PAN COMPARTIDO
001 / JUNIO 2021
RESPONDE A TU LLAMADA INTERIOR
Escribí esta carta por primera vez a la luz de una vela a causa de un apagón y fue providencial, porque el tema del que quiero hablarles, es la sencillez. Estoy convencido que para seguir a Jesús hay que ser sencillos, al menos es la forma más simple de lograrlo. Hay quienes nacen con el don de la sencillez, pero todos estamos llamados a conquistarlo, porque es una gracia que a Dios le gusta dar a todos los que se la pedimos. Pero más allá que sea una Gracia Suya, tenemos que ir trabajándola en nosotros para que se nos haga propia. Por supuesto no es fácil ni se logra de buenas a primeras, sino que
es algo que se conquista cada día. Es bueno saber que seguir a Jesús es un modo de vivir. La manera más hermosa de ver la vida y de transitarla. Ser sencillo fue una de las primeras cosas que me enseñó Papá Dios y quiero compartírselas en esta primera carta, en este primer pan. Esta simpleza de corazón a la que somos llamados, se ve muchas veces en la gente de los pueblos y campos del interior del país. Pero es posible también vivirla en las grandes ciudades, aunque nos haga chocar con algunas costumbres o modos. Sin
embargo, vivir así es sumamente importante para los cristianos, porque a medida que lo logremos, estaremos viviendo un pedacito de Reino de los Cielos en la tierra.
pueblo. Ese estilo de vida me inundó de una profunda paz. Semejante a la que nos embriaga cada vez que abrazamos al ser querido más querido sobre esta tierra.
Para esto tenemos que animarnos a sortear las
Me parece que esta paz es posible alcanzarla viviendo y saboreando los valores que trajeron nuestros abuelos, muchos de ellos inmigrantes, soñadores de un mundo mejor y constructores de ese “nuevo mundo”.
ificultades que nos presenta la ciudad: la cantidad de ruidos, de información visual y ese ritmo de vida en el cual uno no encuentra un momento para detenerse a pensar. Habrá que empezar pidiéndole a Dios: “Papá, ayudame a ser sencillo, a hacer silencio en el corazón, a tener un momento de encuentro con Vos”. Ser sencillos de corazón es la propuesta, “paisanos del Cielo” mientras peregrinamos la tierra. Papá Dios me enseñó a vivir así en plena Capital Federal, en un barrio con pinta de
¿Qué tenían ellos que se ha ido perdiendo con el correr del tiempo? Tenían la voluntad de hacer las cosas bien y ser fieles hasta el final en eso. Y la mayoría no se apoyaba en sus propias fuerzas, sino en su fe. Una frase que siempre repite mi abuelo es “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”1. Y con esa convicción peleó las más crudas batallas. Nuestros abuelos trajeron consigo palabras que quedaron prácticamente descartadas del lenguaje de generaciones posteriores o perdieron la profundidad que tenían: fidelidad, mansedumbre, templanza, gozo, promesa, sabiduría, ideal, valores, esperanza… Pero también trajeron costumbres que unían a la familia, como juntarse los 1
Flp.4, 13
domingos a comer; arreglar la casa entre abuelos, padres y nietos; tomar mate en el patio disfrutando el sol. Cosas sencillas y cotidianas, que parecieran no ser ninguna novedad, pero ejercitan la sencillez del alma cuando se las practican. Como cualquier músculo, el corazón también debe ejercitarse para poder crecer. A amar se aprende amando y a ser sencillo se aprende ejercitando la sencillez. Es el seno familiar el lugar más propicio para que esto comience. Claro que no siempre se da de esta manera, pero podemos fomentarlo nosotros para que la historia empiece a cambiar. Si comenzamos a ejercitar la sencillez con gestos
concretos en la familia, luego podemos ir haciendo barrio o mejor aún “haciendo pueblo…” y en esto haremos “pueblo de Dios”. Tomarse un tiempo para matear con los viejos, saludar al verdulero, charlar con el vecino. Sentir familia al barrio, preguntar al otro cómo está, sonreír con calidez. Ponerse en común con el otro, gestar comunidad. Compartirse y ser pan para el otro, a imitación de Jesús que se quedó en la sencillez del pan. La sencillez se pone en común, encendiendo fuegos y preguntas en los demás, quienes quizás no comprendan por qué vivimos así, y de pura sencillez estaremos contagiando fe. Porque la fe es sencilla y se
alimenta poniéndola en práctica. No sólo la familia y el barrio son importantes, la parroquia del lugar también se hace familiar y podemos encontrar cada domingo a un sin fin de vecinos, que no sólo comparten las buenas costumbres, sino la fe. Y la fe profundiza y les da sentido a las buenas costumbres. Hoy podemos preguntarnos si nos gustaría vivir la sencillez; en qué cosas somos sencillos y en cuáles nos complicamos. Qué cosas hacemos para hacer crecer la fe y las buenas costumbres en nuestra casa, en nuestro barrio y en nuestra comunidad. Ahora llevemos todo esto a nuestra oración…
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