metrolineas
Fotografía y texto: Amalia Ospina Palacios México D.F.2015
La ciudad en la que vivimos est谩 estructurada de tal manera que determina el modo en que la habitamos. Al mismo tiempo, estamos sujetos a un conjunto de relaciones simb贸licas que nos atan tanto como nuestro entorno. Partimos de la premisa de que somos co-creadores del espacio en tanto que lo habitamos y lo transitamos: por un lado, creamos el espacio, y 茅ste nos crea a nosotr@s. Por eso es importante detener la mirada en aquellos elementos que conforman la ciudad: las estructuras fijas como los edificios, o m贸viles como el transporte; aquellos
aspectos objetivos como el trazado de las calles, o simbólicos como las relaciones de género, ante las que reaccionamos conscientemente, pero que al mismo tiempo se impregnan en nuestros cuerpos y emociones de forma casi imperceptible. Como habitantes de la ciudad, necesitamos crear imágenes para poder leerla. Esta lectura se apoya en nuestra capacidad intelectual y sensorial, que se va formando con el modo en que habitamos la estructura física y simbólica de la ciudad.
Habitar una gran urbe nos lleva a generar una imagen colectiva de la ciudad, que no es otra cosa que el conjunto de percepciones de quienes la habitamos. Percepciones compuestas de varios factores como los colores, la luz, los olores, los sonidos, las texturas o los movimientos, entre muchas otras. A diario y de manera casi automรกtica, como una estrategia de superviviencia, identificamos aquellos espacios,
objetos, sujetos, recuerdos, que se convierten en una referencia para la construci贸n de nuestras imagenes de la ciudad. Imaginamos recorridos, distintas formas de orientarnos en el espacio, rutas que se ajustan a nuestras necesidades, como la seguridad personal. Construimos rutas seg煤n la experiencia que hayamos tenido en el espacio, as铆 como nuestra relaci贸n con el entorno, tanto desde el cuerpo como desde las emociones.
El cuerpo media nuestra relación con el mundo, la interacción con otras personas, con el espacio y la movilidad de forma permanente y aparentemente orgánica. Desde las ideas, la imaginación, hasta el contacto directo con alguien, está mediado por el cuerpo como vehículo y puente, como ente en movimiento que nos posibilita ser y estar en el espacio, que a su vez genera contexto y sentido.
La ciudad nos da el marco de posibilidades en la cuales nuestro cuerpo puede actuar, moverse, adquiere posturas y estrategias de orientaci贸n. En esa misma medida los cuerpos exigen territorios, le van dando forma a la ciudad, buscan ampliar los l铆mites de lo normado y socialmente establecido. El cuerpo abre el espectro de posibilidades de invenci贸n y creatividad dentro de un espacio urbano que lo vivimos muchas veces de manera opresora y violenta.
Sabemos que las ciudades no son experimentadas ni vividas de la misma forma por hombres que por mujeres. Existe una distinción de género a la hora de habitar el espacio público que muchas veces pasa desapercibida, aunque los datos estadísticos demuestren lo contrario (ej. violencia hacia las mujeres en el transporte público). Los espacios no son neutrales, por el contrario, son la expresión de un proceso histórico y social marcado por la diferenciación y exclusión. Es por esto que se hace necesario el enfoque de género para entender y leer la ciudad, su territorio y las dinámicas que allí se juegan.
Existen construcciones geográficas de la masculinidad y la feminidad, así como estructuras urbanas que determinan la relación que se genera entre ellos. Los espacios nos construyen, así como nosotros/as los construimos con nuestras prácticas, relaciones y simbolismos. Las violencias que sufren las mujeres en la ciudad son solo una expresión más de la violencia estructural que todavía les mantiene en una posición de inferioridad y de desigualdad con respecto a los hombres.
El espacio público es hostil para las mujeres, pero también ha significado una posibilidad de escapar de ambientes violentos en el hogar, de adquirir autonomía y anonimato, independencia de movimiento y acción. Este espacio posibilita escenarios y configura relaciones alternativas de fuga para las mujeres en donde ellas han podido generar paisajes propios. impregnados con sus relatos significados. En la calle y el espacio público es dónde se puede fraguar nieveles de igualdad en empleo y accesabilidad que no se pueden dar en otros espacios de la vida social y esto se da por su naturaleza inestable, caótica, diversa, impredecible e inaprehensible.
Si nos enfocamos en el espacio del Metro podríamos decir que éste contiene un orden social que escapa de la lógica “racional” del Estado o de un gobierno de turno, se reconstruye como espacio de interpretación y de hacer comunidad. Existe dentro de este espacio un orden propio, con jerarquías propias en donde lo intimo y privado se dejan invadir por lo público y ajeno. En este espacio somos testigos de violencias pero también de solidaridad. El Metro se podría pensar como espacio organizativo y de ejercicio político, de configuración alternativa de ciudadanía y poder. Los sujetos presentan una alternativa posible de manifestación ciudadana, de participación política, pues esa apropiación se constituye como una forma de conocimiento, relacionamiento social y aprehensión de la urbe.
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