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LA IMAGEN INVISIBLE
ve el otro? ¿El color del suéter es rojo o carmesí o rojo sangre? ¿El vino, la sal, las uvas, el pastel de crema sabe exactamente igual para mí que para alguien más?
Describir es nombrar. Y es acotar el mundo. A veces el mundo mide 45 metros en un departamento. A veces el mundo es un jardín extenso con árboles frutales. Qué hace eso en nosotros con relación al espacio, la vida interior, los conceptos que tenemos de las cosas. Ésas son las inquietudes que me planteo ante un libro-idea-cosa tangible color gris-claro-blanco degradado con cuadros negros como marcos que se repiten en la portada y, hasta abajo, casi como si se les hubiera olvidado, el nombre de la autora.
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Cerón tenía, desde siempre, quiero pensar, una curiosidad exclamativa, de niña nueva, de persona nueva o de extraterrestre, que es casi igual. Sus burbujas sonoras son un poco un reflejo de un planeta que existe en concordancia con lo que hay dentro de esa cabeza: serenidad, espera, ruido blanco, serenidad de nuevo, pasos que se oyen al final de un corredor, voces, árboles, todo y nada; lo abstracto y lo concreto, y una ligereza especial/espacial/hecha de pétalos/escamas de diente de león. Todo está hecho de partículas, todo, todo, todo. Porque el lenguaje, aun si no alcanza a nombrar, se esfuerza y se estira y llega a 45 grados, a 360 grados. Es inflamable, es etéreo, es algo que vuela de modo hermoso hasta que la escopeta acierta el tiro y el lenguaje cae, herido en algún bosque, y el perro corre y lo toma por el hocico, orgulloso el perro y el amo, y la escopeta cierta.
Lo que Cerón logra en Spectio es una deconstrucción de lo que se ve y lo que toca. Los que tienen oídos comprenderán que un libro también es un altavoz, un claxon, un arma, un cuerpo abierto. Un libro es deseo de penetrar y ser penetrado. Tocar al otro. Lamer al otro. Estar ahí, nada más, a veces ni siquiera tiene que decir algo. La comprensión está sobrevalorada y querer comunicar es algo sobrevalorado. La poesía es ese pajarito en la orilla de la playa, tímida pero terca, que quiere y no quiere mojarse.
El reto está en dejarse llevar. No querer entenderlo todo. Flotar, detenerse en algo, una imagen, una palabra. No entender. No “entrar” a lo que la mente reconoce o cree reconocer. Leer a Cerón es sentarse en la banca del museo y ponerse a mirar el cuadro sin verlo por completo, concentrarse en un color, en un tono de luz, no en el cuadro entero porque el ojo no atina a abarcarlo. Medimos las cosas con los ojos, las manos. Cerón insiste: va más allá. Oye, camina, no pienses, oye de nuevo, regresa; la mente debe ser algo que se sumerja en la alberca sin saber nadar.
LA IMAGEN INVISIBLE ALEJANDRO MAGALLANES
UN CONJUNTO DE VENTANAS
Francisco Mata Rosas
La imagen invisible es un libro infinito al que podemos entrar desde cualquier página, no tiene principio ni fin, es circular, una espiral. Al recorrer sus páginas pienso en una cadena de ADN donde las preguntas y las respuestas se entrecruzan, su estructura permite múltiples lecturas e interpretaciones y, a la manera de Rayuela de Cortázar, representa de alguna forma el caos y el azar, no tiene puerta de entrada ni de salida, es más bien un conjunto de ventanas.
Víctor Renobell establece que la era digital nos coloca en un entorno de hipervisualidad que modifica nuestro marco de actuación y de interpretación de la sociedad; por su parte Christian Metz define como régimen escópico a la representación visual que en cada época construimos, y con la que estamos acostumbrados a ver. Consideramos la verosimilitud sólo a partir de lo que vemos.
A pesar de que en la actualidad nos comunicamos principalmente con imágenes, la palabra escrita sigue siendo una poderosa forma de comunicación, una eficaz herramienta que nos permite también construir imágenes.
Las páginas de este libro con 138 preguntas sobre papel álbum negro nos invitan a recorrerlas sin ningún patrón de lectura y casi sin ninguna expectativa. La primera impresión que se tiene es la de un bello y caprichoso objeto, pero apenas nos enfrentamos a la primera pregunta, nos damos cuenta de que tenemos en nuestras manos una máquina del tiempo, un diván de psicoanálisis, una caja de zapatos llena de fotografías y, sobre todo, una ventana por la cual nos asomamos a un pozo negro y profundo: el de nuestro subconsciente, el de nuestra historia, el de nuestras fantasías.
Cada pregunta es infinita en las posibilidades de su respuesta, cada uno de nosotros recurre a su experiencia, a su historia, a sus sueños, a su realidad y su contexto para poder responder; es en este sentido que el libro no deja de crecer, es una especie de arcilla a la cual nuestras manos van dando forma. Cada pregunta hecha es como un canto arrojado al agua, no importa dónde caiga, siempre generará ondas expansivas; ésa es otra de las virtudes de esta obra, cada pre
Vestalia, México, 2019
Alejandro Magallanes, La imagen invisible, fotomuro.
gunta no sólo genera múltiples respuestas sino que también construye nuevas preguntas.
Alejandro Magallanes nos provoca, nos convoca y nos evoca seguramente con la sonrisa de quien sabe que está haciendo una travesura, pero una travesura que juega con nuestros sentimientos y nuestros recuerdos, con nuestras perversiones, nuestras certezas, nuestra imaginación y nuestros deseos. Una permanente provocación en la que voluntariamente caemos, cada una de estas preguntas nos transporta ya sea a la infancia o a la muerte, nos hace recordar amores perdidos o amores por venir, en términos lacanianos nos descoloca, nos perturba, pero también detona momentos de felicidad y de amargura.
La biografía de cada quien, el lugar donde creció, su entorno familiar, su educación, su lugar de residencia, el cine que ha visto, la música que ha escuchado, los libros que ha leído, sus gustos gastronómicos, los paisajes que ha contemplado, las cicatrices que tiene, los fracasos, los éxitos, las pesadillas y los sueños —siempre los sueños— construirán respuestas diferentes, respuestas ideales, respuestas a la medida.
Gabriel García Márquez decía: “no importa cómo sucedió, lo que importa es cómo lo recuerdas”. Con este libro Magallanes nos dice: no importa qué es lo que ves, importa lo que imaginas. Una máxima de
Centro de la Imagen, 2019. Cortesía del artista
la fotografía en el siglo XX era que, si lo ves, lo puedes fotografiar; en el siglo XXI la fotografía digital nos ha enseñado que si lo imaginas, lo puedes fotografiar. Alejandro Magallanes recuerda esto y en muchos sentidos este libro puede ser visto también como un libro teórico, de semiología, como un libro de estudios de la imagen.
Todos los días convivimos con la imagen, forma parte de nuestro entorno, estamos acostumbrados a ella, nos construimos, destruimos y reconstruimos a partir de ella, la consumimos y la desechamos permanentemente, la imagen ya no es algo ajeno a nosotros. Hasta hace poco podía decirse que vivíamos en un mundo rodeado de imágenes; hoy con certeza podemos asegurar que vivimos en la imagen, por eso la importancia de este libro que nos cuestiona y nos confronta en nuestra relación íntima con ella, cada pregunta es una especie de liga hipertextual que nos conecta con nueva información, con sonidos, palabras, olores y sensaciones. Es común que no recordemos exactamente qué pasó, pero sí qué se sintió. Responder a cada una o a algunas de las 138 preguntas de este volumen es sumergirnos en las agitadas aguas del pasado imaginado y del añorado porvenir. ¿Cuál es la respuesta correcta?, ¿cuál es la pregunta adecuada? Eso depende de en qué momento nos acerquemos al libro, nunca nos metemos al mismo río porque las aguas siempre están cambiando,
pero nosotros también, así como nuestras posibles respuestas. Así es esta obra del incisivo y sonriente Magallanes.
Ya en su Novela de 2017 el autor nos presentaba las posibilidades del negro no como sinónimo de vacío o de ausencia de luz o de imagen; nos convocaba desde la aparente ceguera de las páginas vacías a llenarlas con la luz de nuestra mirada, a vaciar en ellas todo lo que sabemos o creemos que hemos visto. Se dice que los artistas no ven con los ojos, los fotógrafos ciegos como Evgen Bavcar nos lo han hecho notar; Magallanes recuerda esto y nos obliga a ser autores de este libro de imágenes, de este acervo visual, esta enciclopedia personal que de manera secreta tiene registrada nuestra historia, nuestros anhelos, nuestros sueños y también nuestras pesadillas.
Otras preguntas que este libro me provoca son en torno a su producción: ¿la editora y el autor habrán seleccionado y descartado preguntas? ¿Había un número predeterminado de ellas? ¿Cómo se decidió el orden? Son interrogantes que me surgen al apreciar el cuidadoso trabajo de su edición. Cada detalle es importante en este polisémico libro, el papel negro es el mismo con el que se fabricaban los viejos álbumes de fotos, la letra manuscrita me conecta también con los mensajes que se escribían en el dorso de las fotografías, el tamaño, el formato y el número de páginas nos invitan a una ergonómica intimidad en su lectura.
Como una caja de zapatos llena de fotos y objetos de nuestra biografía, como una bola de cristal, un futuro incierto, como un Instagram mental, este libro contiene gran parte de nuestras imágenes, este libro se moldea a la imagen y semejanza de cada lector, es un libro al que como un oráculo podemos recurrir de vez en cuando y siempre encontraremos algo que no sabíamos que ya sabíamos.
En una apretada síntesis de sus múltiples campos de acción y habilidades, podría decir que Alejandro Magallanes es un poeta visual, pero su libro me hace pensar más en un provocador profesional y, en estos tiempos donde es necesario blindarse contra lo que Joan Fontcuberta llama “la furia de las imágenes”, ejercicios creativos como éste son fundamentales.