Está tendida mi mano.
Ábrela:
¿No ves en su palma abrojos que mortifican el llanto? ¿No ves las fósiles conchas que el tiempo ha petrificado? Mi mano queda tendida. Acércatela: ¿No oyes el aleteo del velamen contra el viento de un barco que a la deriva intenta encontrar un destello? Mi mano aún permanece. Tócala: ¿No sientes que se estremece como lo hace el ocelo porque temeroso cree que está tocándole el cielo? Mi mano ya no es mi mano. Quédatela: Te doy con ella guijarros, lejanas contradicciones. ¿No percibes en la otra mil sentimientos extraños?
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EL GESTO NECESARIO El reflejo malva de un espejo de agua que la lluvia dejó olvidado en el camino capta la imagen fugaz de un pájaro que se acerca a beber. Grácil silueta sobre la quietud del momento; sin embargo, ese mismo gesto necesario hiere la escena evocadora: la imagen se refracta rompiéndose en mil fragmentos, en mil matices inconscientes e inconexos. ¿Es tan frágil la belleza que no resiste la respuesta vital del agente que la crea? Luz, vida, quebranto: efímero instante pero... ¡qué hermosa es la vida!
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CARAS DE SUFRIMIENTO
He conocido de cerca, las tengo aquí, las he visto, las caras del sufrimiento, del dolor. Por el amigo, por el padre que se va, por la madre que se ha ido. Todas las he vivido: La de los ojos cerrados, la del silencio, del grito, la de los ojos vidriados, la del gesto desvaído, la de la mirada queda, la de los ojos hundidos, la del temblor en el labio, la de los ojos perdidos, la de la palabra rota, la del llanto reprimido, la de la mano que aprieta la otra del ser querido. Aún no sé cuál de ellas tiene en mi cara un sitio.
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NOCHE ABRUPTA
Llevo en el morral la flor de mi existencia. Noche abrupta, de carnes ingratas, Que me hablan desde la azul escarcha En los ecos de un septiembre aún aletargado. Atisbo el collage de mil escuálidos demonios Alineados en la esfera de la última Casiopea; Arrancando jirones de magras voluntades Y hurgando en la saca: aún quedan espantos. Siempre habrá una siguiente estirpe Que inunde con fragancias de nuevas aleluyas Las mismas ruinas de mi torva inconsciencia. ¡Pléyades de nuncios que siempre he detestado! ¿Es posible que aún se mantengan inermes los que siempre llegaban sin compromiso al banquete nupcial de mi inocencia? ¡No quiero que nadie escape del quebranto!
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NOCHE DE AGOSTO - ¿Qué haces? - Espero que me arrastre la noche para vaciarme, para impulsar la sonda hacia el leve latido, para remover las ondulaciones y restañar las heridas del espinar sangrante. - La noche de agosto está llamando: ¿qué haces? - Espero que no me reconozca cuando pase a mi lado, que no me humille si le pido un gozne prestado para abrir el postigo de mi lado más amargo; que no provoque, en fin, mi orgullo resentido. - La noche ya ha pasado: ¿qué haces? - Esperar la luna de otoño que llueve hojas pardas, que agita los lirios de una rapsodia de tul en un lamento extraño. - ¿Siempre esperas? - Siempre. Siempre.
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ÚLTIMO INTENTO DE LLEGAR A TÍ En la grisácea luz mortecina Que se agota en la charca estanca De la indolencia Vive mi último intento de llegar a ti. Sólo acierto a pretender que un imprevisto ajeno Vuelva a mover mi lengua de ceniza Y susurre como te dijo un día amor. Es, así lo siento, un vano sueño, Vacío de mí, confundiéndose cada aurora Con los fantasmas irreconocibles de la noche. Sí, opaco y estéril, pero el único que puede rasgar Esta caricatura de cartón-piedra, ausente, Desapegada de mi tiempo, de mi propia herida, De mi derrota.
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TU VOZ Nunca dejaste, Max, de navegar mi océano, ni llenar los silencios que a la muerte se adelantan; tu voz rompió, como siempre, el vidrio en la garganta y aderezó con gotas de miel los marchitos pétalos. Magenta sobre blanco son tus versos de agua alta, cabalgando la amplitud de vastos horizontes; visten de suaves organzas los fútiles nombres y abren puertas a las aves de estrecha mirada. Nunca podré, lo sé, Max, abarcar tus sutiles capilares, que como vientos fustigan las íntimas instancias. Se cuelan por los resquicios de olvidadas infancias y a borbotones emergen en hermosos encinares. Intento alimentarme en tus líricas heridas, lamiendo la sal de tu sangre apuñalada; pero tu verso, oh Max, como el aire, se me escapa y absorto lo persigo, mientras queda, sobre el papel, tu estigma.
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TRÁNSITO Tránsito. Siguiendo la travesía de los negros celofanes, por los largos y sinuosos pasillos que comunican estancias de infinita quietud. Tránsito. Entre la penumbra mortecina y el inquietante azul de noches sin dueño, sin tregua, sin olvido. He de recorrer, hoy mismo, este camino. Una, cien veces, sin detenerme. Las puertas cerradas invitan a ralentizar el paso, sin pronunciar las frases del sabido ritual, pero las abiertas, tan sólo entreabiertas, que dibujan un cerco de negro mirar, lo aceleran, lo desmesuran, y entonces sientes que el aire atrapa la calma que sale del fondo de ese detrás. No hay nadie en el tránsito. Nunca hay nadie. Nadie. -Tampoco necesito las inútiles presenciasSólo yo... y una aurora. Si pudiera cambiar de sitio el último rellano, si pudiera elegir el destino y, aún más, el itinerario, ser cómplice del que dispuso el primer y el segundo peldaño, cerraría las puertas abiertas, abriría la más celada, la que está pintada de rojo y cuelga del pomo un cartel que anuncia No Molestar... Si pudiera... quitarme de encima la mano que empuja, volverme, mirarle a la cara y decirle: yo soy quien ha pagado el billete de mi vida.
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LLEVAS CIERZO EN EL MIRAR Llevas cierzo en el mirar cuando a solas te enfrentas a ti mismo. En esas horas de tiempo detenido, amorfo, cuando se apuran los últimos retoques y en penumbra no escuchas más que las voces que surgen en tu penúltima costilla, allá adentro, y repiten - ahora ya con indolencia -: ¿Qué haces ahí?, ¿por qué no te esfumas? En un hálito respondo: Aún no me voy, aún me aguanto. La imagen es borrosa, como todo yo. No me engaño: soy así, borroso, desleído, vago. Pero los ojos continúan nítidos, y en ellos se concentra toda la estática imagen. Lo demás, sobra. Creo que se acabó: ya no puedo aguantar mi mirada.
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CUANDO LAS PIEDRAS SE PAREZCAN A LAS PIEDRAS Cuando las piedras se parezcan a las piedras, cuando el batir de alas ya no sea suficiente, cuando tú revientes la última coraza que encierra el delicado aro fundido de organdí, vendrá, ¿no lo sabes?, como enloquecido jinete lamiendo la pradera, el viento impulsor que todo lo arrastra a levantar los muros, las torres y los arcos con piedras definidas. Viento constructor. Sobre la última arcada se posará la tórtola esperando su turno para ser ofrecida en el altar insospechado de las vírgenes amazonas. Y tú, una vez más, levantarás con pétalos de rosa una nueva crisálida de futuras auroras. Entonces, la débil luz de la yesca prendida iluminará, inconsistente, el cuerpo yaciente de un emperador mendigo.
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LA NIÑA DE TIERRA ADENTRO El cristal rallado y viejo de un humilde ventanuco delimita un conciso cuadro quieto, amarillo, sabido, un mundo de tierra seca. Nada se conmueve. Nada se espanta. Ni una sombra. Las líneas se aprecian nítidas y el calor todo lo envuelve. Hasta el silencio se agrieta. La niña de ojos oscuros que a la ventana se acerca espera, ajena, en su penumbra, que pase el aire nuevo que viene en sueños con la cosecha. Mientras, juega ensimismada con los rizos de su pena. La tarde de agosto cae y la niña ya no espera. Nadie ha venido a quebrar el rectángulo de piedra. Tendrá que volver a soñar, cuando la luna lo quiera, con el aire que no vino, con el de la sementera.
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SI QUIERES Volvamos, si quieres, después de tantos silencios, a recorrer las distancias de los desencuentros vanos, a llenar las estancias con murmullos conocidos, a disipar nuestras nieblas con vientos renovados. Digamos esa mágica palabra evanescente que redime y licua el alma encallecida; las otras, necesarias, emergerán lentamente, e irán rescribiendo, bajo los tilos, los capítulos sellados. No se trata, creo, de actualizar olvidos: serían frases con ropajes viejos. Cada voz, aunque indolente, incitará a otro gesto, y éste, casi sin saberlo, susurrará al oído. Con las palabras, ya en tropel, vendrán canciones, y la música agitará los ánimos vencidos: no podrá detenernos nuevamente el océano vacío y podremos, si quieres, acercarnos al Parnaso.
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CANTOR DE AUDACIAS -Cantor de audacias: ¿Por qué has dejado en formol tu corazón agrietado? ¿Por qué tu mano no deja que se escape la palabra? ¿Por qué has encerrado a la alondra en esa jaula dorada y el verso que antes hervía ahora deviene escarcha? ¿No escuchas la trémula hoja del álamo, la más alta, la que reconoce a lo lejos al hombre que revienta el alma? -Cantor de audacias:
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Escucha al oído el murmullo de esa hoja única y sabia que te habla de desamor, de ausencias y de esperanzas. Haz de la palabra verso, templa el acorde con brío y canta.
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ANOCHE ME DIJO OFIÓN Anoche, con voz de hierro y abismo, me habló Ofión, el primero, el creador copulador - debo llamarle así -, desde su última estancia de humo, desde el ayer y el recuerdo del ayer. Me habló con gritos desdentados, con su dolor negro y amargo, con su mordido orgullo único y desterrado. No lo sabe, o no lo quiere saber, pero la otra estaba antes, no él, mero producto del viento venido del septentrión. ¿Olvidaste que es peligroso frotar el viento? Frío viento del norte ¡ay! que alberga el gran ofidio en su seno, que pasa si no lo mueves, que escapa si no lo tocas. Ese frío viento boreal preñador de yeguas y diosas. Llegó enroscado en el aire, me dijo, y quedó azorado en sus dedos. Entre el pulgar y el índice de tu mano diestra, Eurínome, los que culminan la danza desnuda y solitaria de tu cuerpo sobre las olas brumosas del mar eterno, quebró el remolino evanescente. Y te sentiste bien. Y Ofión danzó contigo, y tú con él. ¿Quién te enseñó esa danza? ¿Acaso fueron las olas que mecen el ritmo lento? ¿O fue la luz cegadora del cielo resquebrajado? La danza era una danza de dos seres encontrados, sintiéndose. Al fin la danza ya no fue danza, sino frenética cópula de dos dioses hilarantes, siguiendo el halo fijado por el místico trasnochador.
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CÓMO ME CUESTA TENERTE Con la cuenca de mis manos quise beber de tu arroyo, entre mis torpes dedos el agua se fue yendo poco a poco. Con la punta de mis dedos quise alcanzar tu fragancia, en el altivo roquedo sigue temblando la salvia. Ay niña de olores limpios, niña de claros torrentes, te tengo a mi lado pero ¡cómo me cuesta tenerte! En tiempo de sementera quise cosechar tu trigo, agosto devino invierno, no hubo grano, ni hay camino. Ay niña de terciopelo, niña de fruto silvestre, te tengo a mi lado pero ¡cómo me cuesta tenerte!
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CON ÉL EN SU NIEBLA (A mi amigo)
sólo un instante y todo aquel hombre él en mí y yo en él sombra de la noche negra arrancó al galope sin mirar siquiera a un bosque de helechos de tilos y hiedras sigue en mí permanece espera y lo llevo ahí dentro dentro dentro en el recinto sellado de los licuados afectos polvo de imágenes callados encuentros ofreciendo migajas de luz a las estrellas cada día el caballo vuelve del bosque de helechos trae briznas pegadas cálido aliento y un azul en los vidriados ojos que hablan del hombre de allí de su estancia serena me dicen mientras le acaricio que el viaje fue bueno que el lugar es mágico y que no está solo exprime el recuerdo de tantos latidos y tantas palabras que todos vivimos con él en su niebla
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SOMBRA DE TU SOMBRA Cómo quiero ser contigo, ser tu ser, en tu presencia, tu risa, en tu pasión. Ser alma de tu alma, sombra de tu sombra. Pero cómo hiere ser sin ti, no ser tú, en tu vacío, tu silencio, en tu desdén. Ser extraño en tu desidia, difuso en tu distancia. Ausencia de tu ausencia. Cómo vivo ¡ay! contigo y sin ti, en tu certeza, en tu ambigüedad, en tu hálito y tu sopor, en tu tiempo y tu infinitud, en tu trazo, en tu borrón. Forma de tu forma.
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CON OJOS DE PEZ MUERTO Con ojos de pez muerto, de mirada vacía, perdida y seca, se adornan rostros de ceniza y cal, absortos, sin espanto ni emoción, pegados uno tras otro a los cristales del escaparate colectivo. Son uno, mil, diez mil, y no dicen nada. Sólo miran sin mirar los mismos maniquíes que entran y salen cada día. Adornos de cartón piedra, realidades simuladas, posturas inermes y frías marcando modos y rimas, ordenando sin palabras. Miran, sin poderla tocar, tras los cristales la falsa vida iluminada. La suya, falsa también, es oscura, anodina y parda. Son uno, mil, diez mil, y no dicen nada porque no saben, porque no pueden, porque no respiran, porque no aman. Bocas de algodón articulando silencios, lenguas trabadas, gestos vagos, de plomo, de manos blandas. Permanecer sin más, ni decir, ni hacer, ni objetar. Son uno, mil, diez mil, cansados de tanta rutina y no dicen nada.
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CAMINA Languidece la arista del flanco desprovisto buscando el punto de referencia antes olvidado, inserta en el contorno su rasgo definido. La forma habita en la sombra traicionada e insiste en su pálpito el gesto atormentado; quiere escapar, indeciso, del originario abismo para reencontrarse puro, digno, en el límpido Leteo. No queda, pues, más incertidumbre; la decisión, aunque dura, está tomada: recoge tus recuerdos, atavía tus deseos… y emprende el camino. Si en tu marchar resuelto te asaltasen los cancerberos de las grutas moradas por las célibes hijas del Océano, ni te detengas ni cambies de itinerario: mira altivo a las fieras que te acosan, pues sabrán al instante cuál es tu cometido. Y si el cansancio hace mella en tu vigor, si el ánimo te obliga a detener la marcha, busca el fruto del árbol de la miel, aquél que crece vivaz en la espesura, y bebe el freso néctar de la flor del azahar, aquél que nutrió a los pelasgos primitivos. Recuerda, al final, antes de sumergirte en las aguas del olvido, cuál fue tu origen, dónde quedó la arista aborrecida y porqué decidiste, amigo, abandonar el caos. Estarás dispuesto en este punto a romper silencios, construir nuevos mundos, nuevas verdades, nuevos sinos.
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CANCIÓN DE CUNA DE LA NUBE Y LA LUNA Nube, nube, nubita, deja que la luna asome su naricita para que alumbre el sueño de mi morenita. Luna, luna, lunilla, la niña quiere que cantes una coplilla para soñar aromas de manzanilla. Nube, nube, nubita, deja que recueste su cabecita en tu cuna de leche, blanca y dulcita. Calla, luna, lunilla, esconde tras la nube tu naricilla, pues mi niña se ha dormido a hurtadillas. Nube, cuna, canción y luna, la niña duerme: silencio y penumbra. Luna, nube, cuna y canción, despertará la niña al salir el sol.
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LA LLUVIA (A IcĂar BollaĂn)
La lluvia envuelve las palabras y los silencios, salpica nuestros murmullos y los acentos. La lluvia alegra los campos y el pensamiento, reblandece los gritos del alma y los recuerdos. La lluvia es tierra, es mar, es cielo. Si me das la lluvia te doy un beso, si no tengo la lluvia mejor me muero.
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MI MAESTRO Don Salvador se llamaba, don Salvador para todos, en el parque y en la escuela, en la calle y en el coso, él tenía muchos años, yo unos pocos. Recuerdo su traje gris y mis pantalones cortos, su camisa siempre blanca, las mías con algún roto; a pesar del frío invierno, no llevaba guardapolvo. Su blanco pelo ondulado, y mis rizos revoltosos, sus manos elocuentes, grandes; cortezones en mis codos, su cálida mirada azul, la curiosidad en mis ojos. Su palabra sabia y recta, en la forma y en el fondo, su letra redonda y clara, sobre el encerado fofo y en la esquina de su mesa el enigmático globo. Le recuerdo corrigiendo mis cuentas y mis esbozos y cómo nos explicaba las guerras contra los moros, la vida de las abejas, lo enorme que es el cosmos. Cuadernos de redacción, la vida de san Isidoro, nos leía poesía con la frescura de un soplo, nos hablaba de valores, de justicia sobre todo. Cuando entrábamos en clase se acababa el alboroto, pero el patio era de juego, al burrico y al birlocho. Y a la hora del recreo, el cazo con leche en polvo. Medio siglo es mucho tiempo. Ahora que mi trabajo de maestro se va yendo poco a poco, entre escuelas, aulas, alumnos, mil imágenes de rostros, una se ilumina más, fugazmente, como un rescoldo, la de mi maestro de quinto, don Salvador, ¡qué maestro!
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LABERINTOS Bajo la sangre de otoños, cuando el cristal azul atraviesa laberintos, yo, mezquino hacer de puertas cerradas, soy mirada furtiva de lunas quietas. Quietas. Llegar. Al fin, llegar. Si pudiera oler la gota fría que enmudece en el lirio, que vibra en la rosa, sería feliz, tendría sentido, y llevaría mi son, mi laberinto, mi rueda, al altar único de plegarias rotas. Rotas. Llegar, por fin llegar. A la cima del olvido, al corazón de la madre, a la arista del ruido; al punto de no retorno, al aspecto desleído de tu dicha, de mi goce, del grito. Grito. Pero llegar, por dónde: El laberíntico surco que trazó la inquieta ave quizá me lleve, inseguro, como en sueños, al límite del blanco muro, por una línea en el aire.
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TODAS LAS LENGUAS Hablar todas las lenguas, para todas las gentes, para todos los momentos, todas las vidas y todas las muertes. Para soñar, para reír, para desvanecerse y resurgir, para escapar, para sufrir, para tocar las nubes, beber la lluvia, oler la tierra y acariciar la niebla. La lengua de las palabras viejas, de la madre, del último recuerdo: lengua de harapos, del humo y la ceniza; la lengua de las palabras nuevas, de la sombra fresca, del mistral, de nardos y de lilas; lengua de la luz apagada, de susurros y siseos, del amor, del temor, tragedias y desdichas; lengua de ámbar y charol, de palabras elegantes, brillantes, distantes y traslúcidas; lengua de cuchillo y hielo, de palabras afiladas, de la arena ardiente, de la pólvora amarga; la lengua de los mil colores, de laberintos, caleidoscopios, mariposas y fragancias; lengua de tierra adentro, del agua estancada, de palabras rotas, del abandono y la soledad, de la ocasión perdida; lengua del mar azul, de la espuma y el viento, de palabras no dichas, olvidadas, repetidas. Lengua del tú y yo en la noche tibia. Y todos los silencios: el de los harapos, el del humo y la ceniza…
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SONETO (A Honorino Acuña, infumable compañero de Quevedo en angustiosas horas de taberna)
Por dar a su nombre teatral efecto creíase honorable el Honorino, mostraba su altivez y porte fino sin ver que su virtud era defecto. Su nombre contenía un lado abyecto que el sujeto practicaba con gran tino, orinaba con palabras al vecino, donde ponía el ser quedaba infecto. Creyendo que su fama así crecía, a chorros el insulto y el abrojo, abroncaba a diestro y a siniestro. Un exceso de micción engulliría a tal suerte de flemático piojo. Nadie rezó por él un padrenuestro.
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CONSTRUIR TU CRISÁLIDA Quiero encontrar la palabra precisa. Es escurridiza y fugaz. Tan volátil Que garabatea filigranas. Burbuja en el agua, temblor en la llama. Sutil trazo que puede penetrar Los poros de tu piel aceitunada Y fluir mansamente hacia tus íntimas estancias. ¿Dónde te escondes? ¿Cuál es tu morada? ¿He de buscarte donde se posa la libélula? ¿En el crepitar de la brasa? ¿En el reflejo del alba? Es una palabra delgada Para ser pronunciada sin precipitarse, Delicadamente, para no quebrarla. Te llegará desde el ángulo perfecto, En ese momento en que las palabras Se convierten en hilos de sueño azul, Ovillos de seda donde construir tu dulce crisálida.
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GATO DE LUNA La luna tenía un gato blanco y sedoso, como la luna. Yo lo miraba y me sonreía, cerraba sus ojos de gato y los abría. Jugábamos a escondernos y encontrarnos en la lejanía. Cuando el gato se iba detrás de la luna yo lo llamaba: ¡gato, gato de luna! El gato enseñaba su cola de punta y me señalaba la estrella que brilla más que ninguna. Hace mucho tiempo que no veo al gato, la luna de ahora no es aquella luna, el gato se fue a habitar otra luna que juega con niños de piel de aceituna. ¡Ay! Se escapa el recuerdo de luna y miel. Se desvanece, foto velada, en la negrura.
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EL SEMBRADOR (A Artur Heras)
Callado, el rostro enjuto, los labios prietos, perdida la mirada, extrae mecánicamente de la saca puñados de palabras que va sembrando a pasos regulares en la tierra esponjada. Siembra palabras, todas las palabras, todas, sin mirarlas: las importantes, las inútiles, las que llenan, las que dañan; granos de sementera que germinarán una mañana, cáscaras inocuas, dormidas, secas, que aún no dicen nada. Es pronto, pero el sembrador sabe de su fuerza interior, lo que pueden llegar a ser cuando rompan la envoltura. La palabra germinada echa raíces, crece y fructifica. Las raíces de las palabras se entrelazan, buscan su tropismo originario, térreo, ignoto, del que se alimentan. Las palabras florecen, muestran su plenitud, embellecen los campos engendrando a su vez nuevas palabras que nutrirán la tierra. El sembrador sabe de todo esto, también se alimenta de palabras. Por eso cuida que ninguna le quede escondida en los pliegues de la saca, pues todas han de encontrar su lugar en el sembrado. Porque una palabra perdida puede malograr una cosecha.
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UNA PIZCA DE SAL Una pizca de sal en el bolsillo Para que ría la niña, Para que brille un suspiro. Una hoja de laurel, una ramita de olivo Para que el pájaro engarce Su fantasía en el nido. Una punta de pimienta: ¡Qué contento baja el río! Entre tus dedos se escapa El inquieto pececillo. Unas briznas de azafrán y todo se hace amarillo, Entre los trigos se escucha El cálido canto del mirlo.
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FALSOS POETAS No espero de ti, compasivo lector, hipócritas lisonjas, Palabras hueras para regalo de vanidades. Intuyo que mi verso fluye sin convencimiento, Lleno de dudas y forzado de principios. Reconozco mi torpeza para encontrar El hilo conductor de pensamientos huidizos, De vivencias que siento enmarañadas y difusas. ¿Puede haber poesía en este barrizal? ¿Y cómo me atrevo a expresarlo? ¡Qué presunción!
Hablo de mí, no de etéreos universales. De mí.
No tengas piedad, sincérate conmigo en la distancia. Dime que, a fin de cuentas, soy uno entre un millón De esos falsos poetas acomodados en un sofá Dispuestos a evocar un manojo rimado de lirismos evanescentes.
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NO HABLES MÁS Una y otra vez tu impenetrable lamento Lánguido rumor de ocasiones aplazadas, Tiene la inocencia herida por aguijones que nutren Instantes escurridizos en sus tenues acentos. Morirá contigo, en tu dolor, la verdad cuestionada Olvidada por los falsos monarcas del momento. Inunda con tu llanto este páramo de impostura, y Navega hacia el sur por el vértigo oscuro, Vacíos cantos oirás mezclados con la espuma Insuficientes para torcer tu voluntad y tu rumbo. Entre la salvia que esconde la infantil travesura Ríe el enano, muge el toro y aletea el mirlo. No hables más. Calla. No te preocupes, que Ofión, en otra primavera, concluirá su mítico destino.
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MI HIJO (A mi madre, que se va)
-Mi hijo…
-¿Qué, madre?
Se escapan las breves palabras, dos gotas de fina lluvia en el secarral del silencio, con dos bocanadas de estéril esfuerzo. Los hundidos ojos, por un momento entreabiertos, han reconocido la silueta cercana. -Mi hijo…
-¿Qué, madre?
La silla de ruedas cada día más liviana lleva el cuerpo desolado, encogido, ovillo de lanas y vendajes, al rincón placentero de la intimidad compartida. -Mi hijo…
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-¿Qué, madre?
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Las puntas de los fríos y azulados dedos antenas artríticas de tenues movimientos tientan la mano reposada en el regazo, mínima conexión de la maternidad primigenia. -Mi hijo… ¿Dónde está el padre? Otra vez la boca desdentada en un mar de arrugas, cara afilada a golpe de amargura. ¡Ay! No soporto la ingratitud de hacerle entender que murió hace años. Contemplo en silencio sus desvaídas quejas, la leve respiración que espera el fatal momento que desvanezca el sufrimiento de la infinita soledad, de los huesos quebrantados, de la carne fatigada. -Mi hijo… -¿Qué, madre?
(Noviembre de 2011)
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