Revista de la Universidad de México. Emergencia Climática. Febrero 2020

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ve el otro? ¿El color del suéter es rojo o carmesí o rojo sangre? ¿El vino, la sal, las uvas, el pastel de crema sabe exactamente igual para mí que para alguien más? Describir es nombrar. Y es acotar el mundo. A veces el mundo mide 45 metros en un departamento. A veces el mundo es un jardín extenso con árboles frutales. Qué hace eso en nosotros con relación al espacio, la vida interior, los conceptos que tenemos de las cosas. Ésas son las inquietudes que me planteo ante un libro-idea-cosa tangible color gris-claro-blanco degradado con cuadros negros como marcos que se repiten en la portada y, hasta abajo, casi como si se les hubiera olvidado, el nombre de la autora. Cerón tenía, desde siempre, quiero pensar, una curiosidad exclamativa, de niña nueva, de persona nueva o de extraterrestre, que es casi igual. Sus burbujas sonoras son un poco un reflejo de un planeta que existe en concordancia con lo que hay dentro de esa cabeza: serenidad, espera, ruido blanco, serenidad de nuevo, pasos que se oyen al final de un corredor, voces, árboles, todo y nada; lo abstracto y lo concreto, y una ligereza especial/espacial/hecha de pétalos/escamas de diente de león. Todo está hecho de partículas, todo, todo, todo. Porque el lenguaje, aun si no alcanza a nombrar, se esfuerza y se estira y llega a 45 grados, a 360 grados. Es inflamable, es etéreo, es algo que vuela de modo hermoso hasta que la escopeta acierta el tiro y el lenguaje cae, herido en algún bosque, y el perro corre y lo toma por el hocico, orgulloso el perro y el amo, y la escopeta cierta. Lo que Cerón logra en Spectio es una deconstrucción de lo que se ve y lo que toca. Los que tienen oídos comprenderán que un libro también es un altavoz, un claxon, un arma, un cuerpo abierto. Un libro es deseo de penetrar y ser penetrado. Tocar al otro. Lamer al otro. Estar ahí, nada más, a veces ni siquiera tiene que decir algo. La comprensión está sobrevalorada y querer comunicar es algo sobrevalorado. La poesía es ese pajarito en la orilla de la playa, tímida pero terca, que quiere y no quiere mojarse. El reto está en dejarse llevar. No querer entenderlo todo. Flotar, detenerse en algo, una imagen, una palabra. No entender. No “entrar” a lo que la mente reconoce o cree reconocer. Leer a Cerón es sentarse en la banca del museo y ponerse a mirar el cuadro sin verlo por completo, concentrarse en un color, en un tono de luz, no en el cuadro entero porque el ojo no atina a abarcarlo. Medimos las cosas con los ojos, las manos. Cerón insiste: va más allá. Oye, camina, no pienses, oye de nuevo, regresa; la mente debe ser algo que se sumerja en la alberca sin saber nadar.

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CRÍTICA


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